"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 18 de enero de 2008

La maldición de las finales de Alemania

Jugar la final de una gran competición es sinónimo de alegría, de satisfacción por el trabajo bien hecho, de fiesta, de alborozo, de incertidumbre y de nerviosismo, pero, evidentemente, las finales se pierden y se ganan y, en la mayoría de los casos, sólo se recuerda al que levanta el trofeo. Son muchos los equipos especialistas en llegar a las finales de los torneos más importantes y quedarse a las puertas de la gloria, tocar la Copa con la punta de los dedos. 

Ejemplos los hay de todos los colores, pero creo que muchos aficionados aún conservan en la retina la imagen de ese Valencia CF que jugó dos años consecutivos la final de la Liga de Campeones y, en ambas ocasiones, se quedó con la miel en los labios. Los valencianistas son, sin ningún género de dudas, uno de los equipos más duchos en el arte de perder finales. De hecho, son el único equipo de España capaz de perder tres finales seguidas de la Copa del Rey. Nadie ha perdido tres finales consecutivas (con lo difícil que es llegar), pero los valencianistas lo han hecho dos veces. O la Juventus de Turín, grande de Europa, que ha ganado la Liga de Campeones en dos ocasiones, pero ha perdido ¡¡5 finales más!!. Nadie ha perdido tantas. 

Podríamos seguir, pero toda esta introducción sirve para presentarnos a la selección que más finales ha perdido en la Copa del Mundo. No es una selección cualquiera. Ha ganado 4 Copas del Mundo, lo que la coloca solo por detrás de Brasil (5 Mundiales) e igualada con Italia en el palmarés. Sin embargo (¡lo que son las cosas!), la selección de la que hablamos ha jugado tantas finales como los brasileros y una más que los azzurri, es decir, siete!!! 

Desvelaremos el misterio: Alemania ha ganado 4 mundiales y ha perdido 4 finales. Brasil ha ganado 5 mundiales y ha perdido 2 finales (Brasil 50 y Francia 98), mientras que Italia ha ganado 4 trofeos y ha perdido 2 finales más (curiosamente, ambas ante Brasil y siempre dilucidando quien se pondría al frente de la clasificación hipotética de ganadores de más Copas del Mundo: en México 70, donde la canarinha se quedó la Copa Jules Rimet en propiedad al ganarla por tercera vez; y en EEUU 94, donde Brasil consiguió su cuarto entorchado desde el punto de penalti). En definitiva, nadie ha perdido tantas finales como Alemania. 

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Los germanos llegaron a su primera final de una Copa del Mundo en 1954, en el Mundial que se celebró en Suiza. La favorita de todos era una Hungría descomunal, que practicaba un fútbol de vértigo y que contaba en sus filas con jugadores como Puskas, Kocsis, Nándor Hidegkuti o Zcibor y que los clásicos califican como uno de los tres mejores equipos de la historia. De hecho, los Magiares Mágicos habían sido el primer equipo en vencer a Inglaterra en Wembley, apenas un año antes y con una contundencia brutal (3 a 6) y se presentaban en la final del Mundial con una serie de 32 partidos seguidos ganando, récord que aún no ha sido superado por ninguna otra selección. Además, los húngaros habían marcado más de cuatro goles en cada partido del Mundial y ya le habían ganado a Alemania por 8 a 3 en la primera fase. Pero aquel partido era otra historia, ya que el seleccionador alemán Herberger había reservado a sus mejores jugadores. 

Los magiares se presentaron en la final tras eliminar a la gran Brasil (heredera de la debacle del 50 en Maracaná) y a los campeones vigentes (Uruguay). Se sentían favoritos ante una Alemania comandada por Fritz Walter y con Rahn y Morlock en ataque. De hecho, a los 8 minutos de partido, los húngaros ya ganaban 2 a 0 con goles de Puskas y Zcibor: el fantasma del 8 a 3 de la primera fase planeó por la cabeza de todos los aficionados alemanes (y quién sabe si también sobre los propios jugadores). Sin embargo, los alemanes no se arredraron y recortaron distancias con un tanto de Morlock. De ahí, hasta el final de la primera parte, los alemanes capearon como pudieron el potencial húngaro, gracias a defensas que sacaron en la línea un par de goles cantadas, paradas del meta Turek y, además, la colaboración de unos palos que parecían magnetizados (hasta tres disparos húngaros se estrellaron en ellos). 

El segundo tiempo ya es otra cosa: había estado cayendo una fina lluvia durante toda la primera mitad y el campo estaba en malas condiciones (malo para los finos magiares y mejor para los físicos alemanes) y, además, Puskas cojeaba ostensiblemente y en esta época no había cambios (no había jugado los cuartos ni las semifinales por su lesión, pero la final la jugó infiltrado). Cuando sólo faltaban 8 minutos para el final, Fritz Walter cedió el balón a Rhan, quien batió de potente disparo al meta húngaro. Aún quedó tiempo para que le anularan un gol a Puskas por fuera de juego (dicen las crónicas que estuvo bien anulado), pero nada más. La Copa del Mundo se fue para Alemania. Y a la selección magiar se la cargó la emigración de sus figuras por culpa de una guerra.

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Alemania hubo de esperar 12 años (3 campeonatos) para disputar otra gran final. Esta vez tocó la de cal: derrota en Wembley ante Inglaterra en la prórroga, con gol fantasma incluido. El 4 a 2 final fue un duro golpe para una selección alemana que había empatado a dos a falta de un minuto para el final del tiempo reglamentario. Para la historia quedará el primer (y hasta ahora único) título mundial para los británicos y el gol de Hurst. Y Beckenbauer con la miel en los labios, prometiéndose a sí mismo que devolvería la Copa del Mundo a Alemania. 

La siguiente presencia germana en la final de una Copa del Mundo fue más traumática, pero con final feliz. Fue en el Mundial de 1974, celebrado en su propio país. Los germanos estaban obligados por la presión mediática a ganar su mundial. El Mundial era importantísimo: el primer mundial post Pelé y el primer Mundial donde se ponía en juego una Copa Nueva, después de que Brasil se quedará la Jules Rimet en propiedad tras su tercera Copa en México 70. Pero, pese a jugar en casa, Alemania no era favorita por el juego desplegado, ni Brasil, ni Italia... la favorita era Holanda y su fútbol total, con un Cruyff pletórico. Los tulipanes se cargaron a los anteriores campeones y barrieron en todos sus partidos.

Los alemanes sufrieron en la primera fase una humillante derrota ante sus vecinos orientales (RDA) en la llamada Batalla de Hamburgo, donde no sólo se enfrentaban 22 futbolistas, sino dos concepciones distintas de ver el mundo, dos pueblos separados por el telón de acero. En la segunda fase mejoraron (la forma de competición era distinta a la actual: la segunda fase constaba de dos grupos de 4 equipos que se enfrentaban entre sí y los campeones de cada grupo jugarían la final) su rendimiento, pero sin enamorar. Ganaron a Yugoslavia y a Suecia y, en el último partido, se enfrentaban a una Polonia sorprendente que también había ganado sus encuentros. Müller anotó el gol del triunfo local y Maier lo rubricó con sus paradas en los minutos finales. 

La finalísima empezó con Holanda sacando de centro y, sin que los alemanes tocaran el balón en más de un minuto, Cruyff entró en el área y fue derribado: ¡¡Penalti y gol de Cruyff sin que los alemanes hubieran tocado el balón!! Pero la final se fue equilibrando, gracias sobre todo a los marcajes de los perros de presa alemanes: Berti Vogs sobre Cruyff y Bonhoff sobre Neeskens. Beckhenbauer empieza a carburar y Alemania a acercarse a la meta de Jongbloed, hasta el punto de que una internada de Holzenbein acaba en el penalti que transforma Breitner en el empate. Los germanos siguen atacando y Müller, en uno de sus clásicos remates, pone por delante a Alemania antes del descanso. La segunda mitad fue un querer y no poder de los tulipanes, que perdieron la primera de sus dos finales consecutivas (y peor: ambas ante los anfitriones, como pasaría 4 años más tarde en Argentina). Los alemanes, en cambio, se coronaban por segunda vez. 

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La amargura holandesa la sufrirían también en sus carnes los alemanes dos veces seguidas. La primera fue en España 82. El sorteo los había emparejado en la primera fase con Austria, Argelia y Chile. Los germanos cayeron ante una sorprendente Argelia y vapulearon a Chile, por lo que llegaron a la última jornada jugándose su clasificación ante una Austria con 4 puntos a la que le bastaba con perder 1 a 0 para seguir adelante. Y eso pasó: marcó Alemania y el rondo duró 75 minutos. A los aficionados alemanes les ha costado más de 25 años perdonar a su seleccionador, Jupp Derwall, pese a que con él ganaron la Eurocopa del 80 y llegaron a la final del Mundial 82. 

La segunda fase fue tranquila, con victoria ante España y empate ante Inglaterra, pero las semifinales serán recordadas para siempre. Los alemanes se enfrentaban a la Francia de Platini en el Sánchez Pizjuán de Sevilla y el choque acabó con un empate a uno (Platini de penalti igualó el tanto de Littbarski) que les llevaba a la prórroga. Allí, el talento francés se impuso y los galos anotaron dos goles en apenas 6 minutos para ponerse 3 a 1, pero nunca hay que darle vida a los teutones, nunca. La remontada fue espectacular, con Rumennigge y Fischer como autores de los tantos. La tanda de penaltis la ganó Alemania (5 a 4) que pasó a la final para medirse a Italia. Sin embargo, la final iba a ser casi un paseo militar para los transalpinos, que ganaron 3 a 1 con una superioridad casi insultante. Los alemanes aguantaron sólo la primera parte. En la segunda no tuvieron opción. Rossi, Tardelli y Altobelli anotaron para los azzurri y Breitner maquilló el resultado a falta de 7 minutos. 

La historia se repetiría 4 años más tarde, en México. Los alemanes repitieron final, después de volver a dejar a Francia en la cuneta, esta vez sin sobresaltos, con un dos a cero clarificador, pero se encontraron a la Argentina de Maradona, una selección intratable con un genio al frente. Pese a ello, los alemanes fueron fieles a su garra característica y, pese a ir perdiendo 2 a 0, Rumenigge y Alloff empataron el partido en tres minutos. Pero no hubiera sido justo que Argentina y Maradona se quedaran sin Mundial, y el astro argentino vio un pase donde pocos lo imaginaban para dejar solo a Gurruchaga ante Schumacher y hacer el 3 a 2 definitivo. Los germanos volvieron a morir con las botas puestas, pero acabaron segundos de nuevo, por segunda vez consecutiva.

De todos modos, dicen que a la tercera va la vencida y, aunque no siempre se cumple, esta vez sí se cumplió. Seguramente uno de los peores mundiales de la historia en cuanto a juego se lo llevó Alemania, la selección que mejor jugó dentro de la mediocridad general del Mundial de Italia 90. Una fase de grupos animada, pero unas eliminatorias finales decididas casi siempre por penaltis marcaron la competición. 

Los alemanes empataron en su debut con Colombia, pero golearon a Emiratos y Yugoslavia. Después se deshicieron de Holanda en octavos, de Checoslovaquia en cuartos y hubieron de recurrir a los penaltis para eliminar a Inglaterra y llegar a la final ante Argentina. La final fue fea, horrible, pero ganó quien más lo buscó con un penalti realmente dudoso que transformó Bremhe a falta de 5 minutos para el final. 

El fútbol le devolvió a Alemania lo que había perdido en las dos finales anteriores. Y fue justo con Mathäus, grandísimo jugador que había participado en los mundiales del 82, del 86 y del 90 y aún repetiría en el 94 y en el 98. Y fue justo con Beckenbauer, el segundo en la historia en ganar un Mundial como jugador y otro como técnico.

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La penúltima final alemana llegó en Corea y Japón, en el primer Campeonato del Mundo celebrado en un continente distinto a América y Europa. Y llegó a la final a trancas y barrancas, sostenido en un Ballack fantástico, en un Kahn sensacional y en grandes dosis de suerte. Sin embargo, en la final fallaron sus dos pilares: Ballack vio una amarilla en las semifinales ante Corea y se perdió la final; mientras que Kahn se comió el gol de Ronaldo que abría la lata Dos a cero para Brasil, que se convertía en pentacampeón del mundo en su séptima final de un mundial, las mismas que había jugado Alemania hasta ese momento, pero con resultados bien distintos.

Pero no sé si los brasileños hubieran cambiado ese trofeo por no sufrir la humillación de Belo Horizonte, el 7 a 1 en las semifinales de Brasil 2014. A la postre, Alemania se plantó en la final con Argentina (la tercera final entre estas dos selecciones) y ganó a punto de finalizar la prórroga con el gol de Mario Götze. Ha sido su último título. Y, de momento, también su última final.

miércoles, 16 de enero de 2008

Inglaterra gana el Mundial más polémico en 1966

98.000 personas abarrotaban el viejo Wembley el 30 de julio de 1966 (con la mismísima Reina de Inglaterra como cabeza visible de todo un país) para presenciar la final de la Copa del Mundo. Los pupilos de Alf Ramsey, vestidos con camiseta roja y calzón blanco, afrontaban la cita más importante de sus vidas ante la Alemania de Helmut Schön, que viste de blanco con los pantalones negros, comos siempre.

Era la primera vez en la historia que Inglaterra llegaba a la final de un mundial –de hecho, hasta ese momento, los ingleses habían sido eliminados en la fase de grupos del Mundial de 1950 y de 1958 y en cuartos de final en 1954 y 1962– y lo hacía ante su público después de 19 días de competición que los de Ramsey habían comenzado en ese mismo estadio con un empate sin goles ante Uruguay.

La selección inglesa apostó fuerte por este mundial, a sabiendas de que se les presentaba una oportunidad única para levantar una Copa del Mundo que se les resistía desde que en 1950 decidieran dejar de lado su tradicional autoexclusionismo para intentar demostrar al mundo que los inventores del fútbol eran los mejores. Pero lo que quedó claro es que “del dicho al hecho, trecho”. Así que en 1966 tenían que resarcirse de sus fracasos en la Copa del Mundo, aunque el riesgo de no conseguirlo suponía una presión extra para todos los jugadores y el cuerpo técnico.

Pero esa Inglaterra había conseguido reunir a un gran equipo y estaba entrenada por un magnífico técnico que se había empapado de todos los sistemas tácticos del momento. Alf Ramsey dispuso a sus hombres en el césped en un 4-4-2, un sistema ahora clásico y en aquel momento rompedor que también usaba Viktor Maslov al otro lado del Telón de Acero, en su Dinamo de Kiev que, pese a su falta de cobertura mediática, también revolucionaría el fútbol.

Ramsey decidió transformar el 4-2-4 que venían jugando las selecciones desde el triunfo de Brasil en Suecia en 1958 (y que la Brasil del 62 había ido evolucionando para convertir casi en un 4-3-3) retrasando a los dos extremos al centro del campo y dejando las bandas para los centrocampistas o los laterales. Así, retrasó la posición del joven del Blackpoll Allan Ball (disputó la Copa del Mundo con 21 años) y del delantero del Liverpool Roger Hunt y, además, les hizo jugar más de interiores, dejando las bandas libres para la aparición por sorpresa de los laterales. De esta forma, pobló el centro del campo para blindarse mejor y, a la vez, le dio libertad de movimientos a su mejor jugador: Bobby Charlton. La apuesta le salió tan bien a nivel defensivo que los ingleses no recibieron ni un solo gol en el torneo hasta las semifinales, cuando Eusébio recortó distancias de penalti a falta de unos pocos minutos para el final.

Pero es que, además, Ramsey tenía en defensa al capitán Moore y a Jack Charlton y bajo palos al mítico Gordon Banks, con lo que Inglaterra se convirtió en un conjunto muy rocoso y muy difícil de batir.

Además, al margen de su talento y de su gran torneo, los ingleses contaron con una serie de ventajas que consiguieron allanarles un poco más el camino. Jugaron todos los partidos del torneo en el mismo estadio de Wembley y, además, en la primera fase, siempre descansaron, al menos, un día más que sus rivales: los ingleses empezaron el 11 de junio ante Uruguay y México y Francia jugaron su partido el día 13; el día 15 se enfrentaron Francia y Uruguay en White City, mientras que los anfitriones jugaron el 16 ante México a la que ganaron por dos a cero; los mexicanos se enfrentaron a Uruguay el día 19 y los ingleses cerraron la primera fase al día siguiente con otra victoria por 2 a 0 ante Francia. Todos los goles ingleses en esta primera fase los hicieron sus centrocampistas: Bobby Charlton y Roger Hunt ante México y otro doblete del atacante del Liverpool ante Francia. Con estos resultados, los ingleses se clasificaron como primeros de grupo y esperaban rival en cuartos de final, que sería el segundo del grupo 2, precisamente el que encabezó Alemania.

Los germanos empezaron arrasando a Suiza (5 a 0), empataron sin goles ante Argentina y refrendaron su liderato con otra victoria ante España (2 a 1), a la que mandaron para casa. En segunda posición se clasificó Argentina, que había ganado también a españoles (2 a 1) y suizos (2 a 0) para medirse a los ingleses en cuartos de final. Alemania se vería las caras con Uruguay. Los dos europeos contra los del Río de la Plata.

Los alemanes viajaron de Birmingham a Sheffield por segunda vez para medirse a Uruguay, pero los primeros siete minutos de partido fueron una tragicomedia para la celeste. Los sudamericanos empezaron apretando y a los cinco minutos un remate de Julio César Cortés se estrelló en el travesaño y botó en el suelo. El árbitro inglés james Finney, por si acaso, miró hacia otro lado. Pero en la siguiente jugada de ataque charrúa, un cabezazo de Pedro Rocha estaba a punto de convertirse en el primer tanto del partido, pero el defensa alemán Schnellinger alzó los dos brazos para realizar una parada antológica que ni Finney ni sus dos linieres vieron tampoco. El resto del campo sí lo había visto. Un par de minutos más tarde, en una jugada de llena de rebotes marcó Helmut Haller. Tras el descanso, el árbitro expulsó al capitán Horacio Troche por una dura entrada y después a Héctor Silva por protestar. Quedaban 36 minutos de partido y Uruguay se quedaba con nueve jugadores ante la máquina germana. Al final, 4 a 0 y Alemania a las semifinales.

El cruce de cuartos entre Inglaterra y Argentina lo arbitraba un alemán: Rudolf Kreitlein. El árbitro tardó 35 minutos en expulsar al capitán de la albicelete, el mediocentro de Boca Antonio Rattín. El jugador se dirigió al árbitro en tono despectivo, según el colegiado, y éste no dudó en mostrarle el camino hacia los vestuarios (entonces no había tarjetas y te expulsaban señalando el túnel). 

Rattín, espabilado como él solo, decidió no moverse del campo porque no entendía al árbitro y pidió un intérprete. Estuvo 10 minutos en el campo haciéndose el sordo hasta que salió del terreno de juego. Dicen que Rattín se sentó en la alfombra roja de la Reina mientras los espectadores gritaban “Animal, animal, animal”, pero esa imagen nadie la ha visto. La que sí se puede ver es la de Rattín dando la vuelta al campo por fuera y estrujando el banderín de córner entre aullidos de los aficionados ingleses. El señor Kreitlein manifestó después del partido que, pese a que no lo entendía, le había mirado mal y por eso dedujo que lo había insultado y lo expulsó. 

Al final, el delantero del West Ham Geoff Hurst inauguró su cuenta goleadora en el Mundial con un gol en el minuto 78 que clasificaba a Inglaterra para las semifinales de su torneo. Alf Ramsey dijo después de la victoria que ellos no intercambiaban camisetas con animales. Y estaba en su derecho a decir lo que se le antojase y a cambiar camisetas con quien quisiera, faltaría más, pero quizá debería haber pensado en regalarle al colegiado las de toda la selección, ya que el señor Kreitlein no tenía pinta de animal.

En las semifinales, ni alemanes ni ingleses sufrieron en exceso. Los germanos ganaron por dos tantos a uno a la Unión Soviética de Yashine y Voronin, mientras que los anfitriones se deshicieron de la Portugal de Eusébio con dos tantos de Bobby Charlton que la estrella portuguesa contrarrestó con un penalti a falta de pocos minutos para la conclusión del choque. Así, los ingleses se presentaban en Wembley el 30 de julio para una cita con la historia. Enfrente, Alemania Federal, que volvía a una final después del Milagro de Berna, el triunfo ante Hungría en 1954.

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La final empezó trepidante, con Alemania bien asentada en el terreno de juego y sin miedo al ambiente ni a los rivales. De hecho, a los 12 minutos de encuentro, Sigi Held envió un centro al área que la defensa inglesa no supo despejar con contundencia y Haller cogió el rechace para sacar un disparo cruzado desde dentro del área para adelantar a los germanos y enmudecer Wembley. Pero la alegría duraría poco, ya que el capitán Moore sacaría una falta lejana al corazón del área alemana y allí estaba Geoff Hurst, completamente solo, para rematar de cabeza y empatar la final tan sólo seis minutos más tarde. El partido se empezó a hacer espeso, con Beckenbauer marcando a Bobby Charlton y anulándose los dos en el centro del campo, pero los alemanes sólo sufrieron un par de ocasiones locales y parecían controlar bien el partido cuando se marcharon al descanso.

En la segunda mitad, el miedo se apoderó de los dos equipos. Nadie quería perder, pero Alemania parecía más entera y se desempeñaba mejor en este tipo de situaciones. Sin embargo, sería Inglaterra la que tocaría la Copa con la yema de los dedos. Corría el minuto 33 de la segunda mitad cuando los ingleses sacaron un córner desde la derecha del ataque, el balón, pasadísimo, le llegó a Geoff Hurst al borde del área y, tras intentar un par de recortes, decidió lanzar raso a portería. Horst-Dieter Höttgges se tiró al suelo para despejar, pero el balón salió despedido hacia atrás y Peters lo recogió del cielo en el área pequeña para enviarlo al fondo de las mallas. Era el momento soñado. Los ingleses estaban a punto de ganar su primera Copa del Mundo. Sólo tenían que resistir 12 minutos las hipotéticas envestidas alemanas.

Pero con Alemania, ya se sabe, hay partido hasta el final, hasta que el árbitro pita. Y los casi 100.000 ingleses presentes en el estadio se quedaron de piedra en el último minuto de encuentro. Beckenbauer disparó a puerta con potencia una falta lejana que rebotó en uno de los múltiples cuerpos de defensores y atacantes que se encontraban dentro del área inglesa, el balón quedó en los pies de un delantero germano que intentó entre un remate y un pase, duro, raso y cruzado, y el balón le cayó en los pies al defensa germano Weber que remachó ante Banks para anotar el empate y mandar la final a la prórroga.

El resto, es historia: los ingleses salieron mejor y dispusieron de dos ocasiones que desbarató el guardameta Tilkowoski, pero todo se precipitó a los once minutos de la prórroga cuando Geoff Hurst controló dentro del área un centro de Allan Ball, se dio la vuelta y estampó un tremendo derechazo en el larguero que botó en la línea de cal. El árbitro dio el gol por válido tras consultar con el línea y de nada sirvieron las protestas alemanas. Al final, ya con el tiempo cumplido de la segunda parte de la prórroga, Bobby Charlton le metió un balón en profundidad al héroe inglés Hurst para que anotara su tercer tanto y el cuarto de su equipo con Alemania Federal volcada al ataque. El delantero inglés se convertía en el primer jugador en marcar tres goles en una final de un Mundial (y, hasta ahora, el único en hacerlo).

Inglaterra celebró que el fútbol volvía a casa alzando la copa Jules Rimet por primera vez en la historia. Tardaría 24 años en volver a meterse en las semifinales de un Mundial (lo hizo en Italia 90, donde acabó cuarta) y otros 28 años más en repetir ese mismo resultado (volvió a ser cuarta en Rusia 2018 tras caer en las semifinales ante Croacia y en el partido por el tercer puesto ante Bélgica).

Por cierto, el árbitro del encuentro fue el suizo Gottfried Dienst, que había sido el asistente de Kreitlein en el famoso partido de Inglaterra ante Argentina. Dienst será recordado a partes iguales por alemanes e ingleses (aunque por motivos bien distintos) y quizá Alf Ramsey le debería haber regalado también una camiseta.

Porque al linier que dio el gol por válido no le hizo falta camiseta ni nada. Fue el azerbaiyano Tofiq Bahramov, considerado un héroe y un símbolo por sus compatriotas. Dirigiría un partido en la fase final del Mundial de México 70 y la ida de la final de la Copa de la UEFA 1971-72 entre el Tottenham y el Wolverhampton. En octubre de 2004, aprovechando que Azerbaiyán e Inglaterra coincidieron en el mismo grupo de clasificación para el Mundial de Alemania 2006, se le hizo un homenaje póstumo el día del partido con la asistencia del mismísimo Geoff Hurst (ganó Inglaterra cero a uno). También le pusieron su nombre al Estadio Nacional de Bakú, el más importante del país e inauguraron una estatua, la primera y creo que la única dedicada a un árbitro en el mundo. Los hinchas ingleses que se desplazaron para ver el partido peregrinaron ese día hasta su tumba para dejarle flores.

¿Se imagina alguien que el árbitro azerbaiyano le hubiera dicho al suizo que no fue gol? Mejor dejar las cosas como están…