miércoles, 8 de mayo de 2024

Los vaivenes de Míchel en el Mundial de Italia 90 (y en algunos momentos más de su carrera)

El centrocampista español José Miguel González, “Míchel”, llegaba al Mundial de Italia 90 con la vitola de ser uno de los mejores jugadores del mundo en su posición. Con la experiencia del Mundial de México 86 y la Eurocopa de 1988 a cuestas y su trayectoria en un Real Madrid que dominaba con puño de hierro la liga española, el seleccionador Luis Suárez lo convirtió en el referente de España para la Copa del Mundo que se iba a disputar en tierras trasalpinas.

El futbolista, para bien o para mal, y quizá a su pesar, no iba a dejar a nadie indiferente.

Pero empecemos por el principio…

***

José Miguel González, “Míchel”, debutó en el Real Madrid en 1982, con apenas 19 años. Fue algo casual y muy puntual, ya que su estreno se produjo en una jornada en la que los futbolistas profesionales estaban en huelga y los equipos hubieron de tirar de los filiales para disputar la jornada liguera. El caso es que debutó contra el RCD Castellón y anotó el único gol del partido que le dio la victoria al Real Madrid.

Tras ese encuentro volvió al Castilla, el filial blanco, pero no tardaría en regresar a la élite para instalarse definitivamente en el primer equipo junto a Emilio Butragueño, Manolo Sanchís, Rafael Martín Vázquez y Miguel Pardeza, los otros integrantes de la que empezó a conocerse como la Quinta del Buitre. Curiosamente, Míchel fue el que más tardó en llegar a la cúspide, ya que sus compañeros debutaron en la temporada 1983-84 con Alfredo Di Stéfano en el banquillo, mientras que él lo hizo en la 1984-85 de la mano de Amancio Amaro.

El Madrid acabó esa campaña quinto en la Liga, muy lejos del campeón, el FC Barcelona, pero ganó la Copa de la UEFA con remontadas increíbles en el Santiago Bernabéu y aprovechó para remodelar el equipo y darle la batuta definitivamente a la Quinta del Buitre, reforzada con los fichajes de Hugo Sánchez, el ariete mexicano del Atlético de Madrid; el carrilero zurdo Rafael Gordillo, precedente del Real Betis; el defensa del Sporting de Gijón Antonio Maceda y el portero sevillista Paco Buyo. Con esos mimbres el Real Madrid consiguió ganar cinco ligas seguidas y algunos de los integrantes de la Quinta empezaron a hacerse un hueco en la selección española a partir del Mundial de México 86.

En tierras aztecas Butragueño se trajo a casa la Bota de Plata por sus cinco goles, mientras que Míchel, pese a su juventud, fue uno de los pilares del equipo de Miguel Muñoz. De hecho, suyo fue el famoso disparo que rebotó en el travesaño y traspasó la línea de gol en la primera fase ante Brasil, aunque el colegiado de la contienda no lo considerara así y los ibéricos acabaran cayendo ante la Canarinha por un gol a cero.

España acabó segunda de grupo y le tocó en suerte enfrentarse a la temible y sorprendente Dinamarca, a la que dejó en la cuneta en un partido épico que sirvió para que el mundo entero descubriera la capacidad goleadora del Buitre, que marcó cuatro tantos (5-1). Pero fiel a su tradición de caerse en el momento menos esperado, el conjunto de Miguel Muñoz sucumbió en los penaltis ante Bélgica (1-1) cuando ya veía en lontananza a la Argentina de Maradona, que ya velaba armas en las semifinales tras haber superado a Inglaterra con la Mano de Dios y el Gol del Siglo.

Tras ese torneo, el siguiente reto era la fase final de la Eurocopa de 1988, celebrada en Alemania. Miguel Muñoz organizó totalmente la selección en torno a los jóvenes jugadores del Real Madrid y confeccionó un equipo con aire defensivo y muy contragolpeador para afrontar una primera fase durísima ante Dinamarca, Italia y la anfitriona, la RFA. Butragueño y Míchel tenían libertad arriba, escoltados en el centro del campo por los eternos Gallego y Víctor Muñoz y el debutante José Mari Bakero. Detrás, tres defensas y dos carrileros.

Ese sistema convirtió a Míchel en el mejor jugador español en la Eurocopa, pero sólo sirvió para eso, ya que el experimento no funcionó y España, que defendía el subcampeonato de 1984 en Francia, cayó a las primeras de cambio.

Y eso que los ibéricos derrotaron en el estreno a Dinamarca una vez más (3-2), pero perdieron ante una Italia mucho más trabajada (1-0) y se jugarían las semifinales ante Alemania Federal, una suerte de lotería funesta que acabó por no tocar. Porque dos goles de Völler sellaron el pase de los germanos (2-0), la eliminación de España y la salida de Miguel Muñoz de la selección. El testigo lo recogería Luis Suárez, que era el seleccionador de la Sub-21, campeona de Europa por primera vez en su historia bajo sus órdenes apenas dos años antes, en 1986.

En el horizonte aparecía ya el Mundial de Italia, la segunda casa del mítico Luis Suárez.

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Al nuevo técnico nadie le discutía los méritos, pero muchos lo acusaban de plegarse en exceso a los designios de unos jugadores que empezaban a ser conscientes de su estatus de estrellas y, en algunos casos, intentaban aprovecharse de ello para influir en algunas de sus decisiones. A Míchel, un jugador joven, pero con mucho carácter y temperamento, ya se le acusaba de eso en aquella época. Y dicen que cuando el río suena, agua lleva…

Porque Míchel ya había dado muestras sobradas de su fuerte personalidad. Era un tipo al que le gustaban las bromas (hacerlas él, se entiende), un futbolista consciente de su talento, de su ascendencia sobre el resto de jugadores, de su fama, de la imagen que proyectaban todos los integrantes de la Quinta sobre los aficionados del Real Madrid y sobre gran parte de los de la selección española, pero que no estaba demasiado acostumbrado a las críticas.

Y, claro, pocas hubieron cuando unos chicos madrileños formados en la escuela del club revolucionaron la manera de jugar del equipo y, además, dominaron con puño de hierro las competiciones domésticas. Pero las voces discrepantes empezaron a surgir tras la inexplicable eliminación en semifinales de la Copa de Europa ante el PSV Eindhoven en 1988.

El Real Madrid venía de tumbar al Nápoles de Maradona, al Porto de Rabah Madjer, defensor del título, y a su particular ogro, el Bayern de Múnich, y creyeron que lo más difícil ya estaba hecho. Se relajaron los blancos en la ida y el PSV sacó un empate a uno en el Bernabéu que valía su peso en oro.

Pese a ello, para el partido de vuelta los de Leo Beenhaker creían que el pase estaba en su mano. Bastaba con ganar en Eindhoven. Y se confiaron de nuevo. Y empataron a cero. Y se quedaron a las puertas de una final de la Copa de Europa que se llevó el PSV en los penaltis ante el Benfica (0-0). Fue la oportunidad de la Quinta del Buitre de haber pasado definitivamente a la historia. Pero se esfumó…

De hecho, al año siguiente, tras la retirada de los futbolistas que aportaban más carácter al juego del Real Madrid (Camacho, Santillana, Maceda…), la inconsistencia de la Quinta del Buitre volvió a quedar de manifiesto. Y sus buenos partidos ante buenos equipos no bastaron para tapar sus noches de desconexión en encuentros trascendentales. Como el 5 a 0 ante el Milan de Arrigo Sacchi en la vuelta de las semifinales de la Copa de Europa de 1989 tras un empate a uno en el Bernabéu.

La debacle tuvo lugar el 19 de abril y el Real Madrid acabó ganando la Liga, sí, pero cargó con esa cruz (y la de Eindhoven del año anterior) el tiempo que quedaba de Quinta del Buitre. Que parecía mucho, porque Míchel, Butragueño, Sanchís y Martín Vázquez tenían entonces entre 25 y 26 años y estaban entre la florinata de los futbolistas europeos. Pero el público del Bernabéu empezó a considerarlos flojos de carácter. Sin autocrítica. Sin capacidad de mando. Sin suficiente orgullo. Sin la garra necesaria. Sin espíritu ganador.

Míchel, muy descontento con las críticas, respondió a su manera. Era el 18 de junio de 1989 y en el Santiago Bernabéu se disputaba el último encuentro de una Liga que el Real Madrid tenía prácticamente ganada, pero que debía asegurar venciendo al Espanyol de Barcelona. Aunque el público, dos meses después, seguía viendo enfrente la presencia imponente de los Van Basten, Gullit, Rijkaard y compañía. Por eso silbaban cualquier fallo de equipo.

Entonces, con el Madrid a lo suyo, venciendo ya por tres a cero al filo del descanso, Míchel falló un pase fácil. Como durante casi todo el primer tiempo, parte del público le silbó. Entonces, el futbolista levantó la mano asqueado, como quien envía a paseo sin contemplaciones a su interlocutor, se giró visiblemente enfadado, se fue hacia el banquillo blasfemando y salió del campo.

Sin más…

Como cuando en un partidito entre amigos en el parque no te sale nada, se te burlan, te enfadas hasta con el apuntador y te largas. Y suerte que la pelota no es tuya, que si no te la llevas y dejas a los demás con un palmo de narices.

Así lo hizo Míchel… Porque se lo consintieron, claro… 

De hecho, el futbolista dijo dos días después que quería irse del Madrid. Entonces, el equipo y la directiva hicieron piña con él mientras la afición blanca no sabía qué pensar. Se le criticaba, sí, pero… ¿y si se iba de verdad? ¿Quién le metería los centros a Hugo Sánchez que casi siempre acababan en gol?

Al final, no se fue. Se le pasó la rabieta y siguió adelante vistiendo la camiseta blanca. Y la roja de la selección. Y ganó la última liga de la Quinta del Buitre, la quinta consecutiva, la 1989-90, justo antes de partir hacia Italia para disputar el Mundial a las órdenes de Luis Suárez como uno de los referentes de la selección española.

Esa cita iba a grabarse a fuego en el corazón de Míchel y en el de sus incondicionales.

Y también en el de sus detractores. Sobre todo en el de sus detractores...

***

Todo empezó en el estadio Friule de Udine el 13 de junio de 1990. Allí debutaban en el Mundial España y Uruguay, integrantes del grupo E junto a Bélgica y Corea del Sur, que abrieron fuego un día antes con victoria de los Diablos Rojos por dos tantos a cero. Con la presión de ese marcador, españoles y charrúas saltaron al terreno de juego presa de los nervios y con bastante más miedo a perder que ganas de ganar.

Con todo, una Garra Charrúa que contaba con Enzo Francéscoli a los mandos y con Rubén Sosa como referente ofensivo quiso un poco más. Y, de hecho, la Celeste tuvo el triunfo en las botas del delantero de la Lazio, quien dispuso de un penalti a tres minutos para el final que lanzó muy por encima del larguero de la portería defendida por Zubizarreta.

Poco más dio de sí un partido soporífero donde nadie hizo nada especial por ganar y donde los supuestos artistas españoles (Míchel, Martín Vázquez y Butragueño, sobre todo) estuvieron desaparecidos en combate. Evidentemente, el choque acabó cero a cero.

Ese debut mundialista triste, gris, sin goles y sin juego pone a España y a Míchel en el disparadero. De entrada, 16 jugadores de la selección española comparecen ante los medios tras el partido. Sólo hay preguntas para tres de ellos. Evidentemente, uno de los escogidos fue Míchel, al que acusaron de pasearse durante el encuentro. Los medios de comunicación no se anduvieron con chiquitas y se cebaron con él y con el equipo. Ahí van algunos de los titulares:

“España buscó un empate miserable”.
“Una presentación en el Mundial catastrófica, rozando el ridículo”.
“Míchel, un jubilado de oro a los 26 años” (aunque en realidad ya había cumplido los 27).
“Míchel, una basura de jugador”. Así, tal cual.

Hasta los futbolistas retirados, en su labor de comentaristas, dejaron una perla tras otra.

Jorge Valdano, a quien Bilardo dejó fuera de la cita mundialista a última hora pese a haber superado una hepatitis, dijo: “Lo peor no es jugar bien o jugar mal; lo peor es no querer jugar”.

Y Alfredo Di Stéfano, amigo personal de Suárez y el primer técnico que le dio la oportunidad al grueso de los integrantes de la Quinta del Buitre, remató: “Lo peor de todo es la cara que se nos ha quedado a todos”.

***

Pero Luis Suárez, gato viejo, aunque le acusan de ser un muñeco en manos de los jugadores de más peso de la selección, pasa de las críticas y le vuelve a dar la batuta a Míchel en el duelo ante Corea del Sur. Además, quita al delantero del Atlético de Madrid Manolo, máximo goleador español en la liga, y alinea a Julio Salinas junto a Butragueño. Como en el 86. Y tal como aseguran que le pedían los pesos pesados de la selección. Algo indemostrable, aunque dicen que cuando el río suena…

El caso es que el partido que se ha convertido en toda una final para España. Y Míchel, esta vez sí, responde en el terreno de juego en el momento más crítico. Mete tres goles, cada cual más espectacular, y los va celebrando con gestos cada vez más furiosos. Sobre todo el último.

El primero lo hizo a los 23 minutos, cuando los surcoreanos ya habían dado algún susto a Zubizarreta. Villarroya recibió un balón en el carril izquierdo y metió un centro al área. Por el vértice derecho apareció Míchel para empalarla y cruzarla al palo contrario. Uno a cero y gran suspiro para España y para Míchel, que salió en estampida agitando los brazos y mascullando unas palabras que nadie pudo descifrar, pero que no parecían demasiado agradables.

Pero, claro, no es oro todo lo que reluce. Y los surcoreanos volvieron a meter el miedo en el cuerpo de los españoles en cuanto tuvieron ocasión. Lo hizo Hwangbo Kwan, que en un libre indirecto desde el borde del área metió el balón en la escuadra de Zubizarreta. Faltaban dos minutos para el descanso y la final volvía a empezar para los muchachos de Suárez.

En la segunda mitad España salió a resolver el encuentro y tuvo un buen puñado de ocasiones, pero no había manera de perforar la portería de Choi Ing-Young. Hasta que Míchel volvió a hacer diana en un lanzamiento de falta magistral desde la parte izquierda que supera la barrera y entra por la mismísima escuadra. El centrocampista saltaba de alegría, pero lo mejor aún estaba por llegar…

A nueve minutos para el final, Míchel recoge un rechace de cabeza de Salinas en la parte derecha del interior del área surcoreana. Controla con la izquierda entre dos contrarios, a los que esquiva con un elegante movimiento, cambiándose el balón a la pierna derecha. Le sale al paso un tercer defensor y Míchel vuelve a amagar con disparar con la derecha para cambiarse la pelota a la izquierda. Con dos movimientos se queda solo ante el portero y le cruza el balón raso para hacer un auténtico golazo (3-1). Clase pura.

Y ahí sí que estalló toda su furia a duras penas contenida… Porque su celebración fue una respuesta contundente a las todas críticas del primer partido que oyó todo el estadio. “¡Me lo merezco!”, grita mientras se golpea en el pecho señalándose y corriendo como un poseso con los brazos extendidos. “¡Toma ya!”, grita otra vez totalmente fuera de sí.

Y esa España de Suárez (¿o de Míchel?), ya resarcida tras el tropiezo ante Uruguay, acaba de redimirse ante Bélgica, su verdugo en el Mundial de México 86. El míster repite alineación. Y otra vez el protagonismo de Míchel es incuestionable, ya que el centrocampista del Real Madrid transforma primero un penalti cometido sobre Julio Salinas y pone después un balón parado perfecto a la cabeza de Górriz para sellar con victoria el último encuentro de la fase de grupos y alcanzar la primera plaza.

El futbolista parece haber cambiado por fin las lanzas por flores. Las críticas por halagos. Las pullas por elogios. Pero en lontananza se atisba ya una Yugoslavia capaz de lo mejor y de lo peor en los octavos de final. Y a Míchel aún le queda por afrontar un último trance.

***

Yugoslavia, entrenada por Ivica Osim, es una mezcla de veteranía y juventud, un cóctel imprevisible entre algunos de los campeones del Mundial juvenil de 1987, entre los que se encontraban los croatas Prosinecky, Suker y Robert Jarni, otros jóvenes de entre 23 y 25 años que ya habían demostrado su calidad como Savicevic, Katanec, Pancev o Stojkovic y veteranos curtidos en mil batallas como el meta Ivkovic, los defensas Vulic y Jozik o los veteranos del PSG Safet Susovic y Zlatko Vujevic.

El caso es que los yugoslavos alcanzaron los octavos sin pena ni gloria. De hecho, cayeron estrepitosamente en su estreno ante una RFA arrolladora (4-1) y los medios de comunicación comenzaron a olvidarse de ellos y a no tenerlos en cuenta para el torneo. Sin embargo, en la final en la que se convirtió el segundo partido ante Colombia, los balcánicos vencieron con un solitario gol del defensa Jozik que les dio la tranquilidad suficiente para cerrar la primera fase sin sobresaltos ante Emiratos. En ese último encuentro Yugoslavia se impuso con rotundidad por cuatro goles a uno y, además, se estrenaron Pancev (que hizo dos goles) y la emergente estrella Prosinecky, que cerró el marcador ya con el tiempo cumplido.

El encuentro entre ibéricos y balcánicos parecía un duelo bastante igualado a priori, quizá con un punto de favoritismo para los de Luis Suárez, que contaban con futbolistas más mediáticos que los jóvenes talentos yugoslavos, casi todos jugando en el Estrella Roja o el Partizán y menos conocidos por los aficionados europeos.

26 de junio de 1990. El estadio Marcantonio Bentegodi de Verona presenta un aspecto sensacional pese a que el encuentro entre España y Yugoslavia se disputa a las cinco de la tarde bajo un sol de justicia.

La puesta en escena de España es casi perfecta. Es el mejor partido de los de Suárez en lo que va de Mundial. Los de rojo mueven mejor la pelota y llegan con más frecuencia a la portería defendida por Ivkovic, sobre todo por la insistencia de un Martín Vázquez que parece desatado. Pero el Buitre no anda fino en el remate y cada llegada de los yugoslavos, aunque muy puntual, genera mucho peligro.

En la segunda mitad la decoración no cambia. Martín Vázquez dispara fuera por poco desde la frontal. Otra vez Martín Vázquez se marca un jugadón partiendo desde la izquierda y driblando a todos los balcánicos que se le ponen por delante, pero decide jugársela él solo y manda su remate fuera. Górriz mete la cabeza en un balón parado que se encuentra Ivkovic en la misma línea de gol. El Buitre remata solo en el área un centro desde la derecha. Mete la cabeza con elegancia y el balón describe una parábola preciosa que acaba en el palo de la portería balcánica. Se masca el gol de España… y llega el de Yugoslavia.

Un centro de Vujokic desde la izquierda del ataque yugoslavo lo prolonga Katanec de cabeza dentro del área. El balón que vuela lo ve el mago Stojkovic, que amaga con disparar en las narices de un defensor que se arrastra por el césped intentando repeler el remate la pelota. Pero el mago no chuta. Controla la pelota con la diestra, la aparta de la trayectoria del defensa y después, con toda la tranquilidad del mundo, bate a Zubizarreta. Cero a uno. Golazo antológico. Y faltan sólo doce minutos para el final.

Por suerte para Míchel y compañía, cinco minutos después el oportunismo de Julio Salinas arregla el entuerto. En una jugada medio embarullada, Martín Vázquez suelta un mal disparo cruzado desde el interior del área. El balón se pasea por el área pequeña de los balcánicos y en el segundo palo aparece Salinas yendo al suelo para meter la pierna en posición poco ortodoxa. El gol es feo, como casi todos los suyos, pero vale igual. Uno a uno y a la prórroga.

Empieza la prórroga. España parece fundida. 
Los penaltis planean en el horizonte. 
Pero todo cambia a los dos minutos.

Falta en la frontal a favor de Yugoslavia. Zubizarreta coloca una barrera de cinco hombres.

Stojkovic planta la pelota y toma carrera antes de golpear a la pelota con la pierna derecha. Le ha metido una buena rosca de fuera a dentro, buscando superar la barrera por el exterior, justo por la posición que ocupa Míchel.

Los integrantes de la barrera se mantienen quietos. De puntillas. Expectantes.

¿Todos? No, todos menos uno.

Porque Míchel se gira y se agacha levemente. Inconscientemente. Sólo es una fracción de segundo. Pero es justo el peor momento.

Y por ahí, por el hueco que deja la cabeza de Míchel, pasa el obús de Stojkovic, que mete un golazo y clasifica a Yugoslavia para los cuartos de final del Mundial.

Míchel, que seguro que no quería, vuelve a ilustrar las portadas de los diarios deportivos.

***

Y el seleccionador, cuestionadísimo, de momento se queda. Aunque por poco tiempo. Porque Suárez, que tenía firmado un contrato de dos años que le permitiría sentarse en el banquillo en las Olimpíadas de Barcelona 92, cae en abril de 1991, cuando el presidente de la Federación Española, Ángel María Villar, ve complicadísima la clasificación para la Eurocopa de Suecia de 1992 tras varios traspiés.

Llega Vicente Miera, entrenador de la sub 21, en una apuesta continuista, ya que sigue confiando en una Quinta del Buitre a la que no le alcanza para darle la vuelta a la situación y clasificarse para la Eurocopa. Miera, no obstante, se sienta en el banquillo de la selección olímpica y conquista el oro con una gran generación de futbolistas dispuesta a suceder a la Quinta en la selección absoluta.

Y lo hacen, aunque tendrían que esperar a la llegada de Javier Clemente al banquillo de España. Que ese sí que llegó para hacer una buena limpia. Y, claro, una de sus primeras decisiones fue prescindir primero del Buitre y después de Míchel y de lo quedaba de Quinta camino del Mundial de Estados Unidos 1994. Pero eso será más adelante.

***

De momento, tras el Mundial de Italia, y pese a las críticas, Míchel seguía siendo mucho Míchel. Pese a que su equipo cedió el cetro liguero al FC Barcelona de Johan Cruyff tras cinco temporadas consecutivas de dominio. Cedió el cetro y también el fútbol, que se lo quedaron los blaugranas para empezar a escribir unas cuantas páginas de una época dorada. Aún así, la Quinta del Buitre seguía siendo un rival de cuidado y, ya sin Martín Vázquez en el equipo, Míchel era su embajador más fiable.

De hecho, en el inicio de la temporada 1991-92, la imagen de Míchel daría la vuelta al mundo. En un lance aparentemente intrascendente del encuentro de la segunda jornada de liga entre el Real Madrid y el Valladolid, el futbolista blanco se emparejó con el Pibe Valderrama en un saque de esquina. Ni corto ni perezoso, y sin mediar palabra, Míchel se plantó delante del colombiano y le toqueteó los genitales un par de veces ante la incredulidad del debutante en la Liga, que no sabía qué estaba pasando.

Entonces no había ni la mitad de la mitad de la mitad de cámaras de televisión que hay ahora en un partido de fútbol, pero algunas había. Y por la noche, en el programa deportivo Estudio Estadio, de Televisión Española, alguien cayó en la cuenta de lo que había pasado en el terreno de juego y reprodujeron las imágenes. Y claro, la tocadita de Míchel a Valderrama dio la vuelta al mundo rápidamente.

Si Míchel no había pasado inadvertido casi nunca, a partir del tocamiento ya no hubo piedad. En todos los campos de España entonaban al unísono un cántico que hoy sería motivo de cierre de estadio, pero que entonces se cantaba sin remilgos: “Maricón, maricó-ó-ón. Míchel, Míchel, Míchel maricón”. Así, todo seguido. En cada estadio. En todas y cada una de las jornadas que el Madrid jugaba fuera. Hasta su retirada del fútbol y más allá, la dichosa tonadilla persiguió a Míchel allá por donde fuera.

En Tenerife, por ejemplo, donde el Real Madrid se dejó dos ligas seguidas cayendo en el último partido ante el mismo rival para entregárselas a su eterno rival, el FC Barcelona, que ganó cuatro torneos seguidos en pleno declive de una Quinta sin recambio cuyos integrantes, aunque no lo pareciera, cedieron esos cuatro títulos en toda su plenitud futbolística, entre los 27 y los 31 años.

Pero fue todo el cóctel íntegro el que destruyó definitivamente a los futbolistas de la Quinta. Butragueño salió del club rimbo al Atlético Celaya mexicano en el verano de 1995, cuando el Real Madrid había vuelto a ganar la Liga tras cuatro años de sequía, pero sin apenas protagonismo de la Quinta. Había llegado Zamorano. Había llegado Laudrup. Había aterrizado Quique Sánchez Flores. Había irrumpido con todo Emilio Amavisca. Y había debutado un joven delantero llamado Raúl González. Así que Míchel decidió irse a México con Butragueño un año más tarde para acabar retirándose a la conclusión de la temporada 1996-97. Tenía 34 años.

***

Allí en Celaya nadie le había cantado la cancioncita de marras, pero en España no se acaba de olvidar el episodio. Por eso, ya en el año 2001, el recordado Loco de la Colina le hizo una entrevista a Míchel en su programa “Vagamundo” de Canal Sur y no dudó en preguntarle sobre el tocamiento y sus consecuencias. Concretamente, le preguntó si su mujer había visto la escena. El exfutbolista le respondió que sí y el periodista quiso saber un poco más.

—¿Y qué te dijo?— que le pregunta el Loco de la Colina con toda la intención.
—Se sintió celosa— con ojitos de bueno y mirando a cámara que contestó Míchel.

Y se rieron los dos a carcajada limpia. Pero Míchel tenía ganas de marcha, y siguió.

—Se sintió celosa porque adivinó en mi cara y en mi gesto algo más que una simple broma— con la sonrisa intacta que lo dijo.

Y a seguir. ¡Balón fuera que salimos!

Pero el que también se lo tomó con mucho humor fue Carlos Valderrama, que no dudó en protagonizar un anuncio de la revista Líbero para prevenir el cáncer testicular en el año 2017. ¡En el 2017! Veintiséis años después de los hechos.

En el vídeo aparecía el Pibe y, sobre la imagen de Míchel tocándole los genitales, hablaba: “No sentí dolor, pero un poco me emputé… Si hubiera sentido dolor tendría que haber consultado al médico. Así se detecta un cáncer testicular. Por eso amigo quería darte las gracias por haberme tocado los huevos en tres simples pasos para detectar el cáncer testicular”.

Y a seguir también.

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Pese a todo, con Míchel ya ejerciendo primero de comentarista y luego de entrenador, en algunos campos aún le seguían recordando el momento con la “alegre” tonadilla. Como muestra, un botón. Corría el año 2017 cuando Míchel visitó el Camp Nou dirigiendo el Málaga y le pidió al árbitro González Fuertes, medio en broma, que parara el partido porque le estaban llamando maricón. ¡Aún le cantaban la cancioncita en 2017!

Aunque en ese momento, como los tiempos siempre cambian, para bien o para mal, y avanzan y fluyen, Míchel ya había pasado de ser carne de canto de mal gusto a carne de meme.

Porque al exfutbolista, que le fue bastante bien de entrenador en algunos clubes, sobre todo en el Getafe y en el Olympiakos griego, se le giró la tortilla en algunos otros (Sevilla u Olympique de Marsella) y, como cualquier técnico, acabó saliendo de algunos de ellos por la puerta de atrás.

Y en algún momento puntual de su larga trayectoria en los banquillos surgió el meme… Aunque datarlo es complicado. De hecho, nadie sabe exactamente cómo, quién, ni en qué momento se inventó una frasecita simple y efectiva, “¡Suena Míchel!”, y se colocó bajo la imagen del jugador para crear uno de los memes más famosos del mundo.

Al principio la dejaban caer (la frasecita, se entiende) en foros de prensa deportiva especializada algunos aficionados cada vez que un equipo grande echaba a un técnico. No se sabe si en broma o en serio. Quizá empezó en serio, con algún periodista con ganas de medrar recomendando a Míchel para el banquillo de un equipo grande. Pero pronto quedó claro que era más bien en plan de broma. Sobre todo cuando pasó a leerse en todo tipo de foros que nada tenían que ver con el fútbol y, a veces, ni siquiera con el deporte.

Que dimite el presidente de un país remoto… “¡Suena Míchel!”.
Que destituyen a un alto cargo a acusado de corrupción… “¡Suena Míchel!”.
Que REM anuncia su separación definitiva… “¡Suena Míchel!”.
Que Benedicto XVI renuncia al Papado… “¡Suena Míchel!”.
Qua a Juan Carlos I le da por abdicar… “¡Suena Míchel!”.
Que se suspende un concierto de cualquier artista importante… “¡Suena Míchel!”.
Que se jubila el director de la Filarmónica de Berlín… “¡Suena Míchel!”.
Que se separan Brad Pitt y Angelina Jolie… “¡Suena Míchel!”.
Que se incendia Notre Dame y alguien tiene que restaurarla… “¡Suena Míchel!”.

Y claro, al parecer, Míchel acabó un poco hartito de que le tocaran tanto los... Aunque dicen que quien a hierro mata, a hierro muere. Y, si los hechos no engañan, fue él el primero en tocárselos a otro delante de todo el mundo, pese no medir del todo bien las consecuencias. O, al menos, eso dicen… que cuando el río suena, agua lleva.

De hecho, cuenta la leyenda que si te paras a escuchar atentamente el sonido del agua resbalando por el lecho pedregoso de un río con la decidida actitud taoísta de convertirte en agua (¡Be Water, my Friend!) quizá aciertes a discernir (aunque sea a modo de psicofonía o de murmullo balbuceante) cómo se oye claramente un demoledor “¡Suena Míchel!” que puede echar por tierra todas tus expectativas (de convertirte en agua, se entiende).

¿O no?

jueves, 4 de abril de 2024

La leyenda negra de Michael Ballack, una estrella con fama de gafe

En el año 2002, el centrocampista alemán Michael Ballack, Micha para los amigos, tenía 25 años y ya hacía tiempo que lo apodaban “el joven Káiser”, un epíteto que nunca le acabó de hacer justicia pese a su tremendo talento. Quizá fuera porque el Káiser original fue un tal Franz Beckenbauer y su sucesor Lothar Matthaüs. Palabras mayores.

A Ballack, que fue un magnífico futbolista, le faltó una gran actuación personal en un partido decisivo para postularse al título de Káiser del fútbol alemán. Le sobraron unos cuantos problemas musculares y un buen puñado de lesiones. Le faltó un título internacional de prestigio. Le sobró una pizca de ansiedad en los momentos decisivos. Le faltó un poco de carisma. Le sobró, quizá, un poco de ego y arrogancia. Le faltó un poco más de compromiso.

Y le sobraron, desde luego, toneladas y toneladas de mala suerte.

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Micha nació en septiembre de 1976 en la ciudad más oriental de Alemania, Görlitz, junto al río Neisse, un afluente del Oder, frontera natural de Alemania y Polonia, en aquel momento perteneciente a la República Democrática Alemana. A los siete años, sus padres, viendo que destacaba en el equipo de fútbol del colegio, lo inscribieron en el Chemnitzer FC y pronto empezó a destacar.

Su habilidad con la pelota, que manejaba con ambas piernas, su poderío físico y su tremenda llegada lo convirtieron en uno de los futbolistas más prometedores de toda Sajonia. Por eso, en 1995, a punto de cumplir los 19 años y recién salido del equipo juvenil, firmó su primer contrato profesional con el equipo de Chemnitz, que militaba entonces en la segunda división alemana.

Pese a la irrupción de Micha, el Chemnitzer FC acabó descendiendo esa temporada a la Regionalliga (la tercera división) y el joven centrocampista empezó la siguiente temporada convirtiéndose en una pieza indispensable del equipo en una categoría que se le quedaba muy pequeña. De hecho, el centrocampista se salió, aunque sus grandes actuaciones no bastaron para conseguir el ascenso de su equipo. Pero dio igual…

Porque el Kaiserslautern, que acababa de ascender esa temporada a la Bundesliga tras un breve paso por el infierno de la Bundesliga 2, se lanzó a por su fichaje y el míster Otto Rehhagel le hizo debutar en la máxima categoría del fútbol teutón en la séptima jornada de la temporada 1997-98. En apenas dos campañas, Michael Ballack había pasado de la tercera división alemana a codearse con las rutilantes figuras de la Bundesliga defendiendo la camiseta de los Diablos Rojos. Acababa de nacer una estrella del fútbol alemán.

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Y es que Ballack cayó de pie en un Kaiserslautern recién ascendido que sorprendió a todo el mundo y se proclamó campeón de liga por delante del todopoderoso Bayern de Múnich, con “el joven Káiser” como una de las irrupciones más imponentes del campeonato. A sus 21 años y en su debut en la máxima categoría del fútbol alemán, Micha conquistaba su primera liga. Un auténtico hito para un jugador que empezó a ser objeto de deseo de todos los grandes de Alemania.

De hecho, Ballack sólo duró una temporada más con los Diablos Rojos. Cinco millones de marcos tuvieron la culpa. Porque en el verano de 1999, el Bayer Leverkusen lo contrató para discutirle al Bayern de Múnich la hegemonía en Alemania. Y, de nuevo, Micha llegó para besar el santo. El equipo se mantuvo líder durante gran parte del campeonato y afrontó la última jornada por delante del gigante bávaro. Los de Leverkusen sólo tenían que conseguir un punto frente al Unterhaching para proclamarse campeones de liga por primera vez en su historia. Pero ahí comenzó el gafe de Ballack y la desgracia del Bayer Leverkusen.

El Unterhaching transitaba a media tabla y no se jugaba nada más que el prestigio en ese partido crucial, pero los nervios atenazaron a los jugadores del Leverkusen, que acabaron cayendo por dos goles a cero con un tanto en propia puerta del mismísimo Ballack. Los bávaros no desaprovecharon el regalo y vencieron por 3 a 1 al Werder Bremen para conquistar la Bundesliga.

Era el principio del “Neverkusen” y de la leyenda negra de Michael Ballack.

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De todos modos, y pese a perder el título de liga en la última jornada, el prometedor futbolista tuvo la oportunidad de debutar con la Mannschaft en un torneo importante. El seleccionador Erick Ribber le convocó para la Eurocopa de 2000, que se disputaría en Bélgica y Países Bajos, donde estrenó el número 13 en su espalda.

“El joven Káiser” debutó en el torneo en la segunda parte del segundo partido, el que enfrentaba a Alemania ante Inglaterra y que acabó con derrota de la Mannschaft por un gol a cero. En el choque decisivo ante Portugal, Ballack fue titular, pero el seleccionador lo cambió al descanso. Ya tenía una tarjeta amarilla y el equipo perdía 1 a 0 un encuentro que debía ganar para seguir adelante en el torneo. Alemania acabó cayendo por 3 a 0 y se despidió de la Eurocopa a las primeras de cambio. Sin embargo, ese día la Mannschaft encontró al futbolista que en un futuro no muy lejano iba a ser su capitán.

La temporada 2000-01 el Bayer Leverkusen de no estuvo en disposición de luchar por la Bundesliga, aunque las grandes actuaciones del Káiser sirvieron para que el equipo acabara obteniendo una plaza para la disputa de la Liga de Campeones la siguiente temporada: la 2001-2002. La campaña maldita para el Bayer Leverkusen de Klaus Toppmöller y, por supuesto, para Michael Ballack.

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Esa infausta temporada, Michael Ballack, jugando de medio, hizo la friolera de 23 goles. Fue nombrado mejor jugador de Alemania. Llevó en volandas a su equipo a la final de la Liga de Campeones, donde fue premiado como mejor centrocampista de la competición. También se metió en la final de la Copa de Alemania. Y a falta de tres jornadas para la conclusión de la Bundesliga, un Bayer Leverkusen histórico le sacaba cinco puntos al segundo clasificado, el Borussia Dortmund. Pero justo en ese instante, todo se torció para el equipo renano y para Michael Ballack.

El 20 de abril de 2002, el Leverkusen caía 1 a 2 en casa ante el Werder Bremen, mientras que el Borussia vencía al Colonia en Dortmund (2-1) para mantener vivo un sueño casi imposible. Quedaban dos jornadas de liga y los de Toppmöller mantenían dos puntos de ventaja sobre las abejas amarillas. La pesadilla sólo acababa de empezar.

A la semana siguiente, el Bayer Leverkusen volvía a perder. Esta vez en terreno del Núremberg, que se estaba jugando el descenso (1-0). El Dortmund no desaprovechó el regalo y venció a domicilio al Hamburgo (3-4) para pasar a liderar la Bundesliga a falta de una sola jornada. El giro copernicano se había producido. El desastre estaba casi consumado.

Porque en la última jornada, disputada el 4 de mayo de 2002, Micha anotó los dos goles con los que el Leverkusen derrotó en su estadio al Hertha de Berlín (2-1), pero vio impotente cómo el Dortmund también derrotaba al Werder Bremen para levantar una Bundesliga que parecía imposible apenas dos jornadas atrás.

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Pero Ballack no tuvo tiempo de ahogar sus penas, porque una semana más tarde se disputaba la final de la Copa de Alemania. El Leverkusen se enfrentaba al gran rival del Borussia de Dortmund, el otro equipo de la cuenca del Ruhr, el Schalke 04. Y todo lo que podía salir mal… volvió a salir mal.

Berbatov adelantó a los de Toppmöller a los 27 minutos de partido tras un jugadón de Lucio, pero Böhme empató con un magistral lanzamiento de falta para el Schalke cuando el colegiado estaba a punto de enviar a los contendientes a los vestuarios. A la vuelta, todo se desmoronó en apenas tres minutos, los que van del 68 al 71. Los que van del tanto a la contra de Agali al saque de centro, el robo, el contragolpe y el disparo de Möller para poner 3 a 1 por delante a los mineros. Aún anotaría Ebbe Sand el cuarto a cinco minutos para el final, mientras que Ulf Kirsten maquillaba el resultado con el segundo del Leverkusen (4-2). Michael Ballack y sus compañeros acababan de ver cómo se esfumaba el segundo título en apenas siete días.

Pero dicen que no hay dos sin tres… Y, efectivamente, así fue.

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Porque sin apenas posibilidad de digerir los dos malos tragos seguidos, al Bayer Leverkusen aún le quedaba una última oportunidad de levantar un título. Habían perdido dos en siete días, pero el que quedaba podía compensarlo todo, porque el 15 de mayo de 2002, se enfrentaba al Real Madrid en el Hampden Park de Glasglow en la primera final de la Copa de Europa de su historia. Pero… La suerte volvió a serles esquiva a Ballack y compañía.

Pese a que los germanos dominaron durante gran parte del encuentro y contrarrestaron enseguida el gol tempranero de Raúl con otro de Lucio, no pudieron levantar la Orejona. Zidane se inventó una volea imposible al filo del descanso para poner el dos a uno en el marcador. El Bayer arrinconó al Madrid y dispuso de ocasiones clarísimas para empatar el choque, sobre todo en el último cuarto de hora, cuando una lesión del portero César trajo a escena a un imberbe Casillas que sacó balones imposibles para dejar a Ballack y al Leverkusen de Toppmöller en blanco en una temporada que iba camino de convertirse en histórica.

Y sí. Histórica fue. Porque a la historia pasó la volea de Zidane como uno de los mejores goles de la Liga de Campeones. Y a la historia pasó también la leyenda negra del gafe de Michael Ballack. Y también el nombre con el que rebautizaron al Leverkusen los aficionados de los equipos rivales tras perder los tres títulos a los que optaba: el “Neverkusen”.

Pese a todo, “el Joven Káiser” había despertado el interés de los grandes clubes europeos y Manchester United y Real Madrid quisieron hacerse con sus servicios. Sin embargo, Ballack no quería salir de Alemania y escogió el Bayern de Múnich, que pagó 7 millones de euros al Leverkusen por la nueva estrella alemana. Lo hizo justo antes de que partiera con la Mannschaft al Mundial de 2002, disputado en Corea del Sur y Japón. Allí, aún añadiría Ballack un capítulo más a la leyenda de su mal fario.

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A la Copa del Mundo de 2002 llegó el rutilante nuevo fichaje del Bayern con la mochila cargada de decepciones y con el físico justito. Pese a ello, aún le quedaba un poco de espacio para la ilusión. Pese a que los medios de comunicación no dejaran de pregonar a los cuatro vientos que era un jugador incapaz de echarse al equipo a la espalda cuando más lo necesitaba y que se arredraba en los momentos decisivos. Ballack respondía diciendo que él no era el líder de la selección. Que el líder llevaba el brazalete, defendía la portería y se llamaba Oliver Kahn.

El caso es que pocos contaban con la Mannschaft entre sus favoritos a levantar la Copa del Mundo, pero los de Rudi Völler volvieron a demostrar que la fiabilidad alemana está fuera de toda duda y asentados en las paradas de Kahn y los goles de Klose se plantaron sin brillo, pero con solvencia, en los octavos de final. Allí noquearon a la correosa Paraguay con un solitario tanto de Oliver Neuville. Y a otra cosa.

En los cuartos de final, Alemania se vio las caras con una sorprendente selección de Estados Unidos que se había ventilado a Portugal en la fase de grupos (con la connivencia de los arbitrajes a favor de los surcoreanos) y a México en octavos de final. El partido lo resolvió Ballack con un testarazo imponente en la recta final de la primera parte (1-0). Y a otra cosa.

Y esa otra cosa eran las semifinales de una Copa del Mundo ante Corea del Sur. Poca cosa para una potencia como Alemania, pero cuidado, que los anfitriones venían de noquear a Portugal en la primera fase, a Italia en octavos y a España en cuartos. Todos los encuentros sospechosos de un arbitraje que rayó lo vergonzoso. Así que la renacida Alemania tendría que tener cuidado y no menospreciar a Corea ni a su entorno ni al escenario.

Los coreanos, espoleados por todo el estadio, metieron el miedo en el cuerpo a los alemanes en la primera mitad, con un remate peligrosísimo de Chun Soo Lee al que Kahn respondió con todos sus reflejos. De hecho, cada balón robado por los de Hiddink se convertía en una contra velocísima que acababa inevitablemente con centro o disparo sobre la meta teutona. Hasta que Alemania empezó a desperezarse, a quitarse los nervios y a controlar el partido embotellando a Corea en su área.

Hasta que pasó lo que tenía que pasar. Una pérdida de balón alemana en tres cuartos de campo desembocó en una carrera desenfrenada de Chun Soo Lee en busca de la frontal y del disparo. Ramellow salió a hacerle falta, pero no pudo cazarlo, y Ballack vino desde atrás para ir al suelo y frenar en falta la internada del coreano. Falta peligrosa y tarjeta amarilla para el 13 germano. Si Alemania ganaba el partido, Michael Ballack no jugaría la final del Mundial.

"El joven Káiser" lo supo al instante. Pero su rostro no dejaba traslucir sus sentimientos. ¿Estaba jodido por esa hipotética final que no podría jugar? ¿O acaso se acababa de liberar de un peso absoluto? Nunca lo sabremos…

Lo que sí sabemos es que a falta de un cuarto de hora para el final Oliver Neuville se internó por la derecha del ataque alemán, metió un pase raso al corazón del área y apareció Ballack para rematar a quemarropa. El portero surcoreano sacó el primer remate del 13, pero el balón le volvió a caer a los pies y ahí ya no perdonó con su zurda. Ballack no jugaría la final, pero se la había regalado a los suyos.

Después, ya sabéis, la perderían ante Brasil con Ronaldo como estilete. Para completar el póquer de finales perdidas por Michael Ballack en una misma temporada. Aunque ésta no pudiera ni siquiera disputarla.

***

A su regreso a Alemania, Micha se dispuso a olvidar su año aciago llenando el zurrón de títulos con el Bayern de Múnich. En el club bávaro jugó las siguientes cuatro campañas y conquistó tres Bundesligas y tres Copas de Alemania, aunque en Europa no pudo traducir esa superioridad que sí tenía en suelo germano.

Y, claro, la afición culpó a Ballack de ese “fracaso”. Decían de él que no rendía en Europa. Que se borraba en los partidos importantes. Que se arrugaba en los momentos decisivos. Y el jugador acabó a la gresca con el club para marcharse libre al Chelsea en el verano de 2006 en busca de los títulos europeos que no había podido ganar en el Bayern.

Pero antes disputó con su selección, a las órdenes de Jürgen Klinsmann, su segundo Mundial. Volvió a lucir el número 13 y, además, a sus 29 años, cumplió su sueño de portar el brazalete de capitán. La Mannschaft hizo un gran torneo con una selección joven y ambiciosa liderada por Ballack, pero volvió a quedarse a las puertas de la gloria. Italia, su auténtica bestia negra, los eliminó en semifinales en uno de los encuentros más vibrantes y espectaculares de la Copa del Mundo que se resolvió en el último instante de la prórroga con dos preciosos tantos italianos (0-2). Una Italia que acabaría levantando la Copa del Mundo tras vencer en la tanda de penaltis a la Francia de Zidane, quien perdió la cabeza en el momento menos oportuno.

A Ballack esa derrota se le quedó grabada para siempre. Tanto, que en 2017, cuando Italia, sorprendentemente, se quedó fuera del Mundial de Rusia tras caer derrotada ante Suecia, fue de los primeros en burlarse irónicamente en redes sociales. El dolor, que a veces aparece cuando ya creías haberte curado…

***

El caso es que tras el Mundial de Alemania, Micha se mudó a Londres y se enfundó la camiseta del Chelsea. Pero al poco de empezar la temporada 2006-07 se lesionó de gravedad en un partido ante el Newcastle y se pasó seis meses lejos de los terrenos de juego.

No le dio tiempo a disputar la final de la FA Cup que su equipo le ganó al Manchester United, aunque le computa como título. Tampoco jugó la final de Community Shield en agosto de 2007, que volvió a enfrentar a los londinenses con el United y, a modo de preludio, cayó del lado de los Diablos Rojos en los penaltis tras empatar sin goles.

Pese a todo, Ballack se recuperó muy bien de la grave lesión de la campaña anterior y empezó a entrar en el equipo a base de grandes actuaciones. Incluso superó el teutón la marcha de su gran valedor, Xose Mourinho, que salió del equipo a finales de septiembre de 2007 a causa de los malos resultados en ese inicio de liga.

Entonces, a los mandos de Avram Grant desde el banquillo y a los de un recuperado Michael Ballack en el centro del campo, los Blues se rehicieron y pelearon la liga inglesa hasta el final. De hecho, hicieron lo más difícil: recortar la diferencia perdida con el United derrotándolo en Stamford Brigde por dos a uno. ¿Con goles de quién? Exacto, con dos goles de Michael Ballack.

Quedaban sólo dos jornadas de liga y los dos colosos estaban empatados a puntos, aunque la diferencia de goles daba ventaja al United. No hizo falta recurrir a ella, porque los de Ferguson vencieron sin problemas al West Ham (4-1) y al Wigam (2-0), mientras que los de Avram Grant vencieron en Newcastle (0-2), pero no pudieron pasar el empate ante el Bolton en la última jornada (1-1).

Los londinenses sabían que debían esperar un error de sus rivales que no llegó y reservaron fuerzas para la prueba decisiva de la temporada. Porque el Chelsea se hizo fuerte también en Europa y, por fin, tras seis años de espera, Michael Ballack volvía a alcanzar la final de la Liga de Campeones. Una nueva oportunidad para quitarse la espina de 2002. Enfrente, el gran rival de toda la temporada: otra vez el Manchester United.

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En Moscú se vieron las caras el campeón y el subcampeón de la Premier League para dilucidar quién mandaría, además, en el Viejo Continente. Los de Ferguson contra los de Grant. Van de Sar contra Petr Cech. Evra, Vidic y Ferdinand contra Carvalho, John Terry y Ashley Cole. Scholes contra Lampard. Tévez y Rooney contra Malouda y Drogba. Cristiano Ronaldo contra Michael Ballack. Un duelo por todo lo alto. Manchester United contra Chelsea.

Los de Ferguson golpearon primero cuando un joven Cristiano Ronaldo se elevó en el segundo palo para rematar de cabeza y batir a Petr Cech a los 26 minutos. Y en pleno desconcierto Blue, los Diablos Rojos pudieron sentenciar con dos claras ocasiones que desbarató Cech, el único que mantenía en ese momento con vida al Chelsea. Pero entonces apareció Lampard para recoger un rechace en la frontal del área y, casi por sorpresa, batir a Van der Sar. Era el minuto 45 de la primera mitad. El Chelsea acaba de achicar muchísima agua.

En la segunda parte los de Avram Grant le dieron la vuelta a la tortilla y estuvieron muy cerca del título con una ocasión de Essien que desbarató Van der Sar y un disparo de Drogba que se estrelló en el palo. Pero el destino parecía escrito: habría prórroga.

Entonces se abrió el cielo sobre Moscú y comenzó el diluvio. Lampard volvió a tener una ocasión inmejorable que valía una “Orejona”, pero su remate desde dentro del área se estrelló en el larguero. Contestó el United con una llegada por banda de Evra que remató Giggs casi a puerta vacía y que sacó John Terry con la cabeza cuando los Diablos Rojos estaban a punto de celebrar el gol. El broche fue un pique entre Drogba y Vidic que acabó con un manotazo en la cara del serbio y con el costamarfileño camino de los vestuarios antes de tiempo. El máximo goleador del Chelsea no participaría en la tanda de penaltis decisiva.

Sí lo hicieron Tévez y Ballack y Carrick y Belletti, que anotaron los dos primeros lanzamientos de cada equipo. Llegó el turno de Cristiano Ronaldo, que se hizo un lío y vio cómo Cech le adivinó el lanzamiento y lo paró. Lampard puso por delante al Chelsea. Hargreaves mantuvo vivas las esperanzas del United, pero Cole volvió a adelantar a los londinenses. Sólo quedaban dos lanzamientos, uno para cada equipo. Nani anotó el suyo para empatar y dejar la resolución de la final en las botas del gran capitán: John Terry. El central resbaló pero, pese a todo, el lanzamiento engañó a Van der Sar, aunque el balón golpeó en el palo y se marchó fuera. La muerte súbita había llegado cuando nadie la esperaba ya.

Y la suerte volvió a darle la espalda a Michael Ballack. Y al Chelsea, claro. Anderson y Kalou marcaron sus penaltis. Y Giggs también anotó el suyo. Le tocó el turno a Anelka… y Van der Sar lo paró. 6 a 5 para el Manchester United.

El partido siempre será recordado por el resbalón de Terry. Pero también por la segunda final de Liga de Campeones que Michael Ballack disputó y perdió. Un capítulo más en la leyenda negra del gafe de Ballack en los momentos decisivos. Aunque él anotó su penalti, pero… cría fama y échate dormir.

Sobre todo porque en 2012 el Chelsea, ya sin Micha en el equipo, se volvió a plantar en la final de la Liga de Campeones. Enfrente, el Bayern de Múnich. El partido acabó en empate a uno. Y en los penaltis… Efectivamente. ¡Ganó el Chelsea!

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Pero, como en el fatídico 2002, la temporada aún no había acabado para Michael Ballack, que se enfundó el trece de la Mannschaft y el brazalete de capitán para liderar una renovada selección dirigida desde el banquillo por Joachim Löw con la intención de levantar la Eurocopa de Austria y Suiza de 2008.

El joven Káiser, ya no tan joven a sus 32 años, fue decisivo anotando de un tremendo libre directo el único gol del encuentro ante Austria (1-0) que daba la victoria y la clasificación a Alemania para los cuartos de final tras haber derrotado a Polonia en el primer envite (2-0) y haber caído contra pronóstico ante Croacia en el segundo (1-2).

Al acabar segunda de su grupo, a la Mannschaft le tocó en suerte el ogro Portugal, con Cristiano como señera, Ballack y los suyos estaban de dulce. Schweinsteiger y Klose adelantaron a los teutones y Nuno Gomes recortó distancias al filo del descanso. En la segunda parte, Micha metió la cabeza tras un saque de falta de Schweinsteiger para batir a Ricardo y dejar el partido sentenciado. El gol postrero de Postiga no impidió que Alemania pasara a las semifinales (3-2) y se midiera a la sorprendente Turquía, que vendió carísima su derrota y cayó con un gol de Lahm cuando ambas selecciones esperaban ya la prórroga (3-2).

El 29 de junio de 2008, en el Ernst Happel de Viena, Alemania y España disputarían una final inédita en la historia de la Eurocopa. Michael Ballack se presentaba en su segunda finalísima de la temporada capitaneando a los teutones. Era la última oportunidad de demostrar al mundo que era capaz de vencer en la final de un gran torneo, aunque su presencia estuvo en el aire hasta el final por unas molestias en el gemelo.

Mientras, los españoles oían las consignas de un Luis Aragonés más metido a psicólogo que a entrenador a esas alturas del torneo. El Sabio de Hortaleza les decía a los suyos: “De ellos se ha lesionado Wallace seguramente, pero… peor, el que salga correrá más”. Los futbolistas se miraban entre ellos, sin osar decirle al míster que ningún Wallace jugaba con Alemania. Xavi, atónito, le comenta a un compañero, “¿Quién se ha lesionado?”. Y Capdevila, riéndose, le responde, “William Wallace”. Siguen riéndose y un tercero aclara la duda: “¡Ballack!”. Puyol, por si acaso, repregunta “¿Wallace o Ballack?”, mientras todos se partían de la risa. Y por ahí escapó un poco la tensión de los días previos.

Ya sobre el césped, Fernando Torres anotó el gol de la victoria española y Wallace se pasó gran parte del partido protestando y fue incapaz de liderar a su selección en busca de un empate que nunca llegó. Al final, ganó España (1-0). Perdió Alemania. Y Ballack volvió a caer derrotado en una gran final. Una más…

***

Esa Eurocopa fue, además, la última gran cita de Michael Ballack con la selección alemana. El capitán criticó en los medios de comunicación la forma en la que Joachim Löw llevaba los asuntos de la selección y las tensiones en el seno de un equipo en pleno proceso de renovación se hicieron evidentes. Löw no se arredró ante las críticas de su estrella y, aunque de momento siguió llamándolo a la selección gracias a sus buenas actuaciones con el Chelsea, le dio un buen tirón de orejas y le dejó bastante claro quién mandaba en el equipo.

Pero cuando parecía que las aguas habían vuelto a su cauce y ya se vislumbraba en el horizonte el inminente Mundial de Sudáfrica 2010, Ballack se lesionó gravemente el tobillo en la final de la FA Cup que disputaban el Chelsea y el Porsmouth tras una dura entrada de Kevin Boateng. El Chelsea se llevó la Copa (y también la Premier), pero Ballack se quedó sin Mundial. Joaquim Löw aprovechó para incluir en la lista a los jóvenes Thomas Müller y Mesut Özil y para darle definitivamente la capitanía a Philipp Lahm.

Tras el Mundial que no disputó y en el que Alemania volvió a obtener el tercer puesto, Ballack acabó su contrato con el Chelsea y volvió a casa, al Bayer Leverkusen, pero ya nada era como antes. Joaquim Löw no lo volvió a citar con la selección, aunque le ofreció dos partidos amistosos para que el veterano futbolista pudiera llegar a las 100 internacionalidades. Pero Micha se negó y despotricó del seleccionador de nuevo. Así, el que fuera el alma de Alemania durante casi una década salió de la Mannschaft por la puerta de atrás, cuestionando públicamente al entrenador y enfrentado con algunos de sus antiguos compañeros.

Eso pasaba en verano de 2012, de cara a una Eurocopa de Polonia y Ucrania que Micha, de todos modos, no se había merecido jugar. De hecho, tras el torneo, en octubre de ese mismo año, colgaría definitivamente las botas tras perder todo el protagonismo en el Bayer Leverkusen y claramente mermado por unas lesiones cada vez más frecuentes.

Michael Ballack se retiró con un palmarés envidiable. Una Bundesliga con el Kaiserslautern y tres más con el Bayern de Múnich, con el que también conquistó tres Copas de Alemania y una Copa de la Liga. Con el Chelsea ganó una Premier en 2010 y levantó dos FA Cups, una Community Shield y otra Copa de la Liga. Además, fue subcampeón del Mundo en 2002 y subcampeón de Europa en 2008 con la Mannschaft, con la que disputó un total de 98 partidos y anotó 42 goles.

Pese a ello, no fue capaz de quitarse de encima la maldición de las grandes finales y nunca pudo ganar una Liga de Campeones ni un gran torneo con su selección. Por eso, le cayó el sambenito de gafe y con él hubo de cargar durante toda su carrera. Una auténtica leyenda negra que desmienten sus títulos y su influencia en el juego, pero que sí respalda su mala suerte en momentos puntuales e importantes.

Porque mala suerte tuvo a raudales. Toneladas de mala suerte. Y porque para rematarlo todo, ya sin él, retirado del fútbol, esa Alemania de Joachim Löw de la que salió escaldado y trastabillado, levantó por fin su ansiada cuarta Copa del Mundo en Brasil en 2014. Ésa Copa que Ballack siempre buscó, peleó y estuvo a punto a punto de tocar con la punta de los dedos. Pero no la pudo levantar… Lo hizo Philipp Lahm, el capitán que le sucedió.

Cosas que pasan. En el fútbol y en la vida.

martes, 12 de marzo de 2024

De Ronaldo a Mbappé. Los máximos goleadores de la Copa del Mundo en el s. XXI (2002-2022)

El primer Mundial del siglo XXI, el primero celebrado en Asia, el primero en ser coorganizado por dos países, es decir, el Mundial de Corea y Japón de 2002, pasará a la historia por los arbitrajes que permitieron a Corea del Sur conseguir su mejor clasificación en una Copa del Mundo, metiéndose en semifinales tras derrotar y dejar en la cuneta a potencias futbolísticas de la talla de Portugal, Italia o España.

Pero también pasará a la historia por ser el Mundial en el que Brasil se cosió la quinta estrella en su mítica camiseta verdeamarelha. La última hasta ahora. La que cerraba un ciclo grandioso de una selección maravillosa que disputó tres finales de la Copa del Mundo consecutivas y acabaría ganando dos de ellas. Aunque de eso ya han pasado más de veinte años y cinco Mundiales. Que se dice pronto…

Esa canarinha de 2002 estaba plagada de estrellas en todas sus líneas. Aún eran importantes el capitán Cafú y Roberto Carlos en los laterales, con dos centrales fuertes, contundentes y contrastados en la élite como Lucio y Roque Junior, complementados en labores defensivas por Edmilson. Y en el centro del campo jugaban juntos Ronaldinho, Rivaldo, Juninho y Gilberto Silva. Por si acaso, en el banquillo estaba un joven Kaká convocado a última hora por Scolari, que se había permitido el lujo de dejar en casa a dos jugadores extraordinarios, pero tremendamente polémicos: Romario, que estaba en una especie de segunda juventud y quería disputar el Mundial a toda costa, y Djalminha, que se estaba saliendo en el Deportivo de la Coruña, pero se le cruzaron los cables y le propinó un cabezazo a su técnico en un entrenamiento que le costó la temporada y también la Copa del Mundo.

Pero el futbolista que sobresalió por encima de todos fue un renacido Ronaldo Nazario, O Fenômeno, punta de lanza de su selección, que hizo un Mundial superlativo tras superar un calvario en forma de lesiones. Ronaldo, un futbolista destinado a levantar la Copa del Mundo para Brasil, que tuvo que superar también una historia de desamor con el torneo hasta volver a enamorarse hasta las trancas en Corea y Japón.

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La historia de Ronaldo en la Copa del Mundo había empezado ocho años antes, en 1994, cuando fue convocado por Parreira para disputar el Mundial de Estados Unidos 94, el que ganó Brasil con los goles de Romario y de Bebeto. Pero Ronaldo, a punto de cumplir 19 añitos, no disputó ni un solo minuto en todo el torneo, por lo que nunca se sintió partícipe de la cuarta Copa del Mundo de Brasil que Dunga levantó al cielo de Los Ángeles.

Cuatro años más tarde, en Francia 98, Ronaldo ya era el delantero titular de la canarinha… y se marcó un torneo espectacular. Ya sin Romario, aunque sí acompañado por Bebeto, O Fenômeno marcó su primer gol en la Copa del Mundo ante Marruecos (3-0). Aún anotaría dos tantos más en los octavos de final ante Chile (4-1) y la única diana brasilera en las semifinales ante Holanda (1-1) que se resolverían desde el punto de penalti. 

El ariete se presentaba en la final metiendo miedo, con cuatro tantos en el zurrón y siendo el principal temor para la anfitriona Francia. Pero Ronaldo sufrió convulsiones unas horas antes del encuentro y, aunque se empeñó en jugar el encuentro, lo hizo totalmente mermado, con sus compañeros preocupados por si le pasaba algo en cada jugada. Y perdieron, claro, ante una Francia hambrienta que devoró a los brasileños para ganar su primera Copa del Mundo (3-0).

Pero en Corea y Japón, pese a las dudas que generaban dos graves lesiones previas, Ronaldo hizo las paces con la Copa del Mundo. Se llevó la Bota de Oro anotando la friolera de ocho tantos, una cifra que no alcanzó nadie desde que Gerd Müller metiera diez en México 70. De ellos, dos los hizo en la final, jugándose el título ante Alemania, en un partido que, aunque parezca imposible, nunca se había disputado en toda la historia de los mundiales.

Ronaldo pasó a la posteridad en Yokohama levantando la Copa del Mundo con su nuevo corte de pelo y sumó ocho goles a los cuatro que había hecho en Francia. Cuatro años más tarde, en Alemania 2006, O Fenômeno cerraría su idilio con los mundiales con tres tantos más para superar en ese momento a Gerd Müller como máximo goleador de la historia del torneo con 15 tantos. Aunque, precisamente en Alemania, la Bota de Oro se la llevaría Miroslav Klose, que estaba destinado a destronar al gran Ronaldo en un futuro no demasiado lejano.

Pero no adelantemos acontecimientos… Todo llegará.

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De momento, como decíamos unas líneas más arriba, en el Mundial de Alemania 2006 Klose se convirtió en el sucesor de Ronaldo como Bota de Oro de la Copa del Mundo.

El delantero alemán presentó muy pronto su candidatura a máximo goleador, con un doblete en el encuentro inaugural ante Costa Rica (4-2) y otro en el tercer choque ante Ecuador (3-0). Entre ambos choques, su compañero en ataque Oliver Neuville dio el triunfo a los teutones ante Polonia en el descuento (1-0) para certificar un pleno de victorias en la primera fase que auguraba grandes alegrías para los pupilos de Jurgen Klinsmann.

Sin embargo, en las eliminatorias el peso del ataque germano recayó en otros jugadores. En los octavos de final ante Suecia fue Lukasz Podolski quien resolvió el choque con dos golazos en el primer cuarto hora de juego (2-0) para meter a la Mannschaft en cuartos.

Ahí esperaba Argentina, entrenada por Pékerman y con un jovencísimo Leo Messi sentado junto a él en el banquillo. Pero los argentinos que cortaban el bacalao en aquella selección eran otros: Ayala en defensa, Maxi Rodríguez y Mascherano en el centro del campo, Riquelme en la zona de creación y arriba Hernán Crespo y Carlos Tévez.

El partido entre dos de las máximas favoritas se disputó el 30 de junio en el Olímpico de Berlín. Y tras una primera parte de tanteo, al inicio de la segunda Riquelme sacó desde la esquina y metió un centro al corazón del área. Allí apareció Ayala, que se tiró en plancha ante dos rivales para meter la cabeza a media altura y rematar a gol ante el silencio de una grada atenazada por los nervios.

Como la selección alemana, que no acababa de encontrar el camino de una hipotética remontada. Quizá se lo facilitó la Diosa Fortuna y un poco Pékerman, también. La Fortuna porque el Pato Abbondanzieri se lesionó a falta de veinte minutos para el final y tuvo que dejar su sitio bajo palos a Leo Franco. Y Pékerman porque decidió sentar a Riquelme para meter a Cambiasso a falta de un cuarto de hora para el final. Cuatro minutos después, el técnico argentino también quitó a Tévez para meter a Julio Cruz. Y justo tras el cambio, el balón le llegó a Ballack en la banda derecha, centró al borde del área y Podolski prolongó de cabeza para que apareciera Klose a su espalda, le ganara la posición a Heinze y cabeceara a la red para empatar el encuentro, llevar los cuartos de final a la prórroga y, después, a los penaltis.

Desde los once metros pasó Alemania, mientras daba la vuelta al mundo la imagen de un Messi cabizbajo y solo en el banquillo. El rosarino se marchaba a casa tras debutar en una Copa del Mundo con 18 años recién cumplidos. Debutó el segundo partido contra Yugoslavia y jugó el cuarto de hora final. Se estrenó anotando su primer gol mundialista. El sexto de Argentina ante los balcánicos (6-0). Se marcó del Mundial llorando. Pero su historia en la Copa del Mundo apenas empezaba a escribirse.

La de Klose seguía su camino, de momento. Porque Italia venció a Alemania en semifinales en un auténtico partidazo que nadie sabe cómo acabó sin goles. En la prórroga los transalpinos marcaron dos golazos por medio de Grosso y Del Piero y se citaron con la Francia de un rejuvenecido Zidane en la final.

Alemania y Klose disputaron y ganaron el tercer y cuarto puesto ante Portugal (3-1), pero en un equipo muy coral le tocó el turno de sobresalir a Schweinsteiger, que marcó dos tantos soberbios. Miroslav Klose se quedó en 5 tantos, pero fueron suficientes para llevarse la Bota de Oro.

Y para seguir sumando en una cuenta goleadora en los Mundiales que alcanzaría los 16 tantos en el Mundial de Brasil para superar a Ronaldo y, además, levantar una Copa del Mundo que rozó siempre que la disputó: finalista en Corea y Japón, tercero en Alemania, tercero en Sudáfrica y campeón en Brasil. Y marcando en todos ellos... ¡Nada menos que 16 goles!

Aunque esos 16 goles de Klose se antojan pocos para la fuerza con la que viene el vendaval francés Kylian Mbappé, que ya lleva 13 tantos en sólo dos ediciones con 25 años.

Pero lo que va delante, va delante.

Y Miroslav Klose, de momento, va delante.

***

En el Mundial de Sudáfrica de 2010 los goles estuvieron muy repartidos y fueron cuatro los jugadores que acabaron el torneo con cinco tantos en su casillero. Cuatro futbolistas de cuatro selecciones distintas que consiguieron auparlas muy, pero que muy arriba en el torneo.

David Villa fue el delantero milagro de una España que levantó su primera Copa del Mundo con el inolvidable gol de Iniesta a falta de cuatro minutos para el final de la prórroga ante los Países Bajos. Y el tremendo cabezazo de Puyol había metido a los españoles en la final tras la semifinal ante Alemania. Pero antes había sido el turno del Guaje Villa, que fue ganando partidos trascendentales con sus goles decisivos.

El 7 del Valencia CF inauguró su casillero ante Honduras, en una final para los ibéricos tras su traspié en el primer partido ante Suiza. El ariete asturiano hizo los dos tantos que le dieron la primera victoria y la tranquilidad a los de Del Bosque (2-0). En el último partido ante Chile, Villa volvió a abrir el marcador e Iniesta marcó el gol que metía definitivamente a España en octavos de final (2-1). Allí se vieron las caras con sus vecinos portugueses, y el Guaje volvió a marcar el único gol del partido para acceder a los cuartos de final.

Paraguay era el escollo en una fase maldita para España, pero a David Villa las maldiciones se la traen al pairo y marcó un gol inolvidable que golpeó en los dos palos antes de meterse en la portería guaraní y clasificar a España para las semifinales. Los cinco tantos de Villa sirvieron para que España pudiera hacer historia, aunque él no pudiera rubricar su excelente torneo con algún gol más. Aunque la verdad es que ya había metido bastantes. Y todos ellos decisivos.

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El rival de España en la final, Países Bajos, también aportó a otro de los goleadores del torneo. Fue un centrocampista, Wesley Sneijder, quien sumó sus tantos a los de Robben para meter a los tulipanes en una final 32 años después.

Sneijder se estrenó como goleador en el segundo partido de la fase de grupos ante Japón, cuando anotó el tanto de la victoria de su equipo (1-0). En los octavos de final ante Eslovaquia, Robben adelantó a La Oranje y Sneijder certificó el triunfo a falta de seis minutos para el final, un gol que hizo inútil el tanto de los eslovacos en el descuento (2-1).

Pero aún le quedaban al centrocampista del Inter de Milán dos grandes encuentros en los que sus goles serían protagonistas. El primero, el de cuartos de final ante Brasil, cuando anotó los dos tantos que dejaban fuera del Mundial a la canarinha. El segundo, en semifinales ante Uruguay, cuando anotó el segundo tanto de Países Bajos. Un gol que deshacía el empate momentáneo y que acabó de espolear a los neerlandeses. Robben hizo el tercero dos minutos más tarde y el tanto de Maxi Pereira ya en el descuento no fue suficiente para la Garra Charrúa (3-2). Ese fue el quinto tanto de Sneijder en un torneo extraordinario en el que Países Bajos volvió a quedarse a las puertas de la gloria.

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El tercer futbolista que anotó cinco tantos en Sudáfrica fue un debutante que se llevó a casa el premio al Mejor Jugador Joven. Era el alemán Thomas Müller, que se destapó como un goleador insaciable desde el primer encuentro, cuando hizo el tercero de su equipo en el debut ante Australia (4-0).

Los otros cuatro tantos llegaron en la fase decisiva de la competición y ante rivales de órdago: le hizo dos a Inglaterra en octavos de final (4-2), otro más a Argentina en la goleada de cuartos de final (4-0) y cerró su participación abriendo la cuenta ante Uruguay en el partido por el tercer y cuarto puesto (3-2). Una actuación memorable de un joven delantero que aún habría de escribir páginas muy brillantes en la historia del torneo.

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El cuarto futbolista capaz de anotar cinco tantos en Sudáfrica fue también nombrado Balón de Oro del torneo y fue capaz de llevar en volandas a una selección que pocos esperaban. Se llama Diego Forlán, era el capitán de Uruguay y su Mundial fue directamente para enmarcar.

La Garra Charrúa empezó empatando sin goles ante Francia, un resultado que había que hacer bueno en los dos siguientes encuentros contra Sudáfrica y México. Forlán hizo dos goles en la importantísima victoria ante Sudáfrica en la segunda jornada (3-0) y Suárez dio el pase definitivo a la celeste con su tanto ante México.

En los octavos de final el héroe volvió a ser Suárez con dos tantos (2-1) y en cuartos de final ante Ghana se repartieron los papeles. Forlán hizo el tanto de Uruguay, mientras que Suárez hizo la parada del siglo que le costó la expulsión pero valió una clasificación en penaltis (1-1). Ya en semifinales, el capitán Forlán mantuvo a los suyos en el partido con el gol del empate ante Países Bajos, aunque la Garra Charrúa acabó sucumbiendo ante el poderío neerlandés y se tuvo que conformar con disputar el tercer y cuarto puesto. En Puerto Elizabeth, ante Alemania, Uruguay perdió, pero Forlán escogió para despedirse el mejor gol del torneo y sumó cinco dianas para igualar a Villa, Sneijder y Müller al frente de la tabla de goleadores.

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En Sudáfrica, al contrario que en el Mundial de Estados Unidos, la FIFA no compartió la Bota de Oro. Se habían establecidos unos criterios para desempatar en caso de empate a goles entre varios futbolistas. Tras los tantos anotados, cuentan las asistencias realizas y, en última instancia, los minutos disputados. A más goles en menos minutos, mejor.

Así que con esos criterios, la Bota de Oro del Mundial de Sudáfrica se la llevó el delantero alemán Thomas Müller, seguido por el Guaje Villa y el neerlandés Wesley Sneijder. Forlán quedó en cuarto lugar, pero se llevó a casa el Balón de Oro que lo acreditaba como mejor jugador del Mundial.

Pudiendo elegir… que cada cual elija lo que guste.

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La exhibición de Alemania en el Mundial de Brasil 2014, la primera vez que una selección europea levantaba la Copa del Mundo en suelo americano, vino acompañada por el récord de goles de Miroslav Klose, que anotó sus últimos dos tantos en un Mundial (uno ante Ghana en la primera fase y otro en el Mineirazo de semifinales ante Brasil) para superar a Ronaldo y convertirse en el máximo goleador de la historia de los Mundiales con 16 tantos.

Aunque en cuanto a goleadores, la cita brasileña encumbró a un futbolista que no jugaba de delantero ni defendía los colores de las grandes favoritas a vencer en la Copa del Mundo. Fue el Mundial del centrocampista colombiano James Rodríguez, quien además de marcar seis goles, los convirtió en auténticas obras de arte. Vamos, que el joven jugador del Mónaco, con apenas 22 años, ganó la Bota de Oro a base de golazos.

El primero llegó en el descuento del primer partido ante Grecia (2-0). Los cafeteros ganaban ya por dos a cero cuando el balón le llegó a James en la frontal del área, se lo acomodó a la pierna izquierda y soltó un latigazo raso al palo largo. Inalcanzable para Orestis Karnezis.

El segundo llegó mediada la segunda parte del segundo encuentro ante Costa de Marfil. Con empate a cero en el marcador, un córner botado desde la izquierda del ataque colombiano lo remató James de cabeza entrando desde detrás. A lo Zidane en Francia 98. Colombia ganaba por primera vez dos partidos seguidos en un Mundial y hacía soñar a su gente (2-1). Y james, también, con dos goles en dos partidos.

El pleno de victorias colombiano llegó ante Japón, cuando los de Pékerman vencieron por cuatro goles a uno. El técnico había dado descanso a algunos titulares y metió a James en el campo en el descanso. En cuarenta y cinco minutos le dio tiempo a asistir a Jackson Martínez en el tercer tanto cafetero y a rubricar su soberbia actuación con un golazo en el último minuto. Dribló a su marcador hasta dejarlo sentado y la picó un poquito ante la salida del meta para anotar su tercer gol en tres partidos y, de paso, contribuir a completar la mejor fase de grupos de la historia de la selección colombiana.

En los octavos de final, Colombia se vería las caras con la Garra Charrúa, un rival temible que no sólo venía de llegar a semifinales en Sudáfrica 2010, sino que ganó la Copa América 2011 y, además, había sobrevivido en el grupo de la muerte, dejando en la cuneta a Italia e Inglaterra y acompañar a la sorprendente Costa Rica a la fase eliminatoria.

Pero James Rodríguez estaba tocado por la varita mágica y ante Uruguay en Maracaná se convirtió en el auténtico héroe del partido (2-0). Casi a la media hora de juego controló un balón con el pecho de espaldas a la portería rival, unos diez metros fuera del área. Se dio la vuelta y, sin dejar caer la pelota, lanzó un zurdazo que golpeó en el larguero antes de meterse sin remisión en la portería de Fernando Muslera. El gol del torneo que adelantaba a Colombia ante la Garra Charrúa. 

En la segunda parte certificó el pase de los suyos a los cuartos de final con otro golazo, el quinto de su cuenta. Esta vez Cuadrado metió la cabeza en la línea de fondo para evitar que un centro se escapara y, a la vez, meterlo al corazón del área celeste. Donde hace daño. Porque por allí apareció James para rematar al fondo de las mallas y citarse con Brasil en cuartos de final.

Y hasta ahí llegó Colombia. Hasta los cuartos de final. En Fortaleza los de Pékerman no pudieron hacer frente a los anfitriones y se vieron superados en el juego y en marcador. Aún así, James no se quería ir del Mundial de cualquier manera y recortó distancias al transformar un penalti cometido sobre Bacca a diez minutos del final. No le dio a Colombia para empatar el marcador y poner en aprietos a Brasil, pero lo cierto es que los cafeteros firmaron su mejor actuación en una Copa del Mundo y James Rodríguez se llevó la Bota de Oro por sus 6 goles en 5 partidos. Una auténtica barbaridad para un centrocampista que, además, ¡marcó en todos los partidos que disputó!

Evidentemente, esa brutal actuación en tamaño escaparate sirvió para que los grandes de Europa se pegaran por sus servicios y James acabó dejando el Mónaco para fichar por el Real Madrid. Allí tuvo destellos de gran jugador, pero nunca se acercó al futbolista decisivo que deslumbró al mundo en el Mundial de 2014.

Sea como sea, en Brasil todos pudieron disfrutar de la magia y los goles de James Rodríguez.

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Cuatro años más tarde, en Rusia 2018, no hubo prácticamente rastro de James, que fue seleccionado por Colombia, pero llegaba renqueante por una lesión que se reprodujo en el último encuentro de la fase de grupos y no le permitió ni siquiera vestirse en el cruce de octavos de final ante Inglaterra. Y ahí precisamente, en Inglaterra, estaba su sucesor por la Bota de Oro: el delantero del Tottenham Hostpur Harry Kane.

Para el Mundial de Rusia no se clasificó Italia, presente en todos los torneos excepto en Suecia 58, la única vez en su historia que no había logrado clasificarse para la cita. Sesenta años más tarde, el mundo asistía atónito a la eliminación de la Azzurra, incapaz de superar a una rocosa Suecia en la repesca europea. Increíblemente, cuatro años después Italia volvía a caer en la repesca ante Macedonia del Norte. Un auténtico drama para los italianos.

Tampoco lo hicieron los Países Bajos, subcampeones del Mundo en 2010 y terceros en 2014, que ni siquiera alcanzaron la repesca europea en un grupo francamente complicado en el que quedaron por detrás de Francia y de Suecia. Un auténtico varapalo para los neerlandeses.

A Rusia sí acudió Alemania a defender su título, pero le golpeó de lleno la maldición del campeón y tuvo que hacer las maletas las primeras de cambio tras quedar última en su grupo tras Suecia y México (clasificados) y Corea del Sur (tercera y también eliminada). Increíblemente, cuatro años después Alemania volvía a caer en primera ronda ante Japón, España y Costa Rica. Un auténtico golpe para los germanos.

Brasil se topó con Bélgica en cuartos de final y una Argentina irreconocible hizo una primera fase lamentable y lo pagó cruzándose con una Francia desatada en octavos de final que la envió para casa en un partido precioso (4-3).

Así que, de repente, los favoritos al título ya no eran los clásicos, sino la Bélgica de Hazard, Lukaku y De Bruyne; la Francia de Griezmann, Pogba y un jovencísimo Mbappé que empezaba a asombrar al mundo; la Inglaterra jovencísima de Harry Kane, Raheem Sterling o Dele Alli comandada desde el banquillo por Gareth Southgate y la sorprendente Croacia de Modric, Rakitic, Perisic y Kovacic.

En ese contexto, el delantero centro de Inglaterra fue sumando tantos en su casillero para convertirse en el máximo goleador del torneo. Hizo los dos primeros ante Túnez, el segundo en el descuento para sacar a los Pross de un primer gran apuro (2-1). Ante Panamá, con la tranquilidad de la primera victoria, los de Southgathe vencieron cómodamente (6-1) y Kane contribuyó con tres tantos (dos desde el punto de penalti).

La derrota ante Bélgica (0-1) mandó a los de las Tres Rosas a la parte “asequible” del cuadro, y Kane adelantó a los suyos de penalti ante Colombia en octavos, aunque Yerry Mina mandó el choque a la prórroga en el descuento y los ingleses acabaron alcanzando los cuartos de final desde los once metros. Era el sexto tanto del delantero inglés en el torneo y en ese instante nadie pensó que podía ser el último.

En cuartos, los de Southgate tuvieron un partido plácido ante Suecia, que resolvieron con goles de Maguire y Delle Alli, pero en unas semifinales históricas para Inglaterra, los Pross cayeron contra todo pronóstico ante Croacia en un partido que encauzó Trippier a los cinco minutos y que fueron incapaces de cerrar. Los croatas creyeron en sus posibilidades a medida que avanzaba el encuentro y Perisic empató el choque y lo mandó a la prórroga mediada la segunda mitad. Y allí, en el momento supremo, cuando todo el mundo esperaba que los cracks ingleses resolvieran, apareció Mandzukic para hacer historia y meter a Croacia en la final. Inglaterra, que no había pisado unas semifinales de una Copa del Mundo desde 1966 (las únicas de su historia) se quedaba sin el premio gordo.

En el partido por el tercer y cuarto puesto, una Inglaterra deprimida volvió a caer otra vez ante Bélgica (0-2) y acabó cuarto en el Mundial. Harry Kane se llevó la Bota de Oro por sus seis tantos, pese a que no marcó ninguno en los últimos tres partidos. Kane fue el segundo inglés, tras Gary Lineker en México 86, en conquistar una Bota de Oro que seguro que cambiaba con los ojos cerrados por haber disputado la final del Mundial ante Francia.

Pero así son las cosas.

Y los galos acabarían levantando el trofeo y ganándose su segunda estrella de campeones del mundo a lomos de un caballo joven y desbocado llamado Kylian Mbappé, que debutaba en un Mundial a los 19 años y se marchaba con la Copa bajo el brazo, cuatro goles en el zurrón y la admiración del mundo entero.

La historia de Mbappé en la Copa del Mundo acababa de empezar a lo grande.

Pero sólo acababa de empezar…

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Porque en Catar, con 23 años y convertido en el emblema de una Francia campeona del mundo, Mbappé habría de echarse de nuevo el equipo a la espalda en la parte ofensiva. Porque en la concentración de la campeona del mundo las malas noticias se iban acumulando a marchas forzadas.

Ya no llegaron a tiempo a la cita mundialista por lesión ni Pogba ni Kanté, que no entraron en la lista de Deschamps, pero ya con los futbolista definitivamente elegidos se cayó Kimpembé primero y Nkunku después. El seleccionador galo los sustituyó a ambos, pero ya en Catar hubo de lidiar con la misteriosa lesión de Benzemá, Balón de Oro de la temporada, que partió para casa en extrañas circunstancias antes de empezar el torneo al resentirse de una dolencia física. Deschamps no lo sustituyó por nadie (incluso se especuló con que el delantero podría recuperarse y jugar en rondas más avanzadas). Y en esas, en el primer encuentro del torneo ante Australia, el lateral del Bayern de Múnich Lucas Hernández se rompió los ligamentos.

Pero lo cierto es que Mbappé, sin hacer grandes partidos, solventó con sus goles los primeros compromisos de los galos. En el debut hizo el cuarto tanto de un partido plácido ante Australia (4-1) y en el choque decisivo ante la Dinamita Roja anotó los dos goles de su equipo para doblegar a los rocosos daneses (2-1) y certificar el pase del campeón a los octavos de final. De hecho, en el partido ante Túnez que cerraba el grupo, Deschamps le dio descanso a su terceto atacante (Mbappé, Griezmann y Dembelé). Y Francia cayó 0 a 1. Pero Mbappé, de momento, había cumplido con tres tantos.

Mientras tanto, la Argentina de Messi y Scaloni había sufrido de lo lindo para pasar a los octavos de final como primera de grupo tras un primer traspié ante Arabia Saudita (1-2), solventado con mucho sufrimiento con victorias ante México (2-0) y Polonia (2-0). Pese a ello, Messi se había disfrazado de Maradona, se había echado el equipo a la espalda en una situación comprometida, estaba jugando muy bien al fútbol y había acabado la primera fase con dos goles. Había que tener muy en cuenta a Argentina para la fase decisiva.

Y más viendo cómo Alemania se iba para casa de nuevo en la primera fase, tras caer ante Japón, empatar con España y pese a derrotar en su último partido a Costa Rica.

O contemplando cómo Marruecos daba la primera sorpresa de su particular recital dejando fuera a la potente Bélgica y metiéndose como primera de grupo en la fase final del torneo.

O vislumbrando la caída de Uruguay, que se estrelló en un grupo complicado con Portugal, Ghana y Corea del Sur y no pudo golear en la última jornada a Ghana para seguir compitiendo. La Garra Charrúa se iba también para casa a las primeras de cambio.

Aún quedaban selecciones importantes como Brasil, Inglaterra o Países Bajos, que habían dado la talla en la primera fase, e incógnitas como Portugal, España o Croacia, que estaban en octavos, pero sin convencer a casi nadie.

Pronto íbamos a salir de dudas.

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Porque Argentina volvería a sufrir, pero se metería en cuartos de final tras derrotar a Australia con otro gol de Messi (2-1) y Francia también ganaría sin problemas a Polonia (3-1) con dos tantos de una Mbappé que seguía sin jugar excesivamente bien, pero que se estaba hinchando a marcar goles y ya sumaba cinco en el torneo.

También cumplieron los otros grandes con solvencia. Brasil goleó a Corea del Sur (4-1), Portugal a Suiza (6-1) e Inglaterra a Senegal (3-0). Aún podría haber más invitados a la fiesta de Messi y Mbappé. Aunque no serían españoles, porque los ibéricos cayeron en los penaltis ante una rocosa Marruecos que empezaba a soñar con hacer algo grande en el Mundial.

Y lo haría definitivamente en cuartos de final, cuando los magrebíes apearon a Portugal con un encuentro muy serio en el que aprovecharon un zarpazo de En-Nesyri al final de la primera mitad para secar a los lusos y resistir para hacer historia. Bélgica, España y Portugal habían sucumbido ante los marroquíes.

La otra sorpresa la dio Brasil, que cayó sorprendentemente ante Croacia en un partido en el que la fe de los balcánicos pudo más que la samba brasileira. El partido había acabado con empate a cero, pero Neymar parecía que solventaba la papeleta con un gol en el descuento de la primera parte del tiempo extra. Nadie contaba con las siete vidas de Croacia, que mostró ya en el Mundial de Rusia y volvió a mostrar en Catar. Petkovic empató cuando nadie lo esperaba y Brasil cayó en los penaltis. Gloria a los croatas y adiós a los brasileños... un Mundial más.

Así las cosas, todo quedaba en manos de Mbappé y Messi. El francés no hizo acto de presencia ante Inglaterra y su equipo estuvo a punto de pagarlo carísimo. Tchouameni adelantó a los galos en la primera mitad, pero una buena Inglaterra empató con gol de Kane desde los once metros. Entonces apareció Giroud para volver a adelantar a Francia y poner a los Pross contra las cuerdas. Los británicos se rehicieron del golpe y fueron a por el empate. Encerraron a Francia y dispusieron de un penalti para alargar el choque. Pero Kane lo falló. Y Francia se citó en semifinales con Marruecos.

Messi, en cambio, se vistió de nuevo de Maradona en todos los sentidos y lideró a la albiceleste ante Países Bajos en un encuentro que Argentina tenía ganado y se dejó remontar en los últimos minutos (2-2). La prórroga tuvo claro color albiceleste, pero el marcador no se movió y el Dibu Martínez decidió en los penaltis que Argentina sería semifinalista.

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Ahora sí que parecía que, definitivamente, el Mundial estaba en los pies de Lionel Messi y Kylian Mbappé.

Curiosamente, el 10 de Les Blues volvió a desaparecer en semifinales. Y a Francia le costó bastante más doblegar a Marruecos de lo que dice el dos a cero final que reflejó el marcador. Theo Hernández adelantó a Francia a los cinco minutos y desde ese instante Marruecos jugó contra corriente para intentar empatar. Y los marroquíes jugaron seguramente su mejor partido en el torneo, pero acabaron sucumbiendo ante la pegada de los galos, que hicieron el segundo a diez minutos para el final por mediación de Kolo Muani. De Mbappé, ninguna noticia. Se lo guardaba todo para la final.

Messi, por el contrario, no se dejó nada en ningún partido. Y ante Croacia volvió a liderar a su equipo. Abrió el marcador en la recta final de la primera parte, manejó el juego a su antjo, asistió a sus compañeros y dejó para el recuerdo una jugada memorable en la que sentó a un montón de croatas antes de darle la pelota a Julián Álvarez para que hiciera su segundo tanto, el tercero y definitivo de Argentina en el partido. 3 a 0 y a la final. De todas formas, gloria para los croatas, que volvieron a competir más que dignamente. Pero no podían evitar de ninguna de las maneras la cita de Messi con la historia. Ni la cita entre los dos mejores futbolistas del momento.

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Fue el 18 de diciembre de 2022 en el estadio de Lusail. Y ambos equipos y sus másximos estandartes nos ofrecieron un espectáculo memorable que pasará a la historia de las finales de la Copa del Mundo.

Argentina maniató a Francia en la primera parte. Le quitó el balón y la asfixió constantemente. Además, cada vez que los argentinos se plantaban en campo galo daban muchísima sensación de peligro. Tanto, que no tardaron en trasladar su superioridad al marcador. Fue en el minuto 23, cuando Di María castigó la inconsistencia defensiva de Dembelé, le hizo un traje y el delantero galo lo derribó. Penalti claro que Messi transformó en el 1 a 0. Era el quinto tanto del astro argentino en un Mundial para enmarcar.

Unos 13 minutos más tarde, y con Francia totalmente noqueada, Di María redondeó una actuación fantástica anotando el segundo gol que parecía sumir a la actual campeona del Mundo en la desesperación más absoluta. Y de Mbappé aún no había noticias.

La segunda mitad discurría por los mismos derroteros, con Argentina bien plantada y sin pasar demasiados apuros en defensa. Y con una Francia que no encontraba el camino hacia la portería del Dibu. Hasta que el espíritu de la final de Méxixo 86, cuando los alemanes igualaron en dos minutos una final que tenían perdida, hizo acto de presencia. Esta vez el fantasma se le apareció a Otamendi, que cometió un penalti sobre Lolo Muani que podía haber evitado. Y Mbappé apareció para coger la responsabilidad y convertir la pena máxima para meter a Francia en la final. Lo hizo pese a la estirada del Dibu, que tocó el balón con la yema de los dedos. 

Y volvió a aparecer el crack galo un minuto después para culminar una jugada vertiginosa de la delantera francesa con un remate precioso desde el vértice del área que empataba el partido. Séptimo tanto de Mbappé en el torneo. Casi nada.

Ya en la prórroga, Argentina, que estaba jugando mejor, volvió a adelantarse con otro tanto de Messi, que volvía a parecer definitivo. Pero Mbappé no se rindió y un remate suyo desde la frontal golpeó en el brazo de Montiel. Otra vez penalti. Otra vez lo tiró Mbappé. Otra vez batió al Dibu, esta vez sin tanto suspense. La tercera vez en la final de un Mundial. Y empató el encuentro, que se fue irremisiblemente a los penaltis porque Lloris primero y el Dibu después atajaron milagrosamente una ocasión clarísima por parte de cada equipo.

Y en los penaltis ganó Argentina. Para robarle el cetro a los franceses y quedárselo Messi en propiedad, que lo andaba buscando desde que lloró solo en el banquillo lamentando no haber tenido la oportunidad de pelear en la eliminación de la albiceleste en el Mundial de Alemania 2006.

Mbappé vendió muy cara su derrota y sus tres goles en la final le metieron directamente en las páginas más épicas de la historia de la Copa del Mundo. Seguramente fue poco consuelo para él, pero se llevó la Bota de Oro con ocho tantos, una cifra estratosférica para los tiempos que corren, que nadie había sido capaz de igualar desde que Ronaldo Nazario lo hiciera en el Mundial de Corea y Japón en 2002.

Además, convendría no olvidar que Kylian Mbappé ha disputado dos Mundiales y en ambos ha alcanzado la final. Ganó la primera y perdió la segunda. Y marcó goles en las dos. El astro galo suma 12 tantos en dos Copas del Mundo y, si no pasa nada, afrontará en Mundial de 2026 con 27 años y la vitola de ser uno de los mejores futbolistas del mundo. Así que es un firme candidato a superar todos los registros de la Copa del Mundo.

Con permiso de Miroslav Klose, claro.

Que lo que va delante, va delante.