"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 5 de mayo de 2022

El Wunderteam de Meisl y Sindelar se queda sin corona en Italia 34

En un café de Viena, a principios de los años 20, después del desastre que supuso para el mundo la Gran Guerra, dos tipos ya curtidos en mil batallas se sientan al calor de un par de tazas de té. Tienen ambos pinta de despistados, de quien está, pero no está, atento a veces al otro y las más de las veces con la mirada ausente, más pendientes de sus propios pensamientos y reflexiones. Ambos cubren sus cabezas con un elegante bombín. Y las reflexiones que les perturban tienen que ver con el fútbol.

Uno nació en Malesov, un pequeño pueblo que hoy forma parte de la República Checa, pero que en 1886, año de su nacimiento, pertenecía al extinto Imperio Austrohúngaro. El otro es inglés, de origen irlandés, y nació en Nelson, una localidad del condado de Lancashire, apenas cuatro años antes que su acompañante. A los dos les une una pasión desmedida por un deporte en auge que está empezando a enfervorizar a las masas: el fútbol. ¿Sus nombres? El inglés, Jimmy Hogan. El austríaco, Hugo Meisl.

Sobre los hombros del segundo, y en gran parte gracias al primero, recae el honor de haber construido uno de los equipos más admirables de la historia del fútbol, una selección innovadora en el estilo de juego y revolucionaria en lo táctico, que apostó por bajar la pelota al suelo y jugar el balón al pie, con cambios constantes de posición de sus jugadores y una velocidad de ejecución extremadamente alta para la época. Se trata del “Wunderteam”, el equipo maravilla, que asombró al mundo a finales de la década de los 20 y, sobre todo, durante la primera mitad de los años 30.

Una selección que, como muchos de esos grandes equipos que han cambiado la historia del fútbol, se quedó sin corona. Como los Mágicos Magiares húngaros en 1954, la Naranja Mecánica de 1974 y 1978 o la Brasil de Telé Santana de 1982. La Austria de Hugo Meisl fue la primera selección que escribió su nombre en esa ilustre lista de grandes campeones que realmente nunca lo fueron.

Y es que esa Austria de Meisl se mantuvo prácticamente dos años imbatida (entre principios de 1931 y finales de 1932) y se presentó en la Copa del Mundo de Italia de 1934 como una de las principales favoritas a llevarse el título. Las victorias que avalaban esa candidatura no eran moco de pavo. Los austriacos habían goleado a Escocia por 5 a 0 en el primer encuentro que perdieron los británicos fuera de las islas en su historia. También habían barrido a Alemania en Berlín (0-6) y nuevamente en Viena (5-0) y habían avasallado a sus vecinos de Hungría (8 a 2) antes de llegar al Mundial. Pero en Italia, las cosas no saldrían como esperaban…

¿Cuáles fueron los orígenes de esta Austria maravillosa que ha pasado a la historia como el “Wunderteam”? ¿Quién la creó y hasta dónde llegó en su propuesta estética e innovadora en el mundo del fútbol? ¿Por qué aún recordamos, en pleno siglo XXI, a aquel equipo que no levantó ningún trofeo? Será mejor empezar por el principio.

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En las décadas 20 y 30 del siglo pasado, el fútbol en Austria era casi una religión. De hecho, en aquella época, tras Gran Bretaña, Austria era la nación con mayor afición al fútbol. Unos aficionados preferentemente burgueses que empezaban a tener conocimientos suficientes como para empezar a reclamar una evolución en el juego, una manera distinta de practicarlo más acorde a su modo de ver la vida y de disfrutar de la vida.

De ahí saldría la Escuela Danubiana que, en realidad, hundía sus raíces en Escocia, en lo que había sido conocido a fines del siglo XIX como el “Combination Game” (Juego de Asociación). A diferencia de Inglaterra, donde se practicaba el “Kick and Rush” (Juego Directo), la Austria de Hugo Meisl se vería fuertemente influenciada por la esencia del pase y el dominio de la técnica por encima de la fuerza que habían pregonado algunos equipos escoceses. Y la persona clave para que todo esto pasara fue el inglés Jimmy Hogan.

Hogan había sido un jugador de poca fortuna antes de la Gran Guerra, pero, en cambio, se había convertido en un experto en el juego, a base de analizar y corregir con obsesión casi enfermiza sus propios fallos y los de sus compañeros en su época de jugador. Su capacidad de análisis y su perfeccionismo le convirtieron en un técnico revolucionario para la época. Y, como apuntábamos, muy pronto se desligó de la filosofía inglesa del juego directo para apostar con fervor por el juego a ras de suelo y el fútbol creativo y asociativo, el del pase corto y al pie, con lo que empezó a preocuparse (y a obsesionarse) por la calidad técnica de los jugadores y por cómo enfocar esa técnica individual en beneficio de todo el colectivo.

En una gira de pretemporada de su equipo, el Bolton, por Holanda, el británico quedó prendado de la técnica individual de los jugadores del equipo holandés al que se enfrentaron, el Dordrecht, al que vencieron los ingleses por 10 tantos a cero, y se le metió entre ceja y ceja que tenía que entrenar a ese grupo de futbolistas tan buenos individualmente, pero tan sumamente limitados en lo colectivo. Así que poco más tarde, en 1910 y con sólo 28 años, se trasladó a Holanda para entrenar al Dordrecht. Empezaba así una trayectoria como entrenador que en el continente le convertiría en un mito, mientras que en sus Islas lo convertiría en una especie de proscrito, un traidor que había manchado la esencia del fútbol.

Finalizado su periplo en los Países Bajos y con ganas de seguir jugando al fútbol un poco más, volvió al Bolton como jugador, aunque pronto haría de nuevo las maletas para buscar trabajo como técnico en el continente. Intentó buscarse las habichuelas en Austria y entró en contacto con la Federación, donde conoció a un hombre llamado Hugo Meisl, que, por aquel entonces, era el secretario de la Federación Austriaca de Fútbol. Nuestros dos personajes pronto encajaron y se unieron para darle una vuelta de tuerca al fútbol austriaco y, en general, a todo el fútbol europeo.

Juntos, Hogan como seleccionador y Meisl como coordinador, emprendieron el cambio en la selección de Austria, con la mente puesta en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1916. Hoogan apostaba por el perfeccionamiento del control y del pase, por la velocidad de movimiento de pelota del equipo, más que por las acciones individuales y, desde luego, mucho más que por el juego en largo sin sentido. No pensaba cambiar el sistema imperante de la época, la famosa Pirámide o 3-2-5, pero sí hacer que el juego fluyera y que la pelota se moviera rápidamente y sus jugadores también, con constantes cambios de posición. Cuando todo parecía funcionar, el estallido de la Primera Guerra Mundial dio al traste con los planes de los dos innovadores para la selección austriaca. Evidentemente, los Juegos Olímpicos de 1916 se cancelaron. Meisl fue reclutado por el ejército del Imperio Austrohúngaro y Hogan emigró a Hungría para hacerse cargo del banquillo del MTK Budapest.

Los caminos de los dos amigos se separaron momentáneamente, pero la semilla ya había germinado y, a la conclusión de la Gran Guerra, Meisl pondría en práctica los métodos que Hogan seguía aplicando en Hungría para convertir a Austria en una de las mayores potencias futbolísticas de la primera mitad de la década de los 30. Por su parte, las ideas de Hogan empezaron a triunfar en tierras magiares y supusieron el germen del equipo que 20 años después asombraría al mundo: la Hungría de Gusztáv Sebes.

Así pues, Meisl volvió a la selección austriaca y fue formando a los jugadores seleccionados en esa idea futbolística que había aprendido del británico. Fue conformando una selección totalmente impregnada de ese nuevo concepto futbolístico que se forjaría en la parte final de la década de los 20 para convertirse en un auténtico equipazo en los primeros años 30. Una forma de jugar que empezaba a tener ingredientes de lo que más tarde se conocería como fútbol total: presión alta en campo contrario a la salida del balón, movimiento constante de sus futbolistas y una querencia admirable por el fútbol de ataque basado en el balón al pie, en una técnica impoluta en el control y el pase de los futbolistas y todo al servicio del equipo, priorizando los pases milimétricos y las paredes sobre la aventura de los regates.

Los encargados de plasmar en el campo estas nuevas ideas eran unos jugadores fantásticos. Bajo palos, Peter Platzar. En defensa, Karl Sesta y Franz Cisar. El capitán Smistik, que no solo se dedicaba a cortar el juego del equipo rival, sino que manejaba el timón en el centro del campo, a los mandos. Arriba se encargaban de generar ocasiones y materializarlas los delanteros Karl Zischek, Johann Horvath y Anton Schall, pero, sobre todo, Josef Bican, un goleador impresionante. Y por encima de todos estos artistas figuraba Matthias Sindelar, apodado el hombre de papel y el Mozart del fútbol. Era el líder del equipo y se suponía que también el delantero centro, pero, en realidad, fue el primero que puso en práctica eso de ser un falso nueve.

Delgado, espigado y elegante, venía Sindelar de la posición de delantero centro a buscar la pelota en tres cuartos de campo, dejando sin marca a los centrales, y con una calidad impresionante surtía de balones a sus compañeros de ataque, además de hacer un montón de goles. Un precursor del mediapunta en los inicios de los años 30 que sorprendió a todos los amantes al fútbol.

El hombre de papel debutó con la selección de Austria a los 23 años, en 1926, en un encuentro con morbo ante la nueva vecina: Checoslovaquia. Sindelar hizo ese día el primer tanto de los 27 que marcaría en 44 partidos con su selección. Austria ganó 2 a 1 y el Mozart del fútbol ya no saldría más de los onces de Meisl.

En 1930, el primer mundial de la historia se iba a disputar en Uruguay, pero Austria, como casi todas las selecciones europeas, renunció a jugarlo alegando el largo viaje a tierras sudamericanas y los gastos que acarrearía. Así que, mientras la Garra Charrúa se convertía en el primer campeón del mundo, en Europa era Austria la que llevaba la voz cantante. El equipo de Meisl jugó 31 partidos entre 1931 y 1934 y metió ¡¡102 goles!! Ganó 26 encuentros, empató 3 y perdió tan solo 2 antes del Mundial de Italia 34.

Y fue precisamente una de esas derrotas la que catapultó al equipo a la fama. 42.000 personas presenciaron en Stamford Bridge un partido que acabó con victoria de Inglaterra por cuatro a tres en diciembre de 1932. Pero el mundo entero se enteró de cómo jugaba ese equipo alpino y no se lo podía creer. Sindelar hizo un partido extraordinario, anotó un tanto y movió los hilos del ataque de su equipo, siempre indetectable. Karl Zischek hizo los otros dos goles. A su regreso a Austria, la selección fue recibida por una gran cantidad de aficionados en Viena. Curiosamente, una derrota confirmó el estilo de los de Meisl, que ya no estaban dispuestos a jugar de otra manera.

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Pero llegó el Mundial de 1934 en Italia, en un clima enrarecido por las presiones de Mussolini para que la azurra ganara el campeonato ante su gente. Los austríacos eran uno de los grandes favoritos, dada la ausencia del campeón Uruguay, junto a Hungría y, evidentemente, a Italia. De hecho, los pupilos de Meisl habían ganado a los transalpinos en un amistoso disputado en Turín por dos goles a cuatro. Pero la Copa del Mundo son palabras mayores.

Mientras los italianos se deshicieron sin problemas de la bisoña selección de Estados Unidos en la primera ronda eliminatoria (7-1), los austríacos necesitaron de una prórroga para batir a Francia. Los galos se habían adelantado en el marcador con un tanto de Jean Nicolas a los 18 minutos y, aunque Sindelar empató al borde del descanso, nadie fue capaz de desequilibrar el marcador en la segunda mitad. Ya en la prórroga, ante el cansancio de los franceses, el talento austriaco se tradujo en los goles de Toni Schall y Josef Bican, que sellaron el pasaporte a cuartos de final pese al último tanto del francés Verriest cuando la prórroga se acababa.

En cuartos de final se cruzaron dos de los grandes favoritos. Austria y Hungría lucharon por una plaza en semifinales que se llevaron los de Meisl al vencer por dos goles a uno con tantos de Horvath y Zischek. Sarosy anotó el tanto que metía el miedo en el cuerpo a los austriacos a falta de media hora para acabar el partido, pero el marcador ya no se movería más. El partido fue muy duro y los austriacos acabarían pagándolo caro, ya que perderían por lesión a Johann Horvath, jugador incansable que daba equilibrio al equipo y que no podría jugar la semifinal.

Y en la semifinal Austria se mediría a Italia, que necesitó de un arbitraje lamentable en Florencia para empatar ante España y de otro más en el partido de desempate que acabó con una polémica victoria italiana por un gol a cero. La batalla de Florencia quedó para los anales de la historia.

Pero en el partido más esperado del campeonato la suerte le fue esquiva a los de Meisl desde antes del inicio del partido. Un día de perros, un diluvio, un terreno de juego enfangado y en pésimas condiciones es lo que se encontraron los artistas austriacos el 3 de junio de 1934 a las cuatro y media de la tarde en Milán. Y todo ese cóctel perjudicaba a Austria, que solía jugar el balón por el suelo, y beneficiaba a Italia, más fajadora, más bregada, más física. Y los italianos lo aprovecharon, claro.

Pozzo envió al medio centro argentino (nacionalizado italiano especialmente para el torneo) Luis Monti a perseguir a Sindelar por todo el terreno de juego y cumplió el encargo a rajatabla. El hombre de papel no pudo desplegar su juego en ningún momento con Monti (subcampeón del mundo con Argentina en 1930) soplándole constantemente en el cogote. A partir de esa defensa empezó Italia a ganar el partido. 

Y se lo llevó finalmente con un tanto de otro argentino nacionalizado, Guaita, que anotó a los 19 minutos de encuentro un gol muy protestado por los austriacos, que aseguraban que Meazza había cometido falta sobre su portero Platzer. El tanto subió el marcador y los italianos jugaron a conservar su ventaja. Tuvieron un buen puñado de ocasiones los de Meisl, pero los italianos resistieron gracias a su equilibrio defensivo y a las paradas de Combi y accedieron a la gran final: allí ganaron a Checoslovaquia en la prórroga por 2 a 1 para alzar su primera Copa del Mundo. 

Austria no se levantó del mazazo que supuso la derrota en semifinales y también cayó por 3 a 2 ante Alemania en el partido por el tercer y cuarto puesto.

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Dos años más tarde, en las Olimpiadas de Berlín de 1936, Austria volvería a tener otra oportunidad para demostrar que con su fútbol vistoso y ofensivo podían llevarse la medalla de oro. Evidentemente, no eran los mismos futbolistas que disputaron el Mundial, ya que a los Juegos no podían ir los profesionales, pero la idea futbolística era exactamente la misma. 

De hecho, el seleccionador de Austria en aquellas Olimpiadas fue Jimmy Hogan, que aterrizó en la selección alpina de la mano de su amigo Meisl y la puso en la final, donde se encontró, de nuevo, con la Italia de Pozzo. El partido por el oro acabó con empate a uno. Pero nada más comenzar la prórroga, Annibale Frossi, que ya había hecho el uno a cero durante el tiempo reglamentario, consiguió el gol de la victoria para la azzurra. Los de Meisl y Hogan volvían a quedarse sin premio por culpa del mismo rival: Italia.

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Esos Juegos Olímpicos serían el último gran torneo que disputaría el “Wunderteam”. En febrero de 1937, Hugo Meisl moría en Viena a los 55 años, dejando huérfano a un equipo extraordinario y ya un poco envejecido al que el Tercer Reich le daría la puntilla definitiva.

La Alemania de Hitler se anexionó Austria el 12 de marzo de 1938, consumando el llamado Anchsluss ante la pasividad de toda la comunidad internacional, y la selección austriaca dejó de existir como tal hasta el final de la segunda guerra mundial.

Los nazis organizaron en Viena un partido de fútbol el 3 de abril de 1938 entre Alemania y Austria para celebrar el Anchsluss, en el que sería el último encuentro de esa gran selección, porque en el mundial de Francia, que estaba a la vuelta de la esquina, sólo jugaría Alemania (integrada también por algunos de los austriacos seleccionados por el entrenador Herberger).

En el partido del Anchsluss, los austriacos jugaron una primera parte bastante calmada, con sus típicas combinaciones y su juego elegante y preciso, pero sin muchas ganas de dar rienda suelta a su puntería, como si no quisieran ganar en un estadio repleto de gerifaltes nazis. Pero en la segunda mitad, los talentosos jugadores alpinos se decidieron a atacar con más intensidad, el Mozart del fútbol empezó su particular recital y los austriacos se impusieron con claridad por dos tantos a cero. Uno de ellos fue obra de Sindelar en su último partido con la selección.

A partir de aquí, se escribe la leyenda. Se dijo durante mucho tiempo que Matthias Sindelar celebró su gol con un baile en las mismísimas narices de los nazis presentes en el estadio. Algunos aseguraron incluso que Hitler estaba presente, pero está documentado que realmente se encontraba en Graz dando un discurso para celebrar la anexión. El caso es que no hubo tal baile por parte de Sindelar, simplemente un gol que celebró de manera más o menos normal. O eso escribe Camilo Francka en su libro “Matthias Sindelar, una historia de fútbol, nazismo y misterio” después de bucear durante más de un lustro en la vida del genial futbolista austriaco para elaborar su obra.

Todas las especulaciones vienen porque el Mozart del fútbol se negó a vestir la camiseta alemana. Y eso es totalmente cierto. El mismísimo seleccionador alemán, Sepp Herberger, confirmaría que se había reunido con él en dos ocasiones y en ambas le dio una negativa rotunda y clara a vestir la casaca alemana. Entre lesión y lesión (no sabemos si reales o fingidas) y la argumentación de que se retiraba, el futbolista eludió jugar con la Mannschaft. Una decisión que le granjeó la admiración de muchos de sus compatriotas y que lo convirtió en un ídolo entre la oposición austriaca a la anexión, a la vez que lo ponía en el ojo del huracán ante los nazis.

El caso es que Alemania se presentó en el Mundial de Francia de 1938 con algunos refuerzos austriacos como el portero Raftl, el defensa Schmaus o el centrocampista Wagner, pero no le sirvió de nada. Los germanos sufrieron para empatar contra Suiza en la primera ronda y acabaron cayendo en el partido de desempate disputado el 9 de junio por 4 a 2. Los helvéticos seguían adelante mientras los teutones volvían a casa a las primeras de cambio. Al final, el mundial volvería a ganarlo Italia, derrotando en la final por 4 a 2 a la otra gran selección de la Escuela Danubiana, Hungría.

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Apenas siete meses más tarde, el 23 de enero de 1939, un amigo de Sindelar, Gustav Hartmann, se dirigió a la casa que el futbolista compartía con su novia, la italiana Camilla Castagnola. No le abrieron la puerta y, alarmado, alertó a las autoridades. Se notaba un olor extraño en la vivienda. Cuando consiguieron forzar la puerta y entrar, Matthias y Camilla estaban muertos. La causa oficial: inhalación de monóxido de carbono por culpa de la mala combustión de una estufa.

Las especulaciones sobre la muerte del Mozart del Fútbol se sucedieron. Se dijo que había sido un asesinato ordenado por los nazis por su papelón en el Partido del Anschluss y por su negativa a disputar el Mundial de Francia con la selección alemana. También se especuló con que Sindelar y su pareja se hubieran suicidado en un acto patriótico tras ver en qué se había convertido su país con la anexión nazi. Hubo quien aseguró que el suicidio se había producido por la constante persecución a la que se veían sometidos por las nuevas autoridades nazis. Incluso se adujo que ambos eran judíos (Sindelar no lo era, era católico y de familia católica y practicante) y él un declarado antinazi (esto resulta mucho más difícil de saber).

Lo cierto es que Camilo Francka, el autor de “Matthias Sindelar, una historia de fútbol, nazismo y misterio”, ha negado la mayoría de estas especulaciones. Dice el autor que Sindelar no sólo no estaba siendo perseguido por los nazis, sino que lo consideraban un alemán más. De hecho, Matthias había adquirido un café en Viena pocos meses antes de su muerte aprovechándose de la legislación antisemita que los nazis aplicaron también en Austria, es decir, que compró la propiedad a su propietario judío que había sido obligado a venderla para que los negocios austriacos quedaran en manos arias. 

Apunta Francka que parecía difícil pensar en el suicidio de una persona que estaba a punto de abrir un negocio en el que había depositado muchas esperanzas. Así que el autor se abona a la tesis de que fue un accidente (asegura que bastante común en la época), bastante bien documentado por las autoridades que se presentaron en su domicilio el día de autos y por una autopsia hecha a los tres días de su muerte que especificó la inhalación de monóxido de carbono como única causa del deceso.

Sea como fuere, más de 15.000 personas salieron a la calle a acompañar el féretro del mejor futbolista que ha dado Austria en toda su historia camino del Cementerio Central de Viena, donde reposaría en el mismo espacio que otros artistas tan grandes y tan universales como Beethoven o Strauss. 

El Mozart del Fútbol, el mejor futbolista austriaco de todos los tiempos y uno de los mejores del mundo en su época, es también un icono universal, como su “Wunderteam”, y pasará a la historia como uno de los grandes que revolucionó, modernizó y engrandeció con su arte y su genialidad este precioso deporte.

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