"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 19 de mayo de 2023

El día que a Maradona "le cortaron las piernas"

25 de junio de 1994. Foxboro Stadium de Boston. Diego Armando Maradona festeja con la grada el triunfo argentino ante Nigeria en el segundo partido de la fase de grupos del Mundial de Estados Unidos. El Pelusa está fino, fino, finísimo y la albiceleste está de dulce. Ha ganado sus dos encuentros con solvencia y dando espectáculo y cuenta con un equipo de lujo que ya empiezan a temer todos sus rivales.

La escena, casi familiar, la transforma la aparición de una mujer vestida de blanco con una cruz verde a modo de escudo que se aproxima a Maradona poco a poco. Parece una enfermera, aunque en realidad es una técnica de la FIFA, y viene a por él para llevarlo al control antidopaje. El 10 argentino se sorprende al verla llegar, pero, contento y alegre como está, se lo toma con humor. Sonríe, la coge de la mano y salen juntos del campo rumbo a las entrañas del estadio, donde se le realizará la prueba. Sue Carpenter, que así se llama la protagonista de la imagen, deja al ídolo donde debe.

Tres días más tarde, el drama se desencadena en el seno de la selección argentina. Maradona tiene que abandonar el Mundial al dar positivo por efedrina. El gran capitán que levantó la Copa del Mundo en México 86 ya no volvería a vestir nunca más la camiseta albiceleste.

Pero para entender bien qué pasó tendremos que empezar a contar esta historia desde el principio. O casi.

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Cuatro años atrás, tras la derrota de Argentina en la final del Mundial de Italia 90 ante Alemania, a Diego Armando Maradona empezó a torcérsele poco a poco su extraordinaria carrera futbolística. La polémica que lo envolvió en esa cita mundialista tampoco ayudó mucho. Y es que, a punto de cumplir 30 años, el de Fiorito era un icono mundial para lo bueno y para lo malo. Nadie le discutía su calidad sobre el césped, pero tampoco su mala vida fuera de él y sus casi constantes salidas de tono, alabadas y criticadas casi a partes iguales dependiendo de quién las escuchara o de quién fuera el objeto de sus diatribas.

Ya tras el partido inaugural, que perdió sorprendentemente Argentina ante Camerún, el capitán de la albiceleste dejó clara cuál iba a ser su postura durante todo el torneo cuando declaró a la prensa: “El único placer de esta tarde fue descubrir que, gracias a mí, los italianos de Milán dejaron de ser racistas: hoy, por primera vez, apoyaron a los africanos”. Un poquito de leña al fuego, por si acaso.

Y es que el astro argentino, consciente de su papel de estrella e ídolo eterno en Nápoles, jugó la baza de hacer elegir a los napolitanos entre Italia y Maradona durante todo el torneo, muy especialmente durante la semifinal que enfrentó a ambas selecciones en Nápoles. Esto dijo un desafiante Maradona ante la prensa justo antes del choque: “Me disgusta que ahora todos le pidan a los napolitanos que sean italianos y que alienten a la selección… Nápoles fue discriminada por el resto de Italia. La han condenado al racismo más injusto”.

Antes de que acabara el partido con triunfo argentino en los penaltis tras empatar a uno en el tiempo reglamentario, más de tres cuartas partes de Italia odiaban casi visceralmente a Maradona. Por dejar a Italia fuera de la final de su Mundial. Por ser el ídolo del Nápoles. Por hablar demasiado. Por ser un provocador. ¡Qué sé yo! Por ser Maradona.

El caso es que esa animadversión quedó meridianamente clara con la monumental pitada al himno argentino en la finalísima disputada en el Olímpico de Roma (aunque lo cierto es que lo habían pitado en todos los estadios salvo en San Paolo durante todo el torneo). La imagen del Pelusa mascullando “¡Hijos de puta, hijos de puta!” dirigiéndose a los aficionados italianos dio la vuelta al mundo.

Después, una Argentina mermada, sin Batista, sin Olarticoechea, sin Giusti, sin Caniggia, todos sancionados tras la semifinal ante Italia, con Ruggeri soportando una pubalgia y con Maradona aún renqueante, aguantó a Alemania durante 85 largos minutos. Que se hicieron aún más largos tras la expulsión de Monzón en el minuto 65 por una dura entrada a Jürgen Klinsmann. Hasta que el mexicano Codesal señaló como penalti una entrada de Sensini a Rudy Völler en el vértice izquierdo del área argentina. Riguroso cuando menos. Rigurosísimo. Pero así es el fútbol. Y a Andreas Brehme no le temblaron las piernas. Siendo zurdo, golpeó con la diestra ajustada al palo y el parapenaltis Goycochea no pudo sacarla.

Lothar Matthäus levantó en Roma la tercera Copa del Mundo para Alemania, mientras Maradona no quiso ni saludar a Havelange, el presidente de la FIFA, ni colgarse la medalla de subcampeón. Con su particular visión del mundo en la que la gente estaba con él o contra él, se sentía estafado, humillado y dolido. Pero su calvario personal y deportivo sólo acababa de empezar. Maradona, cómo no, atribuyó todo lo que vendría después a una venganza contra él por el papel que jugó en la Copa del Mundo de 1990.

Con el Mundial ya concluido, las heridas, que venían de antes, no acabaron de cerrarse y Maradona regresó a Nápoles para defender el título de la Serie A conseguida la campaña anterior, aún sabiendo que sus días en el club estaban contados, pese a que los napolitanos le adoraban y allí era prácticamente un Dios.

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17 de marzo de 1991. El Nápoles se enfrenta al Bari en San Paolo en la 25ª jornada de la Serie A. Los napolitanos están ya bastante lejos de la cabeza y la temporada no está siendo buena. Aún así, ganan 1 a 0 al Bari con un tanto de Gianfranco Zola. A la conclusión del encuentro, Maradona es requerido para el control antidopaje. Y salta la noticia. El Pelusa da positivo por cocaína y es sancionado con dureza por Federcalcio, entidad organizadora del campeonato italiano que preside Antonio Matarresse: quince meses de suspensión para el jugador.

Un calvario que acabó cuando el futbolista fichó por el Sevilla FC dos temporadas más tarde, ya iniciada la Liga española 1992-93.

Antes, un desquiciado Maradona había vuelto a Buenos Aires y le había dado tiempo a ser detenido en una redada antidroga. Una detención prácticamente retransmitida en directo por los medios de comunicación. Le había dado tiempo a engordar un montón de kilos y a dejarse llevar sin tocar un balón en mucho tiempo. Le había dado tiempo a organizar por el país partidos diversos partidos de homenaje y a jugar incluso un campeonato de fútbol sala de barrio mientras se consumía poco a poco el tiempo de su sanción. Le dio tiempo incluso a recapacitar, con la ayuda de algunos amigos, y a echar de menos el fútbol. Y, finalmente, tuvo tiempo de intentar ponerse en forma de nuevo para regresar a las canchas cuando concluyese su inhabilitación. Con permiso del Nápoles, claro.

Porque el jugador tenía contrato con el equipo de la Campania y los dirigentes esperaban que se presentara en la sede del club el 1 de julio de 1992, justo el día que se acababa su sanción. Pero Maradona no quiso volver y movió cielo y tierra para salir de la entidad italiana. Al final, tras unas negociaciones eternas en las que tuvo que mediar la UEFA, el Sevilla FC, que acababa de fichar a Carlos Bilardo como técnico, acabó contratando a Maradona. Allí, en la capital hispalense, coincidiría también con el Cholo Simeone.

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Mientras el astro iba dando tumbos por el mundo, por sus mundos, lidiando con su sanción, con su peso y con su adicción a las drogas, Alfio “Coco” Basile había sustituido a Bilardo al frente de la albiceleste con la intención clara de lavarle la cara en cuanto a nombres y en cuanto a estilo. El Coco dejó siempre una puerta abierta al Pelusa en la selección pese a su inhabilitación, pero mientras todo se resolvía, fue haciendo camino. Y el tiempo fue pasando.

El Coco edificó su nueva selección sobre los veteranos Ruggeri y Basualdo, supervivientes de la era Bilardo, pero añadió la calidad, la garra y el hambre de jóvenes futbolistas que empezaban a hacerse un nombre en Argentina como Chamot, “el Negro” Cáceres, “el Cholo” Simeone, Fernando Redondo, Medina Bello, Gabriel Omar Batistuta i un jovencísimo Ariel Ortega.

Con esos mimbres ganó la selección de Basile la Copa América de 1991 y encaró la del 93 de la misma forma, conformando un grupo muy bien engranado. En febrero de 1993, ya con Maradona jugando en el Sevilla, el Coco Basile lo convoca para jugar un amistoso contra Brasil en Buenos Aires y, una semana después, la Copa Artemio Franchi que enfrentaba a la Campeona de América, Argentina, contra la Campeona de Europa, Dinamarca. El Pelusa volvió a sentirse importante jugando por detrás de Caniggia y Batistuta y escoltado por su compañero Simeone y Argentina ganó la Copa Artemio Franchi en los penaltis tras empatar a uno el encuentro.

De regreso a Sevilla, el club andaluz sancionó a los dos jugadores argentinos por haber volado a Buenos Aires sin permiso y Maradona estalló y empezó a enfrentarse con los dirigentes. Además, se lesionó, y todo eso le impidió vestir la albiceleste en la Copa América de 1993. Maradona se enfrentó entonces hasta con Bilardo, su técnico entonces en el club hispalense, y salió del club por la puerta de atrás. El astro volvió a Buenos Aires sin equipo.

Los de Basile, sin Maradona, volvieron a levantar la Copa América en Ecuador y, además, encadenaron una racha espectacular den 33 partidos seguidos ganando que los pusieron con un pie y medio en el Mundial de Estados Unidos 94, con todos los aficionados de nuevo esperanzados ante un equipo espectacular, alejado del ruido de la anterior etapa y que jugaba al fútbol de maravilla.

Pero cuando nadie lo esperaba llegó uno de los mayores tropiezos de la historia de la albiceleste. Los futbolistas ya venían avisados, porque perdieron la imbatibilidad en Barranquilla, donde cayeron por 2 a 1 ante una Colombia exquisita entrenada por el Pacho Maturana que contaba con jugadores excepcionales de la talla del meta Higuita, Valderrama, Rincón, Asprilla o “el Tren” Valencia. La derrota parecía anecdótica, pero todo se vino abajo para Argentina el 3 de septiembre de 1993 en el Monumental de River.

Al encuentro se presentaba Colombia como primera del grupo y Argentina como segunda. La victoria argentina los clasificaba para el Mundial como primeros de grupo y una derrota le daba la clasificación a Colombia mientras que los argentinos deberían esperar al resultado del Paraguay-Perú para saber si jugarían la repesca ante Australia o no. Pese a todos esos condicionantes, ni un solo espectador esperaba lo que sucedió aquella noche. Ni siquiera Diego Armando Maradona, un espectador más en el palco.

El choque empezó igualado, pero Argentina no encontraba los caminos para llegar a la portería de Higuita y Colombia estaba cada vez más cómoda en el terreno de juego. Tanto, que Valderrama empezó a coger la madeja de su equipo con comodidad y a manejar el encuentro a su antojo. En el minuto 41, el genial centrocampista colombiano le metió un pase perfecto a Rincón que encaró a Goycochea y lo dribló para hacer el cero a uno a puerta vacía. Se mascaba la tragedia, pero aún quedaban 45 largos minutos por disputarse.

Pero al poco de volver de los vestuarios Faustino Asprilla puso el cero a dos tras recoger un centro, sentar a Borelli y rematar ante Goycochea. Ese tanto crispó a la selección de Basile, que no sabía cómo afrontar un partido que se les escapaba irremediablemente. Ante las dudas argentinas, los colombianos hacían cada vez más daño y cada vez que robaban le metían muchísima velocidad de tres cuartos de campo hacia adelante y hacían temblar a toda la defensa albiceleste. Y así fueron cayendo uno tras otro tres tantos más que dejarían a Argentina a merced de lo que pasara entre Perú y Paraguay en el otro encuentro del grupo. Anotó Rincón el 0 a 3 a los 27 minutos de la segunda parte y apenas dos minutos después Asprilla hizo el cuarto. El Tren Valencia cerró la goleada a falta de 6 minutos para el final con un quinto tanto que dejó a toda Argentina sumida en la vergüenza.

Por suerte para los de Basile, Perú, que había perdido todos los partidos de la fase de clasificación, empató con Paraguay y eso permitió que Argentina disputara la repesca ante Australia, ya que un tanto guaraní hubiera dejado a la albiceleste fuera del Mundial. Cuando los aficionados respiraron en el Monumental tras el final del choque en Perú, 55.000 gargantas cantaron al unísono pidiendo el regreso de Diego Armando Maradona a la selección.

En el palco, el Pelusa lloraba y, a la vez, escuchaba a la gente enfervorecida. Volvería. Claro que volvería. Cuatro días después del partido, Maradona fichaba por Newell’s y se ponía en manos del preparador físico Daniel Cerrini, con el que empezó a trabajar a destajo. En su cabeza, una única meta: volver a la selección.

Y volvió. Y se enfundó la camiseta albiceleste con el diez a la espalda y el brazalete de capitán en el brazo izquierdo. Y con él en el campo el juego no mejoró, pero Argentina resolvió la papeleta ante Australia con muchos apuros. Un gol de Batistuta en el mismo escenario de la debacle ante Colombia, en el Monumental, hacía bueno el empate a uno que se había traído de Sídney la albiceleste y metía a los de Basile en el Mundial de Estados Unidos con Maradona de nuevo a la cabeza. Empezaba la cuenta atrás para el Pelusa, que había decidido prepararse solo y a conciencia para disputar su cuarta Copa del Mundo.

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Pero las cosas no iban a ser tan fáciles como parecían. Maradona acabó su contrato con Newell’s el 1 de diciembre de 1993 y acabó lesionado. El astro se tomó unas vacaciones y empezó con su preparación. Acudía a las concentraciones de la selección, pero, tocado como estaba, entrenada al margen. Iba para convivir con todos, pero poca cosa más.

Como el tiempo pasa muy rápido, a finales de marzo Maradona no estaba en condiciones de jugar. Entonces el Pelusa se reunió con Basile y tomó una decisión. Iba a llegar al Mundial pero le pidió al técnico unas semanas de entrenamiento en solitario, con sus propios técnicos, para poder alcanzar el estado de forma del resto de jugadores de la selección.

El 10 conformó un equipo de trabajo con Fernando Signorini, su preparador en el Nápoles, Antonio Dal Monte, con el que ya había trabajado de cara a los Mundiales de México 86 e Italia 90, y con Néstor Lentini, el preparador físico de la selección argentina. Y se fueron a una quinta en Oriente, a alejarse del mundanal ruido y prepararse físicamente para el Mundial al margen de todo y de todos. Una semana más tarde se presentó allí Basile para comprobar cómo estaba y para convocarlo para un amistoso ante Marruecos. El equipo ganó 3 a 1 y Maradona volvió a marcar con la selección más de 1.200 días después. A partir de ese instante, Diego Armando Maradona se integró de lleno en la selección Argentina. Destino: el Mundial de Estados Unidos de 1994.

Cuando la selección argentina llegó a Estados Unidos, Maradona seguía preparándose por su cuenta con su propio equipo de trabajo, haciendo también las sesiones del grupo. Y decidió incorporar a Daniel Cerrini al engranaje. Cerrini era quien le había preparado para jugar en Newell’s y para llegar en forma a la repesca con Australia, así que Diego le compró un billete de avión y se lo trajo con él. Esa decisión, al final, lo cambiaría todo.

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Argentina comenzó el Mundial apabullando a Grecia (4 a 1) y con Maradona marcando un tanto precioso que, a la postre, sería el último que haría con la selección. En el segundo encuentro Nigeria se adelantó en el marcador, pero la albiceleste, con su fútbol vertiginoso y de ataque constante le dio la vuelta al partido para vencer por 2 a 1 y postularse como una de las candidatas a levantar la Copa del Mundo en los Ángeles.

Entonces apareció en el campo una enfermera que se dirigió a Maradona mientras él festejaba el triunfo con la grada. Diego la cogió de la mano y, sonriendo, se dirigieron los dos al control antidopaje en una imagen que se convertiría en icónica unos días más tarde. Exactamente tres.

Porque el martes 28 de junio de 1994 todo saltó por los aires. Maradona tomaba un mate con Goycochea, las mujeres de los dos futbolistas y su padre cuando se presentó su representante con la cara absolutamente pálida, como si hubiera visto un fantasma o un muerto viviente. Ahí fue cuando el Pelusa, que no se lo esperaba, recibió la peor noticia de su vida: había dado positivo en el control antidopaje.

La primera reacción de Maradona fue de incredulidad, de rabia y de impotencia. Aseguraba que no había reincidido en la cocaína y que no podía ser. Hasta que le dijeron que el positivo era por efedrina (y norefedrina, seudoefedrina, norseudoefedrina y metaefefrina) y, entonces, lo entendió aún menos, pero sí comprendió que acababa de decir adiós a la Copa del Mundo. Y lloró desconsolado junto a sus íntimos.

La delegación argentina viajó hasta los Ángeles para pelear por un contraanálisis mientras un Maradona hundido disimulaba delante de sus compañeros con la esperanza de que todo fuera un mal sueño. Porque al día siguiente, el 29 de junio, el equipo se desplazaba en avión hasta Dallas, donde jugaban el día 30 contra Bulgaria el partido que cerraba la fase de grupos. Los periodistas se enteraron esa tarde y los compañeros de la selección argentina, también. Sólo faltaba esperar el resultado del contraanálisis y la postura de la AFA primero y de la FIFA después.

Esa misma noche se solventó todo. El contraanálisis había vuelto a dar positivo y la AFA decidió sacar a Maradona del Mundial para evitar posibles represalias de la FIFA contra Argentina. Desde ese mismo instante el Pelusa dejaba de ser jugador de la albiceleste a todos los efectos.

A la mañana siguiente la selección argentina se desplazó al Cotton Bowl de Dallas para enfrentarse a Bulgaria. Maradona se quedó en el hotel con su familia y su equipo de trabajo. Se encerró con ellos en una habitación y llamó a unos periodistas. Cogió aire y, con lágrimas en los ojos, dio una declaración para que todo el país supiera lo que había pasado. “Me cortaron las piernas”, dijo entre sollozos. Mientras, sus compañeros saltaban al terreno de juego a hacer ejercicios de calentamiento.

En realidad, habló un poco más. Dijo exactamente esto: “Juro por mis hijas que no me drogué para jugar, porque si me entreno como me entrené no necesito nada para jugar (...) No quiero dramatizar, pero créeme que me cortaron las piernas. A mí, a mi familia. A los que están a lado mío. Nos sacaron la ilusión. Y creo que me sacaron del fútbol definitivamente. Tengo los brazos caídos, el alma destrozada. Quiero que les quede claro a todos los argentinos que no corrí por la droga, corrí por la camiseta”.

Y es que Maradona siempre ha defendido que no se drogó para afrontar ese Mundial. Dijo a todo aquel que quiso escucharlo que se preparó a fondo única y exclusivamente con trabajo y esfuerzo. Y dejó grabado y por escrito que todo fue un error involuntario de Daniel Cerrini, uno de sus preparadores. Maradona tomaba un producto para la gripe llamado Ripped Fast y se le acabó el frasco. Cerrini compró el mismo producto en Estados Unidos, pero éste se llamaba Ripped Fuel. Al parecer, ese producto contenía la efedrina (y todos sus derivados) que se detectó en el control antidopaje. Insistió siempre Maradona en que nunca quiso sacar ventaja y que no se drogó jamás para sacar ventaja. Pero la AFA ya lo había excluido del equipo y el Mundial se acabó para él.

Y también para la Argentina del Coco Basile. Porque la albiceleste cayó ante Bulgaria sin el 10 por dos goles a cero y ese resultado la emparejó en octavos de final con la sorprendente Rumanía de George Hagi. Los dacios hurgaron en la herida y eliminaron en un gran partido (3-2) a una de las mejores selecciones argentinas que se recuerdan y que se marchó del Mundial por la puerta de atrás.

Hasta dónde hubiera llegado ese equipo si a Maradona no le hubieran “cortado las piernas” es algo que, por desgracia, nunca sabremos. Lo que sí sabemos es que al Pelusa le cayeron otros quince meses de sanción que, a sus 34 años, le alejaron casi definitivamente de la pelota. Y también se le prohibió la entrada en Estados Unidos de por vida. Había llegado a la tierra de las oportunidades para aferrarse a la última, para intentar cerrar su historia de amor con la Copa del Mundo con un último título. Y se marchó entre sollozos para no volver jamás.

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La imagen de Diego Armando Maradona en 1994 sonriendo y dándole la mano a Sue Carpenter camino del control antidopaje como oveja que va sin saberlo al matadero es hoy una de las imágenes más potentes e icónicas de la historia de los Mundiales. La imagen de un ídolo justo antes de su caída, justo antes de romperse en mil pedazos.

Como lo es también la imagen de la despedida definitiva del fútbol del astro argentino cuando, en 2001, en una Bombonera llena hasta la bandera, pronunció casi entre sollozos otra de sus más famosas frases: “El fútbol es el deporte más lindo y más sano del mundo. Eso no le quepa la menor duda a nadie. Porque se equivoque uno no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué. Pero… la pelota… ¡la pelota no se mancha!”.

Pero lo cierto es que la pelota, a veces, también se mancha. La pelota, a veces, se llena de mierda hasta los topes y es imposible limpiarla. A veces, hay que coger otra. Más bonita. Más reluciente. Más brillante. Más blanda. Más ligera. Quizá menos auténtica. Otra pelota. Otro fútbol.

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