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lunes, 2 de mayo de 2022

Las cuatro estrellas de Italia, una tetracampeona en horas bajas

Se decía antes que un Mundial no empezaba hasta que sonaba el Fratelli d’Italia, el himno italiano. En Catar no sonó, como tampoco lo había hecho en Rusia cuatro años antes. Así que Italia no tuvo la posibilidad de intentar estampar la quinta estrella en su zamarra. Las otras cuatro sí las tiene bien cosidas al pecho.

La primera estrella italiana data de 1934, cuando la selección entrenada por Pozzo se impuso en el segundo torneo de la historia. Un campeonato raro y polémico por muchas razones. En primer lugar, porque las selecciones sudamericanas se negaron a participar por la negativa masiva europea a desplazarse a Uruguay para disputar la primera Copa del Mundo de 1930. Sólo vino Brasil y una disminuida Argentina que presentó un equipo amateur.

En segundo lugar, la organización de Italia, un país controlado con mano de hierro por Mussolini que apostó claramente por una victoria en el Mundial para engrandecer la imagen del pueblo italiano, condicionó muchos partidos con arbitrajes claramente favorables a la escuadra azzurra. Pasó contra España en cuartos de final, cuando los italianos necesitaron de un polémico partido de desempate para noquear a los españoles. Pero los italianos, con sus oriundi, con Giuseppe Meazza en plan estelar y con Angelo Schiavo arriba para convertir en gol los pases de sus compañeros, hicieron un Mundial impecable y derrotaron a la gran Austria de Sindelar y Bican en semifinales y a una buenísima Checoslovaquia en una final en la que necesitaron remontar el gol checoslovaco y encomendarse al oportunismo del mencionado Schiavo en la prórroga para levantar la Copa del Mundo por primera vez.

Esa misma Italia de Pozzo, con el mismo carácter indomable, con la misma calidad también, sin los oriundi, pero con la incorporación de Piola, el mejor goleador italiano de la historia, se impuso en Francia en un Mundial marcado por la tensión de la proximidad de la Segunda Guerra Mundial, por la politización del evento a manos de nazis y fascistas, que aprovecharon cada partido para la exaltación de sus símbolos ante la pasividad de las instituciones deportivas de la época, y por la exclusión de Austria, que ya había sido “anexionada” por la Alemania nazi, a la que se le permitió participar en el torneo sin ningún problema (a Alemania, nos referimos, que no a Austria, que se quedó sin asistir y con algunos de sus jugadores integrando la selección alemana).

En esas circunstancias, Italia volvió a demostrar que era el mejor equipo. Sufrió para ganar a Noruega en la primera fase (2 a 1), pero después finiquitó rápidamente su compromiso ante Francia (3 a 1) y logró eliminar a una confiada Brasil que no alineó a su estrella Leónidas para reservarlo para una hipotética final (2 a 1). Y la final ante Hungría también se la llevó Italia (4 a 2), para convertirse en la primera selección en ganar dos mundiales seguidos y también la primera en ganar fuera de su propio país. Sin ser anfitrión, vaya.

A partir de ese momento, contando, evidentemente, con el paréntesis que supuso la devastadora II Guerra Mundial, Italia no consiguió acercarse a los puestos de honor de una Copa del Mundo hasta 1970, cuando disputó la final ante la Brasil de los 5 dieces. Allí los italianos no fueron rival para un equipo muy superior y cayeron por 4 goles a uno en un partidazo de los astros brasileños que relegaron a Italia a la condición de convidados de piedra.

Pero los italianos se vengarían doce años más tarde, en España 82, cuando le ganaron a la magnífica selección de Telé Santana en el estadio de Sarrià, en Barcelona, para sacarse un billete a semifinales que nadie esperaba. Ése fue el despertar de la bestia italiana y de su ariete, Paolo Rossi, que se hartó de marcar todos los goles que no había sido capaz de anotar prácticamente nadie en la primera fase. Los italianos de Bearzot vencieron a Argentina y a Brasil y ganaron también a Polonia en semifinales con claridad. Después, concluyeron el torneo con un auténtico repaso a Alemania en la final, con un penalti fallado en la primera parte y los goles de Rossi, Tardelli y Altobelli en la segunda. Breitner marcó el gol del honor alemán a falta de siete minutos, pero sólo serviría para maquillar el resultado. El meta Dino Zoff alzó la tercera Copa del Mundo para Italia al cielo de Madrid. Habían pasado 44 años desde que los italianos levantaran la segunda.

La azzurra sufrió una decepción en su Mundial en 1990, cuando cayó en semifinales ante la Argentina de Bilardo y Maradona y se hubo de conformar con el tercer puesto en el torneo disputado ante su gente, en Italia. 

Cuatro años más tarde, en Estados Unidos en 1994, estuvo a punto la selección italiana de levantar su cuarta Copa del Mundo gracias al fantástico torneo de los Baggios: Dino y, sobre todo, Roberto, que se echó la selección a la espalda en cada partido para resolver con su clase y calidad e ir avanzando ronda a ronda en el torneo. Pero en una final muy cerrada, y con Baggio tocado desde el partido de semifinales, el marcador no se movió durante los noventa minutos reglamentarios ni en la prórroga. Y la tanda de penaltis se mostró especialmente cruel con las estrellas italianas. Fallaron Baresi, Massaro y el mismo Baggio, mientras que por los brasileños sólo falló Marcio Santos y Dunga, Romario y Branco anotaban sus penaltis para que Brasil alzara su cuarta Copa del Mundo al cielo de los Ángeles.

Pero esos mismos penaltis le dieron la gloria a la azurra doce años después, en 2006, en el Mundial de Alemania, cuando pocos lo esperaban. Los italianos iban de tapados y fueron superando poco a poco todas las fases del torneo. Con Luca Toni arriba, Pirlo y Del Piero alternándose en la creación, Cannavaro y Buffon asentando el equipo desde atrás y la irrupción de Grosso por la banda bastaron para plantarse en la final eliminando a la anfitriona Alemania en un partidazo en semifinales. La final ante Francia, otra sorpresa que pocos esperaban, empezó mal, con un penalti en contra que transformó Zidane a lo “panenka”, pero Materazzi empató pronto a la salida de un córner. Italia estuvo mejor, compitiendo como suele, pero el marcador no se volvió a mover y la final se fue a la prórroga.

En la prórroga, Francia parecía más entera, pero Zidane perdió la cabeza y la estampó contra el pecho de Materazzi ante una provocación del zaguero italiano. El astro francés se marchó al vestuario e Italia llegó a los penaltis cargada de energía. El error de Trezeguet y el último penalti anotado por Grosso le dieron a Italia la cuarta Copa del Mundo que Cannavaro levantó al cielo de Berlín.

Desde entonces, Italia no ha levantado cabeza. Cayó en la primera fase en Sudáfrica en 2010, afectada claramente por la maldición del campeón, y volvió a las andadas en Brasil 2014 al no superar la fase de grupos ante Uruguay, Costa Rica e Inglaterra (los ingleses fueron la otra selección que hubo de hacer las maletas a las primeras de cambio). 

Pero lo peor estaba aún por llegar. Lo inimaginable finalmente sucedió. Italia no se clasificó para la fase final del Mundial de Rusia en 2018 después de caer en la repesca ante Suecia. Y volvió a las andadas en la fase de clasificación para el Mundial de Catar 2022, después de verse sorprendida de nuevo, esta vez en Italia y por Macedonia del Norte. Pero volverá. Porque Italia siempre vuelve. Luciendo orgullosa sus cuatro estrellas estampadas en el pecho.

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