"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

lunes, 31 de octubre de 2022

Holanda tropieza tres veces con la misma piedra

Inglaterra y España han llegado tan sólo una vez a la final de una Copa del Mundo, pero ambas selecciones acabaron levantando el trofeo. Lo hicieron los ingleses en Wembley en 1966 y los españoles en Johannesburgo en 2010. Uruguay y Francia también cuentan sus finales por trofeos. En dos ocasiones llegaron charrúas y galos a la final de un Mundial y la ganaron. Uruguay levantó la Copa del Mundo en 1930 y también en 1950, cuando perpetró el Maracanazo ante más de 100.000 espectadores brasileños. Francia ganó el Mundial de 1998 y el de Rusia 2018.

Brasil, la pentacampeona del mundo, ha perdido dos finales (1950 y 1998) de las siete que ha disputado. Italia también ha llorado desconsolada la derrota en dos finales (1970 y 1994), pero ha encontrado el consuelo en las cuatro ocasiones en las que se ha llevado la Copa (1934, 1938, 1982 y 2006), mientras que Argentina ha caído derrotada en tres finales (Uruguay 1930, Italia 1990 y Brasil 2014), pero también ha sido dos veces campeona del mundo, con Menotti en 1978 y con Bilardo en 1986. Alemania ha perdido tres finales (1966, 1982, 1986), pero ha levantado la Copa del Mundo cuatro veces (1954, 1974, 1990 y 2014).

Tan solo Holanda, la Naranja Mecánica, ha tenido la mala fortuna de plantarse en tres ocasiones en la gran final de la Copa del Mundo para caer no en una, ni en dos… sino tropezar tres veces con la misma piedra. Perderlas todas. Absolutamente todas. Y cada cual más dramática. Cada cual más dolorosa. Cada cual más dura. Cada cual más difícil de digerir.

Porque perder ante Alemania en Múnich entraría dentro de la lógica, pero hacerlo cuando has sido, de largo, el mejor equipo del torneo y cuando eres capaz de marcar un gol en el primer minuto de encuentro sin que tu rival toque la pelota ni una sola vez, duele.

Como duele volver a llegar a la final tan sólo cuatro años más tarde. Sin tu estrella. Y encontrarte de nuevo con el anfitrión en el último partido. Ante su gente alborozada que llena el campo de papelitos. Y cuando parece que todo está perdido, empatas el partido y tienes la última ocasión, en el último suspiro, para hacer el gol que te corone campeón del mundo. Pero da en el palo. Y vuelves a ver cómo tu rival levanta la Copa ante tus narices.

Porque llegar a otra final 32 años después, con la sensación de haber dejado atrás un trauma, para jugar esta vez contra un rival que no organiza el torneo y que, como tú, viene a Sudáfrica desde Europa, sin más peso en la mochila que el ansia de gloria, anima. Y juegas al límite porque ellos parecen superiores, pero tienes dos ocasiones clarísimas para ganar por fin la final que se resiste. Pero la tibia del portero y la garra de un defensa echan por el sumidero la mejor posibilidad de ganar el partido más importante del mundo. Bueno, no pasa nada, el fútbol no puede ser tan injusto. Y, por lo menos, ves en el horizonte la posibilidad de que la fortuna te sonría en la tanda de penaltis después de que te haya sido esquiva antes, pero te encuentras con una genialidad de un jugador increíble que te manda a la lona con el tiempo casi cumplido. Y te vuelves a quedar sin levantar esa Copa que parece maldita.

La relación de la Naranja Mecánica con la Copa del Mundo se resume un dato funesto: llegar tres veces al último partido y perder las tres veces. Pero tras cada una de esas finales perdidas se esconde una historia: la historia de maldición de las finales de Holanda.

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Cuando el 7 de julio de 1974 a las cuatro de la tarde el balón empezó a rodar en el Olímpico de Múnich había un equipo claramente favorito a alzarse con la Copa del Mundo por primera vez en su historia: Holanda, la Naranja Mecánica capitaneada por Johan Cruyff. Y lo fue aún más si cabe cuando un minuto y medio después los tulipanes habían dado 17 pases sin que un solo alemán tocara la pelota y un desquiciado Hoeness derribara al espigado capitán holandés dentro del área. Neeskens transformó el clarísimo penalti y a los dos minutos la final ya se había teñido de naranja.

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Veinticinco días antes, el 13 de junio de 1974, Brasil y Yugoslavia daban el pistoletazo de salida al Mundial de Alemania en un partido en el que lo más bonito fue el saque de honor de Pelé, porque después pasó muy poca cosa más, dejando la sensación de que los brasileños, actuales campeones, no estaban en condiciones de defender su título. El cero a cero que al final reflejaba el luminoso lo decía todo.

Al día siguiente, el 14 de junio, debutaron los anfitriones, que en ese instante eran claros favoritos al título. La selección de Alemania Federal estaba formada por una base de jugadores del Bayern de Múnich, que acababan de proclamarse campeones de la Bundesliga y de ganar la primera Copa de Europa de su historia (después vendrían dos más de forma consecutiva). Con uno de los mejores porteros del mundo, Stepp Maier, uno de los mejores líberos del mundo, Franz Beckenbauer, y uno de los delanteros más eficaces del mundo, el Torpedo Müller, Alemania Federal era el enemigo a batir. Y más jugando en casa. Pero su debut no estuvo a la altura de lo esperado. Ganaron ante Chile, sí, pero por la mínima y sufriendo, y no acabaron de dejar un buen sabor de boca entre sus aficionados.

Justo al contrario que la Holanda de Johan Cruyff, Rep, Neeskens o Rensenbrick, que debutó el día 15 y derrotó con solvencia a Uruguay con dos goles de Rep. Los tulipanes jugaron un fútbol eléctrico, vertiginoso y de constantes movimientos y cambios de posiciones imparable para sus rivales. De hecho, en esta primera fase, los neerlandeses empataron a cero ante Suecia y ganaron por 4 a 1 a Bulgaria para cerrar su pase a una segunda fase de grupos de la que saldría uno de los finalistas.

Mientras, los alemanes ganaron claramente a la débil Australia en su segundo encuentro, pero ni siquiera el tres a cero final dejó buenas sensaciones. Y lo peor estaba por llegar. El grupo se cerraba con un encuentro entre hermanos alemanes: Alemania Federal contra Alemania Democrática. El partido, que parecía un trámite para los occidentales, se complicó para los hombres de Helmut Schön. Alemania del Este resistió muy bien el peligro de sus vecinos y a falta de 13 minutos Sparwasser volteó la clasificación del grupo con su gol y, probablemente, sin saberlo, cambió la suerte del Mundial. Porque ganó Alemania Democrática el partido y el liderato del grupo, por lo que le tocó jugar la segunda fase encuadrada en el grupo A junto a Brasil, Holanda y Argentina, mientras que Alemania Federal acabó segunda y le tocó en suerte el grupo B junto a Polonia, Suecia y Yugoslavia.

Es decir, que la derrota más humillante de la historia de la República Federal Alemana les permitió evitar a los holandeses en un grupo en el que jugaban todos contra todos y el primero se clasificaba directamente para la final (y el segundo para el tercer y cuarto puesto). Aún hoy hay quien, sin demasiado fundamento, cree que los occidentales se dejaron ganar ese partido, pero es algo difícil de creer ante las feroces críticas que recibieron los jugadores por parte de todos los medios del país (e internacionales) y por sus propios aficionados.

El caso es que la segunda fase fue muy tensa para los alemanes y extraordinariamente plácida para los holandeses que, a esas alturas del torneo, habían presentado su candidatura al título con creces, a la par que se iban desinflando las opciones alemanas.

Holanda empezó la segunda fase apabullando a Argentina, a la que derrotó por 4 goles a cero, mientras que Brasil sufría para ganar por 1 a cero a la RDA con gol de Rivelino. En la siguiente jornada, los brasileños afrontaron el clásico sudamericano con la soga al cuello y acabaron derrotando a Argentina por 2 a 1 con un gol de Jairzinho al inicio de la segunda parte. Por su parte, los holandeses cumplieron ante la RDA y ganaron 2 a cero sin demasiados sobresaltos.

Así pues, el 3 de julio Brasil y Holanda decidirían quién jugaría la gran final de Múnich. Parecía un duelo entre los campeones pasados contra los futuros campeones y así lo demostró Holanda, que dio buena cuenta de los cariocas con goles de Neeskens y Cruyff. A los tulipanes sólo les faltaba rubricar su gran Mundial en la gran final.

En el otro grupo, Alemania se impuso a Yugoslavia en el primer partido por dos goles a cero y eso tranquilizó un poco al equipo y a los aficionados, mientras que Polonia batía a Suecia con un gol de Lato en el otro partido. De hecho, los polacos volvieron a ganar ante Yugoslavia por dos a uno y trasladaron toda la presión a Alemania.

El partido ante Suecia era importantísimo para los anfitriones y se vivió con mucha tensión. Los suecos se adelantaron en el minuto 24 y aguantaron con el marcador a favor toda la primera parte. En la segunda, los locales salieron a por el empate. Y le dieron la vuelta al partido en dos minutos con goles de Overath y Bonhof, pero tan solo un minuto más tarde los suecos volvieron a empatar y metieron el miedo en el cuerpo a todo un país. A falta de 14 minutos Grabowski volvió a adelantar a Alemania y todos respiraron tranquilos con el gol de penalti de Hoeness en el último suspiro. Al final, del partido entre Polonia y Alemania saldría el finalista.

El día amaneció lluvioso en Frankfurt y la lluvia se mantuvo durante todo el día y dejó el terreno de juego pesado. El partido iba a ser tenso, duro y recio. Las dos selecciones jugaron de igual a igual durante todo el partido, pero los alemanes se llevaron el gato al agua con un gol de Müller, que a los 76 minutos se dio la vuelta en el punto de penalti, lanzó duro y raso a portería y engañó al meta Tomaszewsky. Alemania había conseguido llegar a la final de su final. Ahí se vería las caras con la Naranja Mecánica.

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A las cuatro de la tarde y dos minutos, los más de 75.000 aficionados que presenciaban en directo la final del Mundial del 74 en el Olímpico de Múnich no daban crédito a lo que veían y cruzaban los dedos para que la exhibición de la Naranja Mecánica no continuara después del gol de penalti de Neeskens antes de ningún germano tocara el balón.

Y eso es exactamente lo que pasó. Porque, como 20 años antes en Berna, los alemanes empezaron a asentarse en el campo, a mostrar su orgullo y a defender cada metro como si les fuera la vida en ello. Los holandeses del futbol total empezaron a no sentirse tan cómodos en el partido y los alemanes a acercarse por las inmediaciones del área de Jongbloed, hasta que, en el minuto 25, Jansen derribó a Hoelzebien dentro del área y Breitner, con una personalidad arrolladora a sus 22 años, transformó el penalti para igualar la final. Después, al filo del descanso, Müller se revolvería dentro del área holandesa para marcar un gol muy típico de él y adelantar a los germanos antes de irse al vestuario.

La segunda parte fue un quiero y no puedo por parte holandesa. Se habían visto campeones y ahora les tocaba remar ante una selección experimentada y bien plantada. Las pocas ocasiones que tuvieron los naranjas las desbarató el gran meta Sepp Maier sin problemas, e incluso los alemanes pidieron otro penalti y les anularon un gol.

Al final, Alemania fue campeona del mundo por segunda vez y dejó con la miel en los labios a la selección más atractiva del torneo. Los holandeses no lo sabían, pero no sería la última vez. Cuatro años más tarde, la historia, caprichosa, volvería a repetirse.

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Al Mundial de Argentina de 1978 la selección holandesa se presentó después de liderar con solvencia su grupo de clasificación europeo, donde ganó 5 partidos y empató solo uno (2 a 2 ante Irlanda del Norte). El subcampeón volvía a estar entre la terna de favoritos al título, pero perdió esa vitola en cuanto Johan Cruyff anunció que no iría a Argentina con su selección.

Mucho se ha escrito sobre la negativa de Cruyff a disputar el Mundial, pero las razones reales nadie las sabe a ciencia cierta. Se dijo que no quiso acudir a la cita en un país dictatorial donde mandaban los militares, con torturas y desapariciones a la orden del día y donde no se respetaban los derechos humanos. De hecho, el alemán Paul Breitner se manifestó en estos mismos términos y no disputó el Mundial.

También se dijo que después del Mundial 74 ya dejó caer que no volvería a disputar otro torneo por la cerrazón y el agobio de las concentraciones. También se apuntó que tenía un conflicto con la marca que le vestía y que no coincidía con la de la selección holandesa y que se había plantado por ello. Se elucubró con la posibilidad de que su decisión de no viajar a Argentina la condicionara su esposa, convenciéndole de no disputar el torneo. Se arguyó también que Cruyff había sufrido un intento de secuestro en Barcelona y temía por su seguridad en el mundial. Y la última de las especulaciones hablaba de la fatiga de Cruyff, que ya había enganchado muchos años a pleno rendimiento, que tenía 31 años y quería descansar para seguir compitiendo a primer nivel y con el físico intacto.

El caso es que la baja de Cruyff era tan sensible que prácticamente nadie incluyó a los holandeses, pese a ser subcampeones del mundo y estar dirigidos desde el banquillo por Enrst Happel, uno de los mejores técnicos de Europa, entre los candidatos firmes a levantar la Copa del Mundo. Ese papel correspondía a Alemania Federal, actual campeona del mundo y subcampeona de Europa, a Argentina, que como anfitriona había armado un gran equipo con la firma de su técnico Menotti, y a Brasil, que era una incógnita después de una fase de clasificación solvente en la que no participó Argentina por ser la anfitriona, pero que contaba en sus filas con un Rivelino de 32 años y con los jóvenes emergentes Zico o Dirceu.

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La fase final tenía el mismo sistema que cuatro años antes en Alemania, es decir, cuatro grupos de cuatro equipos de los cuales se clasificaban los dos primeros. Los ocho equipos que seguían vivos en el torneo se distribuían en dos grupos (A y B) y el campeón de cada uno de ellos disputaría la final en el Monumental de River el 25 de junio. Sorprendentemente, allí estaría Holanda y enfrente, como 4 años antes, tendría al anfitrión, en este caso Argentina. Y como 4 años antes, volvería a quedarse con la miel en los labios.

Holanda compartió grupo en la primera fase con Perú, Escocia e Irán y los tulipanes empezaron bien con una clara victoria por 3 a 0 ante los asiáticos, pero sólo pudieron empatar ante la mágica Perú de Cubillas y Sotil y acabaron siendo derrotados por 3 a 2 por los escoceses, lo cual les relegó al segundo puesto por detrás de los incas.

A Argentina tampoco le fue especialmente bien en la primera fase. Debutó en su campeonato sufriendo mucho para derrotar a Hungría por dos a uno y volvió a padecer de nuevo ante Francia en la segunda jornada, aunque ganó por idéntico resultado. El partido que cerraba el grupo medía a argentinos e italianos y los transalpinos vencieron por 1 a 0 relegando a la albiceleste al segundo puesto y mandando al equipo de Menotti a disputar la segunda fase en Rosario, lejos de Buenos Aires.

En esa segunda fase los holandeses se entonaron y no tuvieron rival. Derrotaron a Austria con un rotundo 5 a 1, empataron con Alemania a dos en la reedición de la final del Mundial anterior y remontaron un gol en contra ante Italia para acabar ganando 2 a 1 y clasificándose para la gran final.

Mientras, Argentina se reencontró a sí misma en Rosario y, sobre todo, encontró a Mario Alberto Kempes. A los 16 minutos, el Matador había inaugurado su cuenta goleadora en el Mundial y había puesto por delante a la albiceleste, pero los polacos se vinieron arriba y en una falta lateral Fillol se tragó el centro y Lato remató de cabeza a portería. Kempes se estiró como si fuera el guardameta y sacó el balón con la mano. Penalti, pero no expulsión, que en esa época no existía la roja por evitar una ocasión manifiesta de gol, ni nada por el estilo. El penalti lo lanzó Deyna muy flojito y Fillol lo detuvo. Después Kempes anotó el segundo tanto para cerrar el partido. Mientras, Brasil le ganó 3 a 0 a Perú y ambos equipos, brasileños y argentinos, empataron sin goles.

La última jornada se disputaba el Polonia-Brasil y el Perú-Argentina, pero no se jugaban los partidos a la misma hora, por lo que los argentinos salieron a jugar ante Perú sabiendo que debían ganar por 4 goles, ya que los brasileños habían ganado por 3 a 1 a Polonia y la suma de goles a favor y en contra estaba en +3 para Brasil. El resto, ya es historia, Argentina ganó 6 a 0 con doblete de Kempes y Luque, un tanto de Tarantini y otro de Houseman, en un choque bajo sospecha desde el mismo instante en que la pelota empezó a rodar. Y hasta hoy.

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El 25 de junio de 1978 una lluvia de papelitos inundó el césped del Monumental de River a la salida de los jugadores argentinos y una ovación atronadora encendió la mecha de la gran final. A apenas unos cientos de metros de allí, en un centro de detención tristemente famoso, se practicaba la tortura y se asesinaba a los supuestos “disidentes”.

A los 22 minutos de juego, Kempes batió al meta holandés y puso en ventaja a la albiceleste en la final. El Monumental se vino abajo, pero los argentinos no acabaron de cerrar el partido y los holandeses no le perdieron nunca la cara a la final y siguieron compitiendo con fe en sus posibilidades. El premio a su constancia llegó a falta de pocos minutos para la conclusión del choque con un cabezazo de Nanninga que mandaba el partido a la prórroga. ¡Y gracias! Porque en la última jugada del tiempo reglamentario, Rensenbrick le ganó la espalda al defensa argentino, metió el pie ante la salida de Fillol y lo superó, pero el balón, caprichoso, se estrelló contra el poste mientras todo el estadio de River contenía la respiración.

Pero en el tiempo extra, el equipo de Menotti, espoleado por su público y mucho más entero físicamente, acabó por doblegar la resistencia de los tulipanes con goles de Kempes y Luque para darle la primera Copa del Mundo a Argentina ante su gente.

Holanda, nuevamente, se había quedado rozando la copa con la yema de los dedos. Por segunda vez consecutiva y las dos ante el anfitrión. Los neerlandeses no se lo podían creer. Pero, como todo el mundo sabe, no hay dos sin tres.

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El 11 de julio de 2010 en Johannesburgo la selección holandesa volvía a plantarse en una final del Mundial 32 años y 8 campeonatos después. Enfrente estaba la campeona de Europa, España, que afrontaba por primera vez en su historia la final de una Copa del Mundo. Ciento veinte minutos después los holandeses volvían a llorar de tristeza mientras España entera salía a la calle con lágrimas de alegría. Los tulipanes perdían su tercera final de un mundial en el minuto 116 de partido, después de haber tenido en los pies de Robben una ocasión de oro para marcar y levantar el ansiado trofeo. Pero la historia la escribieron el pie de Casillas primero y el de Andrés Iniesta después y dejó nuevamente a Holanda con la miel en los labios por tercera vez.

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Tras la derrota en la final del Mundial de 1978, a Holanda le costó prácticamente una década contar con una generación de futbolistas cuyo talento se aproximara al de la mítica Naranja Mecánica. De hecho, no se clasificaron para los Mundiales de España’82 ni de México’86, así como tampoco para la Eurocopa de Francia en 1984. Pero en 1988 todo cambió. Con Rijkaard, Van Basten, Gullit, los hermanos Koeman o el meta Van Breukelen y bajo la batuta del mismo Rinus Michels que dirigió el Mundial 74, los tulipanes reverdecieron sus laureles y ganaron un título que la Naranja Mecánica Original nunca pudo ganar: la Eurocopa de 1988.

Pero en la Copa del Mundo, esa generación no pudo acercarse al hito de los Neeskens, Cruyff y compañía luchando por el trofeo. De hecho, en el Mundial de Italia 90, siendo campeona de Europa, hizo las maletas en octavos de final al cruzarse en su camino Alemania, que acabaría alzando la Copa. Para el Mundial del 94 se añadió Bergkamp al elenco de estrellas, pero la selección orange cayó en cuartos de final, de nuevo ante la futura campeona, Brasil. En Francia 98 una generación nueva, pero igualmente talentosa, había sustituido completamente a los Koeman, Gullit, Van Basten y compañía. Eran el mencionado Bergkamp en plenitud, Seedorf, Davis, Kluivert, Cocu o los De Boer. Y en Francia estuvieron a un paso de meterse en la final del Mundial, pero en semifinales los volvió a apear Brasil en una cruel tanda de penaltis.

Cuatro años más tarde, después del fiasco de la Eurocopa de 2000 disputada en Bélgica y Holanda (volvieron a llegar a semifinales y volvieron a caer en la tanda de penaltis, esta vez ante Italia), Van Gaal fue el escogido para dirigir la selección, pero no pudo clasificarla para el Mundial de Corea. Fue destituido y Dick Advocaat se hizo cargo del equipo hasta la Eurocopa de 2004, donde volvieron a llegar a semifinales y donde volvieron a caer, esta vez ante Portugal.

Entonces fue Marco Van Basten quien tomó el relevo y clasificó a la selección para el Mundial de Alemania en 2006 donde los lusos se cruzaron de nuevo en su camino en octavos de final y los volvieron a eliminar en uno de los partidos más sucios y lamentables de una Copa del Mundo con 4 expulsados y 16 tarjetas amarillas en la denominada Batalla de Núremberg. Jugadores del talento de Robben, Van Persie, Cocu, Sneijder, Deco, Cristiano Ronaldo o Figo dándose patadas y olvidándose de jugar al fútbol es una de las peores imágenes que se recuerdan de ambas selecciones.

Pese a la mala imagen del equipo en el Mundial, van Basten siguió al frente de la selección y se clasificó para la Eurocopa de 2008, celebrada en Austria y Suiza. Los de los Países Bajos hicieron una primera fase espectacular, con un pleno de victorias en un grupo complicadísimo ante Italia, Francia y Rumanía. Pero en el cruce de cuartos de final, una sorprendente Rusia fue mucho mejor que los holandeses y los mandó para casa con un contundente 3 a 1.

Tras la Eurocopa de 2008, Bert Van Marwij se convirtió en el nuevo seleccionador y clasificó al equipo para el Mundial de Sudáfrica. La selección de Van Marwij no era, ni de lejos, la más talentosa que había tenido Holanda en su historia, pero contaba con jugadores como Van Persie, Robben, Sneijder o Dirk Kuyt con capacidad para hacer daño a las defensas rivales. Y detrás montó un bloque serio y compacto con jugadores como Van Bommel, Nigel de Jong, Van Bronkhorst, Mathijsen o Heitinga para ayudar al meta Stekelenburg. Atrás quedaban los tiempos de Van Basten, Gullit, Rijkaard, Koeman, Bergkamp, Van Nistelrooy, Overmars, los hermanos De Boer, Seedorf, Davis o Patrick Kluivert.

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En el Mundial, los de Van Marwij no estaban entre las quinielas de favoritos, pero, sin hacer ruido y con bastante solvencia, fueron avanzando en el campeonato. Ganaron a Dinamarca, Japón y Camerún en la primera fase y se clasificaron como primeros de grupos con 5 goles a favor y sólo 1 en contra.

En octavos de final sufrieron un poco más de lo previsto para eliminar a Eslovaquia, pero los goles de Robben y Sneijder, que estaban haciendo un magnífico campeonato, solventaron un compromiso al que los eslovacos le dieron emoción con un gol en el descuento.

En cuartos de final esperaba Brasil, que había ventilado su cruce de octavos ante el Chile de Marcelo Bielsa en un santiamén (3 a 0). Los brasileños salieron con Robinho y Luis Fabiano en ataque y con Kaká en la sala de máquinas y a los diez minutos se pusieron por delante, pero no contaban con la reacción neerlandesa tras el descanso. Los de Van Marwij salieron convencidos de sus posibilidades de victoria, presionaron un poco más arriba, fueron más agresivos y los brasileños no supieron frenarles. Los dos goles de Sneijder dieron la vuelta al partido y mandaron a los cariocas para casa. De repente, Holanda había puesto sobre la mesa su candidatura al título.

Uruguay esperaba en semifinales después de haber sufrido muchísimo ante Ghana. La primera parte acabó con empate a uno y las espadas en todo lo alto, pero mediada la segunda parte, en apenas 3 minutos, los holandeses parecían sentenciar la semifinal con dos goles de Sneijder i Robben. Los charrúas lucharon hasta el final y redujeron distancias en el descuento con un gol de Pereira y casi, casi empatan en un arreón final pleno de orgullo.

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El 11 de julio de 2010, en Johannesburgo, Holanda y España buscaban su primera estrella. Y, sorprendentemente, los neerlandeses renunciaron a jugar y se dedicaron a romper la concentración de los españoles a base de juego subterráneo que los colegiados no supieron parar. Los campeones de Europa empezaron mejor y tuvieron varias ocasiones, pero el juego holandés descentró a los estilistas españoles y poco a poco fueron perdiendo el dominio y el peso en el partido.

Holanda se volvió muy peligrosa en la segunda parte y las contras empezaron a ser letales. Robben tuvo el triunfo en sus botas, pero el pie de Casillas le impidió tocar la gloria y el choque se marchó a la prórroga. Y ahí, en el tiempo extra, como en 1978 en Argentina, los holandeses perdieron otra final. Su juego al límite produjo la expulsión de Heitinga a falta de 10 minutos y, para entonces, los de Van Marwij ya esperaban desesperadamente la tanda de penaltis mientras España intentaba apurar sus últimas opciones. Pero, en el minuto 116, cuando ya casi nadie lo esperaba, apareció Andrés Iniesta para dar a España su primera Copa del Mundo y dejar a Holanda con la miel en los labios por tercera vez.

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Holanda, una selección con gusto por el buen fútbol, a la que los aficionados neutrales casi siempre quieren ver jugar por lo atractivo de su propuesta futbolística, ha tropezado tres veces con la misma piedra, que por algo son humanos. Ahora toca comprobar cuando llegará la cuarta final y si para entonces la Naranja Mecánica ha sido capaz de conjurar su maleficio de las finales perdidas. En realidad, y aunque sólo sea por justicia poética, el fútbol le debe a Holanda una Copa del Mundo.

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