"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 31 de marzo de 2022

La enigmática enfermedad de Passarella en México 86

Daniel Passarella tiene en su palmarés dos Copas del Mundo como jugador. Una la levantó él mismo, la de 1978, porque era el capitán de la Argentina entrenada por Menotti. En la otra, la de México 86, figura en la lista de los campeones porque fue seleccionado por Bilardo y porque recogió su medalla, pero no disputó ni un solo minuto al sufrir una aguda intoxicación justo antes del inicio del torneo de la que no se pudo recuperar. Vio casi todos los partidos de su selección en el Mundial desde el hospital.

Para poder entender, que no clarificar, porque eso a estas alturas es imposible, qué le pasó al mítico Daniel Passarella, “el Káiser” para algunos, “el Gran Capitán” para otros, en la fase final del Mundial de México 1986, tenemos que retroceder un poco en el tiempo.

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Ídolo de River Plate, Passarella fue el alma de la selección del “Flaco” Menotti que se proclamó campeona del mundo por primera vez en su historia en 1978. Entonces, con 25 años recién cumplidos, ya mandaba en la zaga de River Plate y también en la albiceleste y estaba considerado uno de los mejores defensas del mundo. Además, tenía la capacidad de sacar el balón jugado desde atrás con facilidad, se incorporaba con mucha frecuencia al ataque y era un auténtico peligro a balón parado por su gran capacidad para el remate. Es, de largo, el defensa que más goles ha hecho en Argentina. Pero lo que hacía especial a Passarella era su carácter: un ganador nato con muchísima personalidad y una impresionante capacidad de mando. Quizá demasiada. Para lo bueno y para lo malo.

Disputó también “el Káiser” el Mundial de España 82, también a las órdenes de Menotti, ya con Maradona totalmente integrado en el equipo nacional después de que “el Flaco” lo dejara fuera de la lista de 1978 y lo enviara a disputar el Mundial Juvenil de 1979 que, por cierto, ganó también con Menotti en el banquillo. En dos años Argentina había levantado la Copa del Mundo y el Mundial Juvenil. Casi nada.

Pero los defensores del título no hicieron un buen papel en España y, después del Mundial, Menotti y la AFA no llegaron a un acuerdo para la renovación de su contrato. Así que en diciembre de 1982, tras ocho años al frente de la albiceleste, Menotti cerraba una etapa gloriosa. Su sustituto fue Carlos Salvador Bilardo, doctor, exfutbolista y un técnico muy controvertido, con métodos de trabajo y una concepción del fútbol en las antípodas de la idea futbolística del “Flaco”.

De hecho, Bilardo fue el estandarte, como jugador, del “Pincharrata”, el Estudiantes de la Plata entrenado por Osvaldo Zubeldía, un equipo rocoso, aguerrido y muy trabajado tácticamente que siempre jugaba al límite del reglamento. Ese equipo ganó el Metropolitano de 1967, la Copa Libertadores de 1968 y la Copa Intercontinental ante el Manchester United, la Copa Libertadores de 1969 (y perdió la final de la Intercontinental ante el Milán en una de las finales más sucia que se recuerda, con tres jugadores del equipo detenidos por las agresiones que protagonizaron en el campo ante los milanistas), y la Copa Libertadores de 1970, la tercera consecutiva.

Ese equipo, con Bilardo de jugador, ya presentaba los rasgos de todos los equipos que después entrenaría “el Narigón”, que aprendió casi todo de su maestro Zubeldía. Cuentan, por ejemplo, que Bilardo y sus compañeros se interesaban por la vida personal de sus rivales para luego recordarles episodios escabrosos durante los partidos y sacarlos de sus casillas. Además, también solían tirar del amplio catálogo clásico de marrullerías: tirar arena en los ojos a los rivales, clavarles alfileres en los saques de esquina y otras lindezas semejantes.

Las mañas del Bilardo entrenador también estaban bien documentadas bastante antes de que accediera al cargo de seleccionador. Cuentan que en su etapa de técnico del Deportivo Cali, allá por 1977, recibió la visita de Boca Júniors en la la Copa Libertadores. El entrenador bostero Toto Lorenzo, otro fenómeno, mandó abrir todas las botellas de agua y de gaseosa porque no se fiaba de que Bilardo las hubiera podido manipular. También se quejó de que el míster les envió los hinchas al hotel por la noche para no dejarles descansar.

Pero es que, además, el equipo visitante se entrenó en la previa a puerta cerrada en el Pascual Guerrero, el estadio del Deportivo Cali. “El Narigón”, ni corto ni perezoso, se encaramó a una tapia y presenció allí subido todo el entrenamiento. Lo sabemos porque un reportero gráfico lo pilló y lo fotografió. Cuentan, entre realidad y mito, que al día siguiente las zonas por las que mejor se movían los jugadores más técnicos de Boca aparecieron misteriosamente encharcadas aunque no había caído ni una gota. Los gozos y las sombras de Bilardo: porque el Deportivo Cali jugó con él la única final de la Libertadores de su historia al año siguiente… Y la perdió a doble partido contra Boca.

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En diciembre de 1982, cuando se supo que Menotti no seguiría al frente de la selección, Bilardo entrenaba a Estudiantes de la Plata, a quién mantenía líder de la tabla y que ganaría el Torneo Metropolitano. La AFA le ofreció el cargo y Bilardo aceptó. Menotti, mientras tanto, fichó por el FC Barcelona.

Y a Barcelona que se fue Bilardo para hablar con Menotti (y con Maradona) y que lo pusiera al día respecto a la selección que había dirigido durante los últimos años. Ahí llegaron las primeras diferencias entre ellos, aunque se supone que habían llegado a un pacto para mantener en secreto el contenido de esa charla.

Entonces, “El Narigón”, en una de sus primeras manifestaciones como seleccionador, dijo que el único jugador que tenía asegurada la titularidad en la albiceleste era Maradona, nadie más. Y era ése un mensaje dirigido, sobre todo, a Passarella, que era el capitán y uno de los intocables de Menotti. Lo siguiente que hizo Bilardo fue darle la capitanía a Diego y quitársela a Passarella por las bravas. El mensaje estaba clarísimo.

Pero “el Káiser”, que acababa de fichar ese mismo verano por la Fiorentina, siguió jugando a un nivel superlativo en Italia y Bilardo no tuvo “más remedio” que seguir convocándolo para la albiceleste para las eliminatorias hacia el Mundial de México. De hecho, la selección de Bilardo lo pasó muy mal en aquella fase de clasificación y los medios de comunicación y los aficionados cargaron duramente contra el técnico, a quien acusaban de no saber transmitir su mensaje a los jugadores, e incluso, de priorizar sus esquemas tácticos por encima del talento de los suyos.

Al final, el 30 de junio de 1985, Argentina se jugó la clasificación directa para México 86 en el último partido ante Perú en el Monumental. Se adelantaron los de Bilardo con un tanto de Pasculli a los 12 minutos, pero Velásques y Barbadillo dieron la vuelta al partido ya en la primera parte y dejaron al Monumental helado. Pero a falta de 9 minutos para el final, Passarella tiró de orgullo y se fue hacia delante a rematar una falta lateral, controló con el pecho rodeado de peruanos, se la colocó en su derecha, escorado, y lanzó un potente disparo cruzado que se estrelló en el palo y que Ricardo Gareca metió en la portería peruana para empatar el partido. El dos a dos final metió a Argentina en el Mundial de México mientras todo el estadio Monumental cantaba a voz en grito “¡Passarella, Passarella!” y Bilardo respiraba tranquilo por fin, a la vez que le pitaban muchísimo los oídos.

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Con el trabajo hecho, se desató la guerra en el seno de la albiceleste y en torno a la albiceleste. Desde ese 30 de junio de 1985, después del padecimiento agónico ante Perú, Bilardo había decidido que la selección no disputaría partidos de preparación en Argentina y se la llevó de gira por Europa. Pero ni el juego ni los resultados acompañaron y no se salvaba ni Maradona, de quien los medios llegaban a decir que se le había olvidado jugar a fútbol.

Y es que, como siempre, y más allá de las guerras internas, lo que tenía a Bilardo al borde de la destitución eran los resultados y el mal juego. Porque Argentina perdió 2 a 0 en París ante Francia en marzo de 1986 y ganó por la mínima al Nápoles tres días más tarde (1-2). Otra victoria pírrica ante el Grasshoppers suizo en un partido feo (0-1) destapó la caja de los truenos. Bilardo se empeñaba en jugar con tres centrales y sin laterales y la prensa y los aficionados no lo entendían. Le llovían las críticas desde todos los lados. El mismísimo Menotti azuzó el fuego con unas declaraciones en una revista alemana: “El fútbol es tan generoso que evitó que Bilardo se dedicara a la medicina; es un cobarde y un enano mental”. Ahí es nada.

Pero lo que llevó el revuelo a la categoría de guerra fueron unas palabras del Secretario de Deportes, Rodolfo O’Reilly, en una entrevista para el diario Tiempo Argentino. Cuestionado por el periodista sobre la selección, no se mordió la lengua y dijo que “no iba para atrás ni para adelante”. Se lio gorda en el país especulando con la posibilidad de que el mismísimo presidente, Raúl Alfonsín, quisiera echar a Bilardo. El técnico se encontró a su llegada de Europa que en la prensa ya se discutían los nombres de su sustituto. Que si Alfio Basile, que si un triunvirato con Menotti, Carlos Griguol y Omar Pastoriza (que fueron ambos los otros candidatos a suceder al “Flaco” a finales del 82)… Vamos, que la sociedad argentina, ya de por sí dividida y enfrentada entre menottistas y bilardistas, acabo de escindirse.

El diario Clarín estaba claramente contra Bilardo y publicaba artículos casi a diario contra el seleccionador, mientras que los principales locutores de la radio argentina del momento, Víctor Hugo Morales, José María Muñoz o Adrián Paenza, y la revista el Gráfico se posicionaron a favor del “Narigón”, que intentó movilizar a todos para salvar el cargo. El míster sacó la artillería y llegó a decir: “un gobierno democrático no puede conseguir sus objetivos mediante la fuerza”. Desde Italia, Maradona apostilló: “Si tocan a Bilardo, nos vamos todos”. Y esas palabras del astro parecían cambiar las cosas.

Todo esto pasaba el domingo, 13 de abril de 1986, a apenas unos días de dar la lista definitiva de los jugadores que defenderían la zamarra argentina en México. Y tan lejos llegó el debate, los insultos y las palabras subidas de tono, que el Subsecretario de Estado de Deportes, Osvaldo Armando Otero, publicó una Carta Abierta en la Revista El Gráfico el 15 de abril en la que escribía con total claridad, para atajar la polémica: “Señor Bilardo, nadie lo quiere echar”.

El Doctor apuró hasta el último minuto del plazo de la FIFA para dar la lista, y lo hizo el jueves, 17 de abril de 1986. En ella no figuraban Alejandro Sabella, falto de ritmo, Miguel Ángel Russo, que salía de una lesión y Ricardo Gareca, todos hombres importantes con el “Doctor” en la selección y a los que decidió no incluir por diferentes motivos, pero con gran dolor de su corazón. En cambio, no le tembló el pulso para dejar fuera a jugadores marcadamente “menottistas” como el portero Fillol, titular el día de la clasificación ante Perú; el delantero Ramón Díaz, que no se llevaba muy bien con Maradona; el centrocampista Juan Barbas o Enzo Trossero, defensa de Independiente que se sintió especialmente traicionado por el técnico. A quien no se atrevió a dejar fuera fue al “Káiser” Passarella.

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Y el 24 de abril, en medio de una polémica descomunal, la selección Argentina salió del país para hacer una breve gira por Europa donde jugaron ante Noruega en Oslo (perdieron 1 a 0) y ante Israel en Ramat Gan (ganaron 2 a 7). Después partieron hacia México, aunque Bilardo tenía previsto hacer un viaje exprés a Barranquilla, Colombia, para aclimatarse a la altura y volver a México para completar la preparación y afrontar el Mundial. Algunos decían que el “Narigón” tenía miedo de que le organizaran otro complot y no quiso pisar más suelo argentino antes del Mundial. El míster les dijo a los jugadores antes de partir: “Muchachos, en la valija pongan un traje y una sábana. El traje para cuando bajemos del avión con la Copa. La sábana por si perdemos y tenemos que irnos a vivir a Arabia”.

Pero el partido en Barranquilla marcó un antes y un después en esa concentración que ya en esos momentos echaba humo. La albiceleste no pasó del empate a cero ante el Junior (había quedado cuarto en la Liga Colombiana) con un juego pobrísimo. Esa misma noche, Maradona se reunió con algunos compañeros y le dijeron a Bilardo que querían volver a México inmediatamente, que estaban hartos de ir de un sitio a otro y que allí en Colombia no querían jugar ningún partido más. Bilardo intentó convencer a Maradona y al resto de jugadores, pero no lo consiguió y, al día siguiente, volvieron a México para seguir con su preparación.

Y allí, en el hotel de concentración, se produjo una de las grandes broncas entre Maradona y Passarella. En el equipo eran constantes las reuniones entre todos los jugadores en las que no participaba nunca Bilardo. Entre otras cosas, porque querían discutir sobre sus técnicas y sus métodos. En esas charlas se solían decir de todo a la cara para tratar de remar todos en la misma dirección. Cuentan la mayoría de los protagonistas que no llegaron a las manos por los pelos en más de una ocasión, pero que eso les vino bien como colectivo.

En teoría, en el seno de la albiceleste había dos grupos principales: los incondicionales de Maradona, jóvenes impulsivos y con carácter, y los más cercanos a Passarella, el excapitán enfrentado directamente a Bilardo. Junto a Maradona citan al portero suplente Luis Islas, el delantero Pedro Pasculli o el centrocampista Sergio Batista, mientras que con Passarella estarían Jorge Valdano, Bochini y algunos más. Lo curioso es que en Bilardo no confiaba prácticamente ninguno de los dos grupos. Sólo el “Tata” Brown, defensa de Deportivo Español que el “Narigón” había dirigido en Estudiantes y había incluido en la lista pese a las críticas de todos y que, en principio, estaba para hacer grupo, para ser suplente del suplente. Pero acabaría de titular indiscutible, jugaría todos los minutos de todos los partidos e incluso marcaría el primer gol de la final ante Alemania.

Pues bien, a una de esas reuniones en el comedor del hotel de concentración, Maradona llegó 15 minutos tarde. Passarella lo estaba esperando y le recriminó su actitud y su crédito como capitán, a la vez que lo acusaba de ser un mal ejemplo para los compañeros más jóvenes e insinuaba que se estaba drogando. El 10 se la devolvió delante de todos esgrimiendo una factura telefónica que ascendía a más de 2.000 dólares y que el América, club que los hospedaba, reclamaba a la selección argentina y que los integrantes habían decidido pagar entre todos porque no sabían quién era el responsable. Se ve que el teléfono al que se llamaba era de la casa de Passarella en Italia. Lo del teléfono es la anécdota que los que asistieron a la charla han decidido contar, pero es mucho más lo que se callaron, ya que nadie de los allí presentes ha querido desvelar nunca nada más que lo que aquí se escribe. Pero el caso es que el liderazgo del “Káiser” en ese equipo se desvaneció a partir de ese mismo instante y las causas sólo los jugadores de aquella selección las saben.

Un par de días después de la gran bronca, la revista El Gráfico reunió a Diego y a Daniel y los hizo posar sonriendo vestidos con la elástica albiceleste y ataviados con sombreros mexicanos. Argentina entera se empapó de las sonrisas de sus dos cracs y de la confianza que rebosaban ambos en volver al país con la Copa del Mundo. Pero nada más lejos de la realidad. Los periodistas que hicieron el trabajo contarían más adelante que cada uno llegó por su lado, que no se dirigieron ni la palabra ni la mirada y que, cuando acabó la sesión, desaparecieron de nuevo cada uno por su lado.

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La preparación estaba a punto de acabar y a tan sólo una semana del debut ante Corea del Sur, todos los miembros de la selección fueron a cenar juntos al restaurante “Mi viejo”, propiedad de Eduardo Cremasco, un exjugador de Estudiantes amigo y compañero de Bilardo. Al día siguiente, Passarella se empezó a encontrar mal del estómago, con frecuentes episodios de diarrea. Le diagnosticaron enterocolitis, que es una inflamación del tracto digestivo que puede estar causada por varias infecciones relacionadas con hongos, virus, bacterias o parásitos, que suele acarrear diarrea frecuente, dolor abdominal, fiebre, escalofríos y, a veces, también vómitos.

El médico de la selección, Raúl Madero, lo llevó a un hospital en México DF, le hicieron análisis, lo medicaron y pareció recuperarse. De hecho, se entrenó con normalidad con el equipo a falta de dos días para el partido inaugural y Bilardo, que dio la alineación precisamente dos días antes del choque a los periodistas, lo puso en el once titular. Pero la tarde previa al partido, Passarella volvió a recaer, tuvo que volver al hospital y allí permaneció unos cuantos días, perdió bastante peso y no pudo jugar tampoco en la segunda jornada ante Italia. Los dos encuentros los había jugado de titular el “Tata Brown”, y a muy buen nivel, por cierto.

Passarella regresó a la concentración con el equipo, aparentemente recuperado de sus problemas estomacales, y empezó a entrenarse con vistas al tercer partido, el que cerraba el grupo ante Bulgaria. Pero más débil de lo que pensaba y con unos cuantos quilos menos, sufrió un desgarro en su pierna izquierda. El médico, Raúl Madero, asegura que Passarella forzó sin su consentimiento, mientras que el “Káiser” siempre sostuvo que el cuerpo técnico aceleró su recuperación para provocarle la lesión.

El caso es que el 6 descansó unos días con su familia en Acapulco con permiso de Bilardo y volvió con sus compañeros para ver el partido de octavos de final ante Uruguay. Incluso se especuló con la posibilidad de que pudiera volver a jugar en el partido de semifinales si Argentina se clasificaba. Pero el Gran Capitán no toleraba la alimentación y el día antes del partido de cuartos ante Inglaterra hubo de volver al hospital y le tocó ingresar de nuevo. Ahora el diagnóstico hablaba de una úlcera en el colon.

Al final del partido ante Inglaterra, Julián Pascual, un empleado de la AFA, fue a verlo al hospital y le llevó la camiseta azul con el número 6 que debería haber vestido ante los ingleses. Al día siguiente, algunos compañeros también pasaron a verlo. Eran Almirón, Valdano, Bochini, Tapia y Clausen. Ni Bilardo ni Maradona se pasaron por la clínica desde donde Passarella también vio la semifinal ante Bélgica.

El día de la gran final ante Alemania, Passarella ya tenía el alta médica y se vistió de paisano para apoyar a sus compañeros desde el palco. Al final del encuentro recogió una medalla de campeón que él sentía que no le pertenecía.

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Pero la historia de Passarella no se quedó ahí. Ya recuperado y de regreso a Italia, donde acababa de fichar por el Inter de Milán procedente de la Fiorentina, el “Káiser” estalló e hizo unas declaraciones explosivas en las que dejaba caer que la enfermedad y las lesiones estaban orquestadas por el cuerpo técnico y el cuerpo médico de la selección, que estaba todo preparado, que se tomaba un montón de antibióticos diarios y 3 litros de suero y, para rematar, intentó desprestigiar a Bilardo diciendo que el técnico de esa selección había sido realmente Julio Grondona, el presidente de la AFA.

Fue entonces cuando los amigos de Passarella entraron al trapo. Ricardo La Volpe, compañero del “Gran Capitán” en la selección de 1978, por ejemplo, se preguntó cómo era posible que comieran juntos 40 personas y sólo uno acabara enfermo y que, además, ese enfermo fuera enemigo declarado de Bilardo.

El guardameta Fillol aún fue un poco más lejos, aunque esperó al año 2012 para pronunciarse tan tajantemente, al manifestar directamente: “Bilardo le dio una purguita que lo sacó del equipo. Y casi lo mata. Todos lo sabemos, pero nadie se atreve a decirlo”.

Passarella, con los años, fue rebajando el tono de sus declaraciones. En 2013, al respecto de lo que dijo Fillol, aseguró que el pensamiento generalizado era ése, pero que él no tenía pruebas. Y, sorprendentemente, casi exculpó del todo a Bilardo, del que dijo que, pese a todo, sentían un aprecio mutuo. Remató diciendo que si había pasado algo, tenía serias dudas de que fuera Bilardo quien lo orquestara.

Quizá a raíz de esas declaraciones de Passarella o porque ya estaba hartísimo del tema, el médico de la selección argentina en México 86, Raúl Madero (que murió el 24 de diciembre de 2021 a los 82 años) habló por primera vez del caso en 2015 para la revista El Gráfico. Fue muy contundente: “Passarella fumaba y tomaba whisky por las noches y pensó que los cubitos de hielo no le iban a hacer nada. Su problema en el 86 comenzó por el hielito del whisky”.

Eso merece una explicación. Resulta que en México se había producido un terremoto de 8’1 grados en la escala Richter en septiembre de 1985 que hizo peligrar la celebración del mundial en suelo azteca. Y a todos los que acudieron al torneo se les especificó que bebieran siempre agua embotellada por si la del grifo pudiera estar en malas condiciones a causa del terremoto y generara parásitos intestinales.

Pero el doctor Madero no se paró ahí y continuó: “Cuando (Passarella) agarró el virus lo llevé al hospital, con los mejores especialistas en gastroenterología. Bilardo le dijo que la camiseta titular era de él. Antes del partido con Italia, fue claro: ‘Si te sentís bien, me decís y jugás’. ‘No, con los italianos hacés una macana y te pintan la cara, espero otro partido’, le contestó Passarella. Después del 1-1 con Italia, hubo un entrenamiento intenso, con calor, y él se quería meter. ‘No jodás, porque vas a tener problemas’, le dije. ‘Usted está cagado’, me respondió. ‘Yo te voy a romper una botella en la cabeza, me tenés podrido, si te digo que no lo hagás, no lo hagás’, le dije. No me dio bola, se metió y terminó desgarrándose. Un tipo muy jodido. Empezó a declarar que yo le había dado algo a propósito. ‘Seguí jodiendo, que tengo todos los papeles, un cierto prestigio, y si seguís hablando te voy a hacer un juicio que no te va a alcanzar toda la guita que ganaste en la Fiorentina para pagarme’, le dije. No jodió más”.

Diego Armando Maradona, en el libro autobiográfico “México 86. Mi Mundial. Mi verdad” (2016), también se apunta a la teoría de los hielos de los whiskys que supuestamente tomaba Passarella por las noches. Como apunta también a que fue el mismo Passarella quien se borró de la cita mundialista enrocado en la idea de que debía ser el capitán de ese equipo y estaba siendo ninguneado.

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Al final todas las dudas de un caso auténticamente rocambolesco quedan ahí, sin resolver.

¿Fue Bilardo quién orquestó toda la trama con la complicidad de Maradona y su clan y los servicios médicos de la selección? ¿O todo fue una mera casualidad, una treta del destino, una concatenación de desgracias que acabó privando a Passarella de ganarse en el campo su segundo mundial?

Es difícil, o prácticamente imposible, responder a estas preguntas, pero los hechos, al menos, expuestos quedan.

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