"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 20 de abril de 2022

La llegada de Domenech y los antecedentes del motín de Francia en Sudáfrica 2010

Raymond Domenech había sido un jugador aguerrido, un lateral derecho que se caracterizaba más por su pundonor y su potencia física que por su calidad y su clase. Había empezado jugando en el Olympique de Lyon y después pasó por varios conjuntos franceses más como el PSG o el Girondins de Burdeos y fue internacional por Francia en 8 ocasiones. La pasión por el fútbol de Domenech (y sus continuas lesiones) le llevó a prepararse y sacarse el título de entrenador con apenas 28 años, cuando aún era futbolista. De hecho, se guardó el título en la cómoda y siguió jugando hasta que, en 1985, compaginó las funciones de jugador y entrenador en su última temporada en el Mulhose, de la segunda división francesa.

El joven técnico (o el veterano exjugador) acabó subiendo al equipo a la Primera División tras varios intentos frustrados, pero esa misma temporada del ascenso fichó por el Olympique de Lyon, el equipo de su vida, el club en el que había debutado como profesional a los 18 años. El entrenador clasificó al equipo para la Copa de la UEFA y se ganó un buen contrato por parte de la Federación Francesa Fútbol, por la cual fichó en 1993 para hacerse cargo de las categorías inferiores de la selección.

Por las manos de Domenech pasó la flor y nata de las jóvenes promesas francesas. Tuvo a su cargo primero a Zidane, a Lilian Thuram o a Fabian Barthez, quienes años más tarde llevarían a la selección gala a la gloria con su triunfo en el Mundial de Francia. Y después fue el encargado de dirigir el combinado nacional francés en los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, y bajo su batuta se juntaron Patrick Vieira, Claude Makelele, Robert Pires, Sylvain Wiltord o Jerome Bonnissel en tierras americanas. El torneo, que ganó Nigeria demostrando la tremenda irrupción africana en las competiciones internacionales, no fue bien para los galos.

Después del triunfo francés en el Mundial del 98, dirigidos por Aime Jacquet, y en la Eurocopa de 2000, entrenados por Roger Lemerre, llegó el primer descalabro en la selección absoluta, con la eliminación en la primera fase del Mundial 2002 en Corea y Japón. Lemerre abandonó la selección y Jacques Santini asumió el cargo. Mientras, Domenech estuvo muy cerca de tocar la gloria con la sub 21 en el Europeo de 2002. En Suiza, sus chicos se impusieron a la República Checa, a Grecia y a Bélgica en primera ronda, derrotaron en semifinales a los anfitriones suizos por 2 a 0 y cayeron en la final en los penaltis ante una República Checa a la que ya habían derrotado en la primera fase. El portero checo era un tal Petr Cech.

En la Eurocopa de Portugal, en 2004, la Francia de Santini cayó en octavos de final ante Grecia (que acabó ganando el torneo para sorpresa de todos), lo que propició la caída del técnico y la decisión, bastante cuestionada por la prensa y los aficionados, de que Domenech se hiciera cargo de la selección absoluta después de 11 años en las categorías inferiores.

El nuevo seleccionador tenía la difícil misión de renovar a un equipo que había marcado una época y que iba perdiendo poco a poco a los héroes de aquellas dos gestas (Mundial 98 y Eurocopa 2002). El mismo Zidane había renunciado ya a jugar con la selección después de la Eurocopa de Portugal, por ejemplo.

Pero Domenech estaba encantado con su nuevo cargo y tenía ganas de hacer una buena limpieza en un equipo que se había desplomado en apenas cuatro años. Así que, nada más llegar, empezó a labrarse una fama de entrenador duro, incomprendido, un poco excéntrico, propenso a los arrebatos y especialmente polémico en las ruedas de prensa. De Henry, la máxima estrella francesa, ante una mala racha de cara a gol, empezó diciendo: “Quizá Henry tenga algunos problemas en su cabeza: el caso es que las cosas no le están yendo bien”.

Pero Domenech no se conformó con aprovechar la retirada de la selección de los últimos héroes del 98 (Zidane, Makelele o Thuram) para rehacer el equipo, sino que también se cargó al cocinero, a los auxiliares técnicos, a los doctores, a los fisios y hasta al jefe de prensa. Además, también cambió la reglamentación interna de la selección. Había llegado para hacer y deshacer a su antojo, para cambiar el rumbo de una selección que lo ganó todo en dos años y que ahora parecía precipitarse en el vacío.

El caso es que los galos empezaron mal la fase de clasificación para el Mundial de 2006 con tres empates sin goles en casa ante Israel, Irlanda y Suiza, sumados a dos victorias estrictamente prácticas por 0 a 2 en las Islas Feroe y Chipre. El empate a uno ante Israel en Tel Aviv el 30 de marzo de 2005 empezó a desatar los temores de prensa, afición y federación y, en agosto, antes de los choques decisivos que empezaban en septiembre, Zidane y Makelele anunciaron su regreso a la tricolor. 

Hay quien dice que fue el seleccionador quien les pidió que volvieran para empezar a enderezar el rumbo en una fase de clasificación que se estaba poniendo cuesta arriba. Pero también hay quien apunta que fue el mismísimo presidente Chirac quien habló directamente con Zidane. Y aún hay otros, los más, que apuntan a que fueron ellos mismos, los héroes del 98, los que decidieron su vuelta por sí solos para enmendar el lío en el que el seleccionador estaba metiendo a los “bleus”. Y que eso, obviamente, no le hizo ninguna gracia a Domenech.

Francia, con la vuelta de los veteranos, ganó a las Islas Feroe y el primer choque decisivo en Dublín, empató en Suiza y remató su clasificación goleando a la inofensiva Chipre. El Mundial se había asegurado, pero no como quería el místico Domenech, amante del teatro y la astrología, que no hubiera recurrido jamás a los Zidane, Makelele y compañía. De hecho, cuando dio la lista para el Mundial de Alemania, volvió la polémica. En ella no figuraba ni Pires (entonces en el Villarreal) ni Giuly (en aquel momento en el FC Barcelona), ante la sorpresa del entorno mediático futbolero francés, que clamaba al cielo. 

Pires se desmarcó con unas declaraciones en las que afirmaba que el seleccionador no lo convocaba por ser Sagitario, un signo del zodíaco que molestaba especialmente a Domenech, mientras que Giuly, enfadadísimo, secundaba a su compañero afirmando con rotundidad que el técnico no lo llevaba a Alemania por ser Cáncer, otro signo conflictivo del Horóscopo según el criterio astrológico del entrenador. Exactamente, éstas fueron las palabras del extremo del FC Barcelona: “Igual es que un Cáncer no está bien para él. Ya le preguntaré si me tengo que cambiar de nombre, no sé. Después, que tenga cojones y hable conmigo cara a cara para saber el porqué”.

El caso es que Domenech aseguró que no utilizaba la astrología para confeccionar las listas, pero sí hacía cartas astrales de sus jugadores para saber cómo comunicarse mejor con ellos y cómo iban a encajar en el grupo. Más leña al fuego.

De hecho, en el Mundial de Alemania las cosas no empezaron bien para Francia, que empató sin goles ante Suiza y a uno ante Corea del Sur y tuvo que jugarse la clasificación en el partido final de la primera fase ante Togo sin la participación de su estrella Zidane, que había recibido dos amarillas en los dos partidos anteriores. La última se la mostraron a falta de un minuto para acabar el choque ante Corea, ya con empate a uno en el marcador, y Domenech, ni corto ni perezoso, lo cambió. El astro galo ni lo miró cuando pasó por su lado y se quitó la muñequera con rabia lanzándola al suelo. En la rueda de prensa posterior, el entrenador le quitó hierro al asunto, pero tampoco se mordió la lengua. Afirmó que era normal que un jugador se enfadara ante un cambio, pero que él ya estaba pensando en el partido siguiente, en clave Togo, y Zidane no podría estar, por lo que estaba enviando un mensaje a sus jugadores y a sus rivales. Tal cual.

El choque ante Togo, sin Zidane, lo ganó con claridad Francia por 2 a 0 y, ayudada por la victoria de Suiza ante Corea del Sur, se clasificó por detrás de los helvéticos. Esa mala primera fase la castigó a transitar por la parte más dura del cuadro. En octavos de final esperaba la España de Luis Aragonés, que había hecho una muy buena primera fase y a la que todos consideraban favorita. La joven España contra la Francia de la Vieja Guardia. Pero nadie contaba con que, para ese enfrentamiento, los jugadores galos ya habían decidido definitivamente autogestionarse.

Desde la vuelta de los veteranos a la selección, Domenech había tenido que transigir en la titularidad de Barthez (él prefería a Colusso), de Thuram, de Makelele y de Vieira en el centro del campo (él lo prefería en la banda). Ahora le tocaría transigir también con un cambio de sistema que propusieron los jugadores: Ribery entró por Wiltord y reforzó el centro del campo, dejando más libertad arriba a Henry; a su lado, Zidane, y las espaldas cubiertas por Vieira, Makelele y Malouda en un costado. El resultado: 3 a 1 para Francia, España a casa y Zidane casi beatificado después de mover a su equipo y rematar con el tercer tanto que dejaba a los españoles sin posibilidades de remontada.

El partido de cuartos de final ante Brasil fue una exhibición de Zidane que remató Henry para dejar fuera a los actuales campeones y uno de los máximos favoritos del torneo. Una Francia veterana y aparentemente sin recursos estaba en semifinales del Mundial. Allí esperaba la Portugal de Cristiano Ronaldo, que volvió a probar la medicina francesa. Arreón galo, penalti en el 33 de la primera mitad, gol de Zidane y fin del partido, porque esa tricolor parecía Italia, no concedía ocasiones y te mataba en transiciones rápidas comandadas por Zidane o Ribery y culminadas por Henry.

El grupo de Domenech que no parecía someterse a los designios del entrenador se había plantado en la final del Mundial ante Italia. Y allí marcó Zidane un penalti lanzado a lo Panenka. Empató la azzurra con un cabezazo de Materazzi, que se dedicó a perseguir al capitán galo todo el partido. No hubo demasiadas ocasiones en la final, aunque Italia estuvo más cerca de ganar en los noventa minutos reglamentarios, con un tanto anulado incluido. En la prórroga, Francia estuvo mejor, hasta que Zidane le propinó a Materazzi el cabezazo que le acarreó la expulsión y el peor cierre posible a una fantástica carrera. Francia cayó en los penaltis y Zidane, que ya había anunciado su retirada del fútbol después del torneo, cumplió su palabra. Para la historia queda la imagen del capitán francés pasando junto a la Copa del Mundo, alejándose de ella de espaldas, poco a poco, camino de los vestuarios.

Tras la derrota francesa en los penaltis y el tetracampeonato del mundo italiano, la continuidad del seleccionador no estaba en entredicho. Llegar a la final de la Copa del Mundo le sirvió para seguir al mando de la selección, aunque ni pudo ni quiso reprimirse a la hora de comentar la jugada clave de la final. Dijo Domenech: “Para mí fue un fracaso. Nunca he sabido aceptar la derrota”. Y siguió: “Ya podría haber sido yo Materazzi. Juegas la final de un Mundial, metes un gol, provocas la expulsión del mejor futbolista del equipo contrario y marcas tu penalti. Materazzi fue el mejor jugador del partido”. Y a otra cosa…

En su autobiografía, titulada “Tout Seul” y que vio la luz en 2012, el técnico se explaya un poco más sobre el papel de Zidane en ese mundial y reconoce que era el líder incontestable, el motor y el mejor jugador de esa selección, aunque nunca se llevó bien con él. Después, sobre el cabezazo a Materazzi, apostilla: “Fue un capricho que terminó con nuestra relación y confianza”.

La selección siguió su camino con el mismo director de orquesta. Esta vez ya sin dos de sus grandes solistas, Zidane y Barthez, rumbo a la Eurocopa de 2008. También se cayó de las listas un joven David Trezeguet, al que el fallo en el lanzamiento de penalti de la final le pasó factura.

El destino quiso que Italia y Francia compartieran grupo de clasificación (junto a Escocia, Ucrania, Lituania, Georgia y las Islas Feroe) y a punto estuvieron los galos de quedarse fuera. Los dos primeros se clasificaban para el torneo. Francia ganó a Italia en París por 3 a 1 y sacó un empate sin goles de su visita al país transalpino, pero tropezó en Glasgow ante Escocia (1-0) y volvió a caer en casa ante los escoceses (0-1) para complicarse muchísimo la clasificación en la recta final. Curiosamente, fueron los italianos los que echaron un cable a los franceses ganando a Escocia en Glasgow mientras que Francia solventaba su papeleta ante Ucrania con un sufrido empate a dos. Al final, Italia se clasificó primera con 29 puntos y Francia segunda con 26. Los escoceses sumaron 24 puntos y se quedaron fuera de la Eurocopa.

Pero ese destino caprichoso del que hablábamos aún no estaba del todo saciado y se empeñó en volver a reunir a Italia y a Francia en el mismo grupo en la fase final de la Eurocopa de 2008, aunque esta vez acompañados por una imponente Holanda y por Rumanía, que parecía destinada a ser la convidada de piedra del grupo de la muerte. Los galos empezaron con un empate sin goles ante los rumanos, mientras que los Países Bajos goleaban a la campeona del mundo por 3 a 0. Domenech salió con Anelka y Benzema en la punta del ataque, pero los cambió a ambos a doce minutos del final para que entraran Nasri y Gomis. El marcador no se movió igualmente.

El segundo partido ante Holanda era importantísimo para los de Domenech, que saltaron al terreno de juego sabiendo que los italianos habían empatado a uno ante Rumanía, un resultado buenísimo para Francia. El míster decidió empezar con Henry arriba y Ribery escoltándolo en el ataque, con Govou en el centro del campo, sacrificando a Anelka y Benzema. Los galos se encontraron muy pronto con un gol holandés a la salida de un córner y les tocó remar contracorriente. Aún así, Govou y Ribery dispusieron de un par de ocasiones que desbarató Van der Sar antes del descanso y Henry y Malouda tuvieron otras tantas en el inicio de la segunda mitad con el mismo resultado. Pero con la entrada de Robben y Van Persie en el terreno de juego, todo el entramado defensivo francés saltó por los aires. Van Persie hizo el cero a dos en el minuto 59 y Francia parecía reengancharse al encuentro 12 minutos más tarde con un gol de Henry, pero los tulipanes castigaron a los galos con un gol de Robben nada más sacar de centro y aún tendría tiempo Van Nilstelrooy de redondear una goleada un tanto excesiva que mandaba a los de Domenech a jugarse los cuartos ante Italia, como dos años antes en el Mundial de Alemania.

El seleccionador francés se la jugó ante los italianos con la novedad de Abidal de central, pero todo lo que tenía que salir mal, salió peor. A los diez minutos un encontronazo de Ribery con Zambrotta acabó con el francés lesionado. Y un cuarto de hora más tarde, Abidal, el central improvisado por Domenech, trabó por detrás a Luca Toni cuando se disponía a encarar al meta francés. Penalti. Expulsión. Y gol de Pirlo. Con 65 minutos de juego por delante. Y ante Italia, consumada experta en nadar y guardar la ropa. Y así discurrió el encuentro. Con algún susto puntual de los franceses ante una Italia que no pasaba apuros y amenazaba con contras peligrosísimas. Al final, una falta lanzada por Pirlo que rebotó en el pie de Henry significó el segundo para los italianos, que seguían adelante y se cruzarían con España en cuartos de final. La Francia de Domenech se marchaba a casa herida de muerte. Y, esta vez, parecía que el seleccionador también lo estaba.

Y más después de que, en una entrevista para el canal de televisión en el que trabajaba su novia y que tenía los derechos de emisión de los partidos de Francia en la Eurocopa, ante una pregunta sobre su futuro al frente de la selección, respondió: “Sólo tengo un proyecto, casarme con Estelle. Esta es la noche que se lo pido en serio”. Esta excentricidad no sentó demasiado bien a los aficionados franceses y acabó pidiendo disculpas, pero, sorprendentemente, siguió en su cargo después de la eliminación.

Marcel Desailly, integrante de esa selección, comentaba: “Los jugadores están desorientados porque el seleccionador cambia de ideas sin parar. Todo fue mal desde el principio. No jugamos a nuestro nivel”.

Domenech, en cambio, no lo veía así y culpaba del fracaso a los jugadores jóvenes que se habían incorporado al equipo. “Jóvenes de 20 años que cobran más que los veteranos y que les han perdido el respeto a ellos y al fútbol”. El técnico creía que les había llegado la fama, la gloria y el dinero demasiado pronto y no respetaban los códigos. Además, según su criterio, con su actitud infantil y de divos, destrozaban la convivencia.

Esto escribió sobre Samir Nasri, por ejemplo, en su autobiografía de 2012: “Un jugador que solo piensa en su bocaza y que no aporta nada al colectivo sino lo contrario, no tapa los daños del equipo sino que los aumenta”.

También contó en su libro que uno de los veteranos más reputados, Thuram, se negó a jugar el partido definitivo contra Italia en la Eurocopa porque los jóvenes no respetaban los colores de Francia y lo que significaba vestir esa camiseta y se lo argumentó con estas palabras: “Es que son imbéciles, míster, entiéndame, son imbéciles”.

Con toda esa caldera interior, resulta incomprensible que Domenech siguiera ni un instante más al frente del equipo después de 2008, pero lo hizo porque la federación necesitaba mantenerlo en un momento complicado, con elecciones por delante, y con las federaciones territoriales apoyando al entrenador, aunque sólo fuera para no afrontar unos cambios en el status quo del ente federativo que estaban dispuestos a asumir. Así que no lo cesaron. Y Domenech, encantado, siguió afrontando (y posiblemente generando) momentos convulsos hasta el Mundial de Sudáfrica, donde, finalmente, estalló esa tormenta que ya se venía fraguando desde hacía muchísimo tiempo.

En ese camino hacia Sudáfrica, se cayó de la selección Benzema, pese a que había sido de los pocos jugadores salvables en la Eurocopa. Domenech nunca le contó al delantero los motivos de su desaparición inesperada de las convocatorias.

También se fue cayendo de las listas el veterano Patrick Vieira, hasta que lo hizo definitivamente de la más importante, la que le podía permitir jugar su tercer mundial en Sudáfrica. Domenech tampoco consideró oportuno comunicárselo personalmente después de 107 internacionalidades. Vieira se enteró de su ausencia en la convocatoria por la tele. Y, claro, no se lo creía. Dijo: “Esperaba más franqueza por su parte, más contacto. Más clase, más tacto. Algunos entrenadores saben cómo hacerlo, otros no”.

En la fase de clasificación, tras el partido entre Francia y Rumanía, se filtró una conversación entre el seleccionador y algunos integrantes del equipo. Al parecer, Domenech criticó la falta de motivación y de implicación de algunos jugadores y Henry tomó la palabra: “Nosotros (y hablo en nombre del grupo) también tenemos algo que decirle. Nos aburrimos en sus entrenamientos. Hace 12 años que estoy en el equipo de Francia y nunca pasé por esta situación. No sabemos cómo jugar, dónde colocarnos, cómo organizarnos. No sabemos qué hacer. No tenemos ningún estilo, ninguna directriz, ninguna identidad. Esto no funciona”. Al parecer, la respuesta no le gustó demasiado a Domenech, que prefirió alejarse más del grupo.

Aún así, Henry sería importantísimo para la clasificación de Francia para el Mundial de Sudáfrica. De hecho, en su mano, literalmente, estuvo el billete del pase en la polémica y famosa repesca ante Irlanda. Después del cero a uno cosechado por Francia en Dublín (con un gol de rebote), en Saint Denis no parecía que los galos fuesen a tener problemas. Pero un gol de Roy Keane en el 33 de la primera parte mandó la eliminatoria a la prórroga y, a punto de acabar la primera parte del tiempo extra, Henry se llevó el balón con la mano de manera clarísima, casi grosera, para cedérselo a Gallas, que anotó el tanto que clasificaba a Francia para el Mundial.

Todo el mundo vio la mano excepto el árbitro… ¡Y Domenech! Que siempre que le preguntaron dijo que no había querido ver nunca la acción repetida. El mismo Henry dijo que había sido mano y que lo más justo sería repetir el partido. La Federación Irlandesa denunció el choque ante la FIFA e incluso la Federación Francesa estuvo de acuerdo en una repetición que la FIFA negó por ser el resultado de un partido inamovible. Domenech, en su línea de recato y prudencia, no dijo nada de nada. Él no quiso ver la mano repetida nunca.

Pero su propio silencio le permitió escuchar atentamente a Parreira, el entrenador de Sudáfrica, que se quejó amargamente de la clasificación de Francia y cargó duramente contra la FIFA y contra la deportividad de los franceses. Por eso, a la conclusión del choque ante Sudáfrica en el Mundial y después de toda la que se lió alrededor de los “bleus”, Domenech no le dio la mano a Parreira. Porque recordaba sus palabras y no se las perdonaba.

A ese gesto antideportivo se acogió la Federación Francesa para rescindirle el contrato como seleccionador de forma unilateral y sin indemnización, pero Domenech no se achantó y amenazó con acudir a los tribunales y reclamar más de 3 millones de euros si no le pagaban lo que le correspondía de indemnización. Al final cobró 575.000 euros por su despido y 400.000 más en concepto de daños y perjuicios. La prima que le correspondía por la disputa del Mundial la donó Domenech al fútbol amateur para pasar definitivamente página.

***

Porque, al final, el tiempo todo lo cura. Y Francia acabó levantándose del lodo en el que su propia federación, su propio seleccionador y sus propios futbolistas la habían metido poco a poco. Ocho años después de una de las mayores vergüenzas protagonizadas por una selección en una Copa del Mundo, Francia volvería a levantar el trofeo. Sería en Rusia en 2018. Ahora sólo nos falta comprobar si realmente han aprendido de sus propios errores.

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