"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 11 de mayo de 2022

El amargo regreso de Portugal a la Copa del Mundo en México 86: el caso Saltillo

El 3 de junio de 1986, en el extinto estadio Tecnológico de Monterrey, la Seleçao das Quinas, la selección portuguesa, volvía a la fase final de una Copa del Mundo 20 años después. Enfrente estaba precisamente el equipo que había privado a Portugal de disputar la final de ese extraordinario torneo de 1966: Inglaterra. El fútbol es caprichoso.

Y es que la última aparición lusa en el Mundial, y también la única hasta ese momento, había tenido lugar en Inglaterra en 1966, con Eusébio como estandarte y Colunna o José Torres como escuderos, y Portugal había alcanzado ni más ni menos que las semifinales del torneo, donde se habría de ver las caras con la todopoderosa selección anfitriona, la Inglaterra dirigida por Bobby Charlton sobre el césped y Alf Ramsey desde el banquillo. Ahí, en el mítico Wembley, acabaría el sueño de la Seleçao das Quina al caer con honores por dos a uno en el penúltimo partido. La victoria ante la Unión Soviética de Yashine concedió a los ibéricos un tercer puesto extraordinario en su debut en una Copa del Mundo.

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Pero, a partir de ese instante, la nada. Veinte años de travesía en el desierto futbolístico internacional. Portugal, con Eusébio y Mario Colunna acechados por las lesiones cada vez con más frecuencia y dando sus últimos coletazos en el combinado nacional, no se clasificó para la fase final de la Eurocopa de 1968 en un grupo en el que Bulgaria fue bastante mejor.

Camino al Mundial de México 70, Portugal sólo fue capaz de vencer en la primera jornada ante Rumanía en Lisboa. De ahí hasta el final de la fase de clasificación, los lusitanos sólo fueron capaces de empatar ante Grecia en Das Antas (Oporto) y ante Suiza en Berna, y cayeron en Atenas, en Bucarest y en Lisboa ante Suiza. El resultado fue un catastrófico último puesto en el grupo de clasificación que dejó cariacontecidos a los aficionados ibéricos, que pese a la decepción, no podían siquiera imaginar que tardarían muchísimo en volver a jugar la fase final de una Copa del Mundo.

Rumbo al Mundial de Alemania de 1974, Bulgaria volvió a cruzarse en el camino portugués. Y cuatro años más tarde, en la fase de clasificación para Argentina 78, fue Polonia la que se encargó de alejar del torneo a los ibéricos.

En el Mundial de España 82 tenía mucha fe depositada la selección portuguesa. No podían pasar la oportunidad de volver a la Copa del Mundo que se disputaba tan cerca de casa. Y, por primera vez en 15 años, las cosas empezaron bien en la fase de clasificación con un empate sin goles en Glasgow ante Escocia y dos victorias consecutivas en Lisboa ante Irlanda del Norte e Israel que dejaban a los portugueses como líderes y en una posición inmejorable para asistir por fin de nuevo a la Copa del Mundo. Y más teniendo en cuenta que serían dos las selecciones clasificadas para el torneo.

Pero entonces llegó la debacle más absoluta. Portugal cayó en Irlanda del Norte por 1 a 0 y se volvió de Suecia con otra derrota en el zurrón por un contundente 3 a 0. Los nórdicos volvieron a vencer a los lusos en Lisboa por un gol a dos y, para rematar la faena, la Seleçao das Quinas se dejó todo resquicio de prestigio en Israel al perder por 4 a 1. La última e intrascendente victoria en casa ante Escocia no evitó que los dos conjuntos británicos (Escocia e Irlanda del Norte) se clasificaran para el Mundial de España, mientras los portugueses se retiraban a sus cuarteles a lamerse las heridas mientras veían la Copa del Mundo que organizaba el país vecino en la televisión.

Pero en 1984 las cosas parecía que empezaban a cambiar. La Seleçao das Quinas, entrenada por Fernando Cabrita, se metió por primera vez en su historia en la fase final de una Eurocopa tras acabar primeros en su grupo de clasificación por delante de la potente Unión Soviética con un grupo de jugadores que empezaron a ser conocidos como Os Infantes.

En Francia se presentaron ocho selecciones que se distribuyeron en dos grupos de cuatro. Los dos primeros de cada grupo se cruzarían con los otros dos primeros en semifinales y los vencedores se disputarían el título en la final de París, en el Parque de los Príncipes. A Portugal le tocó pelear en un grupo igualadísimo con España, Alemania y Rumanía.

Los de Cabrita se estrenaron con un empate sin goles ante Alemania y volvieron a empatar (esta vez a un tanto) ante España. Ante los rumanos, los españoles habían empatado a un tanto, mientras que los alemanes se habían impuesto por dos a uno. Así que la última jornada sería decisiva para todos. Portugal venció a Rumanía por uno a cero y España también le ganó a Alemania con un tanto de Maceda en el último minuto de partido. Con esos resultados, los dos equipos ibéricos jugarían las semifinales: España lo haría ante Dinamarca y Portugal ante la Francia de Platini, que era, además, la anfitriona y que había solventado sus tres partidos con tres claras victorias anotando 9 tantos y solo recibiendo dos.

Pero en el Velodrome de Marsella se vio un partido espectacular jugado de poder a poder que acabó con empate a un tanto y que se tuvo que resolver en la prórroga. Un tiempo extra donde ambos conjuntos apostaron, sin reservas, por no llegar de ninguna manera a los penaltis. Los portugueses sorprendieron a los anfitriones con un tanto de Rui Jordao en la parte final de la primera parte de la prórroga que hizo enmudecer el estadio. Y tuvieron el tres a uno a punto de cambiar de campo, pero el meta francés dejó con vida a su equipo.

En la segunda parte de la prórroga, Francia se lanzó al ataque con todo y Domergue empató resolviendo un barullo en el área lusa. Quedaban seis minutos y en el horizonte se intuían los penaltis, pero Tigana se inventó una espectacular jugada que acabó remachando Platini para hacer el 3 a 2 a dos minutos del final de la prórroga. Los portugueses no consiguieron la gesta, pero el equipo se ganó un sitio en la retina de los aficionados, con el defensa Joao Pinto y el centrocampista Chalana en el once ideal de la competición.

Nuevamente en su primera participación en un torneo internacional Portugal asombraba al mundo. Y nuevamente se quedaba con la miel en los labios a pies del anfitrión. Pero esta selección dejó poso y afrontó con brío una nueva fase de clasificación para el Mundial. A la vuelta de la esquina esperaba México.

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Pero el camino al Mundial 86 no fue nada fácil para los lusos, entre otras cosas, porque ellos mismos se encargaron de llamar a los fantasmas de clasificaciones pasadas cuando parecían tenerlo todo de cara. Portugal cayó en un grupo complicado con Alemania Federal, Suecia, Checoslovaquia y con Malta de comparsa. Se clasificaban los dos primeros y Portugal empezó bien, ganado 0 a 1 a Suecia en Estocolmo y 2 a 1 a Checoslovaquia en Lisboa. Teniendo en cuenta que Alemania parecía la gran favorita, estas dos victorias allanaban bastante el camino hacia el segundo puesto a los lusos.

Pero entonces llegó el temido bajón. Portugal cayó en Lisboa ante Suecia por 1 a 3, ganó comprensiblemente en Malta (1-3) y volvió a sucumbir ante su público contra Alemania (1-4). La derrota en Praga (1-0) completaba una trilogía sumamente lúgubre para una selección que veía que se le escapaba el billete a México. Pero la suerte de los lusos fue que Suecia y Checoslovaquia se quitaron puntos entre ellos y no acabaron de imponerse, mientras que Alemania había ganado, hasta el momento, todos sus partidos. Así que, a falta de dos choques, la segunda plaza aún era matemáticamente posible.

Malta visitó Lisboa el 12 de octubre de 1985 con los portugueses obligados a tramitar el partido por la vía rápida. Pero los malteses plantaron cara y los lusos sufrieron para conseguir una victoria exigua por 3 a 2 que, no obstante, valdría su peso en oro.

Dos días más tarde, se jugaban dos partidos que decidirían quién acompañaría a Alemania al Mundial de México. Checoslovaquia y Suecia se medían entre ellos en Praga y Portugal se jugaría su pase en el peor escenario posible: en Stuttgart ante Alemania. Los portugueses tenían que ganar y esperar que los checos vencieran a los suecos. Checoslovaquia ganó 2 a 1 a Suecia y Portugal, en lo que todo el mundo llamó el Milagro de Stuttgart (y no es para menos porque los germanos no habían perdido nunca en casa un partido de clasificación para el Mundial), derrotó a la invicta Alemania por 0 a 1 para hacer las maletas y acudir a una Copa del Mundo 20 años después.

Pero en México las cosas no salieron como los lusos esperaban. Ni mucho menos…

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Todo empezó a torcerse para los portugueses prácticamente desde el principio. La columna vertebral de la selección la formaban los semifinalistas de la Eurocopa del 84, una mezcla bastante compensada entre jugadores de los tres grandes de Portugal: Oporto, Benfica y Sporting. Los jugadores más destacados eran los porteros Bento y Damas, los defensas Veloso y Álvaro, los centrocampistas Antonio Sousa, Carlos Manuel y Diamantino y los atacantes Fernando Gomes y Rui Jordao, que había sido el héroe en Francia dos años antes y que llegaba ya un poco veterano a la cita mundialista. A pesar de ello, el delantero del Sporting era un ídolo para todos los portugueses.

Pero el 22 de abril de 1986, el seleccionador José Torres (delantero de la grandísima selección del 66) dio la lista de los 22 jugadores que disputarían el torneo y Rui Jordao no estaba entre los elegidos. Tampoco estaba convocado Manuel Fernandes, el máximo goleador de la liga portuguesa 1985-86. Los dos jugadores eran del Sporting y, claro, se lio gorda con las críticas de la prensa y de los aficionados. De todas formas, todos tenían grandes esperanzas en que la selección hiciera un gran torneo después de su heroica clasificación y, además, a Os Infantes se les había unido un joven crack del Oporto llamado Paolo Futre que ya asombraba a Europa con apenas 20 años. Así que las quejas por la lista no duraron demasiado.

También es cierto que enseguida pasaron muchas cosas que dejaron el debate sobre la lista en un segundo plano. Porque justo un día antes de que la expedición partiera hacia México saltó la noticia de que Veloso, defensa del Benfica y uno de los pilares de la Seleçao das Quinas, había dado positivo en un control antidoping por esteroides anabolizantes. El jugador juró y perjuró que era inocente y que el contraanálisis le daría la razón, pero el seleccionador Torres tomó la decisión de no arriesgarse y lo dejó fuera de la lista. Ese misma madrugada sacó de la cama a Bandeirinha, defensa de Académica Coimbra, que metió en una bolsa sus enseres personales y se subió al avión deprisa y corriendo.

De ese avión se bajó Veloso y sus compañeros del Benfica y algunos más se quejaron insistente y amargamente de la decisión del seleccionador y de la Federación, ya que consideraban que no habían respetado la presunción de inocencia de Veloso. Y lo cierto es que las prisas suelen ser malas consejeras, porque el contraanálisis demostró unos cuantos días después que el jugador estaba limpio, pero a esas alturas la lista ya era inamovible y Veloso no estuvo en el Mundial muy a su pesar. O no… porque ese episodio le evitó vivir en primera persona todo el bochorno que vino después.

Ese viaje en avión desde Lisboa se hizo eterno, lo que acabó por colmar la paciencia de la expedición. Portugal había quedado encuadrado en el grupo F junto a Inglaterra, Polonia y Marruecos y disputaría sus dos primeros encuentros en Monterrey y el último en Zapopan, en la zona metropolitana de Guadalajara. La Federación Portuguesa había reservado un hotel llamado La Torre en la ciudad de Saltillo, a unos 90 quilómetros de Monterrey, en la que también se hospedarían los ingleses. Pero para llegar a Saltillo, los portugueses volaron de Lisboa a Frankfurt, de Frankfurt a Dallas, de Dallas a Ciudad de México, de la capital mexicana a Monterrey para llegar finalmente a Saltillo. El rodeo fue considerable y monumental y el enfado, también.

El caso es que cuando llegaron a Saltillo, los futbolistas estallaron definitivamente. Al hotel La Torre los lusos le llamaron la Fortaleza por las medidas de seguridad que se encontraron a su llegada y, aunque la Federación había escogido Saltillo por la altura (está a 1.600 metros), sólo pensó en ese concepto y no cayó en la cuenta de que el único campo de fútbol disponible era un patatal en lo alto de una colina que estaba… ¡inclinado! Cuentan los periodistas que siguieron a la selección y los propios jugadores que la pendiente era tal que el balón se movía solo en los córners o las faltas y había que aguantarlo para poder sacar. ¡Increíble!

Tampoco pensó la Federación en que en las más de tres semanas que se iban a pasar los jugadores en Saltillo antes del torneo (llegaron los primeros, el 12 de mayo de 1986) deberían jugar algún partido amistoso y se ve que no concertaron ninguno. Dio la vuelta al mundo la noticia de que los portugueses jugaron contra un equipo de empleados de distintos hoteles y bares de la ciudad en el maravilloso campo inclinado. Al parecer, la selección de Chile se ofreció a jugar contra Portugal, pero la Federación no aceptó el amistoso porque los chilenos pedían demasiado dinero.

Pero todo esto eran sólo nimiedades al lado de lo que los futbolistas consideraban la cuestión fundamental. La Federación Portuguesa había firmado unos contratos de patrocinio con algunas marcas y los jugadores se veían obligados a participar en actos con esas prendas, a entrenarse con ellas, etc. Pero ellos argumentaban que la Federación se quedaba ese dinero y no lo reinvertía ni en los jugadores y cuerpo técnico ni en viajes, comodidades o partidos para el equipo. O en un incremento de las primas y premios que habían de llevarse en el Mundial.

Así que el día 25 de mayo el portero Bento, como portavoz del grupo y arropado por sus compañeros, anunciaba en rueda de prensa que entrenarían hasta que no se renegociaran las primas de los jugadores en el torneo. Los futbolistas creían que estaban pidiendo algo justo, sobre todo por el caos en el que se había sumido la concentración en un evento tan extraordinario como una Copa del Mundo, pero la prensa, los aficionados, e incluso los clubes, se posicionaron en contra de los jugadores.

Los medios portugueses vendieron la imagen de que eran unos aprovechados que ponían por delante de la selección y de la representación de su país sus propios egos y, sobre todo, sus propias carteras. La Federación se negó a negociar más primas y el presidente, Silva Resende, ni se molestó en acudir a hablar con los futbolistas. Él estaba a mil quilómetros de allí, en Ciudad de México, en una reunión de la FIFA de la cual era miembro. Si acaso amenazó con enviar al equipo a casa y que Portugal no tuviera representación en el Mundial.

Los jugadores se dieron cuenta de que estaban siendo tratados como traidores a la patria y dieron marcha atrás en sus peticiones, aunque no se quedaron cruzados de brazos. A partir de ese día, los futbolistas portugueses se entrenaban con las camisetas del revés, las medias bajadas o directamente a pecho descubierto para no mostrar unas marcas de las que ellos no percibían ningún rédito. Y de nuevo la imagen de Portugal dio la vuelta al mundo.

Pero en ese tipo de situaciones suele pasar que montas un circo y te crecen los enanos, así que aún tuvo tiempo la Seleçao das Quinas de meterse en otro lío importante. Los jugadores, que a esas alturas estaban en pie de guerra, descubrieron que la seguridad de “La Fortaleza” era mera fachada, así que empezaron a buscar resquicios para escapar del hotel en busca de aventuras porque el calor de Saltillo se ve que les estimulaba los músculos. Salían después de cenar en busca de calor humano a fiestas que se organizaban en mansiones cercanas, discotecas de moda y citas bastante variopintas y, en principio clandestinas. Coches de alta gama conducidos por chóferes paraban en el hotel y se llevaban a los jugadores a dar una vuelta con una rica señora en el asiento de atrás esperándolos.

En la ciudad, las andanzas de Os Infantes eran de sobras conocidas, pero pronto lo iba a saber el mundo entero. La presencia de la selección inglesa también en Saltillo venía acompañada de una legión de periodistas británicos que se enteraron del asunto (o de los rumores, que nunca se sabe). Un equipo de la BBC hizo pública toda esta historia. Y, claro, se lió gorda. Los medios portugueses se hicieron eco de la noticia y el país estalló. Aunque las que estallaron de verdad fueron las esposas de algunos jugadores casados del equipos que, a partir de ese día, no dejaron de llamar al hotel de concentración ni una sola noche.

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Pero, como el fútbol es caprichoso, tenía una sorpresa mayúscula reservada para todos. Y es que el 3 de junio de 1986, en el estadio Tecnológico de Monterrey, Portugal derrotó a Inglaterra con un gol de Carlos Manuel a falta de un cuarto de hora para acabar el partido del debut de ambos en el torneo. Los lusos fueron mejores que los ingleses y sus centrocampistas jugaron un gran partido, en especial Diamantino y el autor del tanto.

Parecía que ya llovía menos en Saltillo, pero, lo repetimos de nuevo por si acaso no ha quedado claro: el fútbol es caprichoso. Y el 7 de junio de 1986, en el mismo escenario, os Infantes cayeron ante Polonia con un solitario gol de Smolareck mediada la segunda mitad. Así que la última jornada de la primera fase sería decisiva. Por suerte, o eso pensaban los portugueses, en el último encuentro se medirían a la perita en dulce, Marruecos, mientras que ingleses y polacos dirimirían sus diferencias entre ellos. De hecho, tal como estaban los otros grupos, con un empate ante los africanos los lusos pasarían como terceros de grupo.

Pero el 11 de junio de 1986 saltó la sorpresa en Guadalajara. En apenas 8 minutos, los que van del 19 al 27 del primer tiempo, Abdelrazzak Khairi dinamitó el partido con dos golazos. Los portugueses no habían olido la pelota todavía. A los diez minutos de la segunda parte, José Torres quitó a un defensa para meter al atacante Rui Aguas, que debutó en el Mundial, pero 7 minutos más tarde Abdelkarim Krimau sentenció el choque con el tercer tanto. Diamantino recortaría distancias con una espectacular vaselina a falta de once minutos para el final, pero la suerte estaba echada: Marruecos entero se echó a la calle para celebrar su primera victoria en una Copa del Mundo y su primera clasificación para las rondas finales (también la primera de una selección africana en la historia de los Mundiales). Además, lo hacía como primera de grupo, por delante de Inglaterra y Polonia, también clasificadas, mientras que Portugal acababa última y tenía que hacer las maletas y volverse a subir al avión.

La aventura marroquí acabó en octavos, donde se cruzaron con Alemania, a la que hicieron sufrir mucho. Polonia caería con mucha claridad ante Brasil, mientras que sólo Inglaterra superó los octavos al eliminar a Paraguay. Pero en cuartos se cruzaron con la Argentina de BilardoMaradona, con la Mano de Dios y con el Gol del Siglo y también cayeron eliminados.

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Os Infantes se encontraron con un recibimiento más que hostil a su llegada a Portugal y con una comisión de investigación instigada por el presidente de la Federación, Silva Resende, que concluyó con una suspensión de por vida a ocho jugadores que no podrían vestir nunca más la camiseta de Portugal. El técnico, evidentemente, había dimitido nada más aterrizar.

Pero entonces esos futbolistas que antes priorizaban a sus propios equipos por encima de la selección y que casi en los viajes casi ni se hablaban unos con otros (los del Benfica contra los del Oporto y el Sporting y viceversa), se unieron y decidieron que ninguno jugaría hasta que se les levantara el castigo a todos. Los mundialistas estuvieron prácticamente un año sin jugar en la selección, pero el sindicato de futbolistas y la federación iban reuniéndose para intentar acercar posturas hasta que en septiembre de 1987 se les levantó el castigo a todos.

Está claro que el regreso de Portugal a un Mundial tras 20 años de ausencia no fue tal como los aficionados lusos se habían imaginado, pero después de la tormenta, siempre viene la calma. Y aunque nadie lo sabía entonces, con el caso Saltillo aún en la memoria, la historia de la Seleçao das Quinas estaba a punto de cambiar para siempre.

Porque por detrás venía una generación de extraordinarios futbolistas, la Generación de Oro, que ganaría los mundiales juveniles de 1989 y 1991. Una generación llamada a hacer grandes cosas. Una generación que se quedaría a las puertas del triunfo en Eurocopas y Mundiales sin poder ganar ningún título con la absoluta. Una generación maravillosa que, más allá de los resultados, convertiría a Portugal en todo un referente del fútbol de selecciones.

Joao Pinto, Paolo Sousa, Fernando Couto, Luis Figo, Rui Costa, Jorge Costa, Abel Xavier o Vítor Baía, entre otros, pusieron el germen de una selección portuguesa que es un semillero de grandes futbolistas desde entonces y que, finalmente, pudo conseguir el sueño de levantar una Copa de Europa. Pero… poco a poco. Todo a su debido tiempo.

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