"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

martes, 11 de octubre de 2022

Marcelo Bielsa y su amarga experiencia en la Copa del Mundo

La grieta de Bielsa. Sus detractores a muerte y sus admiradores sin ambages. Los amantes de su propuesta futbolística, de su manera de ver el fútbol y la vida y los que no le perdonan su fracaso con Argentina en el Mundial de Corea y Japón. En realidad, en un personaje como Marcelo Bielsa, los mismos actos los interpretan unos y otros de manera totalmente distinta. Pero, curiosamente, todos lo hacen sin matices. O blanco o negro.

Marcelo Bielsa gana con Newell’s dos campeonatos y llega a una final de la Copa Libertadores. Pero la pierde. Para unos es un Dios hacer eso con un equipo de interior. Para otros es un síntoma de perdedor que llevará siempre a cuestas.

Gana con Vélez otro campeonato tras suceder al exitoso Bianchi. Pero cambiando a una línea de tres y enemistándose con Chilavert, el alma del proyecto de Bianchi, y caer después en su segunda temporada al infierno.

Revolucionar la selección argentina y conducirla en la fase de clasificación más impresionante de su historia sin perder un solo partido. Pero no poner juntos nunca a Batistuta y Crespo y caer en la primera ronda del Mundial 2002 en un grupo con Nigeria, Inglaterra y Suecia.

Seguir al frente de la selección, pese a todo, refrendado por los propios futbolistas y ganar la medalla de oro en la Olimpíadas de Atenas 2004. Pero caer poco antes en la final de la Copa América ante Brasil en los penaltis cuando tenía el partido ganado a falta de un minuto para el final.

Clasificar a Chile para un Mundial doce años después, ganar un partido en la fase final después de 48 años y pasar la primera fase. Pero caer sin paliativos ante Brasil en octavos de final, prácticamente sin competir.

Sentar las bases de un cambio de juego, de personalidad, de estilo y de caras en la Roja. Pero no obtener unos frutos que sí recogen otros, ganando Sampaoli la Copa América 2015 y Juan Antonio Pizzi la de 2016 con prácticamente los mismos jugadores.

Llevar al Athletic de Bilbao a una final de Copa del Rey y a otra de Europa League en la misma temporada, con un fútbol espectacular que ponía en pie a los aficionados. Pero perder las dos finales sin competirlas ante el Barcelona de Pep Guardiola (0-3) y el Atlético de Madrid del Cholo Simeone (3-0).

Hacer sentir importantes a prácticamente todos los jugadores a los que entrenas y conseguir que prácticamente todos consideren que han aprendido muchísimo del fútbol y de la vida. Pero exprimir tanto a todos los niveles a esos mismos jugadores que quisieran respirar de su presencia durante un tiempo prolongado.

Obligar a sus futbolistas a limpiar el estadio durante tres horas porque es el tiempo de trabajo que necesitan sus aficionados para pagar la entrada por verlos jugar. Para unos, genial. Para otros, postureo del bueno.

Autodenunciarse por agredir a un empleado del club. Para unos, reconocimiento ante los errores y asunción de responsabilidades. Para otros, locura y ganas de figurar.

Todo eso es Bielsa. Para bien o para mal. Pero aquí vamos a detallar la relación del Loco con la Copa del Mundo de fútbol, que ha podido “disfrutar” con dos selecciones. Con Argentina y con Chile. Con la albiceleste claramente fracasó en el Mundial de 2002 y con La Roja… Bueno, lo de La Roja es más cuestionable. ¿O no? Juzguen ustedes.

Pero empecemos por el principio…

***

Tras la caída de Passarella tras el Mundial de Francia 98, con la prensa y los directivos de la AFA en su contra tras las polémicas vividas en el seno de la selección antes y durante el torneo, Grondona aceptó la renuncia del Káiser y ofreció el cargo de seleccionador a Marcelo Bielsa, que venía de hacer historia en Newell’s y en Vélez. El rosarino dio un paso al frente y cogió las riendas de la albiceleste con la intención de convertirla en un equipo de referencia que jugara al ataque, que diera espectáculo y que volviera a enamorar a los aficionados.

Marcelo Bielsa se crió en una familia de abogados de Rosario, pero el chaval tiró por el camino del medio y se negó a seguir con la tradición familiar para abrazar la del pueblo, la del barrio, el fútbol del potrero, apasionado y ganador. Así jugó con sus amigos y así jugó en Newell’s el poco tiempo que fue futbolista profesional, un central pegajoso, metódico, calculador y pasional. Llegó al primer equipo, pero jugó poco, lo que le llevaría a tomar la decisión de alejarse de los terrenos de juego demasiado pronto.

Colgaría las botas a los 26 años, pero nunca abandonaría el fútbol, que ya le había injertado el veneno de su picadura mortal. Estudió entonces Educación Física en la Facultad y se puso a entrenar a la Universidad de Buenos Aires, desde donde volvió a Newell’s para recorrerse el país buscando jóvenes talentos para la lepra de la mano de una auténtica institución en el fútbol formativo argentino, Jorge Griffa. El Loco dividió el mapa de Argentina en 70 sectores, se metió en el coche y recorrió 25.000 kilómetros buscando los mejores jugadores jóvenes de cada sector hasta dar con ellos.

Cuando poco a poco fue ascendiendo en el organigrama del club hasta llegar a entrenar al primer equipo, conocía a todos los chavales, lo cual le permitió crear un equipo impresionante que ganó el Campeonato Argentino y llegó a la final de la Libertadores donde caería ante el Sao Paolo de Telé Santana en los penaltis. De ahí a México, vuelta a Argentina para entrenar a Vélez y volver a ganar un torneo. Y el salto a Europa fichando por el Espanyol de Barcelona que duró tan sólo 6 partidos, porque en ese justo instante recibió una llamada de la selección argentina que lo cambió todo.

Con todas esas experiencias futbolísticas y vitales, creó Bielsa un estilo propio que mezclaba esas ganas de jugar siempre hacia arriba, de buscar siempre la portería contraria, de vivir y hacer vivir en noventa minutos las sensaciones y emociones que sentían los chavales cuando jugaban en los potreros del barrio junto al estudio del rival, la ciencia de los datos del fútbol y el trabajo táctico sin fin.

El Loco fue una montaña de emociones en y para la selección argentina en un periplo que duró seis años. Una montaña de picos y valles, de crestas y cuevas, que alterna la mejor fase de clasificación de la historia de la albiceleste con uno de los peores Mundiales (Corea y Japón 2002), una final de la Copa América que se escapa entre las yemas de los dedos (Perú 2004) y una medalla de oro Olímpica en Atenas 2004. Dientes de sierra con los que te acabas cortando. Dientes de sierra que le dejaron al rosarino un tajo profundo que le llevó a dejarlo.

En octubre de 1998, Marcelo Bielsa se hacía cargo oficialmente de la selección argentina. Tuvo tiempo para preparar todo lo que quería cambiar hasta el 3 de febrero de 1999, día en que se vistió de corto por primera vez con su seleccionado que se iba a una gira de partidos amistosos para los que el Loco sólo citó a jugadores de la Liga Argentina.

Su primera cita oficial fue la Copa América de 1999, disputada en Paraguay. Los de Bielsa debutaron con una victoria sencilla ante Ecuador (3-1), pero cayeron en el segundo partido ante Colombia (0-3) en un partido raro en el que Martín Palermo falló tres penaltis. La victoria ante Uruguay (2-0) la clasificó como segunda de grupo y la emparejó con Brasil. Argentina se adelantó con un tanto de Sorín, pero Rivaldo y Ronaldo le dieron la vuelta al partido y enviaron a casa a la albiceleste. Bielsa, en rueda de prensa, demostró al mundo su carácter cuando aseguró que no pensaba renunciar y que tampoco iba a admitir que las cosas iban mal por haber perdido un partido. No estaba contento con el resultado, pero sí con la ambición, con las ganas y con el posicionamiento del equipo. Ahí es nada.

De hecho, los resultados y el juego se dieron de la mano en toda la fase de clasificación para el Mundial de Corea y Japón. Los de Bielsa sólo perdieron un encuentro. Fue en Sao Paulo ante la canarinha en la sexta jornada (3-1) después de haber vencido en los cinco partidos precedentes. Se clasificaron los de Bielsa cuatro jornadas antes del final y acabaron con trece victorias, cuatro empates y la mencionada derrota. A Corea y Japón llegaba la selección de Bielsa con la vitola de favorita junto a Brasil y Francia, la actual campeona, que caería en la primera fase envuelta en el escándalo.

Una selección con Roberto Ayala, Pochettino, Samuel, Chamot, Zanetti o Sorín en la línea defensiva, con Matías Almeida, Ariel Ortega, Pablo Aimar, el Killy González o la Brujita Verón en la sala de máquinas y con Claudio López, Batistuta, Hernán Crespo y Caniggia en punta tenía, por fuerza, que ser una de las candidatas al título. Pero el grupo no era fácil y algunos hablaban sin tapujos del grupo de la muerte, con Nigeria, Inglaterra y Suecia.

La albiceleste debutó ante los africanos con la ausencia de Ayala, que se lesionó en un entrenamiento y ya no pudo disputar ningún encuentro en el torneo. Placente le sustituyó y formó en una defensa de tres junto a Samuel y Pochettino. Los carriles los ocuparon Sorín y Zanetti, con Simeone en la contención y el Burrito Ortega y la Brujita Verón en la creación. Arriba, el Piojo López y Batistuta, porque Bielsa no creía que Crespo y Batigol pudieran jugar juntos por ser ambos el mismo tipo de nueve. El juego de Argentina no fue bueno, pero Batistuta se encargó de anotar el gol de la victoria al inicio de la segunda parte y los de Bielsa sumaron sus tres primeros puntos.

El desastre llegó en la segunda jornada, cuando el equipo de Bielsa cayó ante Inglaterra merced al gol de Beckham de penalti al filo del descanso. La pena máxima era dudosa, pero pitable, aunque lo cierto es que Inglaterra había sido mejor en el primer tiempo y había tenido ocasiones más claras, como el disparo al palo de Owen. En la segunda mitad Bielsa dio entrada a Pablo Aimar por Verón, pero era Inglaterra la que tenía las mejores ocasiones a la contra, hasta que, más por orgullo que por juego, Argentina encerró a los británicos y buscó un empate que no encontró hasta el último minuto.

En la última jornada, Argentina debía vencer a una Suecia que había empatado ante Inglaterra y le había ganado a una Nigeria que, sin puntos, afrontaba la última jornada ante los británicos ya eliminada. Previendo la victoria inglesa, la albiceleste necesitaba ganar a los suecos.

El partido fue denso y tenso, con Argentina nerviosa e incapaz de ser protagonista. Aún así, los de Bielsa jugaban mejor y llevaban el peso del partido, pero las ocasiones no se materializaban. Suecia esperaba su oportunidad y resistía las embestidas argentinas con cierta solvencia. Anders Svensson, diez minutos después de la vuelta de los vestuarios, metió una falta directa en la portería de Cavallero y sembró con su gol el pánico entre toda la hinchada argentina. Había que remontar en 32 minutos para seguir en el Mundial. Un penalti a falta de dos minutos abría la puerta a la esperanza. Lo tiró Ortega, lo paró el portero, pero Crespo metió el rechace para adentro para empatar el encuentro. Los de Bielsa vivieron en campo sueco hasta el final del partido, pero el marcador ya no se iba a mover más. La decepción fue tremenda. La selección que había hecho la mejor fase clasificación de la historia y había ilusionado a todos, hizo también el peor Mundial de la historia de Argentina.

***

Pese al fracaso mundialista, Julio Grondona, el presidente de la AFA, siguió confiando en Bielsa para seguir al frente de un proyecto ilusionante en la selección, aunque gran parte de los aficionados nunca perdonarían al rosarino el fracaso del Mundial de 2002.

El caso es que Bielsa siguió trabajando y obtuvo un éxito enorme al lograr la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 con una selección extraordinaria en la que jugaban Carlos Tévez, Saviola, D’Alessandro, el Chelito Delgado, Mascherano, Coloccini, Germán Lux o Willy Caballero, reforzados por Heinze, Ayala y el Killy. Los de Bielsa ganaron todos los partidos, apabullaron a Costa Rica en cuartos de final (6-0), se deshicieron de Italia con claridad en las semifinales (3-0) y se impusieron con un gol de Tévez a Paraguay en la final (1-0), disputada el 28 de agosto de 2004 en Atenas.

Apenas un mes antes, el 25 de julio de 2004, la selección absoluta disputaba la final de la Copa América ante Brasil, la actual campeona del mundo. En Lima, el Killy González había adelantado de penalti a los de Bielsa a los 20 minutos, pero Luisao empató el encuentro justo antes de que los dos equipos se marchasen a los vestuarios. Aquello parecía una premonición. Porque en la segunda mitad, la albiceleste estuvo a punto de tocar la gloria con la yema de los dedos. El Chelo Delgado anotó el 2 a 1 a falta de tres minutos para el final del partido, pero cuando parecía que los de Bielsa levantarían la Copa, apareció Adriano para empatar en el minuto 93. 

La final se marchó a la prórroga y, después, a los penaltis, donde Argentina no tuvo su día. D’Alessandro y Heinze fallaron los dos primeros disparos argentinos mientras los brasileños iban anotando todos sus tiros uno tras otro. Al final, 4 a 2 para Brasil que levantaría su séptima Copa América ante una albiceleste hundida que recuperaría la sonrisa un mes más tarde en los Juegos Olímpicos, porque la gran mayoría de esa selección que cayó ante Brasil ganó la medalla de oro en Atenas.

La cara y la cruz. La grieta de Bielsa. Aún así, el técnico siguió y nada hacía presagiar que estábamos a tan solo un mes de su renuncia. El 4 de septiembre de ese mismo 2004, Argentina visitó nuevamente Lima para vencer por 1 a 3 a Perú en la fase de clasificación para el Mundial de Alemania. Era el octavo partido y la albiceleste tenía bien encarrilado el paso con cuatro victorias, tres empates y una sola derrota. Diez días más tarde, Marcelo Bielsa anunció que renunciaba a la selección. Aseguró que no tenía la energía que se le requería al entrenador de la selección y después de haber madurado su decisión, se marchaba. Sin más.

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Prácticamente tres años más tarde, el 10 de agosto de 2007, Bielsa aterrizó en Chile. Se instaló en el complejo deportivo de La Roja, en Juan Pinto Durán, y exigió una reforma integral de las instalaciones como condición previa a ser contratado. Quería que los seleccionados se encontraran a gusto y en las mejores condiciones para desarrollar su trabajo. Campos de entrenamiento con el césped siempre en perfecto estado, habitación para el diálogo con los jugadores y entre los jugadores, reforma de las habitaciones para compartirlas y, a la vez, hacerlas más cómodas, con baño propio y ducha y plasma en vez de televisión. Que los que vinieran con Chile, disfrutaran de jugar con Chile.

Cuando el Loco se marchó, otros tres años y medio más tarde, para algunos se trataba del seleccionador que más había influido, no sólo en el fútbol de La Roja, sino en la sociedad chilena en general.

Y en el fútbol influyó mucho. Porque de repente Chile se puso a jugar a fútbol como casi nunca lo había hecho. Buscando siempre la portería contraria. Presionando en campo ajeno, siendo vertical y priorizando el ataque ante todo. Con jugadores jóvenes y comprometidos con el equipo.

La fase de clasificación para el Mundial de Sudáfrica 2010 fue la mejor de la historia de la Roja, quedando segunda a tan solo un punto de Brasil, venciendo por primera vez a Argentina en partido oficial y clasificándose para un Mundial tras doce años de ausencia (el último fue el de Francia 98, con Salas y Zamorano como referentes en el ataque chileno). Las palabras de Claudio Bravo, el guardameta de esa selección, tras jugar en Eslovaquia en un amistoso en 2009 lo explican a la perfección: “Yo, que estoy atrás, disfruto de ver jugar al equipo”.

Ya en Sudáfrica, Chile volvió a ganar un partido 48 años después. Porque tras la victoria ante Yugoslavia en el partido por el tercer y cuarto puesto del Mundial de Chile 62, la Roja no había vuelto a ganar un solo partido en la Copa del Mundo. No ganó ninguno en Inglaterra 66. Tampoco pudo hacerlo en Alemania 74. Perdió los tres que jugó en España 82. Y 16 años después, en Francia 98, logró pasar la primera fase tras empatar sus tres encuentros para caer ante Brasil en octavos de final (4-1).

Así que sí, el gol de Beasejour ente Honduras (1-0) en Sudáfrica derribó una losa de casi medio siglo que González enterró definitivamente con su tanto en la segunda jornada ante Suiza (1-0) que metía a los chilenos en la segunda fase del torneo.

Pero las hojas de sierra es lo que tienen, altos y bajos, y la derrota por la mínima ante España (1-2) iba a hacer más daño de lo que parecía. Porque envió a los de Bielsa a cruzarse de nuevo con Brasil, su auténtica bestia negra. Y, claro, contra el destino es imposible luchar. Y Chile cayó por 3 goles a 0 y le tocó volver a casa. Eso sí, con una maleta llena de experiencia que un poco más tarde valdría su peso en oro para afrontar lo que estaba por llegar.

El caso es que la Copa del Mundo había vuelto a jugarle a Bielsa una mala pasada. No tan dura como la de Corea y Japón en 2002, pero una mala pasada al fin y al cabo. Tanto, que el técnico rosarino decidió poner un año después punto y final a su aventura chilena tras haber devuelto la esperanza a La Roja que, ya con él fuera del equipo y a los mandos de otro argentino, Jorge Sampaoli, estaba a punto de vivir una de las etapas más doradas de su historia.

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Como con todo lo que envuelve a Bielsa, un técnico controvertido que tiene el mismo número de admiradores que de detractores, que vive en la grieta, sin término medio, al que quieren muchísimo o lo odian con denuedo, tampoco en Chile se ponen de acuerdo sobre su legado. Hay quien dice que, como mínimo, dejó una forma de jugar y una camada de magníficos jugadores. Evidentemente, para otros, ni la forma de jugar ni los jugadores dieron para ganar, cosa que sí hicieron otros que vinieron detrás, como Jorge Sampaoli o Juan Antonio Pizzi que acabaron levantando la Copa América de 2015 en Santiago y la de 2016 en Estados Unidos.

Es la eterna cantinela de ver la botella medio llena o medio vacía. Está claro que el Loco no ganó ningún título con la Roja, pero también parece claro que fue el Loco uno de los forjadores de la nueva mentalidad competitiva de los jugadores chilenos. 

Al final, que cada uno vea la botella como quiera, que la pelota se ha quedado botando y cada uno es libre de pegarle directamente a portería o bajarla y jugarla. Faltaría más.

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