“El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo con las dos manos, en la línea del gol, una pelota que hubiera dejado a su país fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue expulsado pero Uruguay no”.
Eduardo Galeano, “Cerrado por fútbol” (2017)
Poquísimas veces en un Copa del Mundo un minuto dio tanto de sí. El 121 del encuentro de cuartos de final del Mundial de Sudáfrica 2010 en el Soccer City de Johannesburgo entre Uruguay y Ghana. La Celeste contra las Estrellas Negras. El marcador señala un empate a uno tremendamente luchado por los dos equipos, que parece que se encaminan sin remisión hacia la lotería de los penaltis tras los golazos de Muntari en el descuento de la primera parte y de Forlán al poco de empezar la segunda que les han llevado a la prórroga. Y entonces llegó el momento mágico que lo cambiaría todo.
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Todo esto pasó en apenas un minuto:
Falta inexistente que el árbitro pita, incomprensiblemente, a favor de Ghana en la banda derecha del ataque de las Estrellas Negras.
Centro al corazón del área uruguaya, donde defienden todos con el corazón en un puño.
Salida en falso de Muslera, que mete la mano sin fe, y el despeje cae a los pies de Apiah.
Remata el ghanés a la media vuelta con la izquierda.
La saca Luis Suárez con la rodilla temblándole en la mismísima raya.
El balón vuela en parábola directo a la cabeza de otro atacante ghanés, Dominic Adiyiah, que remata mientras dos defensas charrúas le caen encima con todo y le calzan dos patadas terroríficas que no impiden su remate.
Mientras, Suárez y Fucile, que no se han movido de la línea de gol, sacan las dos manos para evitar el tanto. Fucile no llega, pero Suárez hace la parada antológica del Mundial.
El árbitro lo expulsa al instante y el uruguayo sale del campo entre lágrimas.
Assamoah Gyan, el joven ghanés, planta la pelota en el punto de penalti. Está a punto de meter a Ghana, el orgullo de África, en las semifinales de un Mundial, el primer equipo africano en conseguirlo en toda la historia.
Coge carrera. Carga su pierna derecha. Lanza. Muslera va abajo, a la base del poste derecho, pero el balón va arriba. Al portero le da tiempo a girar la cabeza hacia el cielo y contemplar cómo la pelota sale disparada hacia la parte alta de la portería… golpea en el larguero y se va fuera.
Gyan se agarra la cabeza con las dos manos mientras camina hacia atrás nervioso.
Luis Suárez ríe y salta y corre, ahora sí, feliz, totalmente incrédulo. Se marcha a los vestuarios a ver los penaltis en una tele, porque él ha sido expulsado, pero Uruguay sigue adelante un poco más. Al menos, hasta que se termine la tanda de penaltis.
Junto a él, en el banco, han saltado todos a celebrar. Todos menos uno, que ha caído desmayado. Es Juan Castillo, el portero del Deportivo de Cali, suplente de Muslera, que tiene que ser reanimado allí mismo, sobre el césped del Soccer City de Johannesburgo antes de la tanda de penaltis decisiva.
En Uruguay, familias enteras estallan de alborozo, después de dos minutos conteniendo el aliento, aunque aún faltan los penaltis. De todos modos, parece que ya han ganado, tras salir indemnes del peor escenario posible. Y los lanzadores de ambos equipos acaban de confirmar el giro copernicano que ha dado el partido en apenas unos instantes: los que van de la parada de Suárez al balonazo al larguero de Gyan.
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Desde los once metros, todo discurre con los nervios habituales. Anota cada equipo sus dos primeros lanzamientos. El tercero de Uruguay también lo convierte Andrés Scotti, pero el tercero de Ghana lo tira el capitán Mensah flojo y al centro y Muslera lo ataja sin problemas. Uruguay estalla de júbilo mientras en Ghana observan en silencio el trágico desenlace. Pero va Pereira a confirmar la ventaja en el cuarto penalti, se llena de balón y lo tira por encima del travesaño. Es el turno de Dominic Adiyiah, quien tiene en sus botas la posibilidad de empatar la serie. Lanza abajo, a la izquierda de Muslera, pero ni lo suficientemente fuerte, ni lo suficientemente colocado. El portero le adivina la intención y lo para.
El Loco Abreu, con el 13 a la espalda, camina hacia el punto de penalti con parsimonia, como quien se dispone a tomarse un café y leer el periódico en la barra de un bar un domingo por la mañana cualquiera. Coloca la pelota con mimo en el punto de cal y toma poca carrera. Cuando llega a la altura del balón mete por debajo la puntera de su pierna izquierda para confirmar su apodo con creces, el Loco, jugándose con un disparo a lo Panenka el pase de la Celeste a las semifinales de un Mundial 40 años después, cuando todo un país había perdido ya la fe inquebrantable que históricamente habían tenido en los suyos, en la Garra Charrúa.
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Las lágrimas ghanesas contrastan con la euforia celeste. A la vez que 3 millones de uruguayos saltan de alegría en sus casas, en los bares, en las terrazas, en las calles y en las avenidas, los integrantes del banquillo en Sudáfrica corren a abrazarse al Loco que les ha puesto el corazón en un puño a cambio de meterlos en las semifinales de la Copa del Mundo.
“Algunos cardiólogos nos advirtieron, desde la prensa, que ‘el exceso de felicidad puede ser peligroso para la salud’. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país fueron una fiesta. Al fin y al cabo, el derecho a festejar los méritos propios es siempre preferible al placer que algunos sienten por la desgracia ajena”, sigue relatando Eduardo Galeano en su obra póstuma “Cerrado por fútbol”, publicada en 2017.
¡Y vaya si festejaron! Aún a riesgo de perder la salud por culpa de tanta felicidad, Uruguay entera volvió a salir a la calle. Y lo celebraron también en casa, más tarde. De hecho, dicen que en 2011 un nombre de niñas volvió a hacerse popular: Victoria Celeste, por si hay dudas, en honor de la nueva gesta de su selección.
Después vendrían las semifinales ante Holanda, donde los charrúas no pudieron superar a una versión más aguerrida de la Naranja Mecánica que se encontró con un segundo gol en fuera de juego que desequilibró el empate a uno que entonces campaba en el marcador y dejó el partido despejado para los neerlandeses. Sobre todo cuando Robben hizo el tercero tres minutos más tarde. Pero los uruguayos se mantuvieron en pie, como siempre, hasta el último minuto, cuando Maxi Pereira recortó distancias para poner un 3 a 2 en el marcador que metió el miedo en el cuerpo a los jugadores y aficionados naranjas, pero que no bastó para meter a los charrúas en la final. El Maestro Tabárez, el gran seleccionador uruguayo, lo definió con unas palabras preciosas: “Si hay que elegir una manera de perder sería muy parecida a ésta. La mejor”.
El tercer y cuarto puesto se lo llevó Alemania ante la Celeste (3 a 2), pero Diego Forlán fue galardonado con el Balón de Oro al mejor jugador del torneo (también fue uno de los máximos goleadores del certamen con 5 tantos, los mismos que el alemán Müller, el holandés Sneijder y el español David Villa), un premio que festejaron todos los uruguayos como suyo, orgullosos de su futbolista bandera y de todos sus compañeros. Orgullosos de un equipo que demostró que volvía a estar impregnado del espíritu de todos los que vistieron esa camiseta celeste a lo largo de su historia. Honrando las cuatro estrellas que lucen en su pecho.
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El júbilo uruguayo se entiende mejor haciendo un repaso histórico a cómo llegó su selección a ese Mundial de Sudáfrica.
En la Copa del Mundo de 1970, Uruguay había alcanzado las semifinales por última vez, plantando cara a la gran Brasil de los 5 dieces y acabando el torneo en cuarta posición tras perder la final de consolación precisamente ante Alemania (1-0). Después, la noche se cernió sobre la Uruguay más futbolera.
En el Mundial de 1974, la Celeste no pasó de la primera fase en un grupo difícil en el que perdió ante la Naranja Mecánica original, la de Johan Cruyff (2-0), empató ante Bulgaria (1-1) y volvió a casa tras caer estrepitosamente ante Suecia (3-0). Pero lo peor estaba por venir, porque Uruguay se iba a perder dos Mundiales seguidos. No se clasificó para disputar la Copa del Mundo de Argentina 78 ni tampoco para la de España en 1982. Era la primera vez en su historia que la Celeste se quedaba fuera de dos Mundiales consecutivos. Días aciagos para la Garra Charrúa.
Para el Mundial de México 86 regresó Uruguay, pero se iba a llevar la mayor goleada de su historia en la Copa del Mundo al caer 6 a 1 ante Dinamarca. Pese a ello, los empates ante Alemania Federal (1-1) y Escocia (0-0) clasificaron a Uruguay para los octavos de final como uno de los mejores terceros de grupo. Allí esperaba la Argentina de Maradona y de Bilardo, a la postre campeona del torneo, y Uruguay compitió bien, pero se marchó de vuelta a casa tras caer por un gol a cero merced al tanto de Pasculli.
Cuatro años más tarde, en Italia 90, la Garra Charrúa cayó en un grupo difícil junto a España, Corea del Sur y Bélgica. Los uruguayos empataron sin goles en su debut ante una triste España y Rubén Sosa mandó al limbo un penalti que les hubiera dado la victoria. La derrota ante Bélgica en la segunda jornada (3-1) les ponía contra las cuerdas, pero los charrúas vencieron a los coreanos con un gol de Fonseca en el último minuto de partido (1-0) y se metieron en octavos de final como uno de los mejores terceros otra vez. Y en octavos esperaba Italia, la anfitriona y una de las máximas favoritas para alzarse con la Copa del Mundo. Resistió Uruguay 65 minutos, hasta que Schillaci se inventó un disparo increíble desde la frontal del área que, junto al postrer tanto de Serena, mandaba de nuevo a los del Río de la Plata para casa (2-0).
Uruguay se refugió entonces en la nostalgia y no encontró el camino ni el fútbol necesario para meterse en los Mundiales de EEUU 1994 y Francia 98. Volvían a caer las tinieblas sobre una de las selecciones más importantes de la historia del fútbol. Y aún duraría un poco más la oscuridad, porque la clasificación para el Mundial de Corea y Japón no tapó el desastre de torneo que ofreció la Celeste a sus sufridos aficionados.
Cayó Uruguay en un grupo complicado con Dinamarca, Francia, defensora del título, y la potente Senegal. Los uruguayos cayeron en el primer encuentro ante Dinamarca (2-1) y la clasificación se les complicó enormemente. El empate sin goles ante Francia abría una pequeña puerta a la esperanza, pero con Senegal ocurrió lo inevitable. Los africanos llegaron al descanso con una ventaja de 3 a 0 que hacía presagiar una derrota de las que duelen mucho, pero la Celeste tiró de orgullo para remontar en la segunda parte y empatar el choque (3-3), aunque eso no bastó para pasar a octavos de final. Otra vez a casa antes de tiempo y sin ganar un solo partido en los Mundiales desde la victoria in extremis ante Corea del Sur en 1990.
Porque para el Mundial de Alemania en 2006 Uruguay tampoco pudo clasificarse, así que urgía una revolución, un cambio de propuesta, una regeneración, una apuesta por la recuperación de las raíces. Y la llevó a cabo Óscar Washington Tabárez, el Maestro, que se apoyó en una camada de jovencísimos jugadores que llevaban en sus genes la calidad y la garra de los campeones de 1930 y de 1950 y de los semifinalistas del 54 y del 70.
Los Suárez, Cavani, Muslera, Godín, Martín Cáceres o Fucile se mezclaron con algunos compañeros más experimentados como el capitán Lugano, el defensa Maxi Pereira o los centrocampistas Diego Pérez y Arévalo Ríos, el mítico Diego Forlán y los veteranos Andrés Scotti y el Loco Abreu para conformar un bloque sólido que sufrió mucho para clasificarse y hubo de acudir a la repesca ante Costa Rica para presentarse en Sudáfrica. Ganaron en casa de los ticos (0-1) y empataron en Montevideo (1-1). Prueba superada con mucho sufrimiento, pero ahora tocaba llegar a tierras africanas dispuestos a quitarse de encima el peso de 40 años de caída en picado y de 20 sin ganar un partido en la Copa del Mundo.
No tardarían en demostrar que esta Celeste tenía la estirpe de las selecciones campeonas. Empezaron con un empate sin goles ante la subcampeona del mundo, Francia, que encendió la mecha de una crisis sin precedentes en el vestuario galo. Para el segundo partido, Uruguay se quitó de encima una losa de 20 años sin triunfos venciendo a Sudáfrica por un contundente 3 a 0 que se inició con un doblete de Forlán, el futbolista que destaparía el frasco de las esencias durante el torneo. Ante México, para cerrar el grupo, apareció el otro pistolero, Luis Suárez, remató de cabeza un centro perfecto de Cavani para anotarel tanto de la victoria que metía a la Celeste en octavos de final.
Y en octavos volvió a aparecer Luis Suárez para volver loca a toda la defensa de Corea del Sur. A los ocho minutos se dejó caer a la derecha para recoger un centro de Forlán desde la banda contraria que se paseó por toda el área surcoreana, cruzar la pelota a la red y adelantar a los suyos. Vivió Uruguay de las rentas, pero los asiáticos no se rindieron y empataron el choque mediada la segunda mitad con un tanto de Lee Chung-Yong a balón parado, tras una falta que la defensa y el portero uruguayo no supieron defender. Parecía que los fantasmas del pasado cercano se le aparecían de nuevo a la celeste, pero el que apareció otra vez fue el Pistolero Suárez para hacer el segundo gol a falta de diez minutos y meter a Uruguay en los cuartos de final de un Mundial 44 años después. Un golazo bárbaro con un disparo combado con la pierna derecha desde el vértice del área que golpeó en el palo antes de besar las mallas surcoreanas.
El resto es historia. La historia que va desde la parada de Suárez en el minuto 121 de los cuartos de final ante las Estrellas Negras hasta el penalti a lo Panenka del Loco Abreu. La historia que dejó a Ghana sin la primera semifinal africana de la historia y que reconcilió a Uruguay con la suya.
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Tanto, que Uruguay ganó la Copa América de 2011 en Argentina, tras 16 años de sequía. Se metió en cuartos de final tras acabar segunda de grupo tras Chile. Se encontró ahí con la anfitriona, la albiceleste de Messi, Di María, Mascherano, Tévez, Agüero e Higuaín, y la derrotó en la tanda de penaltis tras el empate a uno que reflejaba el luminoso al final del partido y de la prórroga. Después dio buena cuenta de Perú en las semifinales (2-0) y se paseó ante Paraguay en la final (3-0).
Y el Mundial, más de lo mismo. Porque Uruguay, con esta generación de futbolistas que arrancó en Sudáfrica su nuevo idilio con la Copa del Mundo, no ha vuelto a faltar a ninguna cita mundialista. Estuvo en Brasil en 2014, donde dio buena cuenta de Inglaterra y de Italia en el grupo de la muerte (mordisco de Suárez a Chiellini incluido), aunque no pudo superar a una Colombia superlativa y sorprendente en los octavos de final, ya sin su estrella sobre el césped.
Estuvo también en Rusia en 2018, peleando como suele en un grupo cerrado y áspero que acabó llevándose con sufrimiento. Un gol de Giménez contra Egipto en el último suspiro, otro de Luis Suárez ante Arabia Saudí y los tres que le hicieron a la anfitriona Rusia los metieron en octavos de final con pleno de victorias. Allí esperaba la temible Portugal de Cristiano Ronaldo, campeona de Europa, que no pudo detener a la Celeste ni, sobre todo, a Cavani, que firmó un espectacular doblete aunque, por desgracia, también se lesionó y se perdió los cuartos de final. Ganó Uruguay 2 a 1 a los lusos y en su camino se cruzó la Francia de Mbappe, Pogba, Griezmann, Giroud y compañía. El choque acabó con los sueños uruguayos de volver a las semifinales de una Copa del Mundo (2-0), pero volvió a demostrar una vez más que la Garra Charrúa ha vuelto y que sus aficionados vuelven a disfrutar de su selección.
Porque, pese a que el camino hacia Catar no ha sido fácil y parecía que Uruguay estaba condenada a la repesca e incluso a ver el Mundial por televisión, los últimos coletazos de Godín, Suárez y Cavani unidos a la exuberancia física y técnica de jóvenes sobradamente contrastados como Giménez, Fede Valverde, Bentancur o Ronald Araujo revertieron una situación muy complicada.
Uruguay era séptima a falta de cuatro jornadas para cerrar la fase de clasificación después de haber caído en la altura de la Paz ante Bolivia por 3 a 0. Óscar Tabares, tras 15 años al frente de la selección, fue cesado y la tarea de llevar a la Celeste al Mundial de Catar recayó sobre los hombros de Diego Alonso. Futbolistas como Godín o Suárez no dudaron en poner en valor todo lo que el Maestro Tabárez había conseguido.
Así se expresó Godín, el gran capitán: “Siempre me entregué en cuerpo y alma por la Celeste, como cada uno de mis compañeros, y eso también lo logró usted transmitiéndonos valores de identidad, responsabilidad y amor por la selección (...) Hizo que la selección sea parte de nuestras vidas y que el sentido de pertenencia y el orgullo por la selección de más de 3 millones de uruguayos vuelva a sentirse y verse en cada rincón del mundo. Como uruguayo, simplemente ¡Gracias, Maestro!”.
El caso es que tanto los jugadores como el nuevo cuerpo técnico se conjuraron para conseguir la clasificación y Uruguay acabó tercera ganando en Paraguay (0-1), derrotando en casa a Venezuela (4-1) y Perú (1-0) y rematando con otra victoria en tierras chilenas (0-2) para sacarse el pasaje a Catar por la vía rápida.
Y como el destino suele ser caprichoso, el bombo deparó un grupo en Catar 2022 con Corea del Sur, Portugal y… Ghana. En ese orden. Y Ghana volvió a disponer de un penalti que podía haber cambiado su sino en el Mundial. Fue a los veinte minutos de encuentro. Lo tiró Ayew y lo paró Rochet. Otra vez... Aunque en esta ocasión, pese a la victoria (2-0), tampoco la Garra Charrúa pudo seguir adelante y tuvo que ver por televisión cómo Messi levantaba la tercera Copa del Mundo para su eterno rival, Argentina. Doble castigo para una grandísima generación de futbolistas que defendió con orgullo las cuatro estrellas de su camiseta celeste por el mundo.
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