"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 23 de diciembre de 2022

Messi salda su deuda con Argentina en la Copa del Mundo

El 17 de agosto de 2005 en Budapest, Hungría recibe a Argentina en un partido amistoso. El seleccionador, José Pékerman, se lleva a un jovencísimo Lionel Messi, que se viste con la zamarra número 18. El magnífico jugador que empieza a deslumbrar en el FC Barcelona, campeón de Liga tras cinco temporadas de sequía a las órdenes de Frank Rijkaard y con Deco, Giuly, Belletti, Edmilson y Eto’o como principales novedades, viene de proclamarse campeón del mundo Sub20 con la albiceleste, en un torneo en el que ha sido el mejor jugador, ha marcado seis tantos y ha dado dos asistencias. Ante tal irrupción, la puerta de la selección absoluta se viene totalmente abajo.

Sin embargo, Messi, con 18 años recién cumplidos, no tiene el debut soñado. Entra a los 18 minutos de la segunda parte sustituyendo a Lisandro López, pero sólo puede jugar 43 segundos. Porque en la primera jugada en la que interviene, Messi aparta de un manotazo al defensa magiar Vilmos Vanczák y el colegiado del encuentro, el alemán Markus Mark, interpreta que hay agresión y lo expulsa inmediatamente, ante las protestas de todos los jugadores argentinos y la incredulidad del muchacho, que no acaba de creerse lo que le acaba de pasar en su debut. Se marcha cabizbajo el 18, pensando que quizá acababa de cerrarse definitivamente la puerta de la selección. En absoluto. Porque menos de un año más tarde estaría disputando su primera Copa del Mundo en Alemania.

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La temporada 2005-06 Lionel Messi tuvo ficha y contrato del primer equipo del Barcelona y se incorporó totalmente a la plantilla de Rijkaard como jugador del primer equipo. La temporada del rosarino iba camino de ser espectacular, anotando seis tantos en 17 partidos de liga y otros seis en la Liga de Campeones, pero en el mes de marzo se lesionó en el bíceps femoral y se perdió el tramo final de la temporada. Pese a ello, Pékerman confió plenamente en la nueva esperanza argentina y se lo llevó al Mundial de Alemania.

Y es que la albiceleste necesitaba agarrarse a un nuevo ídolo tras la caída de Maradona en el Mundial de Estados Unidos 94. Desde ese torneo, la selección no había podido nunca alcanzar los partidos finales de los Mundiales pese a contar, en muchos casos, con futbolistas de primer nivel en sus filas.

En Francia 98, la Argentina de Passarella, envuelta de polémicas, cayó con un golazo de Bergkamp en el último suspiro de los cuartos de final ante Holanda. En Corea y Japón 2002, dirigida por Marcelo Bielsa y con un equipo realmente extraordinario que generó mucha ilusión entre los aficionados, la albiceleste se marchó a casa, incomprensiblemente, en la primera fase del Mundial. Así que la llegada de Messi se esperaba con anhelo en un país donde el fútbol es prácticamente una religión.

Pero Pékerman no quería precipitarse con Messi y no le dio el rol de titular en el Mundial de Alemania. Más viniendo, como venía, de una lesión. En la retina de los aficionados queda la imagen de un Messi totalmente desolado y solo en el banquillo tras la eliminación de la albiceleste en los cuartos de final ante Alemania en la tanda de penaltis. El futuro capitán no jugó ni un minuto de ese choque decisivo y los medios de comunicación culparon a Pékerman de no tener la valentía suficiente como para alinear al chaval, aunque sólo fuera unos minutos. Pese a las lágrimas, el joven Messi había sido el jugador argentino más joven en debutar en un Mundial, también el jugador argentino más joven en marcar un tanto en la Copa del Mundo, y se volvió a casa con su primer gol en un Mundial en el zurrón, el que le hizo a Serbia y Montenegro en la primera fase (6-0).

En septiembre de ese mismo 2006, José Pékerman presentó su dimisión como seleccionador argentino y el Coco Basile se hizo cargo de la albiceleste. Su primer reto fue la Copa América de 2007, celebrada en Venezuela, donde Messi sufriría su segunda gran decepción con la selección. El rosarino ya se había hecho con la titularidad en el Camp Nou esa misma temporada y su rol en la selección empezó a cambiar también. Messi lucía el 18 en la espalda, pero se ganó su titularidad en el torneo en una selección potentísima que se deshizo con mucha facilidad de todos sus rivales.

En la primera fase, los de Basile ganaron todos sus partidos con solvencia. Apabullaron a los Estados Unidos en su debut (4-1), certificaron su pase ante Colombia (4-2) y cerraron una fase de grupos inmaculada venciendo también a Paraguay con un gol de Mascherano (1-0). En cuartos de final Messi anotó su primer gol en el torneo ante Perú (4-0) y mantuvo la racha con otro gol ante México en semifinales (3-0). En la final esperaba Brasil, que se había metido en el último partido tras derrotar a Uruguay en los penaltis. Argentina parecía favorita, pero la canarinha se impuso con rotundidad con goles de Julio Baptista, Ayala en propia puerta y Dani Alves para dejar a Argentina a las puertas de la gloria. Fue la primera final perdida de Messi con la albiceleste, aunque en Venezuela los referentes de la selección eran otros: Riquelme, Crespo, Mascherano, Ayala o Zanetti.

Antes del Mundial de Sudáfrica de 2010 y de la irrupción de Maradona en la selección, Lionel Messi se dio una alegría en las Olimpiadas de Pekín 2008, donde se colgó el oro olímpico tras derrotar a Nigeria en la final con un gol de Ángel Di María (1-0). La albiceleste ganó todos sus partidos y Messi se erigió en el líder de un auténtico equipazo.

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Sin embargo, en la selección absoluta las cosas no iban tan bien. El equipo de Basile había vencido sus primeros tres partidos de la fase de clasificación para el Mundial de Sudáfrica, pero cayó en la cuarta fecha ante Colombia y encadenó después cuatro empates consecutivos que dejaron al técnico entre la espada y la pared. La victoria ante Uruguay en Buenos Aires por 2 a 1 dio a Basile un partido más, pero la derrota ante Chile cuatro días más tarde en Santiago (1-0) acabó con la destitución del técnico y la llegada de Diego Armando Maradona al banquillo de la albiceleste.

Con Maradona a los mandos, Argentina se metió en el Mundial de Sudáfrica, aunque por el camino sufriera una de las derrotas más humillantes de la historia. La albiceleste cayó por 6 goles a 1 en La Paz ante Bolivia. No fue la única derrota de los de Maradona, que también cayeron en Ecuador (2-0), en Rosario ante Brasil (1-3) y en Asunción ante Paraguay (1-0) para jugarse la clasificación directa ante Perú en Buenos Aires y ante Uruguay en Montevideo. Palermo salvó a la albiceleste con un gol en el descuento ante los incas (2-1) y Mario Bolatti hizo el tanto del triunfo ante la Garra Charrúa (0-1) para meter al equipo en el Mundial con muchísimo sufrimiento.

En tierras africanas, Maradona le dio la cinta de capitán a Messi en ausencia de Mascherano, como hiciera con él Bilardo en 1986 en detrimento de Passarella. De astro a astro. De rey a sucesor. Pero a Messi no le sentó bien la cinta en un momento que quizá fuera un poco precipitado. Porque Lionel Messi era un jugador excepcional, quizá al nivel de Maradona, pero no tenía el carácter de Maradona ni sus dotes de mando dentro y fuera de la cancha. Ni falta que le hacía al rosarino, que le bastaba con jugar a la pelota y nada más. Y nada menos.

El caso es que Argentina jugó una buena primera fase, aunque sufrió mucho en su debut ante Nigeria. Un tempranero gol de Heinze bastó para que la albiceleste se impusiera (1-0) y afrontara con mayor tranquilidad su encuentro ante Corea del Sur en la segunda jornada. Los asiáticos no fueron rival para Argentina y los de Maradona ganaron 4 a 1 con tres goles de Higuaín. Y cerraron una primera fase inmaculada con un triunfo ante Grecia (2-0).

En octavos esperaba México, con su maldición del quinto partido a cuestas, y Argentina se la merendó con goles de Tévez e Higuaín en la primera parte. El Apache anotó también el tercero a los pocos minutos de la reanudación y el descuento mexicano no sirvió de nada. Tres a uno y a cuartos , donde se verían las caras con una antigua enemiga: Alemania.

Los germanos, ante los que Maradona había tocado la gloria en México 86 y ante los que había claudicado en Italia 90, eran los últimos verdugos de Argentina en la Copa del Mundo. Y volverían a serlo otra vez en un partido que empezó con un gol teutón a los 3 minutos, se mantuvo igualado durante muchos minutos y acabó con los alemanes jugando a placer y destrozando a los argentinos en cada contra. El cuatro a cero final dejó a Argentina fuera del Mundial, a Messi criticado y vilipendiado en todo el país y a Maradona con pie y medio fuera del equipo tras enfrentarse con todos en los apenas dos años que duró su mandato. Un desastre absoluto que cambiaría, y mucho, cuatro años después de la mano de Alejandro Sabella.

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Porque cuando llegó el Mundial de Brasil en 2014 Argentina era otra. Las caras habían cambiado y Messsi ya era, sin duda, el eje sobre el que giraba toda la selección. Disputaba su tercer Mundial, pero cumpliría 27 años en el campeonato, la edad perfecta para un futbolista que ya sólo soñaba con la Copa del Mundo tras haberlo ganado todo con el FC Barcelona.

En Brasil la canarinha partía como gran favorita, secundada por España, la actual campeona, Holanda, finalista en Sudáfrica y encuadrada en el mismo grupo con los ibéricos, y la sempiterna Alemania, que seguía con Löw sentado en el banquillo. La albiceleste, pese a contar con el mejor jugador del momento, Lionel Messi, no parecía contar para casi nadie.

Pero Sabella había creado un equipo con mucha capacidad de sacrificio y con las ideas claras, conformado en torno a Messi, con Mascherano y Di María ejerciendo como escuderos y con Agüero e Higuaín como acompañante del rosarino en la punta del ataque. Con esos mimbres, Argentina no tuvo demasiados problemas en superar la primera fase con pleno de victorias ante Bosnia (2-1), Irán (1-0) y Nigeria (3-2).

Mientras, algunos rivales se iban quedando por el camino. España zozobró ante Holanda (5-1) e hizo las maletas tras volver a caer ante Chile en la segunda jornada (2-0) en la primera gran sorpresa del torneo. La maldición del campeón había golpeado con crueldad y con rotundidad a los de Vicente del Bosque. El resto de favoritos seguían adelante.

En el cruce de octavos, Argentina no encontró en ningún momento la forma de sobrepasar la correosa defensa suiza y el partido se fue a la prórroga. Pero a falta de un par de minutos para la tanda de penaltis, Messi se sacó de la chistera un pase de genio que Di María se encargó de transformar en el gol que clasificaba a Argentina para los cuartos de final, donde se encontraría con Bélgica.

El resto de selecciones favoritas también seguía adelante, aunque con mucho sufrimiento. Alemania, como Argentina, necesitó de una prórroga para batir a la sorprendente Argelia (2-1), mientras que Holanda se deshizo de México pasando cuatro minutos de la hora con un penalti inexistente cometido sobre Robben y transformado por Huntelaar. Aunque, sin duda, la que que más sufrió fue Brasil, que se metió en cuartos tras empatar a uno con Chile y pasar en los penaltis en una tanda increíblemente mala en la que los anfitriones fallaron dos veces desde los once metros y los chilenos tres.

En cuartos de final bastó un gol de Higuaín a los ocho minutos de partido para batir a los belgas, que no encontraron la manera de acercarse con peligro a la portería de Romero, dominados por una albiceleste rocosa y muy bien parada sobre el terreno de juego. En las semifinales se medirían a Holanda, que superó en los penaltis a Costa Rica tras un empate sin goles. La otra semifinal enfrentaría a Alemania y a Brasil y pasaría a la historia de los Mundiales como el Mineirazo tras la histórica paliza que los teutones le dieron a la canarinha en Belo Horizonte (7-1). Alemania llegaba a la final metiendo miedo y esperaba rival con la tranquilidad que da una victoria tan aplastante.

Y es que Argentina y Holanda se enfrentaban un día después en Sao Paulo para dirimir quién se mediría a la fiera germana en Maracaná. Los holandeses tenían la experiencia de cuatro años antes, cuando se metieron en la final de Sudáfrica 2010, mientras que Argentina llevaba 24 largos años sin pisar la final de una Copa del Mundo. Al final, tras un partido tenso que acabó sin goles, emergió la figura del guardameta Romero para meter a la albiceleste en la final de un Mundial por quinta vez en su historia al detener los disparos de Vlaar y Sneijder. Messsi, Garay, Agüero y Maxi Rodríguez hicieron buenas las paradas de su portero para citarse con la historia en Maracaná. Y es que 24 años después Argentina regresaba a la final y ahí esperaba el mismo rival de entonces, Alemania, como si el tiempo no hubiera pasado.

Era la oportunidad con la que Messi siempre había soñado. Con la que Argentina entera había soñado. Pero más Messi, cuestionado entre su gente desde prácticamente el primer día que se enfundó la zamarra albiceleste. Los argentinos vieron cómo se convertía en el mejor jugador del mundo en Barcelona, cómo lucía como el astro más rutilante del planeta fútbol y le pedían ser el nuevo Maradona para Argentina. Pero Messi no era Maradona y nunca lo será, aunque en Catar se le pareciera más que nunca. Y Lionel no entendía por qué le llamaban pecho frío, por qué no lo bancaban en su país, por qué muchos no lo consideraban uno de los suyos. Ahora, por fin, llegaba su oportunidad. Aunque el mundo entero, tras el golpe sobre la mesa que supuso el Mineirazo alemán, no diera ni un duro por Argentina.

Y lo cierto es que la final fue un partido durísimo al que Argentina nunca le perdió la cara. Los de Sabella plantearon un partido áspero y tenso, pero siempre amenazando en ataque a los alemanes cuando conseguían robar la pelota. Acabar jugadas. Asustar. Replegar. Mover con velocidad. Hacer daño. Y es que el plan era hacer que Alemania no se sintiera cómoda en su papel de tocadora y sintiera que cualquier error podía pagarlo caro.

El intercambio de golpes fue continuo en la primera parte y siguió en la segunda hasta que asomó en los contendientes el miedo a perder. En esa parte final de la segunda mitad, cuando ya se acercaba el pitido final, y en la prórroga mandó un poco más Alemania, aunque fue Palacio el que más cerca estuvo de batir al meta Neuer.

Pero quien sí logró meter el balón en la meta rival fue Gotze, que dejó helada a Argentina entera con su tanto en el minuto 113. Las lágrimas de Messi eran las de toda Argentina, mientras que la alegría de Lahm alzando la Copa del Mundo era la de toda Alemania, que, por segunda vez, se volvía a imponer a la albiceleste en la final de un Mundial para sellar su tetracampeonato. Messi, que se llevó el premio al mejor jugador del torneo, no tenía consuelo. Acababa de perder la oportunidad de levantar su primera Copa del Mundo y entrar en el Olimpo futbolístico argentino y mundial.

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Y con las lágrimas de Brasil 2014 acabadas de enjugar, Lionel Messi volvió a llevar a Argentina a dos finales de la Copa América. La de 2015 y la del Centenario, celebrada en 2016. Las perdió ambas desde el punto de penalti ante el mismo rival, Chile, dirigida primero por Sampaoli y después por Juan Antonio Pizzi, ambos argentinos. Dos tandas fatídicas que llevaron al 10 a plantearse abandonar la selección. De hecho lo anunció y mantuvo su decisión durante 66 días, los que le costó convencerlo al nuevo seleccionador, Edgardo Bauza, que le expuso un proyecto que duró poco y que fue sustituido por el de Sampaoli de cara al Mundial de 2018.

En Rusia, Argentina decepcionó. Sin más. Jugó una primera fase desastrosa que la tuvo contra las cuerdas y, cuando finalmente logró clasificarse en el último suspiro, la obligó a medirse a Francia en los octavos de final del torneo. Demasiado gallo y demasiado pronto. Un jovencísimo Mbappé desnudó a toda la defensa argentina y sólo un chispazo de Di María y una jugada afortunada mantuvieron a Argentina en el partido. Pero al final se impuso la lógica y Francia siguió adelante tras vencer por 4 a 3 a los hombres de un Sampaoli cuestionadísimo. O de un Messi también cuestionadísimo y criticadísimo. Lo que prefiráis.

El caso es que Francia levantó al cielo de Moscú su segunda Copa del Mundo mientras Lionel Messi veía muy lejano en el horizonte el próximo Mundial, el de Catar en 2022. Tocaba reflexión en Argentina. Tocaba reflexión también para el futbolista rosarino.

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En ese duro tiempo de peregrinaje entre Mundiales a Messi le tocó lidiar con muchas cosas. Con la eterna animadversión de sus propios compatriotas. Con la desintegración del mejor FC Barcelona de su historia y la marcha de sus mejores compañeros en el club. Con su propio pasar de los años, la pérdida de velocidad y los fracasos deportivos en el club de sus amores. Con la decisión de dejar el club de su vida y la ciudad que lo había acogido 20 años atrás y en la que había creado una familia sin renunciar a sus orígenes. Con su mudanza a París y el inicio de una nueva vida.

Pero mientras todo eso pasaba, Scaloni, compañero de selección de Messi, cogía las riendas de la selección. Mientras todo eso pasaba, los grandes medios de comunicación argentinos y los tótems de la sabiduría futbolística pamperos le negaban al nuevo seleccionador la capacidad de dirigir a la albiceleste, alegando que no había empatado con nadie. De paso, esos genios de la locuacidad y del análisis también incluían a Messi en la ecuación, pidiendo sangre nueva y un proyecto que ya no girara en torno al mejor jugador del mundo, que con 35 años ya no parecía poder serlo otra vez.

Mientras todo eso pasaba, el torneo de Catar iba acercándose y Scaloni y Messi empezaron a ponerse en modo Mundial. El joven técnico fue moldeando un equipo a su gusto: atrevido y rápido, con buen manejo de la pelota, con capacidad para mandar en los partidos, pero, sobre todo, un equipo convencido de que iban a ganar la Copa del Mundo y que eso pasaba por un sacrificio enorme en cada choque para dejar que fuera Messi quien elevara el listón, quien pusiera la magia en los metros finales, quien decidiera los partidos con sus goles y con sus pases, quien marcara el paso de tres cuartos de campo en adelante.

Y empezaron a llegar los resultados poco a poco. El clímax, la Copa América de 2021, conquistada con gol de Di María en la final ante Brasil en Maracaná. Sin público, sí. En una situación excepcional marcada por la pandemia, también. Pero al final Messi levantaba su primer trofeo con la selección absoluta tras tres finales perdidas cuando ya casi nadie lo esperaba. Y con el Mundial casi a la vuelta de la esquina. Como para no creer.

El grupo de Scaloni llegó a Catar tras 36 partidos seguidos sin perder, compacto, férreo y unido en torno a Messi, con jugadores que apenas tenían tres años cuando el astro rosarino jugó su primer Mundial y con otros, como Di María, que llevaban años y años jugando junto a él en la albiceleste. Una selección que recordaba por momentos a ese grupo rocoso que conformó Bilardo en 1986 en torno a Diego Armando Maradona y que, por encima de todo, estaba totalmente convencida de que iba a hacer historia.

Pero el debut de Argentina en Catar le dio la vuelta al calcetín de nuevo. La derrota ante Arabia Saudí volvió a poner a la selección a los pies de los caballos, pero ahora, al contrario que en Rusia cuatro años atrás, todos estaban convencidos de que la situación se podía voltear. Como cuando el ejército de Bilardo perdió con Camerún en el debut en Italia 90 y luego llegó a la final. Y Argentina, de la mano de un Messi sublime y protagonista en todos los partidos, fue sobreponiéndose a la adversidad y ganando finales desde la primera fase.

Cayeron México y Polonia para alcanzar el liderato del grupo. Cayó también Australia en octavos de final. Y llegó el momento de demostrar si la Scaloneta estaba preparada para afrontar la fase decisiva de una competición tan exigente como un Mundial en los cuartos ante Holanda. Y lo demostraron. Vaya si lo demostraron. Porque los de Scaloni fueron superiores a los de Van Gaal, encarrilaron el partido, presentaron su candidatura al título y se echaron a dormir. La tragedia parecía que volvería a cebarse con la albiceleste, pero entonces se vio de qué pasta estaba hecha esta selección. Argentina fue muy superior en la prórroga y no ganó el partido antes de los penaltis por pura falta de puntería. Pero, por suerte, el “Dibu” Martínez se puso el traje de Goycochea en Italia 90 para clasificar a Argentina para las semifinales. En ese instante Messi y sus compañeros ya habían cogido la Copa del Mundo con las dos manos. Si alguien la quería tendría que arrebatársela.

Y no pudo conseguirlo Croacia, que jugó bien hasta que se encontró con dos zarpazos de los lobos argentinos. Y no pudo conseguirlo tampoco Francia, actual campeona y, sobre el papel, con más nombres en sus filas, que no más equipo. Porque los de Scaloni demostraron ser la mejor selección del torneo y bailaron a los campeones del mundo durante los primeros 75 minutos de la final. Pero como la gloria sin tragedia no se entiende en Argentina, un error de Otamendi, uno de los mejores defensores del torneo, metió a Francia y a Mbappé en el partido con un penalti que el galo se encargó de transformar. Un minuto más tarde empataba con un remate espectacular y dejaba las espadas en todo lo alto para la prórroga.

Ni Messi ni Argentina merecían ese mal trago, pero así es el fútbol. Por suerte, en la prórroga, además de los genios, también suelen aparecer los entrenadores. Y Scaloni, el que no había empatado con nadie, movió ficha para dar oxígeno, piernas, alegría y dinamismo a su equipo e intentar levantar el ánimo y cambiar la dinámica. Con Montiel, Lautaro Martínez y Paredes la albiceleste volvió a mandar en el encuentro y a tener las mejores ocasiones. Hasta que Messi aprovechó un rechace de Lloris a tiro de Lautaro para anotar el gol que parecía definitivo y que iba a coronarlo en la Copa del Mundo. Pero no… el destino tenía reservado otro final. Así que Mbappé convirtió un penalti para empatar de nuevo y todo se resolvería desde los once metros.

Y ahí, en ese lance del juego que algunos consideran una lotería, la Argentina de Messi vovlió a demostrar que habían ido a Catar a ganar el Mundial. Marcaron todos. Primero su jefe y luego todos los demás, confiando en que el “Dibu” haría su parte. Y lo hizo. Para que Messi levantara la Copa del Mundo y saldara sus cuentas pendientes con Argentina en el Mundial de una vez por todas.

Si es que las tenía, las cuentas pendientes. Porque los números de Lionel Messi con la albiceleste son estratosféricos y están al alcance de muy pocos.

Es el único futbolista argentino que ha disputado 5 Mundiales.
Es el jugador argentino que más partidos ha jugado en los Mundiales (26).
Es el futbolista argentino que más goles ha marcado en los Mundiales (13).
Es el futbolista argentino más joven en debutar en un Mundial.
Es el futbolista argentino más joven en marcar en una Copa del Mundo.

Ha ganado una Copa del Mundo con Argentina (y ha disputado una final más).
Ha ganado una Copa América (y ha jugado tres finales más).
Se ha colgado del cuello una Medalla de Oro Olímpica…
Ha ganado un Mundial Sub20.
Y ha levantado un Sudamericano Sub20.

No parece que Lionel Messi le deba nada a nadie, ¿no? Ni en Argentina ni en ningún sitio. Si acaso nosotros le debemos muchos momentos de felicidad viéndole jugar al fútbol.

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