El 11 de julio de 2010, en Johannesburgo, Andrés Iniesta afronta el partido más importante de su vida: la final de la Copa del Mundo. Un momento con el que todo futbolista ha soñado despierto desde pequeño. Iniesta, por supuesto, también. Allá en su Fuentealbilla natal, cuando correteaba detrás de una pelota haciendo ya regates imposibles y no dejando, pese a su corta estatura, que nadie le quitara un balón. Allí ya soñaba con salir un día por el túnel de vestuarios y, a lo lejos, al final del pasillo que se abre para saltar al césped, ver la Copa del Mundo que te mira expectante. Y pasar por su lado sin tocarla, esperando emocionado a levantarla cuando el partido se acabe.
La escenografía es perfecta, épica y grandiosa. Todo está preparado para que el balón empiece a rodar para coronar a un nuevo Campeón del Mundo. Neerlandeses y españoles alivian como pueden la tensión del instante. Iniesta también está tenso por el momento que está a punto de vivir. Normal. Ha esperado mucho y ha pasado un auténtico calvario físico y mental para poder estar ahí ahora. Justo en ese instante.
Porque apenas un mes antes, todo pintaba de un color mucho más oscuro.
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El 8 de junio, apenas 8 días antes del debut de España en el Mundial, todos los fantasmas regresaban a la cabeza de Andrés Iniesta tras lesionarse de nuevo en el muslo en un amistoso ante Polonia.
El futbolista, finalmente, consigue recuperarse a tiempo para el debut ante Suiza, aunque el ansiado y esperado día se torna aciago en todos los sentidos. España cae sorprendentemente ante los helvéticos, en un encuentro en el que los españoles dominaron el juego, pero fueron incapaces de crear ocasiones claras. Les pudo la tensión del debut. Y Suiza lo aprovechó.
Además, Piqué salió del encuentro con el rostro ensangrentado y Andrés Iniesta… Andrés Iniesta fue sustituido a los setenta y siete minutos de partido por Pedro a causa de unas molestias en el muslo derecho tras recibir un golpe.
De hecho, Andrés no está listo para la primera de las dos finales que ha de jugar España en una fase de grupos que se le ha complicado muchísimo. De repente, el favoritismo de la actual campeona de Europa ha caído hecho trizas. Pero los de Del Bosque, sin Iniesta, salvan el primer escollo de Honduras. Lo hacen gracias a la inspiración de un David Villa en estado de gracia, pero las sensaciones no son demasiado buenas.
Habrá que salir de dudas ante la Chile de Marcelo Bielsa.
Los chilenos han hecho los deberes y se presentan ante España habiendo vencido por la mínima a hondureños y suizos. Pero, por culpa de la derrota española en el debut, llegan al encuentro con la posibilidad de quedarse fuera pese a sus dos victorias. Y no quieren, claro.
Pero España aún está en peor situación, ya que todo lo que no sea una victoria le deja a expensas de lo que haga Suiza ante la cenicienta Honduras. Es la primera final para los de Del Bosque que, esta vez sí, cuenta con Andrés Iniesta en el once titular. Habrá que comprobar si está o no del todo recuperado de su particular mosca cojonera: esa lesión reiterativa que vuelve y vuelve y vuelve y no le deja jugar tranquilo.
Y la cosa empieza tensa, en un toma y daca continuo del que no parece salir nadie vencedor. Fueron 23 minutos duros para España, hasta que Claudio Bravo decidió salir de su portería y convertirse en un lateral al uso para cortar una posible internada de Torres a treinta metros de su portería. Llegó y tocó la pelota arrastrándose por el suelo, pero no esperaba que ese balón le cayera justo a David Villa, que no se lo pensó y golpeó de primeras para hacer el gol que rompía el partido para España.
El gol tranquilizó a los de Del Bosque, pero poco a poco los chilenos se fueron estirando para asustar a España. Y en esas estábamos cuando llegó la genialidad de Iniesta. Villa recibió en la banda izquierda, en posición de extremo, levantó la cabeza y vio a Andrés en el borde del área. La puso rasa atrás y el manchego, al primer toque, golpeando la pelota a ras de suelo, como si tuviera un palo de golf en su pierna derecha, la colocó lejos del alcance de Claudio Bravo para hacer respirar a toda España.
Al final, Chile recortó distancias nada más empezar la segunda parte, pero no quiso más pelea al darse cuenta de que Suiza no le ganaba a Honduras y sacó la bandera blanca para acabar segunda de grupo. España pasaba como primera a los octavos de final. Con sufrimiento. Con mucho más suspense del esperado. Pero con la sensación de que se había superado un muy mal momento y, sobre todo, se había recuperado a Andrés Iniesta definitivamente. Porque el de Fuentealbilla, en el momento de la verdad, había vuelto a sacar su magia y fue declarado el jugador más valioso del encuentro.
Poco a poco, la luz se abría paso al final del túnel.
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En las eliminatorias, el primer obstáculo para España no era moco de pavo. Los vecinos portugueses, comandados por Cristiano Ronaldo, se presentaban en Ciudad del Cabo con la intención y las ganas de mandar a los de Del Bosque para casa. Y lo cierto es que le pusieron las cosas muy difíciles a los campeones de Europa, con una defensa muy rocosa y descolgándose con velocidad en contragolpes que culminaba casi siempre Cristiano Ronaldo.
España salió enchufadísima y Torres y Villa fueron un peligro constante para la portería defendida por Ricardo, pero el paso de los minutos frenó el ímpetu español y tranquilizó a los portugueses, que empezaron a meter miedo en algunas contras.
El inicio de la segunda parte no cambió la decoración, con España dominando, pero sin crear peligro real en la meta portuguesa, y los lusos tocando a rebato cada vez que recuperaban un balón. Amenazando una y otra vez a la línea defensiva española. Hasta que Del Bosque demostró que no sólo es un tipo que genera empatía y buen rollo entre los jugadores, sino que, además, es un gran entrenador. Y quitó a Torres para meter a Llorente.
El riojano fijó a los centrales portugueses y les dio definitivamente la noche. Bajaba todos los balos de espaldas y los jugaba de cara y remataba todo balón que pasaba por el área lusa. Además, liberó a Iniesta y, sobre todo, al de siempre, al del idilio con el gol, al Guaje Villa. Y entre los dos se lo agradecieron con una aparición estelar que mandó a la Seleçao Das Quinas para casa.
Iniesta se inventó un pase a Xavi de la nada, totalmente rodeado de contrarios, y el egarense prolongó de tacón para habilitar a Villa, que entró solo en el área. El Guaje fusiló a Ricardo, que detuvo el primer remate, pero dejó la pelota en los pies del delantero asturiano, que, esta vez sí, le superó por alto y convirtió el gol del triunfo para España.
Ya en los cuartos de final del torneo, el techo de cristal de los españoles, Paraguay se mostró como una selección correosa, dura y muy difícil de batir. Y el partido tuvo absolutamente de todo. Un penalti para Paraguay que un desafortunado Cardoso lanzó con mucho miedo a las manos de Casillas.
En la siguiente jugada, penalti para España cometido sobre David Villa. Marcó Xabi Alonso, pero el árbitro lo mandó repetir por invasión del área de los atacantes españoles. Alonso volvió a chutar, pero esta vez el meta guaraní le adivinó el disparo y, en el rechace, el guardameta arrolló claramente a Cesc Fábregas para despejar definitivamente del balón. El colegiado no quiso ver nada y siguió todo igual que estaba. Atascado y tensionado.
Hasta que apareció Iniesta para marcarse un jugadón combinando con Xavi desde su campo y llegando a la frontal del área para dejarle a Pedro un balón precioso y preciso y dejarlo solo ante Justo Villar. El canario supera por bajo al meta guaraní, pero la pelota golpea en el palo. Entonces aparece el de siempre, el Guaje Villa, para controlar la pelota, disparar y ver cómo golpea un palo, se pasea por la línea de gol y golpea el otro antes de introducirse definitivamente en el fondo de las mallas paraguayas. España estaba en semifinales del Mundial e Iniesta recibía su segundo título de mejor jugador del encuentro.
Y ahora, Alemania.
Es una reedición de la final de la Eurocopa de 2008. Aunque, en esta ocasión, los germanos parecen aún más temibles. Han dejado en el camino con mucha solvencia a Inglaterra en octavos de final (4-1) y a la Argentina dirigida por Diego Armando Maradona y comandada por Messi (4-0). Han hecho los teutones trece tantos en los cinco encuentros que han disputado en el torneo y sólo han encajado dos, demostrando una pegada descomunal y una solidez defensiva envidiable.
Pero enfrente, los españoles ya han dejado atrás sus temores ancestrales. Saben que si juegan a su nivel son un equipo muy difícil de batir. Y lo cierto es que los de Del Bosque se plantan en el Moses Mahdiba de Durban sin complejos y exhiben su mejor versión. Es, sin duba, su mejor partido del torneo con diferencia.
Iniesta, Xavi y Xabi Alonso se hicieron con el balón desde el principio y no lo soltaron. Los alemanes perseguían sombras, mientras los habilidosos centrocampistas españoles gobernaban el encuentro a su antojo y, además, amenazaban con peligro la portería de Neuer. A los cinco minutos ya tuvo Villa la primera, cuando llegó con lo justo para meter la bota ante la salida desesperada del meta alemán, que conjuró el peligro. Pero a los germanos se les venía encima una auténtica apisonadora.
A los trece minutos, Iniesta controló con tranquilidad en la parte derecha del ataque español y metió un centro preciso a la cabeza de Puyol que el central envió por encima del travesaño. Era la segunda ocasión clara en menos de un cuarto de hora de juego.
Alemania recurrió entonces al juego a balón parado y a los disparos desde la larga distancia para equilibrar las fuerzas. Y estuvo a punto de adelantarse en el marcador con un disparo muy lejano y muy potente de Trochowski ante el que Casillas tuvo que emplearse a fondo para despejar el Jabulani a la esquina.
Las espadas seguían en todo lo alto de cara a una segunda mitad que prometía ser apasionante. Y España siguió a lo suyo, guardando el balón y amenazando con disparos lejanos de Xabi Alonso y la tremenda velocidad de Pedro y de David Villa. Alemania no encontraba su sitio en el partido, siempre a remolque del ritmo marcado por España.
Fue entonces cuando los de Del Bosque se desataron. Pedro disparó raso desde la frontal para culminar una gran jugada del ataque español, pero Neuer detuvo el disparo con dificultades. Instantes después fue Iniesta quien se metió hasta la cocina driblando jugadores germanos y metió un centro chut que se paseó a dos metros de la línea de gol sin que Villa pudiera empujarlo para dentro. Se mascaba el gol…
Y llegó de la forma más inesperada. En un saque de esquina que Xavi puso a la cabeza de Puyol, escuela de la Masía, y el central voló para quitarle el balón de la cabeza a su propio compañero Piqué, girar el cuello y meter la pelota en la portería alemana, a media altura, potente y ajustada al palo izquierdo, inalcanzable para Neuer.
Un golazo que valía la final del Mundial.
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El 11 de julio de 2010, más de 80.000 personas poblaban las grades del Soccer City de Johannesburgo para presenciar la final de un Mundial que coronaría a un nuevo campeón. La Holanda de Ben Van Marwijk o la España de Vicente del Bosque. La Ornaje de Sneijder y Robben o la Roja de David Villa. Los amigos de Van Bommel o los de Andrés Iniesta.
Y la función empezó como se esperaba. Con España llevando el tempo y Holanda esperando su momento. Oteando por dónde podía arreciar más el temporal para capearlo mejor. Sergio Ramos tuvo un primer remate de cabeza a los cuatro minutos. Después una internada por la derecha que acabó en un centro chut con mucho peligro para la portería neerlandesa. Y, para culminar un inicio casi arrollador, Villa busco la espalda de la defensa para empalar con la izquierda un centro al segundo palo de Xabi Alonso que se estrelló contra el lateral de la red. España se parecía a España y, de momento, la Oranje no había aparecido en el partido.
En ese instante, Holanda puso en marcha el plan B. Van Persie fue quien abrió las hostilidades con una entrada muy fuerte, abajo, con los dos pies por delante y sin posibilidad de llegar al balón que controlaba Capdevila. Fue la primera tarjeta amarilla de la final y casi un punto de inflexión. Un toque de corneta para los tulipanes que se afanaron en acudir a la llamada con esmero. Especialmente Van Bommel, el amigo de Iniesta.
De hecho, el manchego se disponía a controlar un balón en el centro del campo cuando apareció un tren de mercancías resbalando por el césped del Soccer City para levantar a Andrés un metro y medio del suelo. ¿La pelota? Por ahí andaba. El tobillo de Iniesta quedó adornado con la marca de los tacos de un excompañero que se llevó la tarjeta amarilla, mientras los jugadores españoles protestaban enérgicamente al árbitro pidiendo algo más. La final se estaba equilibrando a base de patadas.
Y quedó definitivamente claro con el patadón de De Jong a Xabi Alonso en el minuto 27 de partido. La pelota caía botando en el centro del campo y Alonso se disponía a tocarla de cabeza cuando sintió un golpe tremendo en el pecho. Eran los tacos de la bota de De Jong clavados en su caja torácica. La patada, más propia de un karateka que de un futbolista, con salto incluido, se resolvió con una tarjeta amarilla para el neerlandés. Aunque, por suerte, Alonso pudo seguir jugando. Porque lo cierto es que De Jong podía haberlo mandado directamente al Hospital en los morros de un colegiado que, incomprensiblemente, no lo mandó a los vestuarios.
En medio de la refriega, Holanda sacó provecho y Robben dispuso de la mejor ocasión hasta el momento con un disparo raso y cruzado desde el vértice del área que repelió Casillas con apuros. El viento había cambiado de bando. Las patadas, no.
En el segundo tiempo, España trató de olvidarse del juego brusco e imponer su toque y su calidad en el centro del campo. Pero, curiosamente, la mejor ocasión llegó a balón parado. Como en la semifinal, Xavi puso un centro al corazón del área y por ahí apareció Puyol para buscar el remate con todo. Esta vez le salió muy desviado, pero a punto estuvo Capdevila de meter la pierna para adelantar a España en la final.
Así que, visto lo visto, los neerlandeses volvieron a sacar su dureza a pasear. Sneider, Van Bommel y De Jong encimaban a los centrocampistas españoles y cortaban con faltas cada circulación de pelota de los españoles, que empezaron a impacientarse. Los de Van Marwijk, en cambio, estaban como pez en el agua y cada vez que robaban una pelota se la lanzaban a Robben en velocidad para que hiciera estragos en la defensa ibérica.
En una de esas, Robben cogió la espalda a la defensa española y se plantó solo ante Casillas en la oportunidad más clara de la final. El guardameta aguantó todo los que pudo hasta que se venció a su izquierda, Robben golpeó raso a la derecha, pero Casillas sacó un pie milagroso para manar la pelota a córner. En las botas de Robben estuvo la Copa del Mundo. O en las de Casillas. Tanto da. El caso es que al final resolvieron las de Iniesta. Aunque estuvo a punto, a punto de perderse el tramo final del encuentro.
Y es que en el minuto 77 de partido, después de que Villa no acertara con la portería neerlandesa en la ocasión más clara de España en todo el encuentro, Iniesta volvió a recibir una caricia de su amigo Van Bommel. El neerlandés lo pisó con toda la intención ante la pasividad del colegiado. Y el manchego no se pudo contener. Se levantó del suelo como un resorte y le metió la pierna abajo a su amigo al tiempo que le empujaba. Van Bommel, por si colaba, dio un par de volteretas por el suelo.
El árbitro, que estaba muy cerca, llegó a parar el juego y se dirigió a Iniesta, quien vio sobrevolar la expulsión sobre su cabeza. Como la mayoría de aficionados españoles, que no se lo podían creer. Después de ser masacrado a patadas había caído en la trampa y podía abandonar la final antes de tiempo. Pero Howard Webb le echó un rapapolvo con numerosos y aparatosos aspavientos y ya está. Ni amarilla siquiera. E Iniesta respiró profundamente. Y, por lo que vendría después, fue una suerte que lo hiciera.
La final se fue a la prórroga. Y se encaminaba a la lotería de los penaltis casi sin remisión. Pese a que los de Vicente del Bosque habían tenido un par de buenas ocasiones en las botas de Cesc Fábregas y Jesús Navas. Pero Heitinga, que ya tenía una cartulina amarilla, tentó demasiado a la suerte. Se echó encima de Iniesta cuando el de Fuentealbilla intentaba hacerse un hueco en la frontal del área y Webbs pitó la falta y le mostró al neerlandés la segunda cartulina. Con un futbolista más, España intentó evitar los penaltis. Y lo consiguió cuando casi nadie lo esperaba. Aunque tan sólo quedaban seis minutos. Pero a España le sobraron dos.
Todo pasó en el minuto 116. Un minuto que pasaría a la historia del fútbol español.
Puyol recuperó una pelota en defensa y saliendo jugando por la banda derecha de Jesús Navas. El sevillano intentó hacer la guerra por su cuenta y atravesó la línea del centro del campo perseguido por cuatro defensas neerlandeses que, al final, le rebañan la pelota. Pero el cuero cae a los pies de Iniesta, que le da velocidad a la jugada tocando de tacón para que Xavi mueva al primer toque hacia Cesc y éste hacia Torres, ya en la parte izquierda del ataque español. El madrileño se desespera e intenta colgar un balón al interior del área tulipán. Y entonces pasan muchas cosas…
Primero que Van de Vaart, que nadie sabe por qué estaba en posición de defensa central, despeja mal, flojo y sin contundencia ni precisión un centro bastante suave. El balón le queda botando a Cesc Fábregas en la frontal, que la controla con la derecha, ve la llegada de Iniesta totalmente solo y se la pone dentro del área.
Entonces, para el mago de Fuentealbilla se hace el silencio. No queda nadie más que él y la pelota. La amortigua, porque le ha llegado muy fuerte y muy rápida, y remata con un derechazo inapelable que Stekelenburg no puede blocar ni Van der Vaart, que ha intentado como un desesperado corregir su error, impedir.
Pero aún queda un detalle más que engrandece definitivamente a Andrés Iniesta. Nada más marcar el gol decisivo en la final de una Copa del Mundo, sale como un poseso levantando los brazos, se quita la camiseta y luce orgulloso un mensaje dedicado a su amigo trágicamente fallecido. “Dani Jarque, siempre con nosotros” es el lema que lleva escrito en su camiseta Andrés Iniesta.
Una dedicatoria muy especial en uno de los momentos más especiales de la historia del fútbol español. Una dedicatoria tan importante o más que el gol mismo. Una dedicatoria que honra a Iniesta como futbolista y como persona. Y que dice mucho de la forma que tiene el manchego de entender el fútbol… y la vida.
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A la vuelta del Mundial de Sudáfrica, aún le quedaría a Iniesta el privilegio de ganar una Eurocopa más para formar parte de la mejor generación de futbolistas de la historia de España que, además de cambiar el estilo y el sino de una selección acostumbrada a convivir con el fracaso, ganó dos Eurocopas y Mundial de manera consecutiva para guardar en un cajón con llave el mito de la Furia.
Una Eurocopa, la disputada en Polonia y Ucrania en 2012, en la que el manchego recibiría también el premio al mejor jugador del torneo para redondear una actuación increíble desde el punto de vista individual y colectivo y poner un broche de oro a una trayectoria espectacular.
Su amigo Van Bommel cayó con Países Bajos en la primera fase, tras perder los tres encuentros ante Dinamarca (1-0), Alemania (2-1) y Portugal (2-1). Y Mark cogió tal rebote que anunció que renunciaba a defender los colores de la Oranje para siempre a partir de ese instante.
Iniesta aún disputaría el Mundial de Brasil en 2014, donde los neerlandeses, ya sin Mark Van Bommel en sus filas (ni su suegro en el banquillo), se vengarían de la derrota en la final del Mundial con un humillante 5 a 1 en el partido que abría el torneo y que, a la postre, dejaría a la vigente campeona fuera de la Copa del Mundo a las primeras de cambio. Pero Van Bommel no pudo disfrutarlo en directo. Hasta ahí llegó su gafe…
Pese al borrón en el expediente que supuso el fracaso en Brasil, la aportación de Iniesta (junto a la mayoría de la generación dorada y sus técnicos Aragonés y Del Bosque) al cambio de idiosincrasia del fútbol español a nivel de selecciones es incalculable.
Como muestra, un botón. El triunfo de España en la Eurocopa de Alemania en 2024, cuando los herederos de aquel estilo dinámico, técnico y plástico volvieron a levantar la Copa de Europa, la cuarta de su historia, dejando por el camino a Croacia, Italia, Alemania, Francia e Inglaterra.
Edificando su triunfo sobre los rescoldos de ese fútbol con el que Andrés Iniesta y compañía enamoraron y maravillaron al mundo y del que aún quedaba un representante en el equipo: Jesús Navas. Otro de los callados. Otro de los que tuvieron que lidiar con problemas terrenales antes, durante y después de llegar a la elite. Otro crack silencioso.
Sin la aparición estelar y la aportación de futbolistas como Andrés Iniesta este último triunfo de la selección española no hubiera sido posible jamás.
Un Andrés Iniesta, por cierto, que se marchó del club de su vida, el FC Barcelona, a la conclusión de la temporada 2017-18. Había firmado un contrato vitalicio apenas una temporada antes, pero no dudó a la hora de decidir marcharse cuando creyó que ya no podía aportar más al club que se lo había dado todo.
Salió por la puerta grande. Ganando la Copa del Rey ante el Sevilla (5-0) con gol suyo incluido y un recital futbolístico. Ganando también la liga esa temporada. Y acumulando nada más y nada menos que 4 Ligas de Campeones, 3 Supercopas de Europa y 3 Campeonatos del Mundo de Clubes a los que hay que sumar 9 Ligas, 6 Copas del Rey y 7 Supercopas de España. A todos esos trofeos con el FC Barcelona hay que sumarle dos Eurocopas y un Mundial, aunque Iniesta siempre será recordado, más que por sus títulos por su manera de entender y de jugar al fútbol.
Por esa pausa, esa magia, esa capacidad para salir siempre de cualquier embrollo y dar siempre el pase oportuno.
Por ser un futbolista soberbio y un ejemplo dentro y fuera de los terrenos de juego.
No parece poca cosa, ¿verdad?
Si además ha tenido la fortuna de marcar dos goles que pasarán a la historia de su equipo y de su selección, esa cosa se convierte directamente en irrepetible.
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