"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 20 de octubre de 2022

El Mineirazo, la mayor humillación de Brasil en la historia de los Mundiales

8 de julio de 2014. Estadio Mineirao, Belo Horizonte. Las semifinales de la Copa del Mundo enfrentan a Brasil y Alemania. Sobre el césped se acumulan las estrellas en las camisetas. Cinco lucen los brasileños por tres los germanos. El ambiente está enrarecido. Es festivo, como siempre en Brasil ante un acontecimiento futbolístico de tamaña magnitud. Es alegre y optimista. Es emocionante. Pero también se detectan los nervios de una torcida que sabe que enfrente tiene un gran equipo de fútbol, aunque nunca ningún europeo ha ganado un Mundial en tierras americanas. Aunque en los últimos 39 años, desde que la magnífica Perú de Sotil y Cubillas derrotara a la canarinha en la ida de la final de la Copa América de 1975, ninguna selección ha vencido en Brasil. Y ha llovido mucho desde entonces, que treinta nueve largos años dan para mucho. Pero Perú ganó en este mismo estadio. Cosas de meigas, que haberlas, haylas.

Los teutones saltan al terreno de juego con una equipación extraña que hace que a los puristas les duelan los ojos. No es que sea fea, que no lo es, sino que las franjas horizontales rojas y negras que lucen en su camiseta no las ha vestido nunca la Mannschaft en su larguísima historia. Con lo fácil que parece jugar una semifinal de la Copa del Mundo de blanco y negro ante una selección verdeamarelha, que no hay confusión posible y sí un respeto por la tradición y los rituales de un competición histórica. Al parecer, Alemania quería hacer con su segundo traje un homenaje al Flamengo, el club más popular de Brasil, aunque demasiado homenaje parece disputar con esos colores la semifinal de un Mundial ante la anfitriona. Pero, bueno, en lo único que se van a equivocar los alemanes es en la elección de su vestimenta. En lo puramente futbolístico están a punto de dar una auténtica exhibición que será recordada para siempre.

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Brasil y Alemania, dos auténticos colosos del fútbol de selecciones, sólo se han enfrentado una vez en la Copa del Mundo. Fue en la final del Mundial de 2002, el de Corea y Japón, el que se llevaron los brasileños con dos tantos de Ronaldo. Hay alguien en el banquillo de la canarinha que tiene ese partido en su mente con total claridad. De hecho, por eso lo han contratado, para que repita en Brasil lo que obtuvo en Yokohama. Porque él estuvo allí. Es el seleccionador de Brasil, Luiz Felipe Scolari. Enfrente, Joaquim Löw piensa más en su única experiencia agridulce en una Copa del Mundo, en la semifinal perdida cuatro años atrás ante España en Sudáfrica con el cabezazo de Carles Puyol. Ha aprendido de ello y ahora no quiere que a los suyos se les vuelva a escapar la final entre los dedos.

Los once de Scolari saltan al campo entre el fervor de los casi 60.000 espectadores que llenan el estadio Mineirao. Entre los elegidos no está la estrella del equipo, Neymar, al que un choque con el colombiano Camilo Zúñiga en los cuartos de final le fracturó una vértebra. Y tampoco está Thiago Silva. El central del Paris Saint Germain vio una amarilla ante los colombianos que acarreaba suspensión y por ahí empezó a perder Brasil el partido. Porque la defensa que montó Scolari con Julio César en portería, Marcelo por la izquierda, Maicon por la derecha y David Luiz y Dante de centrales con Fernandinho de pivote defensivo en el centro del campo fue un auténtico coladero, impropio de una selección del nivel que se le supone a la pentacampeona del mundo. Incluso del que se le supone a una selección que disputa el Mundial, sin más. Pero no adelantemos acontecimientos.

Joaquim Löw fue fiel a su estilo y alineó un centro del campo tocador y alegre, ágil y dinámico, juntando a Khedira, Schweinsteiger, Özil, Kroos y el indetectabe Müller, y dejando arriba como referencia al veteranísimo Miroslav Klose. La portería la defendía Neuer, escoltado por Lahm, Boateng, Hummels y Howedes. Los alemanes jugaban de memoria, pero enfrente tenían a la anfitriona, una selección moldeada a imagen y semejanza de su técnico, con la ansiedad y la responsabilidad de darle una alegría a su público, pero espoleada precisamente por él.

Un equipo, el brasileño, que había empezado el Mundial como un tiro (dos victorias holgadas ante Croacia (3-1) y Camerún (4-1) y un empate sin goles ante México en la primera fase) y que se llevó un susto tremendo en octavos de final ante Chile, cuando los penaltis decidieron que los anfitriones seguirían adelante en el torneo tras el empate a uno con el que acabó el partido y la prórroga. Ante Colombia estuvieron más finos, pero también ganaron apretados (2-1). 

Los alemanes clavaron los números de Brasil en la primera fase con una victoria ante Portugal (4-0), un empate ante Ghana (2-2) y un triunfo ante Estados Unidos (0-1) para ser primeros de grupo. Como Brasil, en octavos sudaron sangre para derrotar a Argelia en la prórroga (2-1) y convencieron un poco más en cuartos con una victoria trabajada ante Francia (1-0). Con trayectorias casi calcadas, las espadas estaban en todo lo alto en Belo Horinzonte.

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Tras los himnos y el sorteo de campo protocolario, el colegiado mexicano Marco Antonio Rodríguez, Chiquimarco para los amigos, levantó el telón con el pitido inicial. La canarinha salió fuerte, presionando arriba a su rival, intentando forzar pérdidas en la salida de la pelota del cuadro germano, un equipo que siempre intentaba salir con el balón controlado desde posiciones defensivas. Y por momentos parecía que, empujada por su público, la selección brasileña podía conseguirlo. Marcelo vivía permanentemente en terreno alemán y el primer tiro fue suyo, muy desviado desde la frontal del área. Después fue Hulk el que cabalgó por banda derecha y soltó un centro botando por el suelo que atrapó Neuer con seguridad. Pero el espejismo duraría apenas siete minutos, que fueron los que tardó Alemania en sacudirse la presión y generar miedo en la zaga brasileña. Tres minutos después, en el diez, los germanos ya ganaban por cero a uno.

Alemania sacó un córner desde la parte derecha tras un ataque rápido que culminó Khedira con un disparo que se estrelló en el cuerpo de un defensa brasileño. Kroos puso un centro templadito, al corazón del área, justo pasado el punto de penalti. Y por allí apareció Müller completamente solo, libre de marca, para rematar con el interior de su pierna derecha con suma tranquilidad y poner el balón lejos del alcance de un Julio César atónito. El estadio enmudeció por momentos, aunque pronto volvió a animar a los suyos. Al fin y al cabo, esto acababa de empezar. Y era cierto. Pero nadie sospechaba la que se les iba a venir encima.

Porque en apenas seis minutos, los que van del 23 al 29 de partido, Alemania masacró a Brasil con cuatro tantos que convirtieron el estadio Mineirao en un mar de lágrimas. Entre el 0-1 de Müller y el 0-2 de Toni Kroos pasaron 13 minutos, un tiempo que puede ser muy corto para algunos y muy largo para otros. En esos 13 minutos inclasificables podía Brasil haberse metido en el partido. Pero la historia se escribe con hechos, no con quimeras. Y Marcelo se metió en el área para dejarse caer de mala manera y crear una tángana de la nada. Y es que a esas alturas de partido, apenas un puñado de minutos jugados, la canarinha ya era un manojo de nervios en todas sus líneas y cada aproximación alemana hacía temblar los cimientos del estadio.

Todo saltó por los aires en seis minutos, los que van del 23 al 29. Si en el primer tanto de Müller quedó retratado David Luiz, en los siguientes cuatro goles todos los zagueros y medio centro del campo se agolparon para salir en la histórica foto. Y no eran unos cualquieras, aunque en ese instante lo parecieran. David Luiz, el capitán circunstancial, jugaba en el Chelsea. Dante era compañero de la mitad de la selección alemana en el Bayern de Múnich. Maicon vivía sus últimos coletazos en la Roma y Marcelo (tenía 26 años entonces) estaba en el mejor momento de su larga carrera y venía de ser Campeón de Europa con el Real Madrid. Fernandinho era el pulmón del Manchester City. Pero parecían juveniles que debutaban todos juntos en el primer equipo.

Corría el minuto 23 y Kroos tenía la pelota cosida al pie en la frontal del área, con un sinfín de brasileños mirándole sin atreverse a entrarle de verdad. Metió el centrocampista un pase entre líneas dentro del área, por donde apareció Müller como una exhalación haciendo una diagonal. El del Bayern no chutó, sino que le cedió la pelota a Klose en el punto de penalti y siguió corriendo, seguido por su par. Klose se encontró solo, con el balón parado, como si chutara un penalti. Chutó. La despejó Julio César, pero el balón cayó a sus pies de nuevo y Klose aprovechó para hacer el 2 a 0 mientras los defensas miraban y, de paso, superar a Ronaldo como el máximo goleador de la historia de los Mundiales.

Apenas un minuto más tarde, Lahm entró por su banda con el balón controlado y puso un centro raso y fuerte al borde del área, por donde entraba Müller. El 13 alemán intentó el remate, pero no llegó a golpear la pelota, que le quedó franca a Kroos en la frontal del área. El fino centrocampista la empalmó con la izquierda y Julio César no fue capaz de sacarla pegada a su palo. Tres a cero y las caras del público eran un auténtico poema. Las de los jugadores brasileños, otro.

Pero la pesadilla no había hecho más que comenzar. La defensa brasileña intenta salir jugando ante la aparente falta de presión de los alemanes y juega una pelota con Fernandinho, que recibe de espaldas. Antes de controlar, Kroos ya se la ha quitado y encara a los centrales. Le deja la pelota a Khedira, que le acompaña, y éste, ante la reacción de los dos defensores que van a buscarlo, se la devuelve a Kroos dentro del área para que anote con suma tranquilidad el cuarto de Alemania y su segundo en el partido. Pim, pam, pim, pam. “Para ti”. “No, toma, márcala tú”. “Pero no le pegues fuerte, que no vale”. Como si jugaran en el patio del colegio contra niños más pequeños. Cero a cuatro a los 26 minutos de juego.

Pero a los aficionados no les dio tiempo a enjugarse las lágrimas antes de que llegase el quinto. Minuto 29. Khedira roba otra vez en tres cuartos de campo en la salida desastrosa de balón de una Brasil totalmente descompuesta. Encara a su par en la frontal, que no se atreve ni a acercársele. Cuando le encima por fin, Khedira ya se la ha dado a Kroos, quien le devuelve la jugada a su amigo del patio. Pim, pam, pim, pam. “Ahora te toca a ti, que yo ya he hecho dos”. “Vale, va”. “Pero trallón no, eh”. “No, tranquilo”. Y Khedira le pega raso, desde el punto de penalti, colocadita al palo largo, donde ni el portero ni los dos defensas que se habían ido bajo palos pueden impedir que la pelota entre por quinta vez en la portería brasileña.

Seis minutos, cuatro goles, unos diez pases entre los jugadores alemanes dentro del área brasilera, cuatro remates francos, colocados, con tiempo para pensar y poner la pelota donde quisieran, con los defensores lejos de sus marcas en todas las jugadas y corriendo bajo palos para evitar lo inevitable. Con el público sumergido en un llanto eterno mientras todo se venía abajo. Con las bocas de salida del estadio colapsadas por los que abandonaban el espectáculo entre lágrimas. Pero esas lágrimas no tapaban el increíble marcador del estadio Mineirao en la semifinal del Mundial. Minuto 30. Brasil 0 - Alemania 5. Los futbolistas de la verdeamarelha no sabían dónde meterse. Los teutones, en cambio, siguieron a lo suyo, ajenos al drama futbolístico y social que estaban provocando.

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En la segunda parte nadie creía en una hipotética remontada brasileña, faltaría más, pero, por si acaso, los de Joaquim Löw no bajaron el pie del acelerador, en especial Neuer, que se mantuvo igual de concentrado que si fueran empatando a cero y sacó tres buenas manos en los primeros minutos a Oscar y, sobre todo, a dos remates a quemarropa de Paulinho. En definitiva, Alemania estaba intentando que una victoria de esas características no acabara mal para ellos en forma de lesiones o amarillas que les privaran de jugar una final que ya tenían atada y bien atada. Y enfrente, pese al empuje inicial, seguía estando la misma Brasil de la primera parte, una selección timorata y nerviosa que no sabía dónde meterse. Quizá con un poco más de orgullo tras la que que había caído en la primera parte. Con los atacantes más incisivos, sobre todo Oscar. Pero poco más.

Y entonces Alemania volvió a hacer sangre casi sin querer. Schürrle, recién ingresado en el terreno de juego, no entendía de dramas y de sinsabores y culminó primero dentro del área una jugada preciosa entre Khedira y Lahm y cerró la goleada con un remate espectacular que rebotó en el travesaño antes de entrar en la portería de Julio César para poner un marcador absolutamente delirante en las semifinales del Mundial. Brasil 0 – Alemania 7. Al final, Oscar hizo el tanto del honor cuando el colegiado estaba a punto de mandarlos a todos a la ducha. Mientras David Luiz, entre lágrimas, intentaba articular palabras de disculpa hacia todos los aficionados brasileños, el resto de mundo intentaba digerir el 1 a 7 que se acababa de comer la pentacampeona del mundo ante su propia gente.

Mientras el estadio acababa de vaciarse (muchos aficionados se habían ido antes del minuto treinta), los disturbios se fueron sucediendo en mayor o menor grado por diferentes zonas de Brasil. En Río, en Sao Paulo, en Recife, en Bahía… prácticamente en todas las grandes ciudades había algunos autobuses quemados o apedreados (vete tú a saber qué culpa tenían los autobuses), había reyertas que, en algunos puntos, precisaron de la intervención policial y, sobre todo, había llanto, desesperación y rabia esparcida por todo el país. La selección que estaba llamada a darle una alegría al pueblo levantando la Copa del Mundo ante su gente, esa que no pudieron levantar en 1950, había acabado protagonizando la humillación más grande de la historia de la verdeamarelha.

Los alemanes, ajenos al drama, se plantaron en Maracaná para enfrentarse a la Argentina de Messi y ahí las cosas no resultaron tan fáciles como se presumía tras la exhibición de Belo Horizonte. La final estuvo tan igualada que se llegó al tiempo extra tras un empate sin goles en los noventa minutos. Y cuando el tiempo se agotaba y la tanda de penaltis oteaba en el horizonte, Götze hizo un golazo que hizo felices a los teutones y dejó a Argentina sumida en la tristeza de la ocasión perdida. Y mientras Lahm alzaba al cielo de Río la cuarta Copa del Mundo de Alemania, los argentinos se lamentaban y los brasileños se lamían sus propias heridas sin saber si alegrarse o no porque su verdugo hubiera ganado el Mundial. En su fuero interno casi todos preferían el triunfo alemán, porque si además de la debacle es Argentina la que levanta la Copa del Mundo en Maracaná el drama hubiera sido aún mayor. Pero la historia es al que es y no la que podría haber sido. Y el Mundial lo ganó Alemania.

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Cien días antes del partido inaugural del Mundial de 2014, Luis Fernandes, entonces viceministro de Deportes brasileño declaró: “Brasil necesita el Mundial para exorcizar el fantasma del Maracanazo, un fantasma de 50 años”. No hacía más que expresar el sentimiento de todo un pueblo. Pero, a veces, intentar exorcizar los fantasmas invocándolos no acaba de funcionar. Porque se esfumaron los fantasmas del Maracanazo, pero los sustituyeron los del Mineirazo. Fantasmas más modernos, pero fantasmas al fin y al cabo que son una losa para un pueblo como el brasileño donde el fútbol desata tantas y tantas pasiones. Al menos, los protagonistas del Maracanazo, marcados durante años por todo un país, quedaron liberados de sus penas porque ahora tocaba llorar las de otros, aunque para muchos, para todos, la absolución llegó demasiado tarde.

Pero tampoco deberíamos olvidar algo muy importante: ocho años después del Maracanazo, la canarinha alzó su primera Copa del Mundo en Suecia 1958, en continente enemigo (algo sólo repetido por Alemania en Brasil en 2014, 56 años después), para escribir una historia formidable en los Mundiales que la ha convertido en la mejor selección de la historia, la única que ha ganado cinco Copas del Mundo. Entonces, en 1950, tras el Maracanazo, nadie creía que fuera posible recuperarse de tal tragedia futbolística y llegaron Pelé, Garrincha, el eterno Jogo Bonito y los títulos en cascada. Hoy, tras el Mineiraizo, las dudas son las mismas. ¿Será la reacción también idéntica? Veremos. Está en la mano de jóvenes como Vinicius o Rodrygo con la ayuda de Neymar, un superviviente exonerado del Mineirazo porque ese día no pudo jugar.

Lo único claro es que, aunque todo es posible y el ser humano es el único capaz de tropezar tres veces con la misma piedra, a Brasil deberían habérsele quitado las ganas de volver a organizar otra Copa del Mundo. Porque a los viejos fantasmas es mejor dejarlos tranquilos y no invocarlos de nuevo.

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