"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

martes, 26 de abril de 2022

Las dos estrellas de Francia, la última bicampeona del mundo

Francia ha sido, hasta el momento, la última selección capaz de ganar la segunda estrella para su camiseta del Gallo. Lo hizo en Rusia, en el Mundial de 2018, después de haberse ganado la primera en el Mundial que se disputó en su propio país en 1998. En ambos casos, la selección francesa apostó por la multiculturalidad, con dos equipos conformados por una gran cantidad de descendientes de inmigrantes procedentes de las antiguas colonias que consiguieron mezclar en dos equipos fantásticos que combinaban fuerza, físico, trabajo táctico y velocidad con una calidad tremenda de tres cuartos de campo hacia adelante.

Era, en realidad, una evolución desde el fútbol de salón practicado por la Francia de principios de los 80, la de Platini y sus compinches, la que más cerca estuvo de levantar una Copa del Mundo, hasta la fortaleza defensiva de los Thuram, Blanc, Deschamps, Lizarazu y compañía rematada por la exquisitez de Zidane, Djorkaeff o Henry.

Pero hasta llegar a ese momento de gloria, el fútbol francés sólo tuvo una gran alegría. La que le dieron Kopa y Fontaine en el Mundial de Suecia de 1958. En tierras escandinavas, aquel equipo maravilló al mundo, pero acabó cayendo ante otro aún mejor: la Brasil de Pelé, Vavá y Garrincha, que asombró al mundo para conseguir su primera corona y que dejó a Francia con la miel en los labios derrotándola por 5 a 2 en semifinales. Los franceses acabaron terceros y a Fontaine le regalaron un fusil por ser el máximo goleador del torneo con la friolera de 13 goles. Nadie ha superado esa cifra en una sola edición de la Copa del Mundo.

La travesía por el desierto de la selección francesa duró hasta principios de los 80, cuando Platini se convirtió en uno de los mejores jugadores del mundo de la época y se rodeó de jugadores fantásticos técnicamente como Tigana, Giresse o Genghini, que conformaron un centro del campo de lujo, lo más parecido a la Brasil de Zico, Sócrates o Tostao en cuanto a su concepción de fútbol espectáculo. Más imprevisibles y con más movilidad los brasileños, más tocadores y sin tanto vértigo los franceses.

Pero en la cima de su apogeo, ninguna de esas dos selecciones pudo levantar la Copa del Mundo en España 82. Los italianos se cruzaron en el camino brasilero, mientras que Alemania, auténtica bestia negra francesa, se encargó de apear a los galos en una semifinal épica disputada en el estadio de Sarriá.

Esa selección francesa perseveró en su estilo y se impuso, por primera vez en su historia, en una Eurocopa. En este caso fue en su propio país, en Francia, en 1984. Los galos ganaron a España por 2 a 0 en la final con Platini en plan estelar durante toda la fase final. No sólo dirigió a su equipo, sino que fue el máximo goleador del torneo con 9 goles en 5 partidos. Unas cifras goleadoras al alcance de muy pocos.

Automáticamente, la candidatura de Francia a levantar la Copa del Mundo de México 86 se hizo más tangible que nunca. Y los galos respondieron a las expectativas con un buen inicio de torneo. Superaron por la mínima a la debutante Canadá (1-0), empataron ante una gran Unión Soviética (1-1) y derrotaron con claridad a Hungría (3-0). Francia pasó como segunda de grupo porque los soviéticos le metieron 6 a Hungría y 2 a Canadá.

Y eso emparejó a Francia con la actual campeona, Italia, en el duelo estelar de los octavos de final. Los franceses ventilaron el compromiso con aparente facilidad y ganaron por dos goles a cero, dando un serio aviso al resto de favoritos.

En los cuartos de final esperaba Brasil en lo que se convertiría en un partidazo. Careca adelantó a la canarinha, pero Platini empató de penalti poco antes del descanso. Las ocasiones se sucedieron en la segunda mitad, pero el marcador ya no se movería. En la prórroga tampoco pudieron desnivelar el marcador y los penaltis, por una vez, sonrieron a Francia, aunque, paradojas de la vida, fallaron Platini y Sócrates, los mejores de cada selección.

El caso es que Francia volvía a citarse con Alemania en las semifinales del torneo. Y, como 4 años antes en España, los galos volvieron a caer. Esta vez no hubo prórroga. Los germanos se adelantaron a los nueve minutos con un disparo de falta directa de Brehme que se escurrió entre los dedos de Joël Bats y se dedicaron a conservar la renta. A un minuto del final, y en una contra de manual con los franceses volcados al ataque, Völler hacía el segundo para volver a dejar a Francia sin premio.

Pero este germen de grandeza lo recogió la generación posterior. Esa que encabezaría Zidane en el Mundial de Francia de 1998, doce años más tarde. La Francia de Aime Jacquet era otra cosa. Tenía una tremenda calidad del centro del campo hacia arriba con Zidane, Pires, Henry, Djorkaeff, Guivarc'h, Dugarry o un jovencísimo Trezeguet, pero de medio campo hacia atrás eran un auténtico muro con jugadores como Deschamps, Karembeu o Petit en el centro del campo y Blanc, Desailly, Thuram o Lizarazu en la línea defensiva. Un equipo rocoso, fuerte, rápido, duro, pero capaz de romper un partido en cualquier momento con la tremenda calidad de sus atacantes.

Esa selección empezó siendo muy criticada por la derecha francesa, que no se sentía representada por unos jugadores a los que no consideraba franceses. Y es que de los 22 futbolistas que representaron a Les Bleus en aquel mundial, únicamente 8 eran de origen exclusivamente francés: Laurent Blanc, Didier Deschamps, Stéphane Guivarc’h, Fabien Barthez, Emmanuel Petit, Frank Leboeuf, Christophe Dugarry y Lionel Charbonnier.

Los otros 14 tenían orígenes muy diversos. Patrick Vieira había nacido en Senegal; Christian Karambeu en Nueva Caledonia, Marcel Desailly en Ghana y Lilian Thuram en Guadalupe. Además, estaba Bernard Lama, de origen guyanés; Youri Djorkaeff, de origen armenio; Zinedine Zidane, de origen argelino; Thierry Henry, de origen antillano; Bernard Diomède, de origen guadalupano y Alain Boghossian, de origen armenio. Completaban la convocatoria David Trezeguet, de origen argentino, Vincent Candela, de origen español, Robert Pirès, de origen portugués y español, y Bixente Lizarazu, de origen vasco.

Pues a la conclusión del torneo, con la victoria de esta magnífica selección en la final ante Brasil (3 a 0), toda Francia se echó a la calle para celebrarlo con banderas tricolores, pero también argelinas o senegalesas. La Francia multicultural estaba en boca de todos. Todos juntos habían ganado por primera vez en su historia una Copa del Mundo venciendo claramente a Brasil en la final por 3 a 0.

La alegría francesa se prolongó dos años más, cuando ese equipo levantó también la Copa de Europa de 2000, disputada en Bélgica y Países Bajos. Pero la caída en la primera ronda del Mundial de Corea y Japón en 2002 con la maldición del campeón haciendo acto de presencia, altercados graves en Francia entre colectivos procedentes de la inmigración y las duras diatribas de la extrema derecha francesa resquebrajaron el espíritu de aquella selección que aún tuvo casi un epílogo glorioso disputando la final del Mundial de Alemania 2006 ante Italia en el día del famoso cabezazo de Zidane y de la fatídica tanda de penaltis que dio el tetracampeonato a la azzurra.

La selección francesa perdió sus referentes y su identidad y un cúmulo de despropósitos provocó el bochorno en el Mundial de Sudáfrica 2010, con el equipo eliminado en primera ronda, Anelka expulsado por insultos graves al seleccionador Domenech, jugadores que se plantaron y se negaron a entrenar durante los dos últimos días del torneo y una comparecencia posterior en la Asamblea Nacional Francesa del presidente de la Federación, el seleccionador y algunos jugadores. Ver para creer.

Pero Francia volvió a levantarse después del bochorno. Y volvió a hacerlo con otra magnífica generación de jugadores y un entrenador que volvió a apostar por la multiculturalidad. No es casualidad que el seleccionador sea Deschamps, que vivió en primera persona los éxitos de la mejor Francia de la historia y ha querido repetir el modelo.

Los Pogba, Mbappe, Kanté, Varane, Umtiti, Lemar, Payet o Lucas Hernández junto a Lloris, Griezmann, Giroud o Pavard son una especie de clon de la selección del 98. En espíritu y en estilo de juego. Y en Rusia se impusieron claramente jugando un fútbol vertiginoso cuando convenía y férreo y duro cuando también convenía.

Se impusieron los galos en su grupo a Australia (2-1) y Perú (1-0) y firmaron unas tablas sin goles ante Dinamarca para quedar primeros y no pasar apuros en los cruces, pero resultó que otros favoritos no habían hecho los deberes y se encontraron con ellos a las primeras de cambio. Así, Francia hubo de exprimirse en octavos para eliminar a Argentina en un partido precioso que acabó 4 a 3. Después derrotó a la correosa Uruguay gracias a una jugada a balón parado y un error garrafal del meta Muslera. Y, ya en semifinales, se enfrentaron a la divertida y espectacular Bélgica de Roberto Martínez en un partido que resultó más aburrido de lo esperado y que resolvió Umtiti con un cabezazo a la salida de un córner en el primer palo. Francia se metía así en la tercera final de su historia.

Y la final fue ante la sorprendente Croacia de Modric, Rakitic y Perisic, que había iba pasando rondas a base de goles en la prórroga, tandas de penalti y mucho sufrimiento. Curiosamente, los dos mejores mundiales croatas fueron los que ganó Francia. En 1998, la Croacia de Suker, Jarni y Vlaovic se metía por primera vez en su historia en semifinales de un Mundial y conseguía un tercer puesto histórico. En 2018, sería la subcampeona del mundo. Ambos mundiales los ganaron los franceses.

El caso es que los croatas fueron valientes e intentaron jugarle a Francia de tú a tú. Mandzukic se metió en propia puerta el primer gol, pero Perisic respondió con un golazo para empatar la final. Después, el propio Perisic cometería un penalti tonto que Griezmann aprovechó para adelantar a los franceses antes del descanso.

A la vuelta de los vestuarios, los franceses pusieron una marcha más ante un equipo muy cansado y Pogba y Mbappé hicieron dos goles espectaculares para sentenciar la final. El portero Lloris le puso emoción fallando un regate ante Mandzukic que permitió al croata recortar distancias y resarcirse del único gol en propia puerta hasta el momento en la historia de las finales de los Mundiales.

El 4 a 2 final coronó a Francia bicampeona del mundo y, al igual que 20 años atrás, los franceses se echaron a la calle para celebrar otro triunfo basado en la riqueza de una sociedad plural que parece que, en el caso francés, sólo se da en mundo del fútbol y de otros deportes, pero no en otros ámbitos de la sociedad. Sea como fuere, en el mundo del fútbol, Francia ha demostrado ya dos veces que la multiculturalidad es el camino. 

Y casi lo vuelve a demostrar en Catar en 2022, donde superó con creces la maldición del campeón para plantarse de nuevo en la final de la Copa del Mundo y caer en los penaltis ante la Argentina de Messi y Scaloni en una de las mejores finales de la historia de los Mundiales. Definitivamente sí parece que la multiculturalidad es el camino... 

No hay comentarios: