"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 11 de noviembre de 2022

Roberto Baggio contra el mundo en Estados Unidos 1994

El futbolista que había levantado partidos imposibles encara los últimos metros de carrera hacia el punto de penalti en otro ejercicio de supervivencia. Uno más. El que hace ni se sabe durante un torneo en el que su equipo se ha encomendado siempre a él en los minutos finales para salir airoso de un montón de aprietos. Ahora, si mete el penalti, su portero tendrá la oportunidad de detener el último lanzamiento brasileño para seguir creyendo.

No parece nervioso. Pero tampoco se le ve tan seguro como en los partidos anteriores. La carrera es corta y lenta, trote pachón hacia la pelota con la coleta firmemente pegada a su cráneo, casi sin moverse. Quizá está pensando que van uno abajo y que pase lo pase lo tienen mal para ganar. Que él tiene que hacer el gol, pero que, al contrario que otras veces, las cosas después ya no dependerán de él.

Va muy recto hacia la pelota, como queriendo ocultar hasta el último instante con qué pie golpeará. Cuando llega al punto de cal mete el pie derecho demasiado abajo y mantiene el cuerpo demasiado arriba. Ese balón se va muy desviado por encima de la portería. Taffarel, el portero brasileño, levanta los brazos en señal de triunfo y la euforia se desborda entre la canarinha. No es para menos. Brasil acaba de proclamarse campeón del Mundo por cuarta vez en su historia. La Italia de Roberto Baggio, después de remar y remar y remar y remar durante todo el torneo, ha acabado ahogándose en la orilla. Y el que más ha remado ha tenido la mala fortuna de sostener entre sus manos el último trozo de madera al que aferrarse.

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Roberto Baggio llegó a Estados Unidos con la vitola de ser el jugador más talentoso de la escuadra azzurra. Pero en la Nazionale mandaba Arrigo Sacchi, más amante de la organización del colectivo que de las rachas de inspiración individual, más amante de estrategias y tácticas de equipo que de versos sueltos, de futbolistas que andan por libre, de jugadores poco comprometidos en tareas defensivas. Baggio es de esos de los que Sacchi sospecha, espontáneo y genial para lo bueno y para lo malo. Aún así, el técnico de Fusignano siempre ha apostado por la calidad del Divino y, de hecho, le ha dado las riendas de la selección desde el primer día, considerándolo el “Maradona” italiano, el futbolista intocable. Con Sacchi, jugarán Baggio y diez más. Al menos, sobre el papel, que después las tornas giran. Y cambian...

Arrigo Sacchi y Roberto Baggio se vieron las caras por primera vez en 1985. El futbolista tenía entonces 18 años y ya era la figura del Vicenza en la Serie C del fútbol italiano, mientras que el de Fusignano era un joven entrenador que empezaba a volar en solitario tras despuntar en las categorías inferiores de la Fiorentina y entrenar ahora al modesto Rimini Calcio. Ambos equipos estaban metidos de lleno en la lucha por el ascenso a la serie B en ese último partido de la liga regular de esa temporada. Pero, cosas del fútbol, ese día Roberto Baggio se lesionó de gravedad.

El joven se fracturó el cruzado anterior, el menisco, la cápsula y la rótula de la rodilla derecha. Un desastre total. Sacchi, consciente de la gravedad de la lesión y cautivado por el juego de la incipiente estrella, cuyo futuro quedaba ahora en suspenso, tras ganar el partido dedicó unas palabras en la rueda de prensa a Roberto Baggio. El jugador se pasó todo un año en blanco, con la duda de saber si recuperaría alguna vez el nivel que había mostrado hasta el momento. La buena noticia fue que la Fiorentina, que ya le tenía fichado para esa temporada, no rompió su compromiso con el chico pese a la gravedad de la lesión y esperó con paciencia su lenta recuperación. El Rimini de Sacchi no logró el ascenso, pero su meritorio cuarto puesto llevó al técnico al banquillo del Parma, que acababa de descender también a la Serie C, con el único objetivo de ascender de categoría.

Las trayectorias de ambos fueron en ascenso y el futbolista se convirtió con el tiempo en una de las promesas más esperadas de Italia. Pero le costó. Porque en la Fiorentina se volvió a lesionar de gravedad, esta vez en la otra rodilla, y parecía que el que estaba llamado a ser uno de los mejores futbolistas del calcio se iba a quedar en el camino. Pero el Divino superó la segunda lesión grave en apenas un año y se metió en el bolsillo a la hinchada viola a partir de la temporada 86-87, cuando empezó a hacer sombra a las grandes estrellas del calcio como Maradona, Gullit, Van Basten y compañía.

De hecho, el joven Roberto Baggio fue convocado por Vicini con la azzurra para disputar el Mundial de Italia 90 y, aunque no tuvo el protagonismo que hubiera deseado, salió del torneo elogiado por todos junto a su sorprendente compañero Schillaci. Porque justo en el verano de la disputa del Mundial 90, el Divino había fichado por la Juventus, dejando en las arcas de la Fiorentina un montón de millones. Aunque los aficionados fiorentinos no querían saber nada de dinero y así se lo hicieron entender a los directivos del club con manifestaciones, protestas y reyertas. Pero el fichaje era inevitable y Baggio se marchó a la Vecchia Signora para convertirse en apenas tres años en Balón de Oro (1993).

Mientras tanto, Arrigo Sacchi también hizo su propio camino en los banquillos. La temporada 1985-86 ascendió al Parma a la serie B y la dejó séptima al año siguiente, el de su retorno a la segunda máxima categoría del fútbol italiano. La campaña siguiente, la 1987-88, Arrigo Sacchi debutaría en la serie A entrenando nada más y nada menos que al AC Milan de Silvio Berlusconi, con el que haría historia con su presión por todo el campo y su fútbol total y en bloque. El joven entrenador ganaría con los rossoneros un Scudetto, una Supercopa de Italia, dos Copas de Europa, dos Supercopas de Europa y dos Intercontinentales antes de dejar el banquillo para hacerse cargo de la azzurra en 1991, tras el fracaso de la selección italiana de Azeglio Vicini en la fase de clasificación para la Eurocopa de 1992.

Sacchi aceptó el reto y se puso manos a la obra de inmediato, con la intención de clasificar a la azzurra para el Mundial de 1994. Fue en ese preciso instante cuando el técnico le dio el mando de la selección a Roberto Baggio. Sin dudarlo ni un instante, faltaría más, que era el Balón de Oro de 1993. Y El Divino respondió siendo el máximo goleador de la fase de clasificación y, por supuesto, metiendo a la azzurra en la Copa del Mundo de los Estados Unidos.

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Sin embargo, el Mundial no empezó bien para Italia y eso afectó muy especialmente a Arrigo Sacchi, criticado por los medios desde el primer encuentro, y a Roberto Baggio, al que también atizaron con saña y que estaba a punto de vivir el primer desencuentro serio con su entrenador. Y es la azzurra vivió en el alambre durante toda la primera fase.

El primer encuentro del Mundial para la azzurra enfrentaba a los de Sacchi con la Irlanda de Jackie Charlton, un equipo muy trabajado tácticamente, serio, duro y bregador, que se parapetaba detrás con una línea de cinco que complementaba Roy Keane como pivote en el centro del campo, escoltado por los centrocampistas Andy Townsend, John Sherindan o Ray Hougton. Arriba, un solo punta a escoger entre Tommy Coyne, del Motherwell escocés, el veteranísimo John Aldridge, del Transmere Rovers, Tony Cascarino, del Chelsea y Ronnie Whelan, del Liverpool. Pese a que todos estaban por encima de la treintena, lo cierto es que sabían perfectamente cuál era su cometido y siempre jugaban a la espera de cazar algún centro de sus centrocampistas para llevarse el partido.

El Giants Stadium de New Jersey se llenó de irlandeses e italianos para ver el debut de sus selecciones en el torneo. Y llegó la primera sorpresa. Porque a los once minutos Ray Hougton puso por delante a los de Charlton para alegría de la marea verde irlandesa. La jugada del gol ilustra a la perfección el juego irlandés, efectivo donde los haya. El central derecho metió un pase largo desde su área buscando la pelea de su delantero, Tommy Coyne, que la pelea en banda para sacar un balón rebotado que queda botando unos cuantos metros fuera del área italiana. Por allí aparece desde segunda línea Ray Hougton para controlar el balón con el pecho, bajarlo y colocárselo en su zurda para golpear a puerta. El disparo coge a Pagliuca adelantado y el balón hace una parábola por encima de un sorprendido portero que se contenta con levantar las dos manos lánguidamente y cae directamente al fondo de las mallas.

La Italia de Sacchi, con jugadores de la talla de Roberto Baggio, Signori, Albertini, Donadoni o Paolo Maldini fue incapaz siquiera de crear peligro sobre la portería irlandesa en todo lo que quedaba de partido. De hecho, estuvo bastante más cerca el segundo de los irlandeses, con un remate de Hougton que atajó con problemas Pagliuca, un trallazo de Sheridan que astilló el travesaño y un remate de cabeza de Townsend que el meta italiano sacó de la línea de gol con un paradón. Al final, 1 a 0 para Irlanda y la azzurra metida en un lío de los gordos porque en el otro partido del grupo Noruega, su próximo rival, había vencido a México por la mínima (1-0).

Sacchi preparó una minirevolución ante Noruega, en un partido en el que todo lo que no fuera una victoria sería una catástrofe. Sentó el de Fusignano a Tassoti y metió a Benarrivo en el lateral izquierdo. También dejó fuera a Evani y Donadoni en el centro del campo y puso en el once a Nicola Berti y a Pierluiggi Casiraghi para jugar con un tridente muy ofensivo junto con Roberto Baggio y Signori. Pero todo saltó por los aires muy pronto.

A los 21 minutos de partido, después de una salida en tromba italiana que generó tres ocasiones clarísimas, un error defensivo de la zaga que no achicó espacios a tiempo dejó al centrocampista Leonhardsen solo ante Pagliuca. El meta salió a la desesperada y tapó con las manos el remate del noruego. Pero estaba fuera del área y el colegiado lo expulsó. Sacchi no lo dudó ni un instante y sacó del terreno de juego a su estrella, Roberto Baggio, para que entrara el portero suplente Luca Marchegiani. La mirada del Divino era de puro fuego mientras se retiraba del terreno de juego. Un incendio que costaría apagar, pese a que la jugada le salió bien a Sacchi, porque, en el segundo tiempo, Signori sacó una falta lateral y la metió desde la izquierda al corazón del área donde apareció el otro Baggio, Dino, para cabecear a la red el uno a cero y darle una vida extra a la Nazionale.

La sustitución de la estrella italiana fue motivo de muchos debates. Arrigo Sacchi había dicho cuando cogió la selección que Baggio era el Maradona de Italia. Tras el cambio, el Divino preguntó públicamente si Sacchi hubiera sustituido a Maradona con todo el partido por delante. Cuando los periodistas hicieron al técnico la misma pregunta, respondió que él nunca había entrenado a Maradona, así que no lo sabía, pero que siempre hacía lo que creía mejor para el equipo y que había retirado a Baggio porque jugando con uno menos prefería dejar solo arriba a Casiraghi para meter miedo con su velocidad y achicar mejor los espacios.

Pero el debate duró solo hasta el siguiente encuentro, porque Italia volvía a jugarse la vida ante México en el partido que cerraba la primera fase. Y es que los cuatro equipos que conformaban el grupo estaban empatados a 3 puntos tras la victoria de los mexicanos ante Irlanda (2-1) y cualquier cosa podía pasar.

Para la final ante México, Sacchi volvió a incluir a Roberto Baggio en el once de titular, sin azuzar más el fuego, que Italia se jugaba el pase. Siguió el portero Marchegiani por el sancionado Pagliuca, entró Apolloni en defensa para suplir al lesionado Baresi y el resto fueron los mismos que se enfrentaron a Noruega. Los italianos, conscientes de lo que se jugaban, llevaron el peso del partido y dispusieron de un puñado de ocasiones para adelantarse en el marcador en la primera parte que el guardameta Campos se encargó de desbaratar. Al descanso, cero a cero entre México e Italia y empate también sin goles entre Irlanda y Noruega.

Tras el paso por vestuarios, Sacchi decidió dar entrada a Daniele Massaro y dos minutos más tarde el jugador del Milan puso por delante a la azzurra. Albertini metió un pase al corazón del área y ahí, ganándole la espalda los centrales, apareció el recién incorporado para controlar con el pecho y rematar con la derecha cruzado ante Campos. Pero México empató nueve minutos más tarde con un gran disparo de Bernal desde la frontal del área y todo siguió como estaba. Los minutos iban pasando y ambos equipos tenían más miedo a perder que ganas de intentar ganar, sabiendo que Noruega e Irlanda seguían empatando sin goles. Así que nadie fue capaz de desequilibrar de nuevo el marcador.

El uno a uno final metió a las dos selecciones en octavos de final en un grupo que se resolvió, como casi siempre que Italia hace un gran torneo, por la diferencia de goles. Las cuatro selecciones empataron a 4 puntos, pero México pasó como primera con 3 goles a favor y 3 en contra. Irlanda fue segunda con los mismos puntos y 2 goles a favor y 2 en contra, los mismos registros que Italia, que fue tercera. Noruega tuvo que volver a casa con los mismos puntos por haber marcado un solo tanto y haber recibido también uno. Una vez más, Italia se clasificaba casi de milagro para los cruces, donde despertaría su estrella, el Divino, hasta ahora desaparecido en el torneo.

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Pero en los partidos decisivos, en los momentos en los que se juega sin red y un error te envía a casa y una genialidad te mete en la siguiente ronda es donde deben aparecer los genios para frotar la lámpara maravillosa. Y ese fue precisamente el momento que escogió el Divino para aparecer en el Mundial y dejar el sello de su clase. Italia se medía a Nigeria, sorprendente primera del grupo D por delante de Argentina, Bulgaria y Grecia, tras el desplome de la albiceleste tras el positivo de Diego Armando Maradona. Y esa Nigeria valiente y descarada estaba clasificada a falta de dos minutos para el final gracias a una tanto de Amunike en el minuto 25 de la primera parte. Entonces apareció Roberto Baggio.

El centrocampista Mussi recibió la pelota desde la banda derecha del ataque italino, se metió en el área y soltó un pase raso atrás, hacia el punto de penalti. Allí pareció Roberto Baggio y, con toda la tranquilidad del mundo, colocó el cuerpo y golpeó la pelota con el interior del pie derecho. El balón salió raso, ajustadísimo al palo derecho de Rufai, el asombrado meta nigeriano, como si hubiera ejecutado un putt sin despeinarse. De hecho, antes de que la pelota entrara en la portería ya estaba el Divino celebrando el tanto. Uno a uno y a la prórroga.

Y en la prórroga, a Benarrivo le llegó un balón en el vértice izquierdo del área nigeriana. Baggio se puso a su lado, le quitó el balón, Benarrivo salió a la carrera y el Divino metió una cuchara para ponérsela justo detrás de la defensa nigeriana. El central arrolló a Benarrivo y el colegiado señaló el claro penalti. Baggio, quién si no, lo ejecutó tal como había hecho en el primer gol, con un putt de derecha ajustado al palo que metía a Italia en cuartos de final. El genio había despertado cuando más se le necesitaba.

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El 9 de julio de 1994, en el Foxboro Stadium de Boston, Italia y España se juegan el pase a las semifinales. Los de Clemente están haciendo un muy buen Mundial mientras que los italianos no han convencido aún a nadie pese al tremendo potencial que atesoran en sus filas. Pese a ello, la estrella, el Balón de Oro, viste de azul (en ese instante de blanco), y eso siempre se ha de tener en cuenta.

El partido fue duro, emocionante y bonito, con las dos selecciones exprimiendo sus armas. Golpeó primero la azzurra con un golazo de Dino Baggio. El centrocampista lanzó un obús desde unos cuantos metros lejos de la frontal que sorprendió a Zubizarreta para adelantar a Italia. Pero los de Clemente no se rinden y España empieza a mandar en el partido. A la azzurra no le importa demasiado, vive cómoda defendiendo atrás y encomendándose a la velocidad de Signori, que ha salido en el descanso, y a la calidad de Roberto Baggio.

Pero a los trece minutos de la segunda mitad Caminero empata para España en un remate que golpea ligeramente en Benarrivo y se envenena sin que Pagliuca pueda hacer nada para detenerlo. En ese momento, España juega mejor, con Salinas en punta fijando a los centrales, y los italianos empiezan a pasar apuros. Tantos, que Pagliuca tiene que salir a la desesperada a los pies de Salinas para hacer la parada del partido y evitar que los españoles noqueen a los transalpinos. Y después volver a sacar una mano prodigiosa arriba tras un disparo lejano de Fernando Hierro. Entonces el Divino decide zanjar la cuestión definitivamente.

En una jugada sin aparente peligro, Massaro salta a pelear un balón en tres cuartos de campo. Los dos centrales españoles se lanzan a por él, pero el atacante del AC Milan tiene el tiempo justo para meter la punta de su bota izquierda y cambiar el juego a la derecha. Allí, libre de marca, está Roberto Baggio. No necesita el Divino que nadie le diga lo que tiene que hacer. Controla el esférico, encara a Zubizarreta, lo dribla y mete el cuero en la portería española pese al intento desesperado de Abelardo por sacar un balón que es el billete de Italia para las semifinales. El Maradona italiano lo ha vuelto a hacer.

Minutos después, Tassotti estuvo a punto de echar por tierra la genialidad de su compañero con un codazo que rompió la nariz a Luis Enrique, el actual seleccionador español, pero ni el húngaro Sandor Puhl ni sus asistentes vieron nada. La sangre del asturiano en su rostro sí se veía, pero los colegiados consideraron que se había golpeado solo. El caso es que otra vez Baggio salvaba a Italia sobre la campana.

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En las semifinales ante la Bulgaria de Hristo Stoichkov, Roberto Baggio no quiso esperar tanto y solventó el encuentro en dos jugadas maravillosas con apenas cinco minutos de diferencia. A los veinte minutos cogió el balón pegado a la banda izquierda del ataque transalpino y fue perfilándose hacia el centro haciendo amagos y desembarazándose de dos defensas hasta que armó su pierna derecha y colocó el cuero en el palo largo, con efecto, con bote en el suelo y ajustadita al palo, como siempre. Mikhailov no pudo hacer nada por detener su disparo.

El gol desató el vendaval italiano y, en apenas dos minutos, la azzurra estrelló un balón en el larguero búlgaro y apretó al bueno de Mikhailov, que tuvo que meter los guantes arriba para enviar a córner un globo de Albertini desde la frontal del área. A la tercera fue la vencida porque el balón le llegó al Divino. El mismo Albertini le metió un pase a la espalda de la defensa y el de Vicenza remató en semiescorzo para cruzar la pelota sin remisión al otro palo, lejos del alcance de un Mikhailov impotente. Dos a cero. Los dos de Baggio, tocado definitivamente por la varita mágica, como Maradona en las semifinales ante Bélgica en 1986.

Pero Baggio no es Maradona y las cosas se le empezaron a torcer en la misma semifinal. Primero porque Bulgaria despertó tras la tormenta y, con todo perdido, empezó a atosigar a Pagliuca hasta que Stoichkov recortó diferencias anotando un penalti al borde del descanso. Después porque se hubo de retirar a falta de veinte minutos para el final. En principio, por precaución, para no arriesgar su participación en la final, porque Italia resistió sin él y se clasificó para el último partido ante Brasil (2-1).

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En la final del Mundial, como en 1970, se enfrentan las dos selecciones más laureadas de la Copa del Mundo. Brasil e Italia no sólo lucharán por levantar la Copa, sino que dirimirán la supremacía mundial porque ambos cuentan con tres Copas del Mundo en sus vitrinas. El que gane, será tetracampeón del Mundo.

La Brasil de Parreira llega con todos sus efectivos intactos. Arriba, la pólvora de Bebeto y Romario. En el centro del campo, Dunga, Mauro Silva y Mazinho echan el cerrojo, mientras que Zinho juega un pelín más suelto. Detrás, Taffarel defiende los tres palos escoltado por Aldair y Marcio Santos en el centro y Jorginho y Branco en los laterales. Un equipo con magia arriba, pero muy blindado atrás. Made in Parreira.

Enfrente, Arrigo Sacchi ya ha dado con la tecla, pero tiene que tomar dos decisiones importantes. Baresi, que se lesionó en el segundo partido ante Noruega, está listo para jugar la final. Es el capitán y el estandarte del equipo, pero se ha pasado tres semanas en el dique seco. El técnico le da el brazalete y lo pone de titular. La otra decisión que debe tomar es si juega o no de inicio Roberto Baggio. En realidad, la decisión ya está tomada. El héroe italiano no se va a perder la final de la Copa del Mundo de ninguna manera y Sacchi no puede impedírselo después de haberlo traído con sus goles hasta aquí. Pero Baggio no está bien. Y Baresi tampoco lo está.

Lo cierto es que la final es miedosa, aburrida e insulsa. Se reduce a una ocasión de Massaro a los 17 minutos de la primera parte, a un disparo lejanísimo de Branco pocos minutos después que Pagliuca despeja a córner con apuros y a otro de Romario desde la frontal que va directamente a las manos del cancerbero. En la segunda, un disparo también desde su casa de Mauro Silva que Pagliuca está a punto de convertir en la tragedia del torneo cuando la pelota se le escapa entre los brazos y golpea el palo en vez de meterse dentro. El meta besó el palo. No era para menos.

En la prórroga sí tuvo una clarísima Romario. Cafú se internó hasta casi la línea de fondo y metió un pase de la muerte que cruzó toda el área italiana sin que ningún defensor acertara a despejar y en el segundo palo apareció Romario muy forzado para enviar la pelota fuera. Y ya está. Porque el Divino, con una llamativa muslera en su pierna, dispuso de un disparo a falta de siete minutos para el final, uno de esos que venía embocando en los minutos finales de cada partido, pero no tenía fuerzas para nada y la tiró blandita a las manos de Taffarel. Nada más.

En definitiva, una de las peores de la historia de la Copa del Mundo junto a la de cuatro años atrás, la de Italia 90. Es la primera final que termina sin goles en toda la historia (después también acabará sin goles la final de Sudáfrica 2010 y la de Brasil 2014, aunque en ambos casos se resolvió con un gol en la prórroga). La primera que acaba sin goles también en la prórroga. La primera, y hasta ahora la única, que se ha de resolver desde el punto de penalti. Un desastre. Un epílogo triste para una Copa del Mundo en la que se vieron muy buenos partidos. Un colofón que no le hizo justicia al torneo. Ni tampoco a la gran estrella del campeonato…

Porque los penaltis van a ser crueles con el Divino y con Italia. El primer lanzamiento es de Baresi, que echa el cuerpo atrás y lanza el cuero por encima de la portería de Taffarel. Pero Pagliuca se empeña en ser el héroe después de haber rozado la tragedia en el partido y detiene el lanzamiento de Marcio Santos. Todo vuelve a empezar.

Albertini, con una sangre fría espectacular, mete su penalti. Romario va tan sobrado, que apunta al palo y ahí que golpea la pelota antes de besar las mallas italianas. Evani golpea fuerte, al centro y arriba para volver a poner a Italia por delante. Pero Branco, muy seguro (y más sabiendo que Bilardo no anda cerca con su bidón), empata de nuevo con un penalti de libro, pegado a la cepa del palo izquierdo de Pagliuca. Y le llega el turno a Massaro, que lanza mal, al centro, y Taffarel lo detiene. Dunga confirma la ventaja brasileña con un penalti perfecto que engaña a Pagliuca y ya le toca el turno al Divino. Tiene que convertirlo en gol para que Pagliuca disponga de una oportunidad de parar el último penalti brasilero.

Pero Roberto Baggio lo lanza fuera. La estrella del Mundial se queda sin Copa. El héroe pasará a ser Romario, su sucesor también en el Balón de Oro de ese año 1994.

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Tras el Mundial, la vida sigue. Y los problemas con Sacchi que taparon sus goles en Estados Unidos afloran de nuevo. El genio no casa bien con los entrenadores que exigen rigor táctico y sale de la Juventus en 1995 por petición expresa de un Marcelo Lippi que prefiere al joven Del Piero. El Divino parte rumbo a Milán, donde le espera Fabio Capello y, pese a los roces evidentes con otro entrenador que no negocia con el esfuerzo colectivo, conquista el Scudetto y hace una gran campaña.

Pero no es suficiente para Arrigo Sacchi, que deja a Baggio fuera de la Eurocopa de Inglaterra de 1996, porque, después de haber sido su Maradona particular, ahora no entra en sus planes. Prefiere a Zola. Pero Italia no hace una buena Eurocopa y Sacchi deja la selección tras el torneo. Y entonces, los astros, que giran y giran, vuelven a hacer de las suyas.

El Maestro Tabárez empieza la temporada en el AC Milan, pero los resultados no acompañan y Berlusconi lo destituye para traer a Arrigo Sacchi de vuelta al equipo. Roberto Baggio pasa directamente al ostracismo hasta que explota, la lía en una rueda de prensa y, al año siguiente, se marcha al modesto Bolonia para reinventarse como futbolista a los 30 años. Y lo hace porque sigue siendo un genio y se gana la convocatoria para el Mundial de Francia 98 donde vuelve a marcar dos goles con la azzurra, aunque caen en los penaltis en los cuartos de final ante Francia, la anfitriona y futura campeona del mundo.

El Mundial lo revaloriza y aún tendrá tiempo el Divino de volver a la elite jugando en el Inter de Milán junto a Ronaldo durante dos temporadas. Pero una crisis de resultados trae a Marcelo Lippi al banquillo neroazzurro y su otro ogro particular le vuelve a cerrar las puertas de la titularidad y, otra vez, aunque ahora con 33 años, decide probar en el Brescia. Allí mete 10 goles y da 10 asistencias para clasificar a los lombardos para la Copa de la UEFA.

En la siguiente campaña, la 2001-02, Baggio volvió a ponerse en modo Mundial, ganándose con sus goles y su juego un sitio en la azzurra para Corea y Japón 2002, pero en el peor momento se lesionó de nuevo. Esta vez fue una rotura de ligamento en la rodilla izquierda que le dejó cuatro meses alejado de los terrenos de juego y le cerró las puertas de la selección. Aún volvería a tiempo el Divino para salvar al Brescia del descenso y seguiría jugando dos temporadas más antes de retirarse con honores, como una de las grandes leyendas del fútbol italiano.

Roberto Baggio hizo 200 goles en toda su carrera, 27 con su selección en 56 partidos. Jugó tres Mundiales donde firmó un tercer puesto (Italia 90), un subcampeonato (EEUU 94) y unos cuartos de final (Francia 98), pero, pese a protagonizar uno de los capítulos más bellos del fútbol italiano y no formar parte de sus catástrofes, la espina de la final perdida ante Brasil la tendrá clavada toda la vida. Y la imagen del último penalti lanzado al limbo, también.

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