"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 9 de junio de 2023

Alexandre Villaplane, el siniestro capitán de Francia en el Mundial de Uruguay 1930

26 de diciembre de 1944. Fort Montrouge (París). Diez de la mañana. El día se ha levantado gris y plomizo. Está nublado y hace bastante frío. El termómetro marca unas décimas por encima de los cero grados.

El pelotón de fusilamiento está preparado. Los hombres, bien abrigados y con las gorras bien caladas, expulsan el vaho por la boca mientras se frotan las manos para entrar en calor. Ante ellos, un grupo de ocho prisioneros que el Tribunal del Sena ha condenado a muerte por alta traición, colaboración con el enemigo, asesinatos y actos de barbarie espera sin esperanza el momento de su muerte. Todos son colaboracionistas de los nazis en Francia, miembros de la llamada Gestapo francesa, que se ha pasado casi cuatro largos años aplicando un régimen de terror en toda la Francia ocupada.

A algunos de ellos se les considera responsables, entre otros muchos crímenes, de la masacre de Mussidan el 11 de junio de 1944. Allí, en aquella villa de la Dordoña, a 25 kilómetros de Bergerac, los miembros de la Brigada Norteafricana de las SS, creada por Henry Chamberlin, Lafont, y Pierre Bonny, y formada por franceses provenientes o descendientes de habitantes las colonias africanas, asesinaron con crueldad y a sangre fría a 52 civiles inocentes en represalia por un ataque de Mavericks y Partisanos a una línea férrea cometido poco antes.

Alexandre Villaplane, al que solían llamar Alex, no sólo estaba allí dando órdenes a uno de los cinco grupos que comanda dentro de la Brigada Norteafricana, sino que también apretó el gatillo. Según algunos testigos, incluso disfrutando. De hecho, aseguran que, de vuelta a París y tomando unas jarras de cerveza con unos amigos, presumió de haber sido el primero en disparar a quemarropa.

***

Alexandre Villaplane, al que solían llamar Alex, antes de dedicarse a matar gente inocente fue futbolista. Y no un futbolista cualquiera. Fue el capitán de la selección francesa de fútbol en el primer Mundial de la historia disputado en Uruguay en 1930. De hecho, fue el primer internacional francés de origen africano (nació en Argelia) y, por supuesto, el primer capitán. Fue una de las primeras estrellas del fútbol francés y uno de los pocos que pudo permitirse no trabajar y vivir del balón en los albores del profesionalismo, a finales de los años 20 y principio de los años 30. Y es que Alexandre Villaplane aunó su enorme calidad como futbolista con un gran atractivo fuera de los terrenos de juego por su simpatía, su locuacidad, su cercanía y su don de gentes.

Todo empezó en el FC Sète, club potentísimo en los años 20 y 30 que le da una oportunidad a un chaval peculiar que ha vuelto de Argelia con sus padres para intentar empezar de nuevo en Montpellier. Al jovencísimo Villaplane, carne de cañón de la vida en las calles de una ciudad hostil en la que aterriza con apenas 9 años, lo salva el fútbol que descubre precisamente en esas mismas calles. Porque Alex juega muy bien y pronto se convierte en un centrocampista excepcional, raro para la época, porque defendía bien, pero, sobre todo, tenía muy buen toque de balón y una tremenda llegada desde atrás que lo hacía indetectable para las defensas rivales. Además, también tenía una capacidad innata para liderar al equipo desde el centro del campo.

En el FC Sète ganó Villaplane seis ligas regionales (en aquella época el país se dividía en distintas zonas y después los ganadores de cada una peleaban la liga nacional) entre 1920 y 1926 y llegó a dos finales de la Copa de Francia (competición que sí jugaban todos los equipos del país). De los últimos éxitos fue parte importante Villaplane, que debutó con la selección francesa ese mismo año de 1926.

Sin embargo, Alex se marcha del CF Sète en 1927. Lo fichó el Nimes que, pese a que acababa de descender de categoría, le “paga” muy, pero que muy bien. Y es que aunque los futbolistas son legalmente amateurs, los clubes los contratan como trabajadores de las fábricas de sus dirigentes, por ejemplo. Fábricas que no pisan, evidentemente, porque ellos realmente cobran como futbolistas. Alex Villaplane se convirtió en la estrella del equipo y el Nimes no sólo subió, sino que la temporada siguiente acabó tercero por detrás del Marsella… y del CF Sète.

Así que de vuelta a la élite, vuelve a la selección también y disputa, ya como capitán, los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928. Aunque la aventura olímpica sólo dura un partido, tras caer en octavos de final ante Italia por 4 a 3, Villaplane se ha convertido en el primer internacional francés nacido en el Norte de África y, por supuesto, en el primer capitán de Les Blues de origen africano.

En 1929, con 24 años, ficha por el Racing Club de France de París, uno de los más potentes del momento. Los parisinos querían rivalizar con el Marsella y el FC Setè por ser los mejores de Francia y por eso se embarcan en la aventura de fichar a uno de los mejores centrocampistas franceses. Alex es en ese momento un futbolista con buen toque de balón que juega muy bien al fútbol, que dirige al equipo, que llega con fuerza desde atrás y pronto se mete a la afición en el bolsillo. De hecho, como antes en Nimes, en una época en la que el fútbol aún no es profesional, Villaplane gana muchísimo dinero y se convierte en un auténtico ídolo. Y en París acaba de confirmar que mucho dinero conlleva una muy buena vida y que las dos cosas le gustan. Mucho. Muchísimo.

Villaplane confirma que si hay algo que le encanta es disfrutar de la vida. Le gusta dejarse caer por bares y por cafeterías de renombre. Le atraen los cabarets. Le fascina el mundo de la noche. Y, sobre todo, le encanta acercarse al hipódromo a apostar a las carreras de caballos. Porque las apuestas le atraen como la miel a las moscas. Pero, al menos por el momento, es una estrella del fútbol, cumple en el terreno de juego y puede permitírselo.

***

Un año más tarde, en el verano de 1930, Jules Rimet, presidente de la FIFA, se ve obligado a presentar a la selección francesa en la primera Copa del Mundo, aunque el mandatario no se esfuerza demasiado en confeccionar el mejor equipo posible porque algunos clubes no ceden a sus jugadores y otros futbolistas ya prácticamente profesionales tampoco quieren viajar a Montevideo. Alexandre Villaplane no sólo viaja, sino que es el capitán de Francia. El primer capitán de Les Blues en la historia de los Mundiales.

De hecho, en Uruguay, pese a que la selección del Gallo ha de volver a casa tras la fase de grupos, el capitán Villaplane hace un gran torneo y la prensa se lo reconoce y lo pregona a los cuatro vientos. Además, su compañero Lucien Laurent es el primer futbolista en marcar un gol en la Copa del Mundo. Ese primer partido vence Francia por cuatro goles a uno a México y Alex Villaplane es, de largo, el mejor jugador del encuentro. Él mismo asegura ante los medios que es el día más feliz de su vida.

Después, Francia le planta cara a Argentina (cae 1 a 0 con tanto de Luis Monti) y vuelve a salir derrotada ante Chile (1-0) en el partido que cierra el grupo y que les manda definitivamente para casa. No ha sido una participación exuberante, pero Villaplane ha sido el mejor de su equipo. Así que cuando regresan a Francia tras el Mundial, Alex, a sus 25 años recién cumplidos, se convierte prácticamente un héroe. Esa condición sólo le duraría un par de años más.

Y es que en 1932 el Olympique Antibes, un club dirigido por gente con dinero que pretende construir un equipo ganador, se hace con los servicios del que está considerado el mejor centrocampista de Francia. Ese año la Federación Francesa había legalizado el profesionalismo, es decir, que ya se admitía que los clubes pudieran fichar a jugadores profesionales que cobraran legalmente por jugar y el Antibes iba a pagarles muy bien a todos porque todos sus futbolistas serían profesionales.

Efectivamente, el equipo cumple con los pronósticos en la temporada 1932-33, gana la Liga Norte y se clasifica para jugar la final de la Liga, pero, a unos días de la disputa del gran partido, salta la noticia. El equipo es descalificado, multado y obligado a cambiar de nombre por amañar un partido ante el Lille (ganaron 5 a 0). Hay tres jugadores implicados en el amaño: Alexandre Villaplane y dos amigos con los que ha coincidido en otros clubes: el meta Laurent Henric y el centrocampista Louis Pierrot Cazal. Todos fueron expulsados del equipo por presiones de la prensa tras el primer escándalo por apuestas en la historia del fútbol francés.

Pero la directiva de otro equipo, en este caso el Niza, confía en Villaplane, cree en su inocencia y ve la posibilidad de conformar un buen equipo en torno al ídolo. Lo ficha para empezar de nuevo en la temporada 33-34, previa al Mundial de Italia. Pero las cosas no funcionan. El futbolista no rinde en los entrenamientos ni en los partidos y está en un estado de forma deplorable. Ahora sólo se le ve de juerga por la noche, normalmente bebido, y también en el hipódromo, apostando a los caballos, perdiendo gran parte de su patrimonio y rodeado de compañías poco o nada gratificantes.

La temporada es un auténtico desastre y el Niza le da la baja, por lo que se muda a Burdeos para acabar la campaña 1934-35 jugando en la Bastidienne, que milita en la Segunda División. Pero sigue apostando, y perdiendo, y acaban también echándolo del equipo tras ser arrestado por amañar carreras en el hipódromo. Los días de vino y rosas se han acabado para un Villaplane que no sabe cómo afrontar un modo de vida demasiado exuberante sin el dinero que le ha proporcionado hasta ahora el fútbol. 

Pronto encontrará cómo…

***

A los 29 años el fútbol ya se ha acabado para Villaplane y necesita otro oficio que le proporcione suficiente dinero para seguir llevando el tren de vida al que se ha acostumbrado. Así que el ex jugador decide seguir haciendo trampas en el mundo de las apuestas y después pasa directamente a los robos, las estafas y el contrabando. Ahora vive a caballo entre la cárcel y el mundo del hampa y los bajos fondos cuando sale de ella. El ex capitán de Francia parece haber caído en un pozo muy hondo, pero siempre se puede caer un poco más. Siempre…

En 1940 la Wehrmacht invade Francia. El ejército alemán se planta en París en unas pocas semanas y ahora son los nazis los que mandan en Francia. Es entonces cuando algunos entrañables amigos de Villaplane entran en escena. Uno de ellos es Henry Chamberlin, conocido como Lafont, un tipo al Alex que conoció en prisión y que se ofrece a los nazis para hacer el trabajo sucio en su propio país. Los invasores aceptan encantados y le encargan a Lafont que conforme un grupo que trabaje para ellos descubriendo el paradero de partisanos, judíos y simpatizantes de la Resistencia. El trabajo está bien pagado. Y le gusta mucho a Lafont. Así que no sólo acepta, sino que le pide a los nazis que saquen de la cárcel a unos cuantos amigos. Entre ellos, Alex Villaplane, que está seguro que no les defraudará. Y no lo hace, claro.

Desde ese instante, junto a Lafont y al ex comisario Pierre Bonny, Villaplane se convierte en uno de los cabecillas de un grupo de criminales que se dedica a capturar y a torturar judíos, partisanos y ciudadanos sospechosos de colaborar con la Resistencia o de ser contrarios al Tercer Reich. Pronto se les conoce como la Gestapo Francesa. Y Alex es uno de los miembros más duros, más crueles y más sanguinarios de esa recién creada organización criminal que, en realidad, lo único que persigue es el dinero. Y si para conseguirlo tienen que matar, pues matan. Y si tienen que denunciar, denuncian. Y si tienen que torturar, torturan. Y cuentan que, además, disfrutan haciéndolo.

Alex y los suyos solían hacerse pasar por miembros de un grupo que ayudaba a los judíos para salir de Francia a cambio de una suculenta suma de dinero, propiedades, joyas, cuadros u otros objetos de valor. Preparaban toda la operación con mimo y, una vez con el botín en su poder, los subían a un camión que daba unas cuantas vueltas por París antes de detenerse directamente en el 13 de la rue Lauriston, donde está la sede de la Gestapo, o en cualquier otro lugar apartado. A medida que bajan, los va fusilando.

También se enfunda Alex el traje negro de las SS para dirigir uno de los grupos principales de la Brigada Norteafricana conocido como Comando SS Mohammed, cuyo objetivo era descubrir, capturar y asesinar a cualquier opositor a los nazis sin responder ante nada ni ante nadie y utilizando los medios que consideraran conveniente. Aprovechan la coyuntura para torturar, asesinar, raptar, pedir rescates y quedarse con todo lo que pueden.

Y es que en ese contexto de barbarie, amparado bajo el paraguas de la violencia nazi en territorio ocupado, Alex está en su salsa. Pescando en río revuelto sin ningún atisbo de arrepentimiento. Gana mucho dinero. Y muchos lo veneran. Porque lo temen mucho, claro. Así que para él es como si la vida le hubiera dado una segunda oportunidad de hacerse inmensamente rico, famoso y poderoso.

Pero en el verano de 1944, y sobre todo tras el desembarco aliado en Normandía, Villaplane nota un leve cambio en la dirección del aire. Parece que ha virado. Los que hasta el momento parecían eternos vencedores puede que sean los vencidos en muy poco tiempo. Y Alex, que es espabilado, decide cambiar de estrategia. Por si cuela.

Da un giro copernicano y repentino a las actividades de su brigada criminal y, en vez de matar judíos, ahora deciden intentar salvarlos. Por dinero, claro. Se dice que pedían 400.000 francos a cada uno de los que pretendían salvar. Evidentemente, su cambio de rumbo de última hora no da resultado. Habían hecho demasiadas salvajadas como para que a alguien se le olvidaran.

El final se acerca. Más rápido de lo que el propio Villaplane podía llegar a pensar. El 25 de agosto de 1944, el general Dietrich von Choltitz, gobernador militar alemán de París, se rindió al general Philippe Leclerc. Y una de las primeras cosas que hacen los miembros de la Resistencia es capturar a los colaboracionistas y entregarlos a las nuevas autoridades. Uno de los que caen es Alexandre Villaplane. Y también sus compañeros de andanzas Henry Lafont y Pierre Bonny.

El primero de diciembre de 1944 se celebra el juicio contra estos tres monstruos y cinco compañeros más de idéntico pelaje. Villaplane y sus amigos aseguran que en realidad colaboraban con los nazis para poder salvar a sus compatriotas. Sacrificándose por la patria hasta el punto de vestir el uniforme de las SS.

Numerosos testigos desfilan ante la Corte del Sena para desmontar su absurda línea de defensa de última hora. Todos corroboran un sinfín de barbaridades perpetradas por estos sujetos. Desde torturas hasta matanzas indiscriminadas. Hay quien relata cómo arrancan las joyas de los cuerpos de los moribundos que acaban de matar, con la sangre aún caliente esparcida por el suelo, mientras sonríen sin ningún rubor, orgullosos de su gesta.

O un episodio que, al parecer, también salió a la luz en el juicio y que recogió el periodista y escritor Philippe Azid en su libro “Tu Trahiras Sans Vergogne”, publicado en 1970. Cuenta Azid que Alex y tres de sus hombres irrumpieron en la casa de Geneviève Léonard, una mujer de 59 años, madre de seis hijos, a la que acusaban de ocultar a un judío. Alex la cogió del pelo y le preguntó dónde estaba el judío que buscaban. La mujer no contestó. Alex la sacó de la casa a culatazos y la llevó a una granja vecina para que contemplara una escena terrible. Sus hombres torturaban a dos campesinos. Los tenían atados a un árbol y los azotaban sin miramientos. Finalmente, uno de los torturadores les lanzó una antorcha encendida y empezaron a arder. Entre los gritos desesperados de socorro se oyó el traqueteo de las ametralladoras que los remataban. Y la carcajada fría y estridente de Alex. En ese instante aparecieron otros integrantes del Comando con Antoine Bachman, el judío al que buscaban. Se lo llevaron. Y Alex exigió a la mujer 200.000 francos si quería volver a verlo con vida.

Tras unos cuantos relatos de esta índole, la Corte considera probado que los detenidos han participado en robos, detenciones, torturas, violaciones, asesinatos y han cometido alta traición a la patria. Todos son condenados a la pena de muerte.

***

26 de diciembre de 1944. Fort Montrouge (París). Diez de la mañana.

Alex Villaplane y el resto de condenados miran los fusiles que les apuntan.

En una fracción de segundo, justo antes de la descarga, Alex ha visualizado otra fría tarde de invierno de hace 14 años.

Hacía frío también en pleno invierno austral en Pocitos, Montevideo, cuando la selección francesa saltó al terreno de juego para inaugurar el Mundial de Uruguay, el primero de la historia. Él es el capitán de Francia y lleva un ramo de flores en las manos. El momento lo inmortaliza un fotógrafo, todo el equipo alineado y dispuesto a debutar en la Copa del Mundo. El público mira a los jugadores con curiosidad, como intentando discernir si van a ser rival o no para las potencias sudamericanas del torneo, Argentina y Uruguay.

La imagen no dura mucho. Es de otra vida. 
Alex ya no sabe si en algún momento fue la suya.

Ahora, quienes lo miran gélidamente son los soldados franceses tras sus armas. Tal como él ha hecho tantas y tantas veces, sólo que apuntando y disparando a gente que no había sido juzgada ni condenada. Apuntando a gente que no había hecho nada malo. Apuntando con una sonrisa a gente que ni sabía ni entendía por qué estaba a punto de morir de esa forma.

Suenan los disparos en Fort Montrouge.

Y se hace el silencio.