"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 28 de abril de 2022

Las cuatro estrellas de Uruguay, bicampeona del mundo y olímpica

La garra charrúa luce orgullosa cuatro estrellas en su camiseta celeste. Dos son de las Olimpiadas de París de 1924 y las de Ámsterdam de 1928 y las otras dos de la Copa del Mundo de Uruguay de 1930 y de la Copa del Mundo de Brasil de 1950.

Las dos estrellas de los Juegos Olímpicos de Fútbol de 1924 y 1928 las luce Uruguay porque esos dos torneos fueron organizados por la FIFA y en ellos hubo representación de Europa, América y África, siendo ambos la antesala de la Copa del Mundo, que empezó a celebrarse en 1930. La FIFA no reconoce esas Olimpiadas como Copas del Mundo y, por tanto, no le da validez a las dos estrellas de más que los charrúa portan en su camiseta celeste, pero tampoco les ha obligado a quitárselas, así que los uruguayos las muestran con orgullo.

Y es que ese país chiquito, se presentó en el Viejo Continente en 1924 afrontando una travesía eterna para demostrar al mundo entero que su fútbol era distinto al que se jugaba en Europa, era más atractivo que el que se jugaba en Europa y también era más efectivo que el que se jugaba en Europa. Y lo demostraron. Vaya si lo demostraron.

Los charrúas empezaron la competición olímpica de París midiéndose a Yugoslavia. Arrasaron ganando por un contundente 7 a 0. Los Estados Unidos tampoco fueron rival para los charrúas y cayeron, visto lo visto, por un más que digno 3 a 0. En el horizonte se presentaba Francia, la selección del presidente de la FIFA, Jules Rimet, que tampoco tuvo nada que hacer ante los sudamericanos. La celeste se impuso por 5 a 1 ante unos espectadores parisinos totalmente rendidos a la evidencia.

En las semifinales del torneo esperaban los Países Bajos, y ahí a Uruguay se le empezó a notar el cansancio del viaje, la gira por Europa y los partidos del torneo. Se adelantaron los holandeses con un tanto de Cornelis Pijl a los 32 minutos de encuentro, pero los charrúas remontaron en la segunda parte. Primero fue Pedro Cea quien empató el encuentro en el minuto 61, empezando a ganarse el mote de “Empatador Olímpico”, que le perseguiría toda su vida. Después, a falta de nueve minutos para el final, el fantástico delantero Scarone adelantó a la celeste para meterla en la final. Allí les esperaba Suiza.

El 9 de junio de 1924 se congregaron 50.000 personas en el estadio de Colombes para ver la final de fútbol de los Juegos entre Uruguay y Suiza. El éxito de la competición era absoluto. Y en ese escenario, los uruguayos no dieron opción a los helvéticos, que cayeron por 3 a 0 con goles de Petrone, Cea y Romano. Esa selección dio la vuelta al estadio saludando para celebrar la victoria y agradecer al público su apoyo. Acababa de nacer la vuelta olímpica. Y acababa de nacer una selección destinada a marcar una época en la historia del fútbol.

Cuatro años más tarde, en 1928, Uruguay viajó hasta Ámsterdam para defender su título olímpico. La competición, que cuatro años antes había contado con la participación de Egipto, Estados Unidos y la misma Uruguay como selecciones no europeas, sumaba ahora a Argentina, México y Chile.

Los jugadores uruguayos que repetían de la Olimpiada anterior eran el portero Mazali, el defensa Nasazzi (que era el capitán), el centrocampista “el Negro” Andrade y los delanteros Scarone, Cea y Petrone. La columna vertebral, vaya, que lo seguiría siendo en el primer mundial de la historia que se celebraría dos años más tarde en Uruguay.

La “garra charrúa” se deshizo de la anfitriona, Holanda, ganándole en primera ronda por 2 a 0. El 3 de junio de 1928 le tocó el turno a Alemania, que sufrió el triplete de Pedro Patrone y otro gol más del “Manco” Castro para claudicar ante los campeones por 4 a 1. Y tan solo un día más tarde, Uruguay se enfrentaba a Italia en las semifinales del torneo. Los italianos se adelantaron en el marcador con un tanto de Adolfo Baloncieri, pero no contaban con el “Empatador Olímpico”. Pedro Cea hizo el empate ocho minutos más tarde para desatar la tempestad celeste, que con goles de Cámpolo y Scarone le dieron la vuelta al choque en tres minutos. Al final, el italiano Levratto recortó diferencias en la segunda mitad, pero no pudo evitar que Uruguay se clasificara para la final y defendiera su título ante sus vecinos del Río de la Plata.

Esa final ya era otra cosa. Uruguay y Argentina. Casi nada. El 10 de junio de 1928, los vecinos del Río de la Plata se vieron las caras en el Estadio Olímpico de Ámsterdam. Se adelantó Uruguay con un tanto de Petrone mediada la primera mitad, pero nada más empezar la segunda parte empató Manuel Ferreira. El marcador ya no se movería hasta el final del partido y tampoco en la prórroga, así que habría que disputar un partido de desempate.

Tres días más tarde, el 13 de junio, en el mismo escenario, se dieron cita las dos selecciones para tratar de dirimir quién sería el campeón olímpico. Uruguay saltó al césped con cinco caras nuevas respecto a la primera final. Lorenzo Fernández, Santos Urdiarán, “el Manco” Castro, Pedro Petrone y Cámpolo cedieron su puesto a Juan Píriz, Juan Pedro Arremón, Héctor Scarone, René Borja y Roberto Figueroa. Argentina, por el contrario, sólo hizo un cambio y dejó en el banco a Enrique Gainzarain para que saltara al terreno de juego Feliciano Perducca. La apuesta le salió mejor a los celestes, ya que Roberto Figueroa abrió el marcador y, pese a que Luis Monti empató para Argentina a los pocos minutos, Scarone desequilibró la final con un tanto en la segunda parte. Uruguay volvía a proclamarse campeón olímpico y presentaba su candidatura a la organización del primer mundial de la historia. También presentaba su candidatura a ganarlo, obviamente.

Y esa misma final de las Olimpiadas de Ámsterdam se repetiría en 1930 en el Estadio Centenario. Los argentinos habían remozado un poco más el equipo respecto al que disputó el torneo olímpico. El meta Botasso había relagado a Bossio al banquillo y de la final olímpica sólo repitieron Paternoster, Monti, Juan Evaristo y Manuel Ferreira. En cambio, los uruguayos se presentaron ante su gente sin el portero Mazali, expulsado de la concentración por su seleccionador, y con las novedades del defensa Mascheroni y los delanteros Dorado e Iriarte. Los otros 7 eran campeones olímpicos.

En definitiva, los mismos protagonistas e idéntico resultado. Victoria uruguaya después de remontar el 1 a 2 con el que el partido llegó al descanso. El 4 a 2 final le daba el primer Mundial de Fútbol a los charrúas y los convertía en eternos, siendo los grandes dominadores del fútbol mundial en ese final de los años 20 y principio de los 30. En los albores de todo.

Pero ese dominio no pudieron intentar confirmarlo en los Mundiales de 1934 y 1938 porque la Federación Uruguaya de Fútbol renunció voluntariamente a disputar esos dos campeonatos, en una respuesta clara y contundente, primero, a la falta de asistencia europea al Mundial de 1930 y, segundo, al cambio de sede del Mundial de 1938, que había de disputarse en Argentina y acabó jugándose en Francia ante la inminencia de la guerra por expreso deseo del presidente de la FIFA, el francés Jules Rimet.

Y precisamente por esa guerra devastadora que fue la II Guerra Mundial se paralizó la Copa del Mundo y no se volvió a celebrar hasta 1950. El escenario, Brasil. Los brasileños presentaban un equipo extraordinario en su torneo, con jugadores de la talla de Ademir, bota de oro del Mundial, Zizinho, Friaca, Chico, Jair o Bauer.

Los brasileños empezaron venciendo a México con contundencia, por 4 goles a cero, en el partido inaugural en Maracaná. Después empataron a dos ante una Suiza que venía de perder ante Yugoslavia por 3 a 0 y finiquitaron el grupo ganando claramente a los yugoslavos (2 a 0). Así, los anfitriones presentaron sus credenciales para la disputa de un cuadrangular final que decidiría el Campeón del Mundo. Sus rivales serían España, Suecia e Uruguay.

Los charrúas ya no tenían el cartel de favoritos que habían ostentado en 1930, pero eran un rival peligroso, serio y, a la vez, impredecible, ya que habían caído en un grupo en el que dos selecciones se retiraron y sólo habían de disputar un partido ante Bolivia. Quien ganara, pasaría al cuadrangular final. Y, claro, la celeste machacó a Bolivia (8 a 0).

El cuadrangular final lo estrenaron los charrúas con un empate a dos ante España que llegó a falta de 17 minutos para el final con tanto de Obdulio Varela. En la primera mitad Ghiggia había adelantado a los sudamericanos, pero el español Basora, con dos tantos al borde del descanso, le había dado la vuelta al partido. El tanto de Varela puso las tablas definitivas. Mientras eso pasaba en Pacaembú, en Maracaná Brasil apalizaba a Suecia por 7 a 1.

La historia de la segunda jornada del cuadrangular se escribió prácticamente igual que la primera. En Pacaembú, los uruguayos sudaron sangre para derrotar a una Suecia que se adelantó por dos veces en el marcador. Ghiggia igualó el tempranero gol de Palmer, pero inmediatamente después Sundqvist volvía a adelantar a los nórdicos. Bien entrada la segunda parte, Óscar Míguez empató el encuentro y, a falta de 5 minutos para el final, volvió a anotar el tanto que le daba una sufrida victoria a Uruguay por 3 goles a 2. Mientras, en Maracaná, Brasil vapuleaba a España por 6 a 1.

El 16 de junio el estadio de Maracaná se llenó para contemplar cómo Brasil levantaba su primera Copa del Mundo. Todo lo que no fuera eso, sería un milagro. Y es que tras las goleadas ante Suecia y España en este mismo escenario nadie tenía dudas de lo que iba a pasar en el terreno de juego. Y más cuando Friaca hizo el 1 a 0 nada más comenzar el segundo tiempo. Pero enfrente estaba Uruguay, la garra charrúa, que hizo enmudecer a todo el estadio con su milagrosa remontada. Los goles de Schiaffino y Ghiggia transformaban la fiesta en un velatorio y daban a Uruguay su segunda Copa del Mundo… ¡En su segunda participación en un Mundial! Los uruguayos habían disputado dos torneos y los habían ganado los dos. Ver para creer.

Ese maravilloso triunfo uruguayo ha sido el último de los charrúas en un Mundial, pero la celeste no ha dejado de competir en cada una de las ediciones en las que ha participado, generación tras generación. De hecho, en el Mundial de Suiza de 1954 defendieron su corona hasta las semifinales del torneo, donde cayeron muy dignamente ante los Mágicos Magiares, que, a su vez, se quedaron sin corona al perder la final ante Alemania.

En México 70, en un Mundial marcado por la excelencia de la Brasil de Pelé, Tostao, Gerson, Rivellino y Jairzinho, la de los 5 dieces, los uruguayos se plantaron en semifinales y fueron los únicos capaces de poner a esa magnífica selección en apuros a base de fuerza, garra y corazón (también lo hizo la Perú de Cubillas y Sotil). Cayeron por 3 a 1 y Brasil le ganó la final a Italia por un claro 4 a 1.

Y en Sudáfrica, en 2010, la magnífica selección integrada por Diego Lugano, Diego Godín, Martín Cáceres, Luis Suárez, Diego Forlán y Edinson Cavani hizo una competición excelente y se plantó en semifinales sorprendentemente para poner contra las cuerdas a la todopoderosa Holanda, ante la que cayó por 3 goles a 2. El capitán Lugano tenía entonces 29 años y Forlán 31. El resto, eran jóvenes entre 23 y 24 años con hambre de fútbol y de gloria e impregnados, como no podía ser de otra manera, de la garra charrúa que transpira esa camiseta.

Porque no debemos olvidar una cosa. Uruguay cuenta en 2022 con una población de 3 millones y medio de habitantes (en 1930 se estimaba que tenía 1.900.000 y en 1950 poco más de 2 millones). La comparación con el resto de países que han ganado alguna vez la Copa del Mundo no tiene color:

— España tiene 47 millones y medio de habitantes y Argentina 45, lo que multiplica por 13 la población de Uruguay.

Inglaterra tiene 56 millones de habitantes e Italia 59, que son 16 veces más que Uruguay.

— Francia multiplica por 19 la población del país sudamericano y Alemania por casi 24.

— Brasil queda a una distancia sideral de todos con sus más de 215 millones de habitantes, 61 veces más que Uruguay.

Pues eso no ha sido impedimento para que Uruguay haya demostrado (y siga demostrando), campeonato tras campeonato, que es una de las selecciones más competitivas del mundo y, por eso, esa camiseta celeste se ha ganado el respeto de todo el mundo por su particular manera de entender el fútbol y de jugarlo desde tiempo inmemorial.

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