"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Uruguay se convierte en el primer Campeón del Mundo de la historia en 1930

El camino hacia la primera Copa del Mundo de la historia no fue nada fácil. Los dos últimos torneos olímpicos de fútbol, el de París en 1924 y el de Ámsterdam en 1928, ambos ganados por Uruguay, ya habían demostrado que el deporte rey necesitaba de un torneo propio donde pudieran competir las mejores selecciones del mundo integradas por sus mejores jugadores en una época en la que empezaban a ser profesionales y, por tanto, empezaban a ser vetados en los torneos olímpicos.

Jules Rimet, el presidente de la FIFA, orquestó una reunión en Barcelona donde se decidió que el primer Mundial de fútbol se disputaría en Uruguay, una decisión compleja porque la mayoría de selecciones europeas no querían atravesar el océano para ir a jugar al país sudamericano y los clubes también eran reticentes a dejar a sus jugadores para disputar una competición que era una incógnita. El mismo Jules Rimet jugó a dos bandas, dando el sí a la Federación Uruguaya y atendiendo a la vez a las peticiones de otras federaciones europeas para impulsar el Mundial en el Viejo Continente. Pero en Europa tampoco se ponían de acuerdo, así que, ante la necesidad de poner en marcha un torneo que se intuía que sería un espectáculo sin igual y un gran negocio para todos, la candidatura de Uruguay salió adelante en la reunión de la ciudad Condal con 23 votos a favor, 5 en contra y la abstención de Alemania.

Sin embargo, a la hora de la verdad, muchas federaciones que habían votado a favor del torneo en Uruguay se echaron atrás. La Federación Inglesa (y el resto de federaciones británicas) había sido taxativa en su negativa desde el principio. No formaba parte de la FIFA y, por supuesto, ni siquiera había acudido a la reunión de Barcelona. Pero ni Italia, ni Alemania, ni España, ni Austria, ni Hungría, ni Checoslovaquia, ni los Países Bajos ni Suecia acudirían al torneo pese a haberse manifestado a favor en 1929.

Ni siquiera Francia, la Francia del presidente de la FIFA Jules Rimet, parecía dispuesta a formar un equipo para competir Montevideo y afrontar ni los gastos de un viaje largo de ida y vuelta ni las dificultades que iban a poner los clubes para dejar viajar a sus futbolistas. Fue realmente la Federación Uruguaya y la Confederación Sudamericana quienes pusieron toda la carne en el asador y quienes presionaron decididamente a la Federación Francesa (y también directamente al Estado Francés), que acabó por formar una selección a toda prisa y la embarcó hacia la capital uruguaya. Bélgica, Rumanía y Yugoslavia también se embarcaron. Ni una selección europea más respondió afirmativamente a la invitación uruguaya y de la FIFA.

Al final tan sólo 13 equipos participaron en esta primera edición de la Copa del Mundo. No hubo fase de clasificación, ya que todas las selecciones fueron invitadas. Y el sistema de competición estaba claro como el agua: las 13 participantes se dividieron en 4 grupos (uno de cuatro equipos y tres de tres) y las primeras de cada grupo pasarían a disputar las semifinales. Las selecciones vencedoras jugarían la final el 30 de julio de 1930 en el flamante y recién construido estadio Centenario. El primer Mundial de la historia ya estaba en marcha. Sólo faltaba que la pelota se pusiera a rodar.

***

En el grupo 1 quedaron encuadradas las selecciones de Argentina, Francia, México y Chile, en el único grupo de cuatro equipos de la primera fase. Argentina era una de las favoritas. Sub­campeona olímpica en 1928 en Ámster­dam, mantenía la base de jugadores del equipo olímpico y buscaba la revancha de la final perdida contra sus vecinos uruguayos. Pero ahora debía demostrar ese favoritismo en la cancha.

El 13 de julio de 1930, Francia y México abrieron el grupo y el Mundial en Pocitos, compartiendo protagonismo con Estados Unidos y Bélgica, que, a la misma hora, inauguraron el grupo 4 en el Gran Parque Central. Pero fue el jugador del Sochaux Lucien Laurent quien tuvo el honor de ser el primer goleador en una Copa del Mundo. Marcó el 1 a 0 para Francia a los 13 minutos de partido. Laurent aún no lo sabía, pero su nombre acababa de pasar a formar parte de la gran historia del fútbol. Los franceses ganaron el partido por 4 a 1, pero no tuvieron prácticamente tiempo para celebrarlo, porque tres días después habrían de jugar contra la poderosa Argentina.

Y la albiceleste sufrió de lo lindo para superar a los franceses. Ganaron 1 a 0 con un solitario tanto del centrocampista Luis Monti, que desniveló el marcador a nueve minutos del final con un remate de cabeza que supuso el primer tanto de la albiceleste en una Copa del Mundo.

Chile, por su parte, también venció a México con comodidad (3 a 0) e hizo lo propio ante unos franceses extenuados después del largo viaje a tierras sudamericanas y el esfuerzo de los dos partidos anteriores.

Argentina le ganó a México por 6 a 3 y se jugaría el liderato del grupo y el pase directo a las semifinales del torneo en el encuentro ante Chile que cerraba el grupo. El peligro chileno tenía un nombre, el de “el Chato” Suliabre, estrella del Colo-Colo, que había marcado 3 de los 4 goles de los andinos en los dos partidos anteriores. Y el peligro argentino se llamaba Stábile, el delantero de Huracán que se convertiría en el primer máximo goleador de la historia de los mundiales con 8 dianas en solo 4 partidos.

Los dos cumplieron con nota. Stábile abrió la veda con dos golazos en apenas dos minutos y Suliabre recortaría distancias poco después. Pero no serviría de nada. Mario Evaristo anotaría el 3 a 1 al poco de comenzar la segunda parte para certificar así el pase de la albiceleste a las semifinales.

*

El grupo 2 lo conformaban las selecciones de Yugoslavia, Brasil y Bolivia. Yugoslavia fue una de las cuatro selecciones europeas que aceptaron la invitación de la FIFA para disputar el Mundial y lo hicieron con muchas ganas. Los yugoslavos se subieron a un barco de correos de nombre Florida y, tras dos semanas de travesía, llegaron a Montevideo el 5 de julio, justo a tiempo para empezar el campeonato.

Y es que ese primer partido del grupo 2 decidiría, casi con total seguridad, qué selección pasaría a las semifinales, ya que se enfrentaban yugoslavos y brasileños, mientras que Bolivia permanecía a la espera. A Brasil la entrenaba Píndaro de Carvalho Rodrigues y su estrella era Joao Coelho Neto, “Preginho”, un fantástico jugador que marcó una época en el Fluminense. Pero cuando dio comienzo el choque, los que dominaron fueron los europeos: Tirnanic y Bek anotaron los goles balcánicos en el primer tiempo, aunque el gran Preginho dio esperanzas a los suyos marcando el primer gol brasileño en la historia de los mundiales a falta de media hora para finalizar el encuentro. Pero el marcador ya no se movería gracias a la solvencia defensiva yugoslava.

Bolivia se presentó en el Mundial y se hizo una foto para la historia. Cada jugador llevaba una letra pegada en su camiseta para conformar el mensaje de “Viva Uruguay”, con la clara y simpática intención de ganarse el favor del público local. Perdió sus dos partidos por 4 a 0, pero la impresión general que causaron fue buena.

De todas formas, lo mejor de la selección boliviana fue su seleccionador, Ulises Saucedo, que no contento con su función de entrenador, también arbitró algunos partidos. Concretamente, fue el árbitro principal del partido del grupo 1 entre Argentina y México y juez de línea en 5 partidos más: Argentina-Francia, Uruguay-Rumanía, Argentina-Chile, la semifinal entre Uruguay y Yugoslavia y la final entre Argentina y Uruguay. ¡Menudo crack!

*

En el grupo 3 estaba el máximo favorito para levantar la Copa del Mundo, el anfitrión, Uruguay, que se jugaría el pase a semifinales ante Perú y Rumanía. Venía Rumanía con su rey Carol II a la cabeza, un futbolero empedernido que había gestionado los permisos en sus trabajos para todos sus futbolistas y había costeado el viaje. Y los rumanos cumplieron en su debut con una victoria clara ante Perú (3-1) y alegraron la cara cuando vieron el discreto debut de los anfitriones, también ante los incas, aunque a la hora de la verdad los uruguayos sacaron todo su potencial y enviaron a los rumanos para casa.

Y es que la Celeste las pasó canutas en el estreno. Se estrenaron los uruguayos en el campeonato con 3 días de retraso por culpa de la demora en las obras de construcción del estadio Centenario, donde habían de disputar todos sus partidos. Y lo hicieron sin Mazali, el portero de los dos oros olímpicos que había sido expulsado de la concentración tras no aguantar más el encierro y salir a “airearse” por la noche. Ballestreros, el meta de Rampla Juniors, se puso bajo los palos de una selección extraordinaria a la que le costó contener los nervios ante su público. Al final, “el Manco” Castro doblegó la resistencia peruana con el gol del triunfo en el minuto 69 de partido.

Después de esta primera victoria, los charrúas, ya mucho más sueltos, se deshicieron sin problemas de los rumanos, a quienes batieron por 4 a 0 en el último y decisivo encuentro del grupo. Además, marcaron todos los goles en la primera parte, por lo que se permitieron el lujo de sestear un poco en la segunda mitas, sin arriesgar demasiado para afrontar mejor el duelo de semifinales ante Yugoslavia.

*

En el grupo 4 el cabeza de serie era Estados Unidos, un equipo conformado por futbolistas de la American Soccer League, una competición muy profesionalizada en la época y donde se pagaba bastante bien a unos jugadores que eran primero atletas y después futbolistas. Así que los norteamericanos se presentaron en Uruguay con una selección muy correcta repleta de jugadores procedentes de la Europa anglosajona. En definitiva, aquel equipo no dejaba de ser una representación encubierta de Gran Bretaña. El seleccionador, Bob Miller, era escocés de nacimiento y entre sus titulares habituales había seis jugadores nacidos en las Islas Británicas. De todas formas, si algo caracterizaba a aquel equipo era su potencia física, que era tan grande que los franceses no habían dudado en apodarlos “los lanzadores de peso”.

El delantero de referencia de la selección norteamericana era el joven de 20 años Bert Patenaude, un jugador que se había ganado un puesto en el once después de que el mejor delantero yanqui del momento, Archie Stark, renunciara a disputar el mundial. A sus 32 años ya tenía decidido dejar el fútbol y montarse un negocio para sobrevivir. Así que el joven Patenaude, que jugaba en el Fall River Marksmen de Massachussets, sorprendió a propios y extraños con una capacidad goleadora extraordinaria que empezó con el tercer gol ante los belgas (3-1) y los tres que su selección le endosó a Paraguay (3-0), por lo que se convirtió en el primer futbolista en conseguir marcar un hat-trick en una Copa del Mundo.

Las dos victorias claras de los yanquis pusieron sobre la mesa el debate de si serían capaces de derrotar a las grandes potencias futbolísticas del momento, Argentina o Uruguay, con ese fútbol tan físico. Muy pronto saldrían todos de dudas, pero, mientras tanto, había debate.

***

Y es que la semifinal que iba a enfrentar a Estados Unidos y Argentina se calentó muy pronto. Todo empezó con las declaraciones del capitán de Chile, Guillermo Subiabre, que, tras perder por 3 a 1 ante la albiceleste, declaró que los norteamericanos ganarían a los porteños por su condición física y por la falta de defensa de los argentinos. Sus palabras pronto las secundaron algunos medios de comunicación y la guerra entre dos escuelas y dos estilos futbolísticos distintos estaba servida.

De hecho, La Prensa, un diario liberal conservador de Argentina, después de la clara victoria de Estados Unidos ante Paraguay (3 a 0) definía a los norteamericanos como un equipo de atletas que se dedicaban a jugar al futbol y se preguntaba si serían así los jugadores de fútbol del futuro (¿A qué este debate suena mucho? Pues ya se debatía en julio de 1930).

Parece ser que tantas muestras de admiración acabaron calando en un combinado estadounidense que llegó a creerse que podía vencer con facilidad a los subcampeones olímpicos y el propio W. Cummings, asistente del seleccionador, que cuando llegó a Uruguay había manifestado que venían al torneo a aprender de sus hermanos sudamericanos, proclamó después del sorteo de semifinales que ganarían a los argentinos.

El caso es que, entre unos y otros, consiguieron picar a las dos selecciones del Río de la Plata. Los diarios uruguayos, pese a la demostrada animadversión hacia los argentinos, hablaban de lucha de estilos, el preciosista contra el físico, el de las genialidades y la versatilidad contra la rigidez táctica y apostaban por la albiceleste que, a fin de cuentas, jugaba como ellos. Mientras, los diarios argentinos titularon la previa de la semifinal con un categórico: “¡Vamos a ver quién gana!”. El partido generó tanta expectación que el ejército uruguayo se desplegó por el estadio Centenario en previsión de problemas de seguridad.

Al final hubo más publicidad que partido, ya que sobre el terreno de juego los argentinos se comieron a los norteamericanos, aunque no fue tan sumamente fácil como indica el 6 a 1 final.

Los 72.000 espectadores que se congregaron en el Centenario tardaron 20 minutos en ver el primer gol argentino, convertido de nuevo por Luis Monti, que, además, fue el que se encargó de desactivar los intentos de ofensiva norteamericana durante todo el encuentro. En la segunda parte, los yanquis pagaron el esfuerzo de correr y correr detrás de la pelota y los argentinos fueron marcando un gol tras otro hasta completar la media docena (dos de Stábile, otro dos de Peucelle y otro de Scopelli). Jim Brown anotaría el del honor en el minuto 89.

Argentina, tal como pasó dos años antes en la Olimpíadas de Ámsterdam, se enfrentaría con Uruguay en la gran final, con ganas de revancha y con ansia por convertirse en la primera selección campeona del mundo de fútbol. Los norteamericanos, en cambio, se marcharon orgullosos para casa y ya podían estarlo porque, aunque ellos no lo sabían entonces, acababan de conseguir la mejor clasificación de una selección de Estados Unidos en toda la historia de los Mundiales.

*

La otra semifinal enfrentaba a la Celeste ante Yugoslavia el 27 de julio de 1930. Las gradas del estadio Centenario acogieron a 80.000 espectadores dispuestos a ver cómo Uruguay se metía en la final del primer Mundial de fútbol de la historia. Enfrente estaba la competitiva selección de Yugoslavia, que representaba a la perfección el estilo de juego de la Europa central, un equipo sin nada que perder y con muchas ganas de dar la sorpresa.

De hecho, el partido empezó muy mal para los anfitriones, ya que, a los 4 minutos, el yugoslavo Vujadonovic aprovechó un rebote para adelantar a su equipo. Y en plena crisis de juego charrúa, los yugoslavos volvieron a marcar cinco minutos más tarde, pero el árbitro brasileño Almeida Rego anuló el tanto y los balcánicos se descentraron. Empezaron a protestar enérgicamente y se fueron poco a poco del partido mientras la Celeste respiraba, se entonaba e iba encerrando poco a poco a los yugoslavos en su área con su juego vertiginoso, rápido, de balón al pie y extremadamente combinativo.

A los 18 minutos, el mítico Pedro Cea, “el Vasco”, empataba la semifinal (le llamaban el “empatador olímpico” porque suyos fueron los tantos que empataron partidos complicados en los dos torneos olímpicos que después Uruguay acabó remontando para ganar) y un suspiro de alivio recorría las gradas del Centenario que se transformaría en un estallido de alegría dos minutos más tarde cuando Anselmo marcaba el 2 a 1 y ponía por delante a los anfitriones. El mismo Anselmo volvería a marcar 11 minutos más tarde para allanar del todo el camino de los charrúas hacia la gran final.

La segunda parte fue un mero trámite. Los yugoslavos se quejaban amargamente en cada jugada y los uruguayos cada vez creaban más peligro. Iriarte hizo el cuarto y “el Vasco” Cea anotó dos goles más para cerrar la cuenta con el 6 a 1 final. Exactamente el mismo marcador que el que lograron los argentinos ante los norteamericanos.

En todo caso, demasiado castigo para una Yugoslavia valiente que no superó nunca el que siempre ha considerado un arbitraje indecente. De hecho, los yugoslavos se negaron a jugar el partido por el tercer y cuarto puesto ante Estados Unidos y cerraron con la semifinal su participación en el primer mundial de la historia. A los uruguayos, en cambio, aún les quedaba por disputar La Batalla del Río de la Plata.

***

Dicen las crónicas que más de 20.000 aficionados ar­gentinos intentaron cruzar en todo tipo de embarcaciones el Río de la Plata el 30 de julio de 1930 para presenciar la final del primer Campeonato del Mundo. Querían apoyar a su equipo después de todo lo que habían padecido durante la competición (en los diarios argentinos se podía leer que los seguidores uruguayos no dejaban dormir a los albicelestes por las noches o que iban a silbarles e insultarles en todos los entrenamientos). Todos esos aficionados argentinos que intentaron desplazarse fueron registrados escrupulosamente en la frontera para que no entraran armas al país. Se trataba también de una medida disuasoria que dilataría su llegada y, con suerte, no llegarían a tiempo a la final y se volverían para casa. Parece ser que, aún así, unos 15.000 argentinos estuvieron presentes en el estadio Centenario. Y así, en medio de este ambiente, se presentaba al mundo la primera final de la historia de un Mundial de fútbol.

El estadio Centenario estaba lleno hasta la bandera (la FIFA habla de 90.000 espectadores) y Uru­guay salió al campo dispuesta a demostrar por qué era doble campeona olímpica. Cuando Dorado anotó el uno a cero de tiro cruzado, el estadio estalló, después de un inicio arrollador de los charrúas. Pero los argentinos no se acogotaron en ningún momento pese al ambiente en el estadio. El sensacional Peucelle empató el choque a los 20 minutos y eso dio mucha tranquilidad a los visitantes y llenó de nervios a los locales y a su propia hinchada.

Poco a poco, Argentina empezó a dominar el partido, a desactivar a los charrúas y a llegar con peligro a la portería defendida por Ballestreros. Aunque sería en una gran contra cuando dejarían helado a un país entero. El Manco Castro había estrellado el balón en la cruceta argentina casi con violencia, pero el rebote le llegó a Monti, que le metió un pase preciso a Stábile que el capitán uruguayo Nasazzi no logró interceptar (aunque levantó la mano reclamando un fuera de juego que el árbitro no concedió). El ariete argentino, máximo goleador del torneo, fusiló al meta local para marcar el 1 a 2. Corría el minuto 37 y a Uruguay entera se le cortó la respiración.

La primera parte acabó con una trifulca monumental camino de los vestuarios. Las reclamaciones uruguayas en el gol argentino seguían y entre los contendientes saltaban chispas. La batalla del Río de la Plata era una auténtica realidad.

Pero cuando los dos equipos volvieron al terreno de juego en la segunda parte algo había cambiado. En primer lugar, la pelota. Porque los argentinos querían jugar con la suya y los uruguayos también y el árbitro de la contienda, el belga John Langenus, de la escuela salomónica, decidió que se jugaría la primera parte con el balón argentino y la segunda con el uruguayo.

Lo cierto es que el paso por los vestuarios le vino bien a los charrúas y, especialmente, a dos de los jugadores con más personalidad que se hicieron cargo de la situación: el capitán Nassazi y “el Negro” Andrade, que habían ido uno por uno mirando a los ojos de sus compañeros y recordándoles qué significaba aquel partido para todos ellos.

La intensidad uruguaya y la fuerza desplegada (unidas a los ánimos desde la grada) hizo que los argentinos retrocedieran poco a poco y ya sólo metían miedo con los escasos balones que tocaban Peucelle o Stábile. Pronto, en el minuto doce de la segunda parte, Pedro Cea, el empatador olímpico, volvió a hacerlo (empatar, se entiende) y equilibró las fuerzas anotando el dos a dos. El veterano extremo charrúa, que ya había sido esencial en los oros olímpicos de Amberes y Ámsterdam, culminó una trayectoria espectacular con su quinto tanto en el torneo que sirvió para empezar a ganar la final, porque, a esas alturas del partido, los argentinos casi habían claudicado ante el empuje charrúa.

El Centenario gritaba y animaba a los suyos, mientras los argentinos ya iban claramente perdiendo gas. Y el estadio entero volvió a estallar en el minuto 23 de la segunda mitad, cuando el extremo Iriarte enganchaba un disparo muy potente desde unos treinta metros para batir de nuevo a un sorprendido Botasso y llevar al delirio a todo un país.

Ahora tocaba defender el 3 a 2 con uñas y dientes, pero lo cierto es que los uruguayos no sufrieron en exceso con las embestidas argentinas, replegaron y contragolpearon con peligro y, al final, el Manco Crespo acabó firmando el 4 a 2 definitivo de cabeza tras un centro perfecto de Dorado. El Manco marcó dos goles en el torneo: el primero, el que abrió la cuenta de la Garra Charrúa en el torneo, y el último. Cosas de la vida,

Y así fue como la primera Copa del Mundo se quedó en Uruguay, que volvió a demostrar que era la mejor selección del mundo. En seis años podía presumir de haber ganado dos oros olímpicos y el primer mundial de la historia. ¡Casi nada!

Los charrúas cerraron con este partido una época gloriosa y les tocó esperar 20 años para conseguir otra gesta aún más grande en Maracaná, en la mayor sorpresa de la historia de los Mundiales perpetrada en tierras brasileñas. Argentina, en cambio, habría de esperar un poco más, 48 años nada más y nada menos, ya que no volvería a jugar otra final de la Copa del Mundo (no se acercaría siquiera) hasta el Mundial de 1978 disputado en su propio país. Allí, la Argentina de Menotti alcanzaría la gloria en medio del dolor.

No hay comentarios: