"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 29 de abril de 2022

Las cuatro estrellas de Alemania, la última tetracampeona del mundo

Bestia negra de siempre de ingleses y franceses, Alemania se ha labrado su prestigio en la Copa del Mundo a base de casta, coraje, corazón y una competitividad fuera de toda duda. Por eso ha levantado la Copa del Mundo en 4 ocasiones. Y por eso, desde que hiciera acto de aparición en la fase final de un Mundial, el de 1934 en Italia, no ha faltado nunca a la cita con las mejores selecciones del mundo (en el Mundial de 1950 no estuvo porque la FIFA la había sancionado a causa de la segunda guerra mundial).

A Alemania le costó ganar su primera Copa del Mundo. Y fue un auténtico milagro que lo hiciera. El Milagro de Berna de 1954, se llama. Ahí los alemanes se presentaron con un equipo correoso y físico que tenía en Toni Turek su baluarte bajo palos, en Fritz Walter su generador de fútbol y en Helmut Rahn y Max Morlock la definición arriba. Alemania en estado puro, con fuerza, orden y disciplina y mucha calidad en ataque.

Pese a todo, en ese mundial nadie apostaba por los germanos porque la favorita era claramente Hungría, la portentosa selección de los Mágicos Magiares, el equipo modelado por el seleccionador Gustav Sebes y conformado por Grosics, Buzansky, Lantos, Bozsik, Zakarias, Lorant, Kocsics, Czibor, Budai, Hidegkuti y Puskas. Ese equipo que había ganado por primera vez en Wembley por tres goles a seis en 1953. Ese equipo que se había proclamado campeón olímpico en Helsinki en 1952. Ese equipo que había vapuleado a Alemania en la primera fase del Mundial (8 a 3) y había eliminado a la subcampeona de 1950, Brasil (4 a 2), y a los campeones uruguayos (4 a 2). Pero ese magnífico equipo se encontró en la final con la máquina alemana, una selección que no se inmutó cuando se vio perdiendo por 2 a 0 y que consiguió remontar un partido increíble para acabar ganando 3 a 2 y levantando su primera Copa del Mundo al cielo de Berna.

A partir de ese instante, Alemania empezó a abrirse camino en la Copa del Mundo. En su defensa del título en Suecia 58 llegaron a las semifinales y en la edición de Chile 62 fueron apeados por Yugoslavia en cuartos de final. Pero en Inglaterra 1966 volvieron a presentarse en la final de una Copa del Mundo que perdieron en la prórroga ante los anfitriones con el polémico tanto de Geoff Hurst.

En México 70 los germanos se vengaron de los ingleses remontando un dos a cero para ganar en la prórroga por 3 a 2 en los cuartos de final, pero no pudieron superar a los italianos en las semifinales del torneo. Al menos tienen el honor de haber disputado el partido del siglo.

Pero la segunda estrella de Alemania estaba a punto de llegar. Los germanos la cosieron a su camiseta en el Mundial que ellos mismos organizaron en 1974. Y, de nuevo, tuvieron que vérselas en la final ante un selección mágica que estaba considerada por todos la gran favorita para alzarse con la Copa del Mundo: la Holanda de Rinus Michels capitaneada por Johan Cruyff. Por segunda vez en la historia de los mundiales se forjaba la leyenda del campeón sin corona. El primer campeón sin corona fue Hungría en 1954 y el segundo Holanda en 1974. En los dos casos, el campeón (y que los privó de la gloria) fue Alemania.

Los teutones no tuvieron una buena defensa del título en Argentina, en el Mundial de 1978, donde no consiguieron meterse ni en la final ni en el partido por el tercer y cuarto puesto, pero volvieron por sus fueros en el Mundial 82, cuando llegaron a disputar la cuarta final de su historia ante Italia. Perdieron por 3 a 1 de manera clara. Antes, habían sido capaces de lo mejor y de lo peor: protagonizaron la vergüenza de Gijón con un bochornosos pacto de no agresión ante Austria en la primera fase para eliminar a Argelia y también fueron los protagonistas, junto a Francia, de una de las mejores semifinales de una Copa del Mundo.

En México 86, los alemanes volvieron a llegar a la final de la Copa del Mundo. Era la quinta de su historia. Y lo hicieron sufriendo, aferrándose como siempre a su particular manera de entender el fútbol para superar situaciones muy comprometidas, como superar a México en los penaltis en cuartos de final o volver a imponerse a Francia en semifinales. Pero no pudieron con la magia de Maradona y compañía y sucumbieron en la final de nuevo cayendo por 3 goles a 2. Eso sí, vendieron muy cara su derrota, ya que remontaron con goles de Rummenigge y Völler los dos tantos argentinos cuando todo parecía perdido y sólo hincaron la rodilla ante un magnífico pase de Maradona que culminó Burruchaga ante Schumacher.

La venganza alemana llegó cuatro años más tarde, en Italia 90. Allí llegó Alemania ya unificada, después de haber competido como República Federal de Alemania desde el final de la II Guerra Mundial. Ese equipo alemán fue claramente el mejor durante la primera fase de un mundial poco vistoso y bastante rácano y defensivo. En ese contexto, las goleadas de Alemania a Yugoslavia (4 a 1) y a Emiratos (5 a 1) fueron de lo más destacado de los inicios del torneo.

Pero a medida que avanzaba la competición, los alemanes fueron encontrando más dificultades para ganar los partidos ante rivales más duros y cerrados. En octavos de final derrotaron a una potente Holanda que, sin embargo, no hizo un buen torneo pese a los grandes jugadores que la conformaban: Koeman, Rijkaard, Gullit o Van Basten. De hecho, los neerlandeses se marcharon dando una pésima imagen, con el escupitajo de Rijkaard a Völler abriendo los informativos de todo el mundo.

En los cuartos de final, un penalti transformado por el capitán Matthäus en la primera parte permitió a los teutones deshacerse de Checoslovaquia y citarse con Inglaterra en semifinales. Y ahí, claro, volvió a ganar Alemania, aunque los ingleses fueron un rival muy duro e incluso jugaron mejor durante gran parte del encuentro. El partido fue intenso, emocionante y con ocasiones por ambas partes, hasta que, al cuarto de hora de la segunda parte, Brehme batió a Shilton con mucha fortuna. Al saque de una falta, el lateral germano golpeó con dureza desde la frontal, el balón rebotó en el trasero de Parker y describió una tremenda parábola antes de introducirse en la meta inglesa después de golpear en el larguero.

Inglaterra se lanzó a por el empate y el árbitro se comió un penalti clarísimo de Augenthaler a Chris Waddle. Pero, a 10 minutos del final, Parker metió un centro al área y Lineker se las arregló para llevarse esa pelota entre todos los defensores alemanes. Controló el balón con el muslo, se lo orientó hacia la pierna izquierda y lanzó un remate seco al fondo de las mallas. 1 a 1 y a la prórroga. En el tiempo extra, el intercambio de golpes fue precioso, con un palo para cada equipo y varias ocasiones claras para marcar.

Al final, los penaltis decidirían el finalista. Illgner detuvo el tercer lanzamiento inglés, el de Stuart Pierce, y Chris Woodle lanzó desviado el último lanzamiento para los ingleses. Alemania no necesitó chutar el último. Se había metido en su tercera final de una Copa del Mundo consecutiva y en la sexta de su historia.

El rival volvió a ser Argentina. La albiceleste contaba con Maradona y la dirigía Bilardo, como en el 86, pero llegó a la final apurando cada ronda y se plantó en Roma con bastantes bajas. El partido fue tenso, duro y feo y se resolvió por un penalti rigurosísimo cometido por Sensini sobre Rudi Völler a falta de seis minutos para el final del choque. Argentina jugaba por entonces con uno menos por la expulsión de Monzón y buscaba la prórroga primero y los penaltis después. Las protestas fueron inmensas, pero el árbitro no se desdijo de su decisión y Brehme ejecutó el penalti que dio a Alemania su tercer mundial. ¡Y lanzó con la derecha, su pierna mala!

Después del tercer título, Alemania tardaría 3 torneos en regresar a la final. ¡La séptima final de un Mundial! Fue en Corea y Japón en el año 2002. Y perdieron ante la Brasil de Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho por 2 a 0.

Cuatro años más tarde, en el Mundial celebrado en su país en el año 2006, la selección dirigida por Klinsmann cayó ante su bestia negra, Italia, en la prórroga de una bella semifinal y se hubo de conformar con el tercer puesto conseguido ante Portugal (3 a 1). Al mismo punto llegó en Sudáfrica en 2010, ya bajo la batuta de Joaquim Löw, pero en las semifinales se encontró con una magnífica España y un cabezazo soberbio de Puyol que la privó de la final. Antes habían enviado para casa a Inglaterra en octavos (4 a 1) y a la Argentina dirigida por Diego Armando Maradona (4 a 0).

Pero tanto va el cántaro a la fuente, que Alemania volvería a plantarse en la final de un Mundial cuatro años más tarde. En Brasil 2014 la selección de Joaquim Löw tomó el relevo de España en resultados y en juego. Fue la que mejor trató la pelota durante todo en torneo y, además, añadió la verticalidad y el remate del que, en ocasiones, adolecían los españoles.

Los teutones empezaron metiéndole 4 goles a Portugal en el partido que abría el grupo. Después sufrieron ante una sorprendente Ghana, ante la que empataron a dos tantos, y cerraron la fase de grupos ganando por la mínima ante Estados Unidos (1 a 0). Portugal tuvo que hacer las maletas, pero no fue el único de los candidatos que se marchó a casa antes de tiempo. A esas alturas de competición, Italia e Inglaterra ya estaban eliminadas y la España de Del Bosque también.

Alemania sufrió muchísimo para eliminar a Argelia en octavos de final. El partido lo plantearon los africanos como una revancha de la bochornosa “Vergüenza de Gijón” de 1982, cuando el pacto de no agresión entre austriacos y alemanes envió a Argelia a casa. Y la verdad es que estuvieron a punto de dar la sorpresa del torneo.

Los argelinos tuvieron a los germanos contra las cuerdas durante muchas fases del partido. Defendieron bien, contragolpearon mejor y jugaron a una gran velocidad que, por momentos, parecía desarbolar a los favoritos alemanes. El marcador no se movió durante el partido, pero Schurrle despejó el camino a cuartos con un tanto al poco de empezar la prórroga. Özil remató a los argelinos a falta de un minuto antes de que Djabou recortara distancias en el descuento.

En cuartos de final, los de Joaquim Löw ganaron a Francia por un gol a cero. Y en semifinales… En semifinales, el Mineirazo. Siete a uno a Brasil para hacer llorar a todo un país en un encuentro memorable de los germanos que fueron tan superiores o más de lo que indica el escandaloso marcador. En la octava final de un Mundial para Alemania, con su cuatro entorchado en juego, estaba esperando nuevamente Argentina. La Argentina de Alejandro Sabella comandada por Leo Messi.

Y lo cierto es que la final se le volvió a atragantar a Alemania, claramente favorita después de su exhibición ante Brasil, aunque hubiera de sobreponerse a la lesión de Khedira en el calentamiento y a la sustitución de sus sustituto, Kramer, a la media hora de juego. Como a la Alemania de 1990, la albiceleste planteó un partido correoso, tenso, defensivo y serie y se encomendaba a las arrancadas de Messi o Lavezzi y los desmarques de Higuaín. Así llegaron las mejores ocasiones argentinas, que asustaron a una Alemania poco acostumbrada a tener que defenderse y correr detrás del balón.

Al Pipita se le hizo de noche cuando se encontró con un pase atrás de Kroos que lo dejó solo ante el portero. Tuvo tanto tiempo para pensar que se le marchó fuera el remate. Y seguramente la final. Porque Alemania también tuvo la suya al borde del descanso, con un remate de Howedes que se estrelló con violencia contra el poste de la meta defendida por Romero.

Tras el paso por los vestuarios, el susto a los alemanes se lo dio Messi, que hizo una de sus jugadas favoritas esquivando contrarios hasta perfilarse para el disparo. Se le fue fuera por muy poco. Ahora dominaba Argentina y Alemania no sabía cómo contrarrestar ese dominio. Y poco a poco el partido cayó entre el miedo de casi todos a perder. Solo Özil y Messi se atrevían a mover el árbol en una especie de tregua que duró hasta la prórroga.

En el tiempo extra, los alemanes salieron dispuestos a ganar con sus armas e intentaron encerrar a Argentina. Tuvo un disparo peligroso Schurrle que detuvo bien Romero y la sensación era que el campo se inclinaba poco a poco a favor de los germanos. En esas estaban cuando el que la tuvo fue el argentino Palacio, que se plantó ante Neuer tras un pase de Rojo, pero lanzó una vaselina sin demasiada confianza ni demasiada fe y la pelota se marchó fuera por poco.  Alemania, ni se inmutó. Siguió atacando hasta que Schurrle vio la entrada de Gotze y metió el balón al área argentina. Garay no llegó a cortar el centro y el alemán remató de forma casi acrobática para ganar la final. Corría el minuto 113. Y el marcador ya no se movería.

Así ganó Alemania su cuarta Copa del Mundo, que no fue capaz de defender con decoro en Rusia en 2018, atacada claramente por la maldición del campeón, que se prolonga ya durante tres Mundiales seguidos y para tres selecciones diferentes (Italia en Sudáfrica 2010, España en Brasil 2014 y Alemania en Rusia 2018). En Catar, con nuevo seleccionador, volverán a lucir orgullosos sus cuatro estrellas sobre el escudo estampado en esa zamarra blanca y negra que se ha ganado el respeto de todos a lo largo de su envidiable historia en la Copa del Mundo.

jueves, 28 de abril de 2022

Las cuatro estrellas de Uruguay, bicampeona del mundo y olímpica

La garra charrúa luce orgullosa cuatro estrellas en su camiseta celeste. Dos son de las Olimpiadas de París de 1924 y las de Ámsterdam de 1928 y las otras dos de la Copa del Mundo de Uruguay de 1930 y de la Copa del Mundo de Brasil de 1950.

Las dos estrellas de los Juegos Olímpicos de Fútbol de 1924 y 1928 las luce Uruguay porque esos dos torneos fueron organizados por la FIFA y en ellos hubo representación de Europa, América y África, siendo ambos la antesala de la Copa del Mundo, que empezó a celebrarse en 1930. La FIFA no reconoce esas Olimpiadas como Copas del Mundo y, por tanto, no le da validez a las dos estrellas de más que los charrúa portan en su camiseta celeste, pero tampoco les ha obligado a quitárselas, así que los uruguayos las muestran con orgullo.

Y es que ese país chiquito, se presentó en el Viejo Continente en 1924 afrontando una travesía eterna para demostrar al mundo entero que su fútbol era distinto al que se jugaba en Europa, era más atractivo que el que se jugaba en Europa y también era más efectivo que el que se jugaba en Europa. Y lo demostraron. Vaya si lo demostraron.

Los charrúas empezaron la competición olímpica de París midiéndose a Yugoslavia. Arrasaron ganando por un contundente 7 a 0. Los Estados Unidos tampoco fueron rival para los charrúas y cayeron, visto lo visto, por un más que digno 3 a 0. En el horizonte se presentaba Francia, la selección del presidente de la FIFA, Jules Rimet, que tampoco tuvo nada que hacer ante los sudamericanos. La celeste se impuso por 5 a 1 ante unos espectadores parisinos totalmente rendidos a la evidencia.

En las semifinales del torneo esperaban los Países Bajos, y ahí a Uruguay se le empezó a notar el cansancio del viaje, la gira por Europa y los partidos del torneo. Se adelantaron los holandeses con un tanto de Cornelis Pijl a los 32 minutos de encuentro, pero los charrúas remontaron en la segunda parte. Primero fue Pedro Cea quien empató el encuentro en el minuto 61, empezando a ganarse el mote de “Empatador Olímpico”, que le perseguiría toda su vida. Después, a falta de nueve minutos para el final, el fantástico delantero Scarone adelantó a la celeste para meterla en la final. Allí les esperaba Suiza.

El 9 de junio de 1924 se congregaron 50.000 personas en el estadio de Colombes para ver la final de fútbol de los Juegos entre Uruguay y Suiza. El éxito de la competición era absoluto. Y en ese escenario, los uruguayos no dieron opción a los helvéticos, que cayeron por 3 a 0 con goles de Petrone, Cea y Romano. Esa selección dio la vuelta al estadio saludando para celebrar la victoria y agradecer al público su apoyo. Acababa de nacer la vuelta olímpica. Y acababa de nacer una selección destinada a marcar una época en la historia del fútbol.

Cuatro años más tarde, en 1928, Uruguay viajó hasta Ámsterdam para defender su título olímpico. La competición, que cuatro años antes había contado con la participación de Egipto, Estados Unidos y la misma Uruguay como selecciones no europeas, sumaba ahora a Argentina, México y Chile.

Los jugadores uruguayos que repetían de la Olimpiada anterior eran el portero Mazali, el defensa Nasazzi (que era el capitán), el centrocampista “el Negro” Andrade y los delanteros Scarone, Cea y Petrone. La columna vertebral, vaya, que lo seguiría siendo en el primer mundial de la historia que se celebraría dos años más tarde en Uruguay.

La “garra charrúa” se deshizo de la anfitriona, Holanda, ganándole en primera ronda por 2 a 0. El 3 de junio de 1928 le tocó el turno a Alemania, que sufrió el triplete de Pedro Patrone y otro gol más del “Manco” Castro para claudicar ante los campeones por 4 a 1. Y tan solo un día más tarde, Uruguay se enfrentaba a Italia en las semifinales del torneo. Los italianos se adelantaron en el marcador con un tanto de Adolfo Baloncieri, pero no contaban con el “Empatador Olímpico”. Pedro Cea hizo el empate ocho minutos más tarde para desatar la tempestad celeste, que con goles de Cámpolo y Scarone le dieron la vuelta al choque en tres minutos. Al final, el italiano Levratto recortó diferencias en la segunda mitad, pero no pudo evitar que Uruguay se clasificara para la final y defendiera su título ante sus vecinos del Río de la Plata.

Esa final ya era otra cosa. Uruguay y Argentina. Casi nada. El 10 de junio de 1928, los vecinos del Río de la Plata se vieron las caras en el Estadio Olímpico de Ámsterdam. Se adelantó Uruguay con un tanto de Petrone mediada la primera mitad, pero nada más empezar la segunda parte empató Manuel Ferreira. El marcador ya no se movería hasta el final del partido y tampoco en la prórroga, así que habría que disputar un partido de desempate.

Tres días más tarde, el 13 de junio, en el mismo escenario, se dieron cita las dos selecciones para tratar de dirimir quién sería el campeón olímpico. Uruguay saltó al césped con cinco caras nuevas respecto a la primera final. Lorenzo Fernández, Santos Urdiarán, “el Manco” Castro, Pedro Petrone y Cámpolo cedieron su puesto a Juan Píriz, Juan Pedro Arremón, Héctor Scarone, René Borja y Roberto Figueroa. Argentina, por el contrario, sólo hizo un cambio y dejó en el banco a Enrique Gainzarain para que saltara al terreno de juego Feliciano Perducca. La apuesta le salió mejor a los celestes, ya que Roberto Figueroa abrió el marcador y, pese a que Luis Monti empató para Argentina a los pocos minutos, Scarone desequilibró la final con un tanto en la segunda parte. Uruguay volvía a proclamarse campeón olímpico y presentaba su candidatura a la organización del primer mundial de la historia. También presentaba su candidatura a ganarlo, obviamente.

Y esa misma final de las Olimpiadas de Ámsterdam se repetiría en 1930 en el Estadio Centenario. Los argentinos habían remozado un poco más el equipo respecto al que disputó el torneo olímpico. El meta Botasso había relagado a Bossio al banquillo y de la final olímpica sólo repitieron Paternoster, Monti, Juan Evaristo y Manuel Ferreira. En cambio, los uruguayos se presentaron ante su gente sin el portero Mazali, expulsado de la concentración por su seleccionador, y con las novedades del defensa Mascheroni y los delanteros Dorado e Iriarte. Los otros 7 eran campeones olímpicos.

En definitiva, los mismos protagonistas e idéntico resultado. Victoria uruguaya después de remontar el 1 a 2 con el que el partido llegó al descanso. El 4 a 2 final le daba el primer Mundial de Fútbol a los charrúas y los convertía en eternos, siendo los grandes dominadores del fútbol mundial en ese final de los años 20 y principio de los 30. En los albores de todo.

Pero ese dominio no pudieron intentar confirmarlo en los Mundiales de 1934 y 1938 porque la Federación Uruguaya de Fútbol renunció voluntariamente a disputar esos dos campeonatos, en una respuesta clara y contundente, primero, a la falta de asistencia europea al Mundial de 1930 y, segundo, al cambio de sede del Mundial de 1938, que había de disputarse en Argentina y acabó jugándose en Francia ante la inminencia de la guerra por expreso deseo del presidente de la FIFA, el francés Jules Rimet.

Y precisamente por esa guerra devastadora que fue la II Guerra Mundial se paralizó la Copa del Mundo y no se volvió a celebrar hasta 1950. El escenario, Brasil. Los brasileños presentaban un equipo extraordinario en su torneo, con jugadores de la talla de Ademir, bota de oro del Mundial, Zizinho, Friaca, Chico, Jair o Bauer.

Los brasileños empezaron venciendo a México con contundencia, por 4 goles a cero, en el partido inaugural en Maracaná. Después empataron a dos ante una Suiza que venía de perder ante Yugoslavia por 3 a 0 y finiquitaron el grupo ganando claramente a los yugoslavos (2 a 0). Así, los anfitriones presentaron sus credenciales para la disputa de un cuadrangular final que decidiría el Campeón del Mundo. Sus rivales serían España, Suecia e Uruguay.

Los charrúas ya no tenían el cartel de favoritos que habían ostentado en 1930, pero eran un rival peligroso, serio y, a la vez, impredecible, ya que habían caído en un grupo en el que dos selecciones se retiraron y sólo habían de disputar un partido ante Bolivia. Quien ganara, pasaría al cuadrangular final. Y, claro, la celeste machacó a Bolivia (8 a 0).

El cuadrangular final lo estrenaron los charrúas con un empate a dos ante España que llegó a falta de 17 minutos para el final con tanto de Obdulio Varela. En la primera mitad Ghiggia había adelantado a los sudamericanos, pero el español Basora, con dos tantos al borde del descanso, le había dado la vuelta al partido. El tanto de Varela puso las tablas definitivas. Mientras eso pasaba en Pacaembú, en Maracaná Brasil apalizaba a Suecia por 7 a 1.

La historia de la segunda jornada del cuadrangular se escribió prácticamente igual que la primera. En Pacaembú, los uruguayos sudaron sangre para derrotar a una Suecia que se adelantó por dos veces en el marcador. Ghiggia igualó el tempranero gol de Palmer, pero inmediatamente después Sundqvist volvía a adelantar a los nórdicos. Bien entrada la segunda parte, Óscar Míguez empató el encuentro y, a falta de 5 minutos para el final, volvió a anotar el tanto que le daba una sufrida victoria a Uruguay por 3 goles a 2. Mientras, en Maracaná, Brasil vapuleaba a España por 6 a 1.

El 16 de junio el estadio de Maracaná se llenó para contemplar cómo Brasil levantaba su primera Copa del Mundo. Todo lo que no fuera eso, sería un milagro. Y es que tras las goleadas ante Suecia y España en este mismo escenario nadie tenía dudas de lo que iba a pasar en el terreno de juego. Y más cuando Friaca hizo el 1 a 0 nada más comenzar el segundo tiempo. Pero enfrente estaba Uruguay, la garra charrúa, que hizo enmudecer a todo el estadio con su milagrosa remontada. Los goles de Schiaffino y Ghiggia transformaban la fiesta en un velatorio y daban a Uruguay su segunda Copa del Mundo… ¡En su segunda participación en un Mundial! Los uruguayos habían disputado dos torneos y los habían ganado los dos. Ver para creer.

Ese maravilloso triunfo uruguayo ha sido el último de los charrúas en un Mundial, pero la celeste no ha dejado de competir en cada una de las ediciones en las que ha participado, generación tras generación. De hecho, en el Mundial de Suiza de 1954 defendieron su corona hasta las semifinales del torneo, donde cayeron muy dignamente ante los Mágicos Magiares, que, a su vez, se quedaron sin corona al perder la final ante Alemania.

En México 70, en un Mundial marcado por la excelencia de la Brasil de Pelé, Tostao, Gerson, Rivellino y Jairzinho, la de los 5 dieces, los uruguayos se plantaron en semifinales y fueron los únicos capaces de poner a esa magnífica selección en apuros a base de fuerza, garra y corazón (también lo hizo la Perú de Cubillas y Sotil). Cayeron por 3 a 1 y Brasil le ganó la final a Italia por un claro 4 a 1.

Y en Sudáfrica, en 2010, la magnífica selección integrada por Diego Lugano, Diego Godín, Martín Cáceres, Luis Suárez, Diego Forlán y Edinson Cavani hizo una competición excelente y se plantó en semifinales sorprendentemente para poner contra las cuerdas a la todopoderosa Holanda, ante la que cayó por 3 goles a 2. El capitán Lugano tenía entonces 29 años y Forlán 31. El resto, eran jóvenes entre 23 y 24 años con hambre de fútbol y de gloria e impregnados, como no podía ser de otra manera, de la garra charrúa que transpira esa camiseta.

Porque no debemos olvidar una cosa. Uruguay cuenta en 2022 con una población de 3 millones y medio de habitantes (en 1930 se estimaba que tenía 1.900.000 y en 1950 poco más de 2 millones). La comparación con el resto de países que han ganado alguna vez la Copa del Mundo no tiene color:

— España tiene 47 millones y medio de habitantes y Argentina 45, lo que multiplica por 13 la población de Uruguay.

Inglaterra tiene 56 millones de habitantes e Italia 59, que son 16 veces más que Uruguay.

— Francia multiplica por 19 la población del país sudamericano y Alemania por casi 24.

— Brasil queda a una distancia sideral de todos con sus más de 215 millones de habitantes, 61 veces más que Uruguay.

Pues eso no ha sido impedimento para que Uruguay haya demostrado (y siga demostrando), campeonato tras campeonato, que es una de las selecciones más competitivas del mundo y, por eso, esa camiseta celeste se ha ganado el respeto de todo el mundo por su particular manera de entender el fútbol y de jugarlo desde tiempo inmemorial.

miércoles, 27 de abril de 2022

Las tres estrellas de Argentina, la última tricampeona del mundo

Argentina se ha ganado con mucho esfuerzo las tres estrellas que luce en su camiseta albiceleste, las conseguidas por la selección de Menotti en el Mundial de 1978, por la de Bilardo, con Maradona a la cabeza, en México 86 y la de Scaloni en el último Mundial de Messi en Catar 2022. Dos estilos aparentemente antagónicos, el de Menotti y el de Bilardo, para la misma selección y para obtener, en ambos casos, la gloria. Y un tercero que parece la simbiosis perfecta entre estas dos maneras de entender el fútbol.

Podría lucir alguna estrella más la albiceleste, ya que, además, ha perdido 3 finales. De hecho, Argentina fue la primera subcampeona de la historia, al caer en la primera final de una Copa del Mundo en el clásico del Río de la Plata en casa de sus vecinos uruguayos allá por 1930. Las otras dos, en Italia en 1990 y en Brasil en 2014, las perdió contra Alemania, en la que se ha convertido, por ahora, en la final más veces repetida en la historia de la Copa del Mundo (en tres ocasiones se ha disputado).

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Argentina participó en el Mundial de Uruguay en 1930, el primero de la historia, con ganas de revancha después de caer derrotada ante la garra charrúa en la final de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928. La medalla de oro se tuvo que resolver en un partido de desempate después de que celestes y albicelestes empataran a uno en el primer choque. El segundo envite se lo llevó Uruguay, que venció a la albiceleste por dos tantos a uno.

Ya en el Mundial, en Montevideo, la selección entrenada por el mítico exjugador de Racing Francisco Olaza, que había levantado la Copa América apenas siete meses antes, hizo buenos los pronósticos y supero con solvencia la fase de grupos y el choque de semifinales ante la sorprendente selección de Estados Unidos. Pero no pudo con la garra charrúa en una final en la que se fueron al descanso con ventaja (1 a 2) gracias a los tantos de Peucelle y Stábile (que se convertiría en el máximo goleador del torneo) que habían remontado el gol inicial de Dorado. Sin embargo, en la segunda mitad los uruguayos le dieron la vuelta al partido para ganar la final por 4 a 2 y levantar su primera Copa del Mundo.

Tras la primera experiencia agridulce en el torneo, los argentinos se presentaron en Italia 1934 con una selección amateur y no pudieron ganar el partido de la primera fase ante Suecia. Al Mundial de Francia de 1938 no acudieron por considerar que la FIFA les había estafado: el torneo debería haberse disputado en Argentina en vez de en Francia, pero Jules Rimet, presidente de la institución, impuso su voluntad de jugar en su país ante la inminencia de una guerra mundial que podría acabar definitivamente con un torneo que acababa de nacer. Uruguay se sumó a la protesta legítima de Argentina y tampoco acudió a Francia.

A Brasil 50, cuando volvió a disputarse la Copa del Mundo después de la guerra, Argentina no fue por voluntad propia y ni siquiera jugó las eliminatorias. Las relación entre las federaciones brasileña y argentina estaban totalmente rotas desde hacía tiempo y la albiceleste no quiso participar. Aún recordaban los argentinos que Brasil no les secundó en su boicot a la Copa del mundo de Francia de 1938 y, además, tras una huelga de futbolistas vivida en Argentina en 1948 que acabó con muchos de los mejores jugadores profesionales marchándose a jugar fuera de país, la selección albiceleste quedó bastante debilitada. Así que, ante las malas relaciones entre Brasil y Argentina, y las dudas sobre la competitividad de la albiceleste, optaron por no asistir al torneo.

Estos problemas con los jugadores se alargó hasta 1953, así que Argentina tampoco acudió al Mundial de Suiza de 1954, aunque envió a su seleccionador, Guillermo Stábile, para que ejerciera de ojeador y determinara qué papel podía haber hecho Argentina en ese torneo y en los campeonatos venideros.

Por fin, después de dos ausencias voluntarias, al Mundial del 58 en Suecia se presentó Argentina con el cartel de favorita después de haber ganado con los “carasucias” la Copa América del 57, pero el batacazo fue sublime y la albiceleste de Stábile quedó eliminada en primera ronda rematando su participación con una humillante derrota ante Checoslovaquia (6 a 1). Sólo pudieron ganar a Irlanda del Norte.

***

Veinte años más tuvo que esperar Argentina para tener un papel importante en un Mundial. Fue en casa, en 1978, con una selección entrenada por Menotti en medio de una cruel dictadura militar que, no obstante, vio en la Copa del Mundo una oportunidad de hacer negocio y, además, lavar su imagen ante el mundo. Como los militares querían ganar el Mundial, no despidieron a Menotti (al que consideraban el técnico más idóneo para hacerlo) y se dio la paradoja de que un entrenador de izquierda y simpatizante del partido comunista llevaría a Argentina a la gloria en plena dictadura militar, un tiempo de muerte, torturas y desapariciones.

Menotti montó un conjunto rocoso, duro, de un nivel físico excelente y con jugadores de buen pie y un magnífico trato de balón. Fillol era el baluarte de esa selección bajo los palos, quitándole el puesto al Loco Gatti, que nunca lo encajó bien. Passarella era el capitán, el alma de esa selección y su pilar defensivo. Ardiles estaba en la sala de máquinas, con atacantes tan peligrosos como Kempes, Luque y Bertoni. Ese equipo cargaba sobre sus hombros con la presión de ganar la primera Copa del Mundo para Argentina, ante su público, y eso les pesó, sobre todo al principio.

Ganó Argentina a Hungría (2 a 1) y a Francia (2 a 1) con sufrimiento en los dos primeros encuentros, pero la derrota en la última jornada de la primera fase ante Italia (1 a 0) la envío a jugar la segunda fase a Rosario. Allí ganó a Polonia con apuros (2 a 0), pero con la magnífica noticia del despertar goleador de Kempes, que se había afeitado el bigote, empató sin goles con Brasil y venció a Perú por 6 a 0 en uno de los encuentros más sospechosos de una Copa del Mundo que merece un tratamiento aparte. Brasil le había ganado 3 a 1 a Polonia tres horas antes y Argentina sabía que necesitaba ganar por cuatro goles de diferencia. Ganó 6 a 0. Aún hoy se especula con la posibilidad de un apaño con los peruanos que los protagonistas argentinos niegan.

Menotti directamente remite a un visionado del partido a los críticos, ya que los peruanos estrellaron un balón en el palo al poco de iniciarse el choque. El entrenador siempre se pregunta si quisieron tirarlo al palo para que no se notara que se iban a dejar golear.

El caso es que aparecieron después unos comprobantes de envíos de toneladas de grano al país inca desde Argentina. Una especie de regalito posterior a la derrota. Nadie, sin embargo, ha podido probar nunca que el amaño se produjese.

En la final, Argentina y Holanda ofrecieron un gran espectáculo. Se adelantó la albiceleste con gol de Kempes, pero los neerlandeses no se rindieron e hicieron enmudecer el Monumental con el empate de Nanninga a ocho minutos del final. Después, con el tiempo cumplido, estrellaría la Naranja Mecánica un balón en el palo. Argentina entera suspiró cuando llegó la prórroga. Y ahí estuvo mucho más entera la selección de Menotti, con Kempes como un ciclón bien escoltado por Bertoni. Ambos marcaron los goles que le dieron a Argentina su primera Copa del Mundo que levantó Passarella al cielo bonaerense. Una Copa del Mundo amarga, porque la gloria que ansiaba toda la Argentina futbolística se unía al dolor de haberla levantado en un país sumido en una terrible dictadura que había violado los derechos humanos durante años.

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La segunda Copa del Mundo llegaría sólo ocho años más tarde, con Bilardo en el banquillo y Maradona transformándose en el mejor jugador del planeta sobre el césped. Argentina fue cogiendo confianza a medida que avanzaba el torneo y Maradona fue agrandando su figura en cada partido, bien secundado en ataque por Valdano y Burruchaga. La albiceleste pasó la primera fase como líder en el grupo que compartía con Bulgaria, Italia y Corea del Sur y fue eliminando sucesivamente a Uruguay en octavos, a Inglaterra en cuartos (Mano de Dios y Gol del Siglo incluidos) y a Bégica en semifinales.

En la final del Azteca esperaba la siempre peligrosa Alemania, que estuvo a punto de dar un buen susto a los argentinos. El golazo de Brown de cabeza abrió la final en la primera parte y Valdano pareció sentenciarla en la segunda, pero los tantos de Rummenigge y Völler a la salida de dos córners pusieron la final en un brete. Entonces Maradona cerró su antológico Mundial con un pase de genio a Burruchaga que definió a la perfección ante Schumacher. 3 a 2 y segunda estrella grabada a fuego en la camiseta albiceleste.

Cuatro años más tarde Alemania se vengaría de Argentina en Italia 90, ganando la final con un penalti bastante discutible a falta de pocos minutos para el final del tiempo extra. Al margen de la jugada en cuestión, Alemania hizo mucho mejor torneo que una Argentina que cayó ante Camerún en el partido inaugural y que fue pasando rondas aferrándose a una defensa titánica, alguna pincelada de Caniggia y Maradona y, sobre todo, a las paradas determinantes en las tandas de penaltis del que fue titular por la lesión de Pumpido, Sergio Goycochea, el meta de Millonarios de Bogotá.

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A partir de ese Mundial, Argentina nunca pudo acercarse a los puestos de honor de los siguientes torneos, aunque en algunos casos contaba con selecciones magníficas como la de Basile en Estados Unidos en 1994, que inició el campeonato como un ciclón y se vino abajo tras la expulsión de Maradona acusado de dopaje; la de Passarella en Francia en el Mundial 1998, que cayó con un golazo de Bergkamp en el último suspiro; la de Marcelo Bielsa en Corea y Japón en 2002, que, incomprensiblemente, cayó en la primera fase; o la de Maradona en Sudáfrica 2010, que sufrió una humillante derrota por 4 a 0 en cuartos de final ante Alemania. Todas eran magníficas selecciones y todas acabaron cayendo con amargura.

Pero llegó el Mundial de Brasil en 2014 y Argentina volvió a plantarse en la final del torneo, con Messi como estandarte de una selección que contaba con Mascherano y Di María como fieles escuderos en el centro del campo y con Agüero e Higuaín como referentes en la punta del ataque. La albiceleste superó la primera fase siendo primera de grupo al ganar a Bosnia (2-1), Irán (1-0) y Nigeria (3-2).

Ya en los cruces, Di María salió al rescate para eliminar a Suiza en octavos de final con un tanto a falta de dos minutos para llegar a los penaltis. Y en cuartos de final bastó un gol de Higuaín a los ocho minutos de encuentro para eliminar a Bélgica. Las semifinales ante la Holanda de Van Gaal acabaron sin goles y ahí emergió la figura del guardameta Romero para meter a la albiceleste en la final de la Copa del Mundo por quinta vez. Habían pasado 20 años desde la última final disputada por Argentina y ahí esperaba el mismo rival de entonces: Alemania.

Pero esa Alemania no era una Alemania cualquiera. Esa Alemania venía de ganar a Brasil en semifinales por 7 goles a 1 en Belo Horizonte, ante su propia torcida, y era la sensación del torneo. Argentina planteó un partido áspero y duro, pero siempre amenazando en ataque a los alemanes cuando conseguía robar el balón. El plan era hacer que Alemania no se sintiera cómoda en su papel de tocadora y sintiera que cualquier error podía pagarlo caro.

Lo cierto es que el intercambio de golpes fue continuo en la primera parte y continuó en la segunda hasta que asomó en los contendientes el miedo a perder.

En la parte final de la segunda mitad y en la prórroga mandó Alemania, aunque fue Palacio el que más cerca estuvo de batir a Neuer. Pero quien sí lo hizo fue Gotze, que dejó helada a Argentina entera con su tanto en el minuto 113. Las lágrimas de Messi eran las de toda Argentina, mientras que la alegría de Lahm alzando la Copa del Mundo era la de toda Alemania, que, por segunda vez, se volvía a imponer a la albiceleste en la final de un Mundial para sellar su tetracampeonato.

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Tras un Mundial de Rusia 2018 decepcionante, la selección argentina se presentó en Qatar 2022 con la Copa América bajo el brazo, el primer título de Messi con su selección. Los de Scaloni se habían impuesto a Brasil en su propio feudo, pero la competición estuvo marcada por la pandemia y se jugó sin público en los estadios, así que no parecía una medida real de lo que podía ofrecer la albiceleste en el Mundial.

Aún así, la candidatura argentina era clara, ya que Scaloni formó un grupo férreo, compacto y unido en torno a Messi que recordaba por momentos a esa selección de Bilardo en 1986 totalmente comprometido y entregada a Maradona. Y ese grupo se presentó en Catar con 36 partidos seguidos sin perder, un dato que dice mucho de la personalidad y el carácter de una selección totalmente convencida de estar llamada a hacer historia.

Pero el fútbol es un deporte donde muchas veces aparece la magia de lo impensado. Y eso es lo que le pasó a Argentina en su debut. Jugó una muy buena primera parte ante Arabia Saudí, se adelantó en el marcador, apabulló a su rival con tres goles anulados por fuera de juego y un puñado de ocasiones más y, de repente, se vio sorprendida por dos tantos saudíes en la segunda mitad que revolcaron a la albiceleste. De repente, parecía que Argentina iba a repetir su papel en Rusia 2018 y que ya estaba descartada para luchar per la Copa del Mundo.

Sin embargo, los de Scaloni se rebelaron ante las críticas y ante su suerte y ganaron las dos finales que tenían por delante ante México y Polonia con cierta solvencia para meterse en los octavos de final como primeros de grupo. Otros candidatos, como Alemania, sí se cayeron con todo el equipo y les tocó hacer las maletas tras la fase de grupo. También cayeron selecciones del nivel de Uruguay o la mismísima México, presente en los octavos de final de los últimos siete Mundiales.

En la primera eliminatoria Argentina sufrió más de lo previsto para eliminar a Australia porque se impuso con claridad a los oceánicos durante gran parte del partido, se adelantó con dos goles, pero los australianos se metieron en el partido con un gol en propia puerta de Enzo Fernández (2-1).

En cuartos de final, de nuevo los de Scaloni fueron muy superiores a Países Bajos y parecía que sentenciaban en encuentro con el gol de Messi de penalti a falta de un cuarto de hora para el final que se sumaba al que había hecho Nauel Molina en la primera parte. Pero Weghorst recortó distancias a falta de seis minutos y después, en el último minuto del descuento de diez que había marcado el árbitro español Mateu Lahoz, el mismo jugador culminó una jugada ensayada a la salida de una falta para mandar el choque a la prórroga y dejar a toda Argentina helada. 

Sin embargo, la albiceleste se sobrepuso al duro golpe y mandó durante la prórroga, aunque fue incapaz de hacer un gol que evitara los penaltis. No hizo falta, porque desde los once metros se impuso la figura superlativa del “Dibu” Martínez, que se transformó en el Goycochea en Italia 90 para clasificar a Argentina para las semifinales.

Los cuartos de final fueron un punto de inflexión para Argentina que, además, vio cómo su hipotético rival, la Brasil de Neymar y compañía, caía eliminada por Croacia en la tanda de penaltis. Por el otro lado del cuadro, Marruecos, que ya había eliminado a España en octavos de final, seguía con su particular cuento de hadas y daba la campanada eliminando también a Portugal (1-0). En el partidazo entre Inglaterra y Francia salieron los galos indemnes (2-1), pese a que los británicos jugaron mejor durante gran parte del choque y Harry Kane falló un penalti que hubiera enviado el choque a la prórroga (2-1).

Así que Argentina se presentó a las semifinales con la confianza por las nubes, con un plan de juego claro y con una intensidad y una motivación fuera de lo común que desarmó a una defensa croata sorprendentemente blanda. Croacia empezó bien el encuentro, intentando mandar y jugando en campo argentino, pero los de Scaloni ni se inmutaron y aprovecharon dos errores croatas para contragolpear con muchísima eficacia y ponerse dos a cero antes del descanso. Ya en la segunda mitad, Messi se encargó de hacer una de sus típicas diabluras para romper a la defensa croata y dejar el tercer gol en bandeja a su magnífico Julián Álvarez (3-0). 

Ocho años más tarde, Argentina volvería a disputar la final de un Mundial. Y lo haría ante la actual campeona, Francia, que derrotó a Marruecos en las semifinales con muchísimo sufrimiento, con un gol muy tempranero de Theo Hernández que obligó a los Leones del Atlas a atacar y proponer juego desde el primer instante. ¡Y vaya si lo hicieron! Pusieron los marroquíes contra las cuerdas a los galos en muchísimas fases del encuentro, pero la pegada del equipo de Deschamps es descomunal y Mbappé caracoleó dentro del área para sacarse un remate de la nada que golpeó en un defensa marroquí y la pelota llegó mansa a los pies del recién incorporado Kolo Muani, que certificó la victoria de los suyos (2-1).

El 18 de diciembre de 2022 en Lusail se enfrentaban Francia y Argentina con la Copa del Mundo como premio. Deschamps puso sobre el terreno de juego su once de gala, sin variar un ápice ni el sistema ni la idea de juego que le había llevado hasta allí. Giroud arriba, con Mbappé y Dembelé por las bandas, con Griezzman un pasito atrás para organizar el ataque de su equipo y Rabiot y Tchoaumeni cubriéndoles las espaldas. Scaloni metió en el once a Di María por la banda izquierda y generó un estropicio en Francia de los que no se olvidan.

Porque Argentina salió muchísimo mejor al terreno de juego, se apropió del centro del campo, estuvo mucho más intensa, más inteligente, tocó la pelota con más criterio y, claro, empezó a amenazar la portería de Lloris. Cada vez que el balón le llegaba a Di María por la izquierda le creaba problemas a la zaga francesa, hasta que Dembelé, un delantero fuera de su hábitat, derribó al argentino dentro del área. Messi mandó el balón al fondo de las mallas sin parpadear y la albiceleste veía el cielo abierto. Sobre todo, cuando en una contra letal Di María se encargó de hacer el segundo ante la estupefacción de los franceses, que parecía que no habían salido de la caseta todavía.

De hecho, pese a que Deschamps sacó del campo a Giroud y a Dembelé para que entraran Marcus Thuram y Kolo Muani en el minuto 40 de la primera parte, el equipo galo siguió a merced de su rival durante la segunda mitad. Sin embargo, la entrada de Coman y Camavinga por Theo y Griezzman sí surgió efecto, aunque para ello necesitaran de una acción desafortunada de Otamendi en una pugna con el recién incorporado Kolo Muani, al que derribó dentro del área para meter a Francia en la final. El “Dibu” Martínez adivinó y llegó a tocar el disparo de Mbappé, pero no logró evitar el 1 a 2. Como tampoco pudo sacar el espectacular remate de la estrella francesa desde la parte izquierda del ataque, sin dejar caer la pelota, que igualaba la final dos minutos más tarde, en dos acciones puntuales después de que Argentina hubiera sido tremendamente superior. Pero así es el fútbol y en los siete minutos más los seis de descuento pudo Francia vencer a una Argentina golpeada y casi en la lona. Pero no lo consiguieron tampoco los de Deschamps y la final se fue a la prórroga.

En el tiempo extra fue Scaloni el que movió ficha para dar oxígeno, piernas, alegría y dinamismo a su equipo e intentar levantar el ánimo y cambiar la dinámica. Primero entró Montiel para jugar por la derecha y después entraron Lautaro Martínez y Paredes para dar descanso a Julián Álvarez y un desfondado De Paul. Y Argentina, como el día de Holanda, volvió a tener las riendas del encuentro y a generar las mejores ocasiones hasta de Lautaro disparó a quemarropa, su remate lo sacó Lloris y apareció Messi para anotar el gol que parecía definitivo. Tan solo quedaban trece minutos para el final y parecía la Copa del Mundo ya tenía dueño, pero no… A apenas tres minutos para el final Montiel interceptó con el codo un disparó de Mbappé y el francés empató de nuevo el choque desde los once metros. Y aún dispuso Kolo Muani de la posibilidad de darle a Francia la Copa del Mundo cuando encaró al “Dibu” Martínez en el último suspiro, pero el meta se agrandó y sacó con el pie la sentencia gala. En la contra, Lautaro no giró a tiempo la cabeza en un remate claro que hubiera supuesto el triunfo argentino. Ver para creer.

Pero llegaron los penaltis y ahí se agigantó el “Dibu”. Las estrellas de las dos selecciones asumieron su responsabilidad y lanzaron el primer penalti. Primero anotó Mbappé (el tercero de la noche). Después respondió Messi. Pero el “Dibu” adivinó el disparo de Coman y después vio cómo Tchoaumeni enviaba fuera el suyo. Dybala ya había marcado para Argentina y Paredes hizo más grande la brecha anotando el suyo. Kolo Muani estaba obligado a marcar y lo hizo, pero Montiel no falló para marcar el cuarto y hacer estallar a Argentina de felicidad.

Así es como Messi consiguió el Mundial que el fútbol le había negado y a sus 35 años y tras cinco presencias en el torneo conseguía levantar esa ansiada Copa del Mundo que levantaron Passarella en 1978 y Maradona en 1986. La tercera estrella de la albiceleste la cosió Lionel Messi en Catar 2022 para convertirse en un futbolista de leyenda.

martes, 26 de abril de 2022

Las dos estrellas de Francia, la última bicampeona del mundo

Francia ha sido, hasta el momento, la última selección capaz de ganar la segunda estrella para su camiseta del Gallo. Lo hizo en Rusia, en el Mundial de 2018, después de haberse ganado la primera en el Mundial que se disputó en su propio país en 1998. En ambos casos, la selección francesa apostó por la multiculturalidad, con dos equipos conformados por una gran cantidad de descendientes de inmigrantes procedentes de las antiguas colonias que consiguieron mezclar en dos equipos fantásticos que combinaban fuerza, físico, trabajo táctico y velocidad con una calidad tremenda de tres cuartos de campo hacia adelante.

Era, en realidad, una evolución desde el fútbol de salón practicado por la Francia de principios de los 80, la de Platini y sus compinches, la que más cerca estuvo de levantar una Copa del Mundo, hasta la fortaleza defensiva de los Thuram, Blanc, Deschamps, Lizarazu y compañía rematada por la exquisitez de Zidane, Djorkaeff o Henry.

Pero hasta llegar a ese momento de gloria, el fútbol francés sólo tuvo una gran alegría. La que le dieron Kopa y Fontaine en el Mundial de Suecia de 1958. En tierras escandinavas, aquel equipo maravilló al mundo, pero acabó cayendo ante otro aún mejor: la Brasil de Pelé, Vavá y Garrincha, que asombró al mundo para conseguir su primera corona y que dejó a Francia con la miel en los labios derrotándola por 5 a 2 en semifinales. Los franceses acabaron terceros y a Fontaine le regalaron un fusil por ser el máximo goleador del torneo con la friolera de 13 goles. Nadie ha superado esa cifra en una sola edición de la Copa del Mundo.

La travesía por el desierto de la selección francesa duró hasta principios de los 80, cuando Platini se convirtió en uno de los mejores jugadores del mundo de la época y se rodeó de jugadores fantásticos técnicamente como Tigana, Giresse o Genghini, que conformaron un centro del campo de lujo, lo más parecido a la Brasil de Zico, Sócrates o Tostao en cuanto a su concepción de fútbol espectáculo. Más imprevisibles y con más movilidad los brasileños, más tocadores y sin tanto vértigo los franceses.

Pero en la cima de su apogeo, ninguna de esas dos selecciones pudo levantar la Copa del Mundo en España 82. Los italianos se cruzaron en el camino brasilero, mientras que Alemania, auténtica bestia negra francesa, se encargó de apear a los galos en una semifinal épica disputada en el estadio de Sarriá.

Esa selección francesa perseveró en su estilo y se impuso, por primera vez en su historia, en una Eurocopa. En este caso fue en su propio país, en Francia, en 1984. Los galos ganaron a España por 2 a 0 en la final con Platini en plan estelar durante toda la fase final. No sólo dirigió a su equipo, sino que fue el máximo goleador del torneo con 9 goles en 5 partidos. Unas cifras goleadoras al alcance de muy pocos.

Automáticamente, la candidatura de Francia a levantar la Copa del Mundo de México 86 se hizo más tangible que nunca. Y los galos respondieron a las expectativas con un buen inicio de torneo. Superaron por la mínima a la debutante Canadá (1-0), empataron ante una gran Unión Soviética (1-1) y derrotaron con claridad a Hungría (3-0). Francia pasó como segunda de grupo porque los soviéticos le metieron 6 a Hungría y 2 a Canadá.

Y eso emparejó a Francia con la actual campeona, Italia, en el duelo estelar de los octavos de final. Los franceses ventilaron el compromiso con aparente facilidad y ganaron por dos goles a cero, dando un serio aviso al resto de favoritos.

En los cuartos de final esperaba Brasil en lo que se convertiría en un partidazo. Careca adelantó a la canarinha, pero Platini empató de penalti poco antes del descanso. Las ocasiones se sucedieron en la segunda mitad, pero el marcador ya no se movería. En la prórroga tampoco pudieron desnivelar el marcador y los penaltis, por una vez, sonrieron a Francia, aunque, paradojas de la vida, fallaron Platini y Sócrates, los mejores de cada selección.

El caso es que Francia volvía a citarse con Alemania en las semifinales del torneo. Y, como 4 años antes en España, los galos volvieron a caer. Esta vez no hubo prórroga. Los germanos se adelantaron a los nueve minutos con un disparo de falta directa de Brehme que se escurrió entre los dedos de Joël Bats y se dedicaron a conservar la renta. A un minuto del final, y en una contra de manual con los franceses volcados al ataque, Völler hacía el segundo para volver a dejar a Francia sin premio.

Pero este germen de grandeza lo recogió la generación posterior. Esa que encabezaría Zidane en el Mundial de Francia de 1998, doce años más tarde. La Francia de Aime Jacquet era otra cosa. Tenía una tremenda calidad del centro del campo hacia arriba con Zidane, Pires, Henry, Djorkaeff, Guivarc'h, Dugarry o un jovencísimo Trezeguet, pero de medio campo hacia atrás eran un auténtico muro con jugadores como Deschamps, Karembeu o Petit en el centro del campo y Blanc, Desailly, Thuram o Lizarazu en la línea defensiva. Un equipo rocoso, fuerte, rápido, duro, pero capaz de romper un partido en cualquier momento con la tremenda calidad de sus atacantes.

Esa selección empezó siendo muy criticada por la derecha francesa, que no se sentía representada por unos jugadores a los que no consideraba franceses. Y es que de los 22 futbolistas que representaron a Les Bleus en aquel mundial, únicamente 8 eran de origen exclusivamente francés: Laurent Blanc, Didier Deschamps, Stéphane Guivarc’h, Fabien Barthez, Emmanuel Petit, Frank Leboeuf, Christophe Dugarry y Lionel Charbonnier.

Los otros 14 tenían orígenes muy diversos. Patrick Vieira había nacido en Senegal; Christian Karambeu en Nueva Caledonia, Marcel Desailly en Ghana y Lilian Thuram en Guadalupe. Además, estaba Bernard Lama, de origen guyanés; Youri Djorkaeff, de origen armenio; Zinedine Zidane, de origen argelino; Thierry Henry, de origen antillano; Bernard Diomède, de origen guadalupano y Alain Boghossian, de origen armenio. Completaban la convocatoria David Trezeguet, de origen argentino, Vincent Candela, de origen español, Robert Pirès, de origen portugués y español, y Bixente Lizarazu, de origen vasco.

Pues a la conclusión del torneo, con la victoria de esta magnífica selección en la final ante Brasil (3 a 0), toda Francia se echó a la calle para celebrarlo con banderas tricolores, pero también argelinas o senegalesas. La Francia multicultural estaba en boca de todos. Todos juntos habían ganado por primera vez en su historia una Copa del Mundo venciendo claramente a Brasil en la final por 3 a 0.

La alegría francesa se prolongó dos años más, cuando ese equipo levantó también la Copa de Europa de 2000, disputada en Bélgica y Países Bajos. Pero la caída en la primera ronda del Mundial de Corea y Japón en 2002 con la maldición del campeón haciendo acto de presencia, altercados graves en Francia entre colectivos procedentes de la inmigración y las duras diatribas de la extrema derecha francesa resquebrajaron el espíritu de aquella selección que aún tuvo casi un epílogo glorioso disputando la final del Mundial de Alemania 2006 ante Italia en el día del famoso cabezazo de Zidane y de la fatídica tanda de penaltis que dio el tetracampeonato a la azzurra.

La selección francesa perdió sus referentes y su identidad y un cúmulo de despropósitos provocó el bochorno en el Mundial de Sudáfrica 2010, con el equipo eliminado en primera ronda, Anelka expulsado por insultos graves al seleccionador Domenech, jugadores que se plantaron y se negaron a entrenar durante los dos últimos días del torneo y una comparecencia posterior en la Asamblea Nacional Francesa del presidente de la Federación, el seleccionador y algunos jugadores. Ver para creer.

Pero Francia volvió a levantarse después del bochorno. Y volvió a hacerlo con otra magnífica generación de jugadores y un entrenador que volvió a apostar por la multiculturalidad. No es casualidad que el seleccionador sea Deschamps, que vivió en primera persona los éxitos de la mejor Francia de la historia y ha querido repetir el modelo.

Los Pogba, Mbappe, Kanté, Varane, Umtiti, Lemar, Payet o Lucas Hernández junto a Lloris, Griezmann, Giroud o Pavard son una especie de clon de la selección del 98. En espíritu y en estilo de juego. Y en Rusia se impusieron claramente jugando un fútbol vertiginoso cuando convenía y férreo y duro cuando también convenía.

Se impusieron los galos en su grupo a Australia (2-1) y Perú (1-0) y firmaron unas tablas sin goles ante Dinamarca para quedar primeros y no pasar apuros en los cruces, pero resultó que otros favoritos no habían hecho los deberes y se encontraron con ellos a las primeras de cambio. Así, Francia hubo de exprimirse en octavos para eliminar a Argentina en un partido precioso que acabó 4 a 3. Después derrotó a la correosa Uruguay gracias a una jugada a balón parado y un error garrafal del meta Muslera. Y, ya en semifinales, se enfrentaron a la divertida y espectacular Bélgica de Roberto Martínez en un partido que resultó más aburrido de lo esperado y que resolvió Umtiti con un cabezazo a la salida de un córner en el primer palo. Francia se metía así en la tercera final de su historia.

Y la final fue ante la sorprendente Croacia de Modric, Rakitic y Perisic, que había iba pasando rondas a base de goles en la prórroga, tandas de penalti y mucho sufrimiento. Curiosamente, los dos mejores mundiales croatas fueron los que ganó Francia. En 1998, la Croacia de Suker, Jarni y Vlaovic se metía por primera vez en su historia en semifinales de un Mundial y conseguía un tercer puesto histórico. En 2018, sería la subcampeona del mundo. Ambos mundiales los ganaron los franceses.

El caso es que los croatas fueron valientes e intentaron jugarle a Francia de tú a tú. Mandzukic se metió en propia puerta el primer gol, pero Perisic respondió con un golazo para empatar la final. Después, el propio Perisic cometería un penalti tonto que Griezmann aprovechó para adelantar a los franceses antes del descanso.

A la vuelta de los vestuarios, los franceses pusieron una marcha más ante un equipo muy cansado y Pogba y Mbappé hicieron dos goles espectaculares para sentenciar la final. El portero Lloris le puso emoción fallando un regate ante Mandzukic que permitió al croata recortar distancias y resarcirse del único gol en propia puerta hasta el momento en la historia de las finales de los Mundiales.

El 4 a 2 final coronó a Francia bicampeona del mundo y, al igual que 20 años atrás, los franceses se echaron a la calle para celebrar otro triunfo basado en la riqueza de una sociedad plural que parece que, en el caso francés, sólo se da en mundo del fútbol y de otros deportes, pero no en otros ámbitos de la sociedad. Sea como fuere, en el mundo del fútbol, Francia ha demostrado ya dos veces que la multiculturalidad es el camino. 

Y casi lo vuelve a demostrar en Catar en 2022, donde superó con creces la maldición del campeón para plantarse de nuevo en la final de la Copa del Mundo y caer en los penaltis ante la Argentina de Messi y Scaloni en una de las mejores finales de la historia de los Mundiales. Definitivamente sí parece que la multiculturalidad es el camino... 

miércoles, 20 de abril de 2022

La llegada de Domenech y los antecedentes del motín de Francia en Sudáfrica 2010

Raymond Domenech había sido un jugador aguerrido, un lateral derecho que se caracterizaba más por su pundonor y su potencia física que por su calidad y su clase. Había empezado jugando en el Olympique de Lyon y después pasó por varios conjuntos franceses más como el PSG o el Girondins de Burdeos y fue internacional por Francia en 8 ocasiones. La pasión por el fútbol de Domenech (y sus continuas lesiones) le llevó a prepararse y sacarse el título de entrenador con apenas 28 años, cuando aún era futbolista. De hecho, se guardó el título en la cómoda y siguió jugando hasta que, en 1985, compaginó las funciones de jugador y entrenador en su última temporada en el Mulhose, de la segunda división francesa.

El joven técnico (o el veterano exjugador) acabó subiendo al equipo a la Primera División tras varios intentos frustrados, pero esa misma temporada del ascenso fichó por el Olympique de Lyon, el equipo de su vida, el club en el que había debutado como profesional a los 18 años. El entrenador clasificó al equipo para la Copa de la UEFA y se ganó un buen contrato por parte de la Federación Francesa Fútbol, por la cual fichó en 1993 para hacerse cargo de las categorías inferiores de la selección.

Por las manos de Domenech pasó la flor y nata de las jóvenes promesas francesas. Tuvo a su cargo primero a Zidane, a Lilian Thuram o a Fabian Barthez, quienes años más tarde llevarían a la selección gala a la gloria con su triunfo en el Mundial de Francia. Y después fue el encargado de dirigir el combinado nacional francés en los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, y bajo su batuta se juntaron Patrick Vieira, Claude Makelele, Robert Pires, Sylvain Wiltord o Jerome Bonnissel en tierras americanas. El torneo, que ganó Nigeria demostrando la tremenda irrupción africana en las competiciones internacionales, no fue bien para los galos.

Después del triunfo francés en el Mundial del 98, dirigidos por Aime Jacquet, y en la Eurocopa de 2000, entrenados por Roger Lemerre, llegó el primer descalabro en la selección absoluta, con la eliminación en la primera fase del Mundial 2002 en Corea y Japón. Lemerre abandonó la selección y Jacques Santini asumió el cargo. Mientras, Domenech estuvo muy cerca de tocar la gloria con la sub 21 en el Europeo de 2002. En Suiza, sus chicos se impusieron a la República Checa, a Grecia y a Bélgica en primera ronda, derrotaron en semifinales a los anfitriones suizos por 2 a 0 y cayeron en la final en los penaltis ante una República Checa a la que ya habían derrotado en la primera fase. El portero checo era un tal Petr Cech.

En la Eurocopa de Portugal, en 2004, la Francia de Santini cayó en octavos de final ante Grecia (que acabó ganando el torneo para sorpresa de todos), lo que propició la caída del técnico y la decisión, bastante cuestionada por la prensa y los aficionados, de que Domenech se hiciera cargo de la selección absoluta después de 11 años en las categorías inferiores.

El nuevo seleccionador tenía la difícil misión de renovar a un equipo que había marcado una época y que iba perdiendo poco a poco a los héroes de aquellas dos gestas (Mundial 98 y Eurocopa 2002). El mismo Zidane había renunciado ya a jugar con la selección después de la Eurocopa de Portugal, por ejemplo.

Pero Domenech estaba encantado con su nuevo cargo y tenía ganas de hacer una buena limpieza en un equipo que se había desplomado en apenas cuatro años. Así que, nada más llegar, empezó a labrarse una fama de entrenador duro, incomprendido, un poco excéntrico, propenso a los arrebatos y especialmente polémico en las ruedas de prensa. De Henry, la máxima estrella francesa, ante una mala racha de cara a gol, empezó diciendo: “Quizá Henry tenga algunos problemas en su cabeza: el caso es que las cosas no le están yendo bien”.

Pero Domenech no se conformó con aprovechar la retirada de la selección de los últimos héroes del 98 (Zidane, Makelele o Thuram) para rehacer el equipo, sino que también se cargó al cocinero, a los auxiliares técnicos, a los doctores, a los fisios y hasta al jefe de prensa. Además, también cambió la reglamentación interna de la selección. Había llegado para hacer y deshacer a su antojo, para cambiar el rumbo de una selección que lo ganó todo en dos años y que ahora parecía precipitarse en el vacío.

El caso es que los galos empezaron mal la fase de clasificación para el Mundial de 2006 con tres empates sin goles en casa ante Israel, Irlanda y Suiza, sumados a dos victorias estrictamente prácticas por 0 a 2 en las Islas Feroe y Chipre. El empate a uno ante Israel en Tel Aviv el 30 de marzo de 2005 empezó a desatar los temores de prensa, afición y federación y, en agosto, antes de los choques decisivos que empezaban en septiembre, Zidane y Makelele anunciaron su regreso a la tricolor. 

Hay quien dice que fue el seleccionador quien les pidió que volvieran para empezar a enderezar el rumbo en una fase de clasificación que se estaba poniendo cuesta arriba. Pero también hay quien apunta que fue el mismísimo presidente Chirac quien habló directamente con Zidane. Y aún hay otros, los más, que apuntan a que fueron ellos mismos, los héroes del 98, los que decidieron su vuelta por sí solos para enmendar el lío en el que el seleccionador estaba metiendo a los “bleus”. Y que eso, obviamente, no le hizo ninguna gracia a Domenech.

Francia, con la vuelta de los veteranos, ganó a las Islas Feroe y el primer choque decisivo en Dublín, empató en Suiza y remató su clasificación goleando a la inofensiva Chipre. El Mundial se había asegurado, pero no como quería el místico Domenech, amante del teatro y la astrología, que no hubiera recurrido jamás a los Zidane, Makelele y compañía. De hecho, cuando dio la lista para el Mundial de Alemania, volvió la polémica. En ella no figuraba ni Pires (entonces en el Villarreal) ni Giuly (en aquel momento en el FC Barcelona), ante la sorpresa del entorno mediático futbolero francés, que clamaba al cielo. 

Pires se desmarcó con unas declaraciones en las que afirmaba que el seleccionador no lo convocaba por ser Sagitario, un signo del zodíaco que molestaba especialmente a Domenech, mientras que Giuly, enfadadísimo, secundaba a su compañero afirmando con rotundidad que el técnico no lo llevaba a Alemania por ser Cáncer, otro signo conflictivo del Horóscopo según el criterio astrológico del entrenador. Exactamente, éstas fueron las palabras del extremo del FC Barcelona: “Igual es que un Cáncer no está bien para él. Ya le preguntaré si me tengo que cambiar de nombre, no sé. Después, que tenga cojones y hable conmigo cara a cara para saber el porqué”.

El caso es que Domenech aseguró que no utilizaba la astrología para confeccionar las listas, pero sí hacía cartas astrales de sus jugadores para saber cómo comunicarse mejor con ellos y cómo iban a encajar en el grupo. Más leña al fuego.

De hecho, en el Mundial de Alemania las cosas no empezaron bien para Francia, que empató sin goles ante Suiza y a uno ante Corea del Sur y tuvo que jugarse la clasificación en el partido final de la primera fase ante Togo sin la participación de su estrella Zidane, que había recibido dos amarillas en los dos partidos anteriores. La última se la mostraron a falta de un minuto para acabar el choque ante Corea, ya con empate a uno en el marcador, y Domenech, ni corto ni perezoso, lo cambió. El astro galo ni lo miró cuando pasó por su lado y se quitó la muñequera con rabia lanzándola al suelo. En la rueda de prensa posterior, el entrenador le quitó hierro al asunto, pero tampoco se mordió la lengua. Afirmó que era normal que un jugador se enfadara ante un cambio, pero que él ya estaba pensando en el partido siguiente, en clave Togo, y Zidane no podría estar, por lo que estaba enviando un mensaje a sus jugadores y a sus rivales. Tal cual.

El choque ante Togo, sin Zidane, lo ganó con claridad Francia por 2 a 0 y, ayudada por la victoria de Suiza ante Corea del Sur, se clasificó por detrás de los helvéticos. Esa mala primera fase la castigó a transitar por la parte más dura del cuadro. En octavos de final esperaba la España de Luis Aragonés, que había hecho una muy buena primera fase y a la que todos consideraban favorita. La joven España contra la Francia de la Vieja Guardia. Pero nadie contaba con que, para ese enfrentamiento, los jugadores galos ya habían decidido definitivamente autogestionarse.

Desde la vuelta de los veteranos a la selección, Domenech había tenido que transigir en la titularidad de Barthez (él prefería a Colusso), de Thuram, de Makelele y de Vieira en el centro del campo (él lo prefería en la banda). Ahora le tocaría transigir también con un cambio de sistema que propusieron los jugadores: Ribery entró por Wiltord y reforzó el centro del campo, dejando más libertad arriba a Henry; a su lado, Zidane, y las espaldas cubiertas por Vieira, Makelele y Malouda en un costado. El resultado: 3 a 1 para Francia, España a casa y Zidane casi beatificado después de mover a su equipo y rematar con el tercer tanto que dejaba a los españoles sin posibilidades de remontada.

El partido de cuartos de final ante Brasil fue una exhibición de Zidane que remató Henry para dejar fuera a los actuales campeones y uno de los máximos favoritos del torneo. Una Francia veterana y aparentemente sin recursos estaba en semifinales del Mundial. Allí esperaba la Portugal de Cristiano Ronaldo, que volvió a probar la medicina francesa. Arreón galo, penalti en el 33 de la primera mitad, gol de Zidane y fin del partido, porque esa tricolor parecía Italia, no concedía ocasiones y te mataba en transiciones rápidas comandadas por Zidane o Ribery y culminadas por Henry.

El grupo de Domenech que no parecía someterse a los designios del entrenador se había plantado en la final del Mundial ante Italia. Y allí marcó Zidane un penalti lanzado a lo Panenka. Empató la azzurra con un cabezazo de Materazzi, que se dedicó a perseguir al capitán galo todo el partido. No hubo demasiadas ocasiones en la final, aunque Italia estuvo más cerca de ganar en los noventa minutos reglamentarios, con un tanto anulado incluido. En la prórroga, Francia estuvo mejor, hasta que Zidane le propinó a Materazzi el cabezazo que le acarreó la expulsión y el peor cierre posible a una fantástica carrera. Francia cayó en los penaltis y Zidane, que ya había anunciado su retirada del fútbol después del torneo, cumplió su palabra. Para la historia queda la imagen del capitán francés pasando junto a la Copa del Mundo, alejándose de ella de espaldas, poco a poco, camino de los vestuarios.

Tras la derrota francesa en los penaltis y el tetracampeonato del mundo italiano, la continuidad del seleccionador no estaba en entredicho. Llegar a la final de la Copa del Mundo le sirvió para seguir al mando de la selección, aunque ni pudo ni quiso reprimirse a la hora de comentar la jugada clave de la final. Dijo Domenech: “Para mí fue un fracaso. Nunca he sabido aceptar la derrota”. Y siguió: “Ya podría haber sido yo Materazzi. Juegas la final de un Mundial, metes un gol, provocas la expulsión del mejor futbolista del equipo contrario y marcas tu penalti. Materazzi fue el mejor jugador del partido”. Y a otra cosa…

En su autobiografía, titulada “Tout Seul” y que vio la luz en 2012, el técnico se explaya un poco más sobre el papel de Zidane en ese mundial y reconoce que era el líder incontestable, el motor y el mejor jugador de esa selección, aunque nunca se llevó bien con él. Después, sobre el cabezazo a Materazzi, apostilla: “Fue un capricho que terminó con nuestra relación y confianza”.

La selección siguió su camino con el mismo director de orquesta. Esta vez ya sin dos de sus grandes solistas, Zidane y Barthez, rumbo a la Eurocopa de 2008. También se cayó de las listas un joven David Trezeguet, al que el fallo en el lanzamiento de penalti de la final le pasó factura.

El destino quiso que Italia y Francia compartieran grupo de clasificación (junto a Escocia, Ucrania, Lituania, Georgia y las Islas Feroe) y a punto estuvieron los galos de quedarse fuera. Los dos primeros se clasificaban para el torneo. Francia ganó a Italia en París por 3 a 1 y sacó un empate sin goles de su visita al país transalpino, pero tropezó en Glasgow ante Escocia (1-0) y volvió a caer en casa ante los escoceses (0-1) para complicarse muchísimo la clasificación en la recta final. Curiosamente, fueron los italianos los que echaron un cable a los franceses ganando a Escocia en Glasgow mientras que Francia solventaba su papeleta ante Ucrania con un sufrido empate a dos. Al final, Italia se clasificó primera con 29 puntos y Francia segunda con 26. Los escoceses sumaron 24 puntos y se quedaron fuera de la Eurocopa.

Pero ese destino caprichoso del que hablábamos aún no estaba del todo saciado y se empeñó en volver a reunir a Italia y a Francia en el mismo grupo en la fase final de la Eurocopa de 2008, aunque esta vez acompañados por una imponente Holanda y por Rumanía, que parecía destinada a ser la convidada de piedra del grupo de la muerte. Los galos empezaron con un empate sin goles ante los rumanos, mientras que los Países Bajos goleaban a la campeona del mundo por 3 a 0. Domenech salió con Anelka y Benzema en la punta del ataque, pero los cambió a ambos a doce minutos del final para que entraran Nasri y Gomis. El marcador no se movió igualmente.

El segundo partido ante Holanda era importantísimo para los de Domenech, que saltaron al terreno de juego sabiendo que los italianos habían empatado a uno ante Rumanía, un resultado buenísimo para Francia. El míster decidió empezar con Henry arriba y Ribery escoltándolo en el ataque, con Govou en el centro del campo, sacrificando a Anelka y Benzema. Los galos se encontraron muy pronto con un gol holandés a la salida de un córner y les tocó remar contracorriente. Aún así, Govou y Ribery dispusieron de un par de ocasiones que desbarató Van der Sar antes del descanso y Henry y Malouda tuvieron otras tantas en el inicio de la segunda mitad con el mismo resultado. Pero con la entrada de Robben y Van Persie en el terreno de juego, todo el entramado defensivo francés saltó por los aires. Van Persie hizo el cero a dos en el minuto 59 y Francia parecía reengancharse al encuentro 12 minutos más tarde con un gol de Henry, pero los tulipanes castigaron a los galos con un gol de Robben nada más sacar de centro y aún tendría tiempo Van Nilstelrooy de redondear una goleada un tanto excesiva que mandaba a los de Domenech a jugarse los cuartos ante Italia, como dos años antes en el Mundial de Alemania.

El seleccionador francés se la jugó ante los italianos con la novedad de Abidal de central, pero todo lo que tenía que salir mal, salió peor. A los diez minutos un encontronazo de Ribery con Zambrotta acabó con el francés lesionado. Y un cuarto de hora más tarde, Abidal, el central improvisado por Domenech, trabó por detrás a Luca Toni cuando se disponía a encarar al meta francés. Penalti. Expulsión. Y gol de Pirlo. Con 65 minutos de juego por delante. Y ante Italia, consumada experta en nadar y guardar la ropa. Y así discurrió el encuentro. Con algún susto puntual de los franceses ante una Italia que no pasaba apuros y amenazaba con contras peligrosísimas. Al final, una falta lanzada por Pirlo que rebotó en el pie de Henry significó el segundo para los italianos, que seguían adelante y se cruzarían con España en cuartos de final. La Francia de Domenech se marchaba a casa herida de muerte. Y, esta vez, parecía que el seleccionador también lo estaba.

Y más después de que, en una entrevista para el canal de televisión en el que trabajaba su novia y que tenía los derechos de emisión de los partidos de Francia en la Eurocopa, ante una pregunta sobre su futuro al frente de la selección, respondió: “Sólo tengo un proyecto, casarme con Estelle. Esta es la noche que se lo pido en serio”. Esta excentricidad no sentó demasiado bien a los aficionados franceses y acabó pidiendo disculpas, pero, sorprendentemente, siguió en su cargo después de la eliminación.

Marcel Desailly, integrante de esa selección, comentaba: “Los jugadores están desorientados porque el seleccionador cambia de ideas sin parar. Todo fue mal desde el principio. No jugamos a nuestro nivel”.

Domenech, en cambio, no lo veía así y culpaba del fracaso a los jugadores jóvenes que se habían incorporado al equipo. “Jóvenes de 20 años que cobran más que los veteranos y que les han perdido el respeto a ellos y al fútbol”. El técnico creía que les había llegado la fama, la gloria y el dinero demasiado pronto y no respetaban los códigos. Además, según su criterio, con su actitud infantil y de divos, destrozaban la convivencia.

Esto escribió sobre Samir Nasri, por ejemplo, en su autobiografía de 2012: “Un jugador que solo piensa en su bocaza y que no aporta nada al colectivo sino lo contrario, no tapa los daños del equipo sino que los aumenta”.

También contó en su libro que uno de los veteranos más reputados, Thuram, se negó a jugar el partido definitivo contra Italia en la Eurocopa porque los jóvenes no respetaban los colores de Francia y lo que significaba vestir esa camiseta y se lo argumentó con estas palabras: “Es que son imbéciles, míster, entiéndame, son imbéciles”.

Con toda esa caldera interior, resulta incomprensible que Domenech siguiera ni un instante más al frente del equipo después de 2008, pero lo hizo porque la federación necesitaba mantenerlo en un momento complicado, con elecciones por delante, y con las federaciones territoriales apoyando al entrenador, aunque sólo fuera para no afrontar unos cambios en el status quo del ente federativo que estaban dispuestos a asumir. Así que no lo cesaron. Y Domenech, encantado, siguió afrontando (y posiblemente generando) momentos convulsos hasta el Mundial de Sudáfrica, donde, finalmente, estalló esa tormenta que ya se venía fraguando desde hacía muchísimo tiempo.

En ese camino hacia Sudáfrica, se cayó de la selección Benzema, pese a que había sido de los pocos jugadores salvables en la Eurocopa. Domenech nunca le contó al delantero los motivos de su desaparición inesperada de las convocatorias.

También se fue cayendo de las listas el veterano Patrick Vieira, hasta que lo hizo definitivamente de la más importante, la que le podía permitir jugar su tercer mundial en Sudáfrica. Domenech tampoco consideró oportuno comunicárselo personalmente después de 107 internacionalidades. Vieira se enteró de su ausencia en la convocatoria por la tele. Y, claro, no se lo creía. Dijo: “Esperaba más franqueza por su parte, más contacto. Más clase, más tacto. Algunos entrenadores saben cómo hacerlo, otros no”.

En la fase de clasificación, tras el partido entre Francia y Rumanía, se filtró una conversación entre el seleccionador y algunos integrantes del equipo. Al parecer, Domenech criticó la falta de motivación y de implicación de algunos jugadores y Henry tomó la palabra: “Nosotros (y hablo en nombre del grupo) también tenemos algo que decirle. Nos aburrimos en sus entrenamientos. Hace 12 años que estoy en el equipo de Francia y nunca pasé por esta situación. No sabemos cómo jugar, dónde colocarnos, cómo organizarnos. No sabemos qué hacer. No tenemos ningún estilo, ninguna directriz, ninguna identidad. Esto no funciona”. Al parecer, la respuesta no le gustó demasiado a Domenech, que prefirió alejarse más del grupo.

Aún así, Henry sería importantísimo para la clasificación de Francia para el Mundial de Sudáfrica. De hecho, en su mano, literalmente, estuvo el billete del pase en la polémica y famosa repesca ante Irlanda. Después del cero a uno cosechado por Francia en Dublín (con un gol de rebote), en Saint Denis no parecía que los galos fuesen a tener problemas. Pero un gol de Roy Keane en el 33 de la primera parte mandó la eliminatoria a la prórroga y, a punto de acabar la primera parte del tiempo extra, Henry se llevó el balón con la mano de manera clarísima, casi grosera, para cedérselo a Gallas, que anotó el tanto que clasificaba a Francia para el Mundial.

Todo el mundo vio la mano excepto el árbitro… ¡Y Domenech! Que siempre que le preguntaron dijo que no había querido ver nunca la acción repetida. El mismo Henry dijo que había sido mano y que lo más justo sería repetir el partido. La Federación Irlandesa denunció el choque ante la FIFA e incluso la Federación Francesa estuvo de acuerdo en una repetición que la FIFA negó por ser el resultado de un partido inamovible. Domenech, en su línea de recato y prudencia, no dijo nada de nada. Él no quiso ver la mano repetida nunca.

Pero su propio silencio le permitió escuchar atentamente a Parreira, el entrenador de Sudáfrica, que se quejó amargamente de la clasificación de Francia y cargó duramente contra la FIFA y contra la deportividad de los franceses. Por eso, a la conclusión del choque ante Sudáfrica en el Mundial y después de toda la que se lió alrededor de los “bleus”, Domenech no le dio la mano a Parreira. Porque recordaba sus palabras y no se las perdonaba.

A ese gesto antideportivo se acogió la Federación Francesa para rescindirle el contrato como seleccionador de forma unilateral y sin indemnización, pero Domenech no se achantó y amenazó con acudir a los tribunales y reclamar más de 3 millones de euros si no le pagaban lo que le correspondía de indemnización. Al final cobró 575.000 euros por su despido y 400.000 más en concepto de daños y perjuicios. La prima que le correspondía por la disputa del Mundial la donó Domenech al fútbol amateur para pasar definitivamente página.

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Porque, al final, el tiempo todo lo cura. Y Francia acabó levantándose del lodo en el que su propia federación, su propio seleccionador y sus propios futbolistas la habían metido poco a poco. Ocho años después de una de las mayores vergüenzas protagonizadas por una selección en una Copa del Mundo, Francia volvería a levantar el trofeo. Sería en Rusia en 2018. Ahora sólo nos falta comprobar si realmente han aprendido de sus propios errores.