Dicen las crónicas que más de 20.000 aficionados argentinos intentaron cruzar en todo tipo de embarcaciones el Río de la Plata el 30 de julio de 1930 para presenciar la final del primer Campeonato del Mundo. Querían apoyar a su equipo después de todo lo que habían padecido durante la competición (en los diarios argentinos se podía leer que los seguidores uruguayos no dejaban dormir a los albicelestes por las noches o que iban a silbarles e insultarles en todos los entrenamientos). Todos esos aficionados argentinos que intentaron desplazarse fueron registrados escrupulosamente en la frontera para que no entraran armas al país. Se trataba también de una medida disuasoria que dilataría su llegada y, con suerte, no llegarían a tiempo a la final y se volverían para casa. Parece ser que, aún así, unos 15.000 argentinos estuvieron presentes en el estadio Centenario. Y así, en medio de este ambiente, se presentaba al mundo la primera final de la historia de un Mundial de fútbol.
El estadio Centenario estaba lleno hasta la bandera (la FIFA habla de 90.000 espectadores) y Uruguay salió al campo dispuesta a demostrar por qué era doble campeona olímpica. Cuando Dorado anotó el uno a cero de tiro cruzado, el estadio estalló, después de un inicio arrollador de los charrúas. Pero los argentinos no se acogotaron en ningún momento pese al ambiente en el estadio. El sensacional Peucelle empató el choque a los 20 minutos y eso dio mucha tranquilidad a los visitantes y llenó de nervios a los locales y a su propia hinchada.
Poco a poco, Argentina empezó a dominar el partido, a desactivar a los charrúas y a llegar con peligro a la portería defendida por Ballestreros. Aunque sería en una gran contra cuando dejarían helado a un país entero. El Manco Castro había estrellado el balón en la cruceta argentina casi con violencia, pero el rebote le llegó a Monti, que le metió un pase preciso a Stábile que el capitán uruguayo Nasezzi no logró interceptar (aunque levantó la mano reclamando un fuera de juego que el árbitro no concedió). El ariete argentino, máximo goleador del torneo, fusiló al meta local para marcar el 1 a 2. Corría el minuto 37 y a Uruguay entera se le cortó la respiración.
La primera parte acabó con una trifulca monumental camino de los vestuarios. Las reclamaciones uruguayas en el gol argentino seguían y entre los contendientes saltaban chispas. La batalla del Río de la Plata era una auténtica realidad.
Pero cuando los dos equipos volvieron al terreno de juego en la segunda parte algo había cambiado. El paso por los vestuarios le vino bien a los charrúas y, especialmente, a dos de los jugadores con más personalidad que se hicieron cargo de la situación: el capitán Nassazi y el Negro Andrade, que habían ido uno por uno mirando a los ojos de sus compañeros y recordándoles qué significaba aquel partido para todos ellos.
La intensidad uruguaya y la fuerza desplegada (unidas a los ánimos desde la grada) hizo que los argentinos retrocedieran poco a poco y ya sólo metían miedo con los escasos balones que tocaban Peucelle o Stábile. Pronto, en el minuto doce de la segunda parte, Pedro Cea, el empatador olímpico, volvió a hacerlo (empatar, se entiende) y equilibró las fuerzas anotando el dos a dos. El veterano extremo charrúa, que ya había sido esencial en los oros olímpicos de Amberes y Ámsterdam, culminó una trayectoria espectacular con su quinto tanto en el torneo que sirvió para empezar a ganar la final, porque, a esas alturas del partido, los argentinos casi habían claudicado ante el empuje charrúa.
El Centenario gritaba y animaba a los suyos, mientras los argentinos ya iban claramente perdiendo gas. Y el estadio entero volvió a estallar en el minuto 23 de la segunda mitad, cuando el extremo Santos Iriarte enganchaba un disparo muy potente desde unos treinta metros para batir de nuevo a un sorprendido Botasso y llevar al delirio a todo un país.
Ahora tocaba defender el 3 a 2 con uñas y dientes, pero lo cierto es que los uruguayos no sufrieron en exceso con las embestidas argentinas, replegaron y contragolpearon con peligro y, al final, el Manco Crespo acabó firmando el 4 a 2 definitivo de cabeza tras un centro perfecto de Dorado.
Así fue como la primera Copa del Mundo se quedó en Uruguay, que volvió a demostrar que era la mejor selección del mundo. En seis años podía presumir de haber ganado dos oros olímpicos y el primer mundial de la historia. ¡Casi nada!
Los charrúas cerraron con este partido una época gloriosa y les tocó esperar 20 años para conseguir otra gesta más grande aún en Maracaná, ante la mismísima Brasil. Argentina, en cambio, habría de esperar un poco más, concretamente 48 años, ya que no volvería a jugar otra final de la Copa del Mundo hasta el Mundial de 1978. Allí el resultado sería muy diferente, pero eso ya es otra historia.
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