"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

lunes, 31 de enero de 2022

Del triunfo de los Carasucias al desastre de Suecia 58

El mundial de Suecia de 1958 será siempre recordado por la irrupción de Pelé, el joven de 17 años que hizo a Brasil campeona del mundo por primera vez ocho años después del gran trauma del Maracanazo. Y también por el gran papel de Francia, comandados en ataque por el mítico Just Fontaine, que marcó 13 goles en esa fase final para convertirse en el jugador que más goles ha anotado en una fase final de un Mundial. Pero, además, los argentinos lo recuerdan también como una de las grandes decepciones de su historia como selección. Quizá porque venían de una de sus victorias más sonadas y de las que más orgullosos se sienten.

Y es que la selección albiceleste tenía depositadas grandes esperanzas en aquel Campeonato del Mundo después de su gran victoria en el Sudamericano de Perú en 1957, donde Los Carasucias aplastaron a sus rivales con un juego increíble y unas cifras que asustaban. A esa selección se la llamó así porque la integraron jóvenes casi imberbes que hacían diabluras con la pelota, se divertían, jugaban como los casi niños que eran y, a la vez, competían como hombres hechos y derechos.

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El seleccionador, Guillermo Stabile, máximo goleador de la primera Copa del Mundo celebrada en Uruguay en 1930, decidió llevar a Lima a una legión de jóvenes delanteros que no pasaban de los 22 años, en vez de seguir contando con la línea de ataque de la Máquina de River, ya un poco envejecida. La albiceleste ya había ganado el Sudamericano de 1955, pero en aquel torneo no había participado Brasil, a la que los argentinos no se enfrentaban desde 1946, y, en cambio, sí lo haría en Lima, donde el sistema del torneo era una liguilla todos contra todos a partido único en la capital de Perú. Los cariocas llevaron a jugadores como Garrincha, Didí o Djalma Santos (a Pelé aún no), pero la selección argentina les iba a pasar por encima.

Los de Stabile empezaron jugando con Colombia (8 a 2), le ganaron después 3 a 0 a Ecuador y les metieron 4 más a los peligrosos uruguayos. De hecho, ese partido ante los charrúas era considerado por todos (prensa, aficionados y la selección misma) como el primer gran escollo para optar finalmente al título. Después vino el encuentro contra Chile, a quien los Carasucias vencieron cómodamente por seis goles a dos.

Y, finalmente, el partido que iba a decidir el campeón: Argentina contra Brasil. Para entonces la albiceleste jugaba de memoria, con la delantera formada por Orestes Omar Corbatta, Humberto Maschio, Antonio Angelillo, Enrique Omar Sívori y Osvaldo Cruz, con Néstor, el Pipo, Rossi cubriéndoles las espaldas y generando juego, ayudado por Ángel Schandlein, mientras que cerraban en defensa el Cacho Giménez, Pedro Dellacha y Federico Vairo con Rogelio Domínguez bajo palos. Los argentinos fueron muy superiores a los brasileños y ganaron 3 a 0.

En el extremo derecho se situaba el Loco Corbatta, que era muy hábil, muy rápido y muy intuitivo. Humberto Maschio y el zurdo el ‘Cabezón’ Sívori jugaban por el centro, un poco más retrasados para organizar el juego y llegar desde atrás. El delantero centro era Antonio Valentín ‘Angelillo’ y el extremo izquierdo Osvaldo Cruz.

Los “Carasucias” metieron 25 goles en los 6 partidos del torneo (Maschio fue el máximo artillero con 9 tantos y Angelillo hizo 8 goles más) y solo perdieron el último choque ante Perú, que era ya intrascendente y jugaron con los reservas. Jugaron al ataque insistentemente, con el balón en el suelo, pases cortos y abusando de la gambeta. Pero… ¿qué pasó para que apenas 14 meses más tarde Brasil levantara la Copa del Mundo por primera vez mientras que Argentina se iba a casa por la puerta de atrás?

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De entrada, tres de los integrantes de la magnífica delantera de los “Carasucias” emigraron a Italia justo después del Sudamericano: Síbori a la Juventus de Turín, Maschio al Bolonia y Angelillo al Inter de Milán y eso hizo que ninguno de los tres fuera convocado para el mundial de Suecia que se celebró el verano siguiente.

Que se fueran y no los convocaran para el Mundial puede parecer ahora un absurdo, pero entonces en Argentina el fútbol y la vida se entendían de otra manera. Venía el país de una época fructífera a nivel económico y social y creían que podían ganar claramente el campeonato con una manera de entender el fútbol que llamaban “La Nuestra” basada en el dribbling, la gambeta, el balón al piso, el pase corto y al pie que sólo se aprende en los potreros y allí, en los potreros, había un semillero fecundo de jugadores. Vamos, que no necesitaban de aquellos que habían decidido salir del país en busca de otra cosa, a hacer otra cosa y a practicar otro fútbol distinto al que ellos consideraban el mejor y el más auténtico.

En definitiva, tanto los dirigentes como los aficionados argentinos estaban convencidos de que su selección ganaría, por fin, su primera Copa del Mundo y no les importaba en exceso que los tres mejores de los integrantes de los Carasucias no disputaran el mundial de Suecia. Dicen las crónicas que el interventor de la AFA, Raúl H. Colombo, dijo tranquilamente que no los pidieron a Italia “porque en nuestro país tenemos jugadores de sobra”, pero después de la debacle se habló de que al tener contratos con sus clubes europeos, no habían firmado cláusula alguna que les permitiera jugar con su selección sin tener problemas con los equipos que les pagaban. La verdad es que los tres protagonistas siempre dijeron que nadie les llamó, que si les hubieran llamado, hubieran disputado el Mundial sin problemas.

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El caso es que volvían los argentinos a un Mundial 24 años después (ya que no disputaron ni el de 1938, ni el 1950, ni el del 1954). Y regresaban con la vitola de favoritos y la sensación de que iban a plasmar lo que se venía diciendo en el país desde hacía tiempo, que eran los mejores en esto del fútbol y lo querían demostrar.

Pero Argentina, recordemos que no disputaba un Mundial (por decisión propia) desde el 1934, quizá no evaluó bien dónde se estaba metiendo. La selección que aterrizó en Suecia después de un largo viaje de 40 horas no sabía que estaba muy lejos de la mayoría de las mejores selecciones participantes en el torneo a nivel táctico, estratégico y físico. La realidad no tardaría en mostrárselo.

Además, y aunque los técnicos y los aficionados miraran hacia otro lado, la suerte no acababa de acompañar. Por ejemplo, apenas unas semanas antes del Mundial, Roberto Zárate se rompió una pierna y Stabile convocó rápidamente a Ángel Labruna, ídolo de River. Labruna estaba ya de vacaciones, fuera de ritmo y de forma y con 39 años cumplidos.

Aun así, la expedición y los que la rodeaban seguían considerando que el grupo de equipos europeos que les había tocado en el sorteo de la primera fase era asequible: Alemania Federal, la actual campeona del mundo, Irlanda del Norte y Checoslovaquia.

Curiosamente, en el debut ante los alemanes, los argentinos no vestirían la albiceleste, sino la camiseta amarilla del Malmö FC, ya que el partido iba a televisarse en directo (fue el primer Mundial televisado) y las camisetas se veían parecidas en los receptores. Así pues, se sorteó quién debía cambiar de camiseta y perdió Argentina.

Con todo, los 'amarillos' empezaron marcando a los 2 minutos por medio de Corbatta, pero los alemanes pronto subieron el ritmo, presionaron con más fuerza y empezaron a superar físicamente al campeón sudamericano. Rahn, uno de los héroes de la final de Berna en 1954, marcó dos tantos y Uwe Seeler anotó otro más para sellar la victoria alemana.

La decepción fue grande y el choque con la realidad también, pero todo pareció arreglarse con el triunfo en el segundo partido del grupo ante Irlanda del Norte. Los argentinos vencieron con comodidad por 3 goles a 1 y eso permitió que todos pensaran que la derrota ante Alemania había sido un accidente y nada más. Los argentinos se jugarían el pase a la siguiente ronda ante Checoslovaquia, una selección a la que prácticamente ningún argentino conocía, pero que tardarían mucho tiempo en olvidar.

Unos 16.000 espectadores fueron testigos directos de la paliza que los checoslovacos le propinaron a Argentina el 15 de junio en Helsingborg. El 6 a 1 final ilustra claramente la debacle, pero, según los propios protagonistas, pudo ser muchísimo peor. Los europeos desarbolaron a los sudamericanos y tuvieron ocasiones para hacer algún gol más.

Rebuscando en las hemerotecas digitales de diarios argentinos, como el Gráfico, encontramos algunas declaraciones de los protagonistas. El portero de la albiceleste, Amadeo Carrizo, declaró: "Si ellos hubieran puesto más ganas, nos hacía 8 o 9". Y remató la autocrítica con una frase que lo explica todo o casi todo: "Hay que decir las cosas como fueron: no sabíamos quiénes eran ni cómo jugaban. Si lo hubiésemos sabido, tal vez perdíamos igual, pero seis no nos hacían".

El capitán, Pedro Dellacha, también ahondaba en las causas del desastre: "Nosotros estábamos acostumbrados a jugar solamente los domingos y a entrenar martes y jueves. Esa fue la gran causa de nuestro fracaso. Pagamos el precio de creer que, con lo que teníamos, nos alcanzaba para bailar a los europeos. El fútbol internacional no era tan difundido en la Argentina y eso determinó que no comprendiéramos la importancia de un Mundial".

El veterano delantero Ángel Labruna también coincidió con su capitán: "Fuimos con los ojos vendados, a ciegas. No estábamos preparados ni física ni técnicamente para afrontar tres partidos en una semana".

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Y mientras Argentina volvía para casa, la Brasil que había caído claramente ante los "Carasucias" en el Sudamericano del 57 avanzaba segura en el torneo amparada den las genialidades de Didí, Vavá, Zagallo, Garrincha y el joven debutante Pelé. Una Brasil que ganó su primer torneo superando a Francia por 5 a 2 en semifinales y repitiendo marcador ante los anfitriones suecos en la final.

Los jugadores albicelestes que partieron hacia Suecia como héroes volvieron entre insultos. De hecho, a su llegada al aeropuerto de Ezeiza les recibieron con una tremenda lluvia de monedas que los agentes no supieron (pudieron o quisieron) parar. Además, algunos de los integrantes de esa selección fueron silbados en cada estadio que pisaron durante mucho tiempo. 

Fue la primera vez en Argentina que el fútbol se convirtió en un drama a nivel nacional (Brasil, que ya había tenido el suyo en 1950, se proclamó campeón del mundo por primera vez en Suecia) y desde ese momento la albiceleste hubo de buscar nuevos caminos que le costaron mucho esfuerzo encontrar y, después, recorrer.

viernes, 28 de enero de 2022

El nacimiento de O Rei Pelé

Hace ya 65 años, un jugador de apenas 17 debutó en la fase final de la Copa del Mundo. Fue el 15 de junio de 1958 en Gotemburgo (Suecia). Allí cerraban el grupo tercero de la primera fase del Mundial 58 brasileños y rusos. La canarinha había ganado con claridad a Austria (3 a 0), pero había empatado sin goles ante Inglaterra, por lo que se jugaban su clasificación para los cuartos de final contra los rusos.

El seleccionador brasileño era Feola, un tipo curtido en mil batallas que había confiado la suerte de su selección a los veteranos Didí o Nilton Santos, pero precisamente éstos fueron los que más insistentemente demandaron la presencia en el once de dos jugadores jovencísimos que despuntaban casi por encima de ellos. A uno le llamaban Garrincha y al otro, al de los 17 años, Pelé. Ambos debutaron en aquel choque. Y de ambos decía el psicólogo de la selección que quizá no estarían preparados para soportar la presión. De haber sido por este personaje nunca hubiéramos asistido a las proezas de estos dos mitos. O el señor consiguió el título en una timba o no quería arriesgar su puesto en la selección apostando por los jóvenes.

Sea como fuere, Suecia 58 fue el nacimiento mediático de Edson Arantes Do Nascimento, Pelé, más tarde O Rei.

En ese encuentro final de la primera fase Pelé no anotó ningún gol (de hecho marró unas cuantas ocasiones) y fue Vavá quien certificó los dos goles que noquearon a los rusos para meter a Brasil en cuartos de final. Pero, a partir de ese instante, ni Pelé ni Garrincha volvieron a salir del once en lo que quedaba de competición. Y ninguno de los dos desaprovechó su oportunidad, aunque Pelé estuvo simplemente soberbio.

El siguiente partido, el 19 de junio en cuartos de final del campeonato, Edson Arantes Do Nascimiento desatascó un choque muy trabado ante Gales e hizo su primer tanto en un mundial para meter a la canarinha en semifinales. ¡Casi nada! Jugó en ataque con Altafini, mientras que Vavá permaneció en el banquillo reservándose para las semifinales y aplaudiendo a la nueva estrella en ciernes.

Las semifinales midieron a los dos equipos más atrevidos y espectaculares del torneo: la Brasil del toque y la samba y la Francia de Kopa y el matador Fontaine. No hubo color: Vavá marcó primero, empató Fontaine y Didí volvió a marcar para los brasileños. Después del descanso, Pelé marcó tres goles y finiquitó un partido que acabó maquillando Piantoni para los franceses. Cinco a dos con tres tantos del chaval y a la finalísima con Suecia.

Y Pelé tampoco faltó el día más importante para la hinchada brasileña a su cita con el gol... y con la historia. Que si tenía 17 años, que si Brasil jugaba contra el anfitrión, que si nadie había ganado un mundial fuera de su continente, que si la presión, que si el recuerdo aún latente del Maracanazo… todo eso y más desmontó Pelé el 29 de junio de 1958. Se adelantó Suecia con un gol de Liedhom, pero sólo fue un espejismo, una ilusión desvanecida. Vavá marcó dos tantos para llegar al descanso con ventaja y, a la vuelta, Pelé sentenció. Zagallo se sumó a la fiesta haciendo el 4 a 1, Simonsson recortó para los suecos y Edson Arantes Do Nascimento volvió a marcar para rematar la final y el partido (5 a 2).

Mientras las lágrimas corrían por las mejillas del chaval, todo Brasil salió a la calle a festejar, a bailar, a brindar por sus héroes. Pelé estaba maravillado, asombrado, fascinado con algo que había soñado tantas y tantas veces y que en el instante en que llegaba no se lo podía ni creer. El joven que llegó a Suecia y se quedó boquiabierto al descubrir que allí los únicos negros que había jugaban con Brasil y las suecas se los comían con los ojos y con algo más (tanto él como Garrincha dejaron descendencia a su paso por el mundial) regresaba a su barrio de siempre con la primera Copa del Mundo para su país.

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Pero Pelé, al menos en ese momento, no se creyó más que nadie ni mejor que los demás. De hecho, tras conquistar la Copa del Mundo, regresó a su casa en Bauru, donde había unos niños jugando al fútbol en el mismo descampado que había sido su primer terreno de juego. El astro pidió permiso a los niños, se calzó unos pantalones y unas zapatillas y se puso a jugar con ellos. Así era esa nueva estrella a la que los veteranos del Santos (el equipo en el que debutó con apenas 15 años) tampoco le permitieron endiosarse de buenas a primeras: —Eh, Pelé, tráenos café y cigarrillos, le decían.

Y tampoco el Estado se lo permitió, ya que no le eximió del servicio militar y se pasó dos años jugando en el equipo militar, en el Santos y en la selección brasileña.

Eso sí, siempre hizo lo que le gustaba: driblar, regatear, marcharse de sus rivales casi con electricidad, con fuerza, con calidad, hacer jugar mejor a sus compañeros y, por encima de todo, marcar goles, goles y más goles. Y es que el astro brasileño paró la cifra de goles en 1.279 en el momento de su retirada en el año 1977 en el Cosmos de Nueva York, donde se marchó en 1974 para cerrar su carrera tras disputar 1.363 partidos.

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De todos modos, el gran cierre a su carrera, el broche de oro a una trayectoria impresionante, lo había puesto 7 años antes, en el Mundial de 1970 disputado en México. Allí Pelé jugó y ganó con su selección el tercer mundial de su historia para quedarse la Copa Jules Rimet en propiedad y entrar directamente en el Olimpo de los Dioses del Fútbol. Antes O Rei había ganado el mencionado de Suecia y el de Chile 62, aunque allí el protagonismo fue para un Garrincha descomunal porque a él lo habían lesionado en la primera fase.

En el Mundial de México, Brasil juntó una selección impresionante con Carlos Alberto, Jairzinho, Tostao, Everaldo, Gerson o Rivelino. Y en esa selección parecía que Pelé no iba a tener cabida. Antes del Mundial se especuló con que estaba lento, que estaba mayor, que sus mejores años habían pasado, pero Pelé se puso en forma, corrió, luchó, se esforzó y, sobre todo, pulió sus virtudes para tapar sus posibles defectos generados por su menor velocidad.

Pero la verdad es que no estamos en condiciones de saber si Pelé hubiera sido finalmente convocado si Havelange, entonces presidente de la Federación Brasileña de Fútbol, no hubiera destituido al controvertido seleccionador Joao Saldanha y colocado en su lugar a Mario Zagallo (compañero de Pelé en el Mundial de Suecia). Saldanha fue realmente el que juntó tanto talento en la selección, pero las relaciones con Pelé no era buenas. De hecho, antes del campeonato había llegado a decir que O Rei era miope. Y quizá lo fuera, pero eso no le impidió ver con el rabillo del ojo a Carlos Alberto en el gol que cerró la goleada ante Italia en la final. De todas formas, la historia de Saldanha merece, desde luego, un post para él solo porque es impresionante y es de justicia conocer a un personaje realmente increíble.

El caso es que de Pelé en ese Mundial se recuerda incluso todo lo que no fue capaz de hacer. Nos bastó el intento y la plasticidad de esas jugadas que quedaron sin culminar en la realidad y las acabaron culminando nuestras retinas: el tremendo cabezazo al suelo que el portero inglés Gordon Banks desvió para convertirlo en la jugada típica de los mejores resúmenes de paradas de todos los tiempos; el disparo desde el centro del campo en el partido ante Checoslovaquia que no entró por los pelos y que todo el mundo conoce como el gol de Pelé (que no fue); y el amago con el cuerpo al meta uruguayo Mazurkiewicz, con Pelé dejando pasar el balón por un lado, sin tocarlo, yendo a buscarlo tras rodear al portero, que se había ido a por él, y rematando cruzado, mandando el balón lamiendo el poste y con un defensa uruguayo resbalando por los suelos para despejar un balón imposible que tampoco entró.

Lo que sí hizo, y también se nos quedó grabado, fue guiar a su selección hacia el triunfo, abrir la lata con un soberbio testarazo en la final contra Italia y cerrarla con la asistencia a su capitán Carlos Alberto, el propietario entonces de un brazalete que Pelé no llevó nunca, como tampoco tiraba los penaltis. No le hacía falta: Pelé era Pelé, nada más y nada menos.

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Después del título del 70, Pelé siguió jugando en el Santos, con el que consiguió su 11ª Campeonato Brasileño para cerrar su palmarés en su país (al que hay que sumarle 6 Copas de Brasil, 2 Libertadores y 2 Intercontinentales). Y al Mundial de Alemania en el 74 ya no fue. De hecho, le hicieron un homenaje en el partido inaugural, aunque no estaba retirado todavía. Cerró su carrera en el Cosmos de Nueva York, donde ganó su única Major League. Allí colgó las botas en 1977, con 37 años y 1279 goles en sus alforjas, 77 de ellos convertidos con la canarinha.

Por cierto, desde que Pelé se retiró de la seleçao tras el Mundial del 70 hasta que Brasil consiguió su cuarta Copa del Mundo pasaron la friolera de 24 años. Cinco mundiales seguidos sin poder ni siquiera disputar una final se hicieron muy largos para los aficionados de uno de los países más futboleros del mundo.

jueves, 27 de enero de 2022

El mal fario de Holanda (3). Sudáfrica 2010

El 11 de julio de 2010 en Johannesburgo la selección holandesa volvía a plantarse en una final del Mundial 32 años y 8 campeonatos después. Enfrente estaba la campeona de Europa, España, que afrontaba por primera vez en su historia la final de una Copa del Mundo. Ciento veinte minutos después los holandeses volvían a llorar de tristeza mientras España entera salía a la calle con lágrimas de alegría. Los tulipanes perdían su tercera final de un mundial en el minuto 116 de partido, después de haber tenido en los pies de Robben una ocasión de oro para marcar y levantar el ansiado trofeo. Pero la historia la escribió el pie de Casillas y el de Andrés Iniesta y dejó nuevamente a Holanda con la miel en los labios 32 años después.

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Tras la derrota en la final del Mundial de 1978, a Holanda le costó prácticamente una década contar con una generación de futbolistas cuyo talento se aproximara al de la mítica Naranja Mecánica. De hecho, no se clasificaron para los Mundiales de España’82 ni de México’86, así como tampoco para la Eurocopa de Francia en 1984. Pero en 1988 todo cambió. Con Rijkaard, Van Basten, Gullit, los hermanos Koeman o el meta Van Breukelen y bajo la batuta del mismo Rinus Michels que dirigió el Mundial 74, los tulipanes reverdecieron sus laureles y ganaron un título que la Naranja Mecánica Original nunca pudo ganar: la Eurocopa de 1988.

Pero en la Copa del Mundo, esa generación no pudo acercarse al hito de los Neeskens, Cruyff y compañía luchando por el trofeo. De hecho, en el Mundial de Italia 90, siendo campeona de Europa, hizo las maletas en octavos de final al cruzarse en su camino Alemania, que acabaría alzando la Copa. Para el Mundial del 94 se añadió Bergkamp al elenco de estrellas, pero la selección orange cayó en cuartos de final, de nuevo ante la futura campeona, Brasil

En Francia 98 una generación nueva, pero igualmente talentosa, había sustituido completamente a los Koeman, Gullit, Van Basten y compañía. Eran el mencionado Bergkamp en plenitud, Seedorf, Davis, Kluivert, Cocu o los De Boer. Y en Francia estuvieron a un paso de meterse en la final del Mundial, pero en semifinales los volvió a apear Brasil en una cruel tanda de penaltis.

Cuatro años más tarde, después del fiasco de la Eurocopa de 2000 disputada en Bélgica y Holanda (volvieron a llegar a semifinales y volvieron a caer en la tanda de penaltis, esta vez ante Italia), Van Gaal fue el escogido para dirigir la selección, pero no pudo clasificarla para el Mundial de Corea. Fue destituido y Dick Advocaat se hizo cargo del equipo hasta la Eurocopa de 2004, donde volvieron a llegar a semifinales y donde volvieron a caer, esta vez ante Portugal.

Entonces fue Marco Van Basten quien tomó el relevo y clasificó a la selección para el Mundial de Alemania en 2006 donde los lusos se cruzaron de nuevo en su camino en octavos de final y los volvieron a eliminar en uno de los partidos más sucios y lamentables de una Copa del Mundo con 4 expulsados y 16 tarjetas amarillas en la denominada Batalla de Núremberg. Jugadores del talento de Robben, Van Persie, Cocu, Sneijder, Deco, Cristiano Ronaldo o Figo dándose patadas y olvidándose de jugar al fútbol es una de las peores imágenes que se recuerdan de ambas selecciones.

Pese a la mala imagen del equipo en el Mundial, van Basten siguió al frente de la selección y se clasificó para la Eurocopa de 2008, celebrada en Austria y Suiza. Los de los Países Bajos hicieron una primera fase espectacular, con un pleno de victorias en un grupo complicadísimo ante Italia, Francia y Rumanía. Pero en el cruce de cuartos de final, una sorprendente Rusia fue mucho mejor que los holandeses y los mandó para casa con un contundente 3 a 1.

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Tras la Eurocopa de 2008, Bert Van Marwij se convirtió en el nuevo seleccionador y clasificó al equipo para el Mundial de Sudáfrica. La selección de Van Marwij no era, ni de lejos, la más talentosa que había tenido Holanda en su historia, pero contaba con jugadores como Van Persie, Robben, Sneijder o Dirk Kuyt con capacidad para hacer daño a las defensas rivales. Y detrás montó un bloque serio y compacto con jugadores como Van Bommel, Nigel de Jong, Van Bronkhorst, Mathijsen o Heitinga para ayudar al meta Stekelenburg. Atrás quedaban los tiempos de Van Basten, Gullit, Rijkaard, Koeman, Bergkamp, Van Nistelrooy, Overmars, los hermanos De Boer, Seedorf, Davis o Patrick Kluivert.

En el Mundial, los de Van Marwij no estaban entre las quinielas de favoritos, pero, sin hacer ruido y con bastante solvencia, fueron avanzando en el campeonato. Ganaron a Dinamarca, Japón y Camerún en la primera fase y se clasificaron como primeros de grupos con 5 goles a favor y sólo 1 en contra.

En octavos de final sufrieron un poco más de lo previsto para eliminar a Eslovaquia, pero los goles de Robben y Sneijder, que estaban haciendo un magnífico campeonato, solventaron un compromiso al que los eslovacos le dieron emoción con un gol en el descuento.

En cuartos de final esperaba Brasil, que había ventilado su cruce de octavos ante la Chile de Marcelo Bielsa en un santiamén (3 a 0). Los brasileños salieron con Robinho y Luis Fabiano en ataque y con Kaká en la sala de máquinas y a los diez minutos se pusieron por delante, pero no contaban con la reacción neerlandesa tras el descanso. Los de Van Marwij salieron convencidos de sus posibilidades de victoria, presionaron un poco más arriba, fueron más agresivos y los brasileños no supieron frenarles. Los dos goles de Sneijder dieron la vuelta al partido y mandaron a los cariocas para casa. De repente, Holanda había puesto sobre la mesa su candidatura al título.

Uruguay esperaba en semifinales después de haber sufrido muchísimo ante Ghana. La primera parte acabó con empate a uno y las espadas en todo lo alto, pero mediada la segunda parte, en apenas 3 minutos, los holandeses parecían sentenciar la semifinal con dos goles de Sneijder i Robben. Los charrúas lucharon hasta el final y redujeron distancias en el descuento con un gol de Maxi Pereira y casi, casi empatan en un arreón final pleno de orgullo.

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El 11 de julio de 2010, en Johannesburgo, Holanda y España buscaban su primera estrella. Y, sorprendentemente, los neerlandeses renunciaron a jugar y se dedicaron a romper la concentración de los españoles a base de juego subterráneo que los colegiados no supieron parar. Los campeones de Europa empezaron mejor y tuvieron varias ocasiones, pero el juego holandés descentró a los estilistas españoles y poco a poco fueron perdiendo el dominio y el peso en el partido.

Holanda se volvió muy peligrosa en la segunda parte y las contras empezaron a ser letales. Robben tuvo el triunfo en sus botas, pero el pie de Casillas le impidió tocar la gloria y el choque se marchó a la prórroga. Y ahí, en el tiempo extra, como en 1978 en Argentina, los holandeses perdieron otra final. Su juego al límite produjo la expulsión de Heitinga a falta de 10 minutos y, para entonces, los de Van Marwij ya esperaban desesperadamente la tanda de penaltis mientras España intentaba apurar sus últimas opciones.

Al final, en el minuto 116, apareció Andrés Iniesta para dar a España su primera Copa del Mundo y dejar a Holanda con la miel en los labios por tercera vez.

El mal fario de Holanda (2). Argentina 1978

Al Mundial de Argentina de 1978 la selección holandesa se presentó después de liderar con solvencia su grupo de clasificación europeo, donde ganó 5 partidos y empató solo uno (2 a 2 ante Irlanda del Norte). El subcampeón volvía a estar entre la terna de favoritos al título, pero perdió esa vitola en cuanto Johan Cruyff anunció que no iría a Argentina con su selección.

Mucho se ha escrito sobre la negativa de Cruyff a disputar el Mundial, pero las razones reales nadie las sabe a ciencia cierta. Se dijo que no quiso acudir a la cita en un país dictatorial donde mandaban los militares, con torturas y desapariciones a la orden del día y donde no se respetaban los derechos humanos. Se dijo que después del Mundial 74 ya dejó caer que no volvería a disputar otro mundial por la cerrazón de las concentraciones. Se apuntó que tenía un conflicto con la marca que le vestía y que no coincidía con la de la selección holandesa. Se elucubró con la posibilidad de que su decisión de no viajar a Argentina la condicionara su esposa, convenciéndole de no disputar el torneo. Se arguyó también que Cruyff había sufrido un intento de secuestro en Barcelona y temía por su seguridad en el mundial. Y la última de las especulaciones hablaba de la fatiga de Cruyff, que ya había enganchado muchos años a pleno rendimiento, que tenía 31 años y quería descansar para seguir compitiendo a primer nivel y con el físico intacto.

El caso es que la baja de Cruyff era tan sensible que prácticamente nadie incluyó a los holandeses, pese a ser subcampeones del mundo, entre los candidatos firmes a levantar la Copa del Mundo. Ese papel correspondía a Alemania Federal, actual campeona del mundo y subcampeona de Europa, a Argentina, que como anfitriona había armado un gran equipo con la firma de su técnico Menotti, y a Brasil, que era una incógnita después de una fase de clasificación solvente en la que no participó Argentina por ser la anfitriona, pero que contaba en sus filas con un Rivelino de 32 años y con los jóvenes emergentes Zico o Dirceu.

La fase final tenía el mismo sistema que cuatro años antes en Alemania, es decir, cuatro grupos de cuatro equipos de los cuales se clasificaban los dos primeros. Los ocho equipos que seguían vivos en el torneo se distribuían en dos grupos (A y B) y el campeón de cada uno de ellos disputaría la final en el Monumental de River el 25 de junio. Sorprendentemente, allí estaría Holanda y enfrente, como 4 años antes, tendría al anfitrión. Y como 4 años antes, volvería a quedarse con la miel en los labios.

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Holanda compartió grupo en la primera fase con Perú, Escocia e Irán y los tulipanes empezaron bien con una clara victoria por 3 a 0 ante los asiáticos, pero sólo pudieron empatar ante la sorprendente Perú y acabaron siendo derrotados por 3 a 2 por los escoceses, lo cual les relegó al segundo puesto por detrás de los incas.

A Argentina tampoco le fue especialmente bien en la primera fase. Debutó en su campeonato sufriendo mucho para derrotar a Hungría por dos a uno y volvió a padecer de nuevo ante Francia en la segunda jornada, aunque ganó por idéntico resultado. El partido que cerraba el grupo medía a argentinos e italianos y los transalpinos vencieron por 1 a 0 relegando a la albiceleste al segundo puesto y mandando al equipo de Menotti a disputar la segunda fase en Rosario, lejos de Buenos Aires.

En esa segunda fase los holandeses se entonaron y no tuvieron rival. Derrotaron a Austria con un rotundo 5 a 1, empataron con Alemania a dos en la reedición de la final del Mundial anterior y remontaron un gol en contra ante Italia para acabar ganando 2 a 1 y clasificándose para la gran final.

Mientras, Argentina se reencontró a sí misma en Rosario y, sobre todo, encontró a Mario Alberto Kempes. A los 16 minutos, el Matador había inaugurado su cuenta goleadora en el Mundial y había puesto por delante a la albiceleste, pero los polacos se vinieron arriba y en una falta lateral Fillol se tragó el centro y Lato remató de cabeza a portería. Kempes se estiró como si fuera el guardameta y sacó el balón con la mano. El penalti lo lanzó Deyna muy flojito y Fillol lo detuvo. Después Kempes anotó el segundo tanto para cerrar el partido. Mientras, Brasil le ganó 3 a 0 a Perú y ambos equipos, brasileños y argentinos, empataron sin goles. 

La última jornada se disputaba el Polonia-Brasil y el Perú-Argentina, pero no se jugaban los partidos a la misma hora, por lo que los argentinos salieron a jugar ante Perú sabiendo que debían ganar por 4 goles, ya que los brasileños habían ganado por 3 a 1 a Polonia. El resto, ya es historia, Argentina ganó 6 a 0 con doblete de Kempes y Luque, un tanto de Tarantini y otro de Houseman, en un choque bajo sospecha desde el mismo instante en que la pelota empezó a rodar y hasta hoy.

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El 25 de junio de 1978 una lluvia de papelitos inundó el césped del Monumental de River a la salida de los jugadores argentinos y una ovación atronadora encendió la mecha de la gran final. A unos cien metros de allí, en un centro de detención, se practicaba la tortura.

A los 22 minutos de juego, Kempes batió al meta holandés y puso en ventaja a la albiceleste en la final. El Monumental se vino abajo, pero los argentinos no cerraron el partido, los holandeses no le perdieron nunca la cara a la final y siguieron compitiendo con fe en sus posibilidades. El premio a su constancia llegó a falta de pocos minutos para el final con un cabezazo de Nanninga que mandaba el choque a la prórroga. ¡Y gracias! Porque en la última jugada del tiempo reglamentario, Holanda mandó el balón al poste mientras todo el estadio de River contenía la respiración.

Pero en el tiempo extra, el equipo de Menotti, espoleado por su público y mucho más entero físicamente, acabó por doblegar la resistencia de los tulipanes con goles de Kempes y Luque para darle la primera Copa del Mundo a Argentina ante su gente. Holanda, nuevamente, se había quedado rozando la copa con la yema de los dedos. Por segunda vez consecutiva y las dos ante el anfitrión. Pero, como todo el mundo sabe, no hay dos sin tres.

El mal fario de Holanda (1). Alemania 1974

Cuando el 7 de julio de 1974 a las cuatro de la tarde el balón empezó a rodar en el Olímpico de Múnich, había un equipo claramente favorito a alzarse con la Copa del Mundo por primera vez en su historia: Holanda, la Naranja Mecánica capitaneada por Johan Cruyff. Y lo fue aún más, si cabe, cuando un minuto y medio después los holandeses habían dado 17 pases sin que un solo alemán tocara la pelota y un Hoeness derribara al espigado capitán holandés dentro del área. Neeskens transformó el clarísimo penalti y a los dos minutos los tulipanes ya encarrilaban la final.

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Veinticinco días antes, el 13 de junio de 1974, Brasil y Yugoslavia daban el pistoletazo de salida al Mundial de Alemania en un partido en el que Pelé hizo el saque de honor y después pasó muy poca cosa más, dejando la sensación de que los brasileños, actuales campeones, no estaban para repetir título. El cero a cero que al final reflejaba el luminoso lo decía todo.

Al día siguiente, el 14 de junio, debutaron los anfitriones y, en ese momento, claros favoritos al título. La selección de Alemania Federal estaba formada por una base de jugadores del Bayern de Múnich, que acababan de proclamarse campeones de la Bundesliga y de ganar la primera Copa de Europa de su historia (después vendrían dos más de forma consecutiva). Con uno de los mejores porteros del mundo, Stepp Maier, uno de los mejores líberos del mundo, Franz Beckenbauer, y uno de los delanteros más eficaces del mundo, el Torpedo Müller, los alemanes eran el enemigo a batir. Pero su debut no estuvo a la altura de lo esperado. Ganaron su partido ante Chile, pero por la mínima y sufriendo, y no dejaron buenas sensaciones.

Justo al contrario que la Holanda de Johan Cruyff, Rep, Neeskens o Rensenbrick, que debutaron el día 15 y derrotaron con solvencia a Uruguay con dos goles de Rep y jugaron un fútbol eléctrico, vertiginoso y de constante movimiento imparable para sus rivales. De hecho, en esta primera fase, los holandeses empataron a cero ante Suecia y ganaron por 4 a 1 a Bulgaria para cerrar su pase a una segunda fase de grupos de la que saldría uno de los finalistas.

Mientras, los alemanes ganaron claramente a la débil Australia en su segundo encuentro, pero ni siquiera el tres a cero final dejó buenas sensaciones. Y lo peor estaba por llegar. El grupo se cerraba con un encuentro entre hermanos alemanes: Alemania Federal contra Alemania Democrática. El partido, que parecía un trámite para los occidentales, se complicó para los hombres de Helmut Schön. Alemania del Este resistió y a falta de 13 minutos Sparwasser volteó la clasificación del grupo con su gol y, probablemente, sin saberlo, cambió la suerte del Mundial. Porque Alemania Federal acabó segunda y se encuadró en el grupo B para la segunda fase junto a Polonia, Suecia y Yugoslavia, mientras que Alemania Democrática se clasificó como primera de grupo y cayó en el grupo A junto a Brasil, Holanda y Argentina.

Es decir, que la derrota más humillante de la historia de la República Federal Alemana les permitió evitar a los holandeses en un grupo en el que jugaban todos contra todos y el primero se clasificaba directamente para la final (y el segundo para el tercer y cuarto puesto). Aún hoy hay quien, sin demasiado fundamento, que los alemanes occidentales se dejaron ganar ese partido, pero es difícil creerlo ante las feroces críticas que recibieron por parte de todos los medios del país (e internacionales) y por sus propios aficionados.

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El caso es que la segunda fase fue muy tensa para los alemanes y extraordinariamente plácida para los holandeses que, a esas alturas del torneo, habían presentado su candidatura al título con creces a la par que se desinflaban las opciones alemanas.

Holanda empezó la segunda fase apabullando a Argentina, a la que derrotó por 4 goles a cero, mientras que Brasil sufría para ganar por 1 a cero a la RDA con gol de Rivelino. En la siguiente jornada, los brasileños afrontaron el clásico sudamericano con la soga al cuello y acabaron derrotando a Argentina por 2 a 1 con un gol de Jairzinho al inicio de la segunda parte. Por su parte, los holandeses cumplieron ante la RDA y ganaron 2 a cero sin demasiados sobresaltos.

Así pues, el 3 de julio Brasil y Holanda decidirían quién jugaría la gran final de Múnich. Parecía un duelo entre los campeones pasados contra los futuros campeones y así lo demostró Holanda, que dio buena cuenta de los brasileros con goles de Neeskens y Cruyff. A los tulipanes sólo les faltaba rubricar su gran mundial en la gran final.

En el otro grupo, Alemania se impuso a Yugoslavia en el primer partido por dos goles a cero y eso tranquilizó un poco al equipo y a los aficionados, mientras que Polonia batía a Suecia con un gol de Lato en el otro partido. De hecho, los polacos volvieron a ganar ante Yugoslavia por dos a uno y trasladaron toda la presión a Alemania.

El partido ante Suecia era importantísimo para los alemanes y se vivió con mucha tensión. Los suecos se adelantaron en el minuto 24 y aguantaron con el marcador a favor toda la primera parte. En la segunda, los locales salieron a por el empate. Y le dieron la vuelta al partido en dos minutos con goles de Overath y Bonhof, pero tan solo un minuto más tarde los suecos volvieron a empatar y metieron el miedo en el cuerpo a todo un país. A falta de 14 minutos Grabowski volvió a adelantar a Alemania y todos respiraron tranquilos con el gol de penalti de Hoeness en el último suspiro. Al final, del partido entre Polonia y Alemania saldría el finalista.

El día amaneció lluvioso en Frankfurt y la lluvia se mantuvo durante todo el día y dejó el terreno de juego pesado. El partido iba a ser tenso, duro y recio. Las dos selecciones jugaron de igual a igual durante todo el partido, pero los alemanes se llevaron el gato al agua con un gol de Müller, que a los 76 minutos se dio la vuelta en el punto de penalti, lanzó duro y raso a portería y engañó al meta Tomaszewsky. Alemania había conseguido llegar a la final de su final. Ahí se vería las caras con la Naranja Mecánica.

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A las cuatro de la tarde y dos minutos, los más de 75.000 aficionados que presenciaban en directo la final del Mundial del 74 en el Olímpico de Múnich no daban crédito a lo que veían y cruzaban los dedos para que la exhibición de la Naranja Mecánica no continuara después del gol de penalti de Neeskens antes de ningún germano tocara el balón.

Y eso es exactamente lo que pasó. Porque, como 20 años antes en Berna, los alemanes empezaron a asentarse en el campo, a mostrar su orgullo y a defender cada metro como si les fuera la vida en ello. Los holandeses del futbol total empezaron a no sentirse tan cómodos en el partido y los alemanes a acercarse por las inmediaciones del área de Jongbloed, hasta que, en el minuto 25, Jansen derribó a Hoelzebien dentro del área y Breitner transformó el empate para igualar la final. Después, al filo del descanso, Müller se revolvería dentro del área holandesa para marcar un gol muy típico de él y adelantar a los germanos antes de irse al vestuario.

La segunda parte fue un quiero y no puedo por parte holandesa. Se habían visto campeones y ahora les tocaba remar ante una selección experimentada y bien plantada. Las pocas ocasiones que tuvieron los naranjas las desbarató el gran meta Sepp Maier sin problemas, e incluso los alemanes pidieron otro penalti y les anularon un gol. Al final, Alemania fue campeón del mundo por segunda vez y dejó con la miel en los labios a la selección más atractiva del torneo. Los holandeses no lo sabían, pero no sería la última vez. Cuatro años más tarde, la historia, caprichosa, volvería a repetirse.