"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 29 de junio de 2022

La parada de Luis Suárez en Sudáfrica que celebró toda Uruguay

“El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo con las dos manos, en la línea del gol, una pelota que hubiera dejado a su país fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue expulsado pero Uruguay no”. 
Eduardo Galeano, “Cerrado por fútbol” (2017)


Poquísimas veces en un Copa del Mundo un minuto dio tanto de sí. El 121 del encuentro de cuartos de final del Mundial de Sudáfrica 2010 en el Soccer City de Johannesburgo entre Uruguay y Ghana. La Celeste contra las Estrellas Negras. El marcador señala un empate a uno tremendamente luchado por los dos equipos, que parece que se encaminan sin remisión hacia la lotería de los penaltis tras los golazos de Muntari en el descuento de la primera parte y de Forlán al poco de empezar la segunda que les han llevado a la prórroga. Y entonces llegó el momento mágico que lo cambiaría todo.

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Todo esto pasó en apenas un minuto:

Falta inexistente que el árbitro pita, incomprensiblemente, a favor de Ghana en la banda derecha del ataque de las Estrellas Negras.

Centro al corazón del área uruguaya, donde defienden todos con el corazón en un puño.

Salida en falso de Muslera, que mete la mano sin fe, y el despeje cae a los pies de Apiah.

Remata el ghanés a la media vuelta con la izquierda.

La saca Luis Suárez con la rodilla temblándole en la mismísima raya.

El balón vuela en parábola directo a la cabeza de otro atacante ghanés, Dominic Adiyiah, que remata mientras dos defensas charrúas le caen encima con todo y le calzan dos patadas terroríficas que no impiden su remate.

Mientras, Suárez y Fucile, que no se han movido de la línea de gol, sacan las dos manos para evitar el tanto. Fucile no llega, pero Suárez hace la parada antológica del Mundial.

El árbitro lo expulsa al instante y el uruguayo sale del campo entre lágrimas.

Assamoah Gyan, el joven ghanés, planta la pelota en el punto de penalti. Está a punto de meter a Ghana, el orgullo de África, en las semifinales de un Mundial, el primer equipo africano en conseguirlo en toda la historia.

Coge carrera. Carga su pierna derecha. Lanza. Muslera va abajo, a la base del poste derecho, pero el balón va arriba. Al portero le da tiempo a girar la cabeza hacia el cielo y contemplar cómo la pelota sale disparada hacia la parte alta de la portería… golpea en el larguero y se va fuera.

Gyan se agarra la cabeza con las dos manos mientras camina hacia atrás nervioso.

Luis Suárez ríe y salta y corre, ahora sí, feliz, totalmente incrédulo. Se marcha a los vestuarios a ver los penaltis en una tele, porque él ha sido expulsado, pero Uruguay sigue adelante un poco más. Al menos, hasta que se termine la tanda de penaltis.

Junto a él, en el banco, han saltado todos a celebrar. Todos menos uno, que ha caído desmayado. Es Juan Castillo, el portero del Deportivo de Cali, suplente de Muslera, que tiene que ser reanimado allí mismo, sobre el césped del Soccer City de Johannesburgo antes de la tanda de penaltis decisiva.

En Uruguay, familias enteras estallan de alborozo, después de dos minutos conteniendo el aliento, aunque aún faltan los penaltis. De todos modos, parece que ya han ganado, tras salir indemnes del peor escenario posible. Y los lanzadores de ambos equipos acaban de confirmar el giro copernicano que ha dado el partido en apenas unos instantes: los que van de la parada de Suárez al balonazo al larguero de Gyan.

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Desde los once metros, todo discurre con los nervios habituales. Anota cada equipo sus dos primeros lanzamientos. El tercero de Uruguay también lo convierte Andrés Scotti, pero el tercero de Ghana lo tira el capitán Mensah flojo y al centro y Muslera lo ataja sin problemas. Uruguay estalla de júbilo mientras en Ghana observan en silencio el trágico desenlace. Pero va Pereira a confirmar la ventaja en el cuarto penalti, se llena de balón y lo tira por encima del travesaño. Es el turno de Dominic Adiyiah, quien tiene en sus botas la posibilidad de empatar la serie. Lanza abajo, a la izquierda de Muslera, pero ni lo suficientemente fuerte, ni lo suficientemente colocado. El portero le adivina la intención y lo para.

El Loco Abreu, con el 13 a la espalda, camina hacia el punto de penalti con parsimonia, como quien se dispone a tomarse un café y leer el periódico en la barra de un bar un domingo por la mañana cualquiera. Coloca la pelota con mimo en el punto de cal y toma poca carrera. Cuando llega a la altura del balón mete por debajo la puntera de su pierna izquierda para confirmar su apodo con creces, el Loco, jugándose con un disparo a lo Panenka el pase de la Celeste a las semifinales de un Mundial 40 años después, cuando todo un país había perdido ya la fe inquebrantable que históricamente habían tenido en los suyos, en la Garra Charrúa.

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Las lágrimas ghanesas contrastan con la euforia celeste. A la vez que 3 millones de uruguayos saltan de alegría en sus casas, en los bares, en las terrazas, en las calles y en las avenidas, los integrantes del banquillo en Sudáfrica corren a abrazarse al Loco que les ha puesto el corazón en un puño a cambio de meterlos en las semifinales de la Copa del Mundo.

“Algunos cardiólogos nos advirtieron, desde la prensa, que ‘el exceso de felicidad puede ser peligroso para la salud’. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país fueron una fiesta. Al fin y al cabo, el derecho a festejar los méritos propios es siempre preferible al placer que algunos sienten por la desgracia ajena”, sigue relatando Eduardo Galeano en su obra póstuma “Cerrado por fútbol”, publicada en 2017.

¡Y vaya si festejaron! Aún a riesgo de perder la salud por culpa de tanta felicidad, Uruguay entera volvió a salir a la calle. Y lo celebraron también en casa, más tarde. De hecho, dicen que en 2011 un nombre de niñas volvió a hacerse popular: Victoria Celeste, por si hay dudas, en honor de la nueva gesta de su selección.

Después vendrían las semifinales ante Holanda, donde los charrúas no pudieron superar a una versión más aguerrida de la Naranja Mecánica que se encontró con un segundo gol en fuera de juego que desequilibró el empate a uno que entonces campaba en el marcador y dejó el partido despejado para los neerlandeses. Sobre todo cuando Robben hizo el tercero tres minutos más tarde. Pero los uruguayos se mantuvieron en pie, como siempre, hasta el último minuto, cuando Maxi Pereira recortó distancias para poner un 3 a 2 en el marcador que metió el miedo en el cuerpo a los jugadores y aficionados naranjas, pero que no bastó para meter a los charrúas en la final. El Maestro Tabárez, el gran seleccionador uruguayo, lo definió con unas palabras preciosas: “Si hay que elegir una manera de perder sería muy parecida a ésta. La mejor”.

El tercer y cuarto puesto se lo llevó Alemania ante la Celeste (3 a 2), pero Diego Forlán fue galardonado con el Balón de Oro al mejor jugador del torneo (también fue uno de los máximos goleadores del certamen con 5 tantos, los mismos que el alemán Müller, el holandés Sneijder y el español David Villa), un premio que festejaron todos los uruguayos como suyo, orgullosos de su futbolista bandera y de todos sus compañeros. Orgullosos de un equipo que demostró que volvía a estar impregnado del espíritu de todos los que vistieron esa camiseta celeste a lo largo de su historia. Honrando las cuatro estrellas que lucen en su pecho.

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El júbilo uruguayo se entiende mejor haciendo un repaso histórico a cómo llegó su selección a ese Mundial de Sudáfrica.

En la Copa del Mundo de 1970, Uruguay había alcanzado las semifinales por última vez, plantando cara a la gran Brasil de los 5 dieces y acabando el torneo en cuarta posición tras perder la final de consolación precisamente ante Alemania (1-0). Después, la noche se cernió sobre la Uruguay más futbolera.

En el Mundial de 1974, la Celeste no pasó de la primera fase en un grupo difícil en el que perdió ante la Naranja Mecánica original, la de Johan Cruyff (2-0), empató ante Bulgaria (1-1) y volvió a casa tras caer estrepitosamente ante Suecia (3-0). Pero lo peor estaba por venir, porque Uruguay se iba a perder dos Mundiales seguidos. No se clasificó para disputar la Copa del Mundo de Argentina 78 ni tampoco para la de España en 1982. Era la primera vez en su historia que la Celeste se quedaba fuera de dos Mundiales consecutivos. Días aciagos para la Garra Charrúa.

Para el Mundial de México 86 regresó Uruguay, pero se iba a llevar la mayor goleada de su historia en la Copa del Mundo al caer 6 a 1 ante Dinamarca. Pese a ello, los empates ante Alemania Federal (1-1) y Escocia (0-0) clasificaron a Uruguay para los octavos de final como uno de los mejores terceros de grupo. Allí esperaba la Argentina de Maradona y de Bilardo, a la postre campeona del torneo, y Uruguay compitió bien, pero se marchó de vuelta a casa tras caer por un gol a cero merced al tanto de Pasculli.

Cuatro años más tarde, en Italia 90, la Garra Charrúa cayó en un grupo difícil junto a España, Corea del Sur y Bélgica. Los uruguayos empataron sin goles en su debut ante una triste España y Rubén Sosa mandó al limbo un penalti que les hubiera dado la victoria. La derrota ante Bélgica en la segunda jornada (3-1) les ponía contra las cuerdas, pero los charrúas vencieron a los coreanos con un gol de Fonseca en el último minuto de partido (1-0) y se metieron en octavos de final como uno de los mejores terceros otra vez. Y en octavos esperaba Italia, la anfitriona y una de las máximas favoritas para alzarse con la Copa del Mundo. Resistió Uruguay 65 minutos, hasta que Schillaci se inventó un disparo increíble desde la frontal del área que, junto al postrer tanto de Serena, mandaba de nuevo a los del Río de la Plata para casa (2-0).

Uruguay se refugió entonces en la nostalgia y no encontró el camino ni el fútbol necesario para meterse en los Mundiales de EEUU 1994 y Francia 98. Volvían a caer las tinieblas sobre una de las selecciones más importantes de la historia del fútbol. Y aún duraría un poco más la oscuridad, porque la clasificación para el Mundial de Corea y Japón no tapó el desastre de torneo que ofreció la Celeste a sus sufridos aficionados.

Cayó Uruguay en un grupo complicado con Dinamarca, Francia, defensora del título, y la potente Senegal. Los uruguayos cayeron en el primer encuentro ante Dinamarca (2-1) y la clasificación se les complicó enormemente. El empate sin goles ante Francia abría una pequeña puerta a la esperanza, pero con Senegal ocurrió lo inevitable. Los africanos llegaron al descanso con una ventaja de 3 a 0 que hacía presagiar una derrota de las que duelen mucho, pero la Celeste tiró de orgullo para remontar en la segunda parte y empatar el choque (3-3), aunque eso no bastó para pasar a octavos de final. Otra vez a casa antes de tiempo y sin ganar un solo partido en los Mundiales desde la victoria in extremis ante Corea del Sur en 1990.

Porque para el Mundial de Alemania en 2006 Uruguay tampoco pudo clasificarse, así que urgía una revolución, un cambio de propuesta, una regeneración, una apuesta por la recuperación de las raíces. Y la llevó a cabo Óscar Washington Tabárez, el Maestro, que se apoyó en una camada de jovencísimos jugadores que llevaban en sus genes la calidad y la garra de los campeones de 1930 y de 1950 y de los semifinalistas del 54 y del 70. 

Los Suárez, Cavani, Muslera, Godín, Martín Cáceres o Fucile se mezclaron con algunos compañeros más experimentados como el capitán Lugano, el defensa Maxi Pereira o los centrocampistas Diego Pérez y Arévalo Ríos, el mítico Diego Forlán y los veteranos Andrés Scotti y el Loco Abreu para conformar un bloque sólido que sufrió mucho para clasificarse y hubo de acudir a la repesca ante Costa Rica para presentarse en Sudáfrica. Ganaron en casa de los ticos (0-1) y empataron en Montevideo (1-1). Prueba superada con mucho sufrimiento, pero ahora tocaba llegar a tierras africanas dispuestos a quitarse de encima el peso de 40 años de caída en picado y de 20 sin ganar un partido en la Copa del Mundo.

No tardarían en demostrar que esta Celeste tenía la estirpe de las selecciones campeonas. Empezaron con un empate sin goles ante la subcampeona del mundo, Francia, que encendió la mecha de una crisis sin precedentes en el vestuario galo. Para el segundo partido, Uruguay se quitó de encima una losa de 20 años sin triunfos venciendo a Sudáfrica por un contundente 3 a 0 que se inició con un doblete de Forlán, el futbolista que destaparía el frasco de las esencias durante el torneo. Ante México, para cerrar el grupo, apareció el otro pistolero, Luis Suárez, remató de cabeza un centro perfecto de Cavani para anotarel tanto de la victoria que metía a la Celeste en octavos de final.

Y en octavos volvió a aparecer Luis Suárez para volver loca a toda la defensa de Corea del Sur. A los ocho minutos se dejó caer a la derecha para recoger un centro de Forlán desde la banda contraria que se paseó por toda el área surcoreana, cruzar la pelota a la red y adelantar a los suyos. Vivió Uruguay de las rentas, pero los asiáticos no se rindieron y empataron el choque mediada la segunda mitad con un tanto de Lee Chung-Yong a balón parado, tras una falta que la defensa y el portero uruguayo no supieron defender. Parecía que los fantasmas del pasado cercano se le aparecían de nuevo a la celeste, pero el que apareció otra vez fue el Pistolero Suárez para hacer el segundo gol a falta de diez minutos y meter a Uruguay en los cuartos de final de un Mundial 44 años después. Un golazo bárbaro con un disparo combado con la pierna derecha desde el vértice del área que golpeó en el palo antes de besar las mallas surcoreanas.

El resto es historia. La historia que va desde la parada de Suárez en el minuto 121 de los cuartos de final ante las Estrellas Negras hasta el penalti a lo Panenka del Loco Abreu. La historia que dejó a Ghana sin la primera semifinal africana de la historia y que reconcilió a Uruguay con la suya.

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Tanto, que Uruguay ganó la Copa América de 2011 en Argentina, tras 16 años de sequía. Se metió en cuartos de final tras acabar segunda de grupo tras Chile. Se encontró ahí con la anfitriona, la albiceleste de Messi, Di María, Mascherano, Tévez, Agüero e Higuaín, y la derrotó en la tanda de penaltis tras el empate a uno que reflejaba el luminoso al final del partido y de la prórroga. Después dio buena cuenta de Perú en las semifinales (2-0) y se paseó ante Paraguay en la final (3-0).

Y el Mundial, más de lo mismo. Porque Uruguay, con esta generación de futbolistas que arrancó en Sudáfrica su nuevo idilio con la Copa del Mundo, no ha vuelto a faltar a ninguna cita mundialista. Estuvo en Brasil en 2014, donde dio buena cuenta de Inglaterra y de Italia en el grupo de la muerte (mordisco de Suárez a Chiellini incluido), aunque no pudo superar a una Colombia superlativa y sorprendente en los octavos de final, ya sin su estrella sobre el césped.

Estuvo también en Rusia en 2018, peleando como suele en un grupo cerrado y áspero que acabó llevándose con sufrimiento. Un gol de Giménez contra Egipto en el último suspiro, otro de Luis Suárez ante Arabia Saudí y los tres que le hicieron a la anfitriona Rusia los metieron en octavos de final con pleno de victorias. Allí esperaba la temible Portugal de Cristiano Ronaldo, campeona de Europa, que no pudo detener a la Celeste ni, sobre todo, a Cavani, que firmó un espectacular doblete aunque, por desgracia, también se lesionó y se perdió los cuartos de final. Ganó Uruguay 2 a 1 a los lusos y en su camino se cruzó la Francia de Mbappe, Pogba, Griezmann, Giroud y compañía. El choque acabó con los sueños uruguayos de volver a las semifinales de una Copa del Mundo (2-0), pero volvió a demostrar una vez más que la Garra Charrúa ha vuelto y que sus aficionados vuelven a disfrutar de su selección.

Porque, pese a que el camino hacia Catar no ha sido fácil y parecía que Uruguay estaba condenada a la repesca e incluso a ver el Mundial por televisión, los últimos coletazos de Godín, Suárez y Cavani unidos a la exuberancia física y técnica de jóvenes sobradamente contrastados como Giménez, Fede Valverde, Bentancur o Ronald Araujo revertieron una situación muy complicada.

Uruguay era séptima a falta de cuatro jornadas para cerrar la fase de clasificación después de haber caído en la altura de la Paz ante Bolivia por 3 a 0. Óscar Tabares, tras 15 años al frente de la selección, fue cesado y la tarea de llevar a la Celeste al Mundial de Catar recayó sobre los hombros de Diego Alonso. Futbolistas como Godín o Suárez no dudaron en poner en valor todo lo que el Maestro Tabárez había conseguido.

Así se expresó Godín, el gran capitán: “Siempre me entregué en cuerpo y alma por la Celeste, como cada uno de mis compañeros, y eso también lo logró usted transmitiéndonos valores de identidad, responsabilidad y amor por la selección (...) Hizo que la selección sea parte de nuestras vidas y que el sentido de pertenencia y el orgullo por la selección de más de 3 millones de uruguayos vuelva a sentirse y verse en cada rincón del mundo. Como uruguayo, simplemente ¡Gracias, Maestro!”.

El caso es que tanto los jugadores como el nuevo cuerpo técnico se conjuraron para conseguir la clasificación y Uruguay acabó tercera ganando en Paraguay (0-1), derrotando en casa a Venezuela (4-1) y Perú (1-0) y rematando con otra victoria en tierras chilenas (0-2) para sacarse el pasaje a Catar por la vía rápida.

Y como el destino suele ser caprichoso, el bombo deparó un grupo en Catar 2022 con Corea del Sur, Portugal y… Ghana. En ese orden. Y Ghana volvió a disponer de un penalti que podía haber cambiado su sino en el Mundial. Fue a los veinte minutos de encuentro. Lo tiró Ayew y lo paró Rochet. Otra vez... Aunque en esta ocasión, pese a la victoria (2-0), tampoco la Garra Charrúa pudo seguir adelante y tuvo que ver por televisión cómo Messi levantaba la tercera Copa del Mundo para su eterno rival, Argentina. Doble castigo para una grandísima generación de futbolistas que defendió con orgullo las cuatro estrellas de su camiseta celeste por el mundo.  

lunes, 27 de junio de 2022

Las estrellas que nunca jugaron un Mundial

Los mejores jugadores de fútbol del mundo se consagran cada día, en cada partido de liga o de Copa, en cada eliminatoria, temporada a temporada, pero tienen la oportunidad única de subir al Olimpo cada cuatro años en los Mundiales, la posibilidad de alcanzar la gloria eterna para unos futbolistas que ya eran grandes en sus clubes y que asumen el reto de ser los mejores defendiendo contra el resto del mundo los colores de su selección, jugando con los suyos, jugando para los suyos. Hay muchísimos futbolistas que han pasado a la historia del fútbol por sus Mundiales memorables, los hayan ganado o no, y que han inscrito su nombre en letras mayúsculas en la historia de la Copa del Mundo.

El Mundial de Uruguay fue el de José Nassazi, el defensa charrúa del Club Atlético Bellavista, y también el de Pedro Cea, de Nacional. Cuatro años más tarde, en Italia, pasaron a la historia Schiavo, el goleador más importante de la historia del Bolonia, y Giuseppe Meazza, la estrella del Inter de Milán, que repetiría entre los mejores del mundo en Francia 1938, junto a su compatriota Piola, entonces en la Lazio, y, por supuesto, Leónidas, el Diamante Negro brasileño.

En el Mundial de 1950 estaban destinados a hacer historia Ademir, Jair, Baltazar, Chico, Zizinho o Barbosa, pero quienes la escribieron en letras mayúsculas fueron el Negro Andrade, Ghiggia y Schiaffino, que certificaron el Maracanazo.

Algo parecido pasó en Suiza en 1954 cuando los germanos Morlock, Rahn, el meta Toni Turek o el capitán Fritz Walter dejaron sin corona a los Mágicos Magiares, el equipo más potente del momento conformado en ataque por estrellas como Kocksis, Puskas, Hidegkuti y Cziborg el día del Milagro de Berna.

El Mundial de Suecia de 1958 será por siempre el de Pelé y el de los goles del francés Fontaine. Como el del 62 será el de Garrincha. El 66 será el del Bobby Charlton y el de Eusébio, “La Pantera Negra”, como el del 70 es el de la Brasil de los 5 dieces al completo y el del 74 es el de Beckenbauer y Müller, pero también el de Cruyff, aunque no pudiera ganarlo al frente de su Naranja Mecánica.

El Mundial de 1978, el del dolor y la gloria, será el de Kempes, como el del 82 será el de Paolo Rossi, a la par que el de Sócrates, Zico, Jordao y Platini, aunque ni los brasileños ni el galo levantaran al cielo de Madrid la Copa del Mundo.

El Mundial de México 86 será el de Maradona por los siglos de los siglos. Y de nadie más, porque el Barrilete Cósmico no permitió que nadie le hiciera sombra en esa cita.

Y así podríamos seguir hasta la actualidad, incluyendo a un sinfín de estrellas que el Mundial agigantó aún más: Lothar Matthäus en Italia 90, junto al sorprendente Schillacci y al inimitable camerunés Roger Milla; Romario, Bebeto y Roberto Baggio en tierras norteamericanas en 1994; Zidane, con el permiso de Davor Suker, en Francia 98; Ronaldo en 2002; Cannavaro en 2006; los españoles Iniesta y Villa y el uruguayo Diego Forlán en 2010; Klose y toda Alemania en 2014 junto a Messi que se quedó con la miel en los labios en Brasil; y Griezzman y Mbappé en la cita de Rusia de 2018 junto a los imperiales croatas Modric, Rakitic y Perisic, que se plantaron contra todo pronóstico en la final de un torneo vibrante.

Por el camino también han desfilado en el gran escaparate de los Mundiales futbolistas tan importantes e imprescindibles en sus clubes como en sus selecciones, referentes como Matthias Sindelar, Josef Bican, Josef Masopust, Lev Yashine, Amarildo, Gianni Rivera, Gérson, Neeskens, Ardiles, Lato, Rummenigge, Gary Lineker, Francescoli, Van Basten, Ronaldinho, Rudi Völler, Tigana, Valdano, Rivaldo, Jurgen Klinsmann, Caniggia, Gica Hagi, Totti, Batistuta, Stoichkov, Luis Figo, Cafú, Valderrama, Diego Forlán, Bergkamp… Son incontables.

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Pero en la otra orilla, en el otro margen del río mundialista, se han quedado futbolistas sensacionales, estrellas mundiales en su época, que no es que no triunfaran en una Copa del Mundo, sino que no pudieron ni siquiera intentarlo porque no participaron jamás. Algunos, por motivos obvios, porque nacieron en países de escasa tradición futbolística. O mejor, de gran tradición futbolística, pero de escasa producción de buenos futbolistas y no pudieron clasificar a sus selecciones para una cita tan exigente como ésta.

Por eso nunca jugó un Mundial el liberiano George Weah. Porque si Liberia se hubiera clasificado para un Mundial compitiendo contra Argelia, Marruecos, Nigeria, Camerún, Egipto, Senegal, Ghana, Túnez o Costa de Marfil, a George Weah, Balón de Oro en 1995 y Mejor Futbolista Africano del Año en 1989, 1994 y 1995, habría que considerarlo poco menos que un Dios. Aún así, estuvo a punto de conseguirlo, nunca mejor dicho, porque un solo punto privó a Liberia de asistir al Mundial de Corea y Japón en 2002. Esa plaza se la llevó Nigeria.

Por eso tampoco disputó ningún Mundial otro George, el díscolo norirlandés Best. El quinto Beatle tuvo la terrible mala suerte de estar en el ocaso de su carrera en 1982, cuando Irlanda del Norte, contra todo pronóstico, se clasificó para el Mundial de España. El astro ya tenía 36 años y su estilo de vida repleto de excesos le empezaba a pasar factura, así que Billy Bingham, que se lo pensó hasta el final, decidió no convocarlo. Atrás quedaban 37 encuentros y 9 tantos con su selección. Pero, lamentablemente, ningún Mundial.

El ariete galés del Liverpool de los años 80, Ian Rush, que marcó casi 350 goles con los “Reds” y ganó 5 Ligas, 3 FA Cups, 5 Leagues Cup, 4 Charity Shields y 2 Copas de Europa, no pudo clasificar a su selección para los Mundiales de España 82, México 86, Italia 90 ni Estados Unidos 94. El magnífico delantero vistió 73 veces la casaca galesa y anotó 28 tantos. Pero nunca pudo disputar un Mundial.

Como tampoco pudo hacerlo defendiendo esa misma camiseta el magnífico extremo zurdo del Manchester United Ryan Giggs, que ganó 13 Ligas, 4 FA Cups y 2 Copas de Europa. Quizá si hubieran coincidido los dos galeses en el tiempo en plenitud de facultades sí lo habrían logrado. Giggs participó con Gales en las fases de clasificación de los Mundiales de EEUU 94, Francia 98, Corea y Japón 2002 y Alemania 2006, pero no logró nunca la clasificación. Sí pudo hacer historia desde el banquillo, ya que Giggs tomó las riendas de la selección galesa en 2018, pero fue apartado del equipo en noviembre de 2020, cuando fue acusado de agredir a dos mujeres. Finalmente, el 23 de abril de 2021 anunció su dimisión definitiva. Mientras, su colega Rob Page fue avanzando en la fase de clasificación para acabar logrando un billete histórico al Mundial de Qatar 64 años después de la última (y única) participación de Gales en una Copa del Mundo. Al final, Gareth Bale dispondrá de la oportunidad que Rush y Giggs no tuvieron.

Algo parecido le pasó a Jari Litmanen, estrella indiscutible del formidable Ajax de los 90 con el que levantó una Copa de Europa y considerado el mejor jugador finlandés de todos los tiempos. Defendió la camiseta de su selección en 137 ocasiones y marcó 32 goles, aunque no pudo hacer realidad su sueño de clasificar a Finlandia para una Mundial. Lo intentó desde el Mundial de Italia 1990 hasta el Mundial de Sudáfrica en 2010 pero, claro, nacer en Finlandia te otorga escasas posibilidades de asistir a una Copa del Mundo.

Lo que ya no resulta tan comprensible es el caso de otros jugadores que competían en selecciones tradicionalmente fuertes y eran las estrellas y los líderes de sus equipos pero que, por unas cosas o por otras, nunca pudieron mostrar su talento en la Copa del Mundo. Di Stéfano y Kubala con España, Schuster con Alemania o Eric Cantona con Francia serían algunos de los ejemplos más claros, a los que podríamos sumar al ecuatoriano Alberto Spencer o al paraguayo Arsenio Erico, auténticos cracs que tampoco disputaron nunca una Copa del Mundo.   

Pero… vayamos paso a paso.

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Alberto Spencer está considerado uno de los 20 mejores futbolistas sudamericanos del siglo XX. Y eso es mucho decir, porque está por delante de Romario, de Francescoli, de Rivellino, de Kempes, de Leónidas, de Passarella, de Valderrama… En fin, para qué seguir. 

Ese ecuatoriano ilustre anotó 451 goles en una carrera que empezó en el Club Deportivo Everest en 1953 y acabó en el Barcelona Sporting Club de Ecuador en 1972. En medio, la gloria con Peñarol, una camiseta que vistió durante 11 años, desde 1959 hasta 1970, y con la que levantó 3 Copas Libertadores, 2 Intercontinentales y 8 Campeonatos de Liga.

El goleador ecuatoriano defendió en 11 ocasiones los colores de Ecuador… y también se enfundó la celeste de Uruguay en 5 partidos, aunque siempre fueron amistosos. Y es que la Federación Uruguaya trató de convencerlo para que se nacionalizara y jugara para la Garra Charrúa, pero Spencer nunca quiso renunciar a Ecuador. 

Y a punto estuvo de clasificarse para el Mundial de Inglaterra en 1966, cuando disputó un partido de desempate ante Chile para dirimir quién acompañaría a Uruguay, Argentina y Brasil a tierras británicas. Pero Chile venció 2 a 1 y los sueños mundialistas de Alberto Spencer y de Ecuador se desvanecieron. La Tri tendría que esperar hasta el año 2002 para debutar en una Copa de Mundo.

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El paraguayo Arsenio Erico es otro de los grandes cracs sudamericanos que nunca pudo disputar un Mundial. El Duende Rojo, máximo goleador de la historia del fútbol argentino, debutó con Independiente en 1934 con solo 19 años y pronto se ganó la admiración de los aficionados. Tan bueno era que inspiró poemas, canciones y versos. Y dicen quienes lo vieron jugar que su idilio con el gol era proporcional a la elasticidad y la elegancia con la que se movía dentro del terreno de juego. 

Pero Erico no sólo nunca pudo disputar un Mundial, sino que jamás vistió la camiseta de la selección paraguaya. En aquella época no era demasiado normal que fuera seleccionado un futbolista que no jugara en la Liga de su país, pero, igualmente, Erico pidió permiso a la AFA para poder ser seleccionado por Paraguay y disputar el Sudamericano de 1937, pero la Federación Argentina no se lo dio por miedo a que Paraguay conformara una selección excesivamente potente. 

Al final, Argentina se llevó el Sudamericano del 37 y Erico jamás debutó con Paraguay. Realmente, tampoco hubiera podido disputar ninguna Copa del Mundo porque a Francia 1938 renunciaron a ir todas las selecciones sudamericanas, excepto Brasil. Después vendría la Segunda Guerra Mundial y el torneo no se disputaría hasta 1950, cuando el gran mito de Independiente ya hacía un año que se había retirado de los terrenos de juego a los 35 años.

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Un caso muy especial fue el del alemán Bernd Schuster. El exquisito centrocampista había sido el cerebro de su selección en la Eurocopa de 1980, que acabó levantando al cielo de Roma tras batir a Bélgica por dos a uno con tantos del gigantón Hrubesch (Alemania). Tenía apenas 20 años y ya fue Balón de Plata europeo por detrás de su compatriota Karl-Heinz Rummenigge. Pero el carácter de Schuster le iba a jugar una mala pasada.

Primero tuvo la mala suerte de sufrir una lesión muy grave que no le permitió jugar prácticamente nada durante el año 1982, su primera temporada en el FC Barcelona procedente del Colonia, y que le dejó fuera del Mundial de España. Pero cuando se recuperó, fue convocado para un partido de clasificación para la Eurocopa del 84 ante Albania y se negó a ir porque su tercer hijo estaba a punto de nacer. Esta negativa acompañada de una mala relación con el seleccionador Jupp Derwall, parte de la prensa y algunos compañeros le hizo tomar la decisión de no vestir más la camiseta de la Mannschaft. Tenía tan solo 23 años, pero ya se había enfundado la zamarra alemana en 21 ocasiones. No se la pondría más. 

Y eso que tras la Eurocopa del 84 despidieron a Derwall y cogió las riendas Franz Beckenbauer, que le propuso volver. El Ángel Rubio volvió a decir que no. Y se perdió la final del Mundial 82, la final del Mundial del 86 y la gloria de levantar la Copa del Mundo en Italia 90.

El mismo Schuster hablaría de su decisión en una entrevista en 2007 para la revista Líbero: “Haber dejado la selección fue una decisión dura y, probablemente equivocada, pero no tuve a nadie que me aconsejara en aquellos momentos (...) Y me perdí ganar un Mundial mínimo… Y quizá dos”. Una pena para Schuster, para Alemania y para el fútbol.

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El 12 de agosto de 1987, el seleccionador francés Henry Michel hizo debutar a un joven delantero de 21 años destinado a hacer grandes cosas en el fútbol mundial. Jugaba en el Auxerre y ese día, ante Alemania, formó en la delantera junto a Jean-Pierre Papin. Francia perdió dos a uno, pero el joven anotó el único gol de la selección del Gallo. Su nombre: Eric Cantona.

Ya en aquella época, Cantona se había ganado la fama de chico malo, rebelde, indisciplinado y polémico en unas cuantas ocasiones. El Auxerre ya le había multado por agredir a su compañero Bruno Martini en un entrenamiento y, poco más tarde, el 5 de abril de 1988, fue sancionado con 3 meses sin jugar por una entrada violentísima a Michel Der Zacharian en un partido contra el Nantes. Pese a todo, el polémico delantero metió a la selección francesa sub-21 en la final de la Copa de Europa con un doblete en semifinales ante Inglaterra. La figura de Cantona cobró otra dimensión y el delantero pidió al Auxerre que lo traspasaran a un equipo más grande. Finalmente, el Olympique de Marsella de Bernard Tapie firmaría a la gran promesa francesa para los próximos 5 años a cambio de 22 millones de francos.

Aún no había debutado con el Marsella y ya tuvo la primera polémica con el seleccionador que le había hecho debutar en la selección absoluta apenas unos meses antes. Henry Michel no le convocó para un encuentro ante Checoslovaquia y Cantona hizo unas declaraciones explosivas en las que llamaba a Michel “saco de mierda” y en las que prometió que no volvería a vestir la camiseta del Gallo hasta que Michel dejara de ser el seleccionador. La Federación Francesa le excluyó cualquier convocatoria durante un año y eso le impidió disputar la final del Europeo Sub-21 a doble partido ante Grecia. Cantona tuvo que ver por la tele cómo sus compañeros se convertían en campeones de Europa de la categoría tras empatar a cero en Atenas y derrotar a Grecia en París por tres tantos a cero.

A partir de ese momento, todo se torció para Cantona, que tuvo un sinfín de problemas en el Marsella y que hubo de salir cedido a unos cuantos equipos franceses para poder jugar. Mientras tanto, Platini se había convertido en el seleccionador de Francia y ya había pasado el año de castigo para Cantona, así que el astro galo volvió a convocar al díscolo delantero y lo intentó convertir en una pieza clave de una selección que se había quedado fuera del Mundial de Italia 90 y que había de afrontar la fase final de la Eurocopa de 1992.

Pero Cantona, que se había marchado en el verano de 1991 al recién ascendido Nimes, volvió a hacer una de las suyas. En un partido contra el Saint Ettienne, el delantero salta en el área rival pugnando por un balón con un defensa. El árbitro pita falta en ataque y Cantona, casi poseído, coge el balón con las dos manos y lo lanza contra la espalda del colegiado. El rebote le cae al pie y chuta, aunque, por suerte, no impacta en el árbitro. El jugador fue castigado con 4 partidos de suspensión, montó en cólera y llamó idiotas a los miembros del Comité de Disciplina. La Federación Francesa amplió el castigo y lo suspendió durante dos meses. Entonces, Cantona soltó la bomba: a los 25 años anunció que dejaba el fútbol.

Michel Platini, que seguía llevándolo a la selección pese a su discreta temporada en el Nimes, lo intentó convencer de que se marchara a Inglaterra para regenerarse como jugador y su asistente, Gerard Houllier, movió los hilos para conseguirle un equipo en las islas. Así fue cómo Cantona aterrizó en el Leeds United y se desligó definitivamente del Nimes en febrero de 1992. En ese final de temporada el francés se convirtió en una pieza clave para que el Leeds ganara la Liga Inglesa y también se convirtió rápidamente en uno de los ídolos de Elland Road y, evidentemente, Platini se lo llevó a la Eurocopa de 1992, aunque las cosas no le fueron bien a Francia, que empató a uno ante Suecia, sin goles ante Inglaterra y cayó derrotada en la última jornada ante la sorprendente Dinamarca para volver a casa antes de tiempo. Los daneses, increíblemente, ganaron el torneo y Cantona, que fue titular en los tres encuentros, no disputaría jamás ni una sola fase final con su selección, ni de una Eurocopa ni de un Mundial. Aunque a esas alturas él no lo sabía, claro.

De vuelta a Inglaterra, Cantona empezó la Premier en el Leeds, pero apenas 3 meses después, cuando se llevaban 13 jornada de competición, abandonó Elland Road para recalar en el Machester United, donde se convertiría definitivamente en una leyenda.

En la selección de Francia, Gerard Houllier había sustituido a Platini como seleccionador y convirtió a Cantona en el eje del ataque de la selección del Gallo en la fase de clasificación para el Mundial de Estados Unidos de 1994. Cantona jugó a buen nivel, pero los franceses sufrieron una de las derrotas más amargas de su historia al caer en el último minuto del último partido de la fase de clasificación en el Parque de los Príncipes ante Bulgaria. Inexplicablemente, después de haber liderado el grupo durante la mayoría de las jornadas, una potentísima selección francesa se volvería a quedar sin Mundial. Y Cantona, por supuesto, también.

Cayó Houllier y vino Aimé Jacquet, un seleccionador que no estaba dispuesto a consentir ni una sola indisciplina dentro del grupo que estaba formando para competir en el Mundial de 1998, para el que Francia estaba clasificada directamente por ser la anfitriona. Cantona seguía siendo el líder del Manchester United, un equipo que dominaba la Premier con puño de hierro, por lo que no sólo seguía contando para el nuevo seleccionador, sino que le dio la capitanía y galones para ser el jugador sobre el que pivotara todo el juego de ataque de Francia. Pero entonces pasó lo inesperado…

25 de enero de 1995. Shelhurst Park. Estadio del Cristal Palace. Minuto 2 de la segunda parte. Eric Cantona acaba de ser expulsado del terreno de juego por una dura entrada sobre su marcador tras un saque largo de su propio portero. Avanza por la banda en dirección a los vestuarios cuando un espectador le increpa repetidas veces. Cantona coge carrerilla y le lanza una patada voladora que deja a todo el mundo boquiabierto. El atacante francés intenta golpearlo más veces con los puños y lo tienen que parar entre dos asistentes y su propio compañero Peter Schmeichel, mientras el resto de futbolistas del United se acercan a la banda increpando al aficionado. Al parecer, el espectador había proferido insultos racistas contra el futbolista, que no se cortó.

La imagen de la agresión dio la vuelta al mundo e incluso llegó a debatirse en el Parlamento Británico. El Manchester United suspendió a Cantona para lo que quedaba de temporada y le impuso una multa de 20.000 libras, mientras que la Asociación de Fútbol le impuso una suspensión de 8 meses. Pero lo peor para el francés estaba aún por llegar: el seleccionador galo, Aimé Jacquet, lo apartó definitivamente de la selección. El único que defendió públicamente a Cantona fue su entrenador, sir Álex Ferguson, que dijo: “Si Cantona se equivocó tuvo sus razones; fue insultado de forma intolerable y reaccionó instintivamente”. El futbolista nunca se arrepintió y, de hecho, siempre ha dicho que lo volvería a hacer: “Esa patada fue el mejor momento de mi vida como futbolista: patear a un fascista no se saborea todos los días”.

El caso es que el jugador quiso salir del Manchester United al final de temporada y en el club veían su marcha con buenos ojos, pero Álex Ferguson convenció a ambas partes para que siguiera en el equipo. El atacante galo se quedó en los Diablos Rojos dos temporadas más y, a la conclusión de la Premier League de la temporada 1996-97, el 18 de mayo de 1997, Cantona anunció que se retiraba del fútbol. Estaba a punto de cumplir 31 años y en un momento dulce de su carrera, pero nadie pudo convencerle de que continuara.

El díscolo Cantona colgó las botas ante la evidencia de que Jacquet no lo iba a convocar para el Mundial de Francia, que era lo único que creía que le quedaba por hacer en el fútbol: jugar una Copa del Mundo. No lo hizo. Y Francia ganó la primera Copa del Mundo de su historia sin uno de sus mejores jugadores.

Al final, Cantona vistió en 45 ocasiones la camiseta de Francia y marcó 20 goles, aunque sólo pudo disputar la fase final de la Eurocopa de 1992. Mundiales, ninguno.

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Kubala es otro de los grandes jugadores históricos que nunca pudo disputar un Mundial. Nacido en Hungría, formó parte de los inicios de los Mágicos Magiares, con los que jugó solo 6 partidos entre 1946 y 1947, porque escapó de Hungría en 1948, justo cuando vio claro que los nuevos gobernantes no le iban a dar permiso para salir del país y ganarse la vida jugando al fútbol en Italia. Dejó en tierras magiares a su novia y a su madre y salió en un camión vestido de soldado soviético. Jugándose la vida. Y dejando atrás los inicios de una selección mágica que enamoró al mundo y que no pudo conquistarlo en el Mundial de 1954 porque se produjo el Milagro de Berna. Un Mundial en el que Kubala no pudo estar. Ni con Hungría… ni con España. Veamos por qué.

Kubala, junto a su cuñado Fernando Daucik, fundó un equipo en Italia llamado Hungarian que se dedicó a jugar partidos amistosos por Europa. En 1950 viajaron a Madrid para jugar contra el Real Madrid. Después disputaron otro partido contra la selección española y acabaron su gira por la península ibérica enfrentándose al Espanyol en el viejo campo de Sarrià. Entonces apareció en escena Pep Samitier, exjugador y extrenador del FC Barcelona, y acabó convenciendo al presidente del Barça para ficharlo a él y a su cuñado Fernando Daucik (como entrenador) por tres años. 

Aún así, la FIFA no le dejaba jugar competiciones oficiales y se pasó un año entrenándose, pero sin jugar. La solución la encontraron Samitier y Armando Muñoz Calero, presidente de la Federación Española de Fútbol (y después representante de España en la FIFA): nacionalizarían a Kubala para que, al menos en las competiciones jugadas en España, Hungría no pudiera impedir que el magiar disputara partidos oficiales.

Hubo una campaña en los medios de comunicación más importantes del país aduciendo que era un refugiado político y que tenía derecho a la nacionalización y así se hizo: en mayo de 1951 Kubala se bautizaba primero y se nacionalizaba después en Águilas (Murcia), pueblo natal del presidente de la Federación que ejerció de padrino de bautismo.

Kubala debutó con derrota (1-0) en la selección española el 5 de julio de 1953 en un amistoso en Buenos Aires, mientras Hungría solicitaba la suspensión del jugador y la FIFA le pedía a Hungría una argumentación detallada para la suspensión basada única y exclusivamente en argumentos deportivos y no políticos. Mientras los magiares no enviaban ese documento, Kubala jugaba con España. Y volvió a hacerlo en otro amistoso ante Inglaterra el 21 de octubre de 1953 que acabó con empate a 4 con 2 tantos de Kubala.

Pasó el tiempo y llegó el momento de disputar la eliminatoria ante Turquía para poder estar en el Mundial de Suiza. El 6 de enero de 1954, en Chamartín, España venció a los otomanos por 4 a 1 sin Kubala. El segundo partido sería en marzo en Estambul y ahí sí estaría Kubala. Pero la selección española jugó uno de los peores partidos que se le recuerdan y perdió por un gol a cero. Así que debería jugarse un partido de desempate en terreno neutral para dilucidar qué selección viajaría a Suiza para el Mundial. El choque se disputaría en Roma tres días después.

Cuando todo estaba preparado para el partido y con los jugadores en los vestuarios llegó un telegrama de la FIFA donde se decía que Kubala no podía jugar. El magiar se desvistió y Pasieguito entró por él en el terreno de juego. España y Turquía empataron a dos en el tiempo reglamentario y el partido se fue a la prórroga. En el tiempo extra, el colegiado anuló un gol a España y todo acabó así, 2 a 2. ¿Cómo resolverían qué selección estaría en el Mundial? Mediante un sorteo.

Se sacó un trofeo de las vitrinas del estadio. Se metieron dos papelitos en el trofeo con los nombres de Turquía y España. Se llamó a una mano inocente, en este caso un chiquillo llamado Franco Gemma. Se le vendaron los ojos y el chaval metió la mano en la copa. Sacó un papel. Lo desdoblaron. El nombre: Turquía.

Lo peor de todo es que en el supuesto telegrama de la FIFA no ponía directamente que Kubala no pudiera jugar. Estaba escrito en francés y decía: “Atención equipo español sobre la situación jugador Kubala”. Además, nadie supo explicar nunca de dónde salió ese telegrama y qué institución lo envió exactamente. Se montó un buen lío a posteriori con dimisiones en la Federación Española de Fútbol, pero ni España ni Kubala estuvieron en el Mundial 54.

Y tampoco se clasificaron para el Mundial de Suecia de 1958, ya con Di Stéfano también nacionalizado. Así que Kubala volvía a quedarse de nuevo sin Mundial. Para el de Chile en 1962 sí se clasificó España, pero el Húngaro Errante ya había colgado las botas.

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Alfredo Di Stéfano no las había colgado todavía. Pero tampoco pudo disputar el Mundial. Ni el de Chile ni ningún otro.

El astro argentino debutó con la albiceleste el 4 de diciembre de 1947 ante Bolivia en un partido del Sudamericano de 1947. Jugaría cinco encuentros más en el torneo, marcaría 6 tantos y se alzaría con el título. Sería el único que ganaría a nivel de selecciones en un año mágico para él, ya que también fue el máximo goleador de la liga argentina con 27 tantos y salió campeón con River.

Pero la alegría no duró demasiado. En 1948 los futbolistas profesionales argentinos se declararon en huelga y la AFA obligó a los equipos a que acabaran el torneo con jugadores amateurs. El gobierno de Perón solucionó la cuestión prácticamente un año más tarde, en mayo del 49, y lo hizo con un decreto que imponía un tope salarial a los futbolistas profesionales que éstos consideraron totalmente indigno e inaceptable. Entonces le llegó a Di Stéfano (y a otros futbolistas) una oferta de Colombia, que no estaba afiliada a la FIFA, prácticamente irrechazable. 

La Saeta Rubia se marchó a jugar a Millonarios mientras la selección argentina renunciaba a participar en el Mundial de Brasil de 1950 debido a sus graves desavenencias con la Confederación Brasileña de Fútbol, organizadora del torneo, y también porque sin profesionales defendiendo la albiceleste era poco probable desempeñar un buen papel en el campeonato.

Di Stéfano ya no volvería a jugar más en Argentina. Porque de Millonarios cruzaría el charco para jugar en el Real Madrid. La Saeta fichó por el equipo merengue en febrero de 1953 y, al igual que Kubala años antes, se nacionalizó español. Di Stéfano lo hizo en 1956 y, desde ese instante, defendió también la camiseta roja de la selección española.

El debut con España fue en enero de 1957 en un amistoso ante Holanda. Los españoles vencieron por 5 a 1 y la Saeta anotó tres goles. Se oteaban buenos tiempos para los ibéricos… Pero nada más lejos de la realidad. Un equipo en el que se juntaban en la delantera Di Stefano, Kubala, Luis Suárez, Gento y Miguel con el plus de un portero como Ramallets bajo los palos, empató ante Suiza en Madrid para dejar la clasificación para el Mundial de Suecia totalmente en el aire. Y es que todo lo que no fuera ganar los dos partidos a los helvéticos era complicarse la vida ante la visita a Escocia, que es lo que pasó. 

Porque España cayó 4 a 2 en Glasgow atosigada por el juego directo de los británicos y la pasión desbordada de su afición y después, las goleadas por 4 a 1 ante los suizos en Berna y ante los escoceses en Madrid ya no servirían para nada. Uno de los mejores equipos de la historia de España se quedaría sin jugar el Mundial que consagraría a Brasil y a Pelé como la nueva potencia futbolística mundial.

A Di Stéfano aún le quedaba una última oportunidad de disputar un Mundial, el de Chile 62. España, entrenada por Helenio Herrera, había hecho buenos los pronósticos en la fase de clasificación batiendo a Gales a doble partido y después a Marruecos para plantarse en Chile con ganas de hacer un gran Mundial. A esa selección la llamaban la ONU porque la integraban el argentino Di Stéfano, el húngaro Puskas, el paraguayo Eulogio Martínez y el uruguayo Santamaría.

Pero Di Stéfano, finalmente, no podría disputar el Mundial. En el penúltimo partido de preparación se lesionó en la espalda. Viajó con el equipo y lo inscribieron también en la competición, pero conscientes de que no jugaría. Y, evidentemente, no jugó. Y España se volvió para casa en la primera fase, con derrotas ante Checoslovaquia (0-1) y Brasil (1-2) y una victoria insuficiente ante México (1-0). Aunque siempre le quedará el consuelo de que fue eliminada por las dos selecciones que acabarían jugando la final del torneo (y que se llevaría la Brasil de Garrincha tras ganar a Checoslovaquia por 3 a 1).

Alfredo Di Stéfano jugó 6 partidos con la albiceleste y marcó 6 goles, todos en el Sudamericano de 1947. Diez años más tarde debutó con España, con la que jugó 31 partidos y marcó 23 goles. Está considerado uno de los tres mejores jugadores de la historia del fútbol junto a Pelé y Maradona. Pero la Saeta nunca disputó un Mundial... 

Y es que, a veces, nos olvidamos de que disputar una Copa del Mundo está al alcance de muy pocos. Y ganarla, de muchísimos menos.

jueves, 23 de junio de 2022

Corea del Norte humilla a Italia en el Mundial de Inglaterra 66

El 19 de julio de 1966, el estadio de Ayresome Park de Middlesbrough se preparaba para el último partido del grupo D, un choque, en principio, desigual, que enfrentaba a Italia y a la debutante y desconocida Corea del Norte. El vencedor acompañaría a la Unión Soviética rumbo a los cuartos de final, mientras que el que perdiera haría las maletas y cogería el avión para volver a casa. 

Nadie antes del encuentro pensaba que la sorpresa fuera posible. Ni siquiera los norcoreanos, que no tenían alojamiento previsto más allá de la fase de grupos. Pero el fútbol es un misterio y los casi 18.000 espectadores que se dieron cita en el Ayresome Park estaban a punto de presenciar una de las sorpresas más grandes de la historia de la Copa del Mundo.

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A Italia la entrenaba Edmondo Fabbri y se había presentado en el torneo con una selección joven y muy talentosa que tenía la obligación de lavar la imagen transalpina después del fracaso de Chile 62, cuando hicieron las maletas en la primera fase con la vergonzosa carga de la Batalla de Santiago también dentro.

Albertosi, el portero de la Juve; Facchetti, el lateral izquierdo del Milan y uno de los mejores de Europa en ese momento; Bulgarelli, el capitán de la selección y del Bolonia y uno de los mejores triquartistas del calcio; Gianni Rivera, atacante del Milan, campeón de Europa en 1963 y Balón de Plata por detrás de Yashine en 1964, o Sandro Mazzola, delantero del Inter de Milan, conformaban un equipo temible que, para más inri, jugaba al ataque y tenía a los futbolistas de más calidad siempre sobre el terreno de juego. Así que nada hacía pensar que los de Fabbri fueran a tropezar ante unos desconocidos norcoreanos que se habían presentado en el torneo por primera vez en la historia merced a un cúmulo de circunstancias.

Y es que para el Mundial de 1966 la FIFA había decidido repartir las plazas entre los distintos continentes de la siguiente manera: 10 para Europa (contando a la anfitriona Inglaterra), 4 para Sudamérica (contando a la campeona Brasil), 1 para Centroamérica y Caribe y 1 a repartir entre África, Asia y Oceanía. Es decir, que después de disputarse una fase de clasificación extenuante, los campeones africanos, asiáticos y oceánicos habían de jugarse entre ellos una sola plaza para poder estar en el Mundial. Entonces los africanos, con la doble Campeona de África, Ghana, a la cabeza de la rebelión, decidieron plantarse. Y también lo hicieron la mayoría de las selecciones asiáticas y oceánicas, que consideraban los cupos planteados por la FIFA como una ofensa, una vergüenza y un desprecio a sus federaciones. Un boicot en toda regla que daría sus frutos porque para el Mundial de México 1970 África tendría una plaza asegurada y Asia, otra.

Pero para el Mundial del 66 solo Corea del Norte y Australia se apuntaron a la fase de clasificación y la FIFA dictaminó que jugarían entre ellas una eliminatoria a doble partido en terreno neutral. Los dos encuentros se jugaron en Camboya y ambos se los llevó el combinado norcoreano, que venció 6 a 1 y 3 a 1 a los “socceroos” para meterse directamente, y por primera vez, en la fase final de una Copa del Mundo.

A los norcoreanos no los conocía nadie entonces. Tras la II Guerra Mundial, Corea había quedado dividida por el paralelo 38 entre la República de Corea (Corea del Sur) y Corea del Norte. Capitalista la primera y comunista la segunda. Bajo influjo americano la del Sur y en la órbita soviética la del Norte. Y, claro, la cosa no podía ir bien. Y llegó la guerra de Corea (1950-53), un conflicto sangriento que se cobró la vida de más de tres millones de civiles, que refrendó definitivamente la partición y que apartó un poco más a Corea del Norte de los ojos del resto del mundo.

La selección norcoreana se presentaría en Inglaterra con un equipo conformado por jóvenes militares, ya que nadie que no formara parte del Ejército podía ser elegido para la selección nacional. Así que el método estaba claro: a los mejores jugadores de fútbol se les daba un grado en el Ejército o a los militares que mejor jugaban al fútbol se los incluía en la selección. Y todo arreglado a mayor gloria del Líder Supremo. Pero es que ni ese detalle se sabía siquiera en Occidente, ya que durante muchos años se especuló con que Pak Doo Ik, el autor del tanto que eliminó a Italia, era odontólogo. 

Pero no adelantemos acontecimientos...

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El sorteo, caprichoso como siempre, deparó un grupo formado por la Unión Soviética, Italia, Chile y Corea del Norte. Así que Middlesbrough acogería de una tacada un partido entre dos equipos comunistas, el maestro y el discípulo, y también la reedición de la Batalla de Santiago entre Chile e Italia que, afortunadamente, esta vez no fue tal.

El grupo lo abrieron los norcoreanos ante la Unión Soviética y los subcampeones de Europa vencieron con comodidad por 3 a 0 en un partido en el que los debutantes asiáticos pagaron cara su inexperiencia en este tipo de competiciones internacionales. Los norcoreanos, animosos, pequeños, ágiles e infatigables, no dejaron de correr en todo el partido, aunque les sirvió de poco ante el potencial físico, técnico y táctico de los soviéticos. Malofeyev abrió y cerró la cuenta, mientras que el segundo tanto lo marcó Banishevski.

Los italianos, por su parte, se vengaron de los chilenos ganándoles claramente por 2 a 0 con tantos de Mazzola y Barison, para dejar claro que soviéticos y transalpinos eran los auténticos y únicos candidatos a pasar a los cuartos de final y meterse en la lucha por el título.

En la segunda jornada, donde se dirimía precisamente el liderato del grupo, un gol de Chislenko le dio a la Unión Soviética una victoria de prestigio ante la azzurra, lo que metía al equipo entrenado por Nikolai Morozov directamente en los cuartos de final. Y más, después de que Chile se dejase empatar el partido en el minuto 88 ante una Corea del Norte que ya se había expulsado del todo los nervios del debut y empezaba a sorprender.

Bajo una fina lluvia, los norcoreanos corrían y corrían y corrían sin parar y miraban siempre hacia adelante para intentar empatar el encuentro y mantener viva la llama de la clasificación. Los chilenos, que trataban de sentenciar, no acababan de imponer su superioridad técnica. Pero, a falta de dos minutos, los asiáticos colgaron un balón al centro del área que un defensa despejó sin contemplaciones. El rebote lo volvió a meter dentro un jugador asiático y esta vez el despeje chileno lo empalmó desde la frontal sin miramientos el delantero y capitán Pak Seung Zin para batir al meta de la Roja, empatar el encuentro y convertirse en el primer asiático en anotar un gol en la Copa del Mundo.

A esas alturas del torneo, el público local ya se había hecho seguidor de un equipo sin seguidores (al parecer sólo habían acudido 12 norcoreanos al torneo invitados por el régimen después de ganar su pasaje en un sorteo) y al acabar el encuentro, un marinero inglés saltó al terreno de juego para levantar el brazo del goleador asiático. La imagen se convirtió en icónica y dio la vuelta al mundo.

Con el inesperado empate norcoreano, el último choque ante Italia se convirtió en una final, ya que si los asiáticos ganaban el partido, pasarían a cuartos de final. A Italia le bastaba un empate suponiendo que los soviéticos derrotaran a Chile en el partido que cerraba el choque al día siguiente (así fue, la Unión Soviética ganó 2 a 1).

En Ayresome Park el público ya iba claramente con Corea del Norte y animaba en cada acción a los asiáticos mientras los italianos ponían cerco a la meta defendida por Lee Chang Myung y tenían a los debutantes a su merced, totalmente contra las cuerdas en una primera media hora abrumadora. Pero, de repente, en poco más de 8 minutos todo saltó por los aires.

Primero llegó la lesión de Bulgarelli, que estaba jugando tocado y tuvo que abandonar el campo a falta de once minutos para el descanso. Los italianos tuvieron que jugar con uno menos a partir de ese momento, ya que en esa época no estaban permitidas las sustituciones (eso cambiaría cuatro años más tarde en el Mundial de México 70, donde también se instauraría por primera vez el uso de las tarjetas amarillas y rojas). Esa acción desconcertó a la azzurra que, de repente, empezó a sentirse incómoda ante la movilidad constante y la tremenda velocidad de los norcoreanos.

Los asiáticos aprovecharon el momento y a falta de tres minutos para el descanso pusieron el partido patas arriba. Una combinación en la parte derecha del ataque norcoreano acabó con el balón botando en la parte derecha de la frontal del área. El atacante Pak Doo Ik no se lo pensó dos veces, armó la pierna derecha y golpeó el balón con fuerza y cruzado, lejos del alcance de Albertosi. Corea del Norte acababa de adelantarse en el marcador y se iba al descanso con ventaja ante la todopoderosa Italia.

A la vuelta de los vestuarios, Corea del Norte se cerró y se encomendó a los guantes de Lee Chang Myung. Italia, con uno menos, no encontró resquicios en la defensa asiática y no supo contrarrestar con calidad el partido físico, de ida y vuelta y de desgaste que propusieron los esforzados coreanos. Así que los minutos fueron pasando hasta que el colegiado, el francés Pierre Schwinte, señaló el final del partido. La azzurra había recibido de su propia medicina. El cerrojazo norcoreano dio sus frutos y sumió a Italia en una depresión profunda, a la vez que consumaba una de las sorpresas más tremendas de la historia de la Copa del Mundo.

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Mientras los italianos eran recibidos a tomatazos en Genova, donde aterrizaron en un vuelo que trataron que fuera secreto para evitarse el bochorno, los norcoreanos hubieron de recurrir a la bondad de una congregación religiosa en Liverpool que les ofreció alojamiento en sus instalaciones para disputar el partido de cuartos de final ante la Portugal de Eusébio, la otra selección sorprendente del torneo que acababa de eliminar a Brasil, la actual campeona.

En Italia los medios de comunicación no escatimaron ni una sola crítica hacia la selección y la propia federación decidió prohibir la entrada de extranjeros en el calcio después del fracaso de la azzurra (al que había que sumar el de Chile 1962) para intentar potenciar y salvaguardar al combinado nacional. 

Mientras tanto, Corea del Norte intentaba en Godison Park prolongar su sueño y transformaba en pesadilla el de los lusos. A los 25 minutos de partido vencían 3 a 0 con goles de Pak Seung Zin, Li Dong Woon y Yang Seung Kook. Nadie se lo podía creer, pero los asiáticos, tras tumbar a Italia, estaban a un paso de meterse en semifinales y medirse a Inglaterra. Eusébio no lo permitió. El astro del Benfica anotó dos tantos antes del descanso para respirar con más tranquilidad y otros dos mediada la segunda parte para remontar el choque y bajar a los norcoreanos de la nube. José Augusto puso a falta de 10 minutos el 5 a 3 definitivo en el que fue, sin duda, uno de los mejores encuentros del Mundial de Inglaterra y, desde luego, el más emocionante.

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La actuación norcoreana en el Mundial fue tan sorprendente, que los rumores sobre cómo había sido posible su gesta se multiplicaron desde el primer minuto por toda Europa con la intención de intentar explicar lo inexplicable o, al menos, ir cerrando los huecos que dejaba una historia increíble.

Desde Italia, en un intento de abochornar aún más a los jugadores de la azzurra, se dijo que los mejores profesionales europeos habían caído eliminados con el gol de un dentista y se inventaron profesiones inverosímiles para unos jugadores a los que tildaron de amateurs. En parte era cierto, porque todos eran militares, algunos futbolistas y prácticamente ninguno profesional (entendiendo el profesionalismo a la europea), pero, desde luego, el goleador Pak Doo Ik no había hecho un empaste en su vida.

Lo cuenta él mismo en un documental realizado por Daniel Gordon en 2002, “The Game of Their Lives”, donde se reunieron algunos de los héroes norcoreanos de 1966: “Después de la guerra de Corea trabajé como obrero en una imprenta. Mientras, empecé a jugar al fútbol. En 1957 fui llamado para el equipo de Pyongyang y me hice profesional. Tenía 20 años. En 1959 me eligieron para la selección”.

Vamos, que de dentista, nada. Futbolista que, por serlo, ya era cabo en el ejército. De hecho, fue ascendido a sargento tras su brillante participación en el torneo. Poco después, se retiró de fútbol (y también del ejército) para ser profesor de Gimnasia, su auténtica vocación. Años después sería nombrado seleccionador y lo cierto es que es una celebridad en el país.

El otro gran rumor cuenta que los italianos se quejaron a la FIFA antes de marcharse del Mundial por la puerta de atrás acusando al seleccionador asiático de cambiar a los once jugadores en el descanso de cada partido aprovechando su parecido físico y la incapacidad de los europeos para reconocerlos. En fin…

Pero el súmmum es la historia que circula sobre que los jugadores fueron castigados severamente al volver al país por el Líder Supremo, llegando incluso a encerrar a algunos de ellos en un gulag. ¿Por qué? Pues porque se pegaron una juerga importante en un pub después de la victoria ante Italia donde no faltaron ni alcohol ni mujeres, algo imperdonable por lo que suponía para la imagen de Corea del Norte en el mundo.

Parece ser que todas estas historias son grandes bulos. Todas ellas.

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En realidad, los jugadores fueron recibidos como héroes a su vuelta al país e incluso hoy son considerados ídolos por sus compatriotas. Tampoco es extraño, porque Corea del Norte en 1966 fue la primera selección asiática que se clasificó para los cuartos de final de una Copa del Mundo, un hito sólo superado, 36 años después, por sus vecinos de Corea del Sur en el Mundial 2002, cuando llegaron a semifinales y acabaron cuartos en un torneo marcado por la polémica.

De hecho, Corea del Norte habría de esperar 44 años para disputar otra fase final de una Copa del Mundo. Lo hizo en Sudáfrica 2010 y no pudo ni acercarse siquiera a la gesta de Inglaterra 1966. Compartir grupo con Brasil, Portugal y Costa de Marfil tampoco ayudó. Y ahí sí es más probable que el Líder Supremo no estuviera especialmente contento con el papel de sus jugadores.

Pero eso es otra historia...

lunes, 20 de junio de 2022

Croacia roza la gloria en el Mundial de Francia 98

En el Mundial de Francia de 1998 destacó una selección que debutaba en la competición. Vestía una camiseta ajedrezada con cuadros rojos y blancos como el escudo que luce en su bandera y su primera experiencia en el torneo la llevó a las puertas de la final, poniendo contra las cuerdas a la poderosísima Francia, que, a la postre, levantaría su primera Copa del Mundo tras vencer en la final a Brasil por 3 goles a 0.

Esa selección era Croacia, un equipo formado por jugadores como Jarni, Boban, Prosinecky o Suker que hunde sus raíces más de una década atrás, cuando esos magníficos futbolistas le dieron a Yugoslavia su mayor éxito futbolístico en categoría juvenil. Una historia que, inmediatamente después, quedaría marcada a fuego por la guerra.

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Once años antes, en 1987, el Mundial Juvenil se disputaba en Chile. Hasta allí viajó una selección que iba a ser admirada por todos por el talento que congregaba en sus filas, por su manera de entender el fútbol, por su juego de toque en un centro del campo maravilloso y por su voracidad arriba, en los metros finales, donde se decide todo. Era Yugoslavia, cuyo equipo haría historia en el torneo a la vez que el país que defendían estaba a punto de desgajarse por completo.

La selección sub-20 de Yugoslavia estaba integrada por jóvenes serbios, croatas, bosnios, eslovenos, macedonios y montenegrinos, pero el peso de la calidad lo aportaban, en este caso, los croatas, que sumaban al equipo los nombres de Stimac, Jarni, Boban, Suker y Prosinecky. La guinda la ponía un montenegrino que más tarde haría historia en el Valencia CF y en el Real Madrid. Su nombre, Pedja Mijatovic.

Los yugoslavos firmaron una fase de grupos extraordinaria en la que marcaron cuatro goles en cada uno de sus tres partidos para meterse en cuartos de final con solvencia y buen juego. Primero cayeron los anfitriones chilenos (4-2), después le tocó el turno a Australia (4-0) y, para cerrar el grupo, nueva goleada ante Togo (4-1).

En cuartos de final, Yugoslavia se mediría a Brasil en lo que parecía una final anticipada ante los campeones de las dos últimas ediciones. Y los balcánicos sorprendieron remontando el tanto inicial de Alcindo con una diana de Mijatovic al poco de iniciarse el segundo acto y otro gol de Davor Suker a falta de un minuto para el final.

En las semifinales esperaba la República Democrática Alemana de Matthias Sammer, que tampoco pudo frenar a los balcánicos pese a la expulsión de Mijatovic a falta de un cuarto de hora para el final. Stimac había adelantado a Yugoslavia a los 30 minutos de partido, Sammer empató para la RDA a los cuatro minutos de la reanudación, Suker volvió a marcar el gol del triunfo a veinte minutos para el final del choque. Por primera vez en su historia, Yugoslavia disputaría la final de un Mundial juvenil.

Y allí esperaba la otra Alemania, la República Federal de Andreas Moeller, un jugador que marcaría una época en el Borussia de Dortmund unos cuantos años más tarde. Prosinecky, sancionado, no disputaría la final y la falta de su mejor jugador restó potencial a los balcánicos. El partido acabó con un empate a uno que mandó la final a la prórroga y, después, a los penaltis. Allí, desde los once metros, el alemán Witeczek, que se acababa de proclamar máximo anotador del torneo con 7 goles, sólo uno más que Suker, falló el primer lanzamiento, y eso les bastó a los los jóvenes yugoslavos, que demostraron sus nervios de acero marcando todos sus lanzamientos. Yugoslavia alzaba la Copa del Mundo Juvenil por primera vez en su historia. Evidentemente, sería la última, porque la guerra en la antigua Yugoslavia estaba a punto de empezar y, con ella, la transformación definitiva del mapa de los Balcanes.

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13 de mayo de 1990. En el estadio Maksimir de Zagreb, la capital de Croacia, está todo preparado para un duelo tenso y hostil. Casi todo el mundo coincide en que el partido no debería celebrarse en el contexto beligerante de una guerra inminente en Yugoslavia entre las diferentes repúblicas que aún la integran. El choque enfrenta al Dinamo de Zagreb, el equipo que representa la identidad croata y sus ansias por la independencia, ante el Estrella Roja de Belgrado, el club serbio por antonomasia que en ese instante representa una Yugoslavia unida bajo el mandato serbio.

Los Delije (ultras serbios del Estrella Roja) habían preparado un desplazamiento masivo para el partido, inundando las estaciones de tren para presentarse en la capital de Croacia al grito provocador de “Zagreb es Serbia” y “Mataremos a Tujman”, el líder de la Unión Democrática Croata, el partido que había ganado las elecciones en la república con la independencia por bandera. Su llegada a la capital croata comandados por Arkan, juzgado a la conclusión de la guerra por crímenes contra la humanidad, se tradujo en reyertas en las inmediaciones del estadio ante las que las autoridades deportivas giraron la vista. El partido se jugaría sí o sí.

Dentro del Maksimar, los Bad Blue Boys del Dinamo de Zagreb llenan las gradas con sus banderas croatas y cantan al cielo sus proclamas independentistas. En ese momento, mientras los jugadores de ambos equipos están en los vestuarios preparándose para saltar al terreno de juego, en las gradas ha comenzado el combate: bengalas encendidas, banderas de Croacia, de Serbia y de Yugoslavia ardiendo y butacas por los aires. Pero lo peor estaba por llegar.

Los Delije del Estrella Roja llevaban ácido y empezaron a arrojarlo a las vallas para provocar el pánico entre los aficionados del Dinamo de Zagreb. Los cuerpos comenzaron a caer al campo desde las gradas ante la inaudita pasividad de las fuerzas de seguridad que miraban los incendios recurrentes en diversos puntos de las gradas como quien ve la lluvia caer. Algunos jugadores, que ya estaban sobre el campo, no daban crédito y le recriminaron amargamente su actitud a unos policías que ni se inmutaban ante lo que estaba sucediendo.

En ese instante, los Bad Blue Boys consiguieron saltar al césped huyendo del ácido de los Delije y de los fuegos de las gradas y se prepararon para contraatacar. Entonces, las fuerzas de seguridad que se habían mantenido al margen de todo, intervinieron machacando sin piedad a los ultras croatas que iban entrando en el césped, persiguiéndolos con sus porras y agrediéndolos y golpeándolos sin miramiento.

Los jugadores del Estrella Roja (entre los que se contaban croatas como Goran Juric o Robert Prosinecky) se habían marchado a los vestuarios, pero los del Dinamo de Zagreb estaban aún sobre el césped. Boban, que miraba atónito en todas direcciones, fue conducido por uno de sus compañeros hacia el vestuario en medio del caos más brutal. De repente, un aficionado croata pasa corriendo ante Boban, intentando huir de la persecución de un policía que, porra en mano, empieza a golpearle sin piedad. Boban no se lo piensa dos veces y ataca al policía con una patada voladora que le alcanza de lleno y que pasaría a la historia. El policía no se cree lo que acaba de pasar, pero antes de que decida si golpea o no al futbolista croata, unos aficionados hacen una piña, colocan al futbolista en el medio y lo sacan de allí.

El partido que nunca debería haber empezado, evidentemente, no se disputó y la patada de Boban se convirtió en un símbolo para unos y para otros. Para los croatas fue un gesto heroico que simbolizaba su lucha por la independencia y para los serbios constituía una provocación, una chispa más que encendía la mecha de la guerra.

Un año más tarde, el 25 de junio de 1991, Croacia y Eslovenia declaraban su independencia. Al año siguiente, en 1992, lo haría Bosnia y Hertzegovina. La guerra de los Balcanes acababa de estallar y la selección de fútbol de un país ya descompuesto quedaba excluida de la fase final de la Eurocopa. Su plaza la ocuparía Dinamarca, quien acabaría ganando el torneo contra todo pronóstico con unos jugadores que ya estaban de vacaciones cuando se enteraron que disputarían la competición.

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Croacia ya había formado su propia selección al margen de la yugoslava a finales de 1990 y su debut fue en un partido amistoso ante Estados Unidos en el estadio Maksimar de Zagreb que vencieron por 2 goles a 1. Sin embargo, la UEFA y la FIFA no reconocieron a la selección croata hasta mediados de 1992, una vez consumada su constitución como estado independiente. La selección croata, dirigida por Miroslav Blazevic, con ganas de fútbol y con talento a raudales, puso la directa y se clasificó para la fase final de la Eurocopa de Inglaterra de 1996 igualada a puntos, pero por delante por goles, de la todopoderosa Italia.

Una vez en Inglaterra, los croatas presentaron sus credenciales plantándose en cuartos de final del primer torneo oficial que afrontaban. Los ajedrezados perdieron claramente ante Portugal en el partido del debut (3-0), pero se rehicieron para vencer a Dinamarca (0-3) y derrotar también a Turquía (1-0). En cuartos de final se verían las caras con Alemania, donde Sammer se vengaría de su derrota en el Mundial Juvenil de 1987 anotando el tanto del triunfo para los germanos (2-1). Croacia tenía que hacer las maletas, pero había demostrado al mundo que era una magnífica selección que estaba llamada a hacer grandes cosas. En Francia, dos años más tarde, lo demostrarían con creces.

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La selección croata se presentó en Francia con la base de futbolistas que habían contribuido a la conquista del Mundial sub-20 para Yugoslavia once años atrás. Ahora eran jugadores curtidos rozando la treintena que triunfaban en clubes importantes después de una gran trayectoria futbolística que había llevado a la mayoría a recorrer las ligas de casi todo el continente europeo.

Prosinecky había pasado sin demasiado brillo por los dos grandes de España, Barcelona y Real Madrid, pero había vuelto a casa para fichar por el Dinamo de Zagreb y allí recuperó su mejor versión en el Mundial. Davor Suker terminaba su segunda temporada en el Real Madrid con 15 goles en todas las competiciones en un año que no había sido especialmente bueno para él, pero que remataría estupendamente. Boban, el capitán, triunfaba definitivamente en el Milan, donde tenía estatus de estrella. Jarni era un puñal por la banda izquierda del Benito Villamarín, el estadio del Betis. Asanovic era un referente en el centro del campo del Nápoles. Stimac defendía con solvencia en el Derby County.

A todos esos jugadores que tenían entre 29 y 30 años y estaban en la plenitud de sus carreras se les unieron dos futbolistas más jóvenes que también darían mucho que hablar durante el torneo: Mario Stanic, de 26 años, centrocampista del Parma, y Goran Vlaovic, de 22, delantero del Valencia CF. Los dos se integraron a la perfección en el equipo que brilló en Francia.

El Mundial de Francia de 1998 fue el primero en el que participaron 32 equipos que, como ahora, se dividían en ocho grupos de los cuales sólo los dos primeros accederían a los octavos de final. La selección de Miroslav Blazevic había caído en un grupo variopinto con Argentina, Jamaica y Japón y le había tocado estrenarse en el torneo contra la desconocida Jamaica.

Los croatas solventaron con eficacia y solvencia el siempre traidor primer partido y doblegaron a los jamaicanos con goles de Stimac, Vlaovic y Suker (3-1) para llegar más tranquilos al partido clave del grupo, el que les enfrentaría a Japón en la segunda jornada. El encuentro volvió a caer del lado balcánico con un solitario gol de Suker a poco menos de un cuarto de hora para el final. Así, los debutantes se clasificaban para los octavos de final y afrontaban el partido ante la albiceleste con los deberes hechos, aunque con la primera plaza del grupo en juego.

La Argentina de Passarella, sin Redondo ni Caniggia por sus diferencias capilares (y también de otro tipo) con el seleccionador, contaba igualmente con un plantel espectacular, con un porterazo como Carlos Roa, con Ayala, Chamot o Zanetti en defensa, con Simeone, Almeyda, Ortega, Verón y Gallardo en la zona de creación y con “El Piojo” López y Batistuta en la punta del ataque, con Abel Balbo o Hernán Crespo como recambios de lujo. Los argentinos habían solventado fácilmente sus dos primeros partidos, ganando a Japón por 1 a 0 y goleando a Jamaica (5-0). Ante Croacia, les bastó un gol en la primera mitad del defensa Pineda para seguir invictos en el torneo, pasar como primeros de grupo y citarse con Inglaterra en los octavos de final. Los de Blazevic, en cambio, se verían las caras con Rumanía, selección que había desbancado a Inglaterra y a Colombia para ser primera de grupo.

Para el partido ante Argentina, el seleccionador croata, Blazevic, había estrenado una gorra de gendarme, un képi, en homenaje a Daniel Nivel, un policía agredido por ultras alemanes días antes, en el partido que enfrentó en Lens a Alemania y Yugoslavia. Blazevic llevaría la gorra puesta en cada partido hasta el final del torneo, con la intención de que nadie olvidara lo que había pasado con Nivel, que permaneció seis semanas en coma y después de salir de él tuvo que volver a aprender a caminar.

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El 30 de junio de 1998, Blazevic se volvió a poner el képi para el partido ante Rumanía, una ventana abierta a los octavos de final que los croatas no pensaban desaprovechar. Los rumanos tenían un gran equipo, pero después de haber vencido ante Inglaterra y Colombia parecían haberse dejado llevar. Saltaron a su duelo ante Túnez con las cabezas tintadas de amarillo y empataron ese último encuentro del grupo. Ahora, había llegado la hora de la verdad para ambas selecciones, la de los Cárpatos y la de los Balcanes.

Y el partido se lo llevaron los croatas con un gol de penalti convertido por Suker en el descuento del primer acto. Un balón raso metido al corazón del área fue a buscarlo Suker acompañado de su defensor, que fue al suelo. El delantero croata notó el contacto y cayó. Penalti y gol. Suficiente para meterse entre los ocho mejores del torneo después de aguantar con tranquilidad las pocas embestidas rumanas en la segunda parte. El objetivo estaba más que cumplido, ahora quedaba intentar la heroica. Como en la Eurocopa de 1996, enfrente estaría Alemania.

Los croatas se empeñaron entonces en jugar su mejor partido en el torneo para apear a Alemania. La primera mitad fue muy disputada, pero los alemanes se sentían incómodos ante las amenazas croatas, ya que Asanovic, Boban y Jarni controlaban el centro del campo y surtían de balones a los veloces Vlaovic y Suker para no dejar a los teutones ni un momento de respiro. Y en el descuento de la primera mitad los balcánicos obtuvieron su premio. Jarni recibió en tres cuartos de campo, se acomodó el balón en su zurda cerca del vértice izquierdo del área y soltó un zapatazo que sorprendió a Andreas Koepke para marcharse al descanso con ventaja.

La segunda mitad fue un quiero y no puedo de los germanos que, además, debían estar pendientes de las constantes contras croatas. En una de ellas, llegó la sentencia. Faltaban 10 minutos para el final cuando Vlaovic condujo cerca del área con su pierna derecha y soltó un latigazo desde la frontal para hacer el segundo de un disparo cruzado tremendo. Cinco minutos después, y en pleno desconcierto alemán, Suker bailó a su marcador en la línea de fondo para salir hacia el centro y batir de cerca al meta alemán por tercera vez. Tres a cero y a cuartos de final ante los anfitriones… ¡en su primera participación en un Mundial!

Y en las semifinales, después de haber eliminado a Italia en los penaltis en cuartos de final y haber sufrido antes lo que no está escrito ante Paraguay en octavos, a la que derrotó con un tanto de Blanc al final de la prórroga, los croatas se iban a ver las caras con la Francia de Jacquet, la selección anfitriona y máxima favorita para disputar la final.

Croacia fue fiel al estilo y a los jugadores que les habían llevado hasta el penúltimo partido del torneo y salió a contener a los franceses y a asustarlos a la contra con la velocidad de Vlaovic y la pegada de Suker. La intención, que Asanovic, Soldo y Boban se impusieran en la medular. Los galos, en cambio, habían optado por la prevención y Jacquet reforzó el centro del campo con Karembeu, dejando a Henry en el banquillo. Jugaban los del Gallo con Petit, Karembeu y Deschamps en la zona ancha, blindando a Zidane y a Djorkaeff y dejando los carriles libres para las subidas de Thuram y Lizarazu. Pero a los croatas les pesó la responsabilidad del choque en los primeros instantes y los franceses dominaban con claridad y creaban ocasiones. Entonces, a los 31 minutos, se lesionó Karembeu y Jacquet le dio una vuelta de tuerca al equipo sacando a Tierry Henry al terreno de juego. El cambio le hizo más mal que bien a Francia y los croatas empezaron a respirar para llegar al final de la primera parte con un empate a cero que les permitía jugarse el todo por el todo en la segunda mitad.

Y nada más comenzar el segundo acto, a los 30 segundos, los croatas sorprendían a todo el mundo poniéndose por delante en el marcador con un tanto de Davor Suker. La defensa francesa había salido mal a achicar espacios y Asanovic le metió un precioso pase en profundidad a su ariete que le ganó la espalda a todos para encarar a Barthez totalmente solo y batirlo con facilidad con su pierna izquierda. Cero a uno. Sorpresón.

Pero la alegría y la sorpresa duraron muy poco, porque no había pasado ni un minuto desde el gol de Suker cuando un actor secundario se presentó para rescatar a Francia. Lilian Thuram intentó progresar por la banda derecha en terreno croata, perdió la pelota, la buscó, la recuperó al borde del área y recibió una pared que lo dejó solo ante Ladic y lo batió como lo hubiera hecho cualquier delantero letal. Era el primer gol de Thuram con la camiseta francesa.

A partir de ese momento, los galos fueron muy superiores a los croatas y comenzaron a hacerse con el mando del encuentro y a llegar con relativa facilidad a la portería de Ladic. Pero el tanto no llegaba y volvió a aparecer el convidado inesperado. Thuram volvió a incorporarse por banda derecha, intentó una pared con Henry y el balón se le quedó un poco atrás, botando en el vértice del área. El defensa no se lo pensó, se acomodó la pelota a la pierna izquierda y soltó un disparo inapelable que ponía el dos a uno en el marcador y clasificaba a Francia para la gran final. Thuram, el héroe del partido, no volvería a marcar ni un solo gol más con la camiseta del Gallo en sus 142 apariciones internacionales. Se había guardado sus dos ases para el momento más importante y el más oportuno.

De todas formas, Croacia siguió haciendo historia doblegando a Holanda en el partido por el tercer y cuarto puesto con tantos de Suker y Prosinecky (2-1) y con el delantero balcánico consiguiendo la Bota de Oro del Mundial por los seis tantos que anotó en el torneo. Los franceses, por su parte, derrotaron a Brasil en la final para levantar por primera vez la Copa del Mundo.

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Croacia, con la base de la selección que había ganado el Mundial juvenil para Yugoslavia en 1987 en plenitud, había hecho historia en la Copa del Mundo contra todo pronóstico. En aquel momento nadie podía imaginar que 20 años más tarde, en Rusia 2018, otra genial Croacia, la de Modric, Rakitic, Mandzukic, Perisic y Vida superaría el hito de la generación del 98 y se metería en la final de una Copa del Mundo. Allí se encontraría de nuevo a la selección francesa que volvería a derrotarla para levantar la Copa del Mundo. 

Y mucho menos que esa magnífica generación, ya veteranísima, volvería a sorprender al mundo en Catar 2022 alcanzando de nuevo las semifinales del torneo y sólo doblegar la rodilla ante la Argentina de Messi, futura campeona, para volver a ser terceros en una Copa del Mundo. Como en Francia 98...  

Pero ésa será otra historia y tendremos que contarla más adelante.