"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 24 de febrero de 2022

Francia y Alemania: una prórroga increíble en el Mundial 82

Definitivamente, las prórrogas en los partidos importantes ofrecen espectáculos increíbles bastantes más veces de las que creíamos. Ya hablamos en este blog del partido entre alemanes e italianos en la semifinal de México 70, donde los teutones hubieron de claudicar ante la azzurra y no pudieron disputar la final de aquel memorable mundial ante Brasil. Y hoy nos toca hablar de otra prórroga fantástica, donde a los alemanes, esta vez, les salió cara, y remontaron casi milagrosamente a la Francia de Michel Platini en la semifinal del Mundial 82. Después volverían a caer, otra vez, contra Italia, pero eso aún no lo sabían.

En el Mundial 82 se estrenaba un torneo con 24 selecciones y el sistema no fue especialmente acertado y, de hecho, no se volvería a repetir jamás. Primero, las 24 selecciones se distribuirían en 6 grupos de 4 equipos cada uno para disputar una primera fase en la que dos primeros de cada grupo pasarían a una segunda liguilla. En esa segunda liguilla los equipos se distribuirían en 4 grupos de 3 equipos y sólo el primero de cada grupo se clasificaría para las semifinales del campeonato. Evidentemente, los dos ganadores de las semifinales se verían las caras en la final en el Santiago Bernabéu.

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Los franceses se presentaban en España con un equipo fresco, divertido, alegre y de clara vocación ofensiva con jugadores como Michel Platini, la estrella de esa selección, centrocampistas creativos como Tigana o Giresse, el delantero Rocheteau, el defensa Trésor, el portero Ettori o el jovencísimo lateral Amorós. Pero el torneo no empezó como ellos esperaban y tras caer por 3 a 1 ante Inglaterra en su primer encuentro, sufrieron mucho para clasificarse. De hecho, los galos ganaron con claridad a la débil Kuwait (4 a 1), pero empataron a un tanto ante Checoslovaquia en el último partido del grupo para pasar por los pelos a la siguiente liguilla. Y ahí, después del mal, el menos, ya que la selección blue se cruzaría con Austria e Irlanda del Norte. Basta comparar este grupo con el que formaban Brasil, Italia y Argentina o el que les tocó compartir a Alemania, Inglaterra y España.

De todos modos, para esa segunda fase el seleccionador Hidalgo ya había encontrado la fórmula con la apuesta de juntar en la medular a cuatro “dieces” creativos y brillantes como eran Tigana, Platini, Giresse y Genghini. Así, el once del gallo solventó sin demasiados problemas sus partidos ante austríacos y norirlandeses y se ganó los elogios de los rivales antes del duelo de semifinales ante los germanos.

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Lo de los alemanes en el Mundial de España, en cambio, tiene un poco más de miga. Se presentaron los de Jupp Derwall con un equipo fuerte, rocoso y rápido que se había proclamado campeón de Europa dos años antes en Roma y, aunque Schuster (la estrella de ese torneo) estaba lesionado y no disputaría el mundial (más tarde renunciaría definitivamente a la selección), eran un conjunto temible por lo físico y por su gran pegada.

De todos modos, las aguas bajaban turbias en esa selección, con jugadores que no acaban de congeniar con el seleccionador y con dos facciones claramente enfrentadas en el vestuario que la ausencia de Schuster contribuyó a rebajar antes del campeonato. También llegaron muy justos, por culpa de sendas lesiones, Karl Heinz Rummenigge y Hansï Müller.

Pero nada de eso impidió a los alemanes hacer gala de una actitud chulesca bastante impropia. Por ejemplo, cuando su seleccionador declaró antes del encuentro ante Argelia que si perdían compraría él mismo el billete de avión hacia Alemania y se subiría inmediatamente. Después, el golpe de realidad y el ridículo fueron mayúsculos: los campeones de Europa cayeron por 2 a 1 ante los Zorros del Desierto y Derwall no volvió a Alemania, sino que organizó (o permitió) uno de los bochornos más grandes de la Copa del Mundo, un biscotto con Austria en el último partido que permitió la clasificación de los dos países vecinos a la segunda fase y dejaba fuera a la sorprendente Argelia. Ese partido también tiene su propia historia y se le llamó “la vergüenza de Gijón”. Los argelinos, capitaneados por Belloumi y Madjer, tuvieron que hacer las maletas y volver a casa, aunque Derwall no hiciera ni la mención de pagarles el billete que finalmente no había comprado para él. Eso sí, en su primera participación en un Mundial, los Zorros del Desierto fueron los primeros africanos en ganar a un equipo europeo en el torneo. Y lo hicieron ante el campeón de Europa. ¡Casi nada!

Lo cierto es que después del susto de la primera fase, el equipo germano jugó un poco mejor en la segunda y acompañó la mejoría con una buena dosis de suerte. La Mannschaft empató sin goles ante Inglaterra y venció por 2 tantos a 1 a España, lo que la dejó a la espera de lo que aconteciera entre españoles e ingleses en un encuentro en el que los anfitriones del torneo ya no se jugaban nada. Sin embargo, los ingleses no fueron capaces de pasar del empate sin goles ante una España sin alma y los alemanes sellaron el pasaporte a semifinales ante los franceses.

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En ese partido en Sevilla sí que salió a relucir el potencial de las dos selecciones. En la primera parte, sorprendentemente, Alemania llevó el peso del partido y desquició a los galos, que no conseguían que el juego de sus virtuosos centrocampistas fluyera. Los franceses presentaron su clásico centro del campo jugón, con los 4 tenores (Platini, Giresse, Tigana y Genghini), sin medio centro defensivo y con Rocheteau, el extremo del PSG, de delantero centro. Pero los alemanes les maniataron, no les dejaron jugar y atacaron con vértigo por ambas bandas. Y precisamente cuando la presión germana empezaba a flaquear, se encontraron con el primer gol. Breitner inició una jugada que acabó con centro a Fischer, el remate del delantero lo desvió el guardameta Ettori y Littbarski fusiló el rechace a la red. Habían pasado 18 minutos de partido.

Pero Francia, que ya le había tomado el pulso al encuentro, no se vino abajo y, poco a poco, sus centrocampistas empezaron a dominar el partido. Así, en el minuto 27, un penalti cometido sobre Rocheteau lo convertía Platini en el empate a uno con el que los contendientes se marcharon a los vestuarios del Sánchez Pizjuán.

La segunda parte iba a empezar con un claro dominio francés cimentado en su centro del campo, en las subidas por banda del joven lateral Amorós y en las incorporaciones constantes al centro del campo para tocar y para sorprender del veterano líbero Trésor. Para entonces los alemanes ya sufrían, pero los franceses no marcaban y el partido se empezó a calentar. El meta Schumacher empezó con su juego de desquiciar a los rivales, e incluso se permitió el lujo de amenazar con lanzar un pelotazo a los aficionados franceses que estaban detrás de su portería.

En esas estaba cuando Battiston rompió con un desmarque la línea defensiva alemana y se coló entre los dos centrales. Platini lo vio y le metió un pase bombeado para dejarlo solo ante el portero alemán. Battiston llegó antes y metió la pierna para rematar a gol un balón que salió pegadito al poste izquierdo germano, pero Schumacher no se frenó. Se abalanzó sobre el francés saltando, con la pierna hacia adelante, y le golpeó con tal fuerza en la cabeza que lo dejó inconsciente. El estadio enmudeció. Pero el árbitro consideró que esa acción no era ni siquiera falta. Saque de puerta. Y mientras durante tres eternos minutos atendían al francés tendido en el césped, el portero alemán colocaba primero la pelota en el vértice del área pequeña dispuesto a sacar y, después, se puso a hacer toquecitos con la pelota sin inmutarse. A Battiston lo llevaron directamente al hospital con conmoción cerebral, unos cuantos dientes rotos, lesiones en dos vértebras y la mandíbula fracturada Y, claro, los franceses se descentraron. Y, claro, el dominio galo disminuyó. Y, claro, los del Gallo agotaron sus dos cambios en el minuto 57 de partido.

Con Francia tocada, Derwall aprovechó para sacar del campo a un casi desaparecido Magath y metió en punta al gigantón Hrubesch, con lo que Fischer se escoró a la banda. Y comenzó un intercambio de golpes maravilloso, una ida y vuelta constante que, milagrosamente, no se tradujo en goles de ninguno de los dos equipos. Schumacher le hizo un paradón a Six y Amorós estrelló un obús contra el larguero, mientras que Ettori despejó los disparos de Briegel y Breitner para alagar el choque media hora más.

¡Y qué media hora! Nada más comenzar la prórroga, a los dos minutos, los franceses se pusieron por delante con un magnífico tanto de cabeza de Trésor. Y seis minutos más tarde, Giresse puso la puntilla a los alemanes con un gol precioso después de una jugada colectiva marca de la casa, con todos los centrocampistas de salón tocando en corto para buscar la mejor posición de disparo. Pero Alemania es Alemania y Francia no lo supo ver. O no lo supo controlar. Tocaban los galos con la yema de los dedos su primera final de una Copa del Mundo y siguieron tocando… la pelota.

Derwall sacó a un renqueante Rummenigge para amenazar la retaguardia francesa y la apuesta le salió bien, ya que, a punto de acabar la primera parte de la prórroga, recortó distancias con un remate de depredador del área, colándose entre el defensa y el portero para embocar un centro de Littbarski. En la segunda parte de la prórroga, los franceses fueron incapaces de contener el vendaval alemán y Fischer empató de tijera. Tres a tres y ocho minutos por delante para desnivelar de nuevo la contienda. Pero ni unos ni otros tuvieron ya fuerzas para más y el finalista habría de decidirse desde el punto de penalti. Era la primera vez que una eliminatoria de la Copa del Mundo se resolvía por penaltis y la suerte cayó del lado alemán. Aunque los franceses tuvieron en sus manos la clasificación en la mismísima tanda, pero volvieron a dejar con vida a los alemanes y lo pagaron carísimo.

Giresse marcó el primer penalti para Francia y Kaltz el suyo para Alemania.

A Amorós no le tembló el pulso y anotó para los blues y Breitner para los germanos.

Rocheteau anotó el tercer penalti francés y… ¡Falló el veterano Stielike! que se quedó llorando en el césped y lo tuvo que levantar del suelo el mismo Schumacher.

Ahí volvía a estar la final. 
En las botas de Six. 
Pero lo tiró flojo y centrado y lo paró Schumacher. 
Y Littbarski restableció el empate con el cuarto lanzamiento alemán.

Platini anotó el último lanzamiento de la tanda para Francia y Rummenigge lo clavó también para Alemania.

Empezó la muerte súbita.

Y falló Bossis… 
Y marcó Hrubesch.

Y Alemania celebró el pase a la final mientras los franceses lloraban desconsolados sobre el césped del Pizjuán. Los dos equipos más estéticos del campeonato habían caído. Primero había caído Brasil ante Italia en el partido decisivo de su grupo de cuartos de final y después Francia ante Alemania en una de las semifinales más bellas de la historia Copa del Mundo. La final, precisamente, enfrentaría a alemanes e italianos, los esforzados verdugos del fútbol samba y del fútbol de salón. Pero esa final, a los alemanes, se les hizo demasiado cuesta arriba.

viernes, 18 de febrero de 2022

La Italia de Pozzo

La Italia de Vittorio Pozzo, campeona del mundo en 1934 y 1938, siempre ha estado rodeada de suspicacias, cuando no directamente minusvalorada, por muchísimas razones (seguramente casi todas justificadas o con mucho poso de verdad, pero minusvalorada al fin y al cabo).

Esa selección italiana fue campeona del mundo en su propio país, un país gobernado por Mussolini, que quiso convertir el campeonato en un triunfo personal suyo y, por supuesto, del régimen fascista que encabezaba. Eso convirtió el torneo en una especie de mascarada en la que los anfitriones siempre fueron muy bien tratados por los árbitros de turno.

Esa selección italiana saludaba brazo en alto su propio himno mientras Mussolini lanzaba la famosa consigna de “Vencer o Morir” a toda la expedición azzurra. Y, también en el fútbol, el resto del mundo miró hacia otro lado y les dejó hacer ostentación de una ideología supremacista, xenófoba y racista.

Esa selección italiana superó los cuartos de final contra España en un enfrentamiento que pasó a la historia como la batalla de Florencia, tras un empate a uno en el primer encuentro que no se pudo deshacer en la prórroga y que obligó a jugar un segundo encuentro de desempate, un día más tarde, con 7 bajas en las filas ibéricas a causa de las lesiones que se produjeron en el choque anterior. Los árbitros de cada uno de esos dos encuentros fueron sancionados por la FIFA y no volvieron a arbitrar un partido internacional.

Esa selección italiana formó con 4 jugadores llamados oriundi, porque eran todos argentinos que jugaban en la Liga Italiana y que el régimen se apresuró a nacionalizar para poder contar con ellos durante el torneo. De hecho, Luis Monti, el medio centro, había disputado (y perdido) con la albiceleste la final del Mundial de Uruguay de 1930. Ahora, cuatro años después, sería campeón con Italia.

Esa selección italiana disputó un torneo al que no acudió el actual campeón del mundo, Uruguay, molesto porque la gran mayoría de países europeos no habían ido a disputar la primera Copa del Mundo que ellos organizaron. Los argentinos sí participaron, pero llevaron una selección de suplentes de los suplentes que en nada se parecía a la que cuatro años antes había disputado la final ante sus vecinos del otro lado del Río de la Plata.

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Pues pese a todo lo dicho, que es estrictamente cierto, esa Italia de Pozzo merece un poco más de respeto y un análisis un poco más profundo. De entrada, y aunque casi todos los expertos tienden a contar que no estaba entre los máximos favoritos a llevarse la Copa del Mundo, la verdad es que los italianos ya habían demostrado que era un error no contar con ellos en esa terna. Básicamente, porque mientras otras selecciones aún estaban en pañales tácticamente y aún disponían el estilo piramidal con un 2-3-5 claro y marcado sobre el terreno, los italianos habían hecho su propia evolución de la ya conocida y practicada WM y la habían probado en campeonatos de prestigio como la Copa Internacional de la Europa Central (conocida posteriormente como Doctor Gerö) donde se medían a las selecciones de Austria, Hungría, Suiza y Checoslovaquia. Los italianos habían ganado la edición de 1930 y los austríacos las de 1932. Pero, curiosamente, Austria, Hungría y Checoslovaquia eran los favoritos a alzarse con la Copa del Mundo del 34 en Italia y los italianos no.

Pues bien, Vittorio Pozzo, un entrenador inquieto con un profundo amor por el fútbol, se había empapado años antes de todos los novedosos sistemas tácticos que se estaban empleando en Inglaterra, Austria y Hungría, principalmente, y había adaptado esos sistemas a la personalidad de los jugadores que había seleccionado para el Mundial, a su propia cultura futbolística y a su propia idiosincrasia personal.

Así, el metódico Pozzo modificó el sistema para adecuarlo a las virtudes de sus jugadores y, mientras las selecciones de la Europa Central ya jugaban la famosa WM con 3 defensas, dos centrocampistas por delante, 2 interiores un poco más adelantados y tres delanteros (dos extremos y un delantero centro), el seleccionador italiano se quedó con dos defensas más abiertos, adelantó la posición del tercer central al centro del campo utilizándolo de pivote por delante de la defensa, mandó abrir un poco más a los dos centrocampistas que quedaban para convertirlos en interiores, metió a dos medias puntas por delante de estos y dejó a los tres delanteros clásicos arriba (los dos extremos y el delantero centro). Así, se pertrechó mejor en la zona central y potenció la velocidad de contragolpe de los suyos. Velocidad y mejor ocupación de espacios contra la habilidad y el pase de los centroeuropeos. Convirtió la WM en una MM, una WW o un 2-3-2-3. Como queráis llamarlo. Los italianos lo llamaban Il Metodo.

Si a esto le añadimos el carácter, la personalidad y la capacidad de sacrificio que le inculcó al equipo, el cóctel casi sale solo. Y es que Pozzo había luchado en la primera guerra mundial en el Regimiento de Montañistas del Ejército Italiano y había adquirido una férrea disciplina, un sentido del deber y un espíritu de grupo que inculcó a rajatabla entre todos sus jugadores.

Así, esa selección, que contaba con futbolistas de una gran calidad individual, jugaba siempre como un equipo. El portero era Combi, un veterano de la Juventus, los dos defensores solían ser Rosetta y Caligaris (también de la Vecchia Signora), aunque en el mundial casi no jugaron ninguno de los dos. Rosetta solo disputó el primer partido ante Estados Unidos y Caligaris no jugó ninguno, pero Pozzo tenía el plan B perfectamente estudiado y los sustitutos preparados, así que los dos zagueros fueron Allemandi (del Inter) y Monzeglio (del Bolonia). Delante de ellos jugaba el argentino nacionalizado Luis Monti, escoltado en el centro del campo por su compañero juventino Bertolini y el romanista Atilio Ferraris. Delante de ellos, la magia de dos mediapuntas de manual: el artista Giuseppe Meazza (del Inter) y Giovanni Ferrari (también de la Juventus). Arriba, el delantero del Bolonia Schiavio en punta de ataque y los extremos Orsi y Enrico Guaita (los dos argentinos nacionalizados también, el primero de la Juve y el segundo de la Roma).

En un Mundial de tan marcado cariz político, hay que decir que Italia tuvo que clasificarse para jugarlo, cosa que no ha tenido que hacer nunca ningún anfitrión ni antes ni después. Ahora, eso sí, se clasificó ganándole un partido a Grecia en Milán por 4 a 0 y los griegos desistieron de jugar la vuelta en Atenas. La explicación oficial fue que no querían hacer el ridículo volviendo a perder contra los transalpinos, mientras que la que se oía en los burladeros era que Mussolini había decidido gastarse el precio del viaje y del alojamiento de la azzurra en una nueva, moderna y funcional sede para la federación helénica en Atenas.

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El caso es que Italia debutó en su mundial derrotando por 7 a 1 a los Estados Unidos en octavos de final. En cuartos de final se jugó la mencionada batalla de Florencia contra España (a la que derrotó en el partido de desempate por 1 a 0 con un polémico gol de Meazza) y se preparó para enfrentarse en las semifinales con Austria, el Wunderteam, el gran favorito que acababa de allanarse el camino (y, de paso, allanárselo también a Italia) eliminando a Hungría en los cuartos de final. Cosas de los sorteos. Ayer, hoy y siempre.

La semifinal se disputó el 3 de junio en Milán, en un campo totalmente embarrado después de una tormenta que benefició claramente a los italianos pero que, obviamente, ni el mismísimo Mussolini hubiera podido provocar. El choque acabó cayendo del lado azzurro merced al tanto anotado por el extremo Enrico Guaita a los 19 minutos de partido que los Smistik, Horvath, Sindelar y Bican no pudieron igualar.

En la final, los italianos se iban a medir a Checoslovaquia, una selección que tenía su estrella bajo palos, el gran Planicka, un centrocampista de grandísima calidad como Cambal y el ariete del torneo, el goleador Nejedly. Los checoslovacos se sostuvieron en la primera parte con las paradas de Planicka y, a medida que avanzada en encuentro, se sintieron más cómodos y empezaron a dominar la final. De hecho, en la segunda parte fueron mejores que los locales y se adelantaron en el minuto 70 con un tanto de Puc.

Sin embargo, la casta transalpina (o italoargentina) salió a relucir en los últimos minutos y el oriundi Orsi igualó el partido en el minuto 81 con un remate espectacular. La final se fue a la prórroga y ahí apareció la magia de un agotadísimo Meazza para meter un pase preciso a Angelo Schiavio que el boloñés no desaprovechó. Se llevaban tan solo 5 minutos del tiempo extra, pero el marcador ya no se movería y los italianos levantaron al aire de Roma su primer trofeo Jules Rimet.

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Pero esa Italia de Pozzo no se quedaría ahí. En los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 ganó la medalla de oro eliminando a Estados Unidos, a Japón, a Noruega y, finalmente, imponiéndose de nuevo a los magníficos austríacos en la final del torneo, en la prórroga y por 2 a 1, como ante Checoslovaquia dos años antes en la final de la Copa del Mundo.

Y en el Mundial de Francia de 1938 volvieron a repetir triunfo, con el mismo Método, aunque con distintos jugadores. Repetían Ferraris y Mazzola en la mediapunta, pero ya no estaban los oriundi. Sí estaba Piola, el delantero italiano más efectivo de la historia. Y los italianos volvieron a ganar. Esta vez eliminando a Noruega, a Francia en París en los cuartos de final, a Brasil (sin Leónidas ni Tim) en semifinales y a Hungría en la final. Esta vez con menos sufrimiento, sin prórroga y ganando por 4 a 2.

Después vendría la Segunda Guerra Mundial y el parón inevitable, pero, antes de la guerra, los italianos fueron los mejores. Y lo fueron con merecimiento. Con polémica y con un estilo personal e intransferible, pero con merecimiento. Porque, al final, si esa tremenda escuela de fútbol que fueron los países bañados por el Danubio en los años 30 no levantó trofeos ni se colgó medallas olímpicas fue por culpa de esa Italia física, luchadora, sacrificada, disciplinada y ordenada que caracterizaría ya para siempre el fútbol italiano.

De hecho, ningún seleccionador ha conseguido hasta el momento levantar dos mundiales. Ni con la misma selección ni con dos distintas. Pozzo sí lo hizo con Italia. En 1934 y en 1938.

viernes, 4 de febrero de 2022

El partido del siglo

A las 18:50 horas del 17 de junio de 1970 en México, en el estadio Azteca, 22 jugadores se refrescan lo mejor que pueden antes de afrontar la prórroga de la primera semifinal de la Copa del Mundo. Unos visten con casaca azul, pantalón blanco y medias blancas. Los otros van de blanco, con el pantalón negro y las medias también negras. Son los jugadores de Italia y de Alemania, que se encuentran en esa situación después de haber empatado a uno en el tiempo reglamentario. Ninguno de ellos imagina que este partido será recordado como “el partido del siglo”. Allí sólo hay once italianos lamentando su suerte y once alemanes respirando aliviados.

Y es que los italianos se habían adelantado en el marcador a los 8 minutos de encuentro con un disparo desde la frontal de Boninsegna y, a partir de ahí, recurrieron a su famosa y férrea defensa para desquiciar a unos alemanes que jugaron un gran encuentro, que generaron bastantes ocasiones, que no dejaron de buscar la portería rival, que le dieron dos veces al larguero, que reclamaron dos penaltis que se fueron al limbo, que vieron cómo un defensa sacaba una pelota bajo la línea de gol, pero que, después de todo, fueron incapaces de perforar la meta transalpina. Bueno, incapaces del todo no, ya que anotaron el empate en el último minuto, como tantas y tantas veces han hecho, con los azzurri encerrados en su área.

Paradojas de la vida, el gol no lo metió Uwe Seeler, ni Torpedo Müller, ni Franz Beckenbauer, ni Overath, ni Grabowski, ni Libuda. El tanto del empate fue obra de Schnellinger, un lateral que jugaba en el Milan y que marcaría ese único gol con su selección en los 47 partidos en los que se vistió con la casaca de la Mannschaft.

Pero ese final de partido no fue el clímax. Lo mejor estaba por llegar. Los cien mil espectadores que resistían estoicos los 38 grados centígrados que caían (imaginaos los jugadores, que además tenían que soportar la altitud de México) no tenían ni idea de que estaban a punto de presenciar los mejores 30 minutos suplementarios de un partido de la Copa del Mundo con 5 goles en 17 minutos que decidirían quién sería el finalista. Porque los mejores campeonatos los forjan partidos inolvidables. Y la mayoría de los que jugó Brasil en este campeonato lo fueron, pero quizá el que más lo fue éste, este Alemania Italia que pasaría a la historia como el partido del siglo, un duelo épico que marcaría a toda una generación y que dejaría patente que los alemanes, en el fútbol, tienen una pequeña piedra en el zapato llamada Italia.

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Para llegar a esa prórroga inolvidable, las dos selecciones hubieron de recorrer un camino arduo y peligroso. La selección italiana se presentó en México con la vitola de ser campeona de Europa dos años antes y con dos de los más finos estilistas del país enrolados en el equipo: el interista Sandro Mazzola y el milanista Gianni Rivera. También contaba con uno de los mejores guardametas del mundo, Dino Zoff, pero el seleccionador italiano, Ferruccio Valcareggi consideraba que Mazzola y Rivera no podían jugar juntos para no desequilibrar el sistema defensivo y que Zoff no sería el portero titular de la Squadra, aunque ya lo había sido en la Eurocopa del 68. Así que de portero jugaba Albertosi y Mazzola y Rivera se alternaban un tiempo cada uno. Solía empezar Mazzola de titular y en el descanso le sustituía Rivera en una época en la que sólo se podían hacer dos cambios. Evidentemente, las críticas eran feroces en un país tan amante del fútbol y de las polémicas que lo envuelven como Italia.

Pero es que el debate realmente se las traía, porque Mazzola era uno de los estandartes del Inter de Milán, campeón de las Copas de Europa de 1964 y 1965, mientras que Rivera era la insignia del AC Milán, campeón de Europa en 1969, y él, el Balón de Oro de ese año, el primer italiano en conseguirlo, además. De hecho, los dos eran los campeones de la Eurocopa del 68, que la ganaron dos años antes jugando juntos en la azzurra. Vamos, que materia para la discusión había, con la Italia rossonera clamando por Rivera y la Italia neroazzurra pidiendo a Mazzola, mientras los neutrales demandaban que jugaran los dos juntos. Valcareggi, el seleccionador, no escuchó a nadie e impuso la “Stafeta”, el relevo, una parte para uno y otra para otro, pero sólo a partir de la segunda fase del torneo.

De hecho, en la fase de grupos Italia comenzó como casi siempre: haciendo estrictamente lo justo para pasar y viviendo al filo de la navaja. Ganó 1 a 0 a Suecia en su primer partido, con gol de Angelo Domenghini, y luego empató sin goles ante Uruguay y también ante Israel. Rivera, el Balón de Oro de 1969, no jugó ni un solo minuto en esos tres partidos y el equipo se clasificó para cuartos de final como primero de grupo marcando un solo tanto y sin recibir ninguno. Pura Italia.

En cuartos de final le esperaba México, la anfitriona, y Valcaraggio, fiel a su estilo, dejó a Rivera en el banquillo y jugó con Mazzola. La primera parte acabó con empate a uno y el técnico puso en práctica su plan en la segunda parte. En el descanso entraba Rivera por primera vez en el torneo, pero quitaba a… Mazzola. Italia ganó el partido por 4 a 1 con dos tantos del delantero Riva y otro de Rivera y se metió en las semifinales del torneo, donde se citaría con Alemania.

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Los teutones, en cambio, eran una de las sensaciones del campeonato junto con Brasil. Se plantaron en las semifinales con un fútbol ofensivo de alto nivel, marcando 13 goles en cuatro partidos. Primero se pasearon en el grupo que compartían con Perú, la revelación del campeonato, Bulgaria y Marruecos. Los alemanes no se anduvieron con cuentos y ganaron los tres partidos: 2 a 1 a Marruecos, 3 a 1 a Perú y 5 a 2 ante Bulgaria para alcanzar los cuartos de final, donde se cargarían a los actuales campeones del mundo, los ingleses, para vengarse de la final perdida en el Mundial anterior, el de 1966. Los germanos ganaron por 3 goles a 2 en la prórroga, después de haber levantado un 2 a 0 en el tiempo reglamentario y que, cómo no, el gran Müller hiciera en tanto de la victoria en el minuto 108.

Los alemanes no tenían el problema de los italianos. El seleccionador, Helmut Schön, ponía a todos los buenos juntos y ya está. Schön llevaba toda una vida en la selección. Se incorporó a la Mannschaft como asistente del gran Herberger en 1956, dos años después de que los germanos ganaran su primera Copa del Mundo, e hizo de segundo hasta el relevo de su maestro en 1964. A partir de ahí, dirigió al combinado alemán durante 14 años y, atentos, fue subcampeón del Mundo en el 66, tercero en el 70, campeón de Europa en el 72, campeón del Mundo en el 74 y subcampeón de Europa en el 76. Se retiró de la selección después del Mundial de Argentina en el 78. ¡Casi nada!

Pues bien, el bueno de Schön jugaba con Overath y Beckenbauer en el medio y arriba juntaba también sin problemas al Torpedo Müller, recién llegado a la selección, con Uwe Seller, un grandísimo veterano que afrontaba su cuarto mundial y que habían marcado en todos.

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El caso es que los alemanes afrontaron la prórroga con la moral más alta tras haber conseguido el empate en el último suspiro después de perseguirlo durante todo el partido y eso se notó en el inicio del tiempo extra. El problema es que estaban todos muy cansados después de la larga batalla de noventa minutos, y puede que los alemanes más aún, ya que venían de disputar una prórroga contra Inglaterra y, además, jugaban con Beckenbauer con el brazo en cabestrillo después del penalti que le hizo el defensa Cera al final de la segunda parte. Sin cambios, el gran Beckenbauer siguió jugando… y corriendo… y dando la cara hasta el final.

El partido se volvió loco, era de ida y vuelta, con jugadores que hacían la guerra por su cuenta y lleno de imprecisiones por los dos bandos producto del cansancio. Entre tantas idas y venidas y con tanto talento en el terreno de juego, llegaron las ocasiones y los goles. El primero fue de Müller, que aprovechó una incomprensible desconexión de la defensa italiana a la salida de un córner para meter el pie casi en la línea de gol después de un remate de Sëller. Un defensa tapaba la pelota con su cuerpo para que la cogiera Albertosi, pero ni uno ni otro vieron aparecer al Torpedo, que aprovechó el regalo, metió su pierna zurda y batió al meta italiano. Llevábamos solo 4 minutos de prórroga.

Pero 4 minutos después, los alemanes iban a devolver el regalo. Domenghini colgó una falta desde el centro del campo y el central alemán despejó flojo y al centro del área, donde Burgnich remachó a placer el balón que le quedó botando con la pierna izquierda. Ni él mismo se creía el gol que acababa de marcar para volver a empatar el encuentro.

Y con el tiempo de la primera parte de la prórroga prácticamente cumplido, los italianos volvieron a golpear. Con las pocas fuerzas que le quedaban, el delantero Riva se inventó un recorte en la frontal del área para driblar a su par y lanzar un disparo seco, raso y cruzado que batió a Maier. Increíblemente, Italia volvía a estar por delante. 3 a 2.

Se realizó el cambio de campo y Alemania siguió intentándolo con las pocas fuerzas que le quedaban mientras los italianos se defendían con las suyas, cuando el meta Albertosi decidió darle emoción una vez más a la final. Quiso sacar rápido con la mano, pero el balón golpeó en la espalda de su compañero Poletti, le quedó a Müller en una esquina del área grande y el meta no tuvo más remedio que derribarlo antes de que entrara en el área, diera el pase de la muerte o chutara directamente a gol. El minicórner acabaría con un remate de Müller solo en el segundo palo que Rivera, pegado al poste, pudo sacar con la mano (entonces no te expulsaban por eso, sería penalti y punto), pero no lo hizo. El crack italiano reconoció años más tarde en una entrevista que podía haberla parado con la mano, pero que las manos en el fútbol estaban prohibidas y él no hacía eso. El guardameta Albertosi no debió pensar lo mismo porque le metió una descomunal bronca que Rivera desactivó con un comentario: “Tranquilo, que ahora marco”. Y lo hizo justo un minuto más tarde.

Los italianos sacaron de centro y Rivera controló la pelota, avanzó un poco y se encontró prácticamente rodeado de alemanes, así que la tocó a un lado y acompañó la jugada. En la banda izquierda, la pelota le llegó a Boninsegna quien, cansado como estaba, aún tuvo fuerzas de encarar al defensor alemán, superarlo por fuera y avanzar hacia la línea de fondo. Cuando vio que se quedaba sin ángulo y chutar ya no era posible echó la pelota rasa y atrás, buscando el punto de penalti, un pase de la muerte clásico. Y allí apareció Rivera para poner su pierna derecha y rematar raso al lado contrario al que el portero Maier se había vencido. 4 a 3 para la azzurra y a disputar la final contra Brasil (que eso ya sería otro cantar).

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Así se cerró, con cinco goles en apenas 17 minutos, el que a partir de ese instante sería considerado el partido del siglo, aunque sus propios protagonistas aseguren que no fue para tanto y que, como máximo, habría que llamarlo “la prórroga del siglo”. Eso no impidió que en el Estadio Azteca se colocara un placa conmemorativa donde se puede leer: “El Estadio Azteca rinde homenaje a las selecciones de Italia (4) y Alemania (3), protagonistas en el Mundial del 70 del Partido del Siglo”.

Pero lo mejor lo supimos por los diarios del día siguiente: 23 presos de la cárcel mexicana de Tixtla se fugaron esa tarde mientras todos los vigilantes contemplaban absortos la prórroga el partido del siglo por televisión. ¡Para que luego digan que el fútbol no es importante en la vida de las personas!