"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

lunes, 31 de octubre de 2022

Holanda tropieza tres veces con la misma piedra

Inglaterra y España han llegado tan sólo una vez a la final de una Copa del Mundo, pero ambas selecciones acabaron levantando el trofeo. Lo hicieron los ingleses en Wembley en 1966 y los españoles en Johannesburgo en 2010. Uruguay y Francia también cuentan sus finales por trofeos. En dos ocasiones llegaron charrúas y galos a la final de un Mundial y la ganaron. Uruguay levantó la Copa del Mundo en 1930 y también en 1950, cuando perpetró el Maracanazo ante más de 100.000 espectadores brasileños. Francia ganó el Mundial de 1998 y el de Rusia 2018.

Brasil, la pentacampeona del mundo, ha perdido dos finales (1950 y 1998) de las siete que ha disputado. Italia también ha llorado desconsolada la derrota en dos finales (1970 y 1994), pero ha encontrado el consuelo en las cuatro ocasiones en las que se ha llevado la Copa (1934, 1938, 1982 y 2006), mientras que Argentina ha caído derrotada en tres finales (Uruguay 1930, Italia 1990 y Brasil 2014), pero también ha sido dos veces campeona del mundo, con Menotti en 1978 y con Bilardo en 1986. Alemania ha perdido tres finales (1966, 1982, 1986), pero ha levantado la Copa del Mundo cuatro veces (1954, 1974, 1990 y 2014).

Tan solo Holanda, la Naranja Mecánica, ha tenido la mala fortuna de plantarse en tres ocasiones en la gran final de la Copa del Mundo para caer no en una, ni en dos… sino tropezar tres veces con la misma piedra. Perderlas todas. Absolutamente todas. Y cada cual más dramática. Cada cual más dolorosa. Cada cual más dura. Cada cual más difícil de digerir.

Porque perder ante Alemania en Múnich entraría dentro de la lógica, pero hacerlo cuando has sido, de largo, el mejor equipo del torneo y cuando eres capaz de marcar un gol en el primer minuto de encuentro sin que tu rival toque la pelota ni una sola vez, duele.

Como duele volver a llegar a la final tan sólo cuatro años más tarde. Sin tu estrella. Y encontrarte de nuevo con el anfitrión en el último partido. Ante su gente alborozada que llena el campo de papelitos. Y cuando parece que todo está perdido, empatas el partido y tienes la última ocasión, en el último suspiro, para hacer el gol que te corone campeón del mundo. Pero da en el palo. Y vuelves a ver cómo tu rival levanta la Copa ante tus narices.

Porque llegar a otra final 32 años después, con la sensación de haber dejado atrás un trauma, para jugar esta vez contra un rival que no organiza el torneo y que, como tú, viene a Sudáfrica desde Europa, sin más peso en la mochila que el ansia de gloria, anima. Y juegas al límite porque ellos parecen superiores, pero tienes dos ocasiones clarísimas para ganar por fin la final que se resiste. Pero la tibia del portero y la garra de un defensa echan por el sumidero la mejor posibilidad de ganar el partido más importante del mundo. Bueno, no pasa nada, el fútbol no puede ser tan injusto. Y, por lo menos, ves en el horizonte la posibilidad de que la fortuna te sonría en la tanda de penaltis después de que te haya sido esquiva antes, pero te encuentras con una genialidad de un jugador increíble que te manda a la lona con el tiempo casi cumplido. Y te vuelves a quedar sin levantar esa Copa que parece maldita.

La relación de la Naranja Mecánica con la Copa del Mundo se resume un dato funesto: llegar tres veces al último partido y perder las tres veces. Pero tras cada una de esas finales perdidas se esconde una historia: la historia de maldición de las finales de Holanda.

***

Cuando el 7 de julio de 1974 a las cuatro de la tarde el balón empezó a rodar en el Olímpico de Múnich había un equipo claramente favorito a alzarse con la Copa del Mundo por primera vez en su historia: Holanda, la Naranja Mecánica capitaneada por Johan Cruyff. Y lo fue aún más si cabe cuando un minuto y medio después los tulipanes habían dado 17 pases sin que un solo alemán tocara la pelota y un desquiciado Hoeness derribara al espigado capitán holandés dentro del área. Neeskens transformó el clarísimo penalti y a los dos minutos la final ya se había teñido de naranja.

*

Veinticinco días antes, el 13 de junio de 1974, Brasil y Yugoslavia daban el pistoletazo de salida al Mundial de Alemania en un partido en el que lo más bonito fue el saque de honor de Pelé, porque después pasó muy poca cosa más, dejando la sensación de que los brasileños, actuales campeones, no estaban en condiciones de defender su título. El cero a cero que al final reflejaba el luminoso lo decía todo.

Al día siguiente, el 14 de junio, debutaron los anfitriones, que en ese instante eran claros favoritos al título. La selección de Alemania Federal estaba formada por una base de jugadores del Bayern de Múnich, que acababan de proclamarse campeones de la Bundesliga y de ganar la primera Copa de Europa de su historia (después vendrían dos más de forma consecutiva). Con uno de los mejores porteros del mundo, Stepp Maier, uno de los mejores líberos del mundo, Franz Beckenbauer, y uno de los delanteros más eficaces del mundo, el Torpedo Müller, Alemania Federal era el enemigo a batir. Y más jugando en casa. Pero su debut no estuvo a la altura de lo esperado. Ganaron ante Chile, sí, pero por la mínima y sufriendo, y no acabaron de dejar un buen sabor de boca entre sus aficionados.

Justo al contrario que la Holanda de Johan Cruyff, Rep, Neeskens o Rensenbrick, que debutó el día 15 y derrotó con solvencia a Uruguay con dos goles de Rep. Los tulipanes jugaron un fútbol eléctrico, vertiginoso y de constantes movimientos y cambios de posiciones imparable para sus rivales. De hecho, en esta primera fase, los neerlandeses empataron a cero ante Suecia y ganaron por 4 a 1 a Bulgaria para cerrar su pase a una segunda fase de grupos de la que saldría uno de los finalistas.

Mientras, los alemanes ganaron claramente a la débil Australia en su segundo encuentro, pero ni siquiera el tres a cero final dejó buenas sensaciones. Y lo peor estaba por llegar. El grupo se cerraba con un encuentro entre hermanos alemanes: Alemania Federal contra Alemania Democrática. El partido, que parecía un trámite para los occidentales, se complicó para los hombres de Helmut Schön. Alemania del Este resistió muy bien el peligro de sus vecinos y a falta de 13 minutos Sparwasser volteó la clasificación del grupo con su gol y, probablemente, sin saberlo, cambió la suerte del Mundial. Porque ganó Alemania Democrática el partido y el liderato del grupo, por lo que le tocó jugar la segunda fase encuadrada en el grupo A junto a Brasil, Holanda y Argentina, mientras que Alemania Federal acabó segunda y le tocó en suerte el grupo B junto a Polonia, Suecia y Yugoslavia.

Es decir, que la derrota más humillante de la historia de la República Federal Alemana les permitió evitar a los holandeses en un grupo en el que jugaban todos contra todos y el primero se clasificaba directamente para la final (y el segundo para el tercer y cuarto puesto). Aún hoy hay quien, sin demasiado fundamento, cree que los occidentales se dejaron ganar ese partido, pero es algo difícil de creer ante las feroces críticas que recibieron los jugadores por parte de todos los medios del país (e internacionales) y por sus propios aficionados.

El caso es que la segunda fase fue muy tensa para los alemanes y extraordinariamente plácida para los holandeses que, a esas alturas del torneo, habían presentado su candidatura al título con creces, a la par que se iban desinflando las opciones alemanas.

Holanda empezó la segunda fase apabullando a Argentina, a la que derrotó por 4 goles a cero, mientras que Brasil sufría para ganar por 1 a cero a la RDA con gol de Rivelino. En la siguiente jornada, los brasileños afrontaron el clásico sudamericano con la soga al cuello y acabaron derrotando a Argentina por 2 a 1 con un gol de Jairzinho al inicio de la segunda parte. Por su parte, los holandeses cumplieron ante la RDA y ganaron 2 a cero sin demasiados sobresaltos.

Así pues, el 3 de julio Brasil y Holanda decidirían quién jugaría la gran final de Múnich. Parecía un duelo entre los campeones pasados contra los futuros campeones y así lo demostró Holanda, que dio buena cuenta de los cariocas con goles de Neeskens y Cruyff. A los tulipanes sólo les faltaba rubricar su gran Mundial en la gran final.

En el otro grupo, Alemania se impuso a Yugoslavia en el primer partido por dos goles a cero y eso tranquilizó un poco al equipo y a los aficionados, mientras que Polonia batía a Suecia con un gol de Lato en el otro partido. De hecho, los polacos volvieron a ganar ante Yugoslavia por dos a uno y trasladaron toda la presión a Alemania.

El partido ante Suecia era importantísimo para los anfitriones y se vivió con mucha tensión. Los suecos se adelantaron en el minuto 24 y aguantaron con el marcador a favor toda la primera parte. En la segunda, los locales salieron a por el empate. Y le dieron la vuelta al partido en dos minutos con goles de Overath y Bonhof, pero tan solo un minuto más tarde los suecos volvieron a empatar y metieron el miedo en el cuerpo a todo un país. A falta de 14 minutos Grabowski volvió a adelantar a Alemania y todos respiraron tranquilos con el gol de penalti de Hoeness en el último suspiro. Al final, del partido entre Polonia y Alemania saldría el finalista.

El día amaneció lluvioso en Frankfurt y la lluvia se mantuvo durante todo el día y dejó el terreno de juego pesado. El partido iba a ser tenso, duro y recio. Las dos selecciones jugaron de igual a igual durante todo el partido, pero los alemanes se llevaron el gato al agua con un gol de Müller, que a los 76 minutos se dio la vuelta en el punto de penalti, lanzó duro y raso a portería y engañó al meta Tomaszewsky. Alemania había conseguido llegar a la final de su final. Ahí se vería las caras con la Naranja Mecánica.

*

A las cuatro de la tarde y dos minutos, los más de 75.000 aficionados que presenciaban en directo la final del Mundial del 74 en el Olímpico de Múnich no daban crédito a lo que veían y cruzaban los dedos para que la exhibición de la Naranja Mecánica no continuara después del gol de penalti de Neeskens antes de ningún germano tocara el balón.

Y eso es exactamente lo que pasó. Porque, como 20 años antes en Berna, los alemanes empezaron a asentarse en el campo, a mostrar su orgullo y a defender cada metro como si les fuera la vida en ello. Los holandeses del futbol total empezaron a no sentirse tan cómodos en el partido y los alemanes a acercarse por las inmediaciones del área de Jongbloed, hasta que, en el minuto 25, Jansen derribó a Hoelzebien dentro del área y Breitner, con una personalidad arrolladora a sus 22 años, transformó el penalti para igualar la final. Después, al filo del descanso, Müller se revolvería dentro del área holandesa para marcar un gol muy típico de él y adelantar a los germanos antes de irse al vestuario.

La segunda parte fue un quiero y no puedo por parte holandesa. Se habían visto campeones y ahora les tocaba remar ante una selección experimentada y bien plantada. Las pocas ocasiones que tuvieron los naranjas las desbarató el gran meta Sepp Maier sin problemas, e incluso los alemanes pidieron otro penalti y les anularon un gol.

Al final, Alemania fue campeona del mundo por segunda vez y dejó con la miel en los labios a la selección más atractiva del torneo. Los holandeses no lo sabían, pero no sería la última vez. Cuatro años más tarde, la historia, caprichosa, volvería a repetirse.

***

Al Mundial de Argentina de 1978 la selección holandesa se presentó después de liderar con solvencia su grupo de clasificación europeo, donde ganó 5 partidos y empató solo uno (2 a 2 ante Irlanda del Norte). El subcampeón volvía a estar entre la terna de favoritos al título, pero perdió esa vitola en cuanto Johan Cruyff anunció que no iría a Argentina con su selección.

Mucho se ha escrito sobre la negativa de Cruyff a disputar el Mundial, pero las razones reales nadie las sabe a ciencia cierta. Se dijo que no quiso acudir a la cita en un país dictatorial donde mandaban los militares, con torturas y desapariciones a la orden del día y donde no se respetaban los derechos humanos. De hecho, el alemán Paul Breitner se manifestó en estos mismos términos y no disputó el Mundial.

También se dijo que después del Mundial 74 ya dejó caer que no volvería a disputar otro torneo por la cerrazón y el agobio de las concentraciones. También se apuntó que tenía un conflicto con la marca que le vestía y que no coincidía con la de la selección holandesa y que se había plantado por ello. Se elucubró con la posibilidad de que su decisión de no viajar a Argentina la condicionara su esposa, convenciéndole de no disputar el torneo. Se arguyó también que Cruyff había sufrido un intento de secuestro en Barcelona y temía por su seguridad en el mundial. Y la última de las especulaciones hablaba de la fatiga de Cruyff, que ya había enganchado muchos años a pleno rendimiento, que tenía 31 años y quería descansar para seguir compitiendo a primer nivel y con el físico intacto.

El caso es que la baja de Cruyff era tan sensible que prácticamente nadie incluyó a los holandeses, pese a ser subcampeones del mundo y estar dirigidos desde el banquillo por Enrst Happel, uno de los mejores técnicos de Europa, entre los candidatos firmes a levantar la Copa del Mundo. Ese papel correspondía a Alemania Federal, actual campeona del mundo y subcampeona de Europa, a Argentina, que como anfitriona había armado un gran equipo con la firma de su técnico Menotti, y a Brasil, que era una incógnita después de una fase de clasificación solvente en la que no participó Argentina por ser la anfitriona, pero que contaba en sus filas con un Rivelino de 32 años y con los jóvenes emergentes Zico o Dirceu.

*

La fase final tenía el mismo sistema que cuatro años antes en Alemania, es decir, cuatro grupos de cuatro equipos de los cuales se clasificaban los dos primeros. Los ocho equipos que seguían vivos en el torneo se distribuían en dos grupos (A y B) y el campeón de cada uno de ellos disputaría la final en el Monumental de River el 25 de junio. Sorprendentemente, allí estaría Holanda y enfrente, como 4 años antes, tendría al anfitrión, en este caso Argentina. Y como 4 años antes, volvería a quedarse con la miel en los labios.

Holanda compartió grupo en la primera fase con Perú, Escocia e Irán y los tulipanes empezaron bien con una clara victoria por 3 a 0 ante los asiáticos, pero sólo pudieron empatar ante la mágica Perú de Cubillas y Sotil y acabaron siendo derrotados por 3 a 2 por los escoceses, lo cual les relegó al segundo puesto por detrás de los incas.

A Argentina tampoco le fue especialmente bien en la primera fase. Debutó en su campeonato sufriendo mucho para derrotar a Hungría por dos a uno y volvió a padecer de nuevo ante Francia en la segunda jornada, aunque ganó por idéntico resultado. El partido que cerraba el grupo medía a argentinos e italianos y los transalpinos vencieron por 1 a 0 relegando a la albiceleste al segundo puesto y mandando al equipo de Menotti a disputar la segunda fase en Rosario, lejos de Buenos Aires.

En esa segunda fase los holandeses se entonaron y no tuvieron rival. Derrotaron a Austria con un rotundo 5 a 1, empataron con Alemania a dos en la reedición de la final del Mundial anterior y remontaron un gol en contra ante Italia para acabar ganando 2 a 1 y clasificándose para la gran final.

Mientras, Argentina se reencontró a sí misma en Rosario y, sobre todo, encontró a Mario Alberto Kempes. A los 16 minutos, el Matador había inaugurado su cuenta goleadora en el Mundial y había puesto por delante a la albiceleste, pero los polacos se vinieron arriba y en una falta lateral Fillol se tragó el centro y Lato remató de cabeza a portería. Kempes se estiró como si fuera el guardameta y sacó el balón con la mano. Penalti, pero no expulsión, que en esa época no existía la roja por evitar una ocasión manifiesta de gol, ni nada por el estilo. El penalti lo lanzó Deyna muy flojito y Fillol lo detuvo. Después Kempes anotó el segundo tanto para cerrar el partido. Mientras, Brasil le ganó 3 a 0 a Perú y ambos equipos, brasileños y argentinos, empataron sin goles.

La última jornada se disputaba el Polonia-Brasil y el Perú-Argentina, pero no se jugaban los partidos a la misma hora, por lo que los argentinos salieron a jugar ante Perú sabiendo que debían ganar por 4 goles, ya que los brasileños habían ganado por 3 a 1 a Polonia y la suma de goles a favor y en contra estaba en +3 para Brasil. El resto, ya es historia, Argentina ganó 6 a 0 con doblete de Kempes y Luque, un tanto de Tarantini y otro de Houseman, en un choque bajo sospecha desde el mismo instante en que la pelota empezó a rodar. Y hasta hoy.

*

El 25 de junio de 1978 una lluvia de papelitos inundó el césped del Monumental de River a la salida de los jugadores argentinos y una ovación atronadora encendió la mecha de la gran final. A apenas unos cientos de metros de allí, en un centro de detención tristemente famoso, se practicaba la tortura y se asesinaba a los supuestos “disidentes”.

A los 22 minutos de juego, Kempes batió al meta holandés y puso en ventaja a la albiceleste en la final. El Monumental se vino abajo, pero los argentinos no acabaron de cerrar el partido y los holandeses no le perdieron nunca la cara a la final y siguieron compitiendo con fe en sus posibilidades. El premio a su constancia llegó a falta de pocos minutos para la conclusión del choque con un cabezazo de Nanninga que mandaba el partido a la prórroga. ¡Y gracias! Porque en la última jugada del tiempo reglamentario, Rensenbrick le ganó la espalda al defensa argentino, metió el pie ante la salida de Fillol y lo superó, pero el balón, caprichoso, se estrelló contra el poste mientras todo el estadio de River contenía la respiración.

Pero en el tiempo extra, el equipo de Menotti, espoleado por su público y mucho más entero físicamente, acabó por doblegar la resistencia de los tulipanes con goles de Kempes y Luque para darle la primera Copa del Mundo a Argentina ante su gente.

Holanda, nuevamente, se había quedado rozando la copa con la yema de los dedos. Por segunda vez consecutiva y las dos ante el anfitrión. Los neerlandeses no se lo podían creer. Pero, como todo el mundo sabe, no hay dos sin tres.

***

El 11 de julio de 2010 en Johannesburgo la selección holandesa volvía a plantarse en una final del Mundial 32 años y 8 campeonatos después. Enfrente estaba la campeona de Europa, España, que afrontaba por primera vez en su historia la final de una Copa del Mundo. Ciento veinte minutos después los holandeses volvían a llorar de tristeza mientras España entera salía a la calle con lágrimas de alegría. Los tulipanes perdían su tercera final de un mundial en el minuto 116 de partido, después de haber tenido en los pies de Robben una ocasión de oro para marcar y levantar el ansiado trofeo. Pero la historia la escribieron el pie de Casillas primero y el de Andrés Iniesta después y dejó nuevamente a Holanda con la miel en los labios por tercera vez.

*

Tras la derrota en la final del Mundial de 1978, a Holanda le costó prácticamente una década contar con una generación de futbolistas cuyo talento se aproximara al de la mítica Naranja Mecánica. De hecho, no se clasificaron para los Mundiales de España’82 ni de México’86, así como tampoco para la Eurocopa de Francia en 1984. Pero en 1988 todo cambió. Con Rijkaard, Van Basten, Gullit, los hermanos Koeman o el meta Van Breukelen y bajo la batuta del mismo Rinus Michels que dirigió el Mundial 74, los tulipanes reverdecieron sus laureles y ganaron un título que la Naranja Mecánica Original nunca pudo ganar: la Eurocopa de 1988.

Pero en la Copa del Mundo, esa generación no pudo acercarse al hito de los Neeskens, Cruyff y compañía luchando por el trofeo. De hecho, en el Mundial de Italia 90, siendo campeona de Europa, hizo las maletas en octavos de final al cruzarse en su camino Alemania, que acabaría alzando la Copa. Para el Mundial del 94 se añadió Bergkamp al elenco de estrellas, pero la selección orange cayó en cuartos de final, de nuevo ante la futura campeona, Brasil. En Francia 98 una generación nueva, pero igualmente talentosa, había sustituido completamente a los Koeman, Gullit, Van Basten y compañía. Eran el mencionado Bergkamp en plenitud, Seedorf, Davis, Kluivert, Cocu o los De Boer. Y en Francia estuvieron a un paso de meterse en la final del Mundial, pero en semifinales los volvió a apear Brasil en una cruel tanda de penaltis.

Cuatro años más tarde, después del fiasco de la Eurocopa de 2000 disputada en Bélgica y Holanda (volvieron a llegar a semifinales y volvieron a caer en la tanda de penaltis, esta vez ante Italia), Van Gaal fue el escogido para dirigir la selección, pero no pudo clasificarla para el Mundial de Corea. Fue destituido y Dick Advocaat se hizo cargo del equipo hasta la Eurocopa de 2004, donde volvieron a llegar a semifinales y donde volvieron a caer, esta vez ante Portugal.

Entonces fue Marco Van Basten quien tomó el relevo y clasificó a la selección para el Mundial de Alemania en 2006 donde los lusos se cruzaron de nuevo en su camino en octavos de final y los volvieron a eliminar en uno de los partidos más sucios y lamentables de una Copa del Mundo con 4 expulsados y 16 tarjetas amarillas en la denominada Batalla de Núremberg. Jugadores del talento de Robben, Van Persie, Cocu, Sneijder, Deco, Cristiano Ronaldo o Figo dándose patadas y olvidándose de jugar al fútbol es una de las peores imágenes que se recuerdan de ambas selecciones.

Pese a la mala imagen del equipo en el Mundial, van Basten siguió al frente de la selección y se clasificó para la Eurocopa de 2008, celebrada en Austria y Suiza. Los de los Países Bajos hicieron una primera fase espectacular, con un pleno de victorias en un grupo complicadísimo ante Italia, Francia y Rumanía. Pero en el cruce de cuartos de final, una sorprendente Rusia fue mucho mejor que los holandeses y los mandó para casa con un contundente 3 a 1.

Tras la Eurocopa de 2008, Bert Van Marwij se convirtió en el nuevo seleccionador y clasificó al equipo para el Mundial de Sudáfrica. La selección de Van Marwij no era, ni de lejos, la más talentosa que había tenido Holanda en su historia, pero contaba con jugadores como Van Persie, Robben, Sneijder o Dirk Kuyt con capacidad para hacer daño a las defensas rivales. Y detrás montó un bloque serio y compacto con jugadores como Van Bommel, Nigel de Jong, Van Bronkhorst, Mathijsen o Heitinga para ayudar al meta Stekelenburg. Atrás quedaban los tiempos de Van Basten, Gullit, Rijkaard, Koeman, Bergkamp, Van Nistelrooy, Overmars, los hermanos De Boer, Seedorf, Davis o Patrick Kluivert.

*

En el Mundial, los de Van Marwij no estaban entre las quinielas de favoritos, pero, sin hacer ruido y con bastante solvencia, fueron avanzando en el campeonato. Ganaron a Dinamarca, Japón y Camerún en la primera fase y se clasificaron como primeros de grupos con 5 goles a favor y sólo 1 en contra.

En octavos de final sufrieron un poco más de lo previsto para eliminar a Eslovaquia, pero los goles de Robben y Sneijder, que estaban haciendo un magnífico campeonato, solventaron un compromiso al que los eslovacos le dieron emoción con un gol en el descuento.

En cuartos de final esperaba Brasil, que había ventilado su cruce de octavos ante el Chile de Marcelo Bielsa en un santiamén (3 a 0). Los brasileños salieron con Robinho y Luis Fabiano en ataque y con Kaká en la sala de máquinas y a los diez minutos se pusieron por delante, pero no contaban con la reacción neerlandesa tras el descanso. Los de Van Marwij salieron convencidos de sus posibilidades de victoria, presionaron un poco más arriba, fueron más agresivos y los brasileños no supieron frenarles. Los dos goles de Sneijder dieron la vuelta al partido y mandaron a los cariocas para casa. De repente, Holanda había puesto sobre la mesa su candidatura al título.

Uruguay esperaba en semifinales después de haber sufrido muchísimo ante Ghana. La primera parte acabó con empate a uno y las espadas en todo lo alto, pero mediada la segunda parte, en apenas 3 minutos, los holandeses parecían sentenciar la semifinal con dos goles de Sneijder i Robben. Los charrúas lucharon hasta el final y redujeron distancias en el descuento con un gol de Pereira y casi, casi empatan en un arreón final pleno de orgullo.

*

El 11 de julio de 2010, en Johannesburgo, Holanda y España buscaban su primera estrella. Y, sorprendentemente, los neerlandeses renunciaron a jugar y se dedicaron a romper la concentración de los españoles a base de juego subterráneo que los colegiados no supieron parar. Los campeones de Europa empezaron mejor y tuvieron varias ocasiones, pero el juego holandés descentró a los estilistas españoles y poco a poco fueron perdiendo el dominio y el peso en el partido.

Holanda se volvió muy peligrosa en la segunda parte y las contras empezaron a ser letales. Robben tuvo el triunfo en sus botas, pero el pie de Casillas le impidió tocar la gloria y el choque se marchó a la prórroga. Y ahí, en el tiempo extra, como en 1978 en Argentina, los holandeses perdieron otra final. Su juego al límite produjo la expulsión de Heitinga a falta de 10 minutos y, para entonces, los de Van Marwij ya esperaban desesperadamente la tanda de penaltis mientras España intentaba apurar sus últimas opciones. Pero, en el minuto 116, cuando ya casi nadie lo esperaba, apareció Andrés Iniesta para dar a España su primera Copa del Mundo y dejar a Holanda con la miel en los labios por tercera vez.

***

Holanda, una selección con gusto por el buen fútbol, a la que los aficionados neutrales casi siempre quieren ver jugar por lo atractivo de su propuesta futbolística, ha tropezado tres veces con la misma piedra, que por algo son humanos. Ahora toca comprobar cuando llegará la cuarta final y si para entonces la Naranja Mecánica ha sido capaz de conjurar su maleficio de las finales perdidas. En realidad, y aunque sólo sea por justicia poética, el fútbol le debe a Holanda una Copa del Mundo.

miércoles, 26 de octubre de 2022

Los desastres mundialistas de España

"Jugamos como nunca y perdimos como siempre"
Alfredo Di Stéfano

El 11 de julio de 2010, Iker Casillas alzó al cielo de Johannesburgo la primera Copa del Mundo para España. Ese día, en ese justo instante, acabó la maldición de la selección española en los Mundiales mientras se acrecentaba la de Holanda. Una relación con la Copa del Mundo que había ido siempre de desastre en desastre, de decepción en decepción, de debacle mayor a debacle menor, pero debacle al fin y al cabo, en un país donde el fútbol es una religión y donde los equipos de sus clubes han sido capaces casi siempre de dejar el pabellón altísimo, aunque durante décadas, su selección no estuviera casi nunca a la altura en las mejores competiciones internacionales.

La Furia Española, que era el apelativo con el que se conocía a la selección que ahora algunos han rebautizado como La Roja, lo más cerca que había estado de la gloria fue en Brasil 50, cuando quedó cuarta en un torneo en el que contaba con los goleadores Zarra, Basora e Igoa, el portero Ramallets y el gran centrocampista Puchades. La memorable victoria ante Inglaterra en la primera fase de la Copa del Mundo (1-0) se convirtió en una imagen icónica para fútbol hispano. 

Un gran resultado un poco ensombrecido después por una fase final donde los jugadores entrenados por Guillermo Eizaguirre no fueron capaces de ganar ningún partido tras empatar ante Uruguay (2-2) y caer frente a Brasil (1-6) y Suecia (1-3). Sea como sea, el resultado fue magnífico y, cómo no, ya los aficionados y la prensa deportiva del momento esperaban con ansia el siguiente torneo para demostrar al mundo que España era una de las candidatas a ganarlo. Pero, desde entonces, agua. Tocado y hundido. Cerrado por derribo. Porque los ibéricos no conseguirían superar la primera fase de un Mundial hasta… ¡¡1982!! Nada más y nada menos que 32 años después del cuarto puesto obtenido en Brasil. Pero vayamos paso a paso.

***

Los dos primeros batacazos llegaron enseguida y fueron sonados, porque España no logró clasificarse para el Mundial de Suiza 54 ni para el de Suecia 58, pese a contar en el equipo con el nacionalizado Ladislao Kubala primero y con Alfredo Di Stéfano después.

De hecho, la fase de clasificación de los españoles para la Copa del Mundo de 1954 fue un auténtico esperpento. España había de jugar una única eliminatoria ante Turquía a ida a vuelta para dirimir quién estaría en Suiza. Kubala no fue de la partida ante los otomanos en Madrid el 6 de enero de 1954 por temor a que las altas esferas se posicionaran en contra de la presencia del magiar con los ibéricos, pese a que se había nacionalizado en 1951 considerándose un refugiado político. El caso es que la Furia ganó bien, 4 a 1, y encarriló su pase. Sólo tenía que empatar en Turquía (en aquella época el valor doble de los goles fuera de casa no existía). Pero la visita a Estambul se saldó con un sorprendente 1 a 0 a favor de los turcos que obligó a jugar un partido de desempate en Roma tres días más tarde.

Para la cita a vida o muerte en la capital italiana, la Federación Española de Fútbol decidió que Kubala sí que iba a jugar. Pero se cuenta que, ya en el vestuario, cambiados para jugar, llegó un telegrama de la FIFA prohibiendo la inclusión de Kubala en el once. El caso es que el magiar dejó su sitio a Pasieguito y empezó el partido. Un partido que supuso una decepción para la expedición ibérica y para todos sus aficionados, porque el choque acabó en empate a dos y la clasificación para el Mundial se dirimió en un sorteo. Un bambino llamó Franco Gemma fue la mano inocente. Se metieron dos papelillos en un trofeo, uno con el nombre de España y otro con el de Turquía, y Gemma sacó el que ponía Turquía. Adiós a Suiza 1954.

Para la siguiente cita mundialista ya podía contar España con Di Stéfano, la Saeta Rubia, que se había nacionalizado. Con Ramallets aún bajo palos y una delantera formada por Di Stéfano, Kubala, Suárez, Gento y Miguel, la Furia no fue capaz de clasificarse para el Mundial de Suecia en 1958, la Copa del Mundo que acabaría llevándose la Brasil de Pelé, Garrincha, Altafini, Didí, Zagallo o Vavá. La Copa en la que Just Fontaine anotó goles de todos los colores para dejar en trece el listón de tantos anotados en una sola edición de un Mundial. La Copa en la que Argentina se dio cuenta de que sus futbolistas quizá no eran tan buenos como creían.

Para llegar a esa Copa del Mundo de 1958, los españoles se jugaban las habichuelas de la clasificación en un grupo con Suiza y Escocia. Se intuía que el rival a batir serían los escoceses, pero España empezó empatando en casa con los helvéticos. Primer tiro al pie. El segundo llegó en Escocia, donde los ibéricos cayeron por 4 a 2 ante la Tartan Army.

Después, España venció con claridad y comodidad a Escocia (4-1) en Madrid y a Suiza en Berna (1-4), pero los escoceses no fallaron y vencieron con sufrimiento sus dos encuentros ante los helvéticos (1 a 2 en Berna y 3 a 2 en Glasgow). Así que la Tartan Army acompañaría a sus vecinos de Irlanda del Norte, a Gales y a Inglaterra para hacer un pleno británico por primera vez en una Copa del Mundo. España, con su selección de campanillas, lo vería por la televisión, que también sería la primera vez en la historia que se retransmitía una Copa del Mundo.

***

Sí logró España su pasaporte para el Mundial de Chile en 1962, pero la Furia no pudo pasar de la primera fase tras caer en un grupo con Checoslovaquia, México y Brasil. Los checoslovacos dieron un baño de realidad a España y un gol de Stibranyi a falta de 10 minutos para el final le dio la victoria a los centroeuropeos (0-1). El triunfo ante México con gol de Peiró en el último minuto del segundo partido (1-0) concedió a los españoles una mínima opción de pasar a la siguiente ronda, pero para ello habían de ganar a Brasil, la actual campeona del mundo. Y no fue posible. Adelardo adelantó a España en la primera mitad, pero Amarildo, el sustituto del lesionado Pelé, se encargó de frustrar las esperanzas de la Furia con dos goles en la recta final del choque.

Ambas selecciones, Checoslovaquia y Brasil, se verían las caras de nuevo en la final del torneo más duro y violento de la historia que se acabó llevando la canarinha de Garrincha. Craso consuelo para España, cuyo papel en la Copa del Mundo fue discretísimo. La lesión de última hora de Di Stéfano que le impidió debutar en un Mundial no podía considerarse una excusa válida para un equipo formado por jugadores de la talla de Luis Suárez, Eulogio Martínez, Santamaría, Puskas, Gento o Peiró.

En Inglaterra 66, la selección entrenada por José Villalonga y capitaneada por Luis Suárez acudió al Mundial como campeona de Europa, tras los goles de Pereda y Marcelino ante la Unión Soviética en el Bernabéu (2-1) el 21 de junio de 1964. Pero la campeona no hizo honor a su título y volvió a caer en primera ronda.

Perdió España en su debut ante Argentina por 2 goles a 1. Consiguió después, con mucho sufrimiento, remontar el tanto suizo para ganar por 2 a 1 el segundo partido y tener una posibilidad en la última jornada ante Alemania, pero tampoco pudo ser ésta vez. El centrocampista del FC Barcelona Fusté adelantó a España a los 23 minutos, pero Emmerich empató el partido poco antes del descanso. En la segunda parte los españoles necesitaban un gol que no llegaba y, finalmente, fue Uwe Seeler quien anotó el 2 a 1 definitivo para los germanos a falta de seis minutos para la conclusión del partido.

Por segundo torneo consecutivo, España volvía a casa a las primeras de cambio. Alemania llegaría a la final y la perdería ante Inglaterra en una de las prórrogas más polémicas de la historia de la Copa del Mundo.

***

Así que, para España, la suma desde 1950 hasta 1966 no era muy halagüeña: dos Mundiales sin asistencia y otros dos Mundiales más a casa en primera ronda. Así que, siguiendo la progresión de la serie, ahora tocarían… Sumad, sumad… ¡Exacto! Dos Copas del Mundo más sin presencia española. Ni para el Mundial de México 70 ni para el de Alemania 74 pudieron clasificarse los españoles, que hubieron de esperar 12 años, hasta Argentina 78, para regresar a la fase final de una Copa del Mundo.

La fase de clasificación para el Mundial de México 70 fue un drama para los españoles. El seleccionador Villalonga había dimitido tras el Mundial de Inglaterra y fue Domingo Balmanya quien tomó las riendas de la Furia, pero también hubo de abandonar el puesto tras no clasificarse para la fase final de la Eurocopa de 1968 disputada en Italia. El equipo cayó entonces en manos de Eduardo Toba, el doctor Toba, extrenador del Deportivo de la Coruña y del Oviedo que entonces tenía entre manos la dirección de la selección española juvenil.

España cayó en un grupo con Yugoslavia, Bélgica y Finlandia con tan sólo un billete disponible para tierras aztecas. Los favoritos eran los balcánicos y los españoles, con los belgas un escalón por debajo y los fineses como cenicientas del grupo. Como casi siempre, la realidad se encargaría de matizar estas impresiones iniciales. Sobre todo cuando Bélgica ganó sin grandes aspavientos sus dos compromisos ante Finlandia y luego se impuso por tres goles a cero a Yugoslavia en Bruselas. Un primer aviso a navegantes.

España debutó sacando un valioso empate sin goles de Belgrado, pero el optimismo se disipó en los dos siguientes encuentros, cuando la Furia fue incapaz de pasar del empate a uno ante la sorprendente Bélgica en Madrid y cayó en Lieja por 2 tantos a 1, dejándose media clasificación allí. Por entonces, a los del doctor Toba ya les habían apodado el equipo del miedo por la tendencia del seleccionador a jugar a la defensiva.

Ya contra las cuerdas, España despidió a Toba y puso en su lugar a un triunvirato de entrenadores formado por Luis Molowny, Miguel Muñoz y Salvador Artigas y el equipo pareció reaccionar con una victoria en casa ante Yugoslavia que volvía a meterlo en la pelea por la clasificación. Sin embargo, un partido horroroso en Finlandia ante la cenicienta del grupo acabó de finiquitar las esperanzas españolas de clasificación. Los fineses vencieron por dos goles a cero en lo que la prensa hispana llamó “la humillación de Helsinki” y le dieron el pase a Bélgica al Mundial a falta de una última jornada que ya no serviría para nada. Bueno, sí, para que el trío de entrenadores saliera por la puerta de atrás y a España la cogiera Kubala.

Camino al Mundial de Alemania 74, España volvió a coincidir con Yugoslavia. Además, estaba Grecia, quien, en principio, sería una especie de sparring para las dos favoritas. Esta vez sí se cumplieron los pronósticos. Los de Kubala empataron a dos ante los yugoslavos en el Insular de Las Palmas y vencieron a los griegos en Atenas (2-3) y en Málaga (3-1). Yugoslavia también se impuso a los helenos en los dos encuentros y el choque entre eslavos y españoles en Zagreb lo decidiría todo. El partido fue muy tenso y acabó sin goles, por lo que ambos contendientes se habrían de ver las caras en Frankfurt en un partido de desempate que decidiría qué selección estaría finalmente en Alemania 74.

El encuentro se disputó el 23 de febrero de 1974 y Ladislao Kubala concentró a 22 hombres seis días antes en Madrid para preparar a conciencia la cita. De los 22, sólo 16 podían viajar a Frankfurt, y Kubala se dejó en Madrid al madridista Pirri y a Txetxu Rojo, del Athletic Club de Bilbao, lo cual fue muy criticado por la prensa. El caso es que los echaron de menos, porque en el Waldstadion de Frankfurt los yugoslavos se adelantaron a los 13 minutos con un tanto de Katalinski y después lo defendieron con uñas y dientes para dejar de nuevo a la Furia sin Copa del Mundo.

***

El regreso de España a los Mundiales se produjo en Argentina 78, con Kubala aún al frente de la selección y con la satisfacción de derrotar por fin a Yugoslavia en la fase de clasificación. Y es que la Furia volvía a medirse a los balcánicos de nuevo y esta vez era Rumanía la que completaba el grupo. España debutó en Madrid con una victoria por la mínima ante Yugoslavia (1-0), pero cayó en la visita a tierras rumanas (1-0) y también lo hizo Yugoslavia, por lo que Rumanía pasaba a ser el rival a batir en el grupo. Los de Kubala vencieron a los rumanos en Madrid por dos goles a cero, mientras que los yugoslavos también les derrotaban en Bucarest por 4 a 6.

Así las cosas, España visitaría Belgrado en la última jornada con los mismos puntos que Rumanía y dos más que Yugoslavia, por lo que bastaría una derrota por la mínima para estar en Argentina. El partido pasó a la historia como “la Batalla de Belgrado”. Y se lo llevó España después de resistir el asedio yugoslavo y responder definitivamente con una jugada excepcional del bético Cardeñosa que remató con la espinilla Rubén Cano para hacer el cero a uno que sellaba la clasificación de España para un Mundial 12 años después. Minutos más tarde llegaría el cambio de Juanito, los abucheos, su gesto al público con el pulgar hacia abajo y el botellazo que lo deja inconsciente tendido sobre el césped de Belgrado. Unos incidentes lamentables que cerraron la Batalla de Belgrado.

Pero tras la gesta en la clasificación, España volvió a ser fiel a su cita con la decepción en la Copa del Mundo. Esta vez, el desastre en el debut que condicionaría su clasificación sobrevino ante Austria. Schachner adelantó a los danubianos muy pronto, pero Dani empató para España para dejar las espadas en todo lo alto. Sin embargo, los austríacos se mostraron muy superiores durante todo el encuentro y en la segunda mitad encontraron el premio a su apuesta con un gol de Krankl (2-1) que condenaba a España a vencer a Brasil para tener opciones de pasar a la segunda fase. Los brasileños habían empatado a uno ante Suecia en el otro partido del grupo y tenían un poco más de margen.

El partido ante la canarinha fue soporífero y acabó en empate a cero, aunque España pudo ganar con lo que ha pasado a la historia como el “gol de Cardeñosa” que, evidentemente, nunca fue gol. Centró al área un jugador español, directo a la cabeza de Santillana que se elevó por encima del meta Leao, que había salido a capturar la pelota y se quedó con el molde. El balón de Santillana quedó botando en el punto de penalti, donde apareció Cardeñosa totalmente solo, con la portería guarnecida únicamente por un tembloroso defensa que se había quedado bajo palos. El bético controló la pelota y sacó un disparo raso, flojo, insulso, que despejó el defensa ante el estupor general. Cero a cero y a esperar un milagro que no llegó. Porque España le ganó a Suecia en el último partido del grupo, pero no bastó. Brasil venció a Austria (1-0) y ambos pasarían a la siguiente fase, mientras que suecos y españoles tenían que volver a casa, pese a que los de Kubala se despidieron del torneo venciendo a los nórdicos con un tanto de Asensi que no sirvió para nada.

***

Pero si hay un fracaso marcado a fuego en el imaginario colectivo español, es, sin duda, el del Mundial 82, donde España ejerció como anfitriona. Tras dos ediciones consecutivas en las que los anfitriones acabaron alzándose con la Copa del Mundo (Alemania en 1974 y Argentina en 1978), España tenía que ser fiel a su costumbre de romper moldes. Aunque encuadrada en un grupo aparentemente sencillo junto a Honduras, Yugoslavia e Irlanda del Norte, y arropada por su público en Valencia, nada hacía presagiar el hundimiento de la Furia. Pero la realidad casi siempre supera a la ficción.

El debut ante Honduras el 16 de junio de 1982 fue un auténtico despropósito. España estaba hecha un manojo de nervios y los hondureños, que jugaban el primer Mundial de la historia de su selección, sacaron tajada enseguida. A los siete minutos de juego Zelaya dejaba helados a los aficionados presentes en Mestalla con el tanto hondureño y la Furia no encontró el camino para hacer sufrir a la Bicolor. Un penalti más que riguroso cometido sobre Saura a los veinte minutos de la segunda parte lo convirtió en gol López Ufarte para salvar un punto ante uno de los rivales, presumiblemente, más asequibles del grupo.

El segundo partido ante Yugoslavia era una auténtica final para los pupilos de Santamaría. Y comenzó exactamente igual que el que jugaron ante Honduras. A los diez minutos, Gudelj adelantó a los balcánicos, aunque el árbitro pronto acudiría en auxilio de los anfitriones pitando penalti en una falta cometida al menos medio metro fuera del área. Para acabarlo de arreglar, López Ufarte falló el penalti y el colegiado mandó repetirlo por invasión de área. Increíble, pero cierto. Y, ahora sí, a la segunda, Juanito empató el partido. Pero a España no le bastaba el empate y en el segundo tiempo Saura consiguió el gol de una victoria que parecía balsámica ante un enfervorizado público que llenó Mestalla para aplaudir el primer triunfo de los suyos en el torneo.

El desastre vino cuando menos se esperaba, ante una selección que ya se veía de regreso a casa tras empatar sin goles ante Yugoslavia y a un tanto ante Honduras. Los futbolistas de Irlanda del Norte aprovechaban el calor valenciano para darse unos chapuzones en la piscina del hotel acompañados de unas grandes, buenas, espumosas y refrescantes cervezas. Como los balcánicos habían vencido a los centroamericanos por un gol a cero, los norirlandeses necesitaban una improbable victoria ante los anfitriones para seguir adelante. Y Gerry Armstrong, para sorpresa de todos, hizo posible el milagro con un gol a los dos minutos del segundo tiempo que España no fue capaz de igualar.

Los de Vilallonga se clasificaron por delante de Yugoslavia, pero le tocaba en suerte un grupo titánico de cuartos de final, en el que habría de enfrentarse a Alemania Federal e Inglaterra. Los sorprendentes norirlandeses acabaron líderes de grupo y se disputarían una plaza en semifinales ante Francia y Austria. Demasiado. Los franceses fueron los que siguieron adelante, mientras que en el grupo de España fue Alemania la que se clasificó tras empatar sin goles ante Inglaterra y derrotar a una decepcionante anfitriona por dos goles a uno. La aventura de España en su Mundial había acabado convirtiéndose en una película de terror que se llevó por delante al seleccionador y a muchos de los futbolistas.

***

En México 86, el conjunto entrenado por Miguel Muñoz (y ya totalmente renovado) llegaba con la vitola de ser subcampeón de Europa en 1984, aunque la fase de clasificación no fue ni mucho menos plácida, compitiendo contra Gales y la Escocia del mítico Stein, que fue la que acompañó a los ibéricos a tierras aztecas.

Los españoles, por segunda vez desde 1950, superaron la primera fase tras caer ante Brasil en un partido muy polémico (1-0) y derrotar a Irlanda del Norte (2-1) y a Argelia (3-0) para clasificarse como segundos de grupo. En octavos de final se agigantó la figura del Buitre, que anotó cuatro goles en la espectacular victoria ante la Dinamita Roja danesa (5-1) para darle una grandísima alegría a una afición que había caminado durante muchos años por el desierto futbolístico.

Pero el vértigo de los cuartos de final atrapó a los de Miguel Muñoz ante Bélgica, cuando ya se atisbaba en el horizonte un enfrentamiento en semifinales con la Argentina de Maradona y Bilardo. Ceulemans puso a España contra las cuerdas con su gol y Señor acudió al rescate para empatar el partido y forzar una prórroga en la que el marcador no se movería. En los penaltis, Jean Marie Paff detuvo el lanzamiento de Eloy Olaya para meter a los belgas en semifinales por primera vez en su historia. El sueño azteca se esfumó para España, aunque el torneo dejó un gran sabor de boca en los aficionados españoles, que volvieron a ilusionarse de nuevo con su selección.

En Italia 90, con la Quinta del Buitre en su máximo apogeo y con una figura tan relevante como Luis Suárez a los mandos, España volvió a decepcionar a los suyos. El debut ante Uruguay fue bochornoso, en un encuentro que la Garra Charrúa dominó por completo. Incluso tuvo Rubén Sosa la ocasión de hacer mucho más daño a España, pero lanzó al limbo un penalti que hubiera dado la victoria a los sudamericanos. Visto lo visto, el cero a cero final fue una gran noticia para España, aunque los periódicos se cebaron con los de Suárez y, especialmente, con Míchel, a quien describieron como un abuelo con 26 años. Pero como esto es fútbol y el fútbol siempre da revancha, Míchel contestó a sus críticos haciendo los tres goles que le dieron la victoria a España ante Corea del Sur (3-1) y los de Suárez acabaron líderes de grupo tras vencer a Bélgica por dos a cero en el partido que cerraba la primera fase.

Pero como ya se ha escrito, esto es fútbol. Y el fútbol quiso que en el partido de octavos de final ante Yugoslavia Míchel volviera a ser protagonista. Stojkovic adelantó a los balcánicos a falta de doce minutos para el final en lo que parecía la estocada definitiva para la Furia, pero Salinas empató a falta de siete minutos para mandar el partido a la prórroga. Y al poco de empezar el tiempo extra, en una falta en la frontal del área, Míchel se agachó en la barrera y por ahí pasó el balón de Stojkovic que batió a Zubizarreta y envió a España a casa en octavos.

En Estados Unidos 94, la España de Clemente hizo un torneo extraordinario y volvió a llegar de nuevo a los cuartos de final, pero volvió a tropezar con lo que empezaba a ser su ronda maldita en un partido inolvidable contra la Italia de los Baggio. Con uno a uno en el luminoso, Salinas falló delante del portero y apenas unos minutos después Roberto Baggio hizo el 2 a 1 que dejaba a los españoles con la miel en los labios, aunque el codazo de Tassotti a Luis Enrique pudo haber cambiado el sino de esa selección. Pero el árbitro no lo vio y los cuartos devolvieron a España a la realidad. En la tierra de las oportunidades España volvió a dejar pasar la suya.

Aunque nada comparable al fiasco de los de Clemente en el Mundial de Francia 98, donde, como casi siempre, los aficionados españoles tenían depositadas muchísimas esperanzas. De hecho, Clemente había confeccionado un auténtico equipazo: duro, rocoso, sólido en defensa, pero con mucho talento de tres cuartos de campo hacia arriba. Sin embargo, España se topó a las primeras de cambio con dos errores garrafales de Zubizarreta ante la Nigeria de Bora Milutinovic que costaron la derrota en la primera jornada (3-2), pusieron cuesta arriba la clasificación para los octavos de final y que hizo retroceder a la Furia a los tiempos en los que el partido de debut les condenaba a volver a casa en la primera fase. Y así pasó.

Porque los de Clemente fueron incapaces de batir a la Paraguay de Chilavert, Gamarra y Ayala y el cero a cero prácticamente les condenaba a hacer las maletas. España cerró su participación en el Mundial con una victoria escandalosa ante Bulgaria (6-0), pero, efectivamente, tuvo que hacer las maletas. Porque en el otro encuentro del grupo Paraguay se impuso a una Nigeria que ya no se jugaba nada y africanos y sudamericanos siguieron adelante, mientras que Clemente apuraba sus últimos momentos como seleccionador y España comenzaba una nueva era.

El Mundial de 2002, el de Corea y Japón, ya con José Antonio Camacho en el banquillo, parecía que España iba a espantar definitivamente todos sus viejos fantasmas al llegar al cruce de cuartos ante un rival aparentemente asequible y, a partir de ahí, soñar. Porque España había despachado su grupo de la primera fase con una solvencia inusitada, venciendo a todos sus rivales para acabar como primera de grupo. Venció 3 a 1 en el debut a Eslovenia, se vengó de Paraguay tras derrotarla también por 3 a 1 y se impuso a Sudáfrica por 3 a 2 en el último encuentro.

Los octavos de final no fueron tan plácidos y España sufrió muchísimo para pasar de ronda ante la sorprendente República de Irlanda de un jovencísimo Roobbie Keane que fue una tortura para la defensa española durante todo el choque. La eliminatoria se fue a los penaltis tras el uno a uno con el que acabó el partido y la prórroga y ahí la fortuna sonrió a los de Camacho, que vencieron por tres a dos.

En cuartos de final, el rival era Corea del Sur. La anfitriona, sí. La selección entrenada por Hiddink, también. Los que habían dejado en la cuneta a Portugal en la primera fase y a Italia en la segunda, sí. Pero que España firmaba jugar ese encuentro ante los surcoreanos en vez de hacerlo ante Italia, también. Al menos hasta que apareció el egipcio Gamal Elghandour y sus jueces de línea para teñir a España de indignación, de rabia y de estupor. El partido y la prórroga acabaron sin goles (aunque España hizo dos que fueron anulados por el colegiado) y los penaltis, esta vez, no sonrieron a los españoles. Corea del Sur se vería las caras con Alemania en las semifinales de su torneo mientras España volvía de nuevo a casa en los cuartos de final. Con una increíble sensación de estafa, sí, pero otra vez a casa.

***

Tras el Mundial de Corea y Japón, Camacho salió de la selección española y cogió las riendas Luis Aragonés, quien iba a convertir a España en una potencia futbolística de primer orden apenas seis años más tarde, pero antes, en el Mundial de Alemania 2006, el Sabio de Hortaleza probó la medicina de la derrota para empezar a forjar la leyenda que vendría después. Porque tras una gran primera fase en la que España parecía haber dejado atrás la Furia para convertirse en la garante del toque con goleadas ante Ucrania (4-1) y Túnez (3-0) y una victoria por la mínima ante Arabia (1-0), la vieja guardia de Francia se cruzó en el camino de una selección a medio hacer que no supo competir bien en el momento crucial contra las curtidas estrellas galas capitaneadas por Zidane (1-3).

Eso fue en los octavos de final, una ronda antes de lo que España tenía acostumbrada a su afición y, claro, las críticas y los palos cayeron por todos los lados, pero el Sabio no dio su brazo a torcer y aprovechó la experiencia en Alemania para perseverar en su modelo y desprenderse de todo aquello (y de todos aquellos) que le desviaban de su camino. Y funcionó, porque dos años después España iba a alcanzar de su mano el Olimpo futbolístico al ganar la Eurocopa de Austria y Suiza en 2008 y allí se mantuvo de la mano de Vicente del Bosque levantando la primera Copa del Mundo de su historia en Sudáfrica 2010 y rematando el ciclo triunfal con otro triunfo en la Eurocopa de 2012. Pero todo pasa, nada permanece, y a España le tocó volver a la tierra en el Mundial de Brasil 2014. Más que volver a la tierra, caer de bruces en la tierra, que no es lo mismo.

En Brasil se presentó la España de Del Bosque como campeona del Mundo y de Europa, dispuesta a defender con uñas y dientes una corona que había costado muchísimos años y muchísimos sinsabores conseguir. Pero la maldición del campeón hizo acto de presencia una vez más y Holanda se vengó de la final perdida en Sudáfrica (si es que es posible vengar una derrota en una final sin una victoria en otra) infringiendo al campeón una de las derrotas más dolorosas de su historia. El 5 a 1 con el que los neerlandeses hundieron a España pesó tanto que Chile sólo tuvo que apretar un poco para seguir haciendo sangrar la herida. Los de Jorge Sampaoli se merendaron a los de Del Bosque en el segundo partido y el 2 a 0 final mandaba al campeón vigente para casa en la primera fase por tercer torneo consecutivo y hacía totalmente intrascendente la victoria de España ante Australia (3-0) en la última jornada.

Crisis y reconstrucción de nuevo. A volver a empezar. A levantar el edificio futbolístico de nuevo sobre otros cimientos. Y la Federación Española de Fútbol escogió a Julen Lopetegui para conducir a la selección española hacia el Mundial de Rusia 2018. El técnico español renovó las caras del equipo y siguió confiando en el talento y en el toque para edificar su proyecto. Le dio galones a Isco en el centro del campo y disputó una fase de clasificación cómoda y solvente. Pero en Rusia se desató la tormenta.

Con el equipo ya concentrado y preparando el debut contra la Portugal de Cristiano Ronaldo, salió a la luz el contrato que Lopetegui acababa de firmar con el Real Madrid para incorporarse a la conclusión del Mundial y el presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, no dudó ni un solo instante en pagar la traición con el despido. Fulminó al seleccionador en pleno Mundial y fue Fernando Hierro que hubo de asumir su puesto.

Con esos mimbres no parecía probable que España hiciera un buen papel en el torneo y lo cierto es que no lo hizo. El primer partido ante Portugal fue el mejor en cuanto a calidad y terminó con un espectacular empate a tres que dejaba el grupo muy abierto. Pero los dos siguientes partidos se le atragantaron a España y, por suerte para los de Hierro, también a los lusos. Ambas selecciones sufrieron de lo lindo para derrotar por la mínima a Marruecos e Irán y todo el pescado se vendería en la última jornada.

Portugal se medía a Irán y España a Marruecos. Los portugueses se las prometían muy felices con el uno a cero que campeaba en el marcador en el minuto 90, mientras que los españoles atacaban a la desesperada en ese mismo instante porque En-Nesyri había hecho el 2 a 1 para Marruecos a falta de nueve minutos para el final. Pero en el minuto 92 Aspas hacía el empate ante Marruecos y un minuto más tarde Ansarifard convertía un penalti que empataba el choque ante Portugal. Esos resultados de última hora le daban a España el liderato del grupo y la mandaban a jugar ante Rusia, mientras que Portugal sería segunda y se enfrentaría a Uruguay en los octavos de final.

España no pudo empezar mejor en Moscú ante Rusia, ya que se le puso el partido de cara muy pronto, a los doce minutos, con un gol en propia puerta de Ignashévich. Pero los españoles abusaron del juego en corto, de los pases horizontales, no le dieron velocidad ni ritmo a la pelota y no consiguieron rematar a una Rusia que se sentía cómoda en el partido saliendo al contragolpe pese a estar por debajo en el marcador. Y al borde del descanso, un penalti absurdo propició el empate ruso, obra de Dziuba.

Ni en la segunda parte ni en toda la prórroga pudo España superar un entramado defensivo ruso que, pese a los más de mil pases que se dieron entre ellos los españoles, no vivió prácticamente ninguna situación de peligro real. Y el partido se fue a los penaltis. Y ahí el atlético Koke y el celtiña Aspas fallaron sus lanzamientos, mientras los rusos anotaban todos los suyos para enviar a casa a uno de los favoritos.

***

Así que la selección española de fútbol, una de las ocho que han conseguido levantar la Copa del Mundo, tiene una historia salpicada de ilusiones desvanecidas en los Mundiales que una extraordinaria generación de futbolistas consiguieron superar en 2010. Una larga historia que empezó con la Batalla de Florencia en 1934, cayendo ante la Italia de Pozzo en los cuartos de final en el partido de desempate, y que, de momento, acaba en Catar en 2022, cayendo por penaltis en los octavos de final ante Marruecos.

Al Mundial de Catar los de Luis Enrique se presentaron con unas grandes credenciales: semifinalistas en la última Eurocopa; una fase de clasificación sufrida, pero con final feliz y la clasificación para la final a cuatro de la Liga de Naciones, una competición recién inventada por la UEFA para evitar amistosos innecesarios creando partidos oficiales también innecesarios. Y se lucieron ante Costa Rica en su debut asustando al mundo con un contundente 7 a 0. El segundo encuentro ante Alemania confirmó que España iba a dar guerra (1-1), pero en el partido que cerraba el grupo ante Japón volvieron todos los fantasmas.

Los futbolistas de Luis Enrique se dejaron remontar el gol de Morata con el que se llegó al descanso con ventaja para España y Japón anotó dos tantos en unos minutos aciagos del cuadro ibérico. De ahí hasta el final, España fue incapaz de crear peligro sobre la portería nipona y cerró la primera fase llena de dudas. Aunque lo peor lo vivió Alemania, que se fue a casa otra vez a las primeras de cambio. España no tardaría en acompañarla.

Y es que los octavos de final ante Marruecos fueron un calco de los que se vivieron ante Rusia cuatro años antes. Toque de balón intrascendente, pases y más pases sin encontrar el camino de las ocasiones de gol y Marruecos esperando cómodamente atrás y metiendo algún que otro susto al contragolpe. Al final, el marcador no se movió ni durante el partido ni en la prórroga y los penaltis volvieron a mandar a España para casa tras una tanda infame en la que los españoles fallaron todos sus lanzamientos.

Ahora España tiene cuatro años por delante para lamerse las heridas y conformar de nuevo una selección competitiva. Lo hará sin Luis Enrique, cesado tras el Mundial, y aferrada a la experiencia en las categorías inferiores del nuevo seleccionador Luis De la Fuente.  

jueves, 20 de octubre de 2022

El Mineirazo, la mayor humillación de Brasil en la historia de los Mundiales

8 de julio de 2014. Estadio Mineirao, Belo Horizonte. Las semifinales de la Copa del Mundo enfrentan a Brasil y Alemania. Sobre el césped se acumulan las estrellas en las camisetas. Cinco lucen los brasileños por tres los germanos. El ambiente está enrarecido. Es festivo, como siempre en Brasil ante un acontecimiento futbolístico de tamaña magnitud. Es alegre y optimista. Es emocionante. Pero también se detectan los nervios de una torcida que sabe que enfrente tiene un gran equipo de fútbol, aunque nunca ningún europeo ha ganado un Mundial en tierras americanas. Aunque en los últimos 39 años, desde que la magnífica Perú de Sotil y Cubillas derrotara a la canarinha en la ida de la final de la Copa América de 1975, ninguna selección ha vencido en Brasil. Y ha llovido mucho desde entonces, que treinta nueve largos años dan para mucho. Pero Perú ganó en este mismo estadio. Cosas de meigas, que haberlas, haylas.

Los teutones saltan al terreno de juego con una equipación extraña que hace que a los puristas les duelan los ojos. No es que sea fea, que no lo es, sino que las franjas horizontales rojas y negras que lucen en su camiseta no las ha vestido nunca la Mannschaft en su larguísima historia. Con lo fácil que parece jugar una semifinal de la Copa del Mundo de blanco y negro ante una selección verdeamarelha, que no hay confusión posible y sí un respeto por la tradición y los rituales de un competición histórica. Al parecer, Alemania quería hacer con su segundo traje un homenaje al Flamengo, el club más popular de Brasil, aunque demasiado homenaje parece disputar con esos colores la semifinal de un Mundial ante la anfitriona. Pero, bueno, en lo único que se van a equivocar los alemanes es en la elección de su vestimenta. En lo puramente futbolístico están a punto de dar una auténtica exhibición que será recordada para siempre.

***

Brasil y Alemania, dos auténticos colosos del fútbol de selecciones, sólo se han enfrentado una vez en la Copa del Mundo. Fue en la final del Mundial de 2002, el de Corea y Japón, el que se llevaron los brasileños con dos tantos de Ronaldo. Hay alguien en el banquillo de la canarinha que tiene ese partido en su mente con total claridad. De hecho, por eso lo han contratado, para que repita en Brasil lo que obtuvo en Yokohama. Porque él estuvo allí. Es el seleccionador de Brasil, Luiz Felipe Scolari. Enfrente, Joaquim Löw piensa más en su única experiencia agridulce en una Copa del Mundo, en la semifinal perdida cuatro años atrás ante España en Sudáfrica con el cabezazo de Carles Puyol. Ha aprendido de ello y ahora no quiere que a los suyos se les vuelva a escapar la final entre los dedos.

Los once de Scolari saltan al campo entre el fervor de los casi 60.000 espectadores que llenan el estadio Mineirao. Entre los elegidos no está la estrella del equipo, Neymar, al que un choque con el colombiano Camilo Zúñiga en los cuartos de final le fracturó una vértebra. Y tampoco está Thiago Silva. El central del Paris Saint Germain vio una amarilla ante los colombianos que acarreaba suspensión y por ahí empezó a perder Brasil el partido. Porque la defensa que montó Scolari con Julio César en portería, Marcelo por la izquierda, Maicon por la derecha y David Luiz y Dante de centrales con Fernandinho de pivote defensivo en el centro del campo fue un auténtico coladero, impropio de una selección del nivel que se le supone a la pentacampeona del mundo. Incluso del que se le supone a una selección que disputa el Mundial, sin más. Pero no adelantemos acontecimientos.

Joaquim Löw fue fiel a su estilo y alineó un centro del campo tocador y alegre, ágil y dinámico, juntando a Khedira, Schweinsteiger, Özil, Kroos y el indetectabe Müller, y dejando arriba como referencia al veteranísimo Miroslav Klose. La portería la defendía Neuer, escoltado por Lahm, Boateng, Hummels y Howedes. Los alemanes jugaban de memoria, pero enfrente tenían a la anfitriona, una selección moldeada a imagen y semejanza de su técnico, con la ansiedad y la responsabilidad de darle una alegría a su público, pero espoleada precisamente por él.

Un equipo, el brasileño, que había empezado el Mundial como un tiro (dos victorias holgadas ante Croacia (3-1) y Camerún (4-1) y un empate sin goles ante México en la primera fase) y que se llevó un susto tremendo en octavos de final ante Chile, cuando los penaltis decidieron que los anfitriones seguirían adelante en el torneo tras el empate a uno con el que acabó el partido y la prórroga. Ante Colombia estuvieron más finos, pero también ganaron apretados (2-1). 

Los alemanes clavaron los números de Brasil en la primera fase con una victoria ante Portugal (4-0), un empate ante Ghana (2-2) y un triunfo ante Estados Unidos (0-1) para ser primeros de grupo. Como Brasil, en octavos sudaron sangre para derrotar a Argelia en la prórroga (2-1) y convencieron un poco más en cuartos con una victoria trabajada ante Francia (1-0). Con trayectorias casi calcadas, las espadas estaban en todo lo alto en Belo Horinzonte.

***

Tras los himnos y el sorteo de campo protocolario, el colegiado mexicano Marco Antonio Rodríguez, Chiquimarco para los amigos, levantó el telón con el pitido inicial. La canarinha salió fuerte, presionando arriba a su rival, intentando forzar pérdidas en la salida de la pelota del cuadro germano, un equipo que siempre intentaba salir con el balón controlado desde posiciones defensivas. Y por momentos parecía que, empujada por su público, la selección brasileña podía conseguirlo. Marcelo vivía permanentemente en terreno alemán y el primer tiro fue suyo, muy desviado desde la frontal del área. Después fue Hulk el que cabalgó por banda derecha y soltó un centro botando por el suelo que atrapó Neuer con seguridad. Pero el espejismo duraría apenas siete minutos, que fueron los que tardó Alemania en sacudirse la presión y generar miedo en la zaga brasileña. Tres minutos después, en el diez, los germanos ya ganaban por cero a uno.

Alemania sacó un córner desde la parte derecha tras un ataque rápido que culminó Khedira con un disparo que se estrelló en el cuerpo de un defensa brasileño. Kroos puso un centro templadito, al corazón del área, justo pasado el punto de penalti. Y por allí apareció Müller completamente solo, libre de marca, para rematar con el interior de su pierna derecha con suma tranquilidad y poner el balón lejos del alcance de un Julio César atónito. El estadio enmudeció por momentos, aunque pronto volvió a animar a los suyos. Al fin y al cabo, esto acababa de empezar. Y era cierto. Pero nadie sospechaba la que se les iba a venir encima.

Porque en apenas seis minutos, los que van del 23 al 29 de partido, Alemania masacró a Brasil con cuatro tantos que convirtieron el estadio Mineirao en un mar de lágrimas. Entre el 0-1 de Müller y el 0-2 de Toni Kroos pasaron 13 minutos, un tiempo que puede ser muy corto para algunos y muy largo para otros. En esos 13 minutos inclasificables podía Brasil haberse metido en el partido. Pero la historia se escribe con hechos, no con quimeras. Y Marcelo se metió en el área para dejarse caer de mala manera y crear una tángana de la nada. Y es que a esas alturas de partido, apenas un puñado de minutos jugados, la canarinha ya era un manojo de nervios en todas sus líneas y cada aproximación alemana hacía temblar los cimientos del estadio.

Todo saltó por los aires en seis minutos, los que van del 23 al 29. Si en el primer tanto de Müller quedó retratado David Luiz, en los siguientes cuatro goles todos los zagueros y medio centro del campo se agolparon para salir en la histórica foto. Y no eran unos cualquieras, aunque en ese instante lo parecieran. David Luiz, el capitán circunstancial, jugaba en el Chelsea. Dante era compañero de la mitad de la selección alemana en el Bayern de Múnich. Maicon vivía sus últimos coletazos en la Roma y Marcelo (tenía 26 años entonces) estaba en el mejor momento de su larga carrera y venía de ser Campeón de Europa con el Real Madrid. Fernandinho era el pulmón del Manchester City. Pero parecían juveniles que debutaban todos juntos en el primer equipo.

Corría el minuto 23 y Kroos tenía la pelota cosida al pie en la frontal del área, con un sinfín de brasileños mirándole sin atreverse a entrarle de verdad. Metió el centrocampista un pase entre líneas dentro del área, por donde apareció Müller como una exhalación haciendo una diagonal. El del Bayern no chutó, sino que le cedió la pelota a Klose en el punto de penalti y siguió corriendo, seguido por su par. Klose se encontró solo, con el balón parado, como si chutara un penalti. Chutó. La despejó Julio César, pero el balón cayó a sus pies de nuevo y Klose aprovechó para hacer el 2 a 0 mientras los defensas miraban y, de paso, superar a Ronaldo como el máximo goleador de la historia de los Mundiales.

Apenas un minuto más tarde, Lahm entró por su banda con el balón controlado y puso un centro raso y fuerte al borde del área, por donde entraba Müller. El 13 alemán intentó el remate, pero no llegó a golpear la pelota, que le quedó franca a Kroos en la frontal del área. El fino centrocampista la empalmó con la izquierda y Julio César no fue capaz de sacarla pegada a su palo. Tres a cero y las caras del público eran un auténtico poema. Las de los jugadores brasileños, otro.

Pero la pesadilla no había hecho más que comenzar. La defensa brasileña intenta salir jugando ante la aparente falta de presión de los alemanes y juega una pelota con Fernandinho, que recibe de espaldas. Antes de controlar, Kroos ya se la ha quitado y encara a los centrales. Le deja la pelota a Khedira, que le acompaña, y éste, ante la reacción de los dos defensores que van a buscarlo, se la devuelve a Kroos dentro del área para que anote con suma tranquilidad el cuarto de Alemania y su segundo en el partido. Pim, pam, pim, pam. “Para ti”. “No, toma, márcala tú”. “Pero no le pegues fuerte, que no vale”. Como si jugaran en el patio del colegio contra niños más pequeños. Cero a cuatro a los 26 minutos de juego.

Pero a los aficionados no les dio tiempo a enjugarse las lágrimas antes de que llegase el quinto. Minuto 29. Khedira roba otra vez en tres cuartos de campo en la salida desastrosa de balón de una Brasil totalmente descompuesta. Encara a su par en la frontal, que no se atreve ni a acercársele. Cuando le encima por fin, Khedira ya se la ha dado a Kroos, quien le devuelve la jugada a su amigo del patio. Pim, pam, pim, pam. “Ahora te toca a ti, que yo ya he hecho dos”. “Vale, va”. “Pero trallón no, eh”. “No, tranquilo”. Y Khedira le pega raso, desde el punto de penalti, colocadita al palo largo, donde ni el portero ni los dos defensas que se habían ido bajo palos pueden impedir que la pelota entre por quinta vez en la portería brasileña.

Seis minutos, cuatro goles, unos diez pases entre los jugadores alemanes dentro del área brasilera, cuatro remates francos, colocados, con tiempo para pensar y poner la pelota donde quisieran, con los defensores lejos de sus marcas en todas las jugadas y corriendo bajo palos para evitar lo inevitable. Con el público sumergido en un llanto eterno mientras todo se venía abajo. Con las bocas de salida del estadio colapsadas por los que abandonaban el espectáculo entre lágrimas. Pero esas lágrimas no tapaban el increíble marcador del estadio Mineirao en la semifinal del Mundial. Minuto 30. Brasil 0 - Alemania 5. Los futbolistas de la verdeamarelha no sabían dónde meterse. Los teutones, en cambio, siguieron a lo suyo, ajenos al drama futbolístico y social que estaban provocando.

***

En la segunda parte nadie creía en una hipotética remontada brasileña, faltaría más, pero, por si acaso, los de Joaquim Löw no bajaron el pie del acelerador, en especial Neuer, que se mantuvo igual de concentrado que si fueran empatando a cero y sacó tres buenas manos en los primeros minutos a Oscar y, sobre todo, a dos remates a quemarropa de Paulinho. En definitiva, Alemania estaba intentando que una victoria de esas características no acabara mal para ellos en forma de lesiones o amarillas que les privaran de jugar una final que ya tenían atada y bien atada. Y enfrente, pese al empuje inicial, seguía estando la misma Brasil de la primera parte, una selección timorata y nerviosa que no sabía dónde meterse. Quizá con un poco más de orgullo tras la que que había caído en la primera parte. Con los atacantes más incisivos, sobre todo Oscar. Pero poco más.

Y entonces Alemania volvió a hacer sangre casi sin querer. Schürrle, recién ingresado en el terreno de juego, no entendía de dramas y de sinsabores y culminó primero dentro del área una jugada preciosa entre Khedira y Lahm y cerró la goleada con un remate espectacular que rebotó en el travesaño antes de entrar en la portería de Julio César para poner un marcador absolutamente delirante en las semifinales del Mundial. Brasil 0 – Alemania 7. Al final, Oscar hizo el tanto del honor cuando el colegiado estaba a punto de mandarlos a todos a la ducha. Mientras David Luiz, entre lágrimas, intentaba articular palabras de disculpa hacia todos los aficionados brasileños, el resto de mundo intentaba digerir el 1 a 7 que se acababa de comer la pentacampeona del mundo ante su propia gente.

Mientras el estadio acababa de vaciarse (muchos aficionados se habían ido antes del minuto treinta), los disturbios se fueron sucediendo en mayor o menor grado por diferentes zonas de Brasil. En Río, en Sao Paulo, en Recife, en Bahía… prácticamente en todas las grandes ciudades había algunos autobuses quemados o apedreados (vete tú a saber qué culpa tenían los autobuses), había reyertas que, en algunos puntos, precisaron de la intervención policial y, sobre todo, había llanto, desesperación y rabia esparcida por todo el país. La selección que estaba llamada a darle una alegría al pueblo levantando la Copa del Mundo ante su gente, esa que no pudieron levantar en 1950, había acabado protagonizando la humillación más grande de la historia de la verdeamarelha.

Los alemanes, ajenos al drama, se plantaron en Maracaná para enfrentarse a la Argentina de Messi y ahí las cosas no resultaron tan fáciles como se presumía tras la exhibición de Belo Horizonte. La final estuvo tan igualada que se llegó al tiempo extra tras un empate sin goles en los noventa minutos. Y cuando el tiempo se agotaba y la tanda de penaltis oteaba en el horizonte, Götze hizo un golazo que hizo felices a los teutones y dejó a Argentina sumida en la tristeza de la ocasión perdida. Y mientras Lahm alzaba al cielo de Río la cuarta Copa del Mundo de Alemania, los argentinos se lamentaban y los brasileños se lamían sus propias heridas sin saber si alegrarse o no porque su verdugo hubiera ganado el Mundial. En su fuero interno casi todos preferían el triunfo alemán, porque si además de la debacle es Argentina la que levanta la Copa del Mundo en Maracaná el drama hubiera sido aún mayor. Pero la historia es al que es y no la que podría haber sido. Y el Mundial lo ganó Alemania.

***

Cien días antes del partido inaugural del Mundial de 2014, Luis Fernandes, entonces viceministro de Deportes brasileño declaró: “Brasil necesita el Mundial para exorcizar el fantasma del Maracanazo, un fantasma de 50 años”. No hacía más que expresar el sentimiento de todo un pueblo. Pero, a veces, intentar exorcizar los fantasmas invocándolos no acaba de funcionar. Porque se esfumaron los fantasmas del Maracanazo, pero los sustituyeron los del Mineirazo. Fantasmas más modernos, pero fantasmas al fin y al cabo que son una losa para un pueblo como el brasileño donde el fútbol desata tantas y tantas pasiones. Al menos, los protagonistas del Maracanazo, marcados durante años por todo un país, quedaron liberados de sus penas porque ahora tocaba llorar las de otros, aunque para muchos, para todos, la absolución llegó demasiado tarde.

Pero tampoco deberíamos olvidar algo muy importante: ocho años después del Maracanazo, la canarinha alzó su primera Copa del Mundo en Suecia 1958, en continente enemigo (algo sólo repetido por Alemania en Brasil en 2014, 56 años después), para escribir una historia formidable en los Mundiales que la ha convertido en la mejor selección de la historia, la única que ha ganado cinco Copas del Mundo. Entonces, en 1950, tras el Maracanazo, nadie creía que fuera posible recuperarse de tal tragedia futbolística y llegaron Pelé, Garrincha, el eterno Jogo Bonito y los títulos en cascada. Hoy, tras el Mineiraizo, las dudas son las mismas. ¿Será la reacción también idéntica? Veremos. Está en la mano de jóvenes como Vinicius o Rodrygo con la ayuda de Neymar, un superviviente exonerado del Mineirazo porque ese día no pudo jugar.

Lo único claro es que, aunque todo es posible y el ser humano es el único capaz de tropezar tres veces con la misma piedra, a Brasil deberían habérsele quitado las ganas de volver a organizar otra Copa del Mundo. Porque a los viejos fantasmas es mejor dejarlos tranquilos y no invocarlos de nuevo.