"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

martes, 30 de agosto de 2022

El codazo de Tassotti a Luis Enrique, Baggio y Salinas dejan KO a la España de Clemente en EEUU 94

9 de julio de 1994. Foxboro Stadium de Boston. Italia vence a España por dos goles a uno en los cuartos de final del Mundial de Estados Unidos. Quedan apenas unos minutos de descuento. Jon Andoni Goikoetxea recoge un balón en la parte derecha del ataque español y la pone al segundo palo, en un intento a la desesperada de empatar un partido que parece perdido. Por allí aparece velocísimo Luis Enrique, con el lateral italiano Mauro Tassotti cosido a su camiseta. De repente, el italiano suelta el brazo y el asturiano se va al suelo. El árbitro húngaro Sandor Puhl levanta los brazos con grandes aspavientos. ¡Sigan, sigan!

Un puñado de jugadores españoles se lanza a por el colegiado, le rodean formando un corrillo mientras Senén Costegoso, uno de los fisioterapeutas de la España de Clemente, intenta atender a un Luis Enrique totalmente desquiciado que sangra abundantemente por la nariz. El atacante tiene los huesos y los cartílagos de la nariz totalmente desplazados, pero no deja que le atiendan. Tira al suelo al bueno de Costegoso y corre desesperado en busca del árbitro. No se puede creer el asturiano que el colegiado no sancione la acción con penalti y expulsión. Pero Sandor Puhl no quiere saber nada. Tiene delante un jugador con la nariz totalmente ensangrentada y no se digna ni a consultar a su asistente. Nada de nada. ¡Sigan, sigan!

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En Boston la mayoría de los aficionados presentes en el estadio iba con Italia, que acababa de disputar cuatro días antes el choque de octavos de final ante Nigeria. Pese al ruido ensordecedor de los tifosi, España se presenta al choque con un ligero favoritismo, ya que los de Clemente han ido de menos a más en el torneo y, también en octavos, arrollaron a una buena Suiza. Por el contrario, los italianos llegan a cuartos como suelen, con lo justo, sufriendo atrás y encomendándose a los Baggio, Dino y, sobre todo, Roberto, para ir avanzando en el torneo. El susto que les acaba de meter en el cuerpo Nigeria aún lo sienten los jugadores de la azzurra en todos los poros de su piel.

Pero en los cuartos de final de una Copa del Mundo Italia es mucha Italia. Una Italia que había sido campeona del mundo doce años antes y que venía de ser tercera en su Mundial, el de 1990. Mientras que España no es, a esas alturas, prácticamente nada en el contexto futbolístico mundial. Desde 1964, cuando los ibéricos ganaron su primera Eurocopa en el Bernabéu ante la Unión Soviética, España sólo ha conseguido dar lustre a su camiseta en 1984, cuando se plantó contra todo pronóstico en la final de la Eurocopa de Francia y la perdió por 2 a 0 ante la selección de Platini y compañía. En los Mundiales, nada de nada.

De hecho, los españoles vienen de ser una de las grandes decepciones en Italia 90, con una selección formada por la base de la Quinta del Buitre (Míchel, Martín Vázquez, Butragueño y Sanchís) en pleno apogeo y que se ve apeada en octavos de final con un gol de falta directa de Stoijovic en la prórroga. Después, agravó su crisis al no clasificarse para la Eurocopa de 1992, la que ganó sorprendentemente Dinamarca. En cambio, su selección olímpica se había colgado del cuello la medalla de oro en las Olimpiadas de Barcelona 92. Entonces, llegó Clemente, genio y figura, quien edificó su selección sobre esos jóvenes campeones olímpicos. Le otorgó un estilo propio a la Furia y se puso manos a la obra, con la intención de intentar invertir la tendencia perdedora con gran parte de la prensa en su contra. Lo consiguió. O no. Que la botella se puede ver siempre medio llena o medio vacía.

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Javier Clemente se convirtió en seleccionador español en 1992, tras la destitución de un Vicente Miera que no fue capaz de clasificar al equipo para la Eurocopa del 92. El técnico asturiano había sido elegido en abril del 91, tras la salida de Luis Suárez del banquillo español, y, aunque no tuvo buenos resultados con la selección absoluta, consiguió guiar a la selección olímpica en su camino hacia la medalla de oro en Barcelona 92. Este hito lo consiguió cuando Ángel María Villar, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, ya lo había destituido de la absoluta y había puesto al frente de la Furia a Javier Clemente, el controvertido entrenador vasco que había ganado dos ligas con el Athletic de Bilbao (1982-83, 1983-84), la Copa del 84 también con el Athletic y había alcanzado la final de la Copa de la UEFA con el Espanyol de Barcelona (1987-88).

El problema era que los medios de comunicación españoles se polarizaron en torno a su figura. El comunicador estrella del momento, José María García, defendiendo al nuevo entrenador y su forma de jugar a capa y espada junto al diario Marca, mientras que todo el Grupo Prisa, con la cadena Ser y el diario As a la cabeza y con José Ramón de la Morena y su programa radiofónico El Larguero como estilete, totalmente en contra del nuevo seleccionador, al que iban a intentar sacar de quicio siempre que pudieran.

Y pronto tuvieron ocasión de hacerlo, porque Clemente aguantó tres partidos de la fase de clasificación para el Mundial de Estados Unidos con la columna vertebral de Luis Suárez y Miera, es decir, la Quinta del Buitre, pero en cuanto empató esos tres choques sin goles entre septiembre y noviembre del 92 (ante Letonia en Riga, ante Irlanda del Norte en Belfast y ante la República de Irlanda en Sevilla) fulminó directamente a Butragueño, a Martín Vázquez y a Míchel y empezó a hacer una selección de autor con poco peso de los jugadores del Real Madrid. 

Esa decisión, acompañada de una crisis de resultados que ponía en serio riesgo la clasificación para el Mundial y un estilo de juego muy rocoso y poco vistoso, supuso que se incrementara la campaña contra el seleccionador a la que Clemente respondía en primera persona en cada rueda de prensa retando y vetando una y otra vez a los periodistas que él consideraba enemigos personales. El técnico vasco, eso sí, adujo argumentos futbolísticos para dejar fuera a los jugadores madridistas. Aseguró que creía que la clasificación se la iban a jugar fuera de casa, en salidas complicadas donde hacía falta meter el pie y salir al contragolpe, ser veloces y precisos y Butragueño era un jugador que sólo se movía bien en el área y Míchel no metía el pie. Así que se los ventiló a los dos de una tacada y tiró para adelante. Patadón y tente tieso.

Clemente y su selección cogieron un poco de aire al vencer en casa por cinco goles a cero a Letonia y a Lituania, pero las críticas feroces volvieron tras la derrota ante Dinamarca, su gran rival en el grupo, el 31 de marzo en Copenhague por un gol a cero. Se llevaban 7 partidos de la fase de clasificación y España era tercera con 9 puntos, producto de 3 victorias, 3 empates (todos sin goles) y 1 derrota. Encabezaba el grupo Irlanda con 11 puntos y la seguía Dinamarca, con 10. Fue un punto de inflexión, porque a partir de ese instante la España de Clemente iba a ganar todos los partidos que quedaban de la fase de clasificación en una recta final absolutamente increíble y, por momentos, agónica.

Una España rocosa atrás y demoledora en las transiciones se hizo fuerte en el grupo y le ganó 3 a 1 a Irlanda del Norte en Sevilla, 0 a 2 a Lituania en Vilna y 1 a 5 a Albania en Tirana, fuera de casa, como quería Clemente. Pero aún faltaba lo más difícil: ganar los dos últimos partidos ante los rivales directos. Primera parada, Dublín, ante la República de Irlanda, que contaba con 17 puntos por los 15 de los de Clemente y que hacía un puñado de años que no perdía un partido oficial ante su público. Salió el técnico vasco con la línea defensiva del Valencia CF, Camarasa, Voro y Giner, completada con la presencia del barcelonista Albert Ferrer en el lateral derecho. El centro del campo lo blindó el vasco con Hierro y Nadal, escoltados por Goikoetxea y Caminero, con Luis Enrique y Salinas en ataque. Y el plan le funcionó a las mil maravillas, porque a los 26 minutos ya ganaba 0 a 3 con un tanto de Caminero y dos de Julio Salinas. John Sheridan redujo distancias mediada la segunda parte para dejar el marcador definitivo en un 1 a 3 claro y rotundo. España había salvado el primer “match ball”, pero faltaba el último partido, en Sevilla, ante la Dinamarca de los hermanos Laudrup.

Esa última jornada era absolutamente decisiva. La República de Irlanda y España tenían 17 puntos y Dinamarca, 18. Solo dos de los tres irían al Mundial. El otro lo vería por televisión. Daneses y españoles jugaban entre ellos en Sevilla, mientras que los irlandeses se la jugaban en el Windsor Park de Belfast ante sus vecinos del Norte.

El ambiente en el Pizjuán era el de las grandes galas, pero el partido se iba a complicar muchísimo a los 10 minutos, justo cuando Zubizarreta fue expulsado. El meta vasco cometió un error increíble y le dio el balón a su compañero en el Barcelona, Michael Laudrup, al que tuvo que derribar fuera del área inmediatamente para deshacer el entuerto. El meta abandonó el césped y Clemente sacó a Cañizares por Camarasa para jugar con diez jugadores los 80 minutos restantes y otros cinco más de descuento. Pero entonces llegó la épica. España resistió en pie las embestidas danesas y Cañizares se mostró inexpugnable. El remate final lo puso Fernando Hierro con un soberbio testarazo que batió a Schmeichel y que metió a España en el Mundial de Estados Unidos. La República de Irlanda empató contra Irlanda del Norte y Dinamarca, la actual campeona de Europa, se quedó sin pasaje al país de las oportunidades.

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Ya en tierras americanas, la selección española se emparejó en un grupo con Corea del Sur, la campeona del mundo Alemania y la sorprendente Bolivia. Los de Clemente empezaron muy bien ante los surcoreanos, dominando y jugando a velocidad de vértigo, insistiendo con llegadas constantes por las bandas que supusieron los dos tantos de Salinas y Goikoetxea al poco de iniciarse el segundo tiempo. Parecía que todo estaba listo para sentencia, pero el partido había empezado a las dos de la tarde, la temperatura era extrema y España jugaba con 10 por la expulsión de Nadal a los 25 minutos de la primera parte. Los asiáticos, sin nada que perder, se fueron al ataque en los minutos finales y consiguieron anotar el 2 a 1 a falta de cinco minutos para el final y empataron el encuentro con un tanto de Seo sobre la hora.

Los medios machacaron sin piedad al equipo de Clemente, que en la segunda jornada debía enfrentarse a la campeona del mundo, Alemania, en el Soldier Field de Chicago con la soga al cuello. Y ahí apareció el carácter ganador de la Furia, que consiguió empatar el partido más difícil del grupo para seguir vivos y depender de sí mismos ante Bolivia en la última jornada. Un centro chut precioso de Goikotxea (aunque nunca sabremos si su intención era el centro o el chut) ponía por delante a España al cuarto de hora de juego y los de Clemente tuvieron contra las cuerdas a Alemania. Pero a la salida de los vestuarios Klinsmann se inventó un gran remate de cabeza para empatar a uno. El marcador ya no se movería en Chicago.

El partido decisivo ante Bolivia iba a empezar a definirse con un penalti inexistente que el colegiado pitó a favor de España y que Guardiola convirtió para adelantar a los suyos a los 19 minutos. Después el juego se fue espesando hasta que, mediada la segunda parte, Caminero sacó el frasco de las esencias para marcar el segundo gol y responder con el tercero al tanto boliviano, obra de Erwin Sánchez, que había amenazado momentáneamente la tranquilidad española. Al final, 3 a 1 y los de Clemente se verían las caras con Suiza en octavos de final.

Ante los helvéticos jugó la España de Clemente el mejor partido en el torneo. Solventó con clase y con aplomo un encuentro complicado gracias a un golazo de Hierro al cuarto de hora de juego. Después, Zubi sostuvo al equipo con dos buenas paradas en los momentos más duros y Luis Enrique remató la faena con el gol de la tranquilidad. Un penalti transformado por Txiqui Beguiristain puso el 3 a 0 definitivo en el JFK Stadium de Washington y metió a España en cuartos de final, donde se mediría a la indescifrable Italia de Arrigo Sacchi.

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Una Italia que, fiel a su estilo, había sufrido en la primera fase y en octavos de final. Una Italia que había perdido por un gol a cero en su debut ante la República de Irlanda en un festival en las gradas del Giants Stadium de Nueva York, donde italoamericanos e irlandeses le dieron colorido a un encuentro que dejó a la azzurra en una situación más que complicada.

El segundo partido de Italia era contra Noruega, que le había ganado uno a cero a México en el primer choque. Para los de Sacchi era una auténtica final que, como casi siempre, resolvieron creciéndose ante todas las adversidades. La primera fue la expulsión de su portero, Gianluca Pagliuca, a los 21 minutos de encuentro. Sacchi, ni corto ni perezoso, decidió quitar a su estrella, Roberto Baggio, para sacar al terreno de juego al portero suplente, Luca Marchegiani. Y, claro, la estrella no se lo tomó nada bien. Pero la cosa no quedó ahí. A los 4 minutos de la segunda mitad abandonaba el campo lesionado en el menisco el capitán Franco Baresi. Si Sacchi decidía en ese instante montar un circo seguro que le crecían los enanos. Pero cuando peor pintaban las cosas para Italia marcó Dino Baggio ante unos sorprendidos noruegos que vieron cómo se les escapaba una oportunidad única de noquear a los transalpinos.

En el otro partido del grupo México le había ganado dos a uno a la Irlanda de Jack Charlton, así que la última jornada iba a decidirlo todo con los cuatro equipos empatados a tres puntos. Noruega contra la República de Irlanda y México contra Italia. Los dos partidos a las 12:30 de la mañana del 28 de junio de 1994. Massaro, que había sustituido en el descanso a Casiraghi, adelantó a Italia cuando solo llevaba dos minutos en el campo, pero Bernal empató nueve minutos después para México en un partido muy tenso. Con un gol en el otro partido, lo marcara quien lo marcara, Italia estaría eliminada por la diferencia de goles con México. Pero… Noruega y la República de Irlanda empataron sin goles y el grupo acabó con todas las selecciones empatadas a 4 puntos.

Pasó primera México con 4 puntos, 3 goles a favor y 3 en contra; Irlanda fue segunda con 4 puntos, 2 goles a favor y 2 en contra; Italia pasó como una de las mejores terceras con los mismos números que Irlanda y Noruega se fue a casa con 4 puntos por haber marcado tan solo 1 gol y recibir también 1. Una vez más, Italia acudía a los cruces plagada de dudas y con los deberes a medio hacer.

En octavos esperaba la sensación del torneo, Nigeria, una selección fresca, atractiva, dinámica y llena de desparpajo que contaba en sus filas con el veteranísimo Yekini, escoltado por los jóvenes Amokachi, Amunike y Finidi, un auténtico puñal por su banda. Los africanos habían acabado primeros de grupo, aunque empatados a puntos con Argentina y Bulgaria, y ahora llegaba para ellos la hora de la verdad.

Lo cierto es que Nigeria sorprendió a Italia con un gol de Amunike a los 25 minutos a la salida de un córner en el que, extrañamente, falló Maldini en el despeje y le dejó el balón claro al delantero nigeriano, que metió la cabeza para batir a Pagliuca. Clemente, junto con algún miembro más del cuerpo técnico español, se había acercado al Foxboro Stadium de Boston para ver el partido y todos se marcharon a falta de cinco minutos para el final con la sensación de que tendrían que preparar muy bien el partido de cuartos de final ante Nigeria. Cuando llegaron al hotel de concentración les informaron de que había ganado Italia en la prórroga. Clemente y los suyos no se lo podían creer.

¿Qué pasó? Pues pasó que a Italia no hay que darla nunca por muerta, sobre todo si en sus filas hay jugadores de la calidad de Roberto Baggio. Otro Roberto, Mussi, cogió una pelota en el vértice derecho del área que atacaba Italia, recortó a su par y dejó la pelota franca para el otro Roberto, Baggio, un poco más atrás del punto de penalti. El 10 italiano llegó, levantó la cabeza y golpeó la pelota rasa y ajustada al palo derecho de Rufai que, pese a la estirada, no pudo hacer nada para sacar un balón que llevaba veneno. Faltaban dos minutos para el final.

Y en la prórroga volvió a aparecer el 10 para meter una pelota maravillosa a la incorporación de Antonio Benarrivo, que le ganó la posición al defensa africano y sufrió un derribo claro dentro del área. Roberto Baggio no desperdició el regalo y puso el balón otra vez en la esquina derecha de la portería de Rufai para meter a su selección en cuartos de final. Nigeria se iba a casa con la cabeza alta y con la sensación de no saber qué había hecho mal para tener que hacer las maletas. Así es el fútbol.

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9 de julio de 1994. Foxboro Stadium de Boston. España salta al césped con una alineación curiosa. Clemente deja a Hierro en el banquillo y mete en el centro del campo a Alkorta, flanqueado por Bakero y Caminero, con Goikoetxea en la banda derecha y Sergi Barjuán en la izquierda, con Luis Enrique en punta de ataque. Detrás, una línea de cuatro formada por Nadal y Abelardo en el centro con Otero en el lateral izquierdo y Ferrer en el derecho. La posición de Alkorta, de pivote defensivo, es una especie de trampa, porque muchas veces la intercambia con Nadal, pero este esquema le sirve a España para plantearle problemas a Italia, que no sabe cómo superar esa barrera defensiva, y para amenazar a la contra con la velocidad de Goiko y Sergi por las bandas, la movilidad de Luis Enrique arriba y las apariciones por sorpresa de un Caminero tocado por la varita mágica en ese torneo.

Pero todo ese planteamiento se va al garete cuando a los veinticinco minutos de partido Dino Baggio suelta un obús con su pierna derecha desde unos cuantos metros fuera de la frontal del área que hace inútil la estirada de Zubizarreta. El estadio estalla de júbilo y las banderas italianas ondean al viento. Italia se ha puesto por delante sin hacer demasiado. España tampoco ha hecho nada del otro mundo. Si acaso, a los puntos va ganando la azzurra, que ve refrendada su sensación con un gol que vale su peso en oro en un partido tan parejo.

Clemente le ordena entonces a Nadal que suba al centro del campo definitivamente y que sea Alkorta el que ocupe su sitio en el centro de la zaga. España, a la fuerza ahorcan, empieza a mandar en el partido, cosa lógica teniendo en cuenta el pasito atrás que siempre da Italia cuando se adelanta en el marcador. El primer tiempo acaba con ventaja italiana y el segundo empieza con la misma tónica de control español, pero sin hacer daño. Hasta que a los trece minutos de la segunda mitad Sergi corre como un gamo por su banda, hace una pared con Luis Enrique y suelta un pase raso en paralelo a la frontal del área, Otero intenta controlarlo en carrera, pero no puede y aparece Caminero desde la segunda línea para armar la pierna. Su remate golpea ligeramente en la pierna de Benarrivo y se eleva, imposible de detener para Pagliuca. Uno a uno y a empezar de nuevo con poco más de media hora por delante.

En ese instante, Javier Clemente, contra todo pronóstico, mueve ficha. Sergi deja su sitio en el campo a Julio Salinas. Ahora Salinas jugará en punta fijando a los centrales, mientras que Luis Enrique partirá desde la izquierda para hacer daño con su velocidad. Seis minutos más tarde, el vasco hace su segundo cambio: dentro Hierro, fuera Bakero. Y de ahí, hasta el final, a por todas con los que están, que entonces sólo se permitían dos cambios.

España empieza a ser mejor que una Italia fundida después de una prórroga ante Nigeria que afrontó con un jugador menos. Dominan los españoles y las pocas ocasiones corren también a su cargo, cuando llega una de las jugadas clave del partido. Nadal, desde el centro de la defensa, sale con el balón controlado y la cabeza alta. Ve el desmarque de Salinas entre los dos centrales italianos y le lanza un pase medido. Los dos defensores llegan tarde y Julio Salinas se encuentra, de repente, solo ante Pagliuca y con el balón botando en el punto de penalti. Mete la punta de su bota derecha abajo y el meta saca el balón de partido con el pie. El rebote le cae a Caminero en el borde del área, pero intenta driblar a un defensa, el control se le va largo y pierde la opción de un segundo remate franco. España acaba de perder el partido. Es la reedición del gol de Cardeñosa en Argentina 78. El gol que, evidentemente, nunca fue gol. Como el de Salinas.

Pero el partido no acaba con el error del delantero vasco y tan solo un minuto más tarde Hierro se saca un zapatazo desde lejísimos para intentar sorprender a Pagliuca y el cancerbero italiano tiene que meter la manopla muy arriba para evitar el golazo que hubiera cavado de nuevo la tumba de Italia. Sólo era la antesala del gol italiano, claro está.

Porque apenas dos minutos más tarde un balón suelto cae botando en la zona defensiva española. Massaro salta para meter justo a tiempo su bota izquierda y cambiar el juego a la derecha. Los dos centrales españoles han ido a morder a Massaro y han dejado solo, libre de marca, a Roberto Baggio en la derecha del ataque transalpino. El astro controla la pelota, encara a Zubizarreta, lo dribla y cruza el esférico a gol ante la desesperación de Abelardo, que se arrastra por el césped en un intento vacuo de sacar el balón. No llega. 2 a 1 para Italia a falta de dos minutos para el final. No han pasado ni cinco minutos del fallo de Salinas. Faltan apenas otros cinco para que Tassoti estampe un codazo en la cara de Luis Enrique dentro del área, le desplace los huesos y cartílagos de la nariz y le deje la cara hecha unos zorros en los morros del colegiado. Ni por esas. España se va a casa. Italia sigue adelante. Llegará a la final y la peleará ante Brasil, la de Romario y Bebeto, aunque el destino le jugará una mala pasada y perderá en los penaltis con los errores de Baresi, que llegó a tiempo para la gran final después de perderse todo el torneo por la lesión de menisco, y de Roberto Baggio, el genio que les había llevado hasta allí.

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Por increíble que parezca, la FIFA tomó dos decisiones prácticamente incompatibles a raíz de ese encuentro. Por primera vez, el organismo que rige los destinos del fútbol mundial actuó de oficio ante una acción no sancionada por el colegiado en el terreno de juego y castigó a Tassotti con 8 partidos de sanción que le impidieron disputar la semifinal ante Bulgaria y la final ante Brasil y, a la postre, supuso su adiós a la azzurra, porque en ese instante ya tenía 34 años y no volvió a ser convocado nunca más.

Después, en un alarde de incoherencia absoluta, o quién sabe, quizá para burlarse del común de los mortales que no tiene la suficiente inteligencia como para comprender las razones e inspiraciones que mueven a tamaña institución, designó a Sandor Puhl, el árbitro que no había visto una agresión que podía haber cambiado el resultado de los cuartos de final de un Mundial, para arbitrar la final de la Copa del Mundo entre Brasil e Italia. Increíble, pero cierto. Ver para creer. De mear y no echar gota. Para ese viaje no se necesitaban tantas alforjas. Y si no te gusta, no mires.

O no escuches, que es lo que trató de hacer Julio Salinas desde aquel día, cuando en muchos campos de España los aficionados adaptaron afinadas melodías con letras tan afiladas como: “Delante del portero, Salinas fallará. Delante del portero, Salinas fallará. ¡La-ra-la-lá, la-ra-la-ra-la-rá, la-lá! ¡Salinas fa-lla-rá!”. Y, como los pimientos del Padrón, que unos pican y otros no, Salinas a veces fallaba y otras no. Cosas del fútbol.

El que siguió partiéndose la cara con los medios de comunicación día sí día también fue Javier Clemente, que jugó su mejor torneo en la magnífica Eurocopa de Inglaterra en 1996 y cayó estrepitosamente en la primera fase del Mundial de Francia en 1998 con una gran generación de jugadores que no esperaba tal debacle. Aún así, en un clima enrarecido y tenso, siguió un poco más al frente de la selección española, hasta que una derrota ante Chipre en uno de los primeros partidos de la fase de clasificación para la Eurocopa de 2000 dio con sus huesos en la calle. Eso sí, el técnico se despidió, como siempre, a su manera, diciendo que él no había dimitido, ni tampoco lo habían echado. 

Paradojas de la vida. Paradojas de Clemente.