"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 31 de marzo de 2022

La enigmática enfermedad de Passarella en México 86

Daniel Passarella tiene en su palmarés dos Copas del Mundo como jugador. Una la levantó él mismo, la de 1978, porque era el capitán de la Argentina entrenada por Menotti. En la otra, la de México 86, figura en la lista de los campeones porque fue seleccionado por Bilardo y porque recogió su medalla, pero no disputó ni un solo minuto al sufrir una aguda intoxicación justo antes del inicio del torneo de la que no se pudo recuperar. Vio casi todos los partidos de su selección en el Mundial desde el hospital.

Para poder entender, que no clarificar, porque eso a estas alturas es imposible, qué le pasó al mítico Daniel Passarella, “el Káiser” para algunos, “el Gran Capitán” para otros, en la fase final del Mundial de México 1986, tenemos que retroceder un poco en el tiempo.

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Ídolo de River Plate, Passarella fue el alma de la selección del “Flaco” Menotti que se proclamó campeona del mundo por primera vez en su historia en 1978. Entonces, con 25 años recién cumplidos, ya mandaba en la zaga de River Plate y también en la albiceleste y estaba considerado uno de los mejores defensas del mundo. Además, tenía la capacidad de sacar el balón jugado desde atrás con facilidad, se incorporaba con mucha frecuencia al ataque y era un auténtico peligro a balón parado por su gran capacidad para el remate. Es, de largo, el defensa que más goles ha hecho en Argentina. Pero lo que hacía especial a Passarella era su carácter: un ganador nato con muchísima personalidad y una impresionante capacidad de mando. Quizá demasiada. Para lo bueno y para lo malo.

Disputó también “el Káiser” el Mundial de España 82, también a las órdenes de Menotti, ya con Maradona totalmente integrado en el equipo nacional después de que “el Flaco” lo dejara fuera de la lista de 1978 y lo enviara a disputar el Mundial Juvenil de 1979 que, por cierto, ganó también con Menotti en el banquillo. En dos años Argentina había levantado la Copa del Mundo y el Mundial Juvenil. Casi nada.

Pero los defensores del título no hicieron un buen papel en España y, después del Mundial, Menotti y la AFA no llegaron a un acuerdo para la renovación de su contrato. Así que en diciembre de 1982, tras ocho años al frente de la albiceleste, Menotti cerraba una etapa gloriosa. Su sustituto fue Carlos Salvador Bilardo, doctor, exfutbolista y un técnico muy controvertido, con métodos de trabajo y una concepción del fútbol en las antípodas de la idea futbolística del “Flaco”.

De hecho, Bilardo fue el estandarte, como jugador, del “Pincharrata”, el Estudiantes de la Plata entrenado por Osvaldo Zubeldía, un equipo rocoso, aguerrido y muy trabajado tácticamente que siempre jugaba al límite del reglamento. Ese equipo ganó el Metropolitano de 1967, la Copa Libertadores de 1968 y la Copa Intercontinental ante el Manchester United, la Copa Libertadores de 1969 (y perdió la final de la Intercontinental ante el Milán en una de las finales más sucia que se recuerda, con tres jugadores del equipo detenidos por las agresiones que protagonizaron en el campo ante los milanistas), y la Copa Libertadores de 1970, la tercera consecutiva.

Ese equipo, con Bilardo de jugador, ya presentaba los rasgos de todos los equipos que después entrenaría “el Narigón”, que aprendió casi todo de su maestro Zubeldía. Cuentan, por ejemplo, que Bilardo y sus compañeros se interesaban por la vida personal de sus rivales para luego recordarles episodios escabrosos durante los partidos y sacarlos de sus casillas. Además, también solían tirar del amplio catálogo clásico de marrullerías: tirar arena en los ojos a los rivales, clavarles alfileres en los saques de esquina y otras lindezas semejantes.

Las mañas del Bilardo entrenador también estaban bien documentadas bastante antes de que accediera al cargo de seleccionador. Cuentan que en su etapa de técnico del Deportivo Cali, allá por 1977, recibió la visita de Boca Júniors en la la Copa Libertadores. El entrenador bostero Toto Lorenzo, otro fenómeno, mandó abrir todas las botellas de agua y de gaseosa porque no se fiaba de que Bilardo las hubiera podido manipular. También se quejó de que el míster les envió los hinchas al hotel por la noche para no dejarles descansar.

Pero es que, además, el equipo visitante se entrenó en la previa a puerta cerrada en el Pascual Guerrero, el estadio del Deportivo Cali. “El Narigón”, ni corto ni perezoso, se encaramó a una tapia y presenció allí subido todo el entrenamiento. Lo sabemos porque un reportero gráfico lo pilló y lo fotografió. Cuentan, entre realidad y mito, que al día siguiente las zonas por las que mejor se movían los jugadores más técnicos de Boca aparecieron misteriosamente encharcadas aunque no había caído ni una gota. Los gozos y las sombras de Bilardo: porque el Deportivo Cali jugó con él la única final de la Libertadores de su historia al año siguiente… Y la perdió a doble partido contra Boca.

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En diciembre de 1982, cuando se supo que Menotti no seguiría al frente de la selección, Bilardo entrenaba a Estudiantes de la Plata, a quién mantenía líder de la tabla y que ganaría el Torneo Metropolitano. La AFA le ofreció el cargo y Bilardo aceptó. Menotti, mientras tanto, fichó por el FC Barcelona.

Y a Barcelona que se fue Bilardo para hablar con Menotti (y con Maradona) y que lo pusiera al día respecto a la selección que había dirigido durante los últimos años. Ahí llegaron las primeras diferencias entre ellos, aunque se supone que habían llegado a un pacto para mantener en secreto el contenido de esa charla.

Entonces, “El Narigón”, en una de sus primeras manifestaciones como seleccionador, dijo que el único jugador que tenía asegurada la titularidad en la albiceleste era Maradona, nadie más. Y era ése un mensaje dirigido, sobre todo, a Passarella, que era el capitán y uno de los intocables de Menotti. Lo siguiente que hizo Bilardo fue darle la capitanía a Diego y quitársela a Passarella por las bravas. El mensaje estaba clarísimo.

Pero “el Káiser”, que acababa de fichar ese mismo verano por la Fiorentina, siguió jugando a un nivel superlativo en Italia y Bilardo no tuvo “más remedio” que seguir convocándolo para la albiceleste para las eliminatorias hacia el Mundial de México. De hecho, la selección de Bilardo lo pasó muy mal en aquella fase de clasificación y los medios de comunicación y los aficionados cargaron duramente contra el técnico, a quien acusaban de no saber transmitir su mensaje a los jugadores, e incluso, de priorizar sus esquemas tácticos por encima del talento de los suyos.

Al final, el 30 de junio de 1985, Argentina se jugó la clasificación directa para México 86 en el último partido ante Perú en el Monumental. Se adelantaron los de Bilardo con un tanto de Pasculli a los 12 minutos, pero Velásques y Barbadillo dieron la vuelta al partido ya en la primera parte y dejaron al Monumental helado. Pero a falta de 9 minutos para el final, Passarella tiró de orgullo y se fue hacia delante a rematar una falta lateral, controló con el pecho rodeado de peruanos, se la colocó en su derecha, escorado, y lanzó un potente disparo cruzado que se estrelló en el palo y que Ricardo Gareca metió en la portería peruana para empatar el partido. El dos a dos final metió a Argentina en el Mundial de México mientras todo el estadio Monumental cantaba a voz en grito “¡Passarella, Passarella!” y Bilardo respiraba tranquilo por fin, a la vez que le pitaban muchísimo los oídos.

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Con el trabajo hecho, se desató la guerra en el seno de la albiceleste y en torno a la albiceleste. Desde ese 30 de junio de 1985, después del padecimiento agónico ante Perú, Bilardo había decidido que la selección no disputaría partidos de preparación en Argentina y se la llevó de gira por Europa. Pero ni el juego ni los resultados acompañaron y no se salvaba ni Maradona, de quien los medios llegaban a decir que se le había olvidado jugar a fútbol.

Y es que, como siempre, y más allá de las guerras internas, lo que tenía a Bilardo al borde de la destitución eran los resultados y el mal juego. Porque Argentina perdió 2 a 0 en París ante Francia en marzo de 1986 y ganó por la mínima al Nápoles tres días más tarde (1-2). Otra victoria pírrica ante el Grasshoppers suizo en un partido feo (0-1) destapó la caja de los truenos. Bilardo se empeñaba en jugar con tres centrales y sin laterales y la prensa y los aficionados no lo entendían. Le llovían las críticas desde todos los lados. El mismísimo Menotti azuzó el fuego con unas declaraciones en una revista alemana: “El fútbol es tan generoso que evitó que Bilardo se dedicara a la medicina; es un cobarde y un enano mental”. Ahí es nada.

Pero lo que llevó el revuelo a la categoría de guerra fueron unas palabras del Secretario de Deportes, Rodolfo O’Reilly, en una entrevista para el diario Tiempo Argentino. Cuestionado por el periodista sobre la selección, no se mordió la lengua y dijo que “no iba para atrás ni para adelante”. Se lio gorda en el país especulando con la posibilidad de que el mismísimo presidente, Raúl Alfonsín, quisiera echar a Bilardo. El técnico se encontró a su llegada de Europa que en la prensa ya se discutían los nombres de su sustituto. Que si Alfio Basile, que si un triunvirato con Menotti, Carlos Griguol y Omar Pastoriza (que fueron ambos los otros candidatos a suceder al “Flaco” a finales del 82)… Vamos, que la sociedad argentina, ya de por sí dividida y enfrentada entre menottistas y bilardistas, acabo de escindirse.

El diario Clarín estaba claramente contra Bilardo y publicaba artículos casi a diario contra el seleccionador, mientras que los principales locutores de la radio argentina del momento, Víctor Hugo Morales, José María Muñoz o Adrián Paenza, y la revista el Gráfico se posicionaron a favor del “Narigón”, que intentó movilizar a todos para salvar el cargo. El míster sacó la artillería y llegó a decir: “un gobierno democrático no puede conseguir sus objetivos mediante la fuerza”. Desde Italia, Maradona apostilló: “Si tocan a Bilardo, nos vamos todos”. Y esas palabras del astro parecían cambiar las cosas.

Todo esto pasaba el domingo, 13 de abril de 1986, a apenas unos días de dar la lista definitiva de los jugadores que defenderían la zamarra argentina en México. Y tan lejos llegó el debate, los insultos y las palabras subidas de tono, que el Subsecretario de Estado de Deportes, Osvaldo Armando Otero, publicó una Carta Abierta en la Revista El Gráfico el 15 de abril en la que escribía con total claridad, para atajar la polémica: “Señor Bilardo, nadie lo quiere echar”.

El Doctor apuró hasta el último minuto del plazo de la FIFA para dar la lista, y lo hizo el jueves, 17 de abril de 1986. En ella no figuraban Alejandro Sabella, falto de ritmo, Miguel Ángel Russo, que salía de una lesión y Ricardo Gareca, todos hombres importantes con el “Doctor” en la selección y a los que decidió no incluir por diferentes motivos, pero con gran dolor de su corazón. En cambio, no le tembló el pulso para dejar fuera a jugadores marcadamente “menottistas” como el portero Fillol, titular el día de la clasificación ante Perú; el delantero Ramón Díaz, que no se llevaba muy bien con Maradona; el centrocampista Juan Barbas o Enzo Trossero, defensa de Independiente que se sintió especialmente traicionado por el técnico. A quien no se atrevió a dejar fuera fue al “Káiser” Passarella.

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Y el 24 de abril, en medio de una polémica descomunal, la selección Argentina salió del país para hacer una breve gira por Europa donde jugaron ante Noruega en Oslo (perdieron 1 a 0) y ante Israel en Ramat Gan (ganaron 2 a 7). Después partieron hacia México, aunque Bilardo tenía previsto hacer un viaje exprés a Barranquilla, Colombia, para aclimatarse a la altura y volver a México para completar la preparación y afrontar el Mundial. Algunos decían que el “Narigón” tenía miedo de que le organizaran otro complot y no quiso pisar más suelo argentino antes del Mundial. El míster les dijo a los jugadores antes de partir: “Muchachos, en la valija pongan un traje y una sábana. El traje para cuando bajemos del avión con la Copa. La sábana por si perdemos y tenemos que irnos a vivir a Arabia”.

Pero el partido en Barranquilla marcó un antes y un después en esa concentración que ya en esos momentos echaba humo. La albiceleste no pasó del empate a cero ante el Junior (había quedado cuarto en la Liga Colombiana) con un juego pobrísimo. Esa misma noche, Maradona se reunió con algunos compañeros y le dijeron a Bilardo que querían volver a México inmediatamente, que estaban hartos de ir de un sitio a otro y que allí en Colombia no querían jugar ningún partido más. Bilardo intentó convencer a Maradona y al resto de jugadores, pero no lo consiguió y, al día siguiente, volvieron a México para seguir con su preparación.

Y allí, en el hotel de concentración, se produjo una de las grandes broncas entre Maradona y Passarella. En el equipo eran constantes las reuniones entre todos los jugadores en las que no participaba nunca Bilardo. Entre otras cosas, porque querían discutir sobre sus técnicas y sus métodos. En esas charlas se solían decir de todo a la cara para tratar de remar todos en la misma dirección. Cuentan la mayoría de los protagonistas que no llegaron a las manos por los pelos en más de una ocasión, pero que eso les vino bien como colectivo.

En teoría, en el seno de la albiceleste había dos grupos principales: los incondicionales de Maradona, jóvenes impulsivos y con carácter, y los más cercanos a Passarella, el excapitán enfrentado directamente a Bilardo. Junto a Maradona citan al portero suplente Luis Islas, el delantero Pedro Pasculli o el centrocampista Sergio Batista, mientras que con Passarella estarían Jorge Valdano, Bochini y algunos más. Lo curioso es que en Bilardo no confiaba prácticamente ninguno de los dos grupos. Sólo el “Tata” Brown, defensa de Deportivo Español que el “Narigón” había dirigido en Estudiantes y había incluido en la lista pese a las críticas de todos y que, en principio, estaba para hacer grupo, para ser suplente del suplente. Pero acabaría de titular indiscutible, jugaría todos los minutos de todos los partidos e incluso marcaría el primer gol de la final ante Alemania.

Pues bien, a una de esas reuniones en el comedor del hotel de concentración, Maradona llegó 15 minutos tarde. Passarella lo estaba esperando y le recriminó su actitud y su crédito como capitán, a la vez que lo acusaba de ser un mal ejemplo para los compañeros más jóvenes e insinuaba que se estaba drogando. El 10 se la devolvió delante de todos esgrimiendo una factura telefónica que ascendía a más de 2.000 dólares y que el América, club que los hospedaba, reclamaba a la selección argentina y que los integrantes habían decidido pagar entre todos porque no sabían quién era el responsable. Se ve que el teléfono al que se llamaba era de la casa de Passarella en Italia. Lo del teléfono es la anécdota que los que asistieron a la charla han decidido contar, pero es mucho más lo que se callaron, ya que nadie de los allí presentes ha querido desvelar nunca nada más que lo que aquí se escribe. Pero el caso es que el liderazgo del “Káiser” en ese equipo se desvaneció a partir de ese mismo instante y las causas sólo los jugadores de aquella selección las saben.

Un par de días después de la gran bronca, la revista El Gráfico reunió a Diego y a Daniel y los hizo posar sonriendo vestidos con la elástica albiceleste y ataviados con sombreros mexicanos. Argentina entera se empapó de las sonrisas de sus dos cracs y de la confianza que rebosaban ambos en volver al país con la Copa del Mundo. Pero nada más lejos de la realidad. Los periodistas que hicieron el trabajo contarían más adelante que cada uno llegó por su lado, que no se dirigieron ni la palabra ni la mirada y que, cuando acabó la sesión, desaparecieron de nuevo cada uno por su lado.

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La preparación estaba a punto de acabar y a tan sólo una semana del debut ante Corea del Sur, todos los miembros de la selección fueron a cenar juntos al restaurante “Mi viejo”, propiedad de Eduardo Cremasco, un exjugador de Estudiantes amigo y compañero de Bilardo. Al día siguiente, Passarella se empezó a encontrar mal del estómago, con frecuentes episodios de diarrea. Le diagnosticaron enterocolitis, que es una inflamación del tracto digestivo que puede estar causada por varias infecciones relacionadas con hongos, virus, bacterias o parásitos, que suele acarrear diarrea frecuente, dolor abdominal, fiebre, escalofríos y, a veces, también vómitos.

El médico de la selección, Raúl Madero, lo llevó a un hospital en México DF, le hicieron análisis, lo medicaron y pareció recuperarse. De hecho, se entrenó con normalidad con el equipo a falta de dos días para el partido inaugural y Bilardo, que dio la alineación precisamente dos días antes del choque a los periodistas, lo puso en el once titular. Pero la tarde previa al partido, Passarella volvió a recaer, tuvo que volver al hospital y allí permaneció unos cuantos días, perdió bastante peso y no pudo jugar tampoco en la segunda jornada ante Italia. Los dos encuentros los había jugado de titular el “Tata Brown”, y a muy buen nivel, por cierto.

Passarella regresó a la concentración con el equipo, aparentemente recuperado de sus problemas estomacales, y empezó a entrenarse con vistas al tercer partido, el que cerraba el grupo ante Bulgaria. Pero más débil de lo que pensaba y con unos cuantos quilos menos, sufrió un desgarro en su pierna izquierda. El médico, Raúl Madero, asegura que Passarella forzó sin su consentimiento, mientras que el “Káiser” siempre sostuvo que el cuerpo técnico aceleró su recuperación para provocarle la lesión.

El caso es que el 6 descansó unos días con su familia en Acapulco con permiso de Bilardo y volvió con sus compañeros para ver el partido de octavos de final ante Uruguay. Incluso se especuló con la posibilidad de que pudiera volver a jugar en el partido de semifinales si Argentina se clasificaba. Pero el Gran Capitán no toleraba la alimentación y el día antes del partido de cuartos ante Inglaterra hubo de volver al hospital y le tocó ingresar de nuevo. Ahora el diagnóstico hablaba de una úlcera en el colon.

Al final del partido ante Inglaterra, Julián Pascual, un empleado de la AFA, fue a verlo al hospital y le llevó la camiseta azul con el número 6 que debería haber vestido ante los ingleses. Al día siguiente, algunos compañeros también pasaron a verlo. Eran Almirón, Valdano, Bochini, Tapia y Clausen. Ni Bilardo ni Maradona se pasaron por la clínica desde donde Passarella también vio la semifinal ante Bélgica.

El día de la gran final ante Alemania, Passarella ya tenía el alta médica y se vistió de paisano para apoyar a sus compañeros desde el palco. Al final del encuentro recogió una medalla de campeón que él sentía que no le pertenecía.

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Pero la historia de Passarella no se quedó ahí. Ya recuperado y de regreso a Italia, donde acababa de fichar por el Inter de Milán procedente de la Fiorentina, el “Káiser” estalló e hizo unas declaraciones explosivas en las que dejaba caer que la enfermedad y las lesiones estaban orquestadas por el cuerpo técnico y el cuerpo médico de la selección, que estaba todo preparado, que se tomaba un montón de antibióticos diarios y 3 litros de suero y, para rematar, intentó desprestigiar a Bilardo diciendo que el técnico de esa selección había sido realmente Julio Grondona, el presidente de la AFA.

Fue entonces cuando los amigos de Passarella entraron al trapo. Ricardo La Volpe, compañero del “Gran Capitán” en la selección de 1978, por ejemplo, se preguntó cómo era posible que comieran juntos 40 personas y sólo uno acabara enfermo y que, además, ese enfermo fuera enemigo declarado de Bilardo.

El guardameta Fillol aún fue un poco más lejos, aunque esperó al año 2012 para pronunciarse tan tajantemente, al manifestar directamente: “Bilardo le dio una purguita que lo sacó del equipo. Y casi lo mata. Todos lo sabemos, pero nadie se atreve a decirlo”.

Passarella, con los años, fue rebajando el tono de sus declaraciones. En 2013, al respecto de lo que dijo Fillol, aseguró que el pensamiento generalizado era ése, pero que él no tenía pruebas. Y, sorprendentemente, casi exculpó del todo a Bilardo, del que dijo que, pese a todo, sentían un aprecio mutuo. Remató diciendo que si había pasado algo, tenía serias dudas de que fuera Bilardo quien lo orquestara.

Quizá a raíz de esas declaraciones de Passarella o porque ya estaba hartísimo del tema, el médico de la selección argentina en México 86, Raúl Madero (que murió el 24 de diciembre de 2021 a los 82 años) habló por primera vez del caso en 2015 para la revista El Gráfico. Fue muy contundente: “Passarella fumaba y tomaba whisky por las noches y pensó que los cubitos de hielo no le iban a hacer nada. Su problema en el 86 comenzó por el hielito del whisky”.

Eso merece una explicación. Resulta que en México se había producido un terremoto de 8’1 grados en la escala Richter en septiembre de 1985 que hizo peligrar la celebración del mundial en suelo azteca. Y a todos los que acudieron al torneo se les especificó que bebieran siempre agua embotellada por si la del grifo pudiera estar en malas condiciones a causa del terremoto y generara parásitos intestinales.

Pero el doctor Madero no se paró ahí y continuó: “Cuando (Passarella) agarró el virus lo llevé al hospital, con los mejores especialistas en gastroenterología. Bilardo le dijo que la camiseta titular era de él. Antes del partido con Italia, fue claro: ‘Si te sentís bien, me decís y jugás’. ‘No, con los italianos hacés una macana y te pintan la cara, espero otro partido’, le contestó Passarella. Después del 1-1 con Italia, hubo un entrenamiento intenso, con calor, y él se quería meter. ‘No jodás, porque vas a tener problemas’, le dije. ‘Usted está cagado’, me respondió. ‘Yo te voy a romper una botella en la cabeza, me tenés podrido, si te digo que no lo hagás, no lo hagás’, le dije. No me dio bola, se metió y terminó desgarrándose. Un tipo muy jodido. Empezó a declarar que yo le había dado algo a propósito. ‘Seguí jodiendo, que tengo todos los papeles, un cierto prestigio, y si seguís hablando te voy a hacer un juicio que no te va a alcanzar toda la guita que ganaste en la Fiorentina para pagarme’, le dije. No jodió más”.

Diego Armando Maradona, en el libro autobiográfico “México 86. Mi Mundial. Mi verdad” (2016), también se apunta a la teoría de los hielos de los whiskys que supuestamente tomaba Passarella por las noches. Como apunta también a que fue el mismo Passarella quien se borró de la cita mundialista enrocado en la idea de que debía ser el capitán de ese equipo y estaba siendo ninguneado.

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Al final todas las dudas de un caso auténticamente rocambolesco quedan ahí, sin resolver.

¿Fue Bilardo quién orquestó toda la trama con la complicidad de Maradona y su clan y los servicios médicos de la selección? ¿O todo fue una mera casualidad, una treta del destino, una concatenación de desgracias que acabó privando a Passarella de ganarse en el campo su segundo mundial?

Es difícil, o prácticamente imposible, responder a estas preguntas, pero los hechos, al menos, expuestos quedan.

lunes, 28 de marzo de 2022

Las inexplicables catástrofes de Italia

“Los italianos pierden guerras como si fueran partidos de fútbol
y partidos de fútbol como si fuesen guerras”.
Winston Churchill

La zamarra italiana tiene cosidas en su pecho cuatro estrellas. Cuatro veces que ha sido la azzurra campeona del mundo. Se dice pronto, pero no es nada fácil conseguir eso. Sólo Brasil, con cinco Copas del Mundo, tiene más estrellas en su casaca amarilla. Alemania tiene las mismas estrellas que los italianos en su uniforme blanquinegro. La albiceleste luce tres tras su triunfo en Catar, pero el resto de selecciones está a años luz.

Además, Italia tenía y tiene una particularidad que ostenta orgullosa como nadie: no necesita ser favorita, no necesita jugar bien y no necesita tener la mejor selección para ganar una Copa del Mundo. De hecho, sería discutible esta afirmación en el caso del Mundial de Francia de 1938 donde se presentó como campeona del mundo y con una selección temible, pero ni en Italia en 1934, ni en España en 1982, ni en Alemania en 2006 era la mejor selección. Aún así, ganó. Y ganó empezando mal, como siempre. Y ganó estando contra las cuerdas en muchísimos momentos, como siempre. Y ganó desde la defensa con picotazos variados arriba de sus jugadores más talentosos y, a la vez, más discutidos en momentos determinantes en los partidos importantes. También como siempre.

Sin embargo, esa Italia esforzada atrás y vertiginosa de tres cuartos de campo hacia adelante, esa Italia capaz de ganar a selecciones que son mejores y que juegan mejor, también es capaz de lo peor cuando nadie se lo espera. Es capaz de generar un cataclismo inesperado. Y es capaz de tener vaivenes inexplicables en su rendimiento, sobre todo, después de conseguir la gloria. Y es capaz de tirar por tierra ante rivales aparentemente menores esa fiabilidad, seguridad y pegada ganada con sangre, sudor y lágrimas torneo tras torneo.

La prueba la acabamos de tener ahora mismo. Una Italia que se había proclamado campeona de Europa apenas unos meses atrás, se quedó fuera del mundial de Catar a las primeras de cambio, sin ni siquiera llegar al reto de jugarse su presencia ante Portugal en un choque que prometía ser de órdago. Pero nadie contaba con el ejército macedonio, que esperó al minuto 92 para dar la estocada.

Y, además, venía muy avisada la Nazionale porque lo que parecía imposible, ni más ni menos que la disputa de una Copa del Mundo sin presencia azzurra, ya pasó en el Mundial de Rusia en 2018. 60 años habían transcurrido entonces sin ninguna ausencia italiana en el torneo: eso son 14 ediciones seguidas acudiendo a la fase final de un Mundial. Pues otra vez se han quedado fuera. En casa y ante una selección nobel e inexperta como Macedonia del Norte. La sonrisa de los portugueses, que preparaban su batalla contra los italianos pese a los turcos, refulge y el suspiro de alivio que llega desde Oporto se escucha de forma clara y nítida. Ahora hace falta saber si no se les quedará congelada en la boca a causa de los macedonios. Veremos.

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Pues aunque suene raro, Italia ya ha pasado por calamidades inesperadas y catástrofes similares que les tocó digerir a sus atónitos aficionados. Una de las primeras fue en el Mundial de 1962, donde fue apeada de la competición en primera ronda en un grupo formado por Chile, Alemania Federal y Suiza. Los transalpinos perdieron ante los germanos y en el segundo partido cayeron ante los anfitriones en una auténtica encerrona que habían pedido a gritos cuando la prensa italiana catalogó a Chile, palabra arriba, palabra abajo, de país tercermundista. Cuando saltaron al campo los italianos tenían enfrente a una jauría de lobos dispuestos a merendárselos y en las gradas, el resto de la manada. Perdieron los italianos 2 a 0 en uno de los partidos más sucios de una Copa del Mundo y la posterior victoria ante Suiza ya no servía para nada.

Italia volvía a presentar su candidatura a todo en Inglaterra en 1966, pero entonces la catástrofe fue aún mayor que en Chile. Los jugadores partieron entre vítores y volvieron entre abucheos y tomatazos de unos tifosi enfurecidos. Italia había perdido 1 a 0 ante Corea del Norte, una selección desconocida y debutante en un Mundial y le había tocado hacer las maletas en un grupo en el que sólo fueron capaces de ganar a sus verdugos chilenos y donde cayeron también contra la Unión Soviética.

Después del éxito en el Mundial 82, los italianos volvieron a sufrir uno de sus habituales vaivenes y no fueron capaces de clasificarse, siendo los campeones del mundo, para disputar la Eurocopa del 84 en Francia. Hay que aclarar que sólo 8 selecciones disputaban entonces la fase final y no era fácil sacar un billete, pero, claro, siendo campeona del mundo es difícil explicar un cuarto puesto en un grupo compuesto por Rumanía, Suecia, Checoslovaquia y Chipre.

Los campeones del mundo del 82 empataron en casa a dos goles con Checoslovaquia, o cero con Rumanía, perdieron cero a tres ante Suecia y sólo le ganaron a Chipre por 3 a 1. Fuera les fue aún peor: derrotas claras en Rumanía (1-0), Suecia (2-0) y Checoslovaquia (2-0) y un triste empate a 1 en la isla de Chipre. Una victoria y tres empates en ocho encuentros y a ver la fase final de la Eurocopa de Francia por la tele.

En el Mundial de México 1986 los italianos defendían título y eso les eximió de jugarse la clasificación, pero su papel en el campeonato fue muy discreto. Empataron a uno ante búlgaros y argentinos y estuvieron a punto de verse sorprendidos por Corea del Sur en el partido que cerraba el grupo y que ganaron 2 a 3 pidiendo la hora. Claro, en los octavos de final se encontraron con la Francia de Platini y compañía y perdieron claramente por dos goles a cero para regresar a casa demasiado pronto.

Después de dos buenos mundiales en 1990 (un tercer puesto en casa) y en 1994 (donde fueron pasando ronda a ronda con maravillas de Roberto Baggio en los últimos minutos de cada partido hasta plantarse en la final y perderla en penaltis ante Brasil), Italia pasó casi de puntillas por las Copas del Mundo de 1998 y 2002. Hasta que volvieron a sorprender al mundo con una victoria inesperada en 2006 para conseguir su cuarta estrella en la camiseta.

Y volvieron a hundirse en el lodo sin previo aviso. En Sudáfrica sufrieron la maldición del campeón y cayeron en la primera fase haciendo 2 puntos en un grupo con Paraguay, Nueva Zelanda y Eslovaquia.

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En 2010 en Sudáfrica comenzó un declive que llega hasta hoy y que la obtención de la Eurocopa de 2020 (se jugó en 2021 a causa de la pandemia causada por la COVID) se había encargado de maquillar. Porque Italia volvió a caer en la primera fase en Brasil en 2014, aunque esta vez el grupo era bastante más complicado con Costa Rica, Inglaterra e Uruguay luchando con ellos por dos puestos en los octavos de final. Y eso que la azurra empezó muy bien, ganándole 2 a 1 a Inglaterra, pero después perdió ante Costa Rica y Uruguay por 1 a 0 y volvieron a despedirse de una Copa del Mundo a las primeras de cambio.

Mala costumbre, esa de caer eliminado en la primera fase, sobre todo, para una selección como la italiana, acostumbrada a codearse con las grandes selecciones y a llegar lejos en cada torneo al que se presentaba. Pero, claro, mejor irse a casa en la primera fase que no ir. Porque ningún italiano imaginaba, ni ningún aficionado al fútbol tampoco, que ese partido ante Uruguay el 24 de junio de 2014 sería el último de Italia en una Copa del Mundo hasta, por lo menos, el verano de 2026. Ver para creer.

Pero así es. La selección italiana hizo una Eurocopa 2016 bastante decente, liderando su grupo en la primera fase por delante de belgas, suecos e irlandeses y batiendo claramente a España en octavos de final por dos goles a cero. Sólo los penaltis en los cuartos de final ante Alemania la frenaron en su avance hacia las rondas finales de la competición.

Pero en la fase de clasificación para el Mundial de Rusia se consumó la tragedia. Italia y España compartían grupo y, en teoría, entre ellos se jugarían el pase directo a la Copa del Mundo (el primero se clasificaba directamente y el segundo habría de disputar una repesca a doble partido contra el segundo de otro de los grupos de clasificación). Y, efectivamente, Albania, Israel, Macedonia del Norte y Liechtenstein fueron meros espectadores de lujo en la lucha entre italianos y españoles.

Italia estrenaba seleccionador. Gian Piero Ventura había sustituido a Antonio Conte después de la Eurocopa, pero la base de la Nazionale seguía siendo la misma: Buffon, Chiellini, Bonucci, Verrati e Insigne, aunque todos un pelín más mayores y sin aparente relevo a los mandos.

Italia y España empataron a uno el 6 de octubre de 2016, en la segunda jornada, en un encuentro disputado en Turín y las dos selecciones fueron ganando todos sus partidos hasta que volvieron a enfrentarse en la séptima jornada el 2 de septiembre de 2017 en el Santiago Bernabéu. España ganó cómodamente por 3 goles a cero y certificó la repesca. Además, cosas del destino, Macedonia del Norte arrancaría un empate a uno en Turín en la penúltima jornada. España no falló y a Italia le tocó en suerte Suecia en la repesca.

El partido de ida entre suecos e italianos se disputó en Solna el 10 de noviembre de 2017 y allí ganó Suecia 1 a 0 con gol de Jakob Johansson. Ese gol iba a ser oro en paño para los suecos. De hecho, el resultado era malo para Italia, pero la azurra creía firmemente en la remontada en Milan, ante su gente, con el peso de las estrellas de su lado y con 60 años de presencia ininterrumpida en las fases finales de los mundiales como argumento. Pero el fútbol es caprichoso y los suecos, desde luego, no eran cojos, pese a que su estrella, Zlatan Ibrahimovic, había dejado la selección un año antes.

Ventura planteó el encuentro con tres centrales, cinco en el centro del campo y dos arriba, pero no podía contar con Verrati, sancionado, en el centro del campo, y había dejado en el banco a Insigne y a De Rossi, que no jugaron ni un solo minutos. Los suecos fueron a Milan a defender su gol y siempre se jugó en la parcela del campo que defendían los visitantes, pero los italianos se jugaron su suerte a base de centros laterales que no hicieron ni cosquillas a los nórdicos. El partido acabó con Buffon subiendo a rematar y con toda una nación llorando a lágrima viva tras el pitido final.

Evidentemente, Ventura fue destituido y llegó Mancini. Buffon abandonó la selección y empezó a producirse, poco a poco, una renovación en una selección que quizá necesitaba tocar fondo para reinventarse. O así parecía escribirse la historia después de que Italia se proclamara campeona de Europa en Wembley el 11 de julio de 2021. Pero el destino es caprichoso. Tan solo 256 días después de alzar al cielo la Eurocopa, Italia se vuelve a quedar sin Mundial por segunda vez consecutiva.

Y lo hace porque esa selección contra la que nadie quería cruzarse en las eliminatorias, esa selección del gen competitivo y de ganar sin despeinarse, esa selección que necesitaba media oportunidad para hacer goles, no supo certificar su pase a falta de dos partidos para el final del grupo. Fue incapaz de ganarle en casa a Suiza, una buena selección que se llevó un empate merecido de Roma. Pero, sobre todo, fue incapaz de hacerle un gol a una Irlanda del Norte que no se jugaba nada en Belfast, mientras los suizos aplastaban a Bulgaria por 4 a 0 para sellar su pase a la fase final del Mundial y mandar a los italianos otra vez a la repesca.

Y en la repesca, el sorteo no fue benévolo con los italianos, que veían en el horizonte un enfrentamiento durísimo con Portugal para una sola plaza. Pero primero había que certificar ciertos trámites. Pasar por la oficina, por así decirlo. Portugal tuvo un día duro en la suya ante los turcos, pero solventó el papeleo. Los italianos, antes temibles, cuyo seleccionador había asegurado que iban a ir al mundial y lo iban a ganar, generaron 30 ocasiones en Palermo para acabar cayendo en el minuto 92 de encuentro ante Macedonia del Norte para volver a llorar su segunda ausencia consecutiva en un Mundial.

Pero, ojo, cuidado con la azzurra que lleva cosidas al pecho 4 estrellas de las que no se regalan en la tómbola. Y quien sabe si dentro de dos años en Alemania vuelven por sus fueros y renuevan su título de campeones de Europa. Con Italia uno nunca sabe…

El Doctor Sócrates y la Democracia Corinthiana

14 de diciembre de 1983. Casi 38.000 personas llenan a rebosar el estadio de Pacaembú, la casa del Corinthians, en los instantes previos al partido de vuelta de la final del Campeonato Paulista entre el Timao y Sao Paulo. De repente, un futbolista de más de metro noventa, pelo negro rizado y barba, encabeza la salida al césped de todo el equipo albinegro portando una pancarta en la que se puede leer: “Ganhar ou perder, mas sempre com democracia”.

Los espectadores rugen. La escena que contemplan aún los enfervoriza más y los hunde plenamente en las raíces del club que aman. Están a punto de cumplirse 20 años de dictadura total en el país y la sociedad empieza a pedir democracia. El Timao lleva casi dos temporadas pidiendo esa democracia para Brasil y gestionándose en democracia ellos mismos.

Y el jugador que encabeza la comitiva del Corinthians, su capitán, es Sócrates. El Doctor. Un ídolo en el campo y también fuera de los estadios. Elegante, alegre y estético con el balón. Valiente y rebelde con él y sin él.

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Sócrates Brasileiro Sampaio de Spouza Vieria de Oliveira nació en Belém en 1954. Su padre era un estudioso autodidacta, amante de la literatura y gran admirador de los filósofos griegos y, por eso, les puso a sus hijos los nombres de Sófocles, Sócrates y Sósceles. Sólo el pequeño, también futbolista y también internacional con Brasil, se libró del nombre heleno: a él le pusieron Raí.

El pequeño Sócrates era un enamorado de la pelota, pero sus padres le insistieron hasta la saciedad para que estudiara, se cultivara y se formara al margen del balón. Que se dedicara a algo de provecho. Por eso, el espigado joven, que era buen estudiante, compaginó los estudios con el fútbol y se matriculó en la Universidad de Sao Paulo en Medicina. Corría el año 1977 y mientras sus compañeros vivían sólo por y para el fútbol, Sócrates estudiaba mientras marcaba goles y hacía jugar a todo el Botafogo.

En 1978 fichó por el Corinthians, el que se convertiría en el club de su vida, y, a la vez, se licenció en Pediatría. Tenía en sus manos el talento para curar y en sus pies pequeños (gastaba un 37 pese a medir 1,93), y un poco deformados por un hueso desencajado en el talón, un talento desbordado para el fútbol.

Jugaba de ocho, dominando el centro del campo, con la cabeza alta y el balón pegado al pie, un fútbol surtido de recursos preciosos como taconazos, regates inverosímiles, pases picados y grandes zancadas con cambios de ritmo imparables que le llevaban a plantarse en el área rival con su más de metro noventa y a hacer goles de fuerte disparo o asistir a sus compañeros. A todo eso unía un potente juego aéreo y la capacidad innata para golpear el balón con tanta fuerza de tacón que incluso llegó a tirar penaltis así. Hay quien decía de él que jugaba mejor hacia atrás que la mayoría de jugadores hacia delante.

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Ahora, retrocedamos en el tiempo. Volvamos a principios de los 80. Regresemos al estadio de Pacaembú, a la casa del Corinthians. Estaba el club en ese momento en una situación muy delicada, económicamente destruido y con unos resultados futbolísticos que tampoco acompañaban. Tanto es así que a finales de 1981 dimitió el histórico presidente Vicente Matheus y Waldemar Pires se convirtió en el nuevo mandatario de los albinegros.

La primera decisión de Pires fue la de nombrar como director de fútbol a un sociólogo llamado Adílson Monteiro Alves, que llegó cargado de ideas revolucionarias en una época convulsa, con la sociedad en ebullición tras casi 20 años bajo una dictadura que había empezado en 1964 y que ahora parecía dar sus últimos coletazos.

Monteiro Alves habló con los jugadores del equipo y, directamente, les cedió el poder. Los futbolistas del Corinthians, encabezados por Sócrates, el defensa Wladimir, el lateral Zenon y el delantero Casagrande, pasaron a decidir absolutamente todo lo que pasaba en el club por estricta mayoría. Pero no ellos solos. Cada persona (futbolista, cuerpo técnico, dirigente o empleado), un voto. Y así lo decidían todo: el método de entrenamiento y los horarios, el sistema de juego, los fichajes, el dinero que cobrarían jugadores y empleados, los autobuses que cogerían y dónde pararían, las bajas, la necesidad o no de concentrarse antes de un partido, los menús y los precios de la cafetería del club… Todo. Absolutamente todo.

Evidentemente, muchos periodistas y empresarios se pusieron en su contra, les llamaron “anarquistas” y “comunistas barbudos” y pronosticaron un futuro corto y más bien negro para el segundo club más popular de Brasil. Pero se equivocaron. El Corinthians ganó el Campeonato Paulista dos años seguidos (1982 y 1983) después de haber jugado un año en la segunda división, con un fútbol vistoso y atractivo, y, sobre todo, se convirtió en ejemplo para un país que empezaba a anhelar la democracia.

De repente, el Timao se había convertido en la imagen de la revolución brasileña en contra de la dictadura. El equipo salía en cualquier estadio con pancartas donde se leía “Democracia”, “Quiero votar a mi presidente” o “Derechos ya”. En la camiseta con la que jugaban, justo encima del número, todos llevaban impresa la palabra “Democracia” y debajo “corinthiana”, tal como ahora llevan escritos los jugadores sus propios nombres.

Participaron además algunos futbolistas en las multitudinarias manifestaciones que se produjeron en el país en 1984 a favor de la democracia bajo el auspicio de los activistas Henrique Cardoso o Lula da Silva (los dos acabarían siendo presidentes). De hecho, en una de esas protestas, ante millones de personas, Sócrates cogió el micrófono y prometió que si el Congreso aprobaba la Enmienda Constitucional Dante de Olivera, que proponía el regreso inmediato de la democracia al país garantizando el voto libre para la elección del presidente del país, él rechazaría la oferta que tenía sobre la mesa de la Fiorentina y se quedaría en Brasil. La enmienda sería rechazada en el Congreso por unos pocos votos y el astro voló a la Toscana.

Y con él, la Democracia Corinthiana desapareció, en un momento en el que los clubes más importantes del país habían creado el Club de los 13 para gestionar juntos sus problemas y exigían un presidente claro y un modelo de gestión en cada club que el Corinthians no cumplía. Los resultados deportivos, que en 1984 y 1985 no fueron tan buenos, y la marcha de Sócrates, precipitaron el final de la experiencia democrática en el club. Las elecciones internas del Corinthians las ganó Roberto Pasqua, que fue el nuevo presidente y el encargado de volver al clásico modelo de gestión presidencial.

Pero a Sócrates tampoco le fue bien salir de su país. No entendía el fútbol italiano, su exceso de profesionalización y su resultadismo por encima de todas las cosas. No entendía a los futbolistas que sólo jugaban por dinero. No entendía la profesionalización del fútbol. Y regresó un año después a Río de Janeiro, al Flamengo (1985-1987), antes de volver a la ciudad de São Paulo, esta vez para defender los colores del Santos (1988-1989).

Se retiró para ejercer la medicina y probó también haciendo sus pinitos como pintor, e incluso como músico y como articulista, pero el fútbol podía mucho y se marchó un mes al Norte de Inglaterra para jugar con el modestísimo Garforth Town, ya con 50 años cumplidos, antes de colgar definitivamente las botas.

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Así resumía Sócrates prácticamente casi toda su vida: “Jugué los mundiales de 1982 y de 1986 en una maravillosa selección. Conocí el calcio en la Fiorentina. Fui técnico. Sigo siendo médico. Escribo crónicas para un diario deportivo y poemas que ponemos en canciones con amigos músicos. Pero esa, la de la democracia conrinthiana, fue la época más exultante de mi vida. Dos años y medio que valen por 40 de felicidad”.

Pero nuestro héroe romántico y luchador era también un fumador empedernido y un gran bebedor desde muy joven y sufrió en los últimos meses de su vida una hemorragia digestiva mientras esperaba un trasplante de hígado. Murió en el hospital donde estaba ingresado el 4 de diciembre de 2011. Tenía 57 años, esposa y seis hijos.

Ese mismo día, miles de aficionados volvían a llenar a rebosar el estadio de Pacaembú, la casa del Corinthians, gritando, cantando y animando a los suyos en los instantes previos al partido que cerraba el Campeonato Brasileño ante el Palmeiras. Los jugadores de ambos equipos se posicionaron en círculo en el centro del campo dispuestos a guardar un minuto de silencio por Sócrates. 

Y los jugadores y todo el cuerpo técnico del Timao alzaron el brazo derecho en alto con el puño cerrado, tal como celebraba los goles Sócrates en todos los estadios. Los seguidores del Timao se pusieron en pie también con el brazo en alto y el puño cerrado y gritaron todos con fuerza: “¡Adiós, doctor Sócrates!”. Después el Corinthians empató el partido para ganar su quinto Campeonato Brasileño y homenajear así al Doctor, que quería irse de este mundo el día que su Corinthians volviera a ganar otro Brasilerao. Lo consiguió.

viernes, 25 de marzo de 2022

La tragedia de Sarrià. Cae la Brasil de Telé Santana en el Mundial 82

El Brasil de Telé Santana en el Mundial 82 era una auténtica máquina de jugar al fútbol. Un equipo que despachaba fútbol por los cuatro costados. Capaz de jugar en corto y al pie, al trote, y desmelenarse en un segundo por cualquier parte del campo, con cualquiera de los artistas que conformaban una escuadra inolvidable.

Un conjunto que jugaba al ataque con todas sus consecuencias en un tiempo en que nadie quería jugar así de expuesto. En un mundo de defensa y contraataque quedó la canarinha, y acaso la Francia de Michel Hidalgo, como la gran exponente del otro fútbol, el que busca entretener y hacer disfrutar al aficionado, transportándolo a la infancia, al fútbol de la calle donde todo era posible.

Y esa selección se quedó sin corona, sin ningún título que corroborara su osada apuesta, pero consiguió hacer disfrutar con su magia a todos los aficionados al fútbol.

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Telé Santana, un seleccionador que anteponía la belleza al resultado siempre, confeccionó ese equipo inolvidable a partir de un centro del campo colosal, heredero del jogo bonito del Brasil de los 5 dieces de México 70. Un centro del campo formado por virtuosos de la pelota con un talento inigualable en el que resultaba prácticamente imposible detectar quién era el mejor, en quién residía el espíritu de ese grupo, quién iba a romper el partido, por dónde iba a hacerlo y en qué momento lo haría. Porque todos improvisaban. Todos sorprendían. Todos aceleraban el ritmo de repente. Todos jugaban a la pelota como querían. Y ahora… donde leyeron todos, pongan cualquiera. Es lo mismo.

Eran Zico, Sócrates, Falcao y Toninho Cerezo los grandes exponentes de ese equipo, acompañados por dos laterales extraordinarios que jugaban más de extremos que de laterales, Junior y Leandro, y por un extremo que jugaba donde realmente donde quería, Eder, capaz de aparecer en el lugar del campo más insospechado y darle desde ahí una marcha más al juego, una velocidad más, siempre con el balón cosido a su bota.

El diez de esa selección era Zico, el Pelé blanco, con un guante de seda en la pierna derecha para mover a su equipo y un golpeo extraordinario, milimétrico y potentísimo para lanzar desde cualquier posición en parado o en jugada. Era quizá era el más talentoso de ese equipo.

Pero el capitán, el emblema, el líder, el que rubricaba en el campo el sello de las ideas de Telé Santana era Sócrates. Un jugador de 1’93 que calzaba un 37 de pie, que siempre conducía con la cabeza levantada, que movía el balón con una fluidez increíble, que hacía pases de tacón tan potentes y precisos como muchos no saben hacerlos de cara, con un disparo colosal y una capacidad de llegada al área contraria inaudita.

Falcao era el cinco de una selección sin cinco. Era un centrocampista que anclaba al equipo desde el toque y la posición, desde la elegancia y la inteligencia. Y, junto a él, Cerezo completaba ese centro del campo único con su capacidad innata para ver el fútbol y jugarlo, compenetrándose a la perfección con todos sus compañeros, ocupando los huecos que ellos dejaban e intercambiando posiciones con desparpajo, fluidez y naturalidad.

Dicen los expertos que pudieron gozar de ese equipo que hubiera sido una máquina perfecta y prácticamente invencible de haber tenido un portero de garantías y un delantero centro de los que suelen salir en Brasil cada pocos años. El de esa selección era Serginho, un corredor incansable que las peleaba todas, que no era malo, pero, desde luego, no se acercaba a la calidad de sus compañeros del centro del campo. La culpa no era suya, ni mucho menos. Es que los otros eran buenísimos.

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Esa selección brasileña capitaneada por el Doctor Sócrates empezó arrasando en España. En el primer partido de la primera fase se encontró con la necesidad de remontar el gol inicial de la Unión Soviética. Lo intentaron los brasileños sin suerte, hasta que a falta de quince minutos para el final, el ocho cogió el balón en la posición de interior izquierdo en tres cuartos de campo, se orientó hacia la derecha sorteando un primer defensor soviético, dejó sentado al segundo con un toque más hacia la derecha y lanzó un misil desde la frontal del área que el mítico guardameta Dassaev, heredero de Yashine, sólo pudo ver volar camino de la escuadra. El indetectable Eder se sumó a la fiesta y acabó de remontar el choque a dos minutos del final con otro soberbio disparo típicamente brasileño, una pelota que él mismo levanta para empalmar una folha seca fantástica que volvió a dejar de piedra al gran portero soviético.

Ese fantástico equipo vencería con comodidad ante Escocia por 4 a 1, aunque volvió a empezar perdiendo, y ante la debutante Nueva Zelanda por 4 a 0. Pero en el grupo de cuartos de final (sólo el campeón de ese grupo de tres se clasificaría para las semifinales) pagó la desidia en la primera fase de argentinos e italianos y esas tres potentísimas selecciones conformaron el grupo de la muerte.

Los italianos derrotaron a la Argentina de Menotti, Kempes y Maradona por 2 a 1 en el partido que abría el grupo y luego le tocó el turno a los de Tele Santana de medirse a los todavía campeones del mundo. Ni Kempes ni Maradona pudieron hacer sombra a los artistas brasileños, que dominaron el choque a su antojo, se adelantaron a los 11 minutos con un gol de Zico y mantuvieron la pelota y el dominio del partido generando las mejores ocasiones.

En la segunda parte no cambió la decoración. Los amarillos dejaron el balón a los argentinos y los mataron en cada contra. Daba la sensación de que creaban peligro sólo con desearlo. Y sentenciaron con tantos de Serginho y de Junior. Después, Maradona fue expulsado por una entrada fruto de la impotencia a falta de 4 minutos y Ramón Díaz hizo el del honor a punto de acabar el choque. Argentina estaba eliminada, mientras que Brasil e Italia se jugarían entre ellos el pase a las semifinales. El empate le bastaba a Brasil.

Ese duelo dramático, en el viejo estadio de Sarrià, marcó a todos los integrantes de esa maravillosa selección brasileña. Un espectáculo de partido entre el jogo bonito brasileño y su kriptonita, un equipo cerrado que jugaba a la contra con una velocidad endiablada y en el que iba a despertar su ariete, Paolo Rossi, medio dormido hasta justo ese instante del torneo.

El delantero juventino anotó el primero a los 5 minutos, de cabeza tras un centro de Cabrini, para poner el partido patas arriba desde el inicio. Y empató Sócrates sólo 7 minutos después batiendo raso al meta Dino Zoff por el palo corto tras una jugada con Zico. Vuelta a empezar. Con Brasil dominando, buscando un gol, con tranquilidad, como siempre, aunque el empate les sirviera, e Italia esperando su oportunidad. Y la tuvo el combinado transalpino a los 25 minutos cuando Cerezo, el más seguro de los centrocampistas brasileños, perdió un balón y Rossi montó una contra fulgurante para volver a adelantar a Italia. Y los brasileños, de nuevo a jugar, de nuevo a proponer, de nuevo a inventar.

En la segunda parte, el acoso brasileño no tenía fin y acabó dando sus frutos. Primero fallaron unas cuantas ocasiones claras antes de que Falcao anotara el tanto que volvía a poner el empate en el marcador y a meter de nuevo a Brasil en las semifinales del torneo. Pero Rossi sólo esperó 6 minutos más para marcar de nuevo y darle la vuelta a todo. Esta vez fue a la salida de un córner muy mal defendido por los brasileños que dejaron la pelota suelta dentro del área para que Rossi acabara empujándola de nuevo a la red. Y volvió la canarinha a tratar de responder. Asedió de nuevo a Italia y tuvo el empate en la cabeza de Óscar, pero ganaron los guantes de Zoff, que hizo una parada impresionante para clasificar a la azzurra. Y a los amarillos les tocó hacer las maletas.

***

Los brasileños llamaron a ese partido La tragedia de Sarriá. De hecho, Zico dijo más tarde sobre el partido: “Creo que no importaba los goles que marcásemos. Los italianos iban a ser capaces de marcar siempre uno más”. Aunque Sócrates, justo después de acabar el choque, lo sintetizó a la perfección: “Perdimos. Mala suerte y peor para el fútbol”. Porque el Doctor insistía en una idea muy bella y muy suya: “No hay que jugar para ganar, sino para que no te olviden”. Y eso la canarinha del 82 sí que lo consiguió: permanecer en el recuerdo colectivo pese a la derrota con un fútbol de ataque, bello, alegre, preciso, veloz, despreocupado, ágil y sorprendente.

Sócrates, Zico, Falcao, Júnior y Óscar aún disputarían otro Mundial con la canarinha, el de México 86, pero la derrota del 82 había hecho daño en Brasil, que apostó 4 años más tarde por un fútbol un poco más práctico y menos preciosista con sus estrellas del 82 ya en la recta final de sus carreras. Al final, el resultado fue el mismo, pero sin gloria ni recuerdo, porque Brasil cayó en la tanda de penaltis ante la Francia de Platini, otra vez en cuartos de final.

Zico jugó 71 partidos con la selección brasileña y anotó 48 goles. Sócrates disputó un total de 60 partidos con la canarinha. Y marcó 22 tantos. Nunca ganaron nada con la verdeamarelha. Bueno, se ganaron el recuerdo eterno, que es muchísimo más. El hermano de Sócrates, Raí, sin ir más lejos, fue un magnífico jugador también. Ídolo en el Sao Paulo y el París Saint Germain. Y fue campeón del mundo con la canarinha en Estados Unidos en 1994. Pero todos recuerdan mucho más a Sócrates y a Zico y a la fabulosa selección del 82. Ésa que nunca ganó nada por culpa de la Tragedia de Sarriá.

miércoles, 23 de marzo de 2022

Curiosidades del primer Mundial de la historia: Uruguay 1930

En 1930, en Uruguay, empezó todo. La FIFA, presidida por Jules Rimet, decidió que el primer Mundial de la historia se celebraría en el país sudamericano aprovechando que el país celebraba el Centenario de su constitución como nación. Las razones eran de peso: la selección charrúa era la doble campeona olímpica y había dado vuelo al torneo olímpico de fútbol son su presencia y, además, se había comprometido a construir uno de los mejores estadios del mundo de la época: el estadio Centenario. Así que en Montevideo echó a rodar la que con el tiempo se convertiría en una de las competiciones deportivas más importantes del mundo. Y, como es lógico, en esa primera edición nacieron las primeras curiosidades. Ahí van algunas:

—Debido a la recesión económica y al largo viaje trasatlántico, muchas selecciones europeas decidieron renunciar a participar en el primer Mundial de la historia, pero no fue el caso de Rumanía, ya que el rey Carol II era un apasionado del fútbol, así que, ni corto ni perezoso, confeccionó él mismo el equipo, se autoproclamó seleccionador nacional y gestionó 3 meses de permiso en sus trabajos para sus jugadores para que Rumanía pudiera disputar la primera Copa del Mundo.

—El seleccionador boliviano Ulises Saucedo compaginó su labor al frente del equipo con la ardua tarea de… ¡ser árbitro mundialista! Pitó el partido de la primera fase entre Argentina y México y fue el juez de línea en cinco encuentros más: Argentina-Francia, Uruguay-Rumanía, Argentina-Chile, la semifinal entre Uruguay y Yugoslavia y la finalísima entre Uruguay y Argentina. La figura del entrenador-jugador está muy extendida, pero la entrenador-árbitro es, cuando menos, sorprendente.

—El Mundial se disputó íntegramente en la ciudad de Montevideo, pero los partidos se repartieron entre tres estadios: Centenario, Pocitos y Parque Central. En realidad, todos los encuentros debían haberse disputado en el recién construido Centenario, pero fue imposible inaugurarlo antes del inicio del torneo y por eso se jugaron algunos partidos en los otros dos estadios.

—Hernán, el Divino Manco, Cortés fue el primer goleador de la selección uruguaya en la Copa del Mundo y también el último. Suyo fue el tanto que le dio el triunfo a los charrúas ante Perú en el primer partido y suyo fue también el cuarto que cerró la final ante Argentina a falta de 3 minutos para acabar el partido. Por cierto, el mote no era gratuito, porque el Divino Manco lo era de verdad. Había perdido medio brazo en un accidente laboral a la edad de 13 años. Eso no le impidió competir al más alto nivel y ser campeón del mundo.

—En el partido que enfrentó a Perú y a Rumanía, el árbitro expulsó en el minuto 70 al capitán inca Plácido Galindo, que se convirtió en el primer jugador expulsado en una Copa del Mundo. Eso sí, lo expulsó verbalmente, claro, sin tarjetas amarillas ni rojas, que aún no existían y que tardarían 40 años en utilizarse por primera vez en un Mundial.

—Guillermo Stábile, el Filtrador, tenía 25 años cuando empezó a disputarse el Mundial de Uruguay y nunca había vestido hasta ese instante la camiseta de la selección albiceleste. De hecho, en un primer momento, no iba a jugar, era el suplente de Manuel, Nolo, Ferreira, pero una crisis de ansiedad del extremo izquierdo Cherro hizo cambiar los planes del seleccionador. Pasó a Nolo Ferreira al extremo y alineó a Stábile en punta para jugar el segundo partido del torneo ante México. El Filtrador marcó tres goles. Desde ese instante, sería titular en todos los partidos que quedaban y se convertiría en el primer máximo goleador de una Copa del Mundo con 8 tantos en 4 partidos.

—En los momentos previos a la gran final se lio una buena. Los argentinos no querían jugar con el balón de los uruguayos y viceversa. Finalmente, el árbitro decidió, salomónicamente, que jugarían la primera parte con el balón que traían los argentinos y la segunda con el de los uruguayos. Casualidad o no, la primera parte acabó con un 2 a 1 favorable a los argentinos, mientras que con su balón los charrúas le dieron la vuelta al partido en la segunda parte para vencer 4 a 2. ¡Pues será que es verdad que en el fútbol el balón es lo más importante!

lunes, 21 de marzo de 2022

Mazali, el portero que se quedó sin Mundial en 1930

En la puerta de un lujoso hotel de Montevideo, un joven de 28 años entra con la primera luz de día. Lleva los primeros botones de la camisa desabrochados, la corbata floja al cuello y el aire de haber pasado una velada inolvidable. Rebosa vitalidad y el aire de quien ha hecho esto muchas otras veces y le encanta.

Saluda casi sin querer al personal que se cruza con él en el vestíbulo con un gesto rápido de la cabeza, mientras sube apresurado a su habitación. Estamos en junio de 1930. La fiebre del primer mundial de fútbol de la historia ya se ha apoderado de la ciudad y él necesita descansar después del ajetreo nocturno. Aún no lo sabe, pero al joven se le acaba de escapar el tren de la historia. Lo sabrá cuando suba a la habitación.

                                                                                ***

Andrés Mazali nació en 1902 en el barrio Guruyú de Montevideo y muy pronto descubriría que tenía unas aptitudes innatas para el deporte. Tanto es así, que fue campeón sudamericano de 400 metros vallas y segundo en 200 en 1920 y compaginó la práctica del fútbol con la del baloncesto en el Olimpia de Montevideo, equipo con el que también fue campeón nacional en 1923, antes de decantarse definitivamente por el once contra once.

Mazali era el portero de Nacional, aunque lo cierto es que empezó de delantero. Se dice que se afianzó entre los tres palos por culpa de tener los pies muy grandes. En aquella época los porteros podían jugar con zapatillas, pero los delanteros habían de jugar con botas por la dureza del cuero. Y los pies de Mazali eran tan grandes que costaba encontrar unas botas de su número para que jugara. Así que se puso de portero y se convirtió en uno de los mejores guardametas uruguayos de todos los tiempos.

Lo cierto es que él no ha contado exactamente lo mismo en algunas de las entrevistas publicadas en los diarios de la época. Decía Mazali en el Gráfico argentino, en una entrevista en 1935, que empezó jugando en un equipo pequeño de barrio donde el portero era también el delegado, el capitán y hasta el dueño... Y un día apareció Mazali con unas botas muy grandes que no le permitían correr y el dueño le dijo que jugara de portero. Lo paró todo y ya no se movió de la portería, aunque confiesa que a veces se aburría, le costaba mantener la concentración bajo palos y suspiraba por jugar de delantero.

El caso es que Mazali era también bailarín, de trato agradable, apuesto y amante de la buena vida. Una especie de Casanova de la época. Fue uno de los integrantes del equipo olímpico uruguayo que viajó hasta París para proclamarse campeón en 1924. Uno de los integrantes del plantel de Nacional que salió de gira por Europa en 1925, en una travesía de más de un mes en barco para después recorrer media España primero y parte de Europa después jugando partidos. Nacional asombró a Europa con su juego corto, eléctrico y al pie y la gente suspiraba por ver a ese equipo que jugaba de otra manera y que era prácticamente imbatible.

Aún así, cuenta el mismo Mazali que cuando volvieron a acudir a las Olimpíadas de Ámsterdam en 1928, aún les decían que se iban a volver a casa en primera ronda. Ellos veían los partidos de sus rivales y no los encontraban tan fieros como los pintaban, así que volvían a verlos una y otra vez por si los entrenadores se estuvieran guardando algún jugador o alguna estratagema. Pero nada. No había más cera que la que ardía. Así que, con Mazali bajo palos, Uruguay volvió a ganar el torneo de fútbol de las Olimpiadas de Ámsterdam de 1928.

De hecho, el archiconocido “gol olímpico” se lo debemos a él. En un encuentro amistoso ante Argentina enmarcado en la gira de Uruguay después de ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de París, y disputado el 2 de octubre de 1924, el atacante argentino Cesáreo Onzari ejecutó un saque de esquina desde la izquierda con tanto efecto que se coló en la portería del bueno de Mazali. Al día siguiente, los diarios argentinos bautizaron el tanto como "gol olímpico" por habérselo hecho al guardameta de la selección campeona olímpica.

Y llegamos a 1930, el año en que se iba a disputar el primer Mundial de Fútbol en Uruguay. La federación había dispuesto que parara el campeonato local y que los jugadores seleccionados se concentraran durante 60 días para preparar el torneo a las órdenes del seleccionador Alberto Suspicci.

Y pasó que a falta de unos cuantos días para el inicio del torneo, Mazali no pudo resistir más y una noche se escapó del hotel. Regresó a la mañana siguiente y el seleccionador lo vio entrar al hotel. Hubo una reunión y se acordó enviarlo a su casa y sacarlo del equipo. El portero de Nacional y uno de los héroes de la selección charrúa doble campeona olímpica se perdería el mundial por “escaparse” de la concentración.

Cuentan que Mazoli aseguró que salió porque estaba asfixiado después de tantos días concentrado y necesitaba ver a la familia. Pero incluso algún compañero de equipo aseguró que era mujeriego y no había podido resistir la tentación de quedar con una rubia. Hay quien va más allá e insinúa que la rubia en cuestión tenía, además, un vínculo estrecho con un alto cargo de la federación uruguaya y que por eso Mazali estaba sentenciado sin remisión.

El hecho es que la relación entre el guardameta y el entrenador Suspicci no era buena. Mazali, que tenía un concepto muy claro de la importancia de la preparación física por su participación en otros deportes a alto nivel, había chocado más de una vez con los métodos empleados en los entrenamientos por el seleccionador.

Al final, el portero titular de Uruguay en el torneo sería Enrique Ballestrero, del Rampla Juniors, y el segundo portero, que no disputaría ningún partido en el campeonato, Miguel Capuccini, de Peñarol.

Y el gran Mazini, héroe de Nacional, que había defendido los palos de la portería charrúa en 21 encuentros entre 1924 y 1929, que había sido 3 veces campeón de la Copa América y doble campeón olímpico, se quedó sin el sueño de poder disputar (y ganar) el Mundial de fútbol disputado en su país, el primero de la historia, por una aventura nocturna.

jueves, 17 de marzo de 2022

Eusébio, la Pantera Negra que rugió en Inglaterra 1966

26 de julio de 1966. Londres. Estadio de Wembley. 94.000 espectadores enfervorizados gritan y se abrazan celebrando el triunfo de la selección inglesa que mete a los pupilos de Alf Ramsey en la final de la Copa del Mundo por primera vez en su historia. Sobre el césped, el número 13 de Portugal llora a lágrima viva. Sus compañeros no encuentran la manera de consolar al jugador que ha llevado a los lusos por primera vez en su historia a participar en un mundial y que les ha dejado, con sus goles, a las puertas de la gloria. A un solo paso de disputar la gran final. El número 13 de Portugal es la Pantera Negra. Su nombre es Eusébio.

Eusébio da Silva Ferreira nació en 1942 en Lourenço Marques, hoy Maputo, capital de Mozambique, que en aquel tiempo era una provincia portuguesa de ultramar. Muy pronto empezó a golpear pelotas de trapo, de papel o del material que fuera en cualquier rincón del barrio. Con 17 años ya jugaba en el Sporting de Lourenço Marques. Era un interior de muchísimo recorrido, velocísimo, con un disparo potentísimo y una habilidad innata para encontrar los espacios y atacarlos. Había marcado en Lorenço Marques 77 tantos en tan solo 42 partidos y muy pronto su fama llegó a la Metrópoli.

***

Diciembre de 1960. Eusébio estaba a punto de cumplir 18 años. El Benfica, club donde ya jugaba su paisano Mário Coluna, le puso a su madre y a su hermano un contrato encima de la mesa que no podían rechazar para hacerse con los servicios del prometedor atacante.

Y entonces, se lio el quilombo. La versión portuguesa del caso Di Stéfano.

El Benfica hizo volar a Eusébio desde Mozambique con un nombre falso, Ruth Malosso, porque el Sporting de Portugal sostenía que tenía derecho de tanteo sobre todos los jugadores procedentes del Sporting Lourenço Marques, una especie de filial del equipo lisboeta que incluso vestía sus mismos colores. El jugador aterrizó en el aeropuerto de Lisboa el 17 de diciembre y, tras una breve estancia en la capital, se esfumó. Se lo tragó la tierra. Desapareció del mapa.

Y es que el Benfica, para evitar que los representantes del Sporting tuvieran ningún tipo de contacto con él, lo mandó a un hotel del Algarve, sin que nadie lo supiera, acompañado por un preparador del club. Estuvo oculto dos semanas. Entrenando.

Finalmente, el 13 de mayo de 1961, tras cinco largos meses de disputas judiciales, el Benfica ganó en los tribunales y pudo tramitar su ficha con el beneplácito de la Federación Portuguesa, previo pago unos 450.000 escudos portugueses a su club de origen.

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A Eusébio no le dio tiempo a disputar la célebre final de la Copa de Europa del 61, la de Berna, la de los palos cuadrados, la que el Benfica le ganó al FC Barcelona por 3 a 2 para obtener su primer entorchado continental. Pero sí pudo debutar en el último partido de Liga de la temporada 1961 ante el Vitoria de Setúbal, donde el joven anotó un tanto.

Pese a todo, Eusébio no tardó demasiado tiempo en estar en boca de todos. En septiembre de ese mismo año de 1961, en el Torneo de París que enfrentó al Santos y al Benfica, Eusébio esperaba su oportunidad en el banquillo mientras los once que ganaron la final de Berna se medían a Pelé y compañía. Los brasileños les dieron un buen baño y para cuando Eusébio saltó al césped el Benfica ya perdía 4 a 0 y recibió un quinto tanto nada más salir él. Pero el joven atacante mozambiqueño marcó 3 goles en apenas 20 minutos. Y fue Pelé quien cerró la cuenta para que los brasileños acabaran ganando por 6 a 3. Al día siguiente la foto de Eusébio aparecía en la portada del diario L’Equipe. Aquel fue el primer día que el mundo del fútbol escuchó los rugidos de la Pantera Negra. Pronto esos rugidos serían mucho más nítidos.

Apenas un mes más tarde, el 8 de octubre de 1961, Eusébio debutó con la selección de Portugal en un partido de clasificación para el Mundial de Chile 62, y, aunque marcó un tanto, el equipo cayó en Luxemburgo por 4 a 2 y dijo adiós a sus posibilidades de estar en tierras andinas. Volvieron a caer de nuevo en Wembley ante Inglaterra para confirmar definitivamente que no estarían en el Mundial, pero Eusébio jugó un partidazo que sorprendió a todos, pese a la derrota. Al final, serían los ingleses quienes se clasificarían para la fase final de la Copa del Mundo .

La figura de Eusébio seguía agigantándose y en Europa ya era realmente temido, tanto él como su equipo. En 1962, un año después de Berna, el Benfica volvía a plantarse en la final de la Copa de Europa, esta vez con Eusébio como protagonista y con un papel determinante. Enfrente estaba, esta vez, el Real Madrid, con 5 de las 6 copas disputadas hasta el momento en sus vitrinas. Y los madridistas se adelantaron con dos tantos de Puskas que Aguas y Cavem lograron contrarrestar. El magiar volvió a marcar el 3 a 2 para el Madrid, para irse con ventaja al descanso, pero tras el paso por vestuarios los portugueses remontaron el choque para revalidar su título de campeones de Europa. El Benfica ganó 5 a 3 con dos tantos de Eusébio quien, con apenas 20 años, ya estaba considerado uno de los mejores atacantes de Europa.

En este contexto, el Benfica de Eusébio se convirtió en el mejor equipo de Europa del momento, sucediendo al Real Madrid en el trono europeo, sólo que, al contrario que los blancos, no pudieron refrendarlo con más títulos. Quizá fuera la maldición de Bela Guttmann, el entrenador que forjó ese magnífico equipo de las Águilas y que fue despedido después de pedir un aumento de sueldo. “El Benfica nunca volverá a ganar una Copa de Europa sin mí”, fueron las palabras que completan la maldición más conocida (y más efectiva) del mundo del fútbol. El caso es que ese Benfica liderado en ataque por la Pantera Negra volvió a llegar a la final de la Copa de Europa de 1963, pero esta vez la perdió ante el Milan después de adelantarse en el marcador con un tanto del mozambiqueño.

En la Copa de Europa de 1965, el Benfica volvió a llegar a la final, después de dejar en el camino al Real Madrid con una contundente victoria en La Luz por 5 tantos a 1 con un Eusébio estelar y desatado. Dicen quienes lo vieron que fue el mejor partido de la Pantera. Pero la final la volvieron a perder. Esta vez contra el Inter de Milan de Helenio Herrera en el mismísimo estadio de San Siro, con el central del Benfica jugando de portero después de la lesión del cancerbero y poniendo cerco a portería interista. Al final el 1 a 0 a favor de los neroazurros privó al Benfica, y a Eusébio, de una nueva Copa de Europa. Pero ese año, el jugador mozambiqueño recibió nada más y nada menos que el Balón de Oro, colofón a una campaña nuevamente extraordinaria con el título de Liga, el de Copa y siendo finalista de la Copa de Europa.

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El mundial de Inglaterra de 1966 se acercaba. Y Portugal, por primera vez en su historia, estaría presente en la cita más importante del fútbol de selecciones. Y lo harían con uno de los mejores jugadores del mundo en sus filas.

Portugal había compartido el grupo de clasificación con Checoslovaquia, Rumanía y Turquía y sólo el campeón iba a Inglaterra. Los lusos acabaron primeros ganando 4 partidos, empatando contra Checoslovaquia en la penúltima jornada y perdiendo un intrascendente choque ante Rumanía con la clasificación ya certificada.

Pero en Inglaterra, el sorteo no fue benévolo con los ibéricos. La selección entrenada por Otto Gloria cayó en el grupo de la muerte junto a Bulgaria, Brasil y Hungría. Y las cosas empezaron bien para los portugueses que doblegaron a los húngaros por 3 tantos a uno. Los brasileños también ganaron, pero, en su caso, la felicidad de la victoria se vio empañada por la lesión de su buque insignia, Pelé, atropellado una y otra vez por los defensores búlgaros.

En el segundo partido del grupo, los portugueses remataron la faena derrotando por tres goles a cero a los búlgaros, con la primera diana de Eusébio en el torneo. En cambio, los brasileños cayeron derrotados ante Hungría sin la participación de un Pelé lesionado.

En el partido que cerraba el grupo, los brasileños estaban obligados a vencer a Portugal para seguir adelante en el torneo, mientras que los portugueses podían jugar más tranquilos con 4 puntos en el zurrón. Con un empate estaban virtualmente clasificados. El duelo entre Pelé y la Pantera Negra fue muy descafeinado. El astro brasileño jugó lastrado por la lesión de rodilla que había sufrido ante Bulgaria y, después de múltiples entradas de los zagueros lusos, de múltiples visitas a la banda a ser atendido por los servicios médicos y de una última entrada de Morais, siguió renqueando por el campo, cojeando, porque en esa época no había cambios. En esas, primero Simoes y después Eusébio pusieron por delante a Portugal y el gol de Rildo sólo generó un poco de incertidumbre hasta el definitivo tres a uno de Eusébio que envió a los brasileños, los actuales campeones, a casa. Hungría y Portugal seguían adelante.

Los cuartos de final iban a deparar un choque inédito en la Copa del Mundo entre dos selecciones debutantes en el torneo. La Portugal de Eusébio, que había ganado sus tres partidos de la primera fase, ante la sorprendente Corea del Norte, que había vencido a Italia por un gol a cero para clasificarse como segunda de grupo y enviar a los transalpinos de vuelta a casa en una de las sorpresas más descomunales de la historia de los mundiales. La Unión Soviética había sido la primera del grupo de italianos y norcoreanos y eliminó también a los húngaros en cuartos para acceder a las semifinales.

El 23 de julio, en el estadio Goodison Park, de Liverpool, norcoreanos y portugueses saltaron al campo conscientes de que jugaban un partido para la historia. E increíblemente, al minuto de encuentro, Pak Sung Jin hizo el primer gol. Los portugueses, atónitos, asistieron a una exhibición asiática que culminó con dos goles más. Habían pasado 25 minutos de partido y Corea del Norte goleaba por 3 a 0 a Portugal. Ver para creer.

Pero entonces emergió la figura de la Pantera Negra en el partido más recordado de toda su carrera. A los dos minutos del tercer gol coreano, Coluna vio el desmarque de Eusébio y le envió un balón en profundidad que el mozambiqueño transformó en el 3 a 1. A falta de un minuto para acabar el primer acto, puso en la escuadra un penalti que le habían hecho a él. 3 a 2 para Corea del Norte al descanso. Ya llovía menos.

A la salida de los vestuarios, Portugal se convirtió en un vendaval y Eusébio clavó de volea la pelota en la portería norcoreana para empatar a tres. Unos cuantos minutos más tarde, la Pantera se metió entre dos defensores en el área y lo derribaron claramente. El penalti lo volvió a ejecutar Eusébio para remontar el encuentro. Aún marcaría José Augusto de cabeza el tanto que finiquitaba el choque: 5 a 3 para Portugal y a disputar la semifinal del Mundial contra Inglaterra tres días después.

Sin embargo, nada más acabar el encuentro de cuartos de final, los portugueses empezaron a perder la semifinal. Según las normas del torneo, las semifinales se jugarían en la sede del equipo que mejor resultados hubiera obtenido durante el campeonato. Y entre Portugal e Inglaterra, el equipo que mejor coeficiente tenía era Portugal. Así que la semifinal ante los anfitriones debería haberse jugado en Goodison Park, en Liverpool, en el estadio del Everton. Pero la Federación Inglesa llamó a la Portuguesa y les convenció de jugar en Wembley, de donde la selección de Alf Ramsey no se había movido en todo el Mundial. Los jugadores lusos no querían ni oír hablar del cambio, y más después de haber jugado 4 partidos en Liverpool y haberlos ganado todos, pero su propia federación lo aceptó (nadie sabe a ciencia cierta por qué) y el choque cambió de escenario para disputarse en Wembley.

Y en Wembley, ante 94.000 espectadores vociferantes, Eusébio sufrió el marcaje al hombre de Nobby Stiles, un arbitraje permisivo de Pierre Schwinté y un partido memorable de Bobby Charlton, que marcó un golazo en el minuto 30 de partido y otro a tan sólo 10 para el final para poner a los ingleses a un paso de la final de la Copa del Mundo. Eusébio recortó distancias a falta de 7 minutos transformando un penalti por manos de Jack Charlton. Era su octavo gol en el torneo, pero no sirvió para llevar a Portugal a la final y tampoco para ahogar su llanto cuando sonó el pitido del colegiado.

El tercer y cuarto puesto ante la Unión Soviética sirvió para confirmar la mejor clasificación de Portugal en la historia de los mundiales, para que Eusébio confirmara la Bota de Oro con otro gol más (hizo nueve en seis partidos) y para que recibiera el título honorífico de mejor jugador del campeonato.

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Curiosamente, ese Mundial lo alejó del millonario contrato que le proponía el Inter de Milán. Dos años atrás, la Juventus de Turín había intentado fichar a Eusébio, pero el mismísimo presidente de Portugal se reunió con el jugador para pedirle que se quedara, al menos, hasta pasado en Mundial de Inglaterra. Una vez concluido el torneo, el que vino a por él fue el Inter y, esta vez, el Benfica no tenía más remedio que dejarlo salir. Pero la eliminación de Italia de la Copa del Mundo ante los norcoreanos supuso tal trauma en el país que la federación cerró las fronteras y prohibió el fichaje de extranjeros por considerar que se estaba perjudicando claramente el nivel de la selección italiana.

Y así fue como Eusébio se quedó en el Benfica. Y así fue como Eusébio siguió marcando goles con las Águilas. Y así fue cómo Eusébio volvió a pisar el estadio de Wembley para disputar la final de la Copa de Europa de 1968 ante el Manchester United. Y así fue cómo Eusébio volvió a ser marcado “férreamente” por Nobby Stiles. Y así fue cómo Eusébio volvió a perder en Wembley, donde nunca ganó. Y así fue cómo Eusébio y el Benfica volvieron a sufrir la maldición de Guttmann y volvieron a perder otra final de Copa de Europa. La tercera.

La Pantera Negra se marchó del club encarnado a los 33 años y cuando ya no podía ofrecer más a su equipo del alma, con la rodilla izquierda echa cisco, después de seis operaciones. Con el cuadro lisboeta marcó 471 goles en 440 partidos y ganó 11 Ligas, 5 Copas y 2 Copas de Europa. Ganó el Balón de Oro en 1965 y las Botas de Oro Europeas de 1968 y 1973.

Y se fue a hacer las Américas. Primero, a Estados Unidos. Después, a Canadá. De vuelta a Estados Unidos. Y después, a México. El físico ya no le acompañaba, pero la Pantera no se quería retirar. Tenía 38 años y volvió a Portugal, donde cerró su periplo como jugador en un par de equipos modestos. Finalmente, en 1979, el astro se retiró. Y dejó una huella imborrable en los seguidores del Benfica, en los portugueses y en todos los amantes al fútbol.

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La Pantera sembró las bases de la grandeza de la selección portuguesa y marcó una época codeándose con los mejores jugadores del mundo. Aún le daría tiempo a ver cómo Portugal le ganaba la semifinal de la Eurocopa de 2004 a Inglaterra en tierras lusas. Pero también vio cómo los griegos impedían que Portugal se llevara la gloria en la final.

Eusébio murió el 5 de enero de 2014, a punto de cumplir los 72 años, y sin tiempo para ver cómo esa gran selección que él contribuyó a crear ganaba la primera Eurocopa de su historia, aunque no fuera ante Inglaterra, sino ante Francia y en terreno francés.