Jules Rimet nació en el pequeño pueblo de Theuley (Francia) en 1873. Estudió Derecho y se sacó el título de abogado, pero no pasaría a la fama por su actividad laboral precisamente. Gran apasionado al fútbol desde muy joven, no jugó nunca, pero sí que ejerció de árbitro y, sobre todo, se dedicó desde muy joven a ayudar a los deportistas en una época de escasa profesionalización.
En 1897 fue uno de los fundadores del club Red Star de París y lo presidió desde 1901 a 1910. Fue entonces cuando se creó la Federación Francesa de Fútbol, de la que fue uno de sus impulsores y la cual también presidió entre 1919 y 1921.
Como representante de la Federación Francesa de Fútbol, Jules Rimet entró en la FIFA y en 1921 se convirtió en su presidente, el tercero de la institución que regiría el destino del fútbol mundial y, hasta la actualidad, el más longevo, ya que dejó el cargo a finales de 1954.
Cuando Rimet accedió a la presidencia de la FIFA tenía una cosa muy clara: el fútbol era un espectáculo de masas que estaba llamado a convertirse en el rey de todos los deportes y él haría todo lo posible por expandirlo por todo el mundo.
Pero la idea de organizar un Campeonato del Mundo de Fútbol la había adoptado de otro francés, Robert Guerin, el primer presidente de la FIFA que ya intentó poner en marcha la competición en 1906. No lo consiguió, entre otras muchas cosas, porque los británicos tenían trataron de convencer al resto de federaciones de que no se embarcaran en esa aventura aparentemente descerebrada.
De hecho, el primer campeonato internacional de fútbol fue el de las Olimpíadas de Londres de 1908, una competición organizada por la Federación Británica bajo el paraguas del Comité Olímpico Internacional, en la que sólo se inscribieron selecciones europeas y los futbolistas tenían que ser obligatoriamente amateurs.
Pese a todo, Robert Guerin, el predecesor de Jules Rimet, no claudicó. Se comprometió, como presidente de la FIFA, a apadrinar el futbol olímpico y en 1914 se decidió que sería la FIFA quien organizaría los torneos de 1920, 1924 y 1928, considerándolos como una especie de campeonato del mundo en ciernes. En les Olimpiadas de Amberes de 1920 participaron 13 equipos europeos y la selección de Egipto, pero la gran dimensión que podía adquirir el fútbol ya estaba sobre la mesa y la FIFA, ya con Jules Rimet como presidente, ya la había visto.
Y es que en esos Juegos Olímpicos de Amberes, en 1920, el fútbol fue uno de los deportes más seguidos. Participaron 14 selecciones y se impuso la de Bélgica, que ganó la medalla de oro ante su gente, aunque era todavía un torneo marcadamente europeo y con carácter amateur. Pero la FIFA ya tenía las miras puestas en organizar una competición únicamente de fútbol, al margen de los Juegos Olímpicos y de las reglas establecidas por el COI y por la Carta Olímpica.
Cuatro años más tarde, en 1924, en París, y con la competición bajo el paraguas de la FIFA, fueron 22 las selecciones nacionales que compitieron por el oro olímpico en fútbol. Y, entre ellas, por primera vez, tres no europeas: Egipto, Estados Unidos y Uruguay. Los uruguayos sorprendieron al mundo plantándose en la final pasando por encima de todos sus rivales: 7 a 0 a Yugoslavia, 3 a 0 a Estados Unidos, 5 a 1 a Francia y, con un poco más de sufrimiento, eliminaron a Holanda en las semifinales (2 a 1). En la final esperaba Suiza y Uruguay se dio otro paseo triunfal y se proclamó campeona olímpica al ganar por 3 a 0.
Esos Juegos Olímpicos de París marcaron un antes y un después en la historia del fútbol de selecciones. Y cuando el 9 de junio de 1924 se congregaron cerca 50.000 personas en el estadio de Colmbes para ver la final de fútbol de los Juegos entre Uruguay y Suiza ni Rimet ni nadie de la FIFA tenía ninguna duda: había que organizar una Copa del Mundo de fútbol independiente, al margen de las Olimpíadas, con una periodicidad fija, un sistema de competición claramente definido, donde participaran selecciones de todos los continentes posibles y sin excluir a los jugadores profesionales.
Cuatro años más tarde, en 1928, en Ámsterdam, la internacionalización de la competición olímpica en futbol ya era un hecho incuestionable. Hasta los Países Bajos volvió a viajar la campeona, Uruguay, para defender su título, repitieron Egipto y Estados Unidos y se sumaron a la fiesta Argentina, México y Chile.
Y la “garra charrúa” volvió a hacerse con la medalla de oro, eso sí, con bastante sufrimiento. Primero se tuvo que deshacer de Holanda, la anfitriona, a quien ganó por 2 a 0. Después cayó la República de Weimar (Alemania) por 4 a 1, en semifinales se deshizo de Italia por un ajustado 3 a 2 y en la final esperaba Argentina. El 10 de junio de 1928, el partido y la prórroga acabaron en empate a uno y el día 13 se disputó un partido de desempate que acabó con un 2 a 1 favorable a los uruguayos.
Aún no lo sabían, pero dos años más tarde, en 1930, la final del primer Mundial de Fútbol sería exactamente la misma… y la historia volvería a repetirse. Argentinos y uruguayos iban a volver a dirimir sobre el césped del recién construido en el estadio Centenario de Montevideo quién sería el primer Campeón del Mundo de fútbol.
Y es que, ese mismo año olímpico de 1928, la FIFA tuvo una reunión muy importante. Existían desavenencias entre la FIFA y el Comité Olímpico Internacional y quedó claro que en los Juegos Olímpicos de 1932 no habría fútbol, lo que reafirmó a Jules Rimet en su idea de crear un campeonato independiente. Así, el presidente planteó la celebración de un primer Campeonato del Mundo de fútbol e intentó arrancar un compromiso a las principales potencias futbolísticas europeas y a los únicos a los que no pudo convencer fue a los británicos. Italia, Alemania, Francia, España, Bélgica, Holanda... todas estaban dispuestas a jugar ese campeonato. Y muchos países querían organizarlo. La FIFA decidió aplazar la decisión final hasta el año siguiente, 1929, en un congreso que se celebraría en Barcelona aprovechando la celebración en la ciudad de la Exposición Universal.
Finalmente, el 27 de mayo de 1929, en la Ciudad Condal, la FIFA aprobó con 23 votos a favor, 5 en contra y la abstención de Alemania, la celebración de la primera Copa del Mundo en el verano del año siguiente, 1930, en Uruguay, después de que Italia y algún que otro país europeo más decidieran retirar sus candidaturas no se sabe bien por qué (la opción más comentada es que no creían que un torneo de esas características pudiera celebrarse, así que renunciando a él podrían luchar por otro tipo de campeonato que se ajustara más a lo que ellos creían más factible, como potenciar una Copa de Europa de selecciones).
Los argumentos a favor de Uruguay, objetivamente hablando, eran rotundos: fueron los primeros en venir a Europa a jugar potenciando los dos últimos torneos olímpicos; eran, de hecho, dobles campeones olímpicos y, por tanto, el mejor equipo del mundo y, además, en 1930 se celebraban los 100 años de su constitución como nación. Tenían además los uruguayos el apoyo de la Confederación Sudamericana de Fútbol y se habían comprometido a construir un estadio monumental en Montevideo para el torneo.
Así que, por fin, la FIFA de Jules Rimet parecía haberlo conseguido. El camino hacia la primera Copa del Mundo de fútbol se acababa de poner en marcha.
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