"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 6 de octubre de 2023

Los milagros de Fritz Walter

El final del verano de 1945 está siendo fresco en el valle de Tisza, en la frontera entre Ucrania y Rumanía. Una mañana desapacible de agosto, un convoy se detiene en el campo de prisioneros de Marmaros-Sziget. Viene cargado de soldados alemanes capturados con destino a Rusia. En realidad, el destino final es Siberia. El gulag. Trabajo extenuante. Frío extremo. Inanición. Enfermedades. Brutalidad. Y, casi con total seguridad, la muerte.

Del tren van bajando a trompicones los prisioneros, mientras algunos de los guardias, los que no se encargan de vigilarlos en ese momento, echan un partido de fútbol para matar el tiempo. Entre los que se bajan del tren hay un joven de 25 años que mira absorto cómo juegan sus presumibles carceleros en un campo de fútbol que ellos mismos han adecentado pintando rayas en el suelo y construyendo porterías con palos de madera. En ese instante, la pelota sale despedida del terreno de juego en dirección al prisionero que, ni corto ni perezoso, la controla sin dejarla caer y le da unos cuantos toques antes de devolvérsela con precisión milimétrica. Los guardias se miran entre ellos y lo llaman. ¡Calienta que sales! Bueno, sin calentar. ¡A jugar!

El prisionero alemán, que arrastra las secuelas de una malaria desde hace unos meses, tiene una clase increíble. Domina el juego como nadie. Y eso que juega con el freno de mano echado. Y no está en condiciones ni físicas ni psicológicas. Aún así, un par de guardias no dejan de mirarlo constantemente. El joven alemán aún no sabe si eso es bueno o malo. Y sigue jugando. En un instante, para bien o para mal, saldrá de dudas.

En el tiempo de descanso, los guardias que tanto lo miraban se acercan a él. Son soldados húngaros del Ejército Rojo. Uno de ellos le habla directamente. “Te conozco. Budapest. 1942. Hungría 3- Alemania 5. Marcaste dos goles. Tú eres Fritz Walter”. Y le da la mano. Fritz Walter se la estrecha también y todos siguen jugando el partido que se ha quedado a medias. Un partido que sería el más importante de la vida de Fritz Walter. Un partido que supondría su salvación.

Porque al día siguiente el tren sigue su camino hacia el gulag, pero Fritz Walter no va en el convoy. El soldado húngaro del Ejército Rojo ha embaucado a su superior, un comandante soviético, al que le aseguró que el futbolista era austríaco, que le había pillado la guerra por casualidad y que no había disparado un solo tiro. Finalmente, el comandante ha tachado el nombre de Fritz Walter de la lista de los condenados al gulag siberiano. El futbolista alemán se queda en el campo de prisioneros y a finales de ese mismo año de 1945 vuelve a Kaiserslautern, su ciudad natal.

Un auténtico milagro. Un milagro que permitió a Fritz Walter salvar su vida para protagonizar nueve años más tarde otro mucho más reconocido: el Milagro de Berna. El destino depararía que ese segundo milagro futbolístico se produjese ante Hungría, la patria del soldado que le salvó la vida.

Pero… empecemos por el principio.

***

Fritz Walter nació en Kaiserslautern en 1920, apenas concluida la Primera Guerra Mundial, y muy pronto se vio seducido por el fútbol, como sus otros dos hermanos Ottmar y Ludwig. Empezó a jugar desde muy niño, a los 8 años entró en la escuela de fútbol del Kaiserslautern y con apenas 17 debutó en el primer equipo jugando de delantero, aunque pronto iba a reconvertirse definitivamente en centrocampista. Uno de los mejores centrocampistas de la historia del fútbol alemán.

Fritz consiguió que el Kaiserslautern, un equipo de la zona media de la liga Gaulida Südwest, una de las competiciones regionales alemanas en plena época de semiprofesionalismo, peleara por el título allá por 1939 ante rivales de enjundia como el Kicker Offenbach y el Wormatia Worms.

Pero con el inicio de la Segunda Guerra Mundial todo cambió. Las ligas regionales se paralizaron y sólo la Mannschaft siguió jugando partidos. Fue precisamente en ese periodo cuando el seleccionador Sepp Herberger llamó a Fritz Walter a la selección. El centrocampista debutó en un partido amistoso ante Rumanía disputado el 14 de julio de 1940. En Frankfurt, ante 35.000 espectadores, Alemania vencía por 9 a 3 y Fritz Walter anotaba tres tantos en su primer encuentro como internacional.

Mientras, la guerra asolaba el mundo. Pero Herberger consiguió convencer a los jerifaltes nazis de que la pelota siguiera rodando un poco más y de que la selección alemana continuara compitiendo. Y lo cierto es que no le costó mucho trabajo convencerlos, porque en el Ministerio de Propaganda del Tercer Reich ya se habían dado cuenta de que al “pueblo alemán” le importaba más una victoria de la selección alemana de fútbol que la conquista de una ciudad del Este de Europa. Así que organizaron más de 30 partidos ante selecciones de países aliados o neutrales en el período que va desde 1939 a 1942 y los jugadores de la Mannschaft recibieron permisos especiales para volver del frente o, en algunos casos, ni siquiera pisarlo. Aunque el mundo ardiera como si se tratara del mismísimo infierno.

Fritz Walter jugó 24 de esos amistosos. Y anotó 19 tantos. Entre ellos los dos que, efectivamente, le hizo a Hungría en Budapest en 1942. Hasta que llegó el día que los nazis decidieron cerrar el chiringuito y enviar al frente a los futbolistas de manera definitiva y sin discusión posible. La sorprendente derrota ante Suiza (0-2) el 20 de abril de 1942 en un partido disputado para celebrar el cumpleaños de Adolf Hitler fue la antesala de la disolución de la Mannschaft.

Los jugadores recibieron un ultimátum. Jugarían un partido grande más ante la neutral Suecia, considerada una de las mejores selecciones de Europa en ese instante. Así, el 20 de septiembre de 1942, el estadio Olímpico de Berlín reunió a 100.000 aficionados alemanes para presenciar un encuentro que pretendía consolidar la supremacía futbolística alemana ante el coloso sueco. Pero los germanos cayeron por dos tantos a tres en un partido extraordinario del combinado escandinavo que silenció Berlín.

Tras la derrota, los nazis llegaron a la conclusión de que el fútbol servía de propaganda y de opio para el pueblo sólo si ganaban, porque las derrotas daban mala prensa, desmoralizaban a la gente y generaban críticas. Así que se acabó. La selección alemana se desmantelaba definitivamente y los jugadores se incorporaban a filas inmediatamente ¿Por necesidades de la guerra? También. Pero, sobre todo, porque habían perdido dos partidos.

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Así que con 22 años recién cumplidos, Fritz Walter fue enviado al frente italiano. Pero no estaría allí mucho tiempo. Porque Sepp Herberger, el seleccionador alemán, movería cielo y tierra para que su futbolista predilecto pudiera seguir jugando al fútbol y habló con el mayor Hermann Graff, un famoso piloto de combate loco por el fútbol que montó un equipo de la Luftwaffe y organizó partidos allá por donde iba. El equipo se llamaba Rote Jäger (“Cazadores Rojos”) y Graff no dudó en reclamar a Fritz Walter para su regimiento de paracaidistas, es decir, para su equipo de fútbol. Por supuesto, pronto se convertiría en la estrella de un equipo que acabo siendo dirigido desde el banquillo por el mismísimo seleccionador Herberger.

Los Rote Jäger jugaron 34 partidos en 15 meses. Ganaron 30, perdieron 3 y empataron uno. Llenaron allá donde jugaron en plena guerra. Pero su aventura se acabó en el noviembre de 1944, cuando las autoridades nazis disolvieron todos los clubes deportivos militares ante el avance inexorable de las tropas aliadas.

Y la suerte de los Rote Jäger se truncó definitivamente en enero de 1945 cuando el ejército soviético inició la ofensiva que le iba a abrir de par en par las puertas de Berlín. En esa ofensiva la escuadrilla de Hermann Graff fue destrozada por completo. Y los supervivientes, entre ellos Fritz Walter, fueron capturados y encerrados en campos de prisioneros. El futbolista fue a parar a un campo controlado por los norteamericanos, donde contrajo una malaria que le dejó secuelas. A consecuencia de ella, Fritz Walter odiaba los días de sol, que le provocaban continuos mareos y náuseas, y prefería el frío y la lluvia para jugar al fútbol. Por eso en Alemania, cuando un partido de fútbol se juega en condiciones meteorológicas adversas se dice que hace el tiempo de Fritz Walter.

Pero cuando el control del campo de prisioneros recayó sobre los soviéticos, éstos decidieron vaciarlo e ir llenando trenes de soldados alemanes con destino al gulag de Siberia. El futuro inmediato de Fritz Walter se oscurecía totalmente cuando le tocó subir a uno de esos trenes con final de trayecto en una muerte casi segura.

Sin embargo, el destino tenía otros planes para él.

Y se encontró con los magiares salvadores.

Se encontró con su primer milagro.

***

Fritz Walter regresó a Kaiserslautern a finales de 1945. La ciudad estaba destrozada y los aliados habían decidido disolver todos los clubes de fútbol durante el llamado proceso de desnazificación. Pero la medida duró apenas unos meses. En la zona de dominio francés, a la que pertenecía la ciudad, se creó la Oberliga Südwest, heredera de la antigua Gaulida Südwest, ya en noviembre de 1945. En el resto de lo que sería a partir de ese instante la República Federal Alemana se crearían tres ligas regionales más. El fútbol era una de las pocas cosas que habían sobrevivido a la guerra.

Así que Fritz Walter volvió a calzarse las botas y a enfundarse la camiseta del Klaiserslauten, el único club para el que jugó en su larga carrera futbolística. Y ganó con su equipo la Oberliga Südwest desde 1947 hasta 1957, con la única excepción de la temporada 1951-52, en la que fueron segundos tras el FC Saarbrücken. Y ganó dos Bundesligas, la de 1951 y la de 1953. Y renunció a ofertas muy suculentas del Nancy primero y del Atlético de Madrid después. Pero, tras consultarlo con Sepp Herberger, se quedó en Alemania, en su casa, donde su gesto fue recompensado con la propiedad de un cine y una lavandería en su ciudad natal.

Pero mientras el fútbol de clubes iba recuperándose tras la debacle, la selección alemana sufría uno de los peores periodos de su historia. De entrada, donde antes hubo una sola selección, ahora se conformarían tres: la selección del Sarre, la RDA y la RFA. Además, la FIFA las castigó y no les permitió disputar la fase de clasificación para el Mundial de Brasil de 1950.

Sin embargo, el mítico Sepp Herberger no desfallecía. Seguía siendo el seleccionador, ahora de la República Federal Alemana, y comenzó a ver todos los partidos de las ligas regionales y a buscar futbolistas debajo de las piedras para asentar una base que permitiera a la Mannschaft participar en el Mundial de Suiza de 1954. Herberger sólo tenía clara una cosa: el equipo giraría en torno a Fritz Walter, aunque ya tuviera 33 años. Bueno, dos. Porque también sabía que tendría que trabajar muy duro para levantar la moral de un grupo derrotado psicológicamente y muy mermado físicamente si quería clasificarse para el Mundial y después competirlo.

En agosto de 1953 la RFA debutó en la fase de clasificación de la Copa del Mundo de Suiza ante Noruega. Los alemanes empataron en Oslo con un tanto de Fritz Walter (1-1). Habían salvado el primer envite, pero aún les quedaba mucho camino por recorrer. En noviembre, la Mannschaft recibía a sus paisanos del Sarre en Stuttgart y ahí estaba la clave de la clasificación. La RFA batió al Sarre con dos goles de Morlock y otro de Schade y cerró su pase al Mundial con dos victorias más ante Noruega en Hamburgo (5-1) y ante el Sarre de nuevo en Saarbrücken (1-3).

Al final, el viejo zorro de Herberger había conseguido lo más difícil, meter a una Alemania convaleciente en el Mundial de Suiza. Aunque entonces ni siquiera los más optimistas pudieran soñarlo, la historia del idilio de Alemania con la Copa del Mundo acababa de comenzar. Se estaba gestando el Milagro de Berna.

***

En abril de 1954, la Mannschaft disputó su único amistoso antes del Mundial. Lo hizo en territorio mundialista, ante la anfitriona, con la base de futbolistas que dos meses más tarde disputarían el torneo. Los alemanes fueron invitados para la inauguración del St. Jakob Stadium en Basilea, una de las sedes mundialistas, y allí demostraron que no tenían la intención de ir al Mundial de paseo. Los de Herberger se impusieron por 1 a 3.

Pese a que los resultados previos no eran malos, en Alemania no eran optimistas. Los medios de comunicación despidieron al equipo con un titular: “A Suiza en busca de un milagro”. Y mira por donde, el milagro se produciría. Y los alemanes que se quedaron en casa pudieron verlo en televisión porque fue el primer Mundial televisado de la historia.

Ya en el torneo, la RFA cayó en el grupo con la gran favorita Hungría, Turquía y Corea del Sur, pero un sistema novedoso hizo que sólo se tuviera que enfrentar a dos rivales: Turquía y Hungría. Por su parte, turcos y húngaros no se medirían entre sí y jugarían contra Corea del Sur además de contra los germanos. Se clasificaban las dos selecciones con más puntos en esos dos choques, pero en caso de empate a puntos (los goles no contaban), se jugaría un partido de desempate entre los equipos inmiscuidos.

Los de Herberger, comandados por Fritz Walter, batieron con facilidad a Turquía pese al tanto inicial de Suat (4-1), mientras los Mágicos Magiares se daban un festín ante Corea del Sur (9-0). En la segunda jornada, los turcos también batieron a los surcoreanos (7-0), mientras Herberger reservaba a cinco de sus titulares en el choque ante Hungría previendo que el partido llegaba demasiado pronto y guardándose un as en la manga por si se cruzaban más adelante.

Alemania cayó con estrépito (8-3) ante los favoritos a llevarse la Copa del Mundo y hubo de disputar un partido de desempate ante Turquía para dirimir quién acompañaría a Hungría a los cuartos de final. Sería Alemania, ahora ya con todos los titulares sobre el césped, quien barrería literalmente a los otomanos para meterse en las eliminatorias (7-2). El sueño, aunque lejano, seguía muy vivo.

La selección germana creció a medida que avanzaba el torneo, jugando cada vez mejor encomendados todos a la batuta de Fritz Walter, a la seguridad de Toni Turek bajo palos y a la pólvora arriba de Morlock, de Ottmar Walter (hermano de Fritz) y al descubrimiento del joven Helmut Rahn, que se hizo un hueco en el ataque de los de Herberger.

También la suerte influye. Y, en este caso, a la RFA le cayó una buena pizca. Porque los cruces fueron por sorteo, no se contemplaron las posiciones de las selecciones en la primera fase, y mientras que a Alemania le tocó en suerte Yugoslavia, a los magiares les cayó Brasil. Los de Herberger ganaron 2 a 0 en un choque áspero y duro, mientras que Hungría protagonizó una auténtica guerra con los brasileños que pasaría a la historia como la batalla de Berna. Pasaron los magiares, que vencieron a los subcampeones del mundo por 4 a 2, pero se llevaron golpes y palos (y los dieron también) por todos lados.

En semifinales, Alemania se mediría a su vecina Austria en un duelo que parecía parejo a priori, pero que resultó ser un paseo militar para Fritz Walter y sus compañeros. Los austríacos venían de dejar en la cuneta a Suiza en un partido extraordinario y extenuante que aún hoy ostenta el récord de goles marcados en un encuentro en toda la historia de los Mundiales. El 7 a 5 final para Austria fue una oda al fútbol de ataque, pero los austríacos acabaron pagando el esfuerzo cuatro días más tarde.

Un gol de Schäfer en la primera mitad daba ventaja a Alemania, aunque el partido estaba todavía muy abierto para la segunda parte. Pero fue entonces cuando los austríacos se vinieron abajo definitiva y estrepitosamente.

A los dos minutos de la reanudación, Fritz Walter puso un centro desde la esquina al corazón del área y Morlock se elevó majestuosamente entre dos defensas para hacer el dos a cero. Probst mantuvo con vida a los austríacos al marcar el dos a uno con un disparo desde la frontal del área, pero sólo fue un espejismo… 

Porque tres minutos más tarde Morlock fue derribado cuando encaraba al meta austríaco y Fritz Walter transformó la pena máxima para poner el 3 a 1 en el marcador. A los pocos minutos, el “16” alemán volvería a poner un centro magistral desde la esquina, aunque esta vez a la cabeza de su hermano Ottmar, que hizo el 4 a 1. La semifinal la cerrarían de nuevo los dos hermanos: Fritz Walter anotando el quinto de nuevo desde el punto de penalti y Ottmar cabeceando un centro desde la derecha para dejar el marcador en un clamoroso 6 a 1.

La RFA, el equipo desmoralizado y vencido que parecía que no iba a Suiza a jugar un Mundial, sino a un matadero, había llegado al último partido. El equipo de Herberger, comandado por Fritz Walter, se había metido contra todo pronóstico en la final del torneo.

***

Y allí esperaban de nuevo los Mágicos Magiares. Esos que habían derrotado a Alemania en la primera fase por 8 a 3. Esos artistas que no perdían un partido desde 1952. Un equipazo que había sido capaz de batir a las dos grandes potencias sudamericanas, los finalistas del Mundial anterior, uno detrás de otro. Primero, Brasil. Después, la campeona Uruguay. Una escuadra imparable que había llegado a la final anotando… ¡¡25 goles en 4 partidos!! Pero en el fútbol los milagros existen. Y la final del Mundial 54 fue uno de ellos: el Milagro de Berna.

La verdad es que para que se produjera tuvieron que darse antes otros pequeños milagros que, sumados, se convirtieron en el llamado Milagro de Berna.

Por ejemplo, que Puskas llegara muy, muy justito al partido, tras lesionarse precisamente ante Alemania en el partido “intrascendente” de la primera fase.

O que tras unos cuantos días seguidos de sol y calor en Berna, de repente lloviera a cántaros y la final se disputara con “el tiempo de Fritz Walter”, el jugador que prefería jugar con lluvia.

O que el campo estuviera impracticable, pero los alemanes dispusieran de unas botas de fútbol fabricadas por Adi Dassler con unos tacos de quita y pon de diferentes medidas que les permitieron mantenerse en pie sobre un auténtico patatal.

O que los palos cuadrados de Berna repelieran los balones húngaros hacia fuera y los que no los atajara un Toni Turek tocado por la varita mágica.

O que el extremo Helmut Rahn, que había ido convocado a última hora y llegó al torneo como suplente, acabara  convenciendo al entrenador para disputar la final y hacer los dos últimos goles que le dieron la vuelta al marcador. 

O que en un último ataque a la desesperada marcara Puskas, pero el árbitro anulara el tanto por un fuera de juego milimétrico que hoy diríamos que no fue.

O que un soldado húngaro salvara del Gulak nueve años antes al capitán y motor de la Mannschaft en el Mundial de Suiza de 1954.

Una coctelera agitada con pequeños milagros en proporciones perfectas que posibilitaron el Milagro de Berna.

***

Varias generaciones alemanas crecieron escuchando en casa el relato del partido que hizo el locutor Herbert Zimmermann y que se distribuyó en vinilos por todo el país. Padres, madres e hijos lo escuchaban juntos con devoción en sus casas aún sin creerse del todo que habían sido campeones del mundo derrotando a los Mágicos Magiares.

Y Fritz Walter, el capitán que levantó la primera Copa del Mundo de la historia de la Mannschaft, se convirtió en un ídolo en toda Alemania.

Un jugador que no sólo fue capaz de guiar a su selección hacia el triunfo ante uno de las mejores selecciones de la historia, sino que puso las bases de la devoción por el fútbol en un país devastado por la guerra que, a partir de ese momento, empezó a recuperar la autoestima agarrándose a la tabla de salvación que le proporcionó el deporte rey.

Un jugador al que la guerra le arrebató sus mejores años como futbolista, pero al que un milagro le permitió regresar a casa indemne para propiciar otro que pasaría a la historia.

Un jugador que nunca olvidó que debía la vida a un soldado húngaro amante del fútbol que seguramente lloró desconsolado la derrota de sus Mágicos Magiares, a la vez que se sentía orgulloso de ese soldado alemán al que salvó de una muerte casi segura un frío día de finales de agosto de 1945.