"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 27 de julio de 2022

Los harakiris de los samuráis azules en la Copa del Mundo

**Advertencia seria: Este texto tarda en leerse el mismo tiempo que le costaba a Oliver Átom recuperar un balón en su campo, avanzar hacia la portería contraria y armar su pierna para lanzar un tiro con efecto que acaba, efectivamente, en gol. 
No diréis que no estabais advertidos.

2 de julio de 2018. El marcador del Rostov Arena señala un sorprendente 0 a 2 en el minuto 68 del encuentro de octavos de final que enfrenta a Japón ante una de las favoritas a levantar la Copa del Mundo, la Bélgica entrenada por Roberto Martínez que cuenta en sus filas con futbolistas de talla mundial como Lukuku, los hermanos Hazard, De Bruyne, Carrasco, Mertens, Kompany, Meunier o el meta Courtois. 

Los nipones han sorprendido a los belgas con los tantos de Haraguchi e Inui al inicio de la segunda mitad y tienen contra las cuerdas a los Diablos Rojos. Tanto, que Roberto Martínez ha quemado todas sus naves y ha tirado del viejo roquero Fellaini para llegar pronto a la portería contraria e imponerse por arriba a los pequeños samuráis azules. De paso, ha sacado también del campo a Mertens y ha metido a Chadli, más rápido y directo. Los dos estaban llamados a ser decisivos en el partido.

Cuatro minutos después del doble cambio, los belgas botan un córner desde la parte derecha del ataque. Suben todas las torres. Y el balón queda muerto en el área nipona. Un defensa despeja de un patadón, con la mala suerte de que la pelota vuela hacia atrás, prácticamente hacia la línea izquierda del área grande. Allí está el defensa Vertonghen, que mete la cabeza y saca un remate en parábola casi inverosímil, desde más allá del segundo palo, muy lejos de la portería, que se convierte en un cirio venenoso que el meta Kawashima no es capaz de parar corriendo hacia atrás, totalmente descolocado. Es el uno a dos en el momento más inesperado. El gol que abre la lata nipona y la puerta a la esperanza de los belgas.

Cinco minutos más tarde, otro córner, esta vez por la izquierda del ataque belga. Los japoneses lo sacan como pueden, pero el balón le vuelve a caer a Hazard en la esquina, en el vértice izquierdo del área. Recorta el capitán de los diablos rojos y mete un centro al corazón del área pequeña donde aparece la cabeza de Fellaini para rematar a quemarropa, hacer estéril la estirada de Kawashima y poner el empate a dos en el marcador.

¿Y qué hicieron entonces los japoneses a falta de un cuarto de hora para el final? ¿Encerrarse y esperar a los belgas para sacar un contra letal? ¿Sacar la bandera blanca a la espera de la prórroga? Nada de eso. Los nipones siguieron intentando controlar el balón y llegar a la meta de Courtois. Los belgas, sorprendidos y aún con el miedo en el cuerpo, no sólo aceptaron la invitación japonesa, sino que la acogieron con los brazos abiertos. Y el partido se vuelve precioso, con ocasiones por ambos bandos sin apenas tregua. Clarísimas casi todas.

Cuando pasan 4 minutos de la hora, los japoneses disponen de un córner a favor. Y allá que se van prácticamente todos los pequeños samuráis al remate, a ver si resuelven el partido y no hay tiempo extra. Pero el saque de esquina va justo al centro del área pequeña, donde los dos metros de Courtois le permiten atrapar la pelota con suma facilidad. El meta no sólo atrapa la pelota, sino que sale con ella en las manos hasta el borde del área grande y se la pasa a ras de suelo a De Bruyne, para que el pelirrojo salga con el balón controlado, con campo por delante y a la velocidad del rayo, mientras una multitud de nipones salen corriendo tras él.

De Bruyne se planta en el centro del campo y tiene enfrente a tres defensas japoneses. Uno le espera y dos están abiertos a las bandas, por donde corren ¡cuatro belgas! Lukaku se cruza arrastrando a su par, Hazard se pega a la izquierda atrayendo al otro defensor, Chadli escolta a De Bruyne en su carrera y Meunier, con todo el carril derecho para él solo, corre sin mirar atrás como caballo desbocado.

De Bruyne espera que le entre el central japonés y justo entonces abre la pelota a la banda derecha, rasa y sin complicaciones, donde recibe Meunier, que levanta la cabeza y la mete, también rasa, al área. Lukaku la tiene franca para el remate, pero ve venir por detrás a Chadli, que sigue la jugada totalmente libre de marca. Se abre de piernas el gigante belga y el centrocampista recién incorporado bate a Kawashima sin piedad y sin remisión. 3 a 2 y Bélgica se enfrentará a Brasil en cuartos de final.

Los japoneses se desploman en el suelo, intentando comprender lo que ha pasado en apenas 10 segundos, los que van desde el saque de Courtais al remate de Chadli. Los 10 segundos más fatídicos para una selección que estaba a punto de hacer historia. A punto de hacer bueno el legado de sus samuráis azules más ilustres, los que no ya están en Rusia por edad, pero que son los que pusieron los cimientos para que ellos lo estuvieran. Se trata de Kazu Miura, Hidetoshi Nakata y Shunsuke Nakamura. Por orden de antigüedad.

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Kazu Miura tenía clarísimo que quería ser futbolista desde que era un niño. En un país en el que el único deporte capaz de hacerle sombra a las artes marciales es el béisbol, importado y asimilado tras décadas de control norteamericano desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el chaval sólo piensa en darle patadas a un balón. Estamos a principios de los 80 y en el país del Sol Naciente el fútbol es totalmente amateur. Y Miura siente que no puede progresar, así que, ni corto ni perezoso, se dispone a hacer una preciosa locura: viajará hasta la Meca de los mejores futbolistas, Brasil, para intentar convertirse en una estrella.

La familia, evidentemente, no lo entiende. Pero Kazu no entiende de nada que no sea su pasión y su locura de triunfar en el fútbol. Al final, su padre, que es un futbolero de los que no quedan y que viajó en su juventud hasta México para presenciar en directo el Mundial del 70, le busca un hueco en la academia juvenil del Juventus de Sao Paulo, y le permite viajar con 700 dólares en el bolsillo. Por suerte, allí hay una gran comunidad japonesa que le puede servir de ayuda para la integración y para solventar el choque cultural instantáneo, además de ayudarle a ganarse la vida mientras no pueda vivir del fútbol. Corría el año 1982 cuando Kazu Miura emprende su aventura. Tenía 15 años.

Entonces, ni Kazu Miura ni nadie podían siquiera imaginar lo importante que iba a ser ese viaje impulsivo de un joven para el devenir del fútbol japonés. Porque en Japón el fútbol estaba empezando a abrirse camino poco a poco desde finales de los sesenta, pero no acababa de despegar. Se había constituido una liga uniendo los equipos procedentes de las empresas con los que venían de las universidades. Todo muy amateur. Pero, a la vez, nuevos aires entraron en la Federación Japonesa de Fútbol, que se postuló y consiguió organizar en 1979 el Mundial Juvenil (el que ganó la Argentina de un jovencísimo Maradona). Dos años más tarde, en 1981, vio la luz el primer número del cómic futbolero por antonomasia, escrito por Yoichi Takahashi, y que pronto se transformaría en una serie de dibujos animados mundialmente famosa: “Captain Tsubasa”, en España titulada “Campeones: Oliver y Benji” y en Latinoamérica “Supercampeones”. En ese caldo de cultivo es más entendible el viaje a Brasil del chico que quería ser futbolista. Como es también más entendible el rédito que sacaría después el fútbol japonés cuando Miura regresó convertido en futbolista y goleador, capaz de jugar en la liga brasileña sin ningún tipo de rubor ni de complejo de inferioridad.

Porque Kazu Miura consiguió cumplir su sueño tras mucho insistir, insistir y volver a insistir. Los primeros momentos fueron malos, claro. Un joven de quince años que no sabía ni una sola palabra de portugués no podía tenerlo fácil en Sao Paulo. Pero poco a poco, apoyándose en la comunidad nikkei, trabajando de guía turístico, de vendedor, de ayudante en intercambios de estudiantes, durmiendo en casas de otras familias o en pensiones de mala muerte, Miura dio salida a su pasión futbolera en equipos tan modestos como el Matsubara, club de los japoneses de Sao Paulo, o el XV de Jáu, donde consiguió algo de notoriedad tras hacerle un gol al Corinthians.

Fue entonces, ya con 22 años y tras 7 instalado en Brasil, cuando Miura tiene su primera oportunidad. El Santos decide ficharlo, aunque lo cede por distintos equipos a la espera de ver cómo evoluciona su fútbol. Primero recala en el Palmeiras, donde dispone de pocos minutos. Después, en el Clube do Regatas do Brasil, de Segunda División, donde Miura juega con menos presión. Su estilo individualista, preciosista y repleto de regates no pasa desapercibido y el Coritiba, también en Segunda, es su siguiente destino. Allí jugaría 21 partidos y marcaría dos goles antes de que el Santos se decidiera finalmente a quedárselo para el primer equipo. Por fin, en 1990, ocho años después de su llegada, Miura había cumplido su sueño de ser profesional en Brasil.

Para entonces, en Japón ya era un ídolo. Porque unos periodistas japoneses descubrieron su historia y comenzaron a seguirlo a todas partes: a los entrenamientos, a los partidos y a su día a día. De repente, en Japón se estaban empezando a volver locos por el fútbol y los periodistas habían descubierto a un japonés en el país más futbolero del mundo. Miel sobre hojuelas.

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Fue en ese instante cuando Saburo Kawabuchi y Kenji Mori, los padres de la liga de fútbol profesional japonesa, que se llamaría J-League, se pusieron en contacto con Kazu con la intención de ficharlo para la causa. Querían al delantero japonés como el mejor reclamo para la nueva competición. Por muchas cosas. Por su modo de jugar atractivo, siempre de cara a la galería. Porque era un delantero rápido, atrevido y muy técnico. Y porque se había convertido en el futbolista japonés más internacional, más mediático y más popular. Y Kazu no se hizo de rogar y volvió a su casa ese mismo 1990, tras 11 encuentros en el Santos, para enrolarse en el Yomiuri, un club histórico que con el nacimiento de la liga profesional pasó a llamarse Verdy Kawasaki.

Aún tardaría unos años en ponerse en marcha la J-League. El 5 de mayo de 1992, Kazu Miura inauguró la competición con el Verdy en el estadio Nacional de Tokyo ante el Yokohama Marinos. Perdió. Pero las cosas no son como empiezan, sino como acaban, y el Verdy acabó llevándose la primera liga profesional japonesa en una final a doble partido ante el Kashima Antlers. Miura abrió el marcador en la ida (el choque acabó 0 a 2) y empató el partido de vuelta (1-1) para dar el primer título a los verdes y convertirse definitivamente en un ídolo. Tras cada diana, Miura se marcaba unos bailes brasileños para celebrar los tantos que escandalizaban a los más conservadores y enfervorizaban a los jóvenes. Tanto, que sus bailes fueron bautizados como ‘Kazu Dance’ y se bailaban en todas las discotecas del país en esos primeros años de los noventa. Los gestores de las escuelas de samba niponas que surgieron en aquella época le deben muchísimo a Kazu Miura. Muchísimo.

A esas alturas el delantero era ya una auténtica estrella dentro y fuera de los terrenos de juego: se casó con una popular actriz, se convirtió en protagonista de anuncios de televisión y vivía con un ejército de paparazzi revoloteando a su alrededor.

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Ahora sólo faltaba que ese auge futbolístico en Japón a través de la nueva liga profesional se trasladara a la selección nipona, que nunca había disputado una Copa del Mundo. La fase de clasificación para el Mundial 94 llenó de esperanzas los corazones japoneses. Miura y Ruy Tamos, un centrocampista brasileño nacionalizado japonés con una técnica exquisita y que aún hoy es considerado un ídolo por los aficionados nipones, eran las estrellas del equipo. De hecho, Kazu Miura marcó la friolera de 12 tantos en 14 encuentros para dejar a Japón a un solo pasito de una clasificación histórica.

Y es que Japón se clasificó para una ronda final en la que seis selecciones disputarían en Catar una liguilla de todos contra todos a una sola vuelta para dirimir qué dos equipos viajarían a Estados Unidos. Los samuráis azules llegaban a la última jornada empatados a puntos con Arabia Saudí y un punto por delante de Corea del Sur, pero con el gol average a favor con los saudíes y en contra con los surcoreanos. Sea como sea, bastaba con vencer a Irak en Doha (Catar) y estarían por primera vez en el Mundial. Kazu Miura, cómo no, adelantó a los del Sol Naciente a los cinco minutos de partido, aunque Irak empató el encuentro al poco de comenzar la segunda parte. Nakayama, la pareja de ataque de Kazu, volvió a adelantar a Japón a falta de 20 minutos para el final y todo parecía ya decidido, pero el fútbol es imprevisible y en el minuto 90 Jaffar Omran marcó el 2 a 2 definitivo que dejaba a Japón sin Mundial y clasificaba a Corea del Sur y a Arabia Saudí. Los japonenses bautizaron ese encuentro como la Agonía de Doha, mientras que los surcoreanos lo llaman el Milagro de Doha. Nunca llueve a gusto de todos.

La Agonía de Doha supuso la destitución del seleccionador holandés Marius Haans Ooft y también la despedida del gran Ruy Ramos de los samuráis azules. Miura, que siguió en la selección dispuesto a arrimar el hombro para conseguir la clasificación para el Mundial de Francia 98, decidió entonces probar en el calcio y se enroló en las filas del Genoa, pero una lesión truncó su posible éxito. Pero como cuando se nace genio, genio se muere, el bueno de Miura, que sólo anotó un tanto en 24 encuentros en el Genoa, hizo ese gol para derrotar a la Sampdoria, su ancestral enemigo, por lo que su nombre quedó en el recuerdo de la hinchada genovesa. Después se dedicó a viajar prácticamente por todos los continentes (sólo le faltó África) jugando al fútbol, siempre con un séquito de periodistas japoneses narrando sus andanzas, y regresó a Japón para acabar su carrera en Yokohama.

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El nuevo seleccionador, Takeshi Okada, no tenía un buen concepto sobre Kazu. No le gustaba esa forma tan brasileña de entender el fútbol ni su acusado individualismo. Pero, de momento, siguió contando con él. También con Nakayama, su pareja en ataque. Y se incorporó Hidetoshi Nakata, el samurái, la segunda pata reconocible de esta historia de crecimiento sin límites de la selección nipona. Porque mientras Nakayama y Kazu Miura representaban los orígenes de la época dorada del fútbol en Japón y estaban en el punto óptimo de experiencia (ambos cumplirían 31 años en 1998, cuando se iba a disputar el Mundial de Francia), Nakata era la gran esperanza. Centrocampista de una técnica exquisita y con una vocación ofensiva extraordinaria, fue nombrado mejor jugador de Japón en 1997 y jugador del año en Asia en 1997 y en 1998 cuando apenas contaba con 20 años.

Con esos mimbres, la clasificación parecía factible. Pero no fue nada fácil. Para el Mundial de Francia 98 se amplió la fase final a 32 equipos, por lo que Asia dispondría de tres plazas y media para el evento, un aumento considerable respecto a las dos con las que contaba antes. A la liguilla final se clasificarían las 10 mejores selecciones, que se repartirían en dos grupos y jugarían todos contra todos a doble partido. Los campeones de cada grupo se clasificarían directamente para el Mundial y los dos segundos jugarían entre ellos una eliminatoria a partido único en sede neutral. El ganador también estaría en el Mundial y el derrotado se jugaría el pase en una repesca intercontinental contra el mejor de Oceanía.

Japón compartía grupo con Corea del Sur, Emiratos, Uzbekistán y Kazajistán y, una vez más, no pudieron con sus vecinos surcoreanos, pero acabaron segundos y les esperaba una eliminatoria a doble partido ante Irán, que había acabado segunda en su grupo por detrás de la poderosa Arabia Saudí.

Irán y Japón se vieron las caras en el estadio Larkin de Johor Bahru (Malasia) el 16 de noviembre de 1997. Japón formó con sus dos veteranos delanteros de inicio, Kazu Miura y Nakayama, y con la estrella emergente Nakata por detrás de ellos en el centro del campo. No era de extrañar porque Miura había anotado 18 goles en los 19 partidos de la fase de clasificación.

Nakayama puso el partido patas arriba poco antes del descanso con el 1 a 0, pero nada más volver de los vestuarios Irán le dio la vuelta al partido con dos goles de Azizi y Dael, que dejaban a Japón nuevamente al borde del abismo. El seleccionador Okada decidió entonces cambiar a sus dos delanteros y meter en el campo savia nueva. Wagner Lopes, otro brasileño nacionalizado japonés, y Shoji Jo entraron al terreno de juego para darle brío a los nipones y Jo marcó el tanto del empate a falta de un cuarto de hora para el final. Con el partido marchándose a la prórroga, Okada hizo su tercer cambio y metió en el campo a Masayuki Okano, un centrocampista ofensivo que podía también jugar en la punta del ataque. Y la jugada le salió redonda porque, a falta de dos minutos para llegar a la tanda de penaltis, Okano hizo el gol de oro que metía a Japón por primera vez en su historia en un Mundial.

Por cierto, Irán también se clasificó eliminando a Australia a doble partido para meter por primera vez a cuatro equipos asiáticos en la fase final de una Copa del Mundo que, lamentablemente, no le fue demasiado bien a ninguno de ellos.

Japón pagó la novatada en Francia 98, aunque su técnico, previamente, había provocado un cataclismo al dejar fuera de la Copa del Mundo al ídolo Kazu Miura, alma de la clasificación, que nunca jugaría un Mundial. Okada aseguró que Miura era un “brasileño excéntrico” con el que no comulgaba en casi nada, aunque hay quien dice que la decisión la tomaron por él un buen puñado de empresas que ponían mucho dinero en la selección y querían que la imagen de los samuráis azules fuera única y exclusivamente la del joven Nakata, quien en esa época ya protagonizaba anuncios de Nike junto a las más rutilantes estrellas internacionales y ya se le conocía como el “Beckham asiático”.

El caso es que Japón no fue capaz de ganar ni un solo encuentro en Francia. Cayó por la mínima ante Argentina y Croacia, cosa que entra dentro de la lógica, pero también perdió ante la otra debutante, Jamaica, en un partido en el que los nipones empezaron perdiendo por dos tantos a cero y que al menos sirvió para que Nakayama marcara el primer tanto de Japón en una Copa del Mundo.

Miura acusó el golpe de no disputar el Mundial de Francia, pero no por ello abandonó su carrera futbolística. De hecho, hoy, con sus 55 años a cuestas, el veterano delantero aún está en activo. Eso sí, entrena cuando sus compromisos publicitarios y televisivos se los permiten, es decir, cuando quiere, y juega a su manera, sin que sus compañeros osen replicarle. Y así será hasta que su cuerpo diga basta.

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El peso de la selección japonesa, tras la experiencia fallida de Francia 98, siguió recayendo sobre los hombros de Hidetoshi Nakata, recién fichado por el Perugia italiano, aunque en la fase de preparación del Mundial de Japón y Corea del Sur de 2002 (al que estaban clasificados directamente por ser los anfitriones) se le iba a unir otro de los grandes nombres japoneses de los últimos tiempos: Shunsuke Nakamura.

Mientras Shunsuke Nakamura despuntaba en Japón, Hidetoshi Nakata vivía sus mejores años futbolísticos en Italia. La temporada 2000-2001 lo fichó la Roma de Fabio Capello. Nakata pasó a compartir vestuario con Toldo, Samuel, Aldair, Cafú, Delvecchio, Montella, Totti o Batistuta. Evidentemente, no le resultó fácil entrar en el once habitual de un equipo como ése, pero se convirtió en el revulsivo habitual, sustituyendo, casi siempre, al ídolo romano Totti.

De hecho, Nakata tuvo un protagonismo descomunal en la consecución del Scudetto de esa temporada, el tercero de la historia de la Roma y el último hasta la fecha. La Roma llegó a su enfrentamiento ante la Juventus en Turín con la necesidad de no perder para seguir optando al título, pero a los seis minutos de encuentro ya perdía dos a cero con goles de Del Piero y Zidane. Cappello esperó al segundo acto para arriesgar el todo por el todo. A los quince minutos de la reanudación quitó al capitán Totti y metió en su lugar a Nakata. El media punta japonés robó un balón en el centro del campo, condujo con la derecha y soltó un zapatazo tremendo desde muy lejos ante el que Van der Sar no pudo hacer nada. Faltaban once minutos para el final. A Nakata le sobró uno. Porque en el último minuto volvió a sacar su derecha a pasear otra vez desde muy lejos y el meta juventino no pudo atrapar una pelota que Montella envió al fondo de las mallas. Dos a dos en el partido crucial para el campeonato con una media hora de Nakata para enmarcar que dio la vuelta al mundo. Como también la dio la imagen de toda la Roma levantando el Scudetto por sólo dos puntos de ventaja sobre la Juventus.

Mientras todo esto ocurría en Italia, en Japón la estrella era Shunsuke Nakamura. El fino centrocampista zurdo del Yokohama Marinos compartía vestuario con los españoles Jon Andoni Goikotxea y Julio Salinas, integrantes ambos del FC Barcelona de Johan Cruyff, el mítico Dream Team, que se frotaban los ojos ante las evoluciones del joven nipón. Había sido nombrado varias veces mejor jugador del campeonato y había sido uno de los líderes de la selección en la Copa de Asia de 2000 que levantaron los samuráis azules por segunda vez en su historia.

Tan lejos había llegado el chico que se filtró que el Real Madrid de los Galácticos tenía un acuerdo con él para después del Mundial de Japón y Corea en 2002. A medio camino entre una propuesta futbolística y mercadotécnica, de expansión pura de la marca galáctica por Asia, el “supuesto” fichaje de Nakamura por el equipo presidido por Florentino Pérez suscitó un interés desmesurado. Incluso se llegó a afirmar que en el acuerdo de compra con el jugador se incluía un partido amistoso de la selección japonesa ante el Real Madrid en el Bernabéu.

Y eso pasó: Japón se desplazó a Madrid para jugar el X Partido contra la Droga el 7 de mayo de 2002, pero Nakamura no fue convocado y no viajó con el equipo. Se dijo que se quedó fuera de la lista por una lesión, en principio, de poca gravedad. Y ahí se acabó todo. Porque Nakamura nunca fichó por el Real Madrid y tampoco disputó el Mundial de 2002 ante su público. ¿La misteriosa lesión o el misterioso contrato? Nunca se aclaró, pero los samuráis azules se presentaron a disputar como anfitriones el segundo Mundial de su historia sin su joven estrella. La otra, Nakata, sí fue de la partida.

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Y en el Mundial, Japón empezó a darle alegrías a su gente desde el primer día. Encuadrados en un grupo con Bélgica, Rusia y Túnez, la selección entrenada por el francés Philippe Troussier, empezó el torneo con un precioso y vistoso empate a dos ante los Diablos Rojos con tantos de Suzuki e Imamoto, el jugador del Arsenal. Otro tanto de Imamoto sirvió para doblegar a la Rusia de Karpin, Titov y Nikiforov y para despertar la esperanza de la primera clasificación nipona a los octavos de final de una Copa del Mundo (1-0). Y el sueño se hizo realidad a la conclusión del tercer encuentro, cuando Japón venció a Túnez por dos goles a cero, obra de Morishima y de su estrella Nakata.

La euforia se desató en todo Japón y el fútbol pasó a un primer plano en el país de las artes marciales y el béisbol. Pero Turquía hizo despertar bruscamente de su sueño a los samuráis azules y los eliminó con un gol de Davala a los doce minutos de juego que supieron conservar durante todo el encuentro. Los japoneses se habían quedado con cara de póquer mientras los turcos estaban sólo al principio de una historia maravillosa que les llevó a las semifinales del torneo, donde cayeron ante Brasil, y se cerró con la obtención del tercer puesto ante Corea del Sur (3 a 2), el mejor resultado de Turquía en los Mundiales en toda su historia.

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Tras el sabor agridulce que dejó en el país del Sol Naciente el Mundial de 2002, Nakata cambió de aires en Italia. Abandonó la Roma en busca de mayor protagonismo en un gran Parma y lo cierto es que tuvo un año fantástico, donde fue el faro de su equipo en la conquista de la Copa de Italia. Pero inmediatamente después llegaron las lesiones y Nakata fue cambiando de equipo hasta abandonar definitivamente el calcio para recalar en el Bolton, de la Premier League. Hasta allí se fue Nakata con la única intención de rodarse y no perder la forma de cara al Mundial de Alemania para el que Japón se había vuelto a clasificar.

Mientras, Nakamura, que tras la decepción de no poder disputar el Mundial de 2002 había salido de Japón en busca de una mayor progresión, iba buscando su propio camino. Fichó por la Reggina Calcio italiana, pero no encontró su espacio en un equipo demasiado rocoso como para pensar en darle una pelota en condiciones a un joven demasiado técnico para ese estilo de juego. Aún así, el zurdo exquisito volvió a la selección tras la marcha de Troussier y la llegada del mítico Zico al banquillo de los samuráis azules. Se erigió en el líder del equipo ante la ausencia de Nakata y volvió a ganar la Copa de Asia de 2004, la tercera de Japón.

A su vuelta a Italia, disputaría su última temporada en la Reggina y haría las maletas rumbo a Glasgow para defender los colores del Celtic. Y allí se convirtió en leyenda y se ganó en un hueco en el corazón de los aficionados del equipo católico con sus magistrales lanzamientos de falta y la manera de mover al equipo desde su maravillosa pierna izquierda. A la vuelta de la esquina, el Mundial de Alemania 2006.

Y allí volvió a presentarse Japón, por tercera vez consecutiva, con ganas de hacer un buen papel. Por primera vez, los dos jugadores más creativos del equipo iban a jugar juntos: Nakata y Nakamura. Pero las cosas, de nuevo, se iban a torcer demasiado pronto.

Japón debutó ante Australia en Kaiserslautern, en un partido que dominó desde el primer minuto. Nakamura adelantó a los nipones mediada la primera mitad en un error en cadena de defensa y portero socceros y todo parecía ir viento en popa, pero en los seis últimos minutos de la segunda parte las ya tradicionales desconexiones de los samuráis azules y su incapacidad para defender los balones parados echaron por tierra todo el trabajo previo. Cahill empató el choque a falta de seis minutos en un saque de banda larguísimo que el meta japonés salió a buscar no se sabe muy bien por qué. Evidentemente, no encontró la pelota, que cayó a los pies de Cahill para empatar el partido. Con el reloj marcando la hora, el mismo Cahill lanzó un misil desde la frontal del área que golpeó en el palo antes de introducirse en la portería nipona para certificar una remontada que nadie esperaba. Aloisi puso la puntilla definitiva a los nipones en el descuento. Japón había recibido tres tantos en seis minutos en un encuentro que debía haber ganado con comodidad.

En el segundo partido ante Croacia, Japón sólo pudo empatar sin goles, por lo que la clasificación se antojaba una quimera, más teniendo en cuenta que el partido que cerraba el grupo era ante Brasil, la pentacampeona del mundo. Y, sin embargo, los samuráis azules empezaron francamente bien, dominando y plantando cara a los brasileños, con Nakata en plan figura. Fruto de su dominio llegó el gol de Tamada, tras un pase magnífico del “Beckham asiático”, que adelantaba a los japoneses y que dejaba el grupo patas arriba porque Australia y Croacia empataban entre ellos. Pero en un nuevo despiste defensivo, Ronaldo empató el encuentro con un cabezazo en el área pequeña en el descuento del primer tiempo y en la segunda mitad los goles brasileños fueron cayendo como fruta madura. El 4 a 1 final dejaba a Japón con una nueva decepción a cuestas.

Aunque la decepción extraordinario e inesperada fue la retirada del fútbol de Nakata con apenas 29 años. El “Beckham asiático” sorprendió a todos anunciando su retirada definitiva y colgó las botas para dedicarse a tiempo completo al mundo de la moda, a hacer de modelo y a regentar un restaurante de su propiedad en Hong Kong donde elabora su propio sake.

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De cara al Mundial de Sudáfrica en 2010 Japón tuvo que reinventarse, aunque aún contaba con Nakamura. Pero, por suerte, la semilla que habían plantado tipos como Miura, Nakayama, Nakata, Imamoto y Nakamura ya había germinado y ahora tocaba recoger una buena cosecha y pulir los defectos que hacían que Japón no tuviera problemas para clasificarse para el Mundial, pero, en cambio, no fuera capaz de ser una selección rocosa y con capacidad de ser más fiable y de avanzar un poco más en el torneo.

Para el Mundial de Sudáfrica estaban ya consolidados en la selección el defensa Tulio Tanaka, los centrocampistas Abe, Endo y Honda y el delantero Okubo, una hornada de jugadores que ya jugaba con asiduidad en Europa y que, además, era heredera del espíritu de sus ancestros futbolísticos. El grupo que les tocó en suerte no era fácil, con Camerún, Holanda y Dinamarca en el horizonte, pero los samuráis azules esta vez sí dieron la talla.

Primero cayó Camerún con un golazo de Honda. Después les tocó cruz ante Holanda en un encuentro que se decidió con un tiro de Sneijder que se metió dentro el portero Kawashima. Y es que Japón heredó de la serie Campeones sólo la parte de Oliver Atom y se dejó en el tintero la figura de Benji, porque futbolistas talentosos de tres cuartos de campo hacia arriba los sacan de debajo de las piedras, pero los buenos porteros brillan por su ausencia. En el último partido del grupo, Japón se jugaba la clasificación directamente con Dinamarca. El que ganara estaría en octavos y el otro haría las maletas. Y esta vez Japón cumplió y dio una exhibición ante los europeos con un fútbol de gran calidad para imponerse por tres goles a uno con tantos de Honda, Endo y Okazaki. En octavos de final esperaba Paraguay.

Los nipones plantearon un partido muy serio ante los guaraníes. Minimizaron sus errores defensivos y jugaron con más orden del que en ellos es habitual, pero fueron incapaces de batir a Justo Villar y, al final, el partido se decidiría en la tanda de penaltis. Y allí anotaron los paraguayos sus tres primeros lanzamientos y los japoneses dos, porque el tercero lo mandó Yuichi Komano al larguero. El cuarto penalti paraguayo lo anotó Nelson Valdez y Honda marcó también el suyo para alargar la agonía. Cardozo batió también a Kawashima en el quinto lanzamiento y eliminó a Japón, que había tocado con la yema de los dedos los cuartos de final de un Mundial.

Y Sudáfrica supuso también el adiós definitivo a la selección de Nakamura, que sólo disputó 16 minutos en el torneo. En rueda de prensa, le preguntaron: “¿Cuándo será tu próximo partido con la selección?”. “Nunca”, respondió el diez de Japón. Y nunca volvió a vestir la casaca azul, aunque no abandonó el fútbol, sino que se juntó con la mayor vieja gloria del fútbol japonés, el bueno de Miura, para jugar en Yokohama en segunda división. Los dos se divierten aún en este momento jugando al fútbol.

***

Para el Mundial de 2014 Japón reclutó a Zaccheroni, que clasificó a los del Sol Naciente sin problemas, pero que volvió a sucumbir en la fase de grupos como tantas otras veces. El empate sin goles ante Grecia en el primer partido del grupo fue su mejor resultado. Después cayeron por 2 a 1 ante Costa de Marfil y se vieron avasallados por Colombia en el partido que cerraba el grupo (4-1). Nuevamente a casa sin pena ni gloria.

Y llegó Rusia 2018 y los japoneses, con Akira Nishino a los mandos, volvieron a ser el prototipo de lo que son: un equipo divertido, rápido, valiente y honesto, pero con tendencia a hacerse el harakiri. Le ganaron a Colombia en el primer encuentro por 2 a 1, empataron a dos tantos ante Senegal y cayeron cuando nadie lo esperaba ante una Polonia que ya estaba eliminada (0-1). Con esos resultados, Colombia estaba clasificada como primera de grupo y Japón y Senegal empataban a todo: a puntos y a goles a favor y en contra. Y, por primera vez en la historia de los Mundiales, se usó el juego limpio para desempatar. Japón había visto tres tarjetas amarillas en los tres partidos de la fase de grupos; Senegal, cinco. Así que los africanos se iban a casa y los japoneses se enfrentarían a Bélgica en los octavos de final.

Y el resultado, ya lo saben. Un partido extraordinario, dos goles bellísimos, una defensa lamentable de los balones parados y el tercer tanto en contra en el descuento… ¡¡en un contragolpe de libro que duró 10 segundos y que se inició con un saque de esquina a favor!! Increíble, pero cierto. Un harakiri futbolístico en toda regla. 

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En Catar los samuráis azules, dirigidos por Hajime Moriyasu, volvieron a sorprender al mundo en una primera fase espectacular para acabar de nuevo ahogándose en la orilla. Tras empezar el torneo derrotando sorprendentemente a Alemania tras remontar el gol de penalti de Gundogan en ocho minutos de pura inspiración en los que Doan y Asano dejaron a los teutones helados (2-1), los nipones cayeron ante una deprimida Costa Rica para dejar con vida a los germanos (0-1) en la última jornada. Sin embargo, en otro ejercicio de superviviencia, los de Moriyasu calcaron el encuentro del debut ante Alemania para remontar un tanto de Morata con dos fogonazos en la segunda parte (2-1) y meterse como primera de grupo en los octavos de final y, de paso, enviar a Alemania a su casa. 

Pero cuando más felices se las prometían los japoneses, con una selección más pragmática y trabajada defensivamente que sus predecesoras, llegó la gran bofetada. Japón se adelantó a poco menos de dos minutos del final de la primera parte con un tanto de Maeda, pero la vieja guardia croata mantuvo a su selección en el partido y Perisic empató el choque de octavos de final a los diex minutos de la reanudación. Nadie fue capaz de deshacer el empate ni en lo que quedaba de partido ni en el tiempo extra y la clasificación se decidiría desde el punto de penalti. Y ahí los japoneses se mostraron tiernos ante la veteranía y los nervios de acero de una selección croata que ya fue pasando rondas a base de tandas de penalti cuatro años atrás en Rusia. 

Y pasó lo que tenía que pasar. Que el guardameta croata Livasovik se convirtió en el héroe de su equipo detiendo los lanzamientos de Yoshida, Mitoma y Minamino para volver a dejar a Japón, otra vez, con la miel en los labios (3-1). Así, la sorprendente Japón que derrotó a alemanes y españoles tuvo que volver a casa, mientras que Croacia volvió a aprovechar los once metros para derrotar a Brasil y meterse otra vez en las semifinales de la Copa del Mundo. Pero allí esperaban Messi y sus gladiadores y eso ya fueron palabras mayores para los viejos roqueros croatas. 

Sea como sea, a Japón siempre le quedará la sensación de haber hecho un gran torneo y de haber demostrado al mundo que son capaces de competir con los mejores. Además, no podemos olvidar ni desdeñar su gransísima evolución como selección, ya que Japón no había asistido nunca a una Copa del Mundo hasta Francia 98 y, desde entonces, nunca han dejado de asistir. Y eso se dice pronto, pero no es tan sencillo... Que se lo digan a Italia.

viernes, 22 de julio de 2022

La Argentina de Passarella se queda a medias en Francia 98

El verano del 94 daba sus últimos coletazos, con la resaca de la Copa del Mundo de Estados Unidos aún presente. El Mundial donde Brasil consiguió el tetracampeonato y el torneo en el que a Maradona “le cortaron las piernas”. Tras la nueva inhabilitación del astro argentino, que se había hecho hueco casi a codazos en la estupenda selección albiceleste del Coco Basile, y la eliminación en octavos ante Rumanía, a la AFA, con su presidente Grondona a la cabeza, no le quedó más remedio que destituir al seleccionador.

Basile salió por la puerta de atrás después de un trabajo con claros y sombras, pero cuyo bagaje expondremos para que cada uno juzgue con los datos en la mano. El exfubolista de Huracán cogió las riendas del seleccionado tras el subcampeonato en Italia 90 con la misión de mejorar la imagen de Argentina ante el mundo. Y es que, pese al magnífico triunfo en México 86 y la defensa a ultranza de la Copa conseguida en Italia 90, el equipo de Bilardo les resultaba antipáticos a los aficionados de medio mundo y a prácticamente todos los estamentos del fútbol mundial.

Una selección rota por las lesiones que supo competir hasta el final en Italia, pero que se marchó del torneo criticando duramente a todo el mundo después de la expulsión de Troglio y el polémico penalti que les pitaron en contra y que supuso, a la postre, el triunfo final de Alemania. Una selección cuya estrella, Diego Armando Maradona, era tan bueno sobre el césped como convulso fuera de él y que, apenas un año después del Mundial de Italia fue sancionado a 15 meses de inhabilitación por dopaje (Maradona siempre dijo que ese control antidopaje fue una farsa y que pagó los platos rotos de haber eliminado a Italia en las semifinales de su torneo y haber privado a la FIFA de su final soñada entre italianos y alemanes).

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El caso es que Basile sustituyó a Bilardo con la intención clara de lavar la cara de la albiceleste en cuanto a nombres y en cuanto a estilo. Aunque siempre contó el Coco con Maradona, capitán y símbolo de la época pasada y gloriosa, y le dejó las puertas abiertas de la selección incluso tras conocer que el Pelusa había sido inhabilitado por quince meses tras dar positivo en un control antidopaje en Italia, con el Nápoles, en abril de 1991.

Mientras, el Coco había montado una selección edificada sobre algunos de los pilares de la de Carlos Bilardo, con Basualdo y con Ruggeri, sobre el que recayó la cinta de capitán, a la que añadió la clase, la técnica, la garra y el hambre de jóvenes futbolistas que empezaban a romperla en Argentina como Cáceres, Chamot, el Cholo Simeone, Fernando Redondo, Medina Bello, Batistuta i un jovencísimo Ariel Ortega.

Con esos mimbres ganó la selección de Basile la Copa América de Chile 91 y la de Ecuador 93. ¡Casi nada! Y encadenó una espectacular serie de victorias consecutivas (¡¡33!!) que pusieron a la albiceleste con un pie y medio en el Mundial de Estados Unidos 94, con los aficionados frotándose las manos y los ojos porque el equipo, además, jugaba fenomenalmente bien al fútbol. Pero entonces se cruzó en su camino la Colombia del Pacho Maturana, que contaba con futbolistas de la talla de Higuita, Valderrama, Rincón, Asprilla y Valencia. Primero ganaron los colombianos 2 a 1 en Barranquilla y después se presentaron en el Monumental y le metieron cinco goles a los del Coco Basile. Y al equipo se le vino el mundo encima. Y volvió Maradona. Y llegó la durísima eliminatoria ante Australia que resolvió Batistuta en el Monumental después del sufrido empate a uno que se habían traído de Sídney.

La selección albiceleste llegó al Mundial 94 pletórica, con Maradona de regreso, en su peso ideal, y con el resto del grupo totalmente acoplado. Basile había montado un equipo muy ofensivo en el que juntaba en el centro del campo a Maradona y Redondo, con el Cholo cubriéndoles las espaldas, y arriba mezclaba a Batistuta, Caniggia y Balbo. En la recámara, Medina Bello o Ariel Ortega. Y Argentina ofreció espectáculo y goles ante Grecia (4-0) y venció con solvencia a Nigeria (2-1) antes de que Maradona fuera expulsado del torneo por su positivo por efedrina y todo saltara por los aires. Los del Coco no se recuperaron del mazazo y perdieron ante Bulgaria (0-2) para acabar haciendo definitivamente las maletas tras caer en octavos ante la Rumanía de Hagi, Dumitrescu, Raduciou y compañía (2-3).

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La destitución de Basile estaba cantada. Pero la sorpresa llegó con el nombramiento del nuevo seleccionador: Daniel Passarella, el gran capitán del 78, enemigo declarado de Maradona y de Bilardo, y de todo lo que oliera ligeramente a ellos, y que llegaba con la clara intención de imponer mano dura en la selección y de renovarla (aunque ya estaba medio renovada previamente por Basile). Un Passarella que hacía muy poco que se había retirado como jugador y se había puesto a entrenar, pero que llegaba avalado por los tres títulos que acababa de levantar con River: Primera División 89-90, el Apertura 91 y el Apertura 93.

El caso es que nada más tomar posesión del cargo, el Káiser declaró que cualquier jugador al que llamara para vestir la camiseta argentina se iba a someter primero a una rinoscopia. Además de lanzar así un mensaje directo a Maradona, Passarella se metió en un jardín, porque era tanto como asumir que había futbolistas que habían pasado por la selección que se drogaban de forma habitual. Porque la afición de Maradona a la cocaína era de sobras conocida, pero el Pelusa volvía a estar inhabilitado, tenía 35 años y, además, no parecía que el nuevo seleccionador lo fuera a llamar, así que, realmente, ¿a quién dirigía Passarella ese contundente mensaje? No se sabe, porque nunca lo aclaró, pero un poco más tarde hubo de lidiar con ello.

Evidentemente, el Pelusa no se calló y, además de fustigar a Passarella por lo que él consideraba “sus boludeces”, dejó publicado en su libro “Yo soy el Diego de la gente” algo realmente grave: que él tomaba cocaína, pero nunca lo hizo para aumentar su rendimiento, si acaso, esa adicción le perjudicaba deportivamente, pero “otros” sí se habían drogado con el fin de aumentar su rendimiento en otras competiciones. Casi nada. Pero Passarella no entró al trapo y se dedicó a lo suyo, que, en principio, era renovar la selección.

Y lo primero que hizo fue confeccionar un equipo muy joven en torno al Muñeco Gallardo, el joven 10 de River, usando a jugadores de la liga argentina para que se foguearan en los duros partidos internacionales. A la vez, imponía sus normas. Algunas ciertamente extrañas, como la prohibición de llevar pendientes o la obligación de llevar el pelo corto. Lo del pelo corto lo contó en una entrevista. Decía que tener el pelo largo te hace perder la concentración en el campo, porque siempre estabas tocándotelo o arreglándotelo, y que había análisis sobre eso, sobre las veces que se tocaban el pelo los jugadores que lo tenían largo y los que lo tenían corto. El autor del análisis debía ser joven y no se había remontado a la época de Kempes, pero Passarella no podía haberse olvidado del Matador. No podía haberse olvidado de todos los goles que hizo Kempes en el 78, con su melena al viento, para contribuir a que él mismo levantara al cielo de Buenos Aires la primera Copa del Mundo para la albiceleste. Seguro que Kempes, con el pelo corto, en vez de haber hecho dos goles en la final y seis en el torneo, hubiera hecho seis ante Holanda y quince en todo el campeonato. Brutal Passarella con lo del pelo. Sencillamente brutal.

Pero el caso es que entre los futbolistas que Passarella solía llamar a la selección había algunos con el pelo largo y debían elegir entre cortárselo o no vestir la albiceleste. Los jóvenes Sorín y Coudet se lo cortaron sin rechistar. Más tarde, ya con el Mundial de Francia a la vuelta de la esquina, Batistuta, después de ver que el técnico iba en serio, se cortó las puntas. Pero hubo dos que no le hicieron ni caso: Caniggia y Redondo.

Aunque lo cierto es que a Passarella parecía venirle muy bien la historia del pelo y de que no se lo quisieran cortar porque al Pájaro Cani no podía verlo ni en pintura y de Redondo tampoco era un fan incondicional. De hecho, al mediocentro del Real Madrid lo quería poner en la izquierda y no en el centro, algo que el madridista no aceptaba tampoco. Y eso, en los partidos de preparación podía resultar, pero a medida que se acercaban las eliminatorias para el Mundial de Francia 98, no contar con el talento de Redondo ni con la velocidad y la definición de Caniggia porque no se cortaran el pelo resultaba una apuesta, cuando menos, arriesgada.

Caniggia siempre ha contado con un pelín de sorna la llamada de Passarella instándole a cortarse la melena, diciendo que al principio pensó que era una broma, que el seleccionador de Argentina no podía estar pidiéndole tremenda chorrada. Incluso le llegó a decir que se lo cortaría un centímetro o centímetro y medio, en plan “joda”, pero Passarella le dijo que no, que un poco más. Y Caniggia colgó el teléfono. Pero cuando se vio fuera de la lista del Mundial de Francia la sonrisa se le heló en la boca. Siempre dijo el Pájaro públicamente que Passarella le “cagó” un Mundial, el evento más importante para cualquier futbolista y que sólo se da cada cuatro años se lo “cagó”. Y la relación entre ellos se rompió para siempre.

***

El Káiser tenía sus propias ideas y las ejecutaba a rajatabla. Hasta sus últimas consecuencias. Llevó el timón de la selección con mano de hierro, con los jugadores que él y su cuerpo técnico querían, al margen de los gustos y las peticiones de la prensa o los aficionados. Sus jóvenes futbolistas tenían que cumplir tres premisas: pelo corto, boca cerrada y disciplina. Por eso era difícil que en esa selección entraran, con melena o rapados, Redondo o Caniggia. Demasiada personalidad. Demasiado quilombo.

Pero así fue armando Passarella la selección que defendería los colores de la albiceleste en Francia, después de ganarse la plaza en la primera fase de clasificación sudamericana de la historia en la que se enfrentaban todos contra todos. Se clasificó muy bien, con apenas dos derrotas. Y antes, con la selección olímpica había ganado la medalla de plata en Atlanta 96, cayendo en la final ante Nigeria en los últimos minutos de partido. Pero antes también había caído en cuartos de final de la Copa América 95 ante Brasil y en cuartos volvió a caer después en la Copa América 97, esta vez ante Perú. Así son los resultados. Claros. Crudos.

Y así se presentó Argentina en Francia. Con una selección mayoritariamente “europea” y con el viento a favor que le daban los últimos buenos resultados de la fase de clasificación que mantenían a los medios, en general, entusiasmados y a los posibles detractores, callados. Passarella y su cuerpo técnico habían escogido unas preciosas y prácticas instalaciones en L’Etrat (Saint Étienne), alejados del mundanal ruido, con la idea de alejarse del foco mediático y de las miradas del resto de selecciones. Pero, claro, allí se presentaron todos los medios acreditados argentinos más algunos de otras partes del mundo. Y Passarella ordenó colgar unas lonas verdes para tapar los campos de entrenamiento de los suyos para que sus tácticas y sus jugadas ensayadas fueran del todo secretas. La prensa montó en cólera. Pero las lonas se quedaron. Por supuesto.

Pero las lonas verdes acabarían siendo lo de menos. Unos días antes de que comenzara el Mundial se vivió en la concentración de Argentina un momento convulso. Passarella, en su cruzada contra las sustancias en la selección, había obligado a los jugadores a pasar un análisis antidopaje como los que haría la FIFA durante el torneo justo antes de viajar a Francia, el 2 de junio del 98. En los resultados apareció un positivo por cocaína y éxtasis que se difundió entre la prensa. ¿Cómo? Hay quien dice que en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires, donde se analizaron las muestras, trabajaba la esposa del periodista Claudio Federovsky, que fue quien acabó difundiendo la noticia con nombre incluido: Juan Sebastián Verón.

Passarella y el médico de la selección, Luis Seveso, dijeron en un primer momento que sí había un positivo en los análisis internos, pero que era por sustancias antigripales y que, en efecto, se trataba de Verón. Esto pasaba el 5 de junio de 1998. Al día siguiente, Passarella desmintió directamente todo en rueda de prensa, mientras Verón decía que se estaba comiendo un “garrón”. Grondona, el presidente de la AFA, salió a la palestra para decir que sí sabía que había un positivo, pero que desconocía el nombre del futbolista, que eso era una información que sólo tenía el cuerpo técnico. Añadió que eran controles internos, que se habían practicado cuando no había ninguna competición en marcha y que el caso no tenía más recorrido. De momento, la cosa quedó ahí (a la conclusión del campeonato quedaría demostrado que era todo cierto, pero nadie investigó más a fondo la cuestión porque los análisis eran internos y no acarreaban sanciones), pero las relaciones del plantel con la prensa se recrudecieron justo antes del inicio del torneo.

El punto culminante de esa mala relación de la selección de Passarella con la prensa vino justo después del debut de la albiceleste en el Mundial con una importantísima victoria por la mínima ante Japón (1-0). Tras la historia del doping y algunas noticias más sobre malos rollos en el seno del equipo, algún medio argentino había publicado que el Mono Burgos se había pegado con Leonardo Astrada. En ese momento, los pesos pesados del vestuario se reunieron con el Káiser y le informaron de que no querían más tratos con la prensa. El jefe de prensa de la selección intentó convencerlos argumentando que su imagen quedaría muy dañada si tomaban esa medida, pero los futbolistas lo tenían claro. Montaron una rueda de prensa con todos los jugadores presentes en la que el capitán Simeone anunció que no iban a hablar con ningún medio de forma personalizada. Saldrían a las ruedas de prensa que marcaba la FIFA, pero todos juntos. Y se lio otra vez. Argentina volvía a estar en el foco cuando el balón apenas había empezado a rodar.

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Porque por lo que respecta al fútbol, la albiceleste empezó el torneo como un tiro, dando miedo. Era un equipo rocoso detrás, con Ayala y Sensini sujetando la defensa y el gran Roa bajo palos, y creativo, vertiginoso, veloz y voraz de medio campo hacia arriba, con Simeone anclando el equipo y la magia de Verón y Ortega ara surtir de balones a Batistuta y al Piojo López. Además, jugadores tan dotados como el Muñeco Gallardo o Hernán Crespo esperaban en el banquillo para cuando vinieran mal dadas. Un auténtico equipazo, vaya.

Y tras la victoria sufrida ante Japón en Toulouse y la espantada ante la prensa, llegó Jamaica, un bálsamo para la albiceleste, que se merendó a los caribeños sin pestañear en el majestuoso estadio del Parque de los Príncipes. Cinco a cero con dos goles del Burrito Ortega y tres más de Batistuta, que empezaba a postularse como uno de los más firmes candidatos a ganar la Bota de Oro.

El último partido del grupo se jugaría en Burdeos. Argentina y Croacia llegaban al encuentro con la clasificación ya certificada y dirimirían entre ellos las posiciones finales y, por tanto, los cruces. Passarella mantuvo la columna vertebral del equipo, pero dio descanso a algunos titulares y metió en harina a otros que podían llegar a serlo. Le dio la manija del equipo al Muñeco Gallardo, que respondió con un gran partido y el inicio de una gran jugada colectiva que culminó a otro debutante en el torneo, el defensa Mauricio Pineda. Su tanto fue el único del partido y colocó a Argentina primera con pleno de victorias, la primera vez que la albiceleste lo conseguía en toda su historia. Paradójicamente, esa primera posición le complicó el camino. Porque Argentina se vería las caras con Inglaterra en octavos de final, mientras que Croacia se cruzaría con Rumanía.

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Pero Argentina se sentía fuerte, pese a que el cruce se las traía. No sólo tendrían enfrente los de Passarella a futbolistas como Beckham, Scholes, Shearer y un pequeño genio llamado Michael Owen (sólo faltaba Paul Gascoigne), sino que los ingleses esperaban el choque con ansias, buscando la revancha de los cuartos de final de México 1986, el día de la Mano de Dios y del Gol del Siglo, ya que en los doce años transcurridos no se habían enfrentado todavía en una Copa del Mundo.

El partido empezó como un tiro en Saint Étienne y nada más empezar amenazaron los ingleses con una internada de Owen que tuvo que resolver Ayala tirándose al suelo y el rechace lo enganchó Le Soux para meter un centro chut raso al que no llegaron los atacantes ingleses por poco. Pero la respuesta argentina fue mejor. Ariel Ortega metió un centro al segundo palo que recogió Simeone para encarar a Seaman, que le hizo penalti. Batistuta lo transformó en el 1 a 0 con un poco de suspense, porque el meta lo toca, pero no lo puede sacar. Inglaterra se levantó enseguida, porque tres minutos más tarde Owen se internó en el área y cayó al notar el contacto de un Ayala que iba a por todas. El colegiado señaló los once metros en la otra área y Shearer se encargó de empatar los octavos de final a los nueve minutos. Era el primer gol que encajaba Argentina en el torneo.

Pero no sería el último. Porque apenas siete minutos después, Beckham le mete un pase a Owen en tres cuartos de campo, el chaval controla de espuela, encara y se va de su marca, se presenta en el borde del área, regatea a Ayala, su último escollo, y define con una clase descomunal ante Roa para hacer un golazo que pone a Inglaterra por delante. 16 minutos de partido y 1 a 2.

Argentina pasó unos minutos grogui, amargada, sin encontrar la pelota y recibiendo las embestidas inglesas. Schooles estuvo a punto de hacer el tercero, pero la echó fuera en un remate en el área pequeña. Pero, poco a poco, el Burrito empezó a entrar en el partido, empezó a conectar con la pelota y el signo del choque cambió. Ahora Argentina estaba más cerca del empate con un remate alto de Batistuta o una llegada a línea de fondo de Zanetti. Y precisamente Zanetti fue el sorprendente protagonista del empate en el descuento de ese frenético primer tiempo. Una falta en la frontal la botó Verón. Amagó la Brujita con el disparo, pero se la dio rasa a Zanetti, que se giró y, a la media vuelta, sacó un disparo brutal que batió a Seaman. Una jugada salida de la pizarra de Passarella y ejecutada a la perfección por sus jugadores.

Tras el descanso decayó el partido. No la intensidad, pero sí el ritmo. Y fue entonces cuando Beckham cayó en las redes de Simeone. El Cholo le hizo una falta al británico que, desde el suelo, levanta las piernas. El Cholo nota el contacto y se va al suelo, con el árbitro junto a él. El trencilla no duda en echar a Beckham, que será vilipendiado por los tabloides ingleses durante muchísimo tiempo. Pero Argentina, contra 10, no encuentra la manera de meterle mano a Inglaterra, aunque goza de las mejores y más claras ocasiones, y el partido se va a la prórroga y, después, a los penaltis.

Ahí, en la suerte fatídica, Roa se vistió de Goycochea en Italia 90 para meter a Argentina en los cuartos de final. Berti, que había salido en la segunda parte, inaugura la tanda batiendo a Seaman. También vuelve Allan Shearer a batir a Roa, como en el partido. Es el turno de Crespo, que había sustituido a Batistuta. Y Seaman le adivina el lanzamiento. Argentina tiene el corazón en un puño. Pero… va Paul Ince y el meta del Mallorca sostiene a su equipo con un paradón. Todo sigue igual. Verón también marca. Merson empata de nuevo. Gallardo adelanta a Argentina, pero Owen también mete el suyo. El último penalti argentino lo transforma Ayala con calma, raso y a la izquierda de Seaman. Y David Batty, que cierra la tanda para Inglaterra, lo tira fuerte y casi al medio. Roa se ha vencido a su derecha, pero rectifica para despejar el disparo y meter a los suyos en cuartos de final. Argentina, con sufrimiento, ha vuelto a dejar a Inglaterra en el camino. Ahora espera Holanda en el Velodrome de Marsella.

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Holanda tiene un auténtico equipazo. El portero, Van der Sar. Stam y De Boer de centrales, apoyados en los carriles por Reiziger y Numan. En el centro del campo, Cocu, Ronald de Boer, Edgar Davis y Wim Jonk. Y arriba, dinamita con Kluivert y Bergkamp. En banquillo, junto al mítico Guus Hiddink, Overmars, Clarenze Seedorf, Hasselbaink y Zenden, por si acaso vienen mal dadas.

Passarella puso sobre el césped el equipo de gala, con Sensini ya recuperado en el centro de la defensa junto a Ayala, con Zanetti por la derecha y Chamot por la izquierda. En el centro del campo, conteniendo, Almeyda y Simeone, con Verón y Ortega con mayor libertad de movimientos. Arriba el Piojo López atacaba partiendo de cualquiera de las dos bandas y Batistuta era la referencia. Las fuerzas, pese a que Ortega declaraba antes del partido que había ido a Francia a ser campeón del mundo, estaban muy parejas.

El partido empezó a las cuatro y media de la tarde, con 38 grados a la sombra. Increíble. Pese a todo, argentinos y holandeses volverían a ofrecer un espectáculo colosal en el inicio del partido. Porque apenas iniciado el juego, los holandeses ya habían estrellado un balón en el palo de Roa. Avisando lo que estaba por venir, que fue el primer tanto del encuentro a los doce minutos. Ronald de Boer se va de su par en el centro del campo y le mete un pase magnífico por alto a Bergkamp. El ariete la deja con la cabeza para la entrada de Kluivert en el punto de penalti que, con un toque sutil, bate a Roa. Golazo y uno a cero para la Naranja Mecánica.

Pero Argentina responde pronto. La Brujita Verón ve con el rabillo del ojo la entrada de Claudio López cortando en dos la defensa naranja, que ha tirado mal el fuera de juego. Le mete un pase preciso y precioso y el Piojo se encuentra solo ante Van der Sar. Por un momento, parece que el valencianista se lía con la pelota y no sabe qué hacer, pero no. El Piojo mantiene la sangre fría, envía al portero al suelo y empata el partido. Diecisiete minutos de la primera y empate a 1.

Las ocasiones se van sucediendo entonces poco a poco. Primero Cocu lanza un disparo peligrosísimo desde la distancia al que responde muy bien el Lechuga Roa. A continuación, es Ortega quien pone el huy en la boca de los aficionados argentinos con un disparo lejano que se estrella en el palo de Van der Sar. Y aún le da tiempo a Simeone de intentar un disparo lejano que se va fuera por poco antes de llegar al descanso con las espadas en todo lo alto.

En la segunda parte se nota más el miedo a perder en los dos equipos, pero hay tanta calidad que cualquiera puede llevarse el partido en alguna acción individual. El peso del choque lo sigue llevando Holanda, que toca más y mejor, mientras Argentina contragolpea con peligro cuando roba. Una de esas contras está a punto de caer del lado albiceleste. Verón le mete un gran pase a Batigol, que recorta y golpea a puerta. El balón pega en el palo. Minutos después, Kluivert engancha un remate de cabeza que hace trabajar a Roa.

Cuando faltaba menos de un cuarto de hora para el final, el lateral holandés Numan vio la segunda tarjeta amarilla y dejó a su equipo con diez hombres, pero a Argentina no le dio tiempo a probar a Van der Sar. Bueno, sí. Lo hizo a falta de un minuto para el final, en una internada de Ortega que volvió loco a Stam dentro del área para dejarse caer a ver si el árbitro picaba. No picó. Y mientras el árbitro le amonestaba, el meta holandés se le encaró, el Burrito subió la cabeza y golpeó al portero. El holandés, antes de sentir el contacto, ya estaba en el suelo. Ortega fue expulsado e igualó las fuerzas a las puertas de una hipotética prórroga.

Pero el fútbol es caprichoso y la prórroga jamás se disputaría. Porque casi en el tiempo de descuento, con el partido agonizando, Ronald de Boer metió una pelota larguísima buscando la espalda de la defensa argentina. Allá corrían, mirando al cielo de Marsella, el Ratón Ayala y Dennis Bergkamp. El holandés le ganó la posición al defensa argentino, la bajó de forma sublime con el empeine de la pierna derecha, dejó pasar a Ayala, la pisó y la metió en un ángulo. Dos a uno para Holanda, que se vería las caras con Brasil en las semifinales y caería con honor en los penaltis tras empatar a uno con la canarinha. Argentina, en cambio, tenía que hacer las maletas.

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De regreso a Argentina los periodistas afilaban los cuchillos. Los invictos, como llamaba Passarella a los de ese gremio. Ahora ya no importaba que el Káiser hubiera abierto de par en par las puertas de la albiceleste a jóvenes como Gallardo, Crespo, Verón, Zanetti y Claudio López. Ahora había que ajustar cuentas. Y el entrenador lo sabía.

Los titulares y los comentarios más repetidos fueron que Ortega no era jugador para la selección o que Passarella se equivocó en todo y tendría que dar explicaciones. En líneas generales se acusó al seleccionador, y también a los futbolistas, de no jugar a la manera argentina y de sucumbir al tacticismo europeo.

Lo expresaba así Ángel Cappa: “Holanda jugó como debía hacerlo Argentina, tocando el balón, atacando y abriendo el campo. Ellos han aprendido esto y lo incorporaron desde la época de Cruyff, pero el futbolista argentino lo siente desde tiempos inmemoriales y es increíble que pierda la fe en su juego”.

Menotti, el técnico campeón en el 78, iba en la misma línea y se quejaba de que Argentina había jugado “a la italiana”. Como el periodista Horacio Pagani que decía que a los jugadores y al técnico les faltó convicción para poner en práctica el estilo de juego típicamente argentino y confiaron su suerte a la táctica, no al concepto del juego.

El Káiser, tras la derrota, dejó la selección, pero con la conciencia tranquila. “No cumplimos el objetivo de estar entre los cuatro primeros, pero si analizamos cómo quedó eliminada Argentina y contra los rivales que le tocó jugar creo que no es un fracaso”. Y en septiembre de ese mismo año 1998, tras resolver el contrato que tenía con el RCE Espanyol de Barcelona, Marcelo Bielsa se convertiría en el nuevo y flamante seleccionador argentino.

Pero ésa ya es otra historia…

martes, 19 de julio de 2022

La Irlanda del Norte de McParland vive su sueño en Suecia 58

La Copa del Mundo de 1958 se asocia, inevitablemente, a los 13 goles de Just Fontaine, a la increíble irrupción en el escaparate del fútbol mundial de un joven de 17 años apodado Pelé y, por supuesto, a la primera Copa del Mundo que levantó Brasil en toda su historia. Pero Suecia 58 esconde la historia de una nación que sorprendió al mundo clasificándose para la cita batiendo a selecciones de postín, como Italia y Portugal, en la fase de clasificación, y se plantó en tierras escandinavas siendo, en ese instante, el país más pequeño en disputar una Copa del Mundo. Nos referimos a Irlanda del Norte, que una vez en Suecia quiso aprovechar el viaje y dio más de un susto a selecciones que se presumían más fuertes.

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Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando las selecciones británicas decidieron unirse a la FIFA y dar el sí a disputar la Copa del Mundo, se decidió que las selecciones de las islas se jugarían la clasificación entre ellas en el Campeonato Británico. Así que Inglaterra se clasificó por delante de Escocia, Gales y la entonces denominada Isla de Irlanda para el primer Mundial de su historia, el de Brasil 50, aunque después sufriera el desastre de Belo Horizonte ante Estados Unidos. Escocia también se había clasificado al ser segunda de grupo, pero los escoceses avisaron antes que sólo irían si quedaban primeros en su grupo. No lo hicieron y, cabezones ellos, se negaron a participar en el torneo.

Camino a Suiza 54, el sistema volvió a ser el mismo. El Campeonato Británico decidiría qué dos equipos se clasificarían para el Mundial que se había de disputar en tierras helvéticas. Y las cosas volvieron a salir exactamente igual: Inglaterra primera y Escocia segunda. Esta vez las dos selecciones se presentaron en el torneo, mientras que Irlanda del Norte y Gales volvían a quedarse fuera. Sería la última vez que se usaría ese sistema y tanto galeses como norirlandeses estaban encantados, ya que consideraban que tendrían más posibilidades de estar en la Copa del Mundo si se enfrentaban a otras selecciones del continente.

Pero el sorteo no fue benévolo para Irlanda del Norte, que cayó en un grupo complicadísimo junto a Italia y Portugal. Solo el primero se clasificaría para Suecia 58. Los del Úlster se presentaron en sociedad con un empate a uno en Lisboa, aunque después cayeron en Roma ante Italia por la mínima (1-0). La visita de Portugal a Belfast se saldó con un rotundo 3 a 0 para los norirlandeses que dejaba a los lusos prácticamente sin opciones y, a la vez, convertía en trascendental el último partido del grupo, que se disputaría en el Windsord Park de Belfast el 15 de enero de 1958. Antes, portugueses e italianos tenían que verse las caras entre sí mientras Irlanda del Norte calentaba motores. Portugal derrotó por tres a cero a Italia en Lisboa, para alegría de los isleños, pero después Italia le devolvió la goleada a la seleçao das Quinas venciendo en Roma por idéntico resultado.

Así las cosas, Irlanda del Norte e Italia afrontaban una auténtica final en un Windsord Park a reventar. Los locales llegaban al encuentro con tres puntos por cuatro de los visitantes, así que el ejército verdiblanco estaba obligado a ganar para clasificarse. 

Y lo hizo. ¡Vaya si lo hizo!

Empezó empujando Italia, que hizo intervenir en dos ocasiones al meta Uprichard, pero poco a poco se fue estirando Irlanda del Norte ayudada por el empuje de su gente. El centrocampista McIlroy enganchó a los trece minutos un disparo desde la frontal y batió por alto a un sorprendido Ottavio Bugatti. El gol espoleó a los locales y el delantero Billy Cush, nombrado mejor futbolista norirlandés de 1957, resolvió un barullo en el área para poner el 2 a 0 en el marcador. Los transalpinos recortaron distancias en la segunda parte tras un error clamoroso del meta norirlandés que aprovechó Dino Da Costa a falta de poco más de media hora para el final del choque, pero no hubo reacción italiana.

Al final, el marcador ya no se movería y el ejército verdiblanco acabó imponiéndose por 2 a 1 para dejar por primera vez en su historia a la azzurra, doble campeona del Mundo en 1934 y 1938, sin Mundial (no había participado en la primera edición de 1930 ni en la de 1950 por voluntad propia). La Nazionale aprendió la lección y se pasó 60 años seguidos sin fallar a ni una sola cita mundialista, hasta que cayó camino de Rusia 2018 en la repesca ante Suecia. Cuatro años más tarde, en la fase de clasificación de Catar 2022, volvería a tropezar de nuevo, esta vez ante Macedonia del Norte, para quedarse, por segunda vez consecutiva, fuera de un Mundial.

El caso es que el cambio de sistema benefició, al menos en esta primera edición, a las selecciones británicas, ya que Inglaterra también se clasificó por delante de la República de Irlanda y de Dinamarca; también lo hizo Escocia, que dejó fuera a España y a Suiza; y la sorprendente Gales, que necesitó una repesca ante Israel para meterse en el Mundial de Suecia. Entre las 16 selecciones que se jugarían el título en Suecia había cuatro de las Islas por primera vez en la historia… Y por última vez hasta el momento.

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Esa selección norirlandesa estaba entrenada por Peter Doherty, también entrenador del Bristol y un interior muy goleador que había colgado las botas en el año 1953 después de haber dejado huella en la liga inglesa y de haber tenido la mala suerte de padecer la Segunda Guerra Mundial en su época de plenitud como futbolista. Pero, pese la campanada de la fase de clasificación, nadie daba un duro por el equipo de Doherty. Mucho menos cuando el sorteo la metió en el grupo de Checoslovaquia, Argentina (campeona de América sólo dos años antes con los Carasucias) y la campeona del mundo, la República Federal de Alemania. Pero el fútbol es tan grande y tan impredecible que Irlanda del Norte dio la sorpresa y se metió en los cuartos de final en su primera participación en un Mundial, enviando a su casa a Argentina y a Checoslovaquia. Además, el atacante norirlandés del Aston Villa Peter McParland anotó 5 tantos el torneo para cerrar una participación histórica de los del Ulster.

Irlanda del Norte debutó ante Checoslovaquia en Halmstad el 8 de junio de 1958 y sólo tardó 16 minutos en ponerse por delante con una tanto del ariete Wilbur Cush, flamante fichaje del Leeds United. Los checoslovacos no pudieron contrarrestar ese gol y el partido acabó 1 a 0, con el grupo patas arriba tras la derrota Argentina ante la campeona Alemania (1-3).

En la segunda jornada, Peter McParland inauguró su casillero goleador en el Mundial a los 3 minutos y puso a la albiceleste contra las cuerdas. Pero un penalti transformado por el Loco Corbatta poco antes del descanso dio aire a los campeones sudamericanos. En la segunda parte, dos tantos del Beto Menéndez y Avio en apenas cuatro minutos desnivelaron el choque hacia el lado argentino. Mientras, Checoslovaquia y Alemania Federal empataban a dos, así que la última jornada del grupo sería de órdago.

El 15 de junio, en Helsingborg, Checoslovaquia asestó a Argentina uno de los golpes más duros de su historia. Vencieron los europeos por 6 goles a 1 y sumieron a la albiceleste en una profunda depresión tras un torneo en el que se presentaban como favoritos y tuvieron que volver a casa prácticamente humillados.

Mientras, en Malmö, Irlanda del Norte volvió a dar la campanada. A los 17 minutos de partido McParland adelantó a los suyos, aunque la alegría no duró mucho, ya que Helmut Rahn, el héroe de Berna, empató 3 minutos después. Pero los debutantes no le perdieron la cara al partido, resistieron las embestidas alemanas y volvieron a sorprender a los teutones con otro tanto de McParland a los 13 minutos del segundo tiempo. Los campeones del mundo se vieron contra las cuerdas, pero a falta de 11 minutos para el final un jovencísimo Uwe Seeler empató el partido (2-2) y clasificó a Alemania Federal para los cuartos de final. La otra plaza del grupo se la tendrían que jugar Checoslovaquia e Irlanda del Norte en un partido de repesca entre ellos.

Dos días más tarde, norirlandeses y checoslovacos se volvían a enfrentar con el primer choque del torneo en el pensamiento. Esta vez, fueron los centroeuropeos los que no se dejaron sorprender y comenzaron con más ímpetu el dominio del partido. A los 17 minutos Zikán obtuvo el premio del gol en una falta de entendimiento entre el defensa y el portero británicos y parecía que la aventura de Irlanda del Norte llegaba a su fin. Pero entonces volvió a aparecer el de siempre, McParland, para empatar el partido al borde del descanso. Billy Cush remató hasta tres veces ante el portero checo, que sacó todos los remates con el pie, hasta que apareció McParland para enviarla definitivamente a la red.

En la segunda parte el marcador no se movió y el desempate se iba a la prórroga, donde McParland aún tenía guardada una bala en la recámara que aprovechó a los nueve minutos del tiempo extra. El atacante cogió la espalda a toda la defensa checoslovaca y remató con la derecha desde dentro del área un balón que metió a su selección en los cuartos de final de un Mundial en su primera participación. ¡Ver para creer! Argentina y Checoslovaquia estaban en casa mientras Irlanda del Norte se mediría a Francia en Norrköping por una plaza en semifinales.

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En los cuartos de final se iban a ver las caras dos selecciones que habían sorprendido a todos, Francia y, sobre todo, Irlanda del Norte, y, además, sobre el césped iban a enfrentarse los dos máximos goleadores del torneo a esas alturas: Fontaine y McParland, los dos con 5 tantos en 3 partidos.

En la charla previa, el seleccionador Peter Doherty les dijo a sus chicos: “Quitémonos de en medio a esta selección francesa… ¡y jugaremos contra el equipo del circo en semifinales!”. Así llamaba Doherty a los brasileños, sin cortarse en absoluto, por las virguerías que solían hacer en los partidos, esa habilidad técnica marca de la casa que Pelé y Garrincha exhibieron en tierras suecas. Y es que los brasileros habían ganado a Gales con un golazo de Edson Arantes Do Nascimento y esperaban ya rival.

Pero al choque de semifinales los norirlandeses llegaron ya vacíos. Cansados de largos viajes en bus y del partido de desempate jugado dos días antes. Los franceses, con los deberes hechos en el grupo, llevaban cinco días descansando. Winieski abrió la lata para Francia a los 22 minutos de partido con un remate cruzado desde el interior del área y los norirlandeses aguantaron bien hasta el descanso. 

Pero en la segunda parte Fontaine destapó su olfato goleador y rompió definitivamente el partido a los diez minutos de la reanudación con un cabezazo que ponía el dos a cero para Francia. Ocho minutos después pondría la puntilla con un tercer gol extraordinario en el que se metió entre los centrales con la pelota controlada, recortó a otro defensa y cruzó ante el portero del ejército verdiblanco. Roger Piantoni cerraría la cuenta con el cuarto tanto a poco más de 20 minutos para el final. Demasiado castigo para los valientes norirlandeses, que volvieron a casa orgullosos de su carta de presentación en una Copa del Mundo. Francia, en cambio, siguió adelante, aunque caería con el “equipo del circo” en semifinales por 5 tantos a 2 y acabaría tercera en el torneo al derrotar a Alemania Federal en el tercer y cuarto puesto (6-3).

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A la vuelta a Irlanda del Norte, McParland y compañía fueron recibidos como héroes y, a medida que pasaban los años, aún se enorgullecían más los aficionados de la heroicidad de esa selección, ya que su selección habría de esperar 24 años para volver a disputar la fase final de un Mundial, concretamente hasta España 82, donde volverían a dar la sorpresa clasificándose para la liguilla de cuartos de final cuando nadie lo esperaba. En España, el inesperado héroe norirlandés fue Gerry Amstrong, que marcó el gol ante los anfitriones que le daba la clasificación a los norirlandeses.

En el banquillo de esa gran selección norirlandesa del 82 se sentaba Billy Bingham, uno de los integrantes de la que había triunfado en Suecia en 1958. Con él de seleccionador, Irlanda del Norte volvería a clasificarse también para el Mundial de México 86, el tercero y último del que ha podido disfrutar hasta la fecha el ejército verdiblanco. El gran Billy Bingham es el único que podía presumir de haber estado en todos.

jueves, 14 de julio de 2022

La generación de oro de Portugal y su profunda huella

Arabia Saudita. Verano de 1989. El Mundial Juvenil se disputa en tierras asiáticas. Allí acude la flor y nata del fútbol del futuro. Los mejores proyectos de futbolistas del mundo. Ahí están, representando al continente americano, la Colombia del portero Córdoba; la poderosísima Brasil de Marcelo Henrique, Sonny Andersson, Bismarck, Marcelinho Carioca y Cassio o la Argentina del Cholo Simeone y el meta Bonano. Ahí están, estandarte de la África del futuro, los nigerianos Elijah, Adepoju y Ugbade. Ahí están, pisando fuerte, los soviéticos Popovich, Timoshenko, Salenko y Kiriakov, Nikiforov y Onopko. Ahí están, aunque su papel fue poco relevante, los españoles Cañizares, Albert Ferrer, Lasa, Larrainzar, Solozábal, Moisés, Urzaiz y Pinilla.

Y, por encima de todos, los que volvieron a casa con la Copa, a los que casi no los esperaba nadie: Portugal. Los entrenaba Carlos Queiroz y la selección absoluta estaba prácticamente en proceso de desintegración después del desastre de Saltillo en México 86, pese a contar con un jugador como Paolo Futre en sus lustrosas filas. Pero Portugal tenía por delante un futuro que se tiñó de oro en el verano de 1989, un futuro encarnado en unos chavales cuyos nombres no olvidarían jamás los lusos: Fernando Couto, Joao Pinto, Paulo Sousa y Xavier.

La Seleçao das Quinas venció a Checoslovaquia (1-0) y a Nigeria (1-0) y perdió por 3 a 0 frente a la anfitriona, Arabia Saudí, en un auténtico batacazo para cerrar el grupo. Aún así, quedó primera y se enfrentó a Colombia en los cuartos de final. Cayeron los cafeteros por un gol a cero, tanto que anotó Couto al borde del descanso. En las semifinales esperaban los favoritos, los brasileños, que acababan de enviar a casa a Argentina en el clásico sudamericano. Pero Portugal volvió a imponerse, esta vez con un tanto de Amaral mediada la segunda parte. En la final volvieron a encontrarse con Nigeria. Y volvieron a ganar. Dos a cero y la primera Copa del Mundo Juvenil pasaba a engrosar las vitrinas de la Federación Portuguesa.

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Pero la cosa no quedó ahí. Dos años más tarde, Portugal acogía la fase final del Mundial Juvenil de 1991 y, además, ponía en juego el título obtenido en Arabia Saudí dos años antes. En medio, la decepción de no clasificarse para la disputa del Mundial de Italia 90 con la selección absoluta. Así que todos los ojos estaban fijos en la selección juvenil de Portugal. De nuevo con Queiroz a la cabeza y con una nueva hornada de jugadores que prometía incluso más que la anterior campeona, porque a Joao Pinto, que aún se mantenía en el equipo, se añadieron un tal Rui Costa y un tal Figo, además de Capucho, Jorge Costa o Rui Bento, para conformar la columna vertebral de un equipo maravilloso que tenía el listón altísimo: debía igualar lo conseguido dos años antes y hacerlo, además, ante su público. Tenía prácticamente la obligación de sofocar las penas que provocaban los mayores.

Empezaron los chavales portugueses sin titubeos, merendándose a los compañeros de grupo casi sin despeinarse en una primera fase plácida. Cayó Irlanda en el debut por dos goles a cero. Besó la lona también Argentina en el segundo envite por tres a cero y cedió también Corea del Sur en el partido que cerraba el grupo (1-0). Los argentinos, por ejemplo, contaban en sus filas con Pochettino, Pellegrino o Esnáider, que no es moco de pavo.

En las eliminatorias, los chicos de Queiroz empezaron a sentir la presión de ser favoritos y de jugar ante su público, un nivel de exigencia superlativa que fueron gestionando a duras penas. En cuartos de final, México esperaba a los lusos con ganas. Y se lo puso difícil. Portugal se había adelantado de penalti en el minuto tres y Delgado había empatado para el Tri a falta de diez minutos para el final de la primera parte. El marcador no se movería más y la prórroga iba a decidir el destino de los de Queiroz en el torneo. El delantero Toni salió al rescate y anotó el gol del triunfo en el tiempo extra.

En semifinales, la sorprendente Australia esperaba a los anfitriones. Los socceroos se habían impuesto en un grupo muy duro a la temible Unión Soviética y, después, eliminaron a Siria en los penaltis en cuartos de final. Rui Costa decidió el pase de Portugal con un gol en la recta final de la primera parte. Allí se verían las caras con la Brasil de Roberto Carlos, Marquinhos y Élber. La final fue tensa, dura y con pocas ocasiones para ambos equipos. Acabó sin goles y se hubo de decidir el campeón desde el punto de penalti. Y ahí la suerte sonrió a Portugal, que no falló ni un solo lanzamiento, mientras que Élber y Marquinhos fallaban los suyos. 4 a 2 en los penaltis y la segunda Copa del Mundo Juvenil consecutiva para los lusos.

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El segundo triunfo de Portugal en el Mundial Juvenil disparó la euforia de toda la nación y las ganas de ver a esos chicos vistiendo la camiseta de la absoluta, para revertir una historia donde el hito de Eusébio en Inglaterra 66 quedaba cada día más y más lejos. Y, poco a poco, esos jóvenes campeones fueron entrando en la absoluta y fueron, poco a poco, derribando barreras. Aunque les costó lo suyo.

No pudo Portugal, entrenada por Carlos Queiroz y con la base de una Generación de Oro muy joven, clasificarse para el Mundial de Estados Unidos en 1994, aunque estuvo a punto. Cayó en un grupo complicadísimo con Italia, Suiza y Escocia, además de las más débiles Estonia y Malta. Sólo se clasificaban dos y los hicieron suizos e italianos, aunque la Seleçao das Quinas se jugó la clasificación en el último partido ante Italia en Milán. Cayeron los lusos por uno a cero con tanto de Dino Baggio a falta de 7 minutos para el final y hubieron de retirarse a lamerse las heridas. La selección aún estaba demasiado verde para bregar en esas lides.

Sí se clasificaron los portugueses para la Eurocopa de Inglaterra en 1996, ya totalmente asentados en el equipo Figo (que acababa de completar su primera temporada en el FC Barcelona), Rui Costa (estrella en ese momento de la Fiorentina), Fernando Couto y el portero Vítor Baía (los dos recalarían en el FC Barcelona después del torneo, el central procedente del Parma y el portero del Oporto) o el joven delantero del Boavista Nuno Gomes. Allí, en Inglaterra, donde Eusebio y compañía habían hecho historia 30 años antes, la Generación de Oro se hizo mayor alcanzando los cuartos de final con solvencia en un grupo complicadísimo que compartieron con la Croacia de Suker y Boban y la Dinamarca de Laudrup. Pero en cuartos se cruzó en su camino una República Checa sorprendente, desbordante e ilusionante, con Nedved y Poborsky erigiéndose en líderes de un equipo que alcanzaría la final. Portugal se tenía que despedir del torneo con una sensación agridulce.

El próximo reto para la Generación de Oro era la disputa de un Mundial al que Portugal no acudía desde 1986, pero la fase de clasificación para Francia 98 resultó un duro golpe para la selección das Quinas, ya que falló en visitas asequibles a Armenia o a Irlanda de Norte y ahí empezó a escapársele el billete. Porque Alemania hizo los deberes y Ucrania aguantó el paso para ser segunda y meterse en una repesca en la que cayó ante Croacia. Parecía que la historia de Portugal con el Mundial estaba realmente maldita.

El fiasco de la Generación de Oro camino hacia Francia 98 enardeció los ánimos de la afición, pero resultó ser un revulsivo para los jugadores, que aprendieron de sus errores y siguieron adelante. Se incorporaron futbolistas como Costinha, Pauleta y Conceiçao y se clasificaron sin problemas para la Eurocopa de 2000 en Bélgica y Países Bajos, donde destaparon el frasco de las esencias y dejaron claro que había que empezar a contar con ellos para todo. La Seleçao das Quinas se deshizo de Inglaterra, Alemania y Rumanía en un grupo complicadísimo y eliminó sin problemas a Turquía en los cuartos de final. En las semifinales se las vieron con la campeona del Mundo, la Francia de Zidane, y se adelantaron en el marcador con un golazo de Nuno Gomes para soñar con disputar la final de la Eurocopa por primera vez en su historia. Pero el mal fario se cebó con los portugueses. En la segunda mitad. Henry empató de disparo cruzado y mandó la semifinal a la prórroga. Y ahí, en una época en la que valía el gol de oro, a Abel Xavier le pitaron un penalti por manos dentro del área que Zidane transformó para acabar con el sueño portugués. La Generación Dorada se quedó a las puertas del éxito mientras Francia se proclamaba campeona de Europa tras superar a Italia en la final con otro gol de oro, esta vez en jugada y obra de Trezeguet.

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Parecía que Portugal ya estaba preparada para todo y lo refrendó clasificándose para el Mundial de Corea y Japón en 2002, la tercera Copa del Mundo de su historia 16 años después de su última presencia.

Pero en Corea y Japón llegó un descalabro doloroso e inesperado. Los portugueses cayeron en un grupo aparentemente sencillo, con Corea del Sur, Estados Unidos y Polonia. Debutaban los lusos ante Estados Unidos y entraron tan dormidos en el partido que a los 36 minutos ya llevaban 3 goles en contra. Los aplicados norteamericanos casi no se lo podían creer. Los aficionados portugueses tampoco. Beto marcó el primer gol portugués al borde del descanso y dejó abierta una puerta a la esperanza, pero en la segunda mitad los yanquis blindaron su portería y los de Antonio Oliveira no encontraron el camino de la remontada. Pese a que Jeff Agoos marcó en su propia portería a falta de 20 minutos para la conclusión, los lusos no pudieron remontar. El ansiado torneo empezaba con mal pie para los ibéricos.

A pesar del tropiezo, el partido ante Polonia resultó un bálsamo. Pauleta anotó tres goles y Rui Costa otro más para certificar un 4 a 0 que parecía que metía de lleno a Portugal en la lucha por alcanzar los octavos de final del torneo. Sin embargo, el último partido ante Corea del Sur iba a suponer un trauma para los lusos. El equipo asiático, entrenado por Guus Hiddink, se impuso con un gol del joven Park Ji Sung para seguir adelante junto a Estados Unidos y enviar a Portugal a casa. En ese partido se empezó a intuir que Corea del Sur llegaría lejos en el Mundial. Porque el arbitraje fue casero, casero, como seguiría siéndolo en los octavos ante Italia y los cuartos ante España. Portugal presenció el devenir de los surcoreanos en el Mundial desde su casa.

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Pero si las desgracias curten, la que vivieron los portugueses en la Eurocopa de 2004 curtió muchísimo. Porque la Generación de Oro ya en su máximo esplendor, con la incorporación de un jovencísimo Cristiano Ronaldo, vivió en sus carnes la derrota más dura de toda su carrera deportiva: caer en Lisboa en la primera final de la Eurocopa de su historia ante la sorprendente Grecia de Otto Rehhagel en una de las mayores sorpresas de la historia del torneo.

Portugal ya probó la medicina griega en el primer encuentro. Una selección formada por una gran mayoría de los jugadores del Oporto, campeón de Europa con Jose Mourinho a los mandos. Jorge Costa, Ricardo Carvalho, Nuno Valente, Costinha, Maniche y Deco eran la columna vertebral del Oporto y también lo serían de la selección, junto a Andrade, Rui Costa, Figo, Pauleta y un jovencísimo Cristiano Ronaldo, la incipiente estrella del Manchester United. Todos bajo el mando de Luiz Felipe Scolari, campeón del mundo con Brasil en 2002.

Pero los esforzados griegos no se dejaron impresionar. Karagounis silenció Do Dragao a los siete minutos y Basinas, que transformó un penalti al inicio de la segunda parte, lo convirtió definitivamente en un funeral. La irrupción del joven Cristiano Ronaldo reavivó el choque, pero su gol de penalti en el tiempo añadido no bastó para remontar y dejó a Portugal al borde del abismo.

Una victoria ante la Rusia del zar Mostovoi, que había caído por uno a cero ante España, unida al empate a uno entre griegos y españoles, daba a la selección das Quinas una última bola extra. La aprovecharon los lusos con un tanto de Nuno Gomes que dejó fuera a sus vecinos y supuso una bocanada de aire después del gran susto heleno. Al final, los de Scolari fueron primeros de grupo y se medirían a Inglaterra en cuartos de final.

El partido ante los ingleses fue frenético. Owen adelantó a los Tres Leones a los tres minutos y Portugal se pasó todo el partido luchando contra su sino. Al final, la fe dio sus frutos y Postiga empató a falta de siete minutos para el final. En la prórroga, Rui Costa adelantó a los suyos a falta de cinco minutos para los penaltis, pero Lampard volvió a empatar sobre la hora. Los penaltis decidirían el semifinalista. Y ahí apareció Ricardo, el portero luso, que en la muerte súbita detuvo el lanzamiento de Vassell y lanzó él mismo el que le dio la victoria a su equipo. Portugal estaba en semifinales con muchísimo sufrimiento.

Y ahí esperaba Holanda, una selección potentísima que no fue capaz de plantarle cara a unos lusos enrabietados. Cristiano en la primera parte y Maniche a los 13 de la segunda encarrilaron un partido al que Andrade, con un gol en propia puerta, le dio un poco emoción. Finalmente, y por primera vez en su historia, Portugal disputaría la final de la Eurocopa.

Y enfrente tendría de nuevo a Grecia, también presente en la final por primera vez. Así que el torneo acabó tal como empezó. Con el mismo partido, aunque en distinto escenario, ya que la final se disputaría en el estadio da Luz de Lisboa. Los lusos venían con la lección aprendida, ya que su única derrota se la habían infringido los helenos, pero volvieron a caer en la precipitación del primer partido ante una selección cerrada que se encomendaba al contragolpe. Charisteas, a los doce minutos de la segunda parte, cabeceó un centro desde la esquina de Basinas para volver a sorprender a Portugal y llevarse la Eurocopa en la despedida de la selección de Rui Costa.

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Un país entero lloró la derrota. Pero Portugal, una vez más, se levantaría de sus cenizas para volver a dejar muy alto el pabellón del fútbol luso en el Mundial de Alemania 2006, el cierre a definitivo a los rescoldos de la Generación de Oro, cuyo último integrante, el capitán Luis Figo, iba a coronar su brillante carrera con un cuarto puesto en el torneo.

Portugal mantuvo la base de la Eurocopa 2004, con su entrenador Scolari incluido, y ganó los tres partidos de la primera fase ante la debutante Angola (1-0), la República de Irán (2-0) y México (2-1). Pero el primer puesto del grupo no le garantizó un buen cruce y le tocó medirse con Holanda en un, a priori, espectacular duelo de octavos de final.

Pero el partido entre Portugal y Holanda no hizo honor al talento que se acumulaba en el terreno de juego y se convirtió en una batalla campal que será recordada siempre como la batalla de Núremberg. Patadas, broncas, balonazos, cuatro expulsiones (dos por bando) y un solitario gol de Maniche a los 23 minutos metieron a Portugal en los cuartos de final del Mundial. Allí esperaba Inglaterra, último escollo para, como mínimo, repetir las semifinales disputadas en el Mundial de 1966, el de Eusébio.

Ante los Tres Leones no estarían Deco ni Costinha, ambos expulsados en la batalla ante los holandeses. El encuentro fue muy igualado y muy disputado, aunque con escasas ocasiones para ambos equipos. Pero las cosas se le iban a complicar a Inglaterra en la segunda parte. Primero porque a los siete minutos de la reanudación Beckham se marchó del campo lesionado y, segundo, porque diez minutos más tarde Wayne Rooney hizo una de las suyas: pisó a Carvalho en los testículos y se enzarzó con Cristiano Ronaldo cuando el portugués pedía al árbitro su expulsión. Concedida. Rooney a la calle e Inglaterra a aguantar con uno menos casi media hora de juego. A la que habría que sumar la prórroga, porque nadie fue capaz de marcar un gol en los noventa minutos. Tampoco en el tiempo extra. Y Ricardo volvió a vestirse de Superman para detener 3 lanzamientos ingleses y dejar en anécdota los que fallaron sus compañeros Hugo Viana y Petit. Tres a uno en la tanda y Portugal pasaba a las semifinales de un Mundial por segunda vez en su historia. Habían pasado 40 años.

Pero en las semifinales, la selección das Quinas no pudo con el rejuvenecido Zidane, que volvió a echarse a los hombros a toda la selección francesa. Cuatro partidos oficiales había disputado Portugal ante Francia hasta ese instante y los había perdido los cuatro. El quinto no iba a ser una excepción.

Entró Portugal bien en el partido, con ocasiones de Deco y Maniche, pero pronto se hizo Francia con el control del partido a través del dominio de Zidane y Ribery en el centro del campo. El momento clave fue el penalti señalado a Carvalho por una falta sobre Tierry Henry. Dudoso. Pero Zidane lo metió para dentro. En la segunda mitad Portugal lo intentó con todas sus fuerzas, pero no encontró por dónde meterle mano a una zaga francesa bien colocada, dura y expeditiva y el partido fue muriendo poco a poco. Francia estaría en la final y Portugal tendría que conformarse con disputar el tercer y cuarto puesto ante la anfitriona, Alemania, que había caído en la prórroga ante una sorprendente y magnífica Italia.

El 8 de julio de 2006, en Stuttgart, Luis Figo no fue de la partida. El capitán, a sus 33 años, había jugado de inicio todos los partidos del torneo y Scolari le dio descanso con la intención de sacarlo en la segunda mitad. El partido no tuvo demasiada historia y los alemanes, que se lo tomaron más en serio ante su público, vencían por dos a cero cuando el 7 luso saltó al césped en el minuto 77 para sustituir a Pauleta y disputar sus últimos instantes con la camiseta portuguesa. El estadio se puso en pie para ovacionarlo. Alemania marcó el tercer gol casi al instante, pero a Figo aún le quedó tiempo de asistir a Nuno Gomes para que hiciera el gol del honor en el descuento (3-1).

Con el pitido final de ese partido por el tercer y cuarto puesto del Mundial de Alemania se extinguió la Generación de Oro, pero la regeneración portuguesa, que empezó con los triunfos en los Mundiales Juveniles de 1989 y 1991 de esa misma generación, ya era total e imparable.

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En resumen, a partir de la caída en la fase de clasificación para el Mundial de Francia 98, los lusos se han clasificado para todas las Eurocopas y Mundiales disputados hasta la fecha. Un equipo que sólo había asistido al Mundial de 1966 de la mano de Eusébio, y al de 1986 en toda su historia, a partir de Corea y Japón 2002 ya no faltaría a ninguno. Y ése es, básicamente, el mérito de una Generación de Oro que quizá no fue capaz de traducir en títulos un potencial extraordinario, pero sí consiguió transformar hasta la médula la esencia de la selección portuguesa para convertirla en candidata a todo en cada torneo. Porque la Generación de Oro cambió la historia y la mentalidad de la Seleçao das Quinas para siempre.

Tanto es así, que sus sucesores consiguieron levantar el primer gran título de la historia de Portugal en 2016, en la Eurocopa de Francia, cuando un gol en la prórroga de Éder llevó la alegría a todo un país que suspiraba por ese título desde la final perdida en el estadio da Luz en 2004. 

Y ahora que la generación de Cristiano Ronaldo empieza poco a poco a desvanecerse, se vislumbra una nueva, encabezada por jóvenes con experiencia como Renato Sanches, Gonçalo Guedes, Diogo Jota, Joao Felix o Rafael Leao que rezuma la esencia de todas las anteriores: gusto por el buen fútbol, calidad técnica individual y colectiva, velocidad, orgullo y competitividad. Una Portugal temible que aprendió a serlo desde el retorno a los Mundiales en Corea y Japón, hace ya 20 largos años, con la ayuda inestimable de una Generación de Oro.