"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

martes, 23 de enero de 2024

De Stábile a Müller. Los máximos goleadores de la Copa Jules Rimet (1930-1970)

Desde los inicios de la Copa del Mundo en 1930 en Uruguay, los goleadores han sido siempre los especímenes más buscados. Esos futbolistas capaces de hacer cambiar el signo de un partido en un momento de inspiración. Esos jugadores que siempre están en el lugar adecuado en el momento preciso y consiguen encarrilar un encuentro, o darle la vuelta, haciendo lo más difícil en el mundo del fútbol: que el balón repose en el fondo de las mallas de la portería rival.

En una competición de la intensidad, la dureza, presión y la brevedad de una Copa del Mundo, donde se reúnen cada cuatro años los mejores jugadores del planeta defendiendo el escudo de su selección, ser uno de esos futbolistas desequilibrantes que tienen una relación idílica con el gol supone escribir una página de oro en la historia del fútbol.

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El primer futbolista que escribió una de esas páginas doradas en la historia de la Copa del Mundo, el primer máximo goleador de un Mundial, fue Guillermo Stábile, “el Filtrador”, atacante de Argentina en el Mundial de 1930. El delantero de Huracán viajó a Uruguay, en principio, para ser el suplente de Roberto Cherro, “Cabecita de Oro”, el máximo anotador de Boca Juniors. De hecho, en el debut de la albiceleste ante Francia (1-0), Stábile no jugó. Sin embargo, el entrenador Juan Tramutola le dio la titularidad en el segundo partido ante México. El ariete respondió anotando tres goles en su debut con su selección para derrotar a los mexicanos por 6 a 3. Y, claro, ya no salió del once en todo el torneo.

Stábile le endosó dos goles más a Chile (3-1) en el encuentro que cerraba la primera fase; anotó otros dos en la goleada que la albiceleste le propinó a EEUU en semifinales (6-1), para acabar anotando su último tanto en la gran final ante Uruguay. El delantero de Huracán hizo el 1 a 2 para poner por delante a Argentina antes del descanso, pero sirvió de poco porque los charrúas le dieron la vuelta al partido en la segunda parte para vencer por 4 a 2 y levantar la primera Copa del Mundo de la historia.

El delantero argentino se llevó el disgusto de no ganar el Mundial, pero regresó a casa como un héroe tras marcar en todos los partidos que disputó. En total, ocho goles en sólo cuatro encuentros. Un registro impresionante que nadie fue capaz ni de igualar ni de batir hasta 1950.

Tan bien lo hizo Stábile que emigró a Italia a la conclusión de la Copa del Mundo. Fichó por el Genoa italiano en el que jugó cinco temporadas, para cerrar su carrera futbolística vistiendo una campaña la zamarra del Nápoles y tres más la del Red Star FC de París, donde se retiró en 1939. Después se haría cargo del banquillo de la selección argentina en dos etapas: la que va desde 1941 a 1959 y una segunda más breve entre 1960 y 1961.

Con “el Filtrador” en el banquillo, Argentina levantó seis veces la Copa América (1941, 1945, 1946, 1947, 1955 y 1957), aunque se la pegó en el Mundial de Suecia 58, cuando la albiceleste se embarcó hacia la Copa del Mundo por primera vez desde 1930, justo el Mundial en el que Stábile fue el máximo goleador y Argentina subcampeona del Mundo. El desastre fue mayúsculo, pero no alcanzó a empañar la tremenda carrera de Guillermo Stábile como jugador y como técnico.

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Cuatro años más tarde, en 1934, la Copa del Mundo se disputó en Italia. Ni Uruguay ni Argentina acudieron a la cita, molestos por la ausencia de la mayoría de selecciones europeas en el Mundial de Uruguay, así que el torneo tuvo un claro color europeo. El que le dieron la Italia de Pozzo, a la postre campeona, Alemania, Austria, Hungría, Suecia, España… y la sorprendente Checoslovaquia, que se plantó en la final y estuvo a punto de darle un buen susto a la anfitriona.

Los checos no sólo hicieron un torneo espectacular, sino que contaban en sus filas a Oldrich Nejedly, que se proclamaría máximo goleador de la Copa del Mundo merced a los cinco goles que marcó en los cuatro encuentros que disputó.

El delantero del Sparta de Praga abrió su cuenta goleadora en los octavos de final ante Rumanía, anotando el 2 a 1 que daba el pase a cuartos a su selección. En los cuartos de final Checoslovaquia sufrió muchísimo para doblegar a una correosa Suiza. A falta de ocho minutos para el final, y con 2 a 2 en el marcador, Nejedly clasificó a los checoslovacos con su segundo tanto en la Copa del Mundo. Las semifinales ante Alemania se convirtieron en una exhibición del delantero checoslovaco, que fulminó a los teutones con tres goles que metían a Checoslovaquia en la final de la Copa del Mundo contra todo pronóstico (3-1). Por el camino se habían quedado selecciones como España, Austria o Hungría. Pero ninguna de ellas contaba con el pichichi Nejedly.

En la finalísima, el delantero checoslovaco estuvo muy bien vigilado por Alemandi y Monteglio, quienes recibieron siempre las ayudas de Luis Monti para frenarlo. El máximo goleador se quedó sin marcar y, como Stábile cuatro años antes, sin levantar la Copa. Su compañero Antonín Puc había adelantado a los suyos a la media hora de la segunda mitad, pero Orsi empató seis minutos más tarde y, ya en la prórroga, Angelo Schiavio se convirtió en el héroe de la azzurra marcando el tanto que le dio a Italia su primera Copa del Mundo.

Nejedly también participó en el Mundial de Francia en 1938, donde volvió a demostrar que tenía el gol en las venas marcando 2 tantos en los 2 encuentros que disputó. El último partido le enfrentó a Brasil en los cuartos de final, donde checoslovacos y brasileños protagonizaron una batalla campal más que un partido de fútbol (de hecho, pasaría a la historia como la “Batalla de Burdeos”). El 1 a 1 que forzaría un partido desempate lo hizo Nejedly desde el punto de penalti, antes de abandonar el campo con la pierna derecha rota. El 1 a 0 lo había hecho el que sería su sucesor, un fenómeno que vestía la camiseta brasileña y que respondía al nombre de Leónidas. El desempate lo ganó Brasil, aunque Nejedly no pudo jugarlo, claro.

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En el Mundial de Francia de 1938, el Diamante Negro fue el auténtico protagonista, aunque, como sus antecesores goleadores, no pudo levantar al cielo de París la Copa del Mundo. De hecho, ni siquiera pudo su selección, la brasileña, disputar una final que volvieron a llevarse los italianos para ser la primera selección que repetía título y la primera que vencía lejos de su propio país.

Quizá la historia hubiera sido distinta si Leónidas, que había anotado siete goles en los tres partidos anteriores, hubiese jugado las semifinales ante Italia, pero no lo hizo. Su seleccionador, Adhemar Pimenta, decidió que reservaría a un Leónidas mermado físicamente tras los dos choques de cuartos de final ante Checoslovaquia para una hipotética final. Brasil cayó por 2 a 1 ante Italia y ni Leónidas ni Brasil jugarían esa ansiada final. Pese a todo, al Diamante Negro le dio tiempo en tan solo tres partidos a inscribir su nombre con letras de oro en la historia de la Copa del Mundo y a llevarse el título honorífico de máximo goleador del torneo.

Abrió fuego Brasil ante Polonia en los octavos de final en Estrasburgo, en el que se convirtió en uno de los mejores encuentros de la historia de la Copa del Mundo. Leónidas abrió el marcador de un encuentro que los brasileños controlaban por 3 a 1 al descanso, pero que se descontroló totalmente en la segunda mitad. El polaco Ernest Wilimowski decidió sumarse a la fiesta y marcó dos goles para poner el 3 a 3 en el marcador. Pero Perácio hizo el cuarto de Brasil a falta de catorce minutos para el final y, cuando todo parecía sentenciado, volvió a aparecer Wilimovski para marcar su tercer tanto y enviar el choque a la prórroga (4-4).

En el tiempo extra compareció de nuevo Leónidas para sacar a su equipo del apuro. Anotó dos tantos (dicen que uno de ellos descalzo cuando perdió la bota en el barrizal en el que se había convertido el terreno de juego) para dar el pase a Brasil a los cuartos de final. Pero Ernest Wilimowski aún no había dicho su última palabra y recortó distancias a falta de dos minutos para meter el miedo en el cuerpo de Leónidas y compañía (6-5). Y más cuando su compañero Erwin Nyc envió el balón al travesaño ya con el tiempo cumplido. Brasil, con mucho sufrimiento y gracias a los tres goles de Leónidas, pasaba de ronda. Los cuatro de Wilimowski no fueron suficientes para Polonia.

En los cuartos de final a Brasil le tocó en suerte la subcampeona del mundo, Checoslovaquia. En la llamada batalla de Burdeos el gol de Leónidas fue contrarrestado por el de Nejedly (1-1). El colegiado envió a la ducha a los brasileños Martim y Procopio y al checoslovaco Jan Riha. El capitán Planicka sufrió una fractura en el hombro y Nejedly en la pierna derecha, mientras que los brasileños Leónidas y Peracio también abandonaron el campo tocados.

Pese a las molestias, Leónidas disputó el partido de desempate ante los checoslovacos y acudió a su cita con el gol. Igualó el tanto de Kopecky en los primeros minutos de la segunda parte para que Roberto confirmara la remontada y la clasificación brasileña con otro tanto apenas seis minutos después (2-1). Brasil, con 5 goles del Diamante Negro, estaba en las semifinales del torneo y se mediría a Italia, la defensora del título.

Leónidas no lo hizo.

Y Brasil cayó.

Curiosamente, en el partido por el tercer y cuarto puesto ante Suecia, Leónidas sí fue de la partida. Y se despidió del torneo con una victoria (4-2) y con dos goles más en el zurrón que le convertían en el máximo goleador del Mundial. Poco consuelo para un jugador que sólo tenía entre ceja y ceja ganar la Copa del Mundo. 

Pero así es la vida. 

Así es el fútbol.

Pese a todo, el astro de la canarinha maravilló al mundo y se convirtió en una de las primeras estrellas de un deporte, el fútbol, que ya se había convertido en todo un espectáculo de masas y que iba camino de abandonar el amateurismo para convertirse en profesional.

Pero entonces estalló la Segunda Guerra Mundial y todo se vino abajo.

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El Mundial volvió a disputarse en 1950 y Brasil fue el país elegido para organizarlo. Los brasileños conformaron un equipo temible con el único objetivo de levantar por primera vez la Copa del Mundo y, además, ante su público.

La Canarinha acababa de obtener su primer título internacional ganando el Sudamericano de 1949 y el clima entre aficionados, prensa, directivos y jugadores era de tremendo optimismo. No era para menos, porque el ataque de "la Scracht” era espectacular: Jair, del Palmeiras; Zizinho, del Flamengo; Chico, del Vasco da Gama; Baltazar del Corinthians; Friaça, del Sao Paolo y la joya de la corona, Ademir, el delantero centro indiscutible del Vasco de Gama y de la Seleçao.

Ademir, apodado “Queixada”, marcó goles de todos los colores durante el torneo. Le hizo dos a México (4-0) y otro a Yugoslavia (2-0) en una primera fase en la que sólo se quedó sin marcar ante Suiza (2-2), pero destapó todo su instinto goleador en el triangular final. A Suecia le marcó cuatro goles (7-1) y a España otros dos (6-1) para sumar nueve tantos antes de la “final” ante Uruguay y superar los ocho con los que Stábile se había llevado la Bota de Oro en el Mundial de Uruguay de 1930. 

Pero…

Todos esos goles los hubiera cambiado Ademir por uno solo en Maracaná en el último partido ante Uruguay. Porque Brasil sólo necesitaba un empate ante la Garra Charrúa para ganar el primer Mundial de su historia y con el tanto de Friaça al principio de la segunda parte todo parecía hecho. Pero Schiaffino y Ghiggia le dieron la vuelta a la final que no era final para perpetrar el Maracanazo, levantar su segunda Copa del Mundo y sumir en la tristeza más profunda a todo un país. Ademir incluido, pese a sus nueve goles.

Y Barbosa, sobre todo el meta Barbosa…

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Cuatro años más tarde, la favorita para ganar la Copa del Mundo era Hungría. Los Mágicos Magiares se presentaron en Suiza en 1954 con un equipo de ensueño que practicaba un fútbol espectacular e imparable para sus rivales. El ataque de los de Gusztav Sebes estaba formado por jugadores de la talla de Puskas, Czibor, Hidegkuti, Toth y Kocsis. En una delantera en la que todos intercambiaban constantemente sus posiciones, el más fijo como delantero centro era Kocsis, que se hartó a meter goles en el Mundial.

Y es que los Mágicos Magiares fueron como un ciclón que lo arrasaba todo a su paso. Se plantaron en cuartos de final tras derrotar a Corea del Sur por 9 a 0 y a Alemania Federal por 8 a 3. ¡¡17 goles a favor en dos encuentros!! Kocsis había firmado 6 de esos 17 (dos a los surcoreanos y cuatro a los alemanes).

En cuartos de final cayó Brasil en la Batalla de Berna (4-2). Kocsis anotó el segundo y el cuarto. Y en semifinales cayó la Campeona del Mundo, Uruguay, que consiguió forzar la prórroga con dos goles milagrosos de Hohberg (el partido acabó 2 a 2), pero no pudo resistir el huracán Kocsis, que marcó los dos tantos que daban la victoria y el pase a la final a los Magiares Mágicos (4-2).

Y en la final… El Milagro de Berna

Alemania Federal logró lo imposible. Hungría ganaba a los ocho minutos por dos goles a cero, obra de Puskas y de Czibor, pero Morlock a los diez minutos y Rahn a los dieciocho empataron el encuentro. En la segunda mitad, en un auténtico barrizal, los Magiares Mágicos fueron incapaces de hacer un gol, mientras que Helmut Rahn se convirtió en el héroe de Alemania tras marcar un golazo a falta de cuatro minutos para la conclusión que los húngaros ya no pudieron contrarrestar. Aunque estuvieron a punto de hacerlo con un gol de Puskas que el colegiado anuló por un fuera de juego muy justito.

Kocsis, que había marcado 11 goles en cuatro partidos, 4 de ellos a Alemania Occidental en la primera fase, no acudió a su cita con el gol. Se lo impidieron los postes cuadrados y Toni Turek, el cancerbero alemán. Y Fritz Walter, el capitán de la Mannschaft dirigida por Sepp Herberger, alzó al cielo de Berna la primera Copa del Mundo de su historia.

Kocsis se tuvo que conformar con ser el máximo goleador de uno de los mejores torneos disputados hasta hoy. Un torneo en el que se disputaron 26 partidos y se convirtieron 140 goles. Un torneo con una media de más de cinco tantos por encuentro. Un torneo repleto de partidos apasionantes, como el que enfrentó a Austria y Suiza en cuartos de final que aún ostenta el récord de goles en un partido de la Copa del Mundo (7-5).

Un torneo con un final dramático que dejó a Hungría totalmente colapsada y a Kocsis, que marcó 11 goles, con un premio de consolación que nunca saboreó. Y con un odio hacia Berna que resurgió siete años más tarde, cuando, en el mismo escenario, volvió a toparse con los postes cuadrados defendiendo la camiseta del FC Barcelona ante el Benfica en la final de la Copa de Europa de 1961. 

El fútbol... Ese deporte donde los postes también juegan y no siempre gana el mejor.

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En Suecia 1958 los protagonistas iban a ser dos jóvenes brasileños que cicatrizarían las heridas del Maracanazo con un fútbol de ensueño coronado con la primera Copa del Mundo para la Canarinha. Pelé y Garrincha devolvieron la ilusión a Brasil y glorificaron la verdeamarelha en un torneo perfecto que pasaría a la historia, además por ser el primero en que una selección americana vencía en el continente enemigo. Nadie más lo volvió a hacer hasta que Alemania destrozó los dueños brasileños con el Mineirazo en Brasil 2014 y venció a la Argentina de Messi y Sabella en la prórroga con el gol de Gotze.

El espectáculo en Suecia lo pusieron los brasileños. El gol lo puso Just Fontaine. El delantero francés que estuvo a punto de no ir al Mundial porque arrastró una lesión durante gran parte de la temporada fue el estilete perfecto de una Francia comandada en la sala de máquinas por Raymond Kopa. Los galos llegaron más lejos que nunca en un Mundial. Hasta semifinales, donde se encontraron con una Brasil irrepetible que les despertó de golpe del sueño (5-2).

Porque Francia hizo un torneo espectacular y sorprendió a todo el mundo con un fútbol vistoso, atractivo y ofensivo que coronaba Fontaine con goles de todos los colores. El ariete francés empezó con un triplete a Paraguay en el estreno de Francia en el Mundial (7-3). Siguió anotando dos goles ante Yugoslavia que no sirvieron de nada porque los balcánicos se llevaron el partido (2-3). Y cerró la primera fase con otro tanto en la victoria ante Escocia que metía a los galos en cuartos de final (2-1). Cuando algunos aún no se habían atado ni las botas, Fontaine ya sumaba seis goles en tres partidos.

En cuartos de final, el delantero del Stade Reims colaboró con 2 tantos a la victoria ante Irlanda del Norte (4-0). Y en las semifinales, pese a que Brasil apeó a Francia del torneo con un contundente 5 a 2, Fontaine hizo uno de los dos goles franceses. Para cerrar la cuenta más longeva de la historia, el galo aún se guardó cuatro chicharros para vencer en el tercer y cuarto puesto a la campeona vigente, Alemania Occidental (6-3).

Si las cuentas no fallan, Just Fontaine anotó 13 goles en 7 partidos. Y marcó en todos los encuentros que disputó. Nadie hasta nuestros días ha superado esos 13 goles de Fontaine en una sola edición de la Copa del Mundo y sólo tres jugadores han superado ese registro, aunque necesitaron de varios torneos: Miroslav Klose, de Alemania, que marcó 16 goles repartidos entre cuatro Mundiales (Corea y Japón 2002, Alemania 2006, Sudáfrica 2010 y Brasil 2014); Ronaldo, que sumó 15 tantos en tres participaciones (Francia 98, Corea y Japón 2002 y Alemania 2006) y el Gerd "Torpedo" Müller, que fue el que más se acercó porque “sólo” necesitó dos Mundiales para marcar 14 goles (10 en México 66 y otros 4 en Alemania 74).

Vamos, que lo que hizo Just Fontaine en Suecia 58 es, sencillamente, irrepetible.

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El Mundial de Chile de 1962 ha pasado a la historia como uno de los torneos más violentos. Más que goles, batió el récord de trifulcas, batallas campales, patadas, lesiones y expulsiones cuando aún no existían ni las tarjetas. En ese contexto, no es de extrañar que tras dos Copas del Mundo con partidazos y goles a mansalva nos encontremos con un torneo donde la Bota de Oro la compartieron un sinfín de jugadores con la friolera de… ¡cuatro goles!

Al menos el Mundial lo ganó el mejor. Lo que no siempre ocurre. Brasil levantó su segunda Copa del Mundo gracias al paso al frente de Garrincha tras la lesión de Pelé y su eficacia goleadora, unida a la de Vavá, otro superviviente del Mundial de Suecia. Ambos fueron de los que marcaron cuatro tantos en toda la competición. De hecho, Vavá se convirtió en el primer futbolista en marcar en dos finales: lo hizo en la del 58 ante Suecia (5-2) y lo volvió a hacer en la del 62 ante la sorprendente Checoslovaquia (3-1).

También marcaron cuatro goles en el torneo el chileno Leonel Sánchez, el húngaro Florian Albert, el ruso Valentin Ivanov y el yugoslavo Drazen Yerkovic. 

Y para de contar.

Y gracias. 

Porque contar los lesionados hubiera sido bastante más difícil.

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En el Mundial de Inglaterra de 1966 el once de la Rosa consiguió quitarse la cruz mundialista que llevaba a cuestas desde su debut en Belo Horizonte en 1950 y levantó al cielo de Londres su primera Copa del Mundo.

Los pupilos de Alf Ramsey se coronaron en Wembley a los mandos de Bobby Robson ante una gran Alemania Federal que igualó por dos veces el partido y vendió muy cara su derrota. Al final, el famoso gol fantasma de Geoff Hurst en la prórroga fue una losa imposible de levantar para los teutones, que aún recibirían otro tanto de Hurst en el descuento para acabar claudicando por 4 a 2. Hurst, además, se convirtió en el primer futbolista de la historia en marcar tres goles en la final de una Copa del Mundo.

Pero el goleador del torneo fue otro grandísimo futbolista. Eusébio, “la Pantera Negra”, consiguió con sus goles que Portugal se metiera en las semifinales de una Copa del Mundo en su primera participación. Metió nada más y nada menos que nueve tantos y sólo se quedó sin ver puerta en el debut de los lusos ante Hungría que acabó con victoria portuguesa por 3 a 1. A partir de ahí no paró de perforar las metas de sus rivales.

Marcó el segundo tanto de Portugal ante Bulgaria (3-0). Anotó el segundo y el tercero ante la campeona Brasil para dejarla fuera del Mundial en la primera fase (3-1). Sofocó la rebelión norcoreana en cuartos de final después de que los asiáticos se pusieran cero a tres a los 25 minutos de juego. Eusébio marcó cuatro tantos esa noche (5-3) para meter a La Seleçao das Quinas en la semifinales. Ahí esperaba Inglaterra y Bobby Robson dio una exhibición sin parangón. Aún así, Eusébio anotó de penalti el único gol de su equipo ya casi sin tiempo para poner en peligro la victoria inglesa (1-2). En la final de consolación ante la Unión Soviética, la Pantera Negra volvió a marcar de penalti para conseguir el tercer puesto (2-1) para la debutante Portugal.

En total, nueve goles en seis partidos que sirvieron para poner a Eusébio como candidato al trono de Pelé y a Portugal en el centro del mapa futbolístico. Aunque por poco tiempo… porque, tras su gran éxito, la Seleçao das Quinas habría de esperar veinte largos años para regresar a una Copa del Mundo.

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En el Mundial de México 70 todos los focos iluminaron a la Brasil de los 5 Dieces, que consiguió su tercer entorchado y se quedó la Copa Jules Rimet en propiedad con una facilidad insultante, tras avasallar a todos sus rivales con un fútbol de ataque veloz y dinámico que desarboló a todos sus oponentes. La calidad de Gerson, Tostao, Rivelinho, Pelé y Jairzinho no tuvo oposición, e incluso la férrea Italia sucumbió en la final por un 4 a 1 demoledor e incontestable.

Pero el máximo goleador del torneo estaba entre los que vestían la verdeamarelha. Ese honor recayó en un joven delantero alemán que a sus 24 años debutaba en una Copa del Mundo con la Mannschaft tras caérsele los goles en el Bayern de Múnich en una temporada de ensueño. 

Se llamaba Gerd Müller, pero ya era conocido como Torpedo Müller.

El joven “panzer” alemán marcó en su debut ante Marruecos para sacar a Alemania de un apuro ante Marruecos: con uno a uno en el marcador y a falta de 9 minutos para el final marcó el gol que le daba la victoria y un respiro a la Mannschaft (2-1). En el segundo encuentro el Torpedo Müller se desmelenó y anotó tres goles de los cinco que Alemania le endosó a Bulgaria (5-2) y cerraría una primera fase extraordinaria con otros tres tantos ante la sorprendente Perú de Cubillas y Sotil (3-1). Siete tantos en tres partidos era la cifra estratosférica del debutante alemán.

Y en los cruces, cuando se ve realmente de qué pasta está hecho cada uno, Torpedo Müller siguió a lo suyo. Ingleses y alemanes se cruzaron en cuartos reeditando la final del anterior Mundial y los defensores del título se pusieron dos a cero a los cuatro minutos de la segunda parte. Beckenbauer primero y Uwe Seeler después igualaron el choque y lo mandaron a la prórroga, el momento que estaba esperando Müller para enviar a los campeones a su casa. Grabowski centró desde la banda derecha, muy pasado al segundo palo, y allí apareció Löhr para meter la cabeza y dejar el balón muerto en el área pequeña defendida por los ingleses. Entonces apareció el Torpedo libre de marca para levantar su pierna derecha y meter el balón en el fondo de las mallas. Era su octavo gol en el torneo y, hasta el momento, el más importante.

Hasta el momento, porque el ariete teutón se reservó dos goles para el Partido del Siglo, una de las semifinales más emocionantes de la historia de la Copa del Mundo. Aunque esos dos tantos no sirvieron para clasificar a Alemania para la gran final.

Italia se había adelantado en el marcador con un gol de Boninsegna a los ocho minutos y la azzurra se dedicó a remar y guardar la ropa. Cuando todo parecía perdido para Alemania, apareció el defensa Schnellinger para marcar su primer y único gol con la Mannschaft y mandar la semifinal a la prórroga.

Y en el tiempo extra, emergió de nuevo la figura del Torpedo Müller. Primero adelantó a Alemania a los cuatro minutos, pero Burgnich no tardó en empatar de nuevo en un despiste de la zaga germana. Para acabarlo de arreglar, Riva hizo el 3-2 justo antes del cambio de campo. Pero a Alemania no hay que darla nunca por muerta. Y menos con Müller sobre el campo. Porque pasa lo que pasó. Que el delantero alemán cazó un rechace dentro del área pequeña para empatar de nuevo a falta de cinco minutos para el final.

Era el décimo tanto de Gerd Müller en cinco partidos, pero esta vez no sirvió de nada. Porque Rivera metió un golazo casi al instante para hacer el 4 a 3 definitivo y meter a Italia en la final del Mundial que después perdería ante las estrellas brasileñas.

Alemania disputó la final de consolación ante Uruguay, pero Müller no marcó. Había gastado toda su munición en los partidos que realmente importaban. Aún así venció Alemania Federal con un tanto de Overath para acabar tercera en la Copa del Mundo. La Mannschaft se fue del torneo anotando diecisiete goles, una cifra extraordinaria sólo superada por la campeona Brasil (19). De esos diecisiete tantos, diez los hizo Müller. El resto del equipo anotó los otros siete.

Poco consuelo para el Torpedo, que, como el resto de sus compañeros, se metió entre ceja y ceja levantar la Copa del Mundo que se iba a celebrar en su país, Alemania, cuatro años más tarde. Una Copa del Mundo nueva, porque la Copa Jules Rimet se la quedó Brasil en propiedad al ganarla tres veces tras vencer a Italia en la final de México 70.

Pero eso sí que será otra historia.