"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 26 de enero de 2023

La expulsión de Rattín desencadena la invención de las tarjetas en el fútbol

23 de julio de 1966. Noventa mil espectadores abarrotan el mítico estadio de Wembley para contemplar el cruce de cuartos de final del Mundial 66 que enfrentaba a Inglaterra y Argentina con arbitraje del alemán Rudolf Kreitlein, de 46 años y sastre de profesión.


El encuentro se presenta caliente, caliente. Argentina se ha clasificado para los cuartos de final tras derrotar a España por dos a uno, empatar sin goles ante Alemania Federal y volver a vencer ante Suiza en el tercer encuentro (2-0). Pero en el partido ante Alemania los argentinos se emplearon con bastante dureza, sobre todo Perfumo y Albrecht, que acabó expulsado por propinar un patadón tremendo al alemán Wolfgang Weber. El público inglés se posicionó entonces en contra de Argentina en cada estadio.

Pero para acabarlo de arreglar, el señor Ramsey, entrenador de Inglaterra, echó más leña al fuego cuando supo que el rival en los cuartos de final sería la albiceleste. “Los argentinos son todos unos animales”, soltó sin más en una rueda de prensa. Y los medios ingleses se encargaron de darle la razón a su técnico repitiendo hasta la saciedad en la televisión la patada de Albrecht contra Weber. Así que a nadie le extrañó que todo el estadio cantara “¡Animales, animales, animales!” a voz en grito desde el mismo pitido inicial.

A los 35 minutos de encuentro, el público se percata de que algo raro está pasando sobre el césped. El colegiado alemán le hacía claramente con la mano el gesto de salir del terreno de juego al capitán de la albicelete, el mediocentro de Boca Júniors Antonio Rattín, el Rata. Pero el futbolista no sólo no le hacía caso, sino que se mantenía ante él, gesticulando, sin moverse del sitio. Al parecer, el futbolista se había dirigido al árbitro en tono despectivo y éste no dudó en mostrarle el camino hacia los vestuarios haciendo gestos con las manos. Pero Rattín, espabilado y furioso, decidió no moverse del campo mientras sus compañeros intentaban intervenir en la trifulca y los ingleses quedaban en un segundo plano, casi apartándose.

Al trencilla alemán se lo llevaban los demonios y hacía por entenderse. Gritaba “¡Fuera!” a pleno pulmón en alemán y en inglés, a la vez que seguía señalando como un poseso el camino a los vestuarios con el brazo izquierdo extendido. Pero Rattín no se movía. Insistía en pedir la presencia de un intérprete para saber el por qué de la decisión del árbitro. Con un par… Estuvo el capitán argentino diez minutos largos en el terreno de juego haciéndose el sordo, el sueco, el despistado y el bravo hasta que no tuvo más remedio que salir del campo. Y no tuvo más remedio porque entraron cuatro Bobbies a por él para sacarlo y no traían ningún intérprete. Eso sí, el espigado y larguirucho capitán argentino salió con la cabeza arriba y la mirada desafiante, con parsimonia y abarcando con la vista toda la tribuna de donde le llegaban todo tipo de gritos, insultos e improperios.

Cuenta la leyenda que Rattín se sentó en la alfombra roja que había puesta para que la Reina accediera al palco de autoridades mientras los espectadores le gritaban “¡Animal, animal, animal!”, pero esa imagen del capitán argentino nadie la ha visto por televisión ni en fotografías ni nada. La que sí se puede ver es la del 10 de la albiceleste rodeando el campo por fuera de los límites del terreno de juego y cómo se para a la altura del banderín del córner y estruja la banderola, una réplica de la bandera inglesa, entre las protestas, gritos y alaridos de los aficionados presentes en el estadio.

El colegiado Rudolf Kreitlein manifestó después del partido que, pese a que no lo entendía, el futbolista le había mirado mal y que esa mirada era un insulto y por eso lo expulsó. Y es que, a veces, hay miradas que matan.

El Rata, en cambio, cuenta que el colegiado alemán estaba pitando mal, cobrando faltas continuamente en contra de Argentina y que él tenía la consigna de pedirle al colegiado un intérprete para que le explicara qué había pitado. Se ve que el árbitro se cansó de tanta protesta y lo expulsó. Aunque a Pelé le habían dado mil patadas en los dos partidos que disputó con Brasil en el torneo ante Bulgaria y Portugal y ningún árbitro expulsó a sus defensores. O el mismísimo medio defensivo inglés Stiles, que se dedicó a magullar a la estrella rival en cada partido y ni siquiera le advirtieron. Pero así es el fútbol…

Tras la eterna salida de Rattín del terreno de juego se disputaron los diez minutos que restaban para el final de la primera parte y el marcador no se movió. Pero en el minuto 32 de la segunda mitad, con Argentina jugando con uno menos ya cuarenta minutos largos, Geoff Hurst, el delantero del West Ham que pasaría a la historia por su triplete en la final ante Alemania, inauguró su cuenta goleadora en el torneo con un tanto que clasificaba a Inglaterra.

Los de Alf Ramsey vencerían a la Portugal de Eusébio en semifinales (2-1) (los lusos habían eliminado en cuartos, con muchísimos problemas, a la sorprendente Corea del Norte) y derrotarían también a Alemania Federal en una de las finales más polémicas de la historia de los Mundiales (4-2) para levantar su primera (y de momento única) Copa del Mundo.

Mientras, los argentinos ya se habían marchado a casa donde fueron recibidos casi como héroes. Los periódicos hablaban de robo y la gente se sentía orgullosa de su equipo. Un equipo, por cierto, en el que no confiaban nada cuando partieron camino de Inglaterra.

Cosas del fútbol.

***

Pero el partido entre Inglaterra y Argentina iba a traer cola. Al presidente de la FIFA en 1966, el inglés sir Stanley Rous, que había sido árbitro en su juventud, no le gustó nada la polémica salida del campo del capitán de la albiceleste y puso deberes al colectivo arbitral. Había que inventar un nuevo sistema disciplinario que todo el mundo entendiera sin necesidad de las palabras, sin tener que recurrir ni a gestos ni a intérpretes de diferentes idiomas. Era necesario que los futbolistas supieran cuándo eran advertidos y cuándo tenían que abandonar el terreno de juego sin rechistar.

Entonces entró en juego Ken Aston, excolegiado internacional, miembro de la comisión de arbitraje de la FIFA durante el Mundial y amigo de sir Rous. Aston fue el trencilla que arbitró la Batalla de Santiago entre Chile e Italia en el Mundial de 1962, una auténtica vergüenza de partido que el señor Aston no sólo no supo controlar, sino que fue uno de los factores necesarios y añadidos para que se multiplicaran las trifulcas.

El caso es que Ken Aston, que ya sabía cómo podía resultar de complicado expulsar a un jugador del terreno de juego sin ayuda de la policía, tuvo un momento de inspiración al volante de su coche. Conducía tranquilamente cuando se acercó a un semáforo que pasó del verde al ámbar y del ámbar al rojo ante el que se detuvo. Faltaría más. Allí parado llegó a la conclusión que unas tarjetas de colores, amarillas y rojas, podrían servir para impartir justicia entre los jugadores. La amarilla era un aviso de calma. La roja, la expulsión.

A su amigo sir Stanley Rous la idea le pareció extraordinaria y decidió tomar dos medidas: nombrar a Ken Aston Presidente del Comité de Árbitros de la FIFA y empezar a utilizar las tarjetas en el próximo Mundial, el de México 70.

De hecho, en el mismísimo partido inaugural del Mundial de México, el árbitro alemán Kurt Tschenscher tuvo el honor de mostrar la primera tarjeta amarilla de la historia. Corría el minuto 30 del encuentro que disputaban México y la Unión Soviética en el estadio Azteca cuando el colegiado se dirigió a Kakha Asatiani, centrocampista georgiano de la URSS, y le amonestó tras una falta. Un minuto más tarde, su compañero Nodiya vio la segunda. En total, en ese primer encuentro, el árbitro germano mostró cinco amarillas (cuatro a los soviéticos y una a los mexicanos). No está mal para empezar, aunque en todo el torneo ningún colegiado hubo de recurrir a la cartulina roja.

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Para ver la primera roja de la historia en una Copa del Mundo habría que esperar cuatro años más, al Mundial de Alemania 74. Fue en el partido de la primera fase entre Alemania Federal y Chile. El atacante chileno Carlos Caszely, que ya había visto la tarjeta amarilla con anterioridad, vio a los 22 minutos de la segunda mitad cómo su marcador, Berti Vogts, se tiraba al suelo a por él y le rebañaba la pelota en una entrada que parecía falta y que el árbitro no pitó. Inmediatamente se lanzó a por él con los dos pies por delante y le golpeó por detrás sin llegar al balón. El colegiado turco Dogan Babacan no lo dudó y le mostró al futbolista chileno la primera tarjeta roja de la historia de los Mundiales.

Curioso. Esa primera roja se la llevó un delantero elegante con fama de jugador limpio y poco agresivo por una reacción violenta ante la entrada de un marcador durísimo al que apodaban “el Terrier” por la contundencia, la persistencia y la intensidad de sus marcajes. El mundo al revés. Aunque nunca dijo Ken Aston que su invento fuera justo, sólo era un método para que los futbolistas supieran claramente cuándo estaban advertidos y cuando tenían que abandonar el terreno de juego expulsados. Para que no se repitiera lo vivido con Antonio Rattín, vamos.

¡Y dio resultado! Porque hoy, 53 años después de la gran ocurrencia de Kenneth George Aston, las tarjetas mantienen toda su vigencia en el fútbol y siguen siendo el elemento clave con el que cuentan los árbitros para impartir su particular justicia, conviviendo en armonía con las nuevas tecnologías como el VAR, la línea de gol o el fuera de juego semiautomático.

Y es que hay cosas que nunca pasan de moda. Porque lo simple, casi siempre, suele ser lo más efectivo. Que se lo pregunten a Rattín, que sigue sin entender su expulsión...

jueves, 19 de enero de 2023

La década dorada de Polonia (1972-1982): Las Águilas de Gorski sorprenden al mundo

En los primeros años de la década de los 70 una selección de la Europa del Este sin apenas vuelo en el contexto internacional empezó a convertirse en un auténtico dolor de cabeza para las grandes del fútbol mundial. En un momento en el que empezaba a despuntar el fútbol total de los holandeses, las clásicas selecciones de Alemania Federal, Inglaterra, Francia, Argentina e incluso la tricampeona Brasil se encontraron de buenas a primeras con el pie cambiado, intentando acoplarse a una nueva época donde la velocidad, los continuos cambios de ritmo y de posiciones y la movilidad de los jugadores por todo el campo eran las señas de identidad de los equipos ganadores.

En ese contexto emergió la figura de Kazimierz Gorski. Nacido en Lviv (hoy Ucrania y entonces Polonia) en 1921, al joven Gorski le pilló el inicio de la Segunda Guerra Mundial en plena carrera hacia el estrellato futbolístico, porque, pese a su juventud estaba considerado uno de los mejores delanteros de su tierra, una especie de proyecto de estrella en ciernes. En 1945, al finalizar la guerra y con 24 años recién cumplidos, Groski decidió quedarse en Varsovia y fichar por el Legia, donde dejaría una huella imborrable hasta retirarse de los terrenos de juego en 1953. 

Desde ese instante, cambió las botas por los banquillos y dirigió al Marymont Varsovia (1954-59), a su Legia (1959-62), al Lublinianka Lublin (1963-64) y al Gwardia Varsovia (1964-66). Tras doce años de experiencia en los banquillos, la federación polaca lo contrató para las categorías inferiores y, finalmente, en 1970 se convirtió en el seleccionador absoluto de Polonia. Estaban a punto de alzar el vuelo “Las Águilas de Gorski”.

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El 28 de agosto de 1972, la selección polaca de fútbol, con Kazimierz Gorski al frente, debutaba en los Juegos Olímpicos de Múnich. El entrenador había conformado un equipo muy ofensivo, endiabladamente rápido y muy técnico de medio campo hacia arriba, que tenía en Lubanski su referencia arriba y lo escoltaban Deyna y Gadocha, dos auténticos jugadorazos que, no obstante, eran prácticamente unos desconocidos en el concierto internacional. Por si acaso, en el banquillo esperaba su oportunidad un jovencísimo delantero llamado Grzegorz Lato, que tenía entonces 21 años recién cumplidos.

Los de Gorski eran una auténtica incógnita, ya que todos sus jugadores militaban en la liga polaca y prácticamente nadie les conocía. De hecho, ningún jugador podía salir a jugar fuera del país hasta que no cumplieran 30 años. Así que las favoritas en el inicio de la competición eran Hungría, vigente campeona olímpica; Alemania Federal, organizadora de los Juegos; la Unión Soviética, la gran potencia del Este; y, como siempre, Brasil, que había llevado una selección capitaneada por Dirceu en ataque.

Sin embargo, las Águilas de Gorski debutaron tan a lo grande, haciéndole un 5 a 1 a Colombia con un doblete de Deyna y tres tantos de Gadocha, que empezaron a despertar recelos entre sus competidores. De hecho, en el siguiente encuentro volvieron a derrotar con contundencia a Ghana (4-0) y cerraron el grupo noqueando también a la República Democrática Alemana (2-1), con lo que las cartas quedaron boca arriba muy pronto.

En la segunda fase, Polonia habría de verse las caras con Dinamarca, Marruecos y la Unión Soviética y el campeón de grupo disputaría la final ante el triunfador del otro grupo, formado por Hungría, las dos Alemanias y México. Brasil había quedado fuera del torneo a las primeras de cambio.

Los de Gorski empezaron empatando a uno ante Dinamarca, pero en el partido decisivo ante la Unión Soviética dieron la campanada y vencieron por 2 a 1. Después finiquitaron su pase a la final apabullando a Marruecos por un contundente 5 a 0. En la final esperaba la vigente campeona olímpica, Hungría, que había dado buena cuenta de las dos Alemanias y de México.

En la final, los húngaros se pusieron por delante al filo del descanso con un tanto de Várady, pero los polacos no le perdieron la cara al encuentro y remontaron en una segunda parte memorable. Deyna hizo los dos goles que le dieron el triunfo a Polonia y la primera medalla de oro en fútbol de su historia. 

Comenzaba la edad de oro de Polonia que duraría una década.

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En la fase de clasificación para el Mundial de Alemania de 1974 ya nadie podía decir que Polonia era una desconocida, aunque si quedaban dudas de su potencial, las Águilas estaban dispuestas a disiparlas. Gorski utilizó la base de la selección que se había proclamado campeona olímpica en Múnich y la ajustó dándole protagonismo a Lato en ataque junto al mítico Lubanski, la auténtica estrella de esa selección.

A Polonia le había correspondido en suerte un grupo de tres selecciones junto a Inglaterra y Gales y empezó con muy mal pie, ya que perdió claramente en Cardiff por dos goles a cero el 28 de marzo de 1973. Antes, Inglaterra había vencido a Gales también en Cardiff (0-1) y había empatado en Londres con sus vecinos (1-1). Así las cosas, Polonia lo tenía muy complicado para clasificarse para el Mundial, pero el fútbol siempre tiene la última palabra.

Los de Gorski derrotaron a la Inglaterra de sir Alf Ramsey en Chorzov (2-0) en un partido increíble en el que el protagonista de todo lo que pasó esa noche fue la estrella polaca Lubanski. El capitán le dio una asistencia de gol a Gadocha para hacer el uno a cero y anotó el segundo encarando a Shilton a poco de iniciada la segunda mitad. Sin embargo, siete minutos más tarde todo cambió para él. Lubanski intentó sortear una entrada del defensa inglés Roy McFarland y cayó fatal, apoyando todo su peso en la rodilla derecha. Mientras los ingleses se quejaban por la tardanza en la reincorporación, todo el estadio contenía la respiración. La estrella de Polonia se acababa de romper el cruzado y se perdió lo que quedaba de fase de clasificación y también el Mundial.

Pero la vida seguía y Polonia necesitaba otra victoria ante Gales para visitar Wembley en la última jornada dependiendo, al menos, de sí misma. Y las Águilas de Gorski no fallaron. Gadocha, el “Garrincha polaco”, volvió a abrir el marcador, como ante Inglaterra, y después Lato y Domarski, el sustituto del capitán Lubanski, redondearon una victoria clara ante Gales para seguir con opciones de clasificación en el último partido que se disputaría en Wembley tres semanas más tarde.

Los ingleses, en su línea de “somos los inventores del fútbol y no tenemos rival”, decidieron no suspender la jornada de liga que se disputaba tan sólo un día antes del encuentro. Además, el excéntrico y polémico Brian Clough, técnico del Derby Country, se permitió el lujo de descalificar a algunos de los jugadores polacos por televisión en la previa del choque decisivo. Al guardameta Tomaszewski le llamó payaso de circo con guantes. Al defensa Jerzy Gorgon lo describió como un boxeador con botas de fútbol, mientras que de Grzegorz Lato dijo que le parecía un corredor calvo de maratones. Claro, a veces pasa que uno se ha de comer sus palabras. Evidentemente.

Porque el 17 de octubre de 1973, ante más de 90.000 espectadores que abarrotaban el viejo Wembley, los de Gorski empataron a uno ante Inglaterra encomendándose a las paradas de todos los colores del “payaso” Tomaszewski al que sólo pudieron batir los locales de penalti (regalado) pese a disparar más de veinticinco veces a puerta durante el partido. Antes, “el corredor calvo de maratones” se había marcado una cabalgada impresionante por la banda izquierda, dejando atrás a dos rivales, para servir una pelota de gol que Domarski no desaprovechó.

Y así fue cómo los polacos dejaron a los inventores del fútbol fuera del Mundial por primera vez en su historia (los ingleses no habían participado en los Mundiales de 1934 y 1938 por voluntad propia, pero desde que decidieron afiliarse de nuevo a la FIFA y participar en el torneo en 1950 nunca se habían quedado fuera de una fase final de la Copa de Mundo).

Y ese fue el principio del fin de sir Alf Ramsey, que fue finalmente destituido el 1 de mayo de 1974 tras 113 partidos al frente de Inglaterra, con un bagaje de 69 victorias, 27 empates y 17 derrotas y, sobre todo, con la única Copa del Mundo que hasta ahora han ganado los ingleses bajo el brazo.

Todo eso consiguió Polonia en una noche de gran fútbol en Wembley. 

La revolución callada de las Águilas estaba en marcha.

***

Kazimierz Gorski se dedicó entonces a planificar el Mundial de Alemania de 1974 para el que había sumado para la causa a un delantero más, Andrzej Szarmach, “el Diablo”, compañero del lesionado Lubanski en la delantera del Górnik Zabrze y al que se le caían los goles a puñados.

Polonia había quedado encuadrada en el grupo 3 junto a Italia, Argentina y Haití y disputaría sus encuentros entre Stuttgart y Múnich. El 15 de junio de 1974 se alzó el telón para todos en el grupo. Italia venció bastante menos plácidamente de lo que esperaba a la debutante Haití, a la que tuvo que remontar en la segunda mitad para acabar venciendo por tres goles a uno.

El debut de Polonia, en cambio, fue ante la selección albiceleste entrenada por Valdislav Cap, que se había hecho cargo del equipo tras la destitución de Enrique Omar Sívori, que fue quien metió al equipo en al torneo. Argentina venía con gente de mucha calidad, jugadores contrastados como Héctor Yazalde, que se había proclamado Bota de Oro en Europa tras marcar 46 goles con el Sporting de Lisboa. Le acompañaban futbolistas como Carlos Babington, “el Cacho” Heredia, Rubén Ayala, Mario Alberto Kempes, Daniel Carnevali o René Hosueman. Una selección con muchas ganas de competir y de hacer un buen papel y, a la vez, calibrar fuerzas de cara al siguiente Mundial, el que se disputaría en Argentina en 1978.

En Sttutgart, Gorski dispuso un triángulo atacante con Gadocha, Szarmach y Lato, bien surtidos de balones por un medio campo formado por Deyna, Kasperczak y Mazczyk y escoltados atrás por los centrales Gorgn y Zmuda y el baluarte Tomaszewski bajo los palos.

A los siete minutos de partido Lato ya había adelantado a las Águilas de Gorski y tan solo un minuto más tarde Szarmach hacía el segundo para sembrar de desconcierto a la zaga argentina. La albiceleste no supo cómo meterle mano a esa selección rápida y técnica que, además, era capaz de contener con bastante solvencia los ataques argentinos. Al cuarto de hora de la segunda mitad, el Cacho Heredia recortó distancias, pero dos minutos más tarde Lato hacía el segundo de su cuenta para poner el 3 a 1 en el marcado. El tanto de Carlos Babington cuatro minutos más tarde maquilló el resultado, pero no evitó la victoria polaca. Los chicos de Groski que habían dejado fuera a Inglaterra empezaban sorprendiendo en el también en el Mundial.

En la segunda jornada se medían italianos y argentinos en un duelo vital para las esperanzas de ambos en el Mundial, mientras que Polonia debía confirmar su candidatura a pasar a la siguiente fase ante Haití. Italia y Argentina acabaron empatando a un gol. Polonia, en cambio, no tuvo piedad de los debutantes caribeños y los goleó por 7 a 0 con 2 tantos de Lato y 3 de Szarmach en una auténtica exhibición de pegada, efectividad y solvencia.

A la última jornada llegaban los polacos líderes de su grupo y con la tremenda tranquilidad que da tener los deberes hechos, ya que con 4 puntos en dos partidos estaban matemáticamente clasificados para la segunda fase del torneo. Italia, en cambio, necesitaba al menos un empate para meterse como segunda de grupo, ya que con una derrota quedaría a expensas de los goles que Argentina le metiera a Haití. Evidentemente, con una victoria Italia sería primera de grupo.

Las especulaciones estaban en todo lo alto en la previa del partido, cuando un periodista argentino, consciente de que la suerte de la albiceleste estaba en las manos de Polonia, le pregunto a Gorski en rueda de prensa ante un montón de periodistas italianos: “Pero Polonia, ¿cómo va a jugar?”. Y Groski, serio, desafiante y contundente, contestó: “De la única manera que sabemos jugar: a ganar”.

Efectivamente, Polonia salió con el equipo de gala y dispuesta a hacer pleno de victorias para acabar primera de grupo y evitar a Holanda y Alemania Federal en la segunda fase. En la recta final de la primera parte Smarzach y Deyna corroboraron con sus goles la superioridad de Polonia sobre el césped del Neckardstadion de Stuttgart. Una Italia plagada de figuras como Facchetti, Mazzola, Capello, Causio o Chinaglia lo intentó hasta el final, pero sólo pudo recortar distancias a falta de dos minutos para el final con un tanto de Fabio Capello que no sirvió de nada. Porque Argentina había vencido en Múnich a Haití por 4 a 1 y a los italianos les tocaba hacer las maletas.

Polonia, primera de grupo, se vería las caras finalmente con Suecia, Yugoslavia y Alemania Federal, la anfitriona. Argentina se marchaba al otro grupo para medirse a la Naranja Mecánica de Johan Cruyff, Brasil y Alemania Democrática. Sólo el primero de cada grupo tendría plaza en la final de Múnich. El segundo disputaría el partido por el tercer y cuarto puesto

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Alemania Federal abrió la veda venciendo a Yugoslavia (2-0) con cierta comodidad y trasladó la presión a Polonia. Pero los de Groski no se arredraron y un gol de Lato, que estaba haciendo un torneo superlativo, en las postrimerías del primer tiempo les dieron la victoria y los dos primeros puntos de la segunda fase.

En la segunda jornada Polonia siguió adelante con su sueño al vencer con cierto sufrimiento a Yugoslavia. Deyna adelantó a los polacos de penalti a los 24 minutos, pero los balcánicos empataron al filo del descanso. Y en la segunda parte, cómo no, volvió a resolver Lato con su sexto gol en el torneo.

Polonia había conseguido poner contra las cuerdas a una Alemania Federal que sufrió de lo lindo para derrotar a Suecia por 4 a 2 unas horas más tarde. Por lo tanto, Alemania y Polonia se jugarían el pase a la final en el partido que cerraba el grupo. Quien venciera, se enfrentaría a la imparable Holanda en la final de Múnich. Si empataban, lo haría Alemania por la diferencia de goles.

El 3 de julio de 1974 no había dejado de llover en Frankfort, donde a las cinco de la tarde se iban a enfrentar los anfitriones de Alemania Federal y los sorprendentes futbolistas de Gorski. Cuando el balón echó a rodar ya no llovía demasiado, pero el campo estaba impracticable, con charcos que frenaban la pelota en muchas zonas del campo, resbaladizo en todas y rapidísimo en otras muchas. Ese barrizal no le iba bien a ninguno de los dos equipos, pero quizá le iba bastante peor a los de Gorski, acostumbrados a jugar muy rápido y al pie.

De todos modos, Polonia intentó llevar el pese del partido desde el primer minuto, ya que estaba obligada a ganar, y metió el miedo en el cuerpo de los seguidores alemanes en cada ataque. El guardameta Maier tuvo que estirarse y meter la mano muy arriba para sacar un disparo de falta escorado de Lato. Tuvo que volver a intervenir el meta germano una vez más lanzándose a los pies de Lato primero y de Smarzach después para evitar que Polonia se adelantara en el marcador en la primera mitad. Y aún rechazó a córner un centro envenenado antes de que el colegiado mandara a los dos equipos a los vestuarios.

En la segunda parte, Polonia fue perdiendo fuelle poco a poco tras el desgaste de la primera mitad y Alemania se fue estirando poco a poco. Incluso dispusieron los locales de un penalti a su favor a los ocho minutos de la reanudación, pero Tomaszewski volvió a vestirse de héroe para detener el disparo de Uli Hoeness y mantener con vida a su equipo. Al final, el Torpedo Müller recogió un rebote dentro del área, a la altura del punto de penalti, y no desaprovechó la oportunidad para batir a Tomaszewski y meter definitivamente a Alemania en la final. Faltaba un cuarto de hora de partido y las Águilas de Groski siguieron intentándolo. Volvieron a exigir a Maier bajo palos una vez más, pero, al final, tuvieron que conformarse con disputar el tercer y cuarto puesto ante Brasil.

En ese partido, Polonia confirmó al mundo que era una grandísima selección venciendo a una canarinha a las órdenes de Zagallo en el banquillo y con Rivellino, Dirceu y Jairzinho sobre el césped. Lato, quién si no, anotó el gol del triunfo mediada la segunda parte para conseguir la mejor clasificación de Polonia en la historia de los Mundiales. También para convertirse en el primer (y hasta ahora único) polaco en conseguir la Bota de Oro en una Copa del Mundo gracias a los siete tantos que anotó en el torneo. 

Además, Wladyslaw Zmuda fue considerado el mejor jugador joven de la Copa del Mundo, “el Diablo” Smarzach fue Bota de Plata por sus cinco goles y Polonia fue la selección más goleadora del torneo con 16 tantos, uno más que la Naranja Mecánica y tres más que la Alemania Federal de Beckenbauer, Müller, Maier y Breitner, la campeona del mundo. Un auténtico hito que nadie esperaba.

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Humilde y siempre destacando el papel de sus jugadores, el técnico Groski resumía así el estilo de su selección en ese Mundial de Alemania 74: “Gracias al fútbol sudamericano aprendí una nueva concepción del fútbol. Tocamos con pases en corto hasta que el rival se abre y entonces aceleramos buscando la portería rival a toda velocidad”. Y remataba con otra frase muy suya: “Ningún general puede ganar batallas sin un buen ejército. Yo tuve el mejor: unos jugadores excepcionales”.

Y ese ejército volvió a cumplir bajo su mando en las Olimpiadas de Montreal en 1976, donde Polonia defendía el oro olímpico de 1972. Las Águilas de Groski acabaron primeros de grupo, apabullaron a Corea del Norte en cuartos de final (5-0), derrotaron a Brasil en las semifinales (2-0) y se plantaron, como cuatro años antes, en la final olímpica. Allí, en cambio, sucumbieron ante Alemania Democrática y cayeron por 3 goles a 1 para acabar colgándose del pecho la medalla de plata y volver a coronar al máximo artillero, esta vez Smarzach, con seis tantos.

Esas dos medallas olímpicas y el tercer puesto en el Mundial de Alemania 74 le bastaron a Groski, que decidió dar un paso al lado y dejar la selección en otras manos. Los mimbres estaban puestos, ahora le tocaba a otro recoger los frutos. Y llegó Jacek Gmoch.

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Polonia se clasificó con mucha solvencia para el Mundial de Argentina 78 en un grupo compartido con Portugal, Dinamarca y Chipre. Ganaron los de Gmoch todos sus encuentros salvo el último, con la clasificación ya resuelta, cuando empataron a uno en Chorzow ante Portugal.

Y se presentaron en el torneo con el respeto ganado cuatro años antes, pero con sus mejores jugadores cuatro años más mayores, un juego bastante más previsible y menos veloz. Aún así, Polonia superó la primera fase empatando sin goles ante Alemania Federal, venciendo por la mínima a Túnez (1-0) y derrotando claramente a México (3-1) para ser primera de grupo.

Sin embargo, en la segunda fase en Rosario no pudieron con los anfitriones en la primera jornada y contemplaron en primera persona el despertar goleador de Mario Alberto Kempes, que anotó sus dos primeros goles en el torneo (2-0). En la segunda jornada volvieron a caer ante Brasil (3-1) y cerraron su participación con la única victoria en esta segunda fase ante Perú (1-0).

Al final, pese a que la Federación Polaca consideró que la selección había fracasado en el Mundial, objetivamente el sexto puesto no era un mal resultado para Polonia, una selección que había asombrado al mundo cuatro años antes, pero que históricamente no era comparable a las grandes potencias como Argentina, Brasil, Holanda, Alemania, Italia o Francia. Parecía que ese sexto puesto cerraba la época gloriosa de Polonia, pero a la Águilas de Groski, ahora con Antoni Piechniczek al mando, aún le quedaba un último gran torneo para cerrar una época maravillosa. Sin duda, la mejor de su historia.

***

Polonia afrontó la fase clasificación para el Mundial 82 con una selección en la que aún coleaban algunos de los viejos mitos y a la que se habían añadido un buen puñado de jóvenes con buen pie. Seguía Lato, que cumpliría 32 años en el Mundial. Seguía “el Diablo” Smarzach, de la misma edad. Seguía Zmuda, el central que ahora era el capitán de equipo. Se había incorporado un atacante nuevo llamado Smolareck. Y, sobre todo, contaba con Boniek, el joven que había disputado el Mundial de Argentina con 22 años y que se había convertido a los 26 en la gran estrella del fútbol polaco. De hecho, se lo rifaba media Europa, pese a que aún seguía vigente en Polonia la ley que no permitía a los futbolistas salir a jugar fuera del país hasta que no cumplieran 30 años.

Las Águilas cayeron en un grupo de tres equipos junto a la República Democrática Alemana y Malta, lo que en la práctica significaba que la clasificación se jugaría en los dos partidos ante los alemanes orientales. Polonia venció uno a cero en Chorzow y volvió a vencer en Leipzig por dos a tres para certificar su presencia en España (a Malta la derrotó 0-2 en la Valeta y 6-0 en casa, como era de suponer).

Ya en el Mundial, los polacos abrieron fuego contra Italia en un partido descafeinado y timorato que acabó sin goles. En la segunda jornada, mientras los italianos empataban a uno ante Perú, Polonia tampoco fue capaz de batir a Camerún y volvió a empatar. La última jornada sería definitiva. Italia y Camerún empataron a uno en Vigo, mientras que los de Piechniczek se dieron un atracón en A Coruña cuando más lo necesitaban, con una goleada ante la Perú de Cubillas en una segunda parte sublime en la que fueron cayendo uno a uno todos los goles del encuentro (5-1).

Polonia pasó a la segunda fase del torneo como primera de grupo e Italia, empatada a puntos con Camerún pero con un gol más a favor, pasó como segunda. A los italianos les tocó bailar con la más fea en el grupo de la muerte, donde esperaban la campeona Argentina y la máxima favorita para alzarse con el trofeo, la Brasil de Tele Santana… y de Sócrates, Zico, Falcao y Eder. A Polonia le cayó en suerte Bélgica y la potentísima Unión Soviética de Oleg Blokhin y el guardameta Rinat Dassaev.

Los de Piechniczek empezaron midiéndose a los Diablos Rojos belgas y siguieron con su racha goleadora. A los cuatro minutos de encuentro Boniek ya había hecho el primer tanto y a partir de ese instante Polonia fue imparable. A los 26 minutos, la estrella polaca volvió a marcar y dejó el partido casi visto para sentencia. Por si acaso, en la noche perfecta de Boniek, rubricó el triunfo con el tercer gol a los diez minutos del segundo tiempo.

Los soviéticos no fueron tan contundentes y vencieron a Bélgica en la segunda jornada con un solitario tanto de Oganesian, por lo que del choque entre Polonia y la URSS saldría el semifinalista del torneo. Por goles, el empate clasificaba a Polonia. Y los futbolistas de Piechniczek cerraron a los soviéticos todos los caminos del gol para acabar celebrando el empate a cero que les metía en semifinales ocho años después. La segunda vez en su historia que Polonia tenía opciones de meterse en la final de una Copa del Mundo.

El 8 de julio de 1982, en el Camp Nou de Barcelona, Italia y Polonia volvieron a enfrentarse tras el cero a cero de la primera fase. Los italianos de Bearzot había sido capaces de ganar a la Argentina de Kempes y Maradona (2-1) y a la Brasil de Tele Santana (3-2) a partir de la contundencia defensiva y los goles de Paolo Rossi, que había despertado a tiempo para meter a la azzurra en las semifinales. Polonia se iba a enfrentar a un equipo en racha y con la confianza por las nubes. Además, Boniek había visto una tarjeta amarilla contra la Unión Soviética que le impedía disputar las semifinales. Y pasó lo que tenía que pasar. Rossi marcó a los 22 minutos de partido y volvió a hacerlo a falta de un cuarto de hora para sentenciar el pase de Italia a la final. De nuevo Polonia se quedaba con la miel en los labios.

Pero como en Alemania en 1974, los polacos coronaron el Mundial con una victoria de prestigio que volvió a darles otro histórico tercer puesto. El rival era Francia, que venía de perder en la tanda de penaltis ante Alemania tras una de las prórrogas más brillantes y emocionantes de la historia de la Copa del Mundo. Platini, abatido, no jugó el encuentro, pero eso no impidió que los galos se adelantaran en el marcador a los trece minutos con gol de Girard. Sin embargo, los de Piechniczek, con Lato, Smarzach y Boniek en ataque, no sólo no le perdieron la cara al partido, sino que se fueron descaradamente a por él. “El Diablo” empató el encuentro a falta de cinco minutos para el descanso y Majewski y Kupcewij dieron la puntilla a los franceses en un final de segunda parte espectacular. El gol de Couriol no fue suficiente y Polonia acabó venciendo por 3 a 2 para cerrar con una nueva victoria de prestigio la época más gloriosa de su historia.

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Boniek marcó cuatro goles y entró en el mejor once del torneo, lo que le valió su fichaje por la Juventus de Turín tras unas arduas negociaciones con las autoridades polacas. En la Juve jugó tres temporadas y ganó una Liga, una Copa de Italia, una Recopa, una Supercopa de Europa y una Copa de Europa para convertirse en uno de los mejores jugadores polacos de la historia. Aún disputaría con Polonia el Mundial de México 86, donde caería ante Brasil en octavos de final. Tras esa derrota, Polonia no volvería a jugar una Copa del Mundo hasta 2002 en Corea y Japón.

Grzegorz Lato, Bota de Oro de Alemania 74 con siete goles, se retiró en 1984 tras un encuentro ante Bélgica. Disputó tres Mundiales y anotó 45 goles en 104 partidos, convirtiéndose en ese momento en el segundo máximo goleador de la historia de la selección polaca sólo por detrás de su amigo y compañero Lubanski, que había marcado 48 tantos en 75 partidos. Luego llegó un tal Robert Lewandowski y los superó a los dos en goles, que no en títulos, ya que el ariete del FC Barcelona sumaba 77 goles en 128 partidos a la conclusión del Mundial de Catar de 2022.

El grandísimo seleccionador Kazimierz Gorski murió en 2006 a los 85 años. Todo el mundo lo consideraba el Papa del fútbol polaco. El autor de un equipo inolvidable que sorprendió y puso contra las cuerdas a las mejores selecciones durante toda una década y que escribió unas páginas memorables y brillantísimas en la historia de la Copa del Mundo.

martes, 10 de enero de 2023

Bora Milutinovic, el trotamundos de los banquillos que hizo milagros en cinco Mundiales con cinco selecciones distintas

“No sé si soy un trotamundos o no, pero sí es cierto que los serbios somos nómadas por naturaleza. Es bueno viajar y conocer mundo. Vivir una vida llena de aventuras”. Eso dice Bora Milutinovic, el entrenador que participó en cinco Copas del Mundo consecutivas con cinco selecciones diferentes de tres continentes distintos. ¡Ahí es nada! El trotamundos serbio, además, consiguió grandísimos resultados con selecciones como México, Costa Rica, Estados Unidos, Nigeria o China y ha dejado su huella imborrable en cada uno de los lugares en los que ha trabajado y, sobre todo, vivido.

La afición por recorrer mundo le llegó pronto, cuando aún era futbolista, un fino centrocampista de la prolífica escuela balcánica. Y es que el serbio abandonó Belgrado tras su paso por OFK (1959) y Partizán (1960-66) y se enroló en el Winterthur suizo (1967). Después dio el salto a la liga francesa para defender los colores de Mónaco (1967-69), Niza (1969-71) y Rouen (1971-72) y acabó su peripecia vestido de corto en la liga mexicana, donde jugó en los Pumas de la UNAM de México (1972-76).

En los Pumas se retiró como jugador y dio el salto a los banquillos casi inmediatamente, de forma totalmente casual, cuando los directivos, que habían decidido darle pasaporte al técnico pese a ganar la liga de 1977, le hicieron una simple pregunta: “Bora, ¿nos ayudas mientras encontramos un entrenador?”. Y Bora dijo que sí, estrechó la mano del presidente y ocupó el cargo de forma interina, sin firmar un solo contrato. Así pasó siete años en los que ganó una Liga, una Copa de la Concacaf y una Copa Interamericana, además de hacer debutar a futbolistas que después serían tan importantes como Manuel Negrete, Hugo Sánchez o Lucho Flores (y también Miguel España, Raúl Servín, Rafael Amador y Félix Cruz) a los que haría debutar también unos años más tarde en un Mundial defiendo los colores del Tri.

Y es que la grandísima experiencia de Bora como técnico en los Pumas le abrió de par en par las puertas de la selección mexicana. Fue entonces cuando la figura de este serbio universal se agigantó en la Copa del Mundo. Porque Milutinovic cogió las riendas del Tri en 1983 y debutó en un Mundial en México 86, comandado la selección anfitriona, que consiguió la mejor clasificación de su historia al alcanzar los cuartos de final de su propio torneo y cayendo en los penaltis ante una Alemania que, a la postre, llegaría a la final y caería ante la Argentina de Maradona y Bilardo.

México debutó con una victoria importantísima ante Bélgica (2-1) y refrendó su candidatura para estar en los octavos de final con un empate ante Paraguay (1-1), que había vencido a Irak por la mínima en el primer encuentro. Los belgas también derrotaron a los iraquíes en la segunda jornada por dos goles a uno y las espadas estaban en todo lo alto en la última fecha. México se jugaba el primer puesto del grupo y de la clasificación ante Irak, mientras que Bélgica y Paraguay se la jugaban entre ellos. Un día antes del encuentro nació Darinka, la primera hija de Bora Milutinovic, en un parto programado que el doctor propuso adelantar ante la inminencia del choque decisivo ante Irak. Bora aceptó el adelanto y el 10 de junio nació su hija y un día después el Tri vencía 1 a 0 a Irak y se metía en los octavos de final de su Mundial donde se enfrentaría a Bulgaria. Paraguay y Bélgica empataron a dos, así que a los belgas les tocó medirse a la URSS en el que se convertiría en uno de los encuentros más bonitos y emocionantes de la historia de la Copa del Mundo, mientras que los guaraníes se veían abocados a verse las caras con Inglaterra.

El 15 de junio de 1986, ante 114.600 espectadores que abarrotaban el estadio Azteca de Ciudad de México, el Tri de Bora Milutinovic se jugaba el pase a los cuartos de final ante Bulgaria. Y dos jugadores que había hecho debutar Bora en los Pumas hicieron los goles que desataron la euforia en todo el país. Manuel Negrete hizo el primero en la recta final de la primera parte de un tremendo tijeretazo desde la frontal del área y el defensa Raúl Servín confirmó la victoria y el pase al cuarto de hora de la segunda mitad. México se enfrentaría a Alemania Federal, la actual subcampeona del Mundo.

Los de Milutinovic se desplazaron a Monterrey para intentar sorprender al mundo el 21 de junio de 1986 en el estadio Universitario. Mexicanos y alemanes, bajo el calor sofocante de las cuatro de la tarde, jugaron una primera parte tensa y de pierna fuerte, con mucho juego en el centro del campo y pocos acercamientos a las porterías defendidas por Schumacher y Pablo Larios.

Pero en la segunda mitad los aztecas salieron a por el partido y metieron a Alemania en su área. El público de Monterrey empezó a animarse y pidió a gritos la entrada del “Abuelo” Cruz, el delantero de su equipo, los Rayados de Monterrey. Bora lo sacó cinco minutos después de la expulsión del alemán Berthold a los veinte minutos de la segunda mitad. Nada más salir al terreno de juego el delantero local, el Tri tiene un saque de esquina a favor. En un primer rechace la pelota le queda botando a uno de los centrales mexicanos que remata con todas sus fuerzas y estampa el balón en el travesaño. El rebote lo pelean Hugo Sánchez y Raúl Servín con un defensa germano y el balón queda suelto en el área pequeña. Cruz, rápido y oportunista, controla de espaldas con el pecho, se gira y envía el balón a la media vuelta al fondo de las mallas germanas. El estadio se venía abajo, pero el colegiado de la contienda, el colombiano Jesús Díaz Palacio, anuló inmediatamente el tanto. Aún no se sabe si fue por fuera de juego de algún atacante, por falta previa en la disputa de Servín o por qué extraña y metafísica razón más. El caso es que los alemanes sacaron rápido y no dejaron tiempo a los aztecas ni a protestar con energía. Las estrellas de la camiseta pesan mucho.

Al final, el partido se fue a la prórroga y en el tiempo extra fue expulsado el delantero mexicano Javier Aguirre tras una entrada sobre Lothar Matthäus, lo que equilibró las fuerzas de dos selecciones totalmente fundidas. El semifinalista se habría de decidir en los penaltis. Y ahí también pesó la camiseta, el carácter y la personalidad. Klaus Allofs metió el primero para los teutones y Negrete anotó el primero del Tri, pero a partir de ese instante los alemanes los metieron todos y los mexicanos no anotaron ni un solo disparo más. Marcó Brehme. Falló Quirarte. Marcó Matthäus. Falló Servín. Y marcó Littbarsky para clasificar a Alemania para las semifinales del Mundial de México. Los de Milutinovic cayeron con la cabeza alta y se marcharon entre aplausos de su público.

De hecho, desde ese partido de cuartos de final ante Alemania en México 86, el Tri nunca ha vuelto a llegar al quinto partido. Han pasado nada más y nada menos que 36 años y 9 Mundiales y habrán de esperar al menos 4 años más para intentar alejar esa funesta maldición en la Copa del Mundo que se disputará en Canadá, Estados Unidos y el mismo México en 2026.

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Cuatro años más tarde, en 1990, el correcaminos serbio, tras un breve paso por clubes como el San Lorenzo de Almagro argentino, el Udinese italiano o Veracruz y los Tecos de la UAG en México, repitió en la Copa del Mundo, pero esta vez entrenando a la sorprendente Costa Rica. Los ticos se habían clasificado por primera vez en su historia para un Mundial de la mano de Marvin Rodríguez, pero los directivos de la Federación de Costa Rica pensaron que debían contar con un seleccionador contrastado para encarar la cita con garantías y hacer un buen papel y fueron directamente a por el serbio. Faltaban tan sólo 70 días para el debut, pero no se equivocaron, porque Bora Milutinovic consiguió que Costa Rica superara contra todo pronóstico la fase de grupos de Italia 90 para caer en octavos de final ante una potente Checoslovaquia (4-1).

Nada más saber qué grupo le había tocado a Costa Rica y en qué ciudades jugarían, Bora se inventó una manera de llegar al público italiano para ganar aficionados neutrales. Convenció a la Federación costarricense de que diseñaran una segunda equipación a rayas blancas y negras verticales, los colores de la Juventus de Turín y, a la vez, los del Libertad, uno de los primeros equipos históricos de Costa Rica ya desaparecido. Los tifossi turineses, claro está, animaron a los costarricenses ante Brasil en el segundo partido de su grupo disputado en Turín (los ticos habían debutado con su primera equipación derrotando a Escocia por un gol a cero en una victoria que sorprendió a todo el mundo del fútbol). Costa Rica cayó ante Brasil por uno gol a cero, pero los ticos mantuvieron ese uniforme blanco y negro para el partido decisivo ante Suecia, a la que doblegaron con tantos de Flores y Medford en la recta final del encuentro para remontar el gol de Ekström en la primera parte (2-1) y hacer historia en la Copa del Mundo clasificándose para los octavos de final en su debut.

En definitiva, firmó el serbio errante la mejor clasificación de Costa Rica en un Mundial, sólo superada 24 años más tarde, en Brasil 2014, cuando sustentados en las paradas de Keylor Navas lideraron el grupo de la muerte ante Uruguay, Italia e Inglaterra enviando a casa a las dos potencias europeas y salvaron el escollo de los octavos de final en los penaltis tras empatar a uno ante Grecia. Después, en cuartos, pese a resistir ante Holanda todo el partido y la prórroga, los lanzamientos desde los once metros dieron la clasificación para las semifinales a la Naranja Mecánica.

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Tras el milagro costarricense en Italia 90, la Federación Estadounidense puso sus ojos en Milutinovic de cara al Mundial que organizaban en su país en 1994. Bueno, el realidad Henry Kissinger, un futbolero empedernido que fue el alma de la organización de ese Mundial, quería a Beckenbauer como entrenador del equipo norteamericano, pero el alemán, que acababa de proclamarse campeón del Mundo en Italia decidió seguir al mando de su selección y le recomendó a Kissinger la contratación de Milutinovic. El americano le hizo caso al Káiser y para allá que se fue el serbio, a intentar que el país del fútbol americano se enamorara de su equipo de soccer. Y lo cierto es que Bora volvió a cumplir con las expectativas.

Primero ganó la Copa de Oro de la Concacaf de 1991 y después disputó casi un centenar de amistosos para preparar una cita mundialista a la que la selección anfitriona se presentaba con un equipo tierno, joven y con ganas de hacer historia en su tierra. De hecho, la selección de EEUU había ido a las Olimpiadas de Barcelona con jugadores como Cobi Jones, Alexi Lalas, Claudio Reyna, Burns o Joe Max-Moore y de todos ellos echó mano el serbio de los milagros para confeccionar un equipo joven, pero competitivo al que había que añadirle a los veteranos Tab Ramos, Eric Wynalda o el portero y capitán Tony Meola.

El caso de Lalas muestra a la perfección el carácter de Milutinovic. El entrenador quería que sus jugadores creyeran en sí mismos y en lo que hacían y, para ello, primero tenían que comprender la importancia de un torneo como la Copa del Mundo. Lalas había probado en el Arsenal londinense tras las Olimpiadas de Barcelona 92, pero el conjunto inglés consideró que aún estaba verde y no lo fichó. El roquero norteamericano regresó a su país sin equipo, pero Bora fue a buscarlo para invitarlo a las pruebas de selección para formar parte del combinado nacional. Lalas las superó. 

Al poco tiempo, un ayudante del serbio le dijo a Lalas que al técnico le encantaría que se cortara el pelo. El defensa se subió por las paredes, insultó al ayudante y le dijo que si Bora no sabía que en Estados Unidos había democracia y cada uno llevaba el pelo como le daba la gana. Cuando se le pasó el enfado, el defensa reflexionó y llegó a la conclusión que no se iba a perder el acontecimiento más importante del mundo y se cortó el pelo. Cuando Bora lo vio en la concentración con el pelo corto sonrió y lo saludó de lejos con la mano. Entonces Lalas lo entendió: al técnico le importaba muy poco el pelo y la barba de Alexi Lalas, tan sólo quería comprobar hasta dónde llegaba su sueño y su pasión por jugar el Mundial. Ni que decir tiene que el icónico defensa se dejó el pelo largo y la barba y con ellos disputó la Copa del Mundo de 1994 para convertirse en uno de los referentes de su equipo y del fútbol mundial.

En lo estrictamente deportivo, el sorteo había sido duro con los anfitriones, ya que los había emparejado con la Rumanía de Gica Hagi, la rocosa Suiza de Chapuisat, Alain Sutter o Ciriaco Sforza y la Colombia que entrenaba Maturana, con Valderrama, Asprilla y Rincón como estandartes, que venía de humillar a Argentina en el Monumental (0-5) y se presentaba como una de las candidatas a levantar la Copa del Mundo. Pero los de Milutinovic no tenían miedo a nadie y lo iban a demostrar partido a partido.

Los norteamericanos debutaron en Detroit ante Suiza y consiguieron contrarrestar el gol incial del suizo Bregy con un tanto de falta directa de Wynalda que supuso el primer punto de los anfitriones en el torneo. En el segundo encuentro, los pupilos de Milutinovic se jugaban la clasificación ante Colombia tras el sorprendente traspiés de los de Maturana en el primer partido ante Rumanía (1-3). En el Rose Bowl de Pasadena, Escobar marcó en propia puerta un gol que días más tarde le costaría la vida y Earny Stewart apuntilló a los colombianos con el segundo gol a los siete minutos de la segunda mitad. El gol del Tren Valencia sobre la hora no sirvió para nada. Estados Unidos estaba clasificado y Colombia, después de que Suiza humillara a Rumanía (4-1) estaba virtualmente eliminada.

En el encuentro que cerraba el grupo, Rumanía venció a Estados Unidos con un solitario tanto de Dan Petrescu y Colombia se despidió con una victoria sobre Suiza que no le sirvió para nada (2-0). Así las cosas, Rumanía, primera de grupo, se enfrentaría a Argentina en octavos de final; Suiza, segunda, se mediría a España; y a los anfitriones les tocaría desplazarse a San Francisco para enfrentarse a Brasil.

Y ese toro ya fue demasiado fiero para los pupilos de Milutinovic. Aún así, Meola, Reyna y compañía vendieron muy cara su eliminación y sólo una genialidad de Bebeto mediada la segunda parte envió a los yanquis definitivamente a casa. Los brasileños siguieron adelante hasta levantar la Copa del Mundo, pero lo cierto es que el entrenador milagro serbio volvía a sorprender al mundo con las prestaciones de una selección a la que nadie esperaba.

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Y esos buenos resultados le llevaron de nuevo a su segunda casa, a México, que se había quedado a las puertas de los cuartos de final en EEUU 94 tras caer en los penaltis ante la Bulgaria de Stoichkov y quería presentarse en la Copa del Mundo de Francia 98 con opciones de volver a llegar al quinto partido, como en 1986. El serbio aceptó el reto de nuevo y empezó a cumplir con las expectativas generadas ganando la Copa de Oro de 1996, obteniendo el tercer puesto en la Copa América de 1997 a la que el Tri había sido invitado y metió con solvencia a los aztecas en la fase final de la Copa del Mundo. Pero a poco menos de un año del inicio del torneo, la Federación Mexicana lo destituyó y puso al frente del Tri a Manuel Lapuente. Al parecer, a los directivos aztecas no les acababa de gustar el estilo defensivo de Milutinovic, ya que creían que tenían futbolistas de calidad para jugar más al ataque y de manera más alegre. El serbio no dijo ni una palabra más alta que otra, hizo las maletas y se marchó lejos de nuevo.

Porque pese a todo, Bora Milutinovic estaría en Francia 98 en su cuarto Mundial. Porque Nigeria, una selección que había hecho un gran Mundial en EEUU 94 y que se había clasificado sin demasiados problemas para el de Francia, requirió de sus servicios cuando el técnico salió de México por la puerta de atrás. Y Milutinovic, claro está, decidió aceptar el reto de nuevo.

En tierras francesas, los nigerianos cayeron en un grupo complicadísimo junto a España, Paraguay y Bulgaria, pero los chicos de Milutinovic dieron la sorpresa al derrotar a la España de Clemente en la primera jornada (3-2) y firmaron su pase con otro triunfo ante los díscolos búlgaros (1-0), lo cual les permitió reservar a sus mejores futbolistas en el último encuentro ante los guaraníes con la primera plaza del grupo asegurada. Nigeria cayó ante Paraguay (1-3) y convirtió en estéril la goleada de los de Javier Clemente ante Bulgaria (6-1). La Nigeria de Milutinovic, una vez más, jugaría los octavos de final de un Mundial, esta vez ante Dinamarca Paraguay se enfrentaría a Francia y españoles y búlgaros se marcharían a casa a las primeras de cambio.

Sin embargo, los nigerianos cayeron estrepitosamente ante la Dinamita Roja por 4 goles a 1 en un partido en el que estuvieron muy por debajo de su nivel habitual y no pudieron rubricar el gran Mundial que había apuntado en los dos primeros partidos. Una gran generación de futbolistas nigerianos se quedó sin brillar en el torneo tras un inicio realmente fulgurante que prometía un recorrido más largo. Pero así son las cosas… y fútbol es fútbol, que diría Boskov.

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A Milutinovic le tocó volver a cargar con todos sus bártulos. Esta vez decidió cambiar de continente y se marchó hasta China, para dirigir a una selección que nunca había participado en una Copa del Mundo en ese instante. Y el serbio errante amante de los milagros lo volvió a hacer. Clasificó a China para su primer Mundial. El primer Mundial del siglo XXI. El primer Mundial en suelo asiático. El primer y único Mundial que ha disputado China en toda su historia. El Mundial de Corea y Japón de 2002.

Bora, que a esas alturas se había sentado ya en los banquillos de cuatro de los cinco continentes, no sabía chino, pero eso no le impidió comunicarse de manera fluida con sus jóvenes futbolistas, porque, como siempre ha mantenido, “el idioma del fútbol es universal y yo siempre he tenido un don para comunicar mis ideas futbolísticas y mi pasión por este deporte y por la Copa del Mundo”.

Y sí que debieron entenderle porque, de repente, una selección talentosa pero indolente, poco sacrificada en lo colectivo y tendente al desprecio de la táctica, se convirtió en un equipo serio y temible capaz de ganar con solvencia su grupo de clasificación por delante de los Emiratos Árabes Unidos con unos datos demoledores: seis victorias, un empate y una derrota en el último encuentro con el equipo clasificado matemáticamente para el Mundial dos jornadas antes. Vamos, que la China de Bora entraba en su primer Mundial por la puerta grande.

Pero en el torneo, China, con varios de sus mejores jugadores entre algodones, rindió por debajo de lo que se esperaba en el torneo y cayó en todos sus encuentros sin anotar un solo gol. Debutó ante Costa Rica con una dolorosa derrota (2-0) que socavó cualquier posibilidad de plantar cara en un grupo bastante complicado. Porque el siguiente rival era ni más ni menos que Brasil, que venció por 4 goles a 0 a los asiáticos. El partido que cerraba el grupo también lo perdieron los de Bora Milutinovic ante una Turquía superlativa (3-0) que se iba a convertir en la sorpresa del torneo alcanzando las semifinales.

Y ahí, tras su quinto Mundial con la quinta selección distinta, la estrella de Bora Milutinovic empezó a perder brillo poco a poco.

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El magnífico entrenador serbio se marchó a Honduras, pero fue despedido en 2004 cuando ya tenía muy lejos la clasificación para el Mundial de Alemania 2006. Probó suerte también en Jamaica tras el Mundial, pero en la tierra de los velocistas tampoco fue capaz de implantar su método y se marchó en 2007. Finalmente, aterrizó en Irak en 2009 para disputar la Copa Confederaciones como campeón de Asia, pero cayó en la primera fase tras dos empates y una derrota. Aún así, disfrutó de la experiencia y siempre recuerda que tuvo la suerte de jugar contra España, campeona de Europa de 2008 y futura campeona del mundo en 2010, y plantarle cara pese a caer derrotada por un gol a cero.

Fue la última aventura en solitario del aventurero de los banquillos, que aún tuvo tiempo de sentarse junto a Radomir Antic en el Mundial de Sudáfrica 2010 ayudándole a dirigir por primera vez a la selección de su país. Ahora, doce años después, disfruta del fútbol desde la barrera tras ser historia viva en la Copa del Mundo. En Catar 2022 fue uno de los embajadores del torneo y comentó partidos de múltiples selecciones para un montón de televisiones distintas de medio mundo. Pidió paciencia para el Tata Martino en su difícil misión de conducir a su adorado México en el Mundial y disfrutó del fantástico torneo de Messi que le permitió saldar su deuda con la Copa del Mundo

Y es que cinco Mundiales con cinco selecciones distintas dan para mucho y encierran múltiples anécdotas, un aprendizaje brutal y un buen poso de sabiduría que ahora transmite en cada una de sus palabras. Pese a todo, nunca se dio ninguna importancia. De hecho, Bora resume casi toda su experiencia vital en una frase que va bastante más allá del fútbol y que lo relativiza todo: “Lo más importante es dejar algo de mí en cada uno de los sitios en los que estado”. Parece claro que lo ha conseguido con creces.