"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 22 de diciembre de 2023

Las mayores goleadas de la Copa del Mundo... y sus consecuencias

El escritor y director de cine Pier Paolo Pasolini escribió una vez: “Cada gol es siempre una invención, una perturbación del código. Todo gol es fulguración, estupor irreversibilidad. El máximo goleador es siempre el mejor poeta del año y el fútbol que expresa más goles es el fútbol más poético”.

Alfredo Di Stéfano lo hizo más fácil. Cortita y al pie: “Marcar un gol es como hacer el amor”. Y remató (a gol, por supuesto): “Un partido sin goles es como un domingo sin sol”.

Todas estas odas al gol pueden parecer un poco exageradas, pero está clarísimo que los goles son la esencia del fútbol. Son los que levantan a los aficionados de sus asientos y los ponen a celebrar, a gritar, a abrazarse, a emocionarse como los niños y niñas que un día fueron. Son los que levantan pasiones. Los que alegran a medio estadio mientras dejan al otro medio cariacontecido, taciturno, frustrado y noqueado por momentos.

Y esa emoción que generan los goles, ese estado de ánimo contagioso que transmiten, en cualquier partido de cualquier campeonato del mundo y de cualquier categoría del mundo se multiplica con creces en la Copa del Mundo. Porque en un Mundial los goles son aún mucho más valiosos.

Son mucho más esenciales.
Mucho más especiales.
Mucho más pasionales.
Mucho más líricos.
Mucho más épicos.

Por eso vamos a reseñar aquí, una por una, desgranándolas, las mayores goleadas de la historia de los Mundiales. Para recordar a sus protagonistas. Y para no olvidar que cada una de ellas trajo sus consecuencias más allá de las veces en las que el portero sacó con gesto fruncido el balón de su portería mientras los defensas golpean la hierba cabizbajos. Porque los goles tienen consecuencias. Y si son muchos goles, muchas más consecuencias… Para bien o para mal.

***

Hungría 10 – El Salvador 1 (España 82).
La mayor goleada en la historia de los mundiales… hasta hoy.

El Salvador se presentó en el Mundial de España 82 contra todo pronóstico. Era la segunda vez que La Selecta se clasificaba para una Copa del Mundo. La primera fue en México 70 y el partido que clasificó a los salvadoreños provocó una guerra entre El Salvador y Honduras que se llamó la Guerra de las 100 horas o la Guerra del Fútbol. Para el Mundial de España 82 la guerra los salvadoreños la traían de casa, ya que el país andaba metido en una contienda civil que se prolongaba desde 1980.

Así que, pese a la alegría por la clasificación, La Selecta no pudo preparar convenientemente su regreso al Mundial. Los salvadoreños apenas disputaron cuatro amistosos desde su clasificación, dos en el mes de enero y otros dos en el mes de abril, llegaron los últimos a España (apenas tres días antes de su debut en el torneo) tras un viaje plagado de escalas y sólo viajaron 20 jugadores.

Llegaron a Alicante y, por no tener, no tenían ni banderín para intercambiar con la selección rival. Cuatro balones, dos uniformes y un chándal para cada jugador y a otra cosa. Más tarde los futbolistas se enteraron de que Adidas, su patrocinador, les había preparado bastante más material (se habla de siete uniformes completos para cada jugador, 30 balones para entrenar, banderines, llaveros…), pero todo había desaparecido misteriosamente al paso de unos directivos salvadoreños que siempre iban un paso por delante de los jugadores.

Además, el grupo que le había tocado a La Selecta tenía miga. Mágico González y compañía se iban a enfrentar a Hungría, que lideró su grupo de clasificación por delante de la mismísima Inglaterra, a Bélgica, actual subcampeona de Europa que acabó por delante de Francia en las clasificatorias y que dejó fuera a sus vecinos de Países Bajos, y a Argentina, la actual campeona del mundo dirigida por Menotti desde el banquillo y por Maradona y Kempes sobre el verde. ¡Casi nada!

El partido inaugural lo habían disputado Argentina y Bélgica en el Camp Nou de Barcelona el 13 de junio de 1982, un día después de que los miembros de La Selecta aterrizaran en España. Ese partido supuso la primera gran sorpresa del torneo, con la victoria de los Diablos Rojos por un gol a cero ante la selección albiceleste.

Mientras, los integrantes del plantel de El Salvador veían en la víspera de su debut un único partido de Hungría. Las imágenes las habían conseguido comprándoselas a un agente español. No fue suficiente.

Cuando los salvadoreños saltaron al césped del Nou Estadi de Elche (hoy Martínez Valero) a las 9 de la noche del 15 de junio de 1982 no podían ni imaginar lo que se les venía encima. Salieron alegres los centroamericanos, pero el entusiasmo les duró apenas cuatro minutos. Los que tardó Tibor Nyilasi en abrir el marcador de un certero cabezazo a la salida de un córner. Las cosas se pusieron peor para los pupilos de Mauricio Rodríguez cuando Poloskei culminó una contra en la que todo lo que podía salir mal, salió fatal para El Salvador. Mágico González perdió un balón en tres cuartos de campo y los magiares tocaron a rebato. Un pase largo a la banda derecha no fue interceptado por la defensa salvadoreña, que llegó tardísimo, y Poloskei cruzó la pelota ante un Guevara Mora que había dejado totalmente desguarnecido el palo largo en su salida. Once minutos de juego y dos a cero en contra.

Aún hizo Fazekas el tercer tanto en el minuto 23 tras un gran disparo desde la frontal del área y los magiares levantaron el pie del acelerador. Los centroamericanos aprovecharon para calmarse y lograron contener a los húngaros para llegar al descanso con esa desventaja de tres tantos. Sin embargo, el paso por los vestuarios no les iba a venir bien precisamente.

Porque Hungría saltó en el segundo tiempo con ganas de cerrar definitivamente el partido y embotelló a una Selecta imprecisa y timorata que no supo cómo contrarrestar las llegadas húngaras. Toth hizo el cuarto a los cinco minutos y Fazekas repitió para hacer el quinto tanto ocho minutos más tarde.

Con cinco goles ya en el zurrón llegó la única alegría de la noche para la Selecta. Mágico se fue de tres rivales para llegar a la línea de fondo y meter un pase raso atrás, al punto de penalti. Allí recibió Huezo, al que le encimaron tres defensas, y dejó el balón suave a su compañero Zapata, que controló la pelota en el área chica para batir con tranquilidad a Meszaros. Era el primer gol de El Salvador en un Mundial y Zapata lo celebró como si lo hubiese ganado. El Mundial, se entiende… Lo que pasa es que realmente iban perdiendo 5 a 1. Y aún quedaban 25 minutos de juego por delante.

Y pasó que los goles húngaros siguieron cayendo a un ritmo frenético. Uno cada cuatro minutos. Y porque los magiares decidieron poner el freno de mano en el minuto 83. Así fue como El Salvador salió del Nou Estadi de Elche con un resultado antológico: 10 a 1. La mayor goleada en la historia de los Mundiales.

Las críticas en El Salvador fueron feroces, cebándose en los jugadores, sobre todo en el meta Guevara Mora, y obviando las paupérrimas condiciones en las que se habían presentado los salvadoreños a la competición más dura del mundo. Teniendo en cuenta que aún quedaba enfrentarse a belgas y argentinos, el horizonte de La Selecta no parecía el más halagüeño.

Pero entonces sucedió lo imprevisto. Los jugadores de Mauricio Rodríguez se sacudieron la presión tras la goleada inicial y ofrecieron una gran versión ante Bélgica, verdugo de Argentina, que sólo pudo batir una vez a Guevara Mora. Lo hizo Ludo Coeck a los 19 minutos de encuentro con un melonazo desde su casa que botó justo delante del meta salvadoreño para colarse ajustado a la cepa de su palo derecho. Nada más. Los salvadoreños compitieron bien y lavaron su imagen.

Mientras, Argentina derrotaba con claridad a Hungría (4-1) y dicen que Maradona se destapó con una de sus típicas declaraciones, medio en broma, medio en serio, asegurando que si los húngaros les habían hecho 10 goles a los salvadoreños, él solito les haría 11. El mito maradoniano en estado puro. El mismo Maradona que siempre dijo que no había visto a nadie jugar mejor que Mágico González. Ni siquiera a él mismo. Lo dicho, Maradona en estado puro.

El caso es que El Salvador volvió a plantear un partido duro. Los defensas atizaron a Maradona en cada balón que tocó (el astro argentino no se quejó ni una sola vez, todo hay que decirlo) y trabajaron bien compenetrados, cerrando los espacios para no sufrir otra goleada. Juntitos y atrás, a la espera de que Mágico o Huezo hicieran algo de magia allí arriba. Al final ganó Argentina, con un tanto de Passarella desde el punto de penalti (una falta sobre Calderón dentro del área que protestaron con toda la vehemencia del mundo todos los integrantes de La Selecta empujando sin parar a un colegiado que no sabía por dónde le venían los golpes y agitaba los brazos con las tarjetas en las manos) y con la puntilla de un golazo de Bertoni ya en la segunda mitad para cerrar el choque.

Al final, El Salvador no sólo maquilló la sonrojante goleada recibida ante Hungría, sino que con el tiempo la gente valoró muchísimo más, por encima del tremendo varapalo, el único tanto de La Selecta en una Copa del Mundo conseguido por Zapata en ese mismo encuentro. Tanto, que en el año 2010 vio la luz un documental titulado “Uno: la historia de un gol” que narra toda la experiencia mundialista de una selección irrepetible que nunca más ha vuelto a pisar una Copa del Mundo.

Por su parte, y pese a la histórica goleada, Hungría también se marchó para casa en la primera fase junto a El Salvador, tras caer ante Argentina (4-1) y empatar ante los belgas (1-1). Hicieron las maletas con 3 puntos, 12 goles a favor y a 5 en contra. Seguro que los húngaros hubieran preferido ganar uno a cero y pasar de ronda, pero así es el fútbol. Porque, pese a la goleada, la historia la escribió El Salvador.

***

*Hungría 9 – Corea del Sur 0 (Suiza 54)

Los Magiares Mágicos se presentaron en el Mundial de Suiza con la vitola de mejor equipo del mundo, campeones olímpicos en 1952 y protagonistas de una victoria épica ante Inglaterra en Wembley en un partido que dio la vuelta al mundo poco más de medio año antes del comienzo del torneo. Esos Magiares Mágicos debutaron ante Corea del Sur y presentaron su candidatura a levantar la Copa Jules Rimet desarbolando a los asiáticos, que debutaban en una Copa del Mundo que se les acabó atragantando de muy mala manera.

Y es que Corea del Sur se clasificó por primera vez para la fase final de una Copa del Mundo en 1954. Taiwán se había retirado de un triangular previsto en Japón y los organizadores decidieron que la clasificación se decidiría entre nipones y surcoreanos jugando dos partidos… ¡en Japón! Pese a jugar de visitante los dos encuentros, los surcoreanos vencieron a Japón por un contundente 1 a 5 en el primer partido y empataron a dos una semana más tarde en el mismo escenario.

Pero la selección asiática no tuvo suerte en el sorteo. Cayó encuadrada en un grupo con la poderosísima Hungría y la sorprendente e imprevisible Turquía, que había dejado fuera a España después de una eliminatoria estrambótica que se resolvió en Roma con un niño sacando un papelito de una copa para decidir qué selección acudiría al Mundial. La RFA completaba el grupo, aunque los surcoreanos no jugarían contra ellos porque cada selección sólo disputaría dos encuentros en la primera fase y un tercero en caso de empate a puntos.

Los surcoreanos debutaron ante los Mágicos Magiares el 17 de junio de 1954 y aguantaron la tromba de juego húngara apenas 12 minutos. Los que tardó Puskas en batir al meta Hong Deok-Young. Lantos hizo el segundo siete minutos después y Sandor Kocsis el tercero y el cuarto antes del descanso. A la vuelta de vestuarios, los de Gusztav Sebes no bajaron el ritmo y pasaron por encima de los voluntariosos surcoreanos, que poco pudieron hacer ante tal avalancha de juego y goles. El partido acabó con un 9 a 0 para los Mágicos Magiares.

La goleada dejó muy tocados a los futbolistas asiáticos, que tres días después volvieron a ser desarbolados por los turcos. La selección entrenada por el italiano Sandro Puppo venía de perder ante Alemania Federal por 1 a 4 y necesitaba una victoria para, al menos, disputar el partido de desempate ante el mismo rival que, presumiblemente, caería ante Hungría (así fue, la RFA perdió 9 a 2 ante Hungría). A la media hora de juego ya vencían los otomanos por 3 a 0 y aún anotarían el cuarto antes del descanso. Al final, Turquía venció por 7 a 0.

Corea del Sur volvió a casa tras su primera experiencia mundialista con un saco de 16 goles a cuestas en apenas dos partidos. La experiencia mundialista fue dura de verdad, pero de todo se aprende. O eso dicen...

*Uruguay 7 – Escocia 0 (Suiza 54)
Otra de las selecciones que sufrió en sus carnes la dureza de su primera experiencia mundialista fue Escocia en ese mismo torneo de Suiza 54. 

Los escoceses habían renunciado a jugar el Mundial de Brasil 50 pese a haberse clasificado tras quedar segundos en su grupo de clasificación por detrás de sus vecinos ingleses. La Asociación Escocesa de Fútbol (SFA) no permitió que la Tartan Army viajara a Brasil porque sus mandatarios había prometido que sólo viajarían si quedaban primeros. Las protestas de los jugadores no sirvieron de nada y Escocia se quedó en casa. Sin embargo, cuatro años más tarde los mandamases de la SFA ya no tuvieron ningún remilgo. Escocia volvió a quedar segunda tras Inglaterra en el grupo de clasificación. Pero esta vez sí participarían en la Copa del Mundo. Pero con sus normas… las de los federativos, claro.

El seleccionador Andy Beattie dio una lista con 22 convocados para el torneo, pero la SFA sólo tenía dinero para pagar el viaje y los gastos de 13 futbolistas. Finalmente, la Tartan Army se presentó en tierras helvéticas con sus 13 jugadores, mientras numerosos miembros de la Asociación viajaban también a gastos pagados con sus esposas para presenciar el torneo.

Escocia debutó en el torneo el 16 de junio en Zúrich ante Austria, una de las selecciones más atractivas del torneo. Plantaron cara los escoceses, que cayeron con un gol de Erich Probst al filo del descanso (1-0). La imagen había sido bastante buena, pero el resultado era muy malo, porque la Tartan Army se jugaría la clasificación ante Uruguay, la defensora del título. Además, el seleccionador Beattie presentó su renuncia tras la derrota ante los austríacos y los trece futbolistas se autogestionaron para el partido ante los campeones uruguayos.

El 19 de junio de 1954 en Basilea, Escocia vivió en sus propias carnes la dureza y la exigencia de una competición como la Copa del Mundo. La Garra Charrúa se adelantó con goles de Borges y Míguez en la primera mitad y destrozó literalmente a los escoceses en la segunda. Borges hizo dos goles más y Míguez otro, mientras que Abaddie contribuyó con otras dos dianas al siete a cero final que se acabaron llevando los escoceses en el zurrón.

No hay constancia documental de que a los miembros de la SFA que viajaron hasta Suiza se les cayera la cara de vergüenza. Como tampoco la hay de que se quedaran en tierras helvéticas a cuerpo de rey hasta el final del torneo. Así que, aunque nunca lo sabremos, cualquiera de las dos hipótesis podría ser plausible. ¿O no?

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*Yugoslavia 9 – Zaire 0 (Alemania 74)

Zaire, hoy República del Congo, se clasificó para un Mundial por primera vez en su historia en 1974. El dictador Mobutu envió a dos ministros como cabezas de la delegación zaireña y prometió unas cuantiosas primas a los futbolistas, que se habían proclamado campeones de África por segunda vez en su historia apenas tres meses antes del Mundial. Unos futbolistas que salieron de su país despedidos como héroes en un aeropuerto a reventar y con la promesa de volver con sus cuentas corrientes mucho más llenas y abultadas.

Pero cuando los Leopardos cayeron 2 a 0 ante Escocia en su debut en la Copa del Mundo en un dignísimo encuentro, los representantes del gobierno informaron a los jugadores de que no se les pagarían las primas prometidas por la disputa de cada partido mundialista. Al parecer, se habían quedado sin dinero tras pagar el viaje de toda la delegación.

Los futbolistas respondieron con la amenaza de no presentarse a disputar el segundo partido ante Yugoslavia, pero, al final, por las presiones gubernamentales, lo hicieron. Eso sí, se dedicaron a deambular por el césped del Parkstadion de Gelsenkirchen y a huir todo el partido de los futbolistas que vestían camisetas azules. Algunos fueron un poco más lejos. Al portero Kazadi Mwamba lo cambiaron a los 21 minutos de encuentro tras encajar el cuarto gol. Y el delantero centro Kakoko Etepé decidió quedarse en los vestuarios y no saltar al terreno de juego en la segunda mitad. Mayanga Maku entró en su lugar. Pero todo dio igual. Cayeron por 9 a 0.

Al finalizar el encuentro, unos enviados presidenciales se presentaron en el hotel de concentración, encerraron a los jugadores a cal y canto y hablaron con ellos. Bueno, más que hablar, les trasladaron de viva voz el mensaje del dictador: por supuesto, seguía sin haber dinero para ellos, pero, además, si perdían ante Brasil por cuatro tantos de diferencia no volverían al país. Tras la breve charla, salieron del hotel dejando helados a los futbolistas.

El 22 de junio de 1974 los Leopardos saltaron al Waldstadion de Frankfurt con la espada de Damocles sobre sus cabezas. Enfundados en sus camisetas verdes corrían como gamos y peleaban cada pelota como si fuera la última, pero no pudieron evitar que Brasil marcara diferencias con sus rutilantes estrellas. Jairzinho hizo el primer tanto a los doce minutos de partido, pero los congoleños aguantaron ese marcador hasta el descanso. Ya en la segunda mitad Rivelino hacía el segundo gol de la Canarinha y, a falta de once minutos para el final, Valdomiro hacía el tercero. Un día más en la oficina para los defensores del título. Un drama para los zaireños, que no podían encajar ni un solo gol más en los minutos que quedaban de partido.

Fue entonces cuando una imagen iba a dar la vuelta al mundo. Mwepu Ilunga, uno de los aguerridos defensores de Zaire, salió de la barrera en un libre directo a favor de Brasil cuando el colegiado ni siquiera había permitido el lanzamiento todavía y despejó la pelota de un patadón lo más lejos posible de su propia portería. Vamos, que no la sacó del estadio de milagro. El colegiado, totalmente sorprendido (como los brasileños, el resto del estadio y los que veían el partido por televisión), le mostró una merecisíma tarjeta amarilla. Nadie sabía en ese momento qué le pasó por la cabeza al futbolista congoleño, pero después sí se supo.

Mwepu Ilunga ya había intentado que lo expulsaran en el choque ante Yugoslavia para escapar de aquel infierno, pero no lo consiguió. Le dio un patadón tremendo a un futbolista balcánico sin balón a los 22 minutos y el árbitro le expulsó… pero se equivocó de dorsal y el que salió del campo fue su compañero Ndaye Mulamba. A pocos minutos del final contra Brasil Ilunga volvió a intentar que lo expulsaran, pero el colegiado sólo le sacó la amarilla y hubo de seguir en el campo. Y siguió viendo cómo los jugadores brasileños y el público asistente se reían porque pensaban que el jugador no sabía las reglas.

Por suerte, al final el marcador no se volvió a mover. Zaire perdió 3 a 0 ante Brasil. Y, al parecer, los futbolistas volvieron a casa sanos y salvos… aunque nadie fue a recibirlos al aeropuerto del que habían partido en loor de multitudes y aunque desde ese momento fueran considerados unos apestados en su propio país.

*Polonia 7 – Haití 0 (Alemania 74)

En este mismo torneo de Alemania también debutaba Haití. También con el respaldo y patrocinio de su dictador. En este caso, se llamaba Jean Claude Duvalier, Bebe Doc, y era el hijo del anterior dictador François Duvalier. Exacto, Papa Doc.

Los haitianos inquietaron a Italia en el debut (3-1) y compitieron también contra Argentina (3-1), pero entonces salió a la luz el primer positivo en la historia de los Mundiales, el del haitiano Ernst Jean-Joseph, al que la guardia pretoriana del dictador sacó inmediatamente de la concentración por la mala imagen que había dado del país.

Sus compañeros, muy tocados por la noticia y por la incertidumbre de saber qué le podía pasar a su compañero, no estaban todo lo centrados que deberían para enfrentarse a Polonia y, claro, les cayó la del pulpo (7-0).

Al volver a casa supieron de la suerte de su compañero. 

Efectivamente, había sido torturado.

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*Portugal 7 – Corea del Norte 0 (Sudáfrica 2010)

En el Mundial de Sudáfrica 2010 participó por segunda vez en su historia la selección de Corea del Norte. Los asiáticos no disputaban una Copa del Mundo desde Inglaterra 66, donde hicieron historia eliminando a Italia en la fase de grupos y tuvieron durante muchos minutos contra las cuerdas a la Portugal de Eusébio en los cuartos de final del torneo. Tras esa gesta, cuarenta y cuatro años de ausencia.

Hasta que Corea del Norte renació de sus cenizas y conformó un gran equipo que explotó en la fase de clasificación para el Mundial de Sudáfrica. Los norcoreanos se clasificaron sólo por detrás de sus vecinos de Corea del Sur, mandando a la repesca a Arabia Saudí y eliminando directamente a Irán y a Emiratos Árabes.

Tras esta gesta, el régimen de Kim Jong-Il fomentó un clima enfervorizado en torno a los futbolistas que viajarían a Sudáfrica y, a la vez, puso en marcha su aparato propagandístico de cara al interior y al exterior. A Sudáfrica se desplazaron tan solo dos periodistas enviados y controlados por el régimen y únicamente los jugadores y los miembros del cuerpo técnico, sin familiares ni amigos que los acompañasen. Obviamente, los integrantes de la selección tenían prohibido hablar en público sobre cualquier aspecto relacionado con la vida en Corea del Norte.

Sin embargo, para el debut de Corea del Norte ante Brasil, más de dos mil seguidores ataviados con los colores, la bandera y los símbolos del país hicieron acto de presencia en el estadio Ellis Park de Johannesburgo para animar a su selección. El mundo estaba atónito hasta que se descubrió la farsa: eran dos millares de actores chinos contratados para la ocasión por el régimen de Kim Jong-Il. Increíble, pero cierto.

El caso es que los norcoreanos jugaron de tú a tú contra Brasil. A la verdeamarelha le costó imponer su calidad y su pegada y hubo de esperar a la segunda parte para abrir el marcador ante los correosos norcoreanos. Maicon y Elano pusieron por delante a Brasil, pero los de Dunga no fueron capaces de cerrar definitivamente el encuentro y los asiáticos le pusieron picante al partido después de que Ji Yun-Nam recortara diferencias a falta de dos minutos para el final.

Los dirigentes de Corea del Norte quedaron tan satisfechos con la imagen del equipo que decidieron emitir en directo por televisión el siguiente encuentro de la selección. Los pupilos de Kim Jong-Hun se medían a la Portugal de Cristiano Ronaldo en el Green Point de Ciudad del Cabo. Los de Queiroz venían tocados y necesitados tras un empate ante Costa de Marfil y los norcoreanos acabaron pagando el pato. El pato, la cuenta, los chupitos, las copas y el puro…

Y eso que aguantaron bien el primer tiempo, donde encajaron un solo tanto de Raúl Meireles rozando la media hora de juego. Pero en la segunda mitad los lusos salieron en tromba y destrozaron literalmente a los asiáticos. Simao, Aleida y Thiago marcaron tres goles en apenas seis minutos y entonces… ¡en Corea del Norte cortaron la señal del partido en directo en televisión! Para los ciudadanos norcoreanos ese partido acabó cuatro a cero. Los futbolistas norcoreanos, en cambio, aún recibirían tres goles más para cerrar una goleada histórica: Portugal 7 – Corea del Norte 0.

Más allá del baile de los portugueses, lo peor vino después. O eso se dice, porque nadie puede comprobarlo y estas historias pasean peligrosamente por el filo entre la realidad y la ficción. Se cuenta que el dictador ordenó que se falsificaran todas las noticias del Mundial que llegaran al país y, al parecer, a día de hoy los norcoreanos creen que ese Mundial, el único que ha ganado España hasta el momento, se lo llevó en realidad Portugal, porque, como todo el mundo sabe, no es lo mismo que te meta un porrón de goles el campeón que un simple cuartofinalista.

Pero eso no es todo. Cuentan que a la llegada de la selección norcoreana a Pyongyang, los jugadores fueron condenados a una sesión de “crítica y autocrítica” que consistió en obligarlos a plantarse ante las puertas del Palacio de la Cultura Popular y aguantar seis horas de insultos y vejaciones por parte de cuatrocientos asistentes. Se libraron de la ignominia tan solo dos jugadores: Jon Tae-Se, su estrella, y An Yong-Ka, su compañero en un equipo japonés. Al parecer ambos regresaron directamente a Japón desde Sudáfrica y se libraron del castigo. Cuentan las mismas fuentes que el seleccionador Kim Jong-Hun fue también condenado a trabajos forzados en una mina cercana a Pyongyang.

Estas noticias las publicaron periódicos europeos y americanos y la FIFA decidió abrir un proceso de investigación ante la gravedad de los hechos expuestos. La supuesta investigación concluyó que las acusaciones eran falsas e indemostrables (al parecer entrevistaron a todos los miembros de la selección norcoreana) y que la noticia había partido de un bulo creado por un medio de comunicación de Corea del Sur que se había expandido al resto del mundo.

Una cosa sí está clara. Desde ese partido los norcoreanos nunca han vuelto a ver en directo por televisión ni un solo partido de su selección de fútbol. Que equivocarse una vez es de sabios, pero hacerlo dos veces es más propio de los necios… Aunque el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, ¿no?

***

En la historia de la Copa del Mundo ha habido otras goleadas escandalosas, como el 8 a 0 que le endosó Alemania a Arabia Saudí en el primer partido de la primera fase del Mundial de Corea y Japón en 2002 o el 7 a 0 con el que España despachó a Costa Rica en su debut en la Copa del Mundo de Catar 2022. Pero ninguna tuvo consecuencias dignas de mención más allá de las portadas pidiendo el regreso de los jugadores goleados en sus respectivos países.

Pero si hay una goleada recordada para siempre será la protagonizada por Alemania ante Brasil en el estadio Mineirao de Belo Horizonte en las semifinales del Mundial de 2014 (1-7). El gol del honor anotado por Oscar en los minutos finales de ese partido de infausto recuerdo para la verdeamarelha saca al Mineirazo de la lista de las diez goleadas más abultadas de la historia de los Mundiales, pero por el contexto, por el momento y por la manera en la que se produjo esa histórica paliza podría encabezar esta lista una y mil veces.

Porque pocas veces una de las grandes selecciones del planeta es humillada de tal manera en una cita tan importante.

Porque la humillación fue histórica.
Una afrenta a los dioses del fútbol en su propia casa sin paliativos.
Un calvario épico.
Una derrota legendaria. 
Una herida reciente que aún supura.
Un partido que los brasileños tratan de olvidar sin acabar de conseguirlo.

Pero no olvidemos que Brasil ya vivió un Maracanazo en 1950. Y que de las cenizas de esa tragedia surgieron un tal Pelé y un tal Garrincha para convertir a Brasil en la esencia del buen fútbol.

Quizá de las cenizas de ese Mineirazo alemán salga otra canarinha totalmente nueva, renacida y purificada en la esencia de su fútbol, aunque los años van pasando y no parece que el fénix esté muy por la labor de resurgir de sus propias cenizas.

Y tampoco olvidemos nunca que los goles en una Copa del Mundo lo cambian todo.
Y si son muchos, lo cambian todavía más.
Para bien o para mal.

viernes, 1 de diciembre de 2023

El día que Van Gaal jugó con fuego... y se quemó

8 de diciembre de 2022. Sala de prensa del estadio de Lusail. El veterano entrenador holandés Louis Van Gaal se pone ante los micrófonos de los periodistas en la previa de los cuartos de final de la Copa del Mundo que enfrentará a Países Bajos y Argentina. Y no se corta. Y en un tono bastante cordial, pero claro y cristalino, suelta la bomba.

Messi es un jugador que puede decidir un partido en una acción individual. En la semifinal que jugamos ante Argentina en 2014, no tocó un balón y perdimos en los penaltis. Ahora queremos nuestra revancha”.

Y sigue, ya totalmente desmelenado. “Cuando Argentina pierde el balón, Messi no participa mucho. Ahí está nuestra oportunidad”.

Y remata directamente. “Si tenemos que llegar a los penaltis, creo que quizás ahora estemos en ventaja”.

Ahí está. Cortita y al pie. Siempre negativo. Nunca positivo.

¿Es Van Gaal víctima de su propio exceso de sinceridad respondiendo las preguntas de la prensa? Puede ser. Pero parece que Louis, gato viejo curtido en mil batallas, sabe lo que hace y lo que dice. Sabe también por qué lo hace y por qué lo dice. Y parece pretender que Messi encare el partido presionado y con dudas. Él y el resto del equipo.

Pero se le acabó girando la tortilla.

Porque Messi, en vez de acogotarse, se encabronó. Con la ayuda de sus compañeros, claro, que para algo son todos cancheros y le recordaron una y otra vez las palabras del técnico antes del encuentro, durante y después.

Así que Van Gaal, queriendo o sin querer, prendió la mecha y el partido de cuartos de final del Mundial de Catar entre Argentina y Holanda se convirtió en uno de los choques más intensos y vibrantes del torneo y dejó imágenes inolvidables que pasarían a formar parte de la historia de la Copa del Mundo.

La de Messi festejando el segundo gol argentino con las manos en la orejas a lo Topo Gigio en plenas narices del técnico holandés. Un guiño a Riquelme, otro defenestrado por Van Gaal por dejar al equipo con uno menos cuando no estaba atacando.

La de Leandro Paredes golpeando el esférico con todas sus ganas (y sus fuerzas) contra el banquillo neerlandés tras una falta que acabó en tángana multitudinaria.

La de Wout Weghorst, delantero oranje, recibiendo una tarjeta amarilla en el banquillo por sus continuas protestas y celebrando después los dos goles neerlandeses en los minutos finales para enviar a la prórroga un choque que parecía sentenciado.

La de los lanzadores argentinos disponiéndose a tirar los penaltis rodeados por jugadores vestidos de naranja tratando de desestabilizarlos sin que ninguno de los cuatro colegiados presentes sobre el césped hiciera nada en ningún momento para evitarlo.

La de toda la selección albiceleste al completo celebrando la clasificación en la mismísima cara de los derrotados neerlandeses en una imagen antideportiva que dio la vuelta al mundo.

La de Messi que se va a por Van Gaal al banquillo rival haciendo con las manos el gesto de una boca que habla y ha de ser frenado por otro mito, el exinternacional neerlandés Edgar Davies, en ese momento segundo entrenador de Países Bajos.

De nuevo Messi, que suelta el “¡Qué mirás, bobo! Andá pallá” cuando Wout Weghorst se le quedó mirando con cara de pocos amigos en plena entrevista post partido.

Y es que el día que La Pulga pareció más maradoniano que nunca en su carrera no se mordió la lengua ante nada ni ante nadie. “Van Gaal vende que juega bien al fútbol, pero después tira pelotazos nomás”.

Y siguió. “No me gusta que se hable antes de los partidos. Eso no es parte del fútbol. Yo siempre respeto a todo el mundo, pero me gusta que me respeten a mí también. Van Gaal no fue respetuoso con nosotros”.

La venganza se sirve fría, dicen.

Pero la historia de esta fricción viene de antes. De mucho antes… Es una historia de cuentas pendientes que se enmarca dentro de una añeja batalla futbolística y cultural adornada con tintes personales.

***

A Louis Van Gaal, un técnico muy prestigioso, infravalorado para algunos y sobrevalorado para otros, siempre se le han atribuido dos cualidades prácticamente antagónicas: su pasión por el fútbol ofensivo y alegre sin negociación posible y, a la vez, su metódica obsesión por hacer las cosas de una única manera posible: la suya. Cruyffista en el fondo y Mourinhista en las formas. Ataque, sí. Talento individual, también. Pero al servicio del grupo, de la ocupación de espacios y del posicionamiento táctico que tiene muy bien anotado en su mítica libreta.

El equipo por encima del individuo, tenga el talento que tenga. Siempre.

Las líneas garabateadas en una libreta por delante de los versos sueltos. También siempre.

Que se lo digan a Rivaldo, por ejemplo, que quiso aprovecharse de su condición de Balón de Oro 1999 para recuperar la posición que más le gustaba tras dos temporadas en las que ganó dos Ligas y una Copa del Rey con el FC Barcelona de Van Gaal, pero en las que él sintió que se había sacrificado demasiado por el equipo jugando pegado a la banda izquierda, encorsetado y fuera de su posición natural.


Louis lo reunió con sus compañeros y le obligó a que formulara su petición delante de ellos. También le dijo que, de paso, les agradeciera un Balón de Oro que sin sus compañeros nunca habría conseguido. Tras esta escena, lo sentó en el banquillo y, de paso, cavó su propia tumba. Porque las circunstancias le obligaron a recular, a ponerlo de nuevo en el once y, además, a sacarlo definitivamente de la banda izquierda.

El pulso entre jugador y entrenador, como casi siempre, lo ganó el futbolista. Y lo perdió el FC Barcelona, que esa temporada 1999-2000 no ganó ningún título y acabó con el técnico holandés fuera del equipo. Tras tres temporadas, se despidió en sala de prensa con estas escuetas palabras: “Queridos amigos de la prensa, yo me voy. Felicidades”.

Y se marchó para debutar como seleccionador de los Países bajos, donde dejó una mítica frase de presentación muy de su estilo. De ésas que luego siempre te pueden echar por cara. “He firmado un contrato hasta el año 2006, así que tengo tiempo de ganar no un Mundial, sino dos”. ¡Ahí es nada!

Pero, una vez más, las palabras se las llevó el viento… porque una Holanda en la que jugaban futbolistas de la talla de Davis, Seedorf, Stam, Cocu, Van Bommel, Kluivert, Overmars, los hermanos De Boer, Van der Sar, Van Bronckhorst, Van Nistelroy, Hasselbaink o Makaay no se clasificó para la Copa del Mundo de Corea y Japón de 2002, acabando por detrás de Portugal e Irlanda en una fase de clasificación pésima. Van Gaal, tras comprobar que sus propios jugadores le pedían un poco más de flexibilidad en el trato, dimitió entre lágrimas y se marchó de la selección tras uno de los fiascos más grandes de su historia (Holanda había acudido de forma consecutiva a todos los Mundiales desde el que se disputó en México en 1986).

Y entonces, sorprendentemente, cuando nadie lo esperaba, volvió al Barça…

Que se lo pregunten a Juan Román Riquelme.

En el verano de 2002, el magnífico jugador argentino fichó por el FC Barcelona porque su presidente Gaspar quería vestir de blaugrana a la estrella más rutilante del momento para contrarrestar al Madrid Galáctico que había empezado a gestar Florentino Pérez, pero no contó con que al frente del proyecto iba a poner a un entrenador que no quería al jugador argentino de ninguna de las maneras. Sí, a Louis Van Gaal.

El primer día de entrenamiento el técnico neerlandés encerró a la estrella argentina en su despacho ante una mesa repleta de cintas de vídeo. “Todos estos vídeos son de usted. Usted es el mejor jugador del mundo cuando tiene la pelota, pero cuando no la tiene jugamos con uno menos”. En el primer partido de Liga Riquelme dio dos asistencias, pero Van Gaal le afeó que no volviera a posicionarse como interior izquierdo al acabar las jugadas. Y le relegó al banquillo casi instantáneamente.

En este caso no ganó ninguno de los dos. Gaspar dejó la presidencia del Barça en febrero de 2003 y llegó Joan Laporta. Van Gaal se marchó justo antes de la marcha de Gaspart, en enero, y la campaña siguiente llegó su compatriota Frank Rijkaard. Juan Román Riquelme también tuvo que hacer las maletas y partir hacia un exilio que resultó ser muy estimulante en el Villarreal de Pellegrini.

Van Gaal regresó entonces a los Países Bajos para lamerse las heridas y coger aire. Dejó momentáneamente los banquillos y se convirtió en un profesional más de la dirección técnica del Ajax, pero tras un par de años sin dirigir equipos le pudo el gusanillo y decidió sentarse en el banquillo del AZ Alkmaar, el club de una ciudad que contaba con 90.000 habitantes en el año 2003, un estadio con capacidad para 8.000 espectadores y que sólo había ganado una Liga Holandesa en toda su historia.

Van Gaal le cambiaría el paso al equipo y lo catapultaría a ser uno de los referentes de la Eredivisie. En Alkmaar, Van Gaal se reinventó como entrenador y consechó unos éxitos asombrosos: dos segundos puestos de forma consecutiva y el título de Liga de 2009, el segundo de la historia del club y, hasta hoy, el último.

Tras esos cuatro magníficos años en el AZ, con el zurrón lleno de éxitos y la libreta repleta de nuevos apuntes, fichó por el Bayern de Múnich, el gigante bávaro, con el que sentó las bases de un equipo de ensueño que explotaría definitivamente a los mandos de Jupp Heinckes. En su primer año en Múnich ganó la Liga, la Copa y se plantó en la final de la Champions, que perdió ante el Inter de Mourinho. Pero, aun ganando la Supercopa de Alemania en el inicio del curso siguiente, los malos resultados en la Bundesliga y la mala relación con algunos directivos y jugadores del equipo precipitaron su salida.

Una pena… que, sin embargo, le vino bien. Porque en el otoño de 2012 substituiría a Bert Van Marwijk en el banquillo de la selección de los Países Bajos tras una lamentable Eurocopa de Francia en la que la Oranje, subcampeona del mundo, no pudo superar la fase de grupos. La vida, el fútbol, le había dado una segunda oportunidad con la selección tras un primer gran fiasco. Y el técnico, ya veterano, no pretendía desaprovecharla de nuevo.

***

Van Gaal renovó una selección envejecida y cansada y clasificó sin problemas al equipo para el Mundial de Brasil. Además, se dio el gustazo de vengar la derrota en la final de la anterior Copa del Mundo destrozando a España en el partido inaugural (5-1) y, a la postre, echándola del torneo.

Tras una primera fase inmaculada y muy solvente, la Oranje pasó bastantes más apuros en la fase eliminatoria, superando a México con un polémico penalti sobre la hora en octavos de final (2-1) y necesitando una tanda de penaltis para dejar en el camino a la sorprendente Costa Rica en cuartos de final (0-0). En ese encuentro, Van Gaal hizo un experimento de los suyos y cambió al guardameta para la decisiva tanda de penaltis. La jugada le salió a la perfección y Países Bajos se citó en semifinales con la Argentina de Sabella y Messi en ese partido en el que, según Van Gaal, el astro argentino no tocó un balón y se decidió en los penaltis. En unos penaltis en los que Louis, curiosamente, no cambió de portero. En una tanda de penaltis que, como en Catar, se llevó Argentina.

***

Tras el Mundial de Brasil, con el tercer puesto en el bolsillo, Van Gaal abandonó la selección y entrenó al Manchester United. Allí se encontró con el fichaje de otro argentino de esos que, a su parecer, desequilibran el equipo cuando no están atacando. Era Ángel Di María. El Fideo contó que Van Gaal le recriminaba los pases fallados después de marcar goles y dar asistencias y que le relegó al banquillo sin remisión. Que le hacía jugar cada domingo en una posición distinta. Que no le dejo adaptarse a un equipo al que acababa de llegar. Y remató diciendo que era el peor entrenador con el que había trabajado.

El técnico neerlandés no le respondió enseguida. Esperó a la famosa rueda de prensa de Lusail previa a los cuartos de final del Mundial de Catar para hacerlo. Tenía junto a él a Memphis Depay. Y tiró de ironía a su costa.

“¿Di María dice que soy el peor entrenador que ha tenido? Es uno de los pocos jugadores con esa opinión. Lo siento mucho y me parece triste que haya dicho eso. En ese Manchester también estaba Memphis, que tuvo que lidiar con lo mismo y ahora nos besamos en la boca”. Y remató. “No lo vamos a hace ahora, ¿eh?”

Eso dijo Van Gaal. De cuestionamientos tácticos, ni palabra. De no defender o no guardar la posición tras una pérdida, tampoco. Que eso ya lo había dicho de Messi un poco antes y no era cuestión de repetirse tanto.

El caso es que, retrocediendo en el tiempo hasta esa temporada 2014-15, mientras el técnico neerlandés intentaba levantar a un histórico como el Manchester United sin demasiado éxito, la Oranje, tercera del Mundo en Brasil bajo su batuta, iba arrastrándose por los estadios europeos. La Naranja Mecánica estaba entrando en barrena. En caída libre y sin frenos.

Pasaron por el banquillo neerlandés seleccionadores de la talla de Guus Hiddink, Danny Blind, el interino Fred Grim y Dick Advocaat. Pero ninguno fue capaz de dar con la tecla y Países Bajos se quedó sin disputar la Eurocopa de Francia de 2016 y también el Mundial de Rusia de 2018. Un desastre absoluto que maquilló Ronald Koeman cuando logró clasificar a la Oranje para la disputa de la Eurocopa de 2020, que se jugó en 2021 a causa de la pandemia. Pero el papel de Países Bajos, ya conducidos en la banda por Frank De Boer, fue testimonial. Los neerlandeses cayeron en octavos de final ante la República Checa (2-0) dando una imagen bastante pobre y la Federación recurrió de nuevo a su talismán.

Louis Van Gaal se ponía a los mandos de la Naranja Mecánica por tercera vez. Tenía ya 70 años bien cumplidos y estaba tratándose de un cáncer de próstata, pero no lo hizo público. Se puso a trabajar, como siempre, para llegar en las mejores condiciones posibles al Mundial de Catar. Y lo hizo, también como siempre, a su manera. Configurando un grupo compenetrado y compacto que seguía a pies juntillas las indicaciones de su mítica libreta. Y recuperó el orgullo, el juego y las sensaciones de Países Bajos. Y los resultados también. Y se plantó en Catar con ganas de volver a hacer historia. Y llegó la hora de la verdad en los cuartos de final y el técnico azuzó el fuego de nuevo por si el rival querría arrimarse… Pero no salió bien.

***

Lo cierto es que las estadísticas de Van Gaal al frente de la selección de los Países Bajos en su tercera etapa son ciertamente impresionantes. La dirigió en 20 encuentros y no perdió ni uno solo, levantando el ánimo y renovando una selección que venía de tocar fondo. Cumplió otra vez. Como casi siempre que le tocó sentarse en el banquillo de la Naranja Mecánica.

De hecho, Van Gaal disputó dos Copas del Mundo al frente de La Oranje y no perdió ni uno solo de los ocho encuentros que dirigió. Pero no fue capaz de superar dos emocionantísimas tandas de penaltis y se quedó con la miel en los labios en las semifinales de Brasil 2014 y en los cuartos de final de Catar 2022.

En ambas ocasiones con la suerte esquiva desde el punto fatídico.

En ambas ocasiones ante la Argentina de Messi, ése al que acusó públicamente, sin pelos en la lengua, sin ambages y sin medias tintas, de no defender.

Es lo que tiene jugar con fuego... que, a veces, acabas chamuscado.

Y el 9 de diciembre de 2022 en Lusail (Catar), Van Gaal se chamuscó con el fuego que él mismo había prendido el día anterior en una sala de prensa.

viernes, 6 de octubre de 2023

Los milagros de Fritz Walter

El final del verano de 1945 está siendo fresco en el valle de Tisza, en la frontera entre Ucrania y Rumanía. Una mañana desapacible de agosto, un convoy se detiene en el campo de prisioneros de Marmaros-Sziget. Viene cargado de soldados alemanes capturados con destino a Rusia. En realidad, el destino final es Siberia. El gulag. Trabajo extenuante. Frío extremo. Inanición. Enfermedades. Brutalidad. Y, casi con total seguridad, la muerte.

Del tren van bajando a trompicones los prisioneros, mientras algunos de los guardias, los que no se encargan de vigilarlos en ese momento, echan un partido de fútbol para matar el tiempo. Entre los que se bajan del tren hay un joven de 25 años que mira absorto cómo juegan sus presumibles carceleros en un campo de fútbol que ellos mismos han adecentado pintando rayas en el suelo y construyendo porterías con palos de madera. En ese instante, la pelota sale despedida del terreno de juego en dirección al prisionero que, ni corto ni perezoso, la controla sin dejarla caer y le da unos cuantos toques antes de devolvérsela con precisión milimétrica. Los guardias se miran entre ellos y lo llaman. ¡Calienta que sales! Bueno, sin calentar. ¡A jugar!

El prisionero alemán, que arrastra las secuelas de una malaria desde hace unos meses, tiene una clase increíble. Domina el juego como nadie. Y eso que juega con el freno de mano echado. Y no está en condiciones ni físicas ni psicológicas. Aún así, un par de guardias no dejan de mirarlo constantemente. El joven alemán aún no sabe si eso es bueno o malo. Y sigue jugando. En un instante, para bien o para mal, saldrá de dudas.

En el tiempo de descanso, los guardias que tanto lo miraban se acercan a él. Son soldados húngaros del Ejército Rojo. Uno de ellos le habla directamente. “Te conozco. Budapest. 1942. Hungría 3- Alemania 5. Marcaste dos goles. Tú eres Fritz Walter”. Y le da la mano. Fritz Walter se la estrecha también y todos siguen jugando el partido que se ha quedado a medias. Un partido que sería el más importante de la vida de Fritz Walter. Un partido que supondría su salvación.

Porque al día siguiente el tren sigue su camino hacia el gulag, pero Fritz Walter no va en el convoy. El soldado húngaro del Ejército Rojo ha embaucado a su superior, un comandante soviético, al que le aseguró que el futbolista era austríaco, que le había pillado la guerra por casualidad y que no había disparado un solo tiro. Finalmente, el comandante ha tachado el nombre de Fritz Walter de la lista de los condenados al gulag siberiano. El futbolista alemán se queda en el campo de prisioneros y a finales de ese mismo año de 1945 vuelve a Kaiserslautern, su ciudad natal.

Un auténtico milagro. Un milagro que permitió a Fritz Walter salvar su vida para protagonizar nueve años más tarde otro mucho más reconocido: el Milagro de Berna. El destino depararía que ese segundo milagro futbolístico se produjese ante Hungría, la patria del soldado que le salvó la vida.

Pero… empecemos por el principio.

***

Fritz Walter nació en Kaiserslautern en 1920, apenas concluida la Primera Guerra Mundial, y muy pronto se vio seducido por el fútbol, como sus otros dos hermanos Ottmar y Ludwig. Empezó a jugar desde muy niño, a los 8 años entró en la escuela de fútbol del Kaiserslautern y con apenas 17 debutó en el primer equipo jugando de delantero, aunque pronto iba a reconvertirse definitivamente en centrocampista. Uno de los mejores centrocampistas de la historia del fútbol alemán.

Fritz consiguió que el Kaiserslautern, un equipo de la zona media de la liga Gaulida Südwest, una de las competiciones regionales alemanas en plena época de semiprofesionalismo, peleara por el título allá por 1939 ante rivales de enjundia como el Kicker Offenbach y el Wormatia Worms.

Pero con el inicio de la Segunda Guerra Mundial todo cambió. Las ligas regionales se paralizaron y sólo la Mannschaft siguió jugando partidos. Fue precisamente en ese periodo cuando el seleccionador Sepp Herberger llamó a Fritz Walter a la selección. El centrocampista debutó en un partido amistoso ante Rumanía disputado el 14 de julio de 1940. En Frankfurt, ante 35.000 espectadores, Alemania vencía por 9 a 3 y Fritz Walter anotaba tres tantos en su primer encuentro como internacional.

Mientras, la guerra asolaba el mundo. Pero Herberger consiguió convencer a los jerifaltes nazis de que la pelota siguiera rodando un poco más y de que la selección alemana continuara compitiendo. Y lo cierto es que no le costó mucho trabajo convencerlos, porque en el Ministerio de Propaganda del Tercer Reich ya se habían dado cuenta de que al “pueblo alemán” le importaba más una victoria de la selección alemana de fútbol que la conquista de una ciudad del Este de Europa. Así que organizaron más de 30 partidos ante selecciones de países aliados o neutrales en el período que va desde 1939 a 1942 y los jugadores de la Mannschaft recibieron permisos especiales para volver del frente o, en algunos casos, ni siquiera pisarlo. Aunque el mundo ardiera como si se tratara del mismísimo infierno.

Fritz Walter jugó 24 de esos amistosos. Y anotó 19 tantos. Entre ellos los dos que, efectivamente, le hizo a Hungría en Budapest en 1942. Hasta que llegó el día que los nazis decidieron cerrar el chiringuito y enviar al frente a los futbolistas de manera definitiva y sin discusión posible. La sorprendente derrota ante Suiza (0-2) el 20 de abril de 1942 en un partido disputado para celebrar el cumpleaños de Adolf Hitler fue la antesala de la disolución de la Mannschaft.

Los jugadores recibieron un ultimátum. Jugarían un partido grande más ante la neutral Suecia, considerada una de las mejores selecciones de Europa en ese instante. Así, el 20 de septiembre de 1942, el estadio Olímpico de Berlín reunió a 100.000 aficionados alemanes para presenciar un encuentro que pretendía consolidar la supremacía futbolística alemana ante el coloso sueco. Pero los germanos cayeron por dos tantos a tres en un partido extraordinario del combinado escandinavo que silenció Berlín.

Tras la derrota, los nazis llegaron a la conclusión de que el fútbol servía de propaganda y de opio para el pueblo sólo si ganaban, porque las derrotas daban mala prensa, desmoralizaban a la gente y generaban críticas. Así que se acabó. La selección alemana se desmantelaba definitivamente y los jugadores se incorporaban a filas inmediatamente ¿Por necesidades de la guerra? También. Pero, sobre todo, porque habían perdido dos partidos.

***

Así que con 22 años recién cumplidos, Fritz Walter fue enviado al frente italiano. Pero no estaría allí mucho tiempo. Porque Sepp Herberger, el seleccionador alemán, movería cielo y tierra para que su futbolista predilecto pudiera seguir jugando al fútbol y habló con el mayor Hermann Graff, un famoso piloto de combate loco por el fútbol que montó un equipo de la Luftwaffe y organizó partidos allá por donde iba. El equipo se llamaba Rote Jäger (“Cazadores Rojos”) y Graff no dudó en reclamar a Fritz Walter para su regimiento de paracaidistas, es decir, para su equipo de fútbol. Por supuesto, pronto se convertiría en la estrella de un equipo que acabo siendo dirigido desde el banquillo por el mismísimo seleccionador Herberger.

Los Rote Jäger jugaron 34 partidos en 15 meses. Ganaron 30, perdieron 3 y empataron uno. Llenaron allá donde jugaron en plena guerra. Pero su aventura se acabó en el noviembre de 1944, cuando las autoridades nazis disolvieron todos los clubes deportivos militares ante el avance inexorable de las tropas aliadas.

Y la suerte de los Rote Jäger se truncó definitivamente en enero de 1945 cuando el ejército soviético inició la ofensiva que le iba a abrir de par en par las puertas de Berlín. En esa ofensiva la escuadrilla de Hermann Graff fue destrozada por completo. Y los supervivientes, entre ellos Fritz Walter, fueron capturados y encerrados en campos de prisioneros. El futbolista fue a parar a un campo controlado por los norteamericanos, donde contrajo una malaria que le dejó secuelas. A consecuencia de ella, Fritz Walter odiaba los días de sol, que le provocaban continuos mareos y náuseas, y prefería el frío y la lluvia para jugar al fútbol. Por eso en Alemania, cuando un partido de fútbol se juega en condiciones meteorológicas adversas se dice que hace el tiempo de Fritz Walter.

Pero cuando el control del campo de prisioneros recayó sobre los soviéticos, éstos decidieron vaciarlo e ir llenando trenes de soldados alemanes con destino al gulag de Siberia. El futuro inmediato de Fritz Walter se oscurecía totalmente cuando le tocó subir a uno de esos trenes con final de trayecto en una muerte casi segura.

Sin embargo, el destino tenía otros planes para él.

Y se encontró con los magiares salvadores.

Se encontró con su primer milagro.

***

Fritz Walter regresó a Kaiserslautern a finales de 1945. La ciudad estaba destrozada y los aliados habían decidido disolver todos los clubes de fútbol durante el llamado proceso de desnazificación. Pero la medida duró apenas unos meses. En la zona de dominio francés, a la que pertenecía la ciudad, se creó la Oberliga Südwest, heredera de la antigua Gaulida Südwest, ya en noviembre de 1945. En el resto de lo que sería a partir de ese instante la República Federal Alemana se crearían tres ligas regionales más. El fútbol era una de las pocas cosas que habían sobrevivido a la guerra.

Así que Fritz Walter volvió a calzarse las botas y a enfundarse la camiseta del Klaiserslauten, el único club para el que jugó en su larga carrera futbolística. Y ganó con su equipo la Oberliga Südwest desde 1947 hasta 1957, con la única excepción de la temporada 1951-52, en la que fueron segundos tras el FC Saarbrücken. Y ganó dos Bundesligas, la de 1951 y la de 1953. Y renunció a ofertas muy suculentas del Nancy primero y del Atlético de Madrid después. Pero, tras consultarlo con Sepp Herberger, se quedó en Alemania, en su casa, donde su gesto fue recompensado con la propiedad de un cine y una lavandería en su ciudad natal.

Pero mientras el fútbol de clubes iba recuperándose tras la debacle, la selección alemana sufría uno de los peores periodos de su historia. De entrada, donde antes hubo una sola selección, ahora se conformarían tres: la selección del Sarre, la RDA y la RFA. Además, la FIFA las castigó y no les permitió disputar la fase de clasificación para el Mundial de Brasil de 1950.

Sin embargo, el mítico Sepp Herberger no desfallecía. Seguía siendo el seleccionador, ahora de la República Federal Alemana, y comenzó a ver todos los partidos de las ligas regionales y a buscar futbolistas debajo de las piedras para asentar una base que permitiera a la Mannschaft participar en el Mundial de Suiza de 1954. Herberger sólo tenía clara una cosa: el equipo giraría en torno a Fritz Walter, aunque ya tuviera 33 años. Bueno, dos. Porque también sabía que tendría que trabajar muy duro para levantar la moral de un grupo derrotado psicológicamente y muy mermado físicamente si quería clasificarse para el Mundial y después competirlo.

En agosto de 1953 la RFA debutó en la fase de clasificación de la Copa del Mundo de Suiza ante Noruega. Los alemanes empataron en Oslo con un tanto de Fritz Walter (1-1). Habían salvado el primer envite, pero aún les quedaba mucho camino por recorrer. En noviembre, la Mannschaft recibía a sus paisanos del Sarre en Stuttgart y ahí estaba la clave de la clasificación. La RFA batió al Sarre con dos goles de Morlock y otro de Schade y cerró su pase al Mundial con dos victorias más ante Noruega en Hamburgo (5-1) y ante el Sarre de nuevo en Saarbrücken (1-3).

Al final, el viejo zorro de Herberger había conseguido lo más difícil, meter a una Alemania convaleciente en el Mundial de Suiza. Aunque entonces ni siquiera los más optimistas pudieran soñarlo, la historia del idilio de Alemania con la Copa del Mundo acababa de comenzar. Se estaba gestando el Milagro de Berna.

***

En abril de 1954, la Mannschaft disputó su único amistoso antes del Mundial. Lo hizo en territorio mundialista, ante la anfitriona, con la base de futbolistas que dos meses más tarde disputarían el torneo. Los alemanes fueron invitados para la inauguración del St. Jakob Stadium en Basilea, una de las sedes mundialistas, y allí demostraron que no tenían la intención de ir al Mundial de paseo. Los de Herberger se impusieron por 1 a 3.

Pese a que los resultados previos no eran malos, en Alemania no eran optimistas. Los medios de comunicación despidieron al equipo con un titular: “A Suiza en busca de un milagro”. Y mira por donde, el milagro se produciría. Y los alemanes que se quedaron en casa pudieron verlo en televisión porque fue el primer Mundial televisado de la historia.

Ya en el torneo, la RFA cayó en el grupo con la gran favorita Hungría, Turquía y Corea del Sur, pero un sistema novedoso hizo que sólo se tuviera que enfrentar a dos rivales: Turquía y Hungría. Por su parte, turcos y húngaros no se medirían entre sí y jugarían contra Corea del Sur además de contra los germanos. Se clasificaban las dos selecciones con más puntos en esos dos choques, pero en caso de empate a puntos (los goles no contaban), se jugaría un partido de desempate entre los equipos inmiscuidos.

Los de Herberger, comandados por Fritz Walter, batieron con facilidad a Turquía pese al tanto inicial de Suat (4-1), mientras los Mágicos Magiares se daban un festín ante Corea del Sur (9-0). En la segunda jornada, los turcos también batieron a los surcoreanos (7-0), mientras Herberger reservaba a cinco de sus titulares en el choque ante Hungría previendo que el partido llegaba demasiado pronto y guardándose un as en la manga por si se cruzaban más adelante.

Alemania cayó con estrépito (8-3) ante los favoritos a llevarse la Copa del Mundo y hubo de disputar un partido de desempate ante Turquía para dirimir quién acompañaría a Hungría a los cuartos de final. Sería Alemania, ahora ya con todos los titulares sobre el césped, quien barrería literalmente a los otomanos para meterse en las eliminatorias (7-2). El sueño, aunque lejano, seguía muy vivo.

La selección germana creció a medida que avanzaba el torneo, jugando cada vez mejor encomendados todos a la batuta de Fritz Walter, a la seguridad de Toni Turek bajo palos y a la pólvora arriba de Morlock, de Ottmar Walter (hermano de Fritz) y al descubrimiento del joven Helmut Rahn, que se hizo un hueco en el ataque de los de Herberger.

También la suerte influye. Y, en este caso, a la RFA le cayó una buena pizca. Porque los cruces fueron por sorteo, no se contemplaron las posiciones de las selecciones en la primera fase, y mientras que a Alemania le tocó en suerte Yugoslavia, a los magiares les cayó Brasil. Los de Herberger ganaron 2 a 0 en un choque áspero y duro, mientras que Hungría protagonizó una auténtica guerra con los brasileños que pasaría a la historia como la batalla de Berna. Pasaron los magiares, que vencieron a los subcampeones del mundo por 4 a 2, pero se llevaron golpes y palos (y los dieron también) por todos lados.

En semifinales, Alemania se mediría a su vecina Austria en un duelo que parecía parejo a priori, pero que resultó ser un paseo militar para Fritz Walter y sus compañeros. Los austríacos venían de dejar en la cuneta a Suiza en un partido extraordinario y extenuante que aún hoy ostenta el récord de goles marcados en un encuentro en toda la historia de los Mundiales. El 7 a 5 final para Austria fue una oda al fútbol de ataque, pero los austríacos acabaron pagando el esfuerzo cuatro días más tarde.

Un gol de Schäfer en la primera mitad daba ventaja a Alemania, aunque el partido estaba todavía muy abierto para la segunda parte. Pero fue entonces cuando los austríacos se vinieron abajo definitiva y estrepitosamente.

A los dos minutos de la reanudación, Fritz Walter puso un centro desde la esquina al corazón del área y Morlock se elevó majestuosamente entre dos defensas para hacer el dos a cero. Probst mantuvo con vida a los austríacos al marcar el dos a uno con un disparo desde la frontal del área, pero sólo fue un espejismo… 

Porque tres minutos más tarde Morlock fue derribado cuando encaraba al meta austríaco y Fritz Walter transformó la pena máxima para poner el 3 a 1 en el marcador. A los pocos minutos, el “16” alemán volvería a poner un centro magistral desde la esquina, aunque esta vez a la cabeza de su hermano Ottmar, que hizo el 4 a 1. La semifinal la cerrarían de nuevo los dos hermanos: Fritz Walter anotando el quinto de nuevo desde el punto de penalti y Ottmar cabeceando un centro desde la derecha para dejar el marcador en un clamoroso 6 a 1.

La RFA, el equipo desmoralizado y vencido que parecía que no iba a Suiza a jugar un Mundial, sino a un matadero, había llegado al último partido. El equipo de Herberger, comandado por Fritz Walter, se había metido contra todo pronóstico en la final del torneo.

***

Y allí esperaban de nuevo los Mágicos Magiares. Esos que habían derrotado a Alemania en la primera fase por 8 a 3. Esos artistas que no perdían un partido desde 1952. Un equipazo que había sido capaz de batir a las dos grandes potencias sudamericanas, los finalistas del Mundial anterior, uno detrás de otro. Primero, Brasil. Después, la campeona Uruguay. Una escuadra imparable que había llegado a la final anotando… ¡¡25 goles en 4 partidos!! Pero en el fútbol los milagros existen. Y la final del Mundial 54 fue uno de ellos: el Milagro de Berna.

La verdad es que para que se produjera tuvieron que darse antes otros pequeños milagros que, sumados, se convirtieron en el llamado Milagro de Berna.

Por ejemplo, que Puskas llegara muy, muy justito al partido, tras lesionarse precisamente ante Alemania en el partido “intrascendente” de la primera fase.

O que tras unos cuantos días seguidos de sol y calor en Berna, de repente lloviera a cántaros y la final se disputara con “el tiempo de Fritz Walter”, el jugador que prefería jugar con lluvia.

O que el campo estuviera impracticable, pero los alemanes dispusieran de unas botas de fútbol fabricadas por Adi Dassler con unos tacos de quita y pon de diferentes medidas que les permitieron mantenerse en pie sobre un auténtico patatal.

O que los palos cuadrados de Berna repelieran los balones húngaros hacia fuera y los que no los atajara un Toni Turek tocado por la varita mágica.

O que el extremo Helmut Rahn, que había ido convocado a última hora y llegó al torneo como suplente, acabara  convenciendo al entrenador para disputar la final y hacer los dos últimos goles que le dieron la vuelta al marcador. 

O que en un último ataque a la desesperada marcara Puskas, pero el árbitro anulara el tanto por un fuera de juego milimétrico que hoy diríamos que no fue.

O que un soldado húngaro salvara del Gulak nueve años antes al capitán y motor de la Mannschaft en el Mundial de Suiza de 1954.

Una coctelera agitada con pequeños milagros en proporciones perfectas que posibilitaron el Milagro de Berna.

***

Varias generaciones alemanas crecieron escuchando en casa el relato del partido que hizo el locutor Herbert Zimmermann y que se distribuyó en vinilos por todo el país. Padres, madres e hijos lo escuchaban juntos con devoción en sus casas aún sin creerse del todo que habían sido campeones del mundo derrotando a los Mágicos Magiares.

Y Fritz Walter, el capitán que levantó la primera Copa del Mundo de la historia de la Mannschaft, se convirtió en un ídolo en toda Alemania.

Un jugador que no sólo fue capaz de guiar a su selección hacia el triunfo ante uno de las mejores selecciones de la historia, sino que puso las bases de la devoción por el fútbol en un país devastado por la guerra que, a partir de ese momento, empezó a recuperar la autoestima agarrándose a la tabla de salvación que le proporcionó el deporte rey.

Un jugador al que la guerra le arrebató sus mejores años como futbolista, pero al que un milagro le permitió regresar a casa indemne para propiciar otro que pasaría a la historia.

Un jugador que nunca olvidó que debía la vida a un soldado húngaro amante del fútbol que seguramente lloró desconsolado la derrota de sus Mágicos Magiares, a la vez que se sentía orgulloso de ese soldado alemán al que salvó de una muerte casi segura un frío día de finales de agosto de 1945.

martes, 5 de septiembre de 2023

Jan van Beveren, la pieza que le faltó al engranaje de la Naranja Mecánica

Jan van Beveren tenía 26 años recién cumplidos cuando estaba a punto de comenzar el Mundial de Alemania 74. Estaba considerado el mejor portero holandés del momento (para muchos, aún hoy es el mejor portero neerlandés de la historia, un peldaño por delante del mítico Van Breukelen y también de Edwin van der Sar). Prototipo de lo que después sería la escuela de guardametas holandeses, el joven Jan era alto y espigado, con su melena rubia al viento. Tenía una enorme seguridad en el juego aéreo, una colocación extraordinaria, una gran técnica y unos reflejos felinos que habían salvado goles cantados en contra de su Sparta de Rotterdam primero, su PSV Eindhoven después y de la selección holandesa siempre, de la cual era titular indiscutible desde su debut en 1967 sin haber cumplido aún los 20 años.

Pero Jan tenía también un carácter fuerte, complicado y bastante especial. Era de esos que no se callan nada y que no les importa enfrentarse a todo y a todos si consideran que hay un buen motivo para hacerlo. Un carácter que chocaba directamente con la estrella del equipo, que era prácticamente de su misma edad, el mítico Johan Cruyff. Por eso, a finales de 1969, cuando la selección neerlandesa cayó contra todo pronóstico ante Bulgaria camino al Mundial de México 70, el guardameta no se mordió la lengua y acusó a algunos de sus compañeros de no tomarse en serio el combinado nacional y de preocuparse sólo por el dinero.

Esto dijo textualmente: “No nos hemos clasificado porque algunos jugadores han olvidado la importancia del torneo, se han dedicado a hablar únicamente de dinero y han carecido del compromiso adecuado. Ha sido una gran decepción”.

Mensaje claro para el buen entendedor. Porque en esa selección holandesa preludio de la Naranja Mecánica el que empezaba a negociar las primas de los jugadores era Johan Cruyff y los que gozaban de ciertos “privilegios”, como llegar tarde a las concentraciones y a los entrenamientos, jugar sólo los parridos amistosos que les convenían, anteponer sus negocios personales a la selección o fumar en el vestuario, eran las incipientes estrellas del Ajax, la camarilla del Flaco que empezaba a copar la selección, y, en menor medida, algunos futbolistas de renombre del Feyenoord como Willen van Hanegem. 

Así que Jan fue claro, directo y rotundo. 
Así que Jan se escondió poco o nada. 
Así que Jan no hizo precisamente amigos aquel día. 
Así que Jan se le atragantó a más de un compañero. 
Y lo acabaría pagando caro.

Aún así, sus actuaciones en el Sparta de Rotterdam y después, a partir de 1970, en el PSV Eindhoven le permitieron seguir defendiendo los tres palos de la Oranje de cara a la clasificación para el Mundial de Alemania de 1974. Una clasificación que se les atragantó a los pupilos de Frantisek Fadrhonc en un grupo donde realmente sólo competían contra sus vecinos belgas. Ambos, belgas y holandeses, despacharon con absoluta solvencia sus choques ante Islandia y Noruega y empataron sin goles en Amberes. Así que el último partido de la fase de clasificación entre neerlandeses y belgas sería totalmente decisivo. Un empate en Ámsterdam le valía a los tulipanes (tenía mejor diferencia de goles), mientras que los Diablos Rojos necesitaban la victoria sí querían estar en Alemania.

Van Beveren no pudo jugar ese partido decisivo el 18 de noviembre de 1973. El portero se había lesionado en la ingle en el choque ante los belgas en Amberes y su puesto bajo palos lo ocupó Piet Schrijvers, guardameta del Twente que a final de temporada ficharía por el Ajax de Ámsterdam. 

El partido fue tenso y disputado, pero nadie fue capaz de hacer un gol en 89 minutos. Hasta que los belgas dispusieron de su última oportunidad. Van Himst bota una falta desde la parte izquierda del ataque con el exterior de su pierna derecha y los neerlandeses salen en tromba a tirar un fuera de juego suicida. Por detrás entra libre de marca Jan Verheyen con tiempo suficiente para poner el interior del pie y mandar el balón al fondo de las mallas de un sorprendido Schrijvers que se había quedado a media salida. El estadio enmudeció de repente durante los pocos segundos que tardó el árbitro soviético Pavel Kazakov en levantar el brazo y anular el gol por un fuera de juego inexistente que los belgas protestaron sin ningún éxito. Por un pelo, Holanda volvía a jugar la fase final de un Mundial… ¡36 años después!

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Tras la agónica clasificación para el Mundial, la Federación Holandesa decidió poner la selección en manos de Rinus Michels, en ese instante entrenador del FC Barcelona, con el que acababa de ganar la Liga en el increíble debut de Johan Cruyff en la competición española. Michels era un auténtico ídolo en Holanda tras haber sido capaz de transformar el Ajax de Ámsterdam, luchando por no descender en la Liga Neerlandesa a su llegada en 1965, en un equipo temible en Europa que jugaba un fútbol ofensivo, rápido, técnico y espectacular. Michels había hecho debutar a los jóvenes Cruyff y Neeskens en el Ajax y con ellos llegó a su primera final de la Copa de Europa en 1969 (la perdió contra el Milan), con ellos ganó 4 Ligas y 3 Copas en 6 temporadas y, finalmente, la ansiada Copa de Europa en 1971. El técnico neerlandés que puso de moda el fútbol total se comprometió a conducir a su selección en el Mundial compaginando el cargo con el de entrenador del Barça.

En mayo de 1974, a la conclusión de la liga, Rinus Michels se incorporó definitivamente a la selección holandesa y empezó a confeccionar una lista de cara a decidir definitivamente qué futbolistas disputarían el Mundial a Alemania. Entre los convocados está el guardameta Jan van Beveren, en la recta final de la recuperación de su lesión en la ingle que le había mantenido fuera de la portería del PSV y de la selección durante buena parte de la temporada. Pero Cruyff, Neeskens y el clan de los jugadores del Ajax no iban a ponérselo fácil. Nada fácil.

Así, el 23 de mayo de 1974, el seleccionador había concertado un partido amistoso contra el Hamburgo. Michels se reunió con van Beveren y le dijo que iba a ser titular en el partido, pero el meta, que no quería precipitarse con su lesión, le pidió jugar sólo media parte. El técnico se negó. O el portero jugaba el partido entero o se iba para casa inmediatamente. No había más que decir. Y Jan, que podía haberse tragado el orgullo y haberlo intentado, no lo hizo. Y ese mismo día tuvo que abandonar la concentración. Inmediatamente, Cruyff le dejó un recadito en los medios tachándolo de soberbio y de arrogante.

Mientras, en Ámsterdam, Jan Jongbloed disfrutaba de unas merecidas vacaciones tras una buena temporada en el FC Ámsterdam, heredero del mítico DWS. A sus 34 años las había visto de todos los colores y en ese instante sólo pensaba en descansar un poco, en trabajar en un estanco de su propiedad, en sacar un poco de tiempo para pescar, su otra gran pasión, en disfrutar del Mundial por la tele y en cargar pilas para la siguiente temporada, en la que su equipo disputaría la Copa de la UEFA tras un meritorio quinto puesto en el campeonato holandés.

Entonces sonó el teléfono.
Era Rinus Michels.
Jan Jongbloed se frotó los ojos y se pellizcó los brazos varias veces. No se podía creer.
La prensa neerlandesa, tampoco.

Porque Jongbloed era el portero de un equipo modesto, el DWS, y siempre había jugado allí desde que debutara en 1959 con apenas 19 años. Tres años después fue convocado con la selección holandesa por primera y única vez. Fue el 26 de septiembre de 1962 en un partido amistoso ante Dinamarca. Se sentó en el banquillo y Piet Lagarde, el cancerbero del DHC Delft, ocupó su sitio bajo los palos. En el minuto 85, con Dinamarca ganando por 3 goles a 1, Lagarde se rompió la clavícula y Jongbloed saltó al terreno de juego para debutar en la Oranje con cinco minutos de encuentro por delante. Aún le dio tiempo a recibir un gol. Después, el silencio. Doce años habían pasado desde entonces.

Sin embargo, el 26 de mayo de 1974 el meta Jan Jongbloed, a sus 34 años, redebutada con la Oranje ante Argentina en un amistoso que los tulipanes ganaron por un contundente 4 a 1. Jongbloed jugó más de líbero que de portero y tocó más balones con los pies y con la cabeza que con las manos. A Rinus Michels y a Johan Cruyff les encantó lo que vieron en ese partido y en los entrenamientos que vinieron después.

Así que a Jan Jongbloed, con la aquiesciencia de la estrella holandesa, lo volvió a llamar Michels para decirle que entraba directamente en la lista de 22 convocados para el Mundial junto al portero del Feyenoord Eddy Treijtel, campeón de liga, y el meta del Twente Schrijvers, segundo en liga y sustituto de Van Beveren en la fase de clasificación cuando se lesionó. Nadie en Holanda se lo podía creer. Hasta el punto de que la prensa criticaba que fuera al Mundial como tercer portero un “viejo” de 34 años. Un tercer portero que no había jugado en ninguno de los equipos grandes neerlandeses. Un tercer portero sin apenas pedigrí.

El caso es que los periodistas aún no lo sabían, ni Jongbloed probablemente tampoco, pero no iba a ser el tercer portero… ¡Iba a ser el guardameta titular de la Naranja Mecánica en la Copa del Mundo!

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El 15 de junio de 1974 debuta Holanda en un Mundial 36 años después. Se enfrentan a Uruguay en Hannover. Saltan al césped y el que encabeza el equipo es Johan Cruyff, con el 14 a la espalda y la cinta de capitán. Es el único del equipo que ha podido elegir el número de su camiseta. El resto, llevan a la espalda el número que les ha correspondido por orden alfabético. Tras Cruyff, con una camiseta amarilla que duele a la vista, con el ocho en la espalda y sin guantes, salta Jongbloed al terreno de juego. Su misión: ser el líbero de la Naranja Mecánica y, si acaso, después, intentar que no le metan ningún gol.

Sus compañeros presionan arriba y van con todo, así que él tiene que jugar lejos de su portería, atento a los balones en largo de los uruguayos. El experimento sale a la perfección y los neerlandeses se imponen claramente por dos goles a cero, lanzando un mensaje claro al mundo: son los favoritos para ganar la Copa del Mundo. Pese a que se han dejado en casa al mejor portero holandés y han dejado en el banquillo a los otros dos mejores. Cruyff no tiene problemas. Felicita públicamente a Jongbloed y asegura que la toca con el pie mucho mejor que algunos futbolistas con los que ha jugado.

La Naranja Mecánica avanza con paso firme en el torneo. Empata sin goles ante Suecia y remata su clasificación a la segunda fase con una goleada ante Bulgaria (4-1) en la que Jongbloed encaja su primer gol en el torneo que, además, es un tanto en propia meta de Krol, el defensa del Ajax. No volverá a encajar ni uno más hasta la final, porque la segunda fase de los neerlandeses es sencillamente impresionante. Los de Michels vuelven a barrer a Argentina con dos goles de Cruyff (4-0), noquean a la sorprendente RDA (2-0) y se permiten el lujo de prácticamente bailar a Brasil en el partido que decide quién será el finalista del torneo (2-0). En la final espera Alemania Federal.

Los holandeses tardan apenas un minuto y medio en plantarse en el área alemana sin que ni un solo futbolista teutón haya tocado el balón y Cruyff es derribado. Penalti y gol de Neeskens. Parece que la final se va a convertir en un paseo militar de la Naranja Mecánica, pero Alemania se recompone y se acerca poco a poco a la meta de Jongbloed, que no vive tan lejos de su portería como en otros encuentros.

A los 25 minutos de encuentro, penalti para Alemania. Breitner lo lanza con la pierna derecha. Fuerte, raso, a la derecha de un Jongbloed que ni se tira. Sale un metro hacia delante mientras observa cómo la pelota se introduce en su portería.

A falta de dos minutos para el final de la primera mitad, los germanos vuelven a pisar el área holandesa. Müller se revuelve dentro del área y saca un remate raso, flojo, pero bien colocado a la cepa del poste derecho del meta neerlandés. De nuevo, Jongbloed no tiene tiempo de ir al suelo y acompaña con la mirada una pelota que besa las mallas y se convierte en el 2 a 1 para los anfitriones.

Es un ejercicio demagógico y de historia ficción elucubrar con la posibilidad de que Jan van Bareven hubiera detenido esos dos disparos, pero hay quien piensa que sí hubiera podido hacerlo. Hay quien piensa que Alemania tenía a Maier, un portero de primerísimo nivel que salvó a su equipo cuando lo necesitó en la final y Holanda tenía uno igual de bueno en casa, viendo el torneo por la televisión. También hay quien dice que la final la resolvió Gerd Müller, un delantero centro con un instinto goleador superlativo que resolvió en un momento de inspiración y Holanda tenía otro depredador del gol también en casa: el centrocampista del PSV Willy van der Klujlen, otro que no se calló y también fue borrado de la convocatoria.

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Tras el Mundial, Rinus Michels dejó la selección y se quedó sólo a los mandos del FC Barcelona, mientras que los destinos de la Oranje los condujo Geortge Knobel. En un primer momento, y con la clasificación para la Eurocopa de 1976 en el horizonte, el nuevo seleccionador heredó los jugadores que habían disputado el Mundial de Alemania y Jongbloed siguió defendiendo los palos neerlandeses en los primeros partidos de la fase de clasificación. Mientras, Van Beveren ya había dicho públicamente que renunciaba a la selección, aunque pronto se desdijo de sus palabras y se puso a disposición del nuevo seleccionador.

Así las cosas, Jongbloed jugó ante Finlandia en Helsinki (1-3) y ante Italia en Rotterdam (3-1), pero para el encuentro ante los fineses en casa, Geortge Knobel volvió a convocar a Van Beveren y al goleador Van der Kuijlen, que se estaban saliendo en el PSV Eindhoven. Ambos fueron titulares y Van der Kuijlen hizo tres goles en una victoria holgadísima de los tulipanes (4-1). Era el 3 de septiembre de 1975 y parecía que los holandeses podían volver a convivir todos juntos en armonía, pero nada más lejos de la realidad.

Apenas una semana más tarde, Holanda tenía que visitar Polonia y los jugadores del PSV reclamaron un mayor protagonismo en las alineaciones atendiendo a los méritos deportivos. Van de Beveren pedía más minutos para los gemelos René y Willy Van de Kerkhof, que apenas jugaban, y a Van der Kuijlen, habida cuenta que habían ganado la liga pasando por encima del Ajax y del Feyenoord.

Para acabarlo de arreglar, Cruyff y Neeskens llegaron un día más tarde que sus compañeros a la concentración (venían de Barcelona) y el goleador Van der Kuijlen no tuvo pelos en la lengua cuando los vio aparecer en el entrenamiento: “¡Vaya, aquí llegan los reyes de España!”, dicen que exclamó ante el resto de convocados.

El caso es que la visita de Holanda a Polonia acabó en desastre, con una tremenda victoria polaca (4-1) en la que el meta Van Bereven no estuvo nada afortunado. Tampoco ninguno de sus compañeros, pero él no tuvo reparos en dar la cara ante los medios de comunicación: “No jugué bien y cometí errores”, confesó ante los periodistas.

Un mes más tarde era Polonia la que visitaba Ámsterdam y Holanda era un auténtico polvorín. Cruyff exigió a Van Beveren una disculpa que no obtuvo y el guardameta y el atacante abandonaron la concentración. Los hermanos Van de Kerkhoff sí se quedaron. Y volvió Jongbloed, aunque esta vez le tocó ver el partido desde el banquillo. Holanda venció por tres goles a cero al día siguiente y los culpables quedaron perfectamente identificados. Para el gran público, los dos jugadores del PSV eran poco menos que unos traidores.

Holanda se clasificó para la fase final de la Eurocopa tras derrotar a Bélgica en los cuartos de final a doble partido, pero cayó contra pronóstico contra Checoslovaquia en semifinales (3 a 1) y acabó tercera al vencer en la final de consolación a Yugoslavia (3-2). El portero titular de Holanda fue Schrijvers, del Ajax, escoltado por Jan Ruiter, el guardameta del Anderlecht belga.

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El resultado en la Eurocopa le costó el puesto a Geortge Knobel al frente de la selección y entró en su lugar Jan Zwartkruis, hasta el momento segundo de Knobel y entrenador de porteros. El reto era clasificar a la Naranja Mecánica para el Mundial de Argentina 78 y lo cierto es que el técnico de Gelderland vivió una de las fases de clasificación más placenteras de la historia de la selección neerlandesa, ganando cinco de los seis partidos que disputó en un grupo bastante sencillo que compartía con Irlanda del Norte, Bélgica e Islandia.

En los partidos de clasificación volvió a la selección Jan van Beveren, aunque el ambiente siguió sin ser bueno y el mítico guardameta, que sería una pieza fundamental para el triunfo del PSV en la Liga Neerlandesa y en la obtención de la primera Copa de la UEFA de su historia, volvería a dejar la selección y renunciaría públicamente a disputar el Mundial de Argentina.

No sería el único. Tampoco fue Willen van Hanegem, en plena pelea con un compañero de equipo. Ni Johan Cruyff, que también renunció a disputar el Mundial por razones que nunca quedaron del todo aclaradas. Se dijo que no iba para protestar contra la Dictadura del general Videla en Argentina. Algunos apuntaron que no fue por desavenencias con Adidas, la marca que vestía a la selección holandesa. Otros que necesitaba un descanso después de muchos años a un nivel altísimo y a sus 31 años ya no se veía con fuerzas de conducir a su selección en el Mundial. Y, al final, parece ser que pesó mucho más un atraco a mano armada que sufrió en su propia casa de Barcelona con su mujer y sus hijos delante y que decidió no ausentarse de su familia por temor a un secuestro.

Tampoco estaría en el Mundial el seleccionador, Jan Zwartkruis, porque la Federación Neerlandesa había fichado al gren Ernst Happel, finalista de la Copa de Europa de ese año con el sorprendente Brujas, para que se hiciera cargo de una nueva reedición de la Naranja Mecánica.

Con estos mimbres, el técnico austríaco confeccionó una lista en la que volvía a entrar Jan Jongbloed de portero… ¡a los 38 años! Le acompañaban en la lista el sempiterno suplente Piet Schrijvers y Pim Doesburg, el portero del Sparta de Rotterdam. Schijvers, que había sido el titular durante prácticamente toda la fase de clasificación, vio de nuevo como Jongbloed saltaba al césped sin guantes, con su camiseta amarilla con el 8 a la espalda en el debut de Holanda en el Mundial 78 ante Irán (3-0). También lo hizo en el empate sin goles ante Perú y en la sorprendente derrota ante Escocia (2-3) que casi deja fuera de la segunda fase a la Naranja Mecánica.

Ernst Happel decidió entonces darle la oportunidad al guardameta del Ajax en la segunda fase y sentar a Jongbloed. Schijvers, por fin, iba a tener su oportunidad en un Mundial. Y respondió perfectamente en la clarísima victoria holandesa ante Austria (5-1) y en la “venganza” ante Alemania que acabó en empate a dos y dejaba a la Naranja Mecánica con pie y medio en su segunda final consecutiva de una Copa del Mundo. El último obstáculo era Italia.

Pero ante Italia sufrió Schijvers la cara negra del fútbol. A los 18 minutos de partido Italia trianguló y Benetti dejó a solo a Bettega ante la salida a la desesperada del guardameta neerlandés. Pero Ernie Brandts llegó por detrás, metió el pie y acabó marcando en su propia portería. Además, cayó encima de Schijvers, que se lesionó. Tres minutos después saltaba Jongbloed al terreno de juego. El mismo Brandts hizo el empate para Holanda a los cinco minutos de la segunda parte y Arie Hand daría la victoria a la Naranja Mecánica, que volvía a disputar la final de un Mundial de nuevo. Esta vez no estaría Cruyff. Pero bajo palos sí volvería a estar Jan Jongbloed.

Y Holanda, como cuatro años atrás, volvió a caer en la final ante la anfitriona. Y como cuatro años atrás, se discutió mucho sobre si Jongbloed pudo hacer algo más en los goles argentinos. En el primero de Kempes, sobre todo. Pero también en el segundo, que el Matador convirtió en la prórroga llevándose todos los rechaces. Y en el tercero, de Daniel Bertoni, en el que se empujaron él y Kempes antes de que el remate del número cuatro argentino se metiera en la portería de Jan Jongbloed para poner el 3 a 1 definitivo en el marcador y volver a dejar a Holanda a las puertas de la gloria.

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Pese a las dos finales perdidas, la Naranja Mecánica pasó a la historia como uno de los mejores equipos de la historia y revolucionó el fútbol en la década de los 70 de la mano de Michels y Cruyff. Pero… ¿qué hubiera pasado si, además, hubieran contado con los futbolistas más críticos con Cruyff y su entorno? ¿Hubiera venido la gloria y la posteridad de una generación de futbolistas que cambió la historia del fútbol para siempre acompañadas de títulos? Nunca lo sabremos.

Lo que sí sabemos es que Jan Beveren, uno de los mejores porteros del mundo del momento, referente en el PSV Eindhoven, ganador de 3 Eredivisies, 2 Copas Neerlandesas y una Copa de la UEFA, apenas jugó 32 partidos con su selección y nunca disputó una fase final de un Mundial ni de una Eurocopa. De hecho, acabó sus días como profesional en la Liga Norteamericana, donde se quedó definitivamente a vivir, huyendo de su país natal.

A la historia pasaría Jan Jongbloed como el portero de la mítica Naranja Mecánica, un guardameta peculiar que jugaba mejor con los pies que con las manos, que redebutó en la selección a los 34 años y que vistió en 24 ocasiones la zamarra neerlandesa, 12 de ellas en la fase final de una Copa del Mundo, incluyendo dos finales. Jongbloed ya no volvió a la selección tras la final del Monumental, pero seguiría jugando en la Liga Neerlandesa hasta su retirada en 1986, cuando sufrió un ataque al corazón en un partido con 48 años ya cumplidos. A día de hoy, con 707 partidos disputados, es el jugador con más encuentros a sus espaldas de la historia de la Eredivisie.

Así es la vida. Así es el fútbol. Caprichosos ambos.