"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 21 de abril de 2023

Bebeto, la otra cara de la Dupla Diabólica brasileña en el Mundial de Estados Unidos 94

Pasan 38 minutos de las 3 de la tarde del 9 de julio de 1994 cuando el estadio Cotton Bowl de Dallas asiste en pie a una celebración mítica. Bebeto acaba de marcar el dos a cero de Brasil ante Holanda en los cuartos de final de la Copa del Mundo y sale como un poseso hacia la banda agitando los brazos como si acunara un bebé. Inmediatamente se suman Mazinho y Romario a una celebración que, en un instante, da la vuelta al mundo y se convierte en un icono que otros repetirán hasta la saciedad. 

La Dupla Diabólica, Bebeto y Romario, feliz. En su momento de máximo esplendor. En la cúspide de la alegría compartida. Unidos. Celebrando. Como una piña. Como hermanos. Una imagen que tendrá su culminación ocho días más tarde, cuando Brasil alce al cielo de Los Ángeles su cuarta Copa del Mundo.

Tan sólo unos meses antes, nada hacía presagiar que esa imagen pudiera siquiera imaginarse. Ni la de la celebración acunando el bebé ni la de los dos alzando la ansiada Copa del Mundo.

Bastantes meses antes, Romario ni siquiera existía para el seleccionador brasileño, Carlos Alberto Parreira, que le había castigado sin llamarlo para vestir la verdeamarelha tras unas feas declaraciones del ariete a la conclusión de un partido amistoso en el que viajó para no jugar ni un minuto. Era diciembre de 1992 y el seleccionador se jugó la clasificación de Brasil para el Mundial de Estados Unidos sin la estrella del PSV Eindhoven. Hasta que llegó el último partido de las eliminatorias ante Uruguay y la canarinha necesitaba la victoria para estar en el Mundial. Entonces lo volvió a convocar, pero ante la presión de todo el plantel y con la condición de que expresara ante los medios, al menos, un simulacro de disculpa. O Baixinho lo hizo todo: primero justificó su no convocatoria durante casi un año ante la prensa y después marcó los dos goles que dieron la victoria a la canarinha (2-0) y la metieron en la fase final de la Copa del Mundo.

Porque unos cuantos meses antes, Romario llamaba llorón a Bebeto ante los micrófonos de cualquier periodista de la Liga Española que se le pusiera por delante.

Porque apenas unos pocos meses antes, Romario proclamaba a los cuatro vientos que jamás se iba a subir en un avión junto a Bebeto.

Pero las cosas se arreglan. Porque los astros parecen alineados para que sea así.

Aunque hemos de empezar por el principio. Porque todo viene de antes. De un buen puñado de años antes…

***

José Roberto Gama de Oliveira, Bebeto, nació en Salvador de Bahía en 1964. Comenzó su carrera deportiva en el Bahía y en el Vitoria, pero a los 19 años, en 1983, ya debutó en el Flamengo, el equipo más popular de Brasil, que entonces contaba en sus filas con Sócrates y Zico. Ese año se estrenó el joven delantero ganando el Brasilerao y, además, cerró la temporada levantando la Copa del Mundo Juvenil con Brasil en tierras mexicanas. Empezaba una historia de amor con el gol y con la selección para un delantero fino y de poco cuerpo por el que pocos apostaban entonces.

Decían los críticos que el chico no destacaba en nada. No era el mejor rematando. No era el mejor driblando. No era un artista de las bicicletas. No era un mago del balón. No tenía el disparo más potente. No iba bien de cabeza. Pero era muy inteligente. Sabía dónde colocarse. Decidía en décimas de segundo… y casi siempre bien. Tiraba diagonales por doquier. Ganaba espacios y espaldas de los defensas. Asistía. Y marcaba. Marcaba muchísimos goles y de todos los colores.

Bebeto jugó siete temporadas consecutivas en el Flamengo desde su debut en la 1982-83, ganando el Campeonato de Río de Janeiro en 1986 y de nuevo el Campeonato Nacional de Brasil en el 87.

El máximo rival del Flamengo era el Vasco de Gama, que contaba entonces en sus filas con un chico llamado Romario, un poco más joven que Bebeto y llamado a ser su gran adversario en la liga y su complemento perfecto en la selección. Un chico que medía menos de 1’70 pero que veía el fútbol como pocos, que tenía magia en sus botas y que marcaba goles casi por castigo. El joven Romario había debutado en el primer equipo en 1985, con 19 años, y pronto le quitó el sitio a Roberto Dinamite para convertirse en el máximo goleador del torneo. Sin embargo, la polémica ya empezaba a rodear a un delantero que se quedó sin jugar el Mundial Juvenil de Moscú de 1985 cuando el seleccionador lo envió para casa al sorprenderlo haciendo gestos obscenos a las chicas que se acercaban por las inmediaciones del hotel de concentración. Cosas de Romario, que siguió compaginando los goles en la cancha con las fiestas nocturnas en Rio de Janeiro y su pasión por las mujeres.

***

En el verano de 1988, ambos delanteros, el desbocado Romario, que acababa de completar su primera temporada en el PSV Eindhoven holandés tras dejar el Vasco, y el tranquilo y familiar Bebeto, disputarían las Olimpíadas de Seúl juntos con la canarinha. Romario anotó siete goles para convertirse en la estrella indiscutible del torneo y Bebeto le acompañó arriba e hizo dos tantos más. Brasil, tras dejar en el camino a selecciones potentísimas como Argentina o Alemania Federal, se colgó la plata al cuello tras caer en la final ante la Unión Soviética (1-2).

A su regreso de los Juegos Olímpicos, Bebeto aguantó una temporada más en el Fla y luego sorprendió a todos firmando por el eterno rival, el Vasco de Gama, que andaba tras él porque no había conseguido taponar la herida de la marcha de Romario al PSV holandés. Bebeto se enfundó la zamarra del Almirante sin complejos, pese a que se ganó la ira de los aficionados de los dos equipos, y en su primer año en el club conquistaría el Brasilerao y se proclamaría máximo goleador del torneo y mejor jugador sudamericano del año. Pero aún le esperaba un éxito mayor tras su grandiosa temporada: la Copa América de 1989 con la canarinha.

En la Copa América de 1989, disputada en Brasil, nacería el Dúo Diábolico, formado por Romario y Bebeto. La victoria de la canarinha era prácticamente una cuestión de estado, ya que se cumplían 50 años de la última victoria brasileña en el torneo. ¡Medio siglo sin levantar la Copa América! Y, además, el último título de la entonces tricampeona del mundo era el de la Copa del Mundo de México 70, la de los Cinco Dieces, obtenido 19 años atrás. Así que el seleccionador Lazaroni se encomendó a los jóvenes Bebeto y Ronaldo, aunque primero se tuvieron que alinear los astros por primera vez. Y es que el técnico ponía por delante a Careca, delantero del Nápoles de Maradona, a Müller, atacante del Torino, y al máximo anotador de la Liga Española, el atlético Baltazar. Pero Careca y Müller acabaron la temporada renqueante y no acudieron al torneo, mientras que Baltazar fue repescado a última hora por Lazaroni, quien, ante la ausencia de sus dos preferidos, apostó por el Duo Diabólico. Y el joven dúo iba a responder con creces…

En la primera fase del torneo, Bebeto hizo dos tantos que sirvieron para conseguir dos importantísimas victorias y meter a Brasil en la fase final junto a Uruguay, Argentina y Paraguay. No había cruces, sino una fase final que jugarían todos contra todos y se llevaría la Copa América quien consiguiera más puntos. Como en el Mundial de 1950. Pero esta vez el resultado iba a ser muy distinto.

Porque Brasil ganó todos sus partidos con goles del Dúo Diábolico. Bebeto y Romario anotaron un gol cada uno en un partido sublime para derrotar a Argentina (2-0), actual campeona del mundo capitaneada por Diego Armando Maradona. Otros dos goles de Bebeto y uno de Romario tumbaron también a Paraguay (3-0) en el segundo partido. Y en el último encuentro ante Uruguay, con aroma a Maracanazo 39 años después, Romario consiguió el único gol del encuentro que permitía a Brasil levantar a una Copa América 50 años después.

Bebeto fue el máximo goleador del torneo con 6 tantos y Romario anotó tres más para demostrar que la tricampeona del mundo había renacido de sus cenizas encomendándose a dos delanteros absolutamente diferentes dentro y fuera del campo, pero con una cosa en común: su capacidad para hacer goles, goles y más goles. Y para generarlos, claro.

Sin embargo, para la cita de Italia 90 tan solo un año más tarde, el seleccionador brasileño Lazaroni vuelve a su antigua idea. Se los lleva a ambos al torneo, a pero no los pone. A Romario porque venía de una lesión y tan sólo le da la titularidad en el último partido de la primera fase ante Escocia, con todo resuelto ya, y a Bebeto porque no quiere. El atacante carioca sólo disputó siete minutos en el partido de la primera fase ante Costa Rica que la canarinha ganó por un gol a cero. El ataque de Brasil es para Careca y Müller, que responden con dos goles del primero en el debut ante Suecia (2-1) y otros dos tantos del segundo ante Costa Rica (1-0) y Escocia (1-0).

Sin embargo, en octavos de final ninguno de los dos atacantes es capaz de batir a Sergio Goycochea, el meta argentino que sustituía al lesionado Pumpido, en un partido a vida o muerte ante Argentina. Y eso que tienen oportunidades de todos los colores en un partido que dominan de cabo a rabo. Pero al final, cuando a todos les tiemblan ya las piernas, una genialidad de un maltrecho Maradona culminada por Caniggia (y la “ayuda” inestimable de los polvos del bidón de Branco) envía a Brasil a su casa antes de tiempo y se lleva también por delante a un Lazaroni muy cuestionado que no ha mirado ni una sola vez al banquillo donde se muerden las uñas (y la lengua) Romario y Bebeto. Cosas del fútbol.

***

Tras su amarga experiencia mundialista, aún jugaría Bebeto dos temporadas más en el Almirante antes de atravesar definitivamente el charco en el verano de 1992 para fichar por el Deportivo de La Coruña, presidido por Augusto César Lendoiro y entrenado por Arsenio Iglesias, junto a sus compatriotas Mauro Silva y Donato. En cuatro temporadas jugó 131 partidos y marcó 118 goles, para convertir al Deportivo en una alternativa real a los grandes de siempre, el FC Barcelona y el Real Madrid, y a los equipos más históricos como el Atlético de Madrid, el Valencia CF o el Athletic Club de Bilbao. 

Pero vayamos paso a paso…

Bebeto tan sólo necesitó una campaña para convertirse en la estrella indiscutible del Superdépor y meterse en el corazón de todos los aficionados blanquiazules. En esa temporada de su debut, Bebeto fue el máximo goleador de la Liga Española con 29 tantos y, además, fue el primero en marcar goles a todos los equipos del campeonato en una misma temporada. El Deportivo, un equipo prácticamente recién ascendido, acabó la liga en tercera posición y dio guerra a todos los grandes prácticamente hasta el final.

La temporada siguiente, la 1993-94, empezó con un auténtico noticición: Romario fichaba por el FC Barcelona de Johan Cruyff, actual campeón de liga. Bebeto y Romario volverían a ser rivales y estandartes de sus clubes justo antes del Mundial de Estados Unidos, un torneo en el que estaban llamados a formar de nuevo la Dupla Diabólica. Seleccionador mediante, claro.

Porque el Deportivo de la Coruña cogió el liderato de la Liga Española en la jornada 14ª y ya no lo iba a soltar en todo el campeonato. Sustentado en los goles de Bebeto, en la consistencia defensiva aportada por el meta Liaño, Donato en defensa y Mauro Silva en el centro del campo, y en la magia de Fran, el equipo gallego se iba a convertir en un auténtico dolor de cabeza para todos sus rivales y, sobre todo, para el Barcelona de Johan Cruyff, actual campeón de liga reforzado por el astro Romario.

Un astro que ejerció como lo que era: un auténtico diablo en el área y un volcán a punto de entrar en erupción cuando se le cruzaban los cables. Como muestra, un botón. El 8 de enero de 1994 el Barcelona le endosó un rotundo 5 a 0 al real Madrid en el Camp Nou. La estrella fue O Baixinho, que sentó a Alkorta con una cola de vaca para abrir el marcador y que aún marcaría dos tantos más. Una semana más tarde, en la visita del Barcelona a Sevilla, Romario fue suplente y cuando saltó al terreno de juego con cero a cero en el marcador tan sólo aguantó 14 minutos en campo. Simeone lo provocó, le metió dos buenos meneos y O Baixinho le propinó un puñetazo. Expulsión y cuatro partidos sin jugar en una competición de la que salió máximo goleador con… ¡30 goles en 34 partidos¡

Bebeto, que la temporada anterior había anotado 29 goles, estaba muy lejos de Romario con sus 16 tantos, pero, sin embargo, estaba a puntito de ganar la primera liga con el Deportivo y destronar al Barça de su “compañero”. Porque a falta de unas cuantas jornadas los gallegos le sacaban seis puntos a los catalanes cuando las victorias tan solo valían dos puntos y parecía que tenían el título a su alcance. Pero el Dépor se fue desinflando con el paso de las jornadas y el vértigo de mirar hacia abajo y el Barcelona no cesó en su persecución. Al final, la última jornada lo decidiría todo, con el Deportivo de Bebeto un punto por encima del Barcelona de Romario, dependiendo única y exclusivamente de su partido ante el Valencia. El Barcelona debía ganar en su campo al Sevilla y esperar el traspiés de los coruñeses.

Y, efectivamente, el final de la Liga 1993-94 quedaría para siempre en el recuerdo de los aficionados del Deportivo de la Coruña. Y de los de todo el fútbol español. También de Bebeto, por supuesto, que quedó marcado por un penalti en el último minuto con cero a cero en el marcador que le hubiera dado el primer título de liga de la historia a su equipo y que él no lanzó. Lo erró Djukic, el único jugador del Deportivo que dio un paso adelante en ese instante para la gloria. Aunque su suspiro antes de lanzar delatara el canguelo que le atenazaba por dentro. Bebeto había fallado una pena máxima dos semanas antes y ni se acercó a la pelota. Hubo quien se lo reprochó. Hubo quien nunca le perdonó. 

El Superdépor perdió la Liga ese día, que voló hacia Barcelona, donde festejaba alegre su rival y compañero Romario. Apenas un mes más tarde, ambos serían Campeones del Mundo con la canarinha en Estados Unidos. Aunque entonces, justo en ese instante, tampoco estaba nada claro que así fuera…

***

Porque, como decíamos antes, unos cuantos meses antes del 2 de mayo de 1994, Romario había asegurado ante todos los medios de comunicación que no se subiría a un avión con Bebeto. Pero… ¿qué pasó ese 2 de mayo de 1994? Que unos desconocidos secuestraron al padre de Romario en Río de Janeiro y pidieron un rescate millonario. Bebeto se volcó con Romario y con su familia y le prestó todo su apoyo. El padre del futbolista del FC Barcelona fue liberado seis días más tarde.

Apenas un mes después, el 12 de junio, a apenas cinco días del inicio del Mundial de Estados Unidos, Denise De Oliveira, la mujer de Bebeto, embarazada de casi nueve meses, también fue víctima de un intento de secuestro a punta de metralleta en las calles de Río. Paseaba junto al hermano de Bebto y se libró del secuestro por los pelos. Al final, la violencia contra sus familias unió a los dos delanteros, que aparcaron sus rencillas y se apoyaron en el momento en el que vieron reflejado su dolor en el rostro del otro.

Los astros que se alinean de nuevo… Para el bien de una selección brasileña muy exigida por su afición para que trajeran a casa la cuarta Copa del Mundo tras 24 años de sequía y, a la vez, totalmente denostada por su propia afición.

Y es que la torcida andaba con la mosca detrás de la oreja con Parreira, su estilo defensivo y su dibujo. Porque el técnico decidió entregar el centro del campo a Dunga y, además, escoltarlo con la presencia de Mauro Silva, otro medio centro defensivo. Y la gente no entendía esa renuncia explícita de Brasil a sus esencias futbolísticas. Parreira, en cambio, tenía claro que sin solvencia detrás no ganaría el Mundial. Era consciente de la dinamita que tenía arriba con Romario y Bebeto y creía que le bastaba, que echar más leña al fuego era contraproducente. Por eso se blindó en el centro del campo y, de entrada, sólo colocó a Raí como centrocampista más creativo. El resto, pretorianos.

Brasil empezó derrotando a Rusia (2-0) con un gol de Romario y un penalti transformado por Raí y solventó su clasificación para la segunda fase del torneo con una plácida victoria ante Camerún (3-0) con tantos de Romario, Marcio Santos y Bebeto. Los de Parreira cerraron el grupo con un empate a uno ante la sorprendente Suecia que volvió a ser obra de O Baixinho. Las aguas empezaban a calmarse y la Dupla Diabólica enfilaba su camino hacia el título.

Sin embargo, en los octavos de final emergió un escollo más duro de lo que los brasileños esperaban. Los anfitriones estadounidenses se enfrentaban a la canarinha en un duelo, a priori, bastante desigual. Pero el fútbol es sorprendente casi siempre. Parreira salió con Leonardo en el lateral izquierdo y Jorginho en el derecho, con Aldair y Marcio Santos como pareja de centrales. En el centro del campo, ni una concesión a la magia. El seleccionador sentó a Raí y jugó con una línea de cuatro en la que tres eran medios defensivos (Dunga, Mauro Silva y Mazinho) y sólo Zinho organizaba. Arriba, la Dupla Diabólica.

El partido se espesó pronto y los brasileños no acababan de llegar con claridad a la meta de Tony Meola. De hecho, la mejor oportunidad del encuentro la tuvo el central norteamericano Thomas Dooley, que recibió dentro del área brasileña un magnífico pase que no esperaba y remató desviado ante la portería defendida por Taffarel. Brasil sólo tuvo una ocasión clara cuando los norteamericanos tiraron mal el fuera de juego a la salida de una falta lateral y Marzio Santos se encontró tan solo en el remate que tiró la pelota fuera. Así discurría el partido, sin demasiados sobresaltos, hasta que en el minuto 43, a puntito de acabar la primera parte, Leonardo sacó el codo a pasear en una jugada intrascendente en la banda ante Tab Ramos y el colegiado le expulsó con roja directa.

En la segunda mitad Parreira no cambió nada. Siguieron los mismos sin la presencia de Leonardo, a defender y a tratar de aprovechar una buena jugada de la Dupla Diabólica. Y eso es exactamente lo que pasó. Porque al poco de salir de los vestuarios Romario aprovechó un resbalón del central estadounidense para meterse en el área y disparar con muchísimo peligro ante Meola. El balón salió fuera por muy poco. Era sólo el primer aviso.

A la segunda ya no hubo piedad. Romario bajó a recibir al centro del campo, se giró, encaró a los centrales y filtró un pase entre líneas para la entrada de Bebeto por la derecha y el goleador carioca la cruzó con muchísima clase al palo contrario para hacer el único gol del partido y meter a Brasil en los cuartos de final del torneo.

Allí esperaba una peligrosísima Holanda, con Dennis Bergkamp como referencia ofensiva escoltado en la banda por el desequilibrante Overmars. Brasil jugó con los mismos que ante Estados Unidos, pero con el cambio obligado de Leonardo en el lateral izquierdo. Parreira no se cortó en absoluto y metió a Branco, un defensa puro, en la banda izquierda. La jugada le saldría maravillosamente.

Pero antes de que Branco decidiera el partido, la Dupla Diabólica había hecho acto de aparición a los siete minutos de la segunda parte con una jugada fantástica de Bebeto por banda izquierda que envió un pase preciso a la llegada de Romario totalmente solo que embocó de primeras a las mallas y desató la locura en las gradas. A partir de ese momento, Holnada se fue a buscar la meta de Taffarel y cada contra brasileña era medio gol. Bebeto estrelló un balón en la cepa del poste antes de marcar el 0 a 2, un tanto precioso que parecía definitivo. Branco despejó de cabeza hacia el campo neerlandés. Romario despistó al defensor saliendo de la posición de fuera de juego e interponiéndose entre el central y el balón, pero sin intención de jugarla. Entonces apareció Bebeto por detrás como una exhalación, controló con el muslo, le sacó un par de décimas a su par, que fue al suelo para intentar pararlo, y encaró a De Goey. Esta vez, no falló. Lo dribló, marcó a puerta vacía y corrió a acunar a su bebé. Enseguida llegaron Mazinho y Romario y completaron una de las celebraciones más famosas de la Copa del Mundo. Dos zarpazos de la delantera de oro bastaban a los de Parreira para finiquitar los cuartos de final. O, al menos, eso parecía...

Porque Bergkamp aprovechó su infinita calidad para recortar distancias tan sólo un minuto más tarde con una jugada de empuje ante Jorginho dentro del área y una definición exquisita ante Taffarel y Aaron Winter empató el partido a la salida de un córner en un error clamoroso de los brasileños en las marcas. Faltaba un un cuarto de hora para el final del partido y todo estaba de nuevo como al principio. El fútbol…

Y fue entonces cuando apareció el héroe inesperado. Habían pasado cinco minutos desde el gol de Winter cuando Branco, el del bidón de Bilardo en Italia 90, el sustituto del expulsado Leonardo, cogió la pelota en su banda izquierda. Fueron dos holandeses a por él y el bueno de Branco fue quitándoselos de encima casi a empujones, sin dejar que le arrebataran la pelota y avanzando hacia dentro. Al final, lo trabaron, cayó al suelo y el colegiado pitó la falta. Estaría como a unos diez metros de la frontal del área, pero Branco ya no tenía amigos. Plantó el balón, cogió una tremenda carrera y golpeó con dureza al balón. El esférico hizo una curva preciosa en el área que le permitió esquivar el trasero de Romario y golpeó en el poste izquierdo de un sorprendido De Goey antes de traspasar la línea de gol. Tres a dos y Brasil alcanzaba las semifinales con Romario y Bebeto en plan estelar de nuevo y un convidado de honor que se sumó a la fiesta en el momento más oportuno.

En semifinales esperaba Suecia, a quien Brasil ya se había enfrentado en la primera fase (1-1). Los suecos fueron, junto a Bulgaria, la sorpresa del torneo y habían dejado en el camino a Arabia Suadí y a la Rumanía de Hagi con los goles de Dahlin, Brolin y Kennet Andersson. Y lo cierto es que durante muchos minutos los suecos soñaron con jugar la final del Mundial, pero Romario acabó por despertarlos de su sueño a falta de diez minutos.

Lo cierto es que Romario ese día estaba tocado por la varita y en la primera parte ya se sacó de la chistera una jugada marca de la casa, recibiendo en la frontal del área y marchándose en un palmo de su marcador y después del meta Ravelli para acabar viendo cómo un segundo defensa llegó a la desesperada desde atrás para sacar su remate bajo palos.

Al final, el tanto de Romario llegó de la manera más sorprendente. Jorginho sacó un centro desde la banda derecha con la defensa sueca parada esperando en remate. El centro era un auténtico caramelo entre las dos torres defensivas suecas y ahí apareció el más pequeño de todos, el delantero que no llegaba al 1’70 de estatura, para elevarse entre los dos suecos y rematar sin casi despeinarse al fondo de las mallas. 

La selección de Brasil menos brasileña acababa de acceder a la final de un Mundial 24 años después gracias a las diabluras de la Dupla Diábolica. Ante el mismo rival que el 1970, Italia. Se iban a enfrentar los dos Tricampeones del Mundo para dirimir quién levantaba la Copa del Mundo y también quién sería el nuevo Tetracampeón. Volvería a hacerlo Brasil, como en México 70, pero de una forma muy distinta.

Porque los dos equipos saltaron al Rose Bowl de Pasadena con más prevenciones de las esperadas y con más miedo a perder que ganas de ganar. La Dupla Diábolica no fue capaz de marcar y, por tanto, Brasil no marcó. Los italianos llegaron también muy justitos, con Roberto Baggio entre algodones después de abandonar el campo lesionado tras resolver él solito la semifinal ante Bulgaria. Por primera vez en la historia de la Copa del Mundo una final acababa sin goles el tiempo reglamentario y el tiempo extra y, también por primera vez, claro, el campeón habría de resolverse desde los once metros.

Romario, que no solía tirar los penaltis en sus clubes, asumió la responsabilidad y no dudó en lanzar el segundo de su equipo. Antes, Baresi y Marcio Santos habían fallado los dos primeros lanzamientos de la tanda y Albertini había marcado el suyo para poner por delante a la azzurra. Romario no falló y empató la final.

Bebeto ni se asomó por la zona de lanzadores. Como el día del penalti decisivo que podía darle su primera Liga al Deportivo de la Coruña, el delantero carioca no tuvo la suficiente confianza como para lanzar. 

Sí lanzó Evani, que anotó para Italia, y Branco, que volvió a empatar para Brasil. El delantero Massaro erró el cuarto lanzamiento italiano y Dunga, el capitán al que los aficionados no querían ni ver en la selección, marcó para poner el tres a dos para Brasil. Ahora todo quedaba en los pies de Baggio. Si marcaba, a Brasil aún le quedaría la bala de un último lanzamiento. Pero Baggio envió el cuero al cielo de los Ángeles y Brasil celebró la consecución de la cuarta Copa del Mundo de su historia. La menos brillante, sí, pero también una de las más deseadas tras casi un cuarto de siglo de sequía. Olvidando el Jogo Bonito colectivo, sí, pero aprovechando la magia de una de las duplas goleadoras más importante de la historia del fútbol brasileño.

***

Al final, pese a todos sus rifirrafes previos, la química que Bebeto y Romario tenían sobre el terreno de juego es perfectamente constatable. Nunca perdieron un partido jugando juntos con la selección brasileña. Disputaron 23 encuentros oficiales de los cuales ganaron 17 y empataron 6. En esos partidos Brasil anotó 48 goles, de los cuales ellos solitos materializaron 33: Romario hizo 18 y Bebeto 15. Unas cifras que hablan por sí solas.

Y el mayor momento de química lo tuvieron, precisamente, en el Mundial de Estados Unidos. En tierras norteamericanas la selección de Parreira marcó 11 goles. Cinco fueron obra de Romario y tres de Bebeto. El resto de compañeros hicieron otros tres entre todos: Raí marcó de penalti en el debut ante Rusia, Marcio Santos anotó a la salida de un córner el segundo ante Camerún y Branco consiguió ante Holanda el tanto que metía a los brasileños en semifinales. El resto, la Dupla Diabólica.

A su regreso del Mundial, las aguas volvieron a su cauce, es decir, que Bebeto y Romario siguieron siendo los de siempre. Bebeto volvió a la Coruña y jugó en el Dépor dos temporadas más junto a su amigo Mauro Silva. Levantó la Copa del Rey de 1995 precisamente ante el Valencia CF y después se fue apagando su estrella en el equipo gallego. Mientras, Romario se presentó 21 días tarde a la pretemporada con el FC Barcelona, celebrando como estaba por todo lo alto su triunfo en la Copa del Mundo. En enero de 1995 hacía las maletas para volver a Brasil tras una guerra sin cuartel con Johan Cruyff. Romario en estado puro…

Los dos atacantes llegarían con opciones de jugar el Mundial de Francia de 1998 para defender la corona de Brasil, aunque esta vez su presencia no parecía tan determinante como cuatro años atrás, porque en la canarinha ya reinaba un Fenómeno llamado Ronaldo. Y ahí volvieron a aparecer las diferencias de actitud y carácter de ambos jugadores. Romario acabó por abandonar la concentración de Brasil entre lágrimas pocos días antes del inicio del torneo. Los técnicos no estaban dispuestos a esperar que curase del todo una lesión que arrastraba. Bebeto se quedó y, casi contrapronóstico, acabó siendo el acompañante de Ronaldo en aquella magnífica selección que se quedó a las puertas de revalidar su título Mundial.

Sin embargo, da la sensación de que Bebeto, el magnífico goleador brasileño, fue eclipsado por Romario en 1994 como después lo sería por Ronaldo en Francia 98. Podría ser un mero espejismo… porque la realidad dice que Bebeto disputó siete minutos de un Mundial y dos Mundiales completos más. Y en los dos torneos llegó a la final: en uno fue campeón y en el otro subcampeón. Además, marcó tres tantos en cada uno de ellos. De hecho, Bebeto lo ganó todo con la canarinha: un Mundial juvenil, una Copa América, una Copa del Mundo y una Copa Confederaciones.

El eternamente joven delantero carioca vistió la verdeamarelha en 112 encuentros y anotó 55 goles (75 partidos y 39 dianas en choques oficiales), unas cifras que, sin duda, le convierten en uno de los mejores delanteros de una selección plagada de estrellas históricas. Tan sólo Neymar, Pelé, Romario, Ronaldo y Zico han marcado más goles que Bebeto en partidos oficiales con la zamarra brasileña. Sin embargo, cuando preguntas por los jugadores más determinantes de la historia de la pentacampeona del mundo muy pocos lo incluyen en la terna, eclipsado, como en su época, por otros astros mucho más mediáticos, mucho más refulgentes, mucho más rutilantes, aunque no siempre más efectivos.

Así es la vida.

Así es el fútbol.