"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 15 de febrero de 2023

Austria y Suiza resuelven a golazo limpio la Batalla del Calor de Lausana en el Mundial de 1954

A las cinco de la tarde del 26 de junio de 1954, en el estadio de la Pontayse de Lausana el termómetro marca 40 grados centígrados. Pese al calor asfixiante, los integrantes de las selecciones de Austria y Suiza saltan al terreno de juego dispuestos a sacar un billete para las semifinales del torneo. Esos 22 futbolistas no saben que están a punto de hacer historia. No pueden siquiera imaginar que 90 minutos más tarde acabarán por firmar el encuentro con más goles de la historia de la Copa del Mundo.

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Y eso que la táctica de la selección Suiza no invita especialmente al optimismo en cuanto a eso de marcar goles, porque su entrenador, el austríaco Karl Rappan, consciente de que su equipo es inferior técnicamente a muchas de las selecciones presentes en el torneo, ha pretendido desde el primer momento igualar las fuerzas con todos sus competidores con un sistema innovador que se convertirá en el precursor del catenaccio. Sí, ese sistema táctico que acabarán por perfeccionar los italianos en la siguiente década para convertirlo en su seña de identidad. Pero antes, los helvéticos harían probar a los italianos un poco de su futura propia medicina. Al tiempo…

A la Suiza de Rappan la llamaban el cerrojo y su táctica consistía en meter un centrocampista con buen pie por detrás de la línea de dos centrales para replegarse y parapetarse mejor detrás. Ese hombre protegía la espalda de sus compañeros y, además, sacaba la pelota jugada en largo desde atrás para contragolpear cada vez que tenían ocasión. Y lo cierto es que a los suizos les había ido muy bien esa táctica.

Porque Suiza, que disputaba el Mundial como invitada por su condición de anfitriona, había caído en un grupo tremendamente duro junto a Italia, Inglaterra y Bélgica y, a priori, tenía bastante complicado su pase a los cuartos de final de su torneo. El sistema de clasificación era rarísimo, ya que no jugaban todos contra todos, sino que en cada grupo había dos cabezas de serie que no se podían enfrentar entre sí. Por eso, cada selección disputaría sólo dos encuentros. Tras esos dos choques, el primero y el segundo del grupo se clasificaban y en caso de empate a puntos (no contaban los goles) se disputaba un partido de desempate entre los dos equipos involucrados, se hubieran enfrentado previamente o no. A Suiza le tocó en suerte jugar contra Italia y contra Inglaterra, los dos cabezas de serie de su grupo. ¡Casi nada!

Pero los de Karl Rappan no se arrugaron ante la azzurra y dieron la primera sorpresa del campeonato al vencer por dos tantos a uno. Los dos delanteros suizos más resolutivos, Robert Ballaman y Steep Hügi, fueron los autores de los goles ante toda una bicampeona del mundo. En el segundo encuentro, Suiza se iba a medir a una Inglaterra que necesitaba la victoria imperiosamente después de haber empatado a cuatro en su debut ante Bélgica. Los ingleses vencieron por dos a cero y la victoria de Italia ante Bélgica (4-1) clasificaba a los pross como primeros de grupo y mandaba a los helvéticos al partido de desempate, de nuevo ante Italia.

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En el Saint Jakob Stadion de Basilea, Suiza salió con la lección perfectamente aprendida. Muy juntos todos atrás y saliendo a la carrera cada vez que alguno de sus jugadores robaba la pelota. A los catorce minutos de encuentro, el balón le llegó a Hügi en la parte izquierda del ataque tras una pared con un compañero y ante la llegada de uno de los centrales italianos que pretendía cerrarle el paso, se sacó un disparo raso y potente con la pierna derecha que sorprendió al meta transalpino. Uno a cero y el público enfervorecido.

Italia no encontraba los espacios para generar peligro y a poco de iniciada la segunda mitad Suiza le dio la puntilla. A la salida de un córner muy mal defendido por los transalpinos (¡quién lo iba a decir!), Robert Ballaman se encontró solo en boca de gol y le bastó con empujar la pelota para hacer el dos a cero y poner tierra de por medio.

Pero Italia es imprevisible y en una jugada llena de rebotes y rechaces que parecía que iba a acabar en nada, un defensa helvético despejó de forma contundente hacia un lado y por allí apareció el centrocampista Fulvio Nesti para meter la cabeza con fuerza desde el vértice del área pequeña e introducir el balón en la portería de un sorprendido Eugene Parlier. Quedaban casi veinticinco minutos por delante y nada estaba decidido todavía.

La azzurra se lanzó al ataque para intentar empatar, pero se encontró con un contundente cerrojo que no sólo con concedió ocasiones, sino que se permitió el lujo de contragolpear con peligro tras cada robo de balón. Así llegó el tanto que sentenció el partido a falta de cinco minutos. Robo, conducción rapidísima de Volanthen y pase de la muerte al punto de penalti que no desaprovecha el letal Hügi llegando desde atrás. Y aún llegaría el cuarto ya sobre la hora, cuando de nuevo Volanthen condujo la contra de su equipo, llegó a la línea de fondo y la dejó atrás para la entrada de Jackie Futton, que puso el 4 a 1 definitivo en el marcador.

Contra todo pronóstico, los anfitriones, con su cerrojo, llegaban a cuartos de final eliminando a Italia. Allí esperaba Austria, que no había tenido demasiados problemas para clasificarse en un grupo en el que era cabeza de serie junto a la campeona Uruguay. Los futbolistas dirigidos por Walter Nasch derrotaron con sufrimiento a Escocia (1-0) con un solitario tanto de Erich Probst y se deshicieron sin problemas de Checoslovaquia (5-0) con una goleada.

Además, los austríacos tuvieron suerte, porque los charrúas los acompañaron a la siguiente fase tras vencer también sus dos encuentros ante escoceses (2-0) y checoslovacos (7-0), pero los alpinos serían primeros de grupo, ya que entonces no se tenía en cuenta la diferencia de goles y un sorteo decidió las posiciones en las que los dos equipos pasaban a cuartos de final y, por tanto, a qué rivales se enfrentarían.

Austria era una grandísima selección que tenía sus opciones de ganar la Copa del Mundo o, al menos, de pelear dignamente por ella. Claramente por detrás de los Magiares Mágicos de Hungría, estaba prácticamente al nivel de la las dos potencias sudamericanas, Uruguay y Brasil, y también de la desconcertante Inglaterra, capaz de lo mejor y de lo peor en un mismo partido.

Además, los cuartos de final habían deparado enfrentamientos muy duros entre los aspirantes, ya que los uruguayos habrían de verse las caras con los ingleses, mientras que a Brasil, que también había tenido que sortear su posición tras acabar el grupo empatado a puntos con Yugoslavia, le tocaba lidiar con la gran favorita Hungría. Además, los vencedores de estos dos encuentros se verían las caras en las semifinales del torneo. Por el otro lado del cuadro, Alemania Federal y Yugoslavia se jugarían un puesto en semifinales ante el vencedor del Suiza-Austria. El verdadero Mundial acababa de empezar.

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El 26 de junio de 1954 el estadio de la Pontayse de Lausana está lleno hasta la bandera, pese a que la lluvia ha hecho acto de presencia y, además, la temperatura se ha disparado. Pero sobre el césped está la sorprendente Suiza de Karl Rappan a punto de hacer historia en su propio torneo y los aficionados locales no se lo quieren perder.

Los austríacos forman con su equipo de gala y Walter Nasch ha dispuesto en sus jugadores sobre el terreno de juego conformando la WWM, el mismo sistema que practica Hungría con exuberancia y solvencia. Dos defensas, tres centrocampistas y cinco delanteros, uno de ellos echándose atrás, de falso nueve, para enganchar con los medios y sorprender desde atrás. Uno de los defensas es el mítico Ernst Happel, que después triunfaría como entrenador ganando la Copa de Europa con el Feyenoord y con el Hamburgo y, entre medias, obteniendo el subcampeonato del Mundo con Holanda en el Mundial de 1978. En la línea de medios, Karlo Koller, uno de los mejores cien futbolistas del siglo XX según la FIFA, y Ernst Orwick, con una llegada extraordinaria. Y arriba, Erich Probst, los hermanos Robert y Alfred Koerner, Theodor Wagner y Ernst Stojaspal. Enfrente, los de Rappan siguen con su cerrojo, encomendándose en ataque a Robert Ballaman y Steep Hügi, dos jugadores letales, y a las carreras de Vonlanthen.

Los suizos empiezan mejor, se sienten cómodos en el escenario, se han contagiado de la alegría de las gradas y parecen inmunes al calor sofocante que se siente sobre el césped. A los pocos minutos de iniciado el choque, Ballaman ya le ha dado un susto al meta Kurt Schmied, que tiene que esforzarse para ir al suelo y atajar el remate de cabeza del helvético. El meta austríaco respira aliviado, aunque no sabe la que se le viene encima.

Porque apenas unos minutos después el mismo Ballaman recoge un balón en la frontal del área, conduce y se saca un obús de su pierna derecha que se va directo al ángulo superior izquierdo de la portería austríaca. Schmied ni siquiera ha visto cómo la pelota salía disparada del pie del atacante helvético, que celebra el tanto ante el griterío ensordecedor de los 35.000 espectadores que abarrotan el estadio. Se cumplen 16 minutos de partido.

Nada más sacar de centro, los austríacos intentan elaborar el ataque con pases rápidos y precisos, pero en la frontal del área la defensa suiza intercepta el balón y, como durante todo el torneo, salen disparados hacia el campo contrario. Con la defensa austríaca mal parada, Eggimann lanza un pase largo al corazón del área que busca Hügi en pugna con Enrst Happel. El helvético aguanta la carga de Happel y le gana la partida, controla con la izquierda, deja el balón muerto orientado hacia su pierna derecha y remata desde el punto de penalti al fondo de las mallas. Dos a cero. Minuto 17 de partido. Increíble.

Pero el festival de los anfitriones aún no ha acabado. Tan sólo dos minutos más tarde, un centro al segundo palo lo prolonga un atacante suizo para que Hügi remate con la pierna a media altura al más puro estilo de Torpedo Müller casi dos décadas antes de Torpedo Müller. Del empate a cero al tres a cero en tres minutos. Festival del cerrojo suizo ante una Austria totalmente desconocida, descolocada y destrozada a los 19 minutos de partido.

Y entonces llegó el milagro. Porque lo que apuntaba a una goleada histórica y olía a la sorprendente clasificación para semifinales de Suiza se torció en otros tres minutos totalmente locos e irrepetibles. Los que van del 25 al 27. En el 25, Theodor Wagner culminó una pared dentro del área suiza con un remate cruzado e inapelable que se coló en la meta de Eugene Parlier. Al minuto siguiente, sin tiempo para recuperarse, los austríacos atacan por la izquierda, el balón le llega a Alfred Koerner que pone un centro chut envenenadísimo con el exterior de su pie derecho que golpea en el palo ante de colarse inexorablemente en el fondo de la portería helvética. Y como no hay dos sin tres, con los austríacos desatados, Wagner empata el encuentro tras recortar en la frontal del área y rematar por alto, duro y con efecto. Tres a tres en otros tres minutos de locura y vuelta a empezar.

Los espectadores no se lo podían creer. Acababan de presenciar seis tantos en 27 minutos de partido, en una especie de noria de emociones que aún se prolongaría un poco más. Porque Austria se había quitado definitivamente las cadenas y no estaba dispuesta a dejar pasar la ocasión de reventar el cerrojo suizo. Así que el centrocampista Ernst Orwick decidió apuntarse a la fiesta y recogió un pase atrás en la frontal del área sorprendiendo con su llegada desde atrás y envió un misil raso y ajustadísimo al palo de Parlier para adelantar a los suyos. Corría el minuto 32.

Dos minutos más tarde, Robert Koerner alcanzó la línea de fondo de una desfondada defensa helvética y se sacó un pase de la muerte que remató a quemarropa su hermano Alfred. Parlier acertó en su estirada, pero dejó el balón muerto a los pies de Alfred, que culminó la jugada con el quinto tanto austríaco. Minuto 34 de encuentro y 3 a 5 en Lausana.

Pero los hombres de Rappan aguantaron de pie el chaparrón austríaco jugando a la perfección las armas que les habían llevado hasta allí. Robo de balón y pase largo a Ballaman. El ariete helvético le gana la espalda a toda la defensa austríaca y se inventa una vaselina sin dejar caer la pelota que supera la salida de Schmied. Era el 4 a 5 en el minuto 39 de la primera parte que volvía a poner en pie a todo el estadio y metía de nuevo a Suiza en el partido. Y más cuando a punto a punto de acabar una primera parte de auténtica locura, Robert Koerner lanzó fuera un penalti que hubiera cerrado el primer acto con ventaja de dos goles para Austria. No fue así y los jugadores se marcharon a los vestuarios tras un vendaval de juego y goles y con todo por decidir para la segunda mitad.

En el segundo acto los futbolistas acusaron el desgaste de una primera mitad desenfrenada en un partido de ida y vuelta jugado a 40 grados de temperatura. Aún así, ninguna de las dos selecciones quiso dar por finiquitado el choque. Austria siguió dominando y Suiza amenazando a la contra hasta que Wagner firmó su tercer tanto, el sexto de Austria, para poner tierra de por medio. Fue a los 8 minutos de la segunda parte y empaló en la frontal un centro medido tras una gran jugada colectiva austríaca.

Pero ni siquiera ese gol tempranero destruyó la moral Suiza y Hügi se apuntó a la fiesta de los tripletes anotando su tercer tanto en el partido para volver a encoger el marcador al cuarto de hora de la segunda mitad con un disparo lejano que no pudo atrapar Schmied. Era el 5 a 6 a falta de media hora de juego.

Los suizos se volcaron entonces sobre la portería austríaca, intentando empatar a la desesperada, pero fue Austria quien cerró definitivamente el partido tras una contra perfecta que resolvió Probst con una picadita brillante ante la salida del guardameta Parlier.

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Al final, el encuentro de cuartos de final del Mundial de 1954 entre Suiza y Austria acabó con un espectacular 5 a 7 que, aún hoy, es el partido con más goles en toda la historia de la Copa del Mundo y que ha pasado a la historia como la batalla del calor de Lausana. Un calor que afectó especialmente al meta austríaco Schmied, que sufrió una insolación durante el encuentro y no pudo jugar las semifinales, y al defensa suizo Roger Bocquet, que salió tambaleándose del terreno de juego tras un choque con un jugador austríaco, aunque siguió tambaleándose sobre el césped para no dejar a los suyos con diez. El futbolista no lo sabía entonces, pero había jugado todo el Mundial con un tumor cerebral que le operaron tras el torneo y del que pudo recuperarse.

Un calor, junto al esfuerzo titánico que hubieron de hacer los jugadores, que pagó Austria con creces en su choque de semifinales ante la sorprendente Alemania Federal de Sepp Herberger disputado cuatro días más tarde en el Saint Jakob Stadion de Basilea. Ahí Austria sólo pudo aguantar media hora las embestidas alemanas. Al final, cayó por un demoledor 6 a 1 que metía a los germanos en la final del Mundial y dejaba a los austríacos con la miel en los labios.

En el partido por el tercer y cuarto puesto, los futbolistas de Walter Nasch derrotaron a Uruguay por tres tantos a uno para acabar terceros y obtener la mejor clasificación de Austria en la historia de los Mundiales en un torneo espectacular que acabó llevándose Alemania Federal ante los Mágicos Magiares húngaros en el llamado Milagro de Berna.

Un torneo que pasará a la historia no sólo por la sorprendente victoria alemana, o por la batalla del calor de Lausana, o por la “resurrección” de Hohberg en la semifinal ante Hungría, o por la lamentable batalla de Berna entre brasileños y magiares, o por el debut de Brasil con su camiseta verdemarelha que se convertiría en eterna, sino por ser el campeonato más goleador de la historia con 140 goles en 26 partidos, lo que supone una media de más de 5 tantos por partido que no se ha superado nunca en ninguna edición de la Copa del Mundo. Suiza y Austria contribuyeron al espectáculo con 12 goles en un solo encuentro… ¡disputado a 40 grados de temperatura! ¿Se puede pedir más?