"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 31 de mayo de 2023

La cabeza de Zidane

A principios de los años 80, con el Mundial de España a la vuelta de la esquina, se editaron unos cómics sobre la historia de los mundiales. Para describir a Roberto Béttega, el mítico delantero de una Italia que meses más tarde se proclamaría campeona del mundo, aparecía el siguiente texto: “Roberto Béttega, cabeza para marcar, cabeza para pensar”. 

Y así era, porque el italiano era un auténtico especialista en el remate de cabeza y, a la vez, era el que pensaba y ejecutaba un poquito más rápido que los demás, el que veía el juego como nadie, el que se desmarcaba un segundo antes que los demás. Curiosamente, el transalpino se perdió el Mundial por culpa de una lesión inoportuna, pero aquello de “cabeza para marcar, cabeza para pensar” se quedó grabado a fuego en mi memoria.

Y ese lema, siempre en mi cabeza, se lo apropió Zinedine Zidane, el mariscal de Francia, unas décadas más tarde, aunque él ni siquiera lo supiera. Porque usó la cabeza para marcar y darle a los galos la primera Copa del Mundo de su historia en 1998. Porque usó la cabeza durante toda su carrera para jugar y hacer jugar a los suyos. 

Y volvió a usar la cabeza, pero esta vez sin apenas pensar, para para golpear a Materazzi a dos minutos de la conclusión de la prórroga de la final del Mundial de Alemania 2006 y tirar así por tierra el trabajo de todo su equipo, y por supuesto el suyo propio, tras protagonizar un torneo espectacular en el que se echó a la espalda a toda su selección para meterla en la final con su talento y… su cabeza.

Esa cabeza que impidió que el consumado lanzador de penaltis de Francia pudiera estar en la tanda decisiva con la Copa del Mundo en juego. Esa cabeza que propició que una carrera extraordinaria como futbolista se cerrara el último día de la peor manera posible. Esa cabeza que remató un sinfín de balones a las mallas y de la que salió fútbol a raudales para todos y cada de los equipos que defendió a lo largo de su exitosa carrera. Esa cabeza que le jugó la última mala pasada en el peor momento posible.

Pero esa magnífica cabeza, a Zidane, ya se le había ido otras veces antes. Bastante antes…

***

Zidedine Yazid Zidane era hijo de inmigrantes argelinos que se instalaron en Marsella huyendo de la guerra de Argelia. Allí, en un barrio humilde, creció Zidane dándole patadas a un balón y soñando con convertirse algún día en el Príncipe. Pero no en un príncipe de cuento de hadas, sino en Enzo Francescoli, “el Príncipe”, descomunal futbolista uruguayo que cautivó al joven Zinedine desde que lo vio llevar la batuta del juego del Olympique de Marsella. Seguramente la figura de Francescoli fue una de las razones por las que el chaval decidió apostar por el fútbol en vez de por otros deportes, ya que Zidane, por aquel entonces, jugaba a casi todo y casi todo lo hacía bien, especialmente el judo.

Pero cuando el chico decidió apostar definitivamente por el fútbol, el Olympique no lo tuvo en cuenta (de hecho, Zizou nunca jugaría en el equipo de su ciudad) y los primeros colores que defendió fueron los rojiblancos del Cannes, donde tuvo que mudarse con apenas 14 años y donde debutó en Ligue 1 a punto de cumplir los 17. Allí empezó el marsellés a hacerse un nombre en la Liga Francesa y tres años después, a los 20, fue fichado por un Girondins de Burdeos que necesitaba urgentemente una revolución.

Y es que el cuadro girondino, tras vivir la mejor época de su historia ganando las ligas de 1984, 1985 y 1988, acabó con sus huesos en la Segunda División en 1991 tras sufrir un descenso administrativo por culpa de una deuda de 45 millones de francos. Tardó sólo un año en subir de nuevo a la Primera División y fue entonces cuando fichó a un prometedor jugador de 20 años con una gran proyección , pero también con mucho margen de mejora.

El proceso de maduración de Zidane como futbolista culminó definitivamente en las cuatro temporadas que vistió los colores del cuadro girondino. Su elegancia, su clase, su calidad, su técnica depurada, su visión de juego, su conducción, su cambio de ritmo, su capacidad de llegada y su amplio repertorio de pases fueron poco a poco creciendo en Burdeos hasta alcanzar un nivel sublime que le abrió las puertas de la selección francesa.

Su debut en la selección se produjo el 17 de agosto de 1994 en un amistoso ante la República Checa que, en realidad, iba a significar un cambio tremendo para Francia. Ese día Zidane saltó al campo sustituyendo a Corentin Martins, con el 14 a la espalda y con Francia cayendo por 2 a 0. 

Le costó al debutante coger la manija del juego, pero poco a poco se convirtió en el gran protagonista. Porque a falta de cinco minutos para el final, el del Girondins recogió un pase de Blanc, regateó a dos marcadores cambiándose el balón de pierna y lanzó un obús desde más de 30 metros para recortar distancias. Y ya con el tiempo cumplido, remató de cabeza un saque de esquina para empatar el choque. Aún habrían de pasar un par de años más, pero se acababa de poner la primera piedra para el nacimiento de una nueva Francia que dejaría de sustentarse sobre Jean Pierre Papin, Eric Cantona y David Ginola para hacerlo sobre Zidane, Thuram, Djorkaeff o Desailly.

Pero alternando con esa clase indiscutible que empezaba a mostrar en todos los terrenos de juego, la cabeza de Zidane ya había dado muestras de cortocircuitarse más de una vez.

En septiembre de 1993, en un partido ante el Olympique de Marsella, Zizou recibió un codazo de Marcel Desailly que el colegiado de la contienda no vio. Zidane no se cortó y en un córner le propinó al defensa del Marsella un puñetazo que le costó la roja directa. No sería la última vez.

A finales de agosto de 1995, en la vuelta de la final de la Copa Intertoto que ganaría el Girondins y que lo metería en la Copa de la UEFA, Zidane se quitó de encima de un manotazo, un cabezazo y una patada (las tres cosas juntas) a su marcador Thorster Fink. Claro, la roja también fue instantánea.

Y en esa misma temporada levantó de un patadón a Fredéric Mendy, jugador del Martigues, en el partido correspondiente a la 15ª jornada de la Liga Francesa. Se marchó directamente a los vestuarios por tercera vez en su carrera cuando el marcador señalaba un 2 a 1 a favor del Martigues. Los locales redondearían la cuenta con un gol más ya con Zidane en la ducha (3-1).

***

Al final de esa temporada 1995-96, Zidane haría las maletas para enrolarse en la todopoderosa Juventus de Turín que, entrenada por Marcello Lippi, acababa de proclamarse Campeona de Europa al vencer al Ajax de Ámsterdam en la tanda de penaltis. En ese gran equipo compartiría vestuario con su compatriota Didier Deschamps, el holandés Edgar Davis, el croata Alen Bocksis y con dos cracs italianos que respondían a los nombres de Del Piero y Cristian Vieri.

A Zidane le costó un poco adaptarse a un equipo muy físico y muy trabajado tácticamente, pero en cuanto se fue acoplando se ganó con creces la titularidad en todo un campeón de Europa y firmó una primera temporada sensacional donde la Vecchia Signora ganó la Supercopa de Europa, la Copa Intercontinental y el Scudetto. Además, el equipo volvió a plantarse en la final de la Copa de Europa, pero esta vez claudicó ante el sorprendente Borussia de Dortmund (1-3) y Zidane se quedó, de momento, sin la joya de la corona, aunque coronado como uno de los mejores jugadores del mundo.

Y uno de los más viscerales también. Porque la cabeza que usaba para ejecutar acciones casi inimaginables, seguía cortocircuitándose de tanto en tanto. Como en el partido ante el Parma de la 15ª jornada de la Serie A 96-97, cuando Enrico Chiesa fue a presionarle para robarle la pelota y el galo se giró de golpe y le propinó un puñetazo en el pecho que le costó nuevamente una expulsión por roja directa.

La siguiente campaña, la 1997-98, Zidane volvió a hacer un grandísimo campeonato ganando de nuevo el Scudetto, pero volvió a vivir la frustración de caer otra vez en la final de la Copa de Europa, esta vez ante el Real Madrid, que venció en el Ámsterdam Arena con un solitario tanto del montenegrino Pedja Mijatovic (0-1). Parecía que el destino le negaba el título más prestigioso de Europa al marsellés, pero lo cierto es que en apenas dos temporadas se había convertido en un ídolo en Turín y en uno de los mejores jugadores del mundo.

Con el Mundial de Francia a la vuelta de la esquina, había llegado el momento de olvidar las penas y de dar un paso al frente. Sobre todo porque la selección francesa afrontaba la Copa del Mundo como anfitriona y estaba cuestionadísima en su propio país.

***

En el verano de 1998 Francia se había convertido en casi un polvorín contra su selección. Aimé Jacquet había conformado un equipo multicultural donde la mayoría de jugadores eran descendientes de habitantes de las antiguas colonias y la extrema derecha francesa los había puesto a todos en el disparadero con eslóganes del estilo “esa selección no nos representa” y otros de similar calado.

Zidane era descendiente de argelinos. Henry, de origen antillano. Thuram, de Guadalupe. Vieira, nacido en Senegal y sus padres de Cabo Verde. Desailly, de Ghana. Karembeu, de Nueva Caledonia. Djorkaeff, de Armenia. Y así hasta 14 de los 22 jugadores convocados por Jacquet. Pero esos jugadores cerraron filas, se abstrajeron de todo y de todos y acabaron por aunar a casi todos los franceses bajo la misma bandera.

Y Zidane fue el buque insignia de ese equipo. Con sus dos cabezazos en la final que le valieron una Copa del Mundo y el Balón de Oro de ese año 1998. Pero estuvo a punto de echarlo todo a perder también por su cabeza. Esa misma que dirigió el juego de Francia durante el torneo. Esa misma con la que hizo los dos primeros goles de la final ante Brasil. Y es que la estrella de Les Bleus, el diez, el cerebro, el espejo en el que mirarse, la gran esperanza gala, cometió una torpeza indigna de un jugador de su calibre.

En el segundo encuentro de la fase de grupos, el que enfrentaba a Francia ante Arabia Saudí, con el combinado galo venciendo por dos goles a cero y a falta de veinte minutos para el final, Zizou entra por detrás a un contrario, lo derriba y lo pisa con la otra pierna cuando está en el suelo. El colegiado mexicano Arturo Brizio Carter no lo duda y lo expulsa con roja directa.

Zidane no se lo puede creer. No porque Francia vaya a pasar problemas en un partido que acabará ganando cuatro a cero, sino porque no podrá jugar hasta los cuartos de final del torneo. Y en octavos, la Paraguay del meta Chilavert y los defensas Ayala y Gamarra están a punto de dar la estocada a los franceses y privar a Zidane, y a toda Francia, de la corona que buscan. Por suerte para los galos apareció Laurent Blanc en los últimos momentos de la prórroga para anotar el primer gol de oro de la historia de los Mundiales y devolver la respiración a todo un país (especialmente a Zidane, que ya había tenido tiempo suficiente como para arrepentirse de su acción).

El diez volvería a enfundarse la camiseta del Gallo en los cuartos de final y ya no se perdería ni un solo minuto en todo el torneo. Jugaría y marcaría el primer penalti de la tanda ante Italia tras un tenso empate sin goles ante muchos de sus compañeros de la Juventus. Jugaría y dirigiría al equipo con su batuta en la noche grande de Thuram ante Croacia en semifinales (2-1). Y se metería al mundo en el bolsillo con sus dos cabezazos ante Brasil en la final (3-0) para levantar la primera Copa del Mundo de la historia de la selección francesa.

Cabeza para marcar. Cabeza para pensar.

***

Tras levantar la Copa del Mundo en Saint Denis, Zinedine Zidane se llevó también el Balón de Oro de 1998, pero su regreso a la Juventus no fue tan bueno como pudiera suponerse tras dos años magníficos. Los bianconeros hicieron una liga pésima y acabaron en el séptimo puesto, pasando de jugar la final de la Copa de Europa a clasificarse para la Copa Intertoto. En Europa, en cambio, el equipo rindió bien y cayó en las semifinales del máximo torneo continental ante el Manchester United, que acabaría levantando el trofeo en Barcelona ante el Bayern de Múnich en uno de los finales más sorprendentes de la historia de la competición.

Ese año la cabeza de Zidane volvió a chispear y en un partido ante el Inter de Milán el galo casi le parte la pierna por dos sitios a Paulo Sousa. Conducía el juventino la pelota en perpendicular a la línea de medios cuando el balón se le fue un poco. Apareció Paolo Sousa para robar y Zizou se tiró al suelo con los dos pies por delante cazando la pierna de apoyo del portugués. El colegiado, que seguía la jugada de cerca, no le dejó ni levantarse. Le enseñó la roja en el suelo.

La temporada siguiente, que acababa con la Eurocopa de Bélgica y Países Bajos, la Juve de Zidane, que no jugaba competición europea, perdió el título en la última jornada en favor de la Lazio en un partido en el campo del Peruggia que estuvo parado una hora y media tras un aguacero descomunal que cayó durante el descanso. A los cuatro minutos de retomarse el partido, la Vecchia Signora recibió un gol que no supo remontar y le hizo perder el Scudetto.

Sin embargo, como dos años antes, para Zidane no había antídoto mejor contra la depresión que disputar un torneo con su selección. Les Bleus se presentaron en Bélgica y Países Bajos como campeones del Mundo y no defraudaron, levantando la segunda Eurocopa de su historia, aunque con muchísimo suspense.

***

Los galos vencieron a Dinamarca con facilidad en su estreno (3-0) y certificaron su clasificación para cuartos de final al derrotar también a la República Checa (2-1). Sin embargo, una derrota ante la anfitriona Holanda tras ir ganando por dos a uno (2-3) envió a la campeona del Mundo a medirse a España en cuartos.

En Brujas, Zidane adelantó a Les Blues con un golazo de falta directa, pero entonces España volcó su juego por la banda derecha, donde Munitis volvió loco a Thuram una y otra vez hasta que acabó cometiendo un claro penalti que anotó Mendieta para empatar. Sin embargo, al borde del descanso, un derechazo de Djorkaeff significó el 2 a 1 con el que los dos equipos se marcharon al descanso.

La segunda mitad fue un quiero y no puedo de una España que parecía haber arrojado definitivamente la toalla cuando Barthez cometió una de las pifias del torneo. En el último minuto de partido, Thuram despejó hacia atrás una pelota, Barthez hizo una palomita innecesaria para evitar el córner y el balón se le escurrió a los pies de Abelardo de espaldas a la portería. El meta francés lo derribó con las manos y el colegiado pitó el penalti que podía permitir a España forzar la prórroga. Mendieta, el jugador que los había lanzado durante todo el torneo, ya estaba en el banquillo y fue Raúl quien tomó la responsabilidad. El jugador del Real Madrid golpeó fuerte con la pierna izquierda, pero el balón se fue desviado por encima de los tres palos. Aún tuvo Urzaiz un cabezazo en el descuento que salió por encima de la portería de Barthez antes de que los galos pudieran celebrar su clasificación para unas semifinales del torneo que habían tenido que sudar muchísimo.

Allí esperaba Portugal, una selección temible, que se adelantó en el marcador a los 19 minutos con un disparo lejano de Nuno Gomes que no pudo atrapar Barthez. Las cosas pintaban feas para los campeones del mundo, que no encontraron la manera de meterle mano a los lusos en toda la primera mitad salvo dos o tres cabalgadas de Zidane que no encontraron premio. Pero a los diez minutos de la segunda parte Henry se inventó un golazo a la media vuelta para empatar el choque y los galos se vinieron arriba. Aún así, Barthez tuvo que sacar una mano tremenda ante un remate de Abel Xavier en el último suspiro y el partido se fue a la prórroga. Y a falta de 3 minutos para los penaltis, Henry tuvo un mano a mano con Vítor Baía que sacó el portero luso, el balón le cayó escorado a Wiltord, que remató a portería, y Abel Xavier tuvo la mala fortuna de no poder quitar la mano de la trayectoria de la pelota. El penalti lo puso Zidane en la escuadra para clasificar a Francia para la final con un gol de oro.

En la finalísima esperaba Italia. Una azzurra con ganas de vendetta tras la eliminación en los penaltis en el Mundial de 1998. Y lo cierto es que durante muchos minutos parecía que se había consumado. Porque Delvecchio adelantó a los italianos a los diez minutos del segundo tiempo y la azzurra se dispuso a exprimir al máximo su engranaje defensivo y las virtudes de su portero Toldo. Henry, Trezeguet y Desailly se estrellaron contra el muro italiano y no encontraron la fórmula para batir a Toldo en lo que quedaba de segunda mitad, pese al acoso y derribo al que sometieron a una azzurra que se sentía como pez en el agua. Sin embargo, el fútbol es caprichoso e imprevisible y tenía reservado un final épico para los franceses y trágico para los italianos.

En los siete últimos minutos Del Piero tuvo dos contras para matar definitivamente el partido, pero Barthez detuvo sus remates. El tiempo pasaba… Y pasaban dos minutos de la hora, con el banquillo italiano de pie, a la espera del pitido final para saltar al terreno de juego, cuando Wiltord controló un balón mal despejado por la zaga azzurra en el vértice izquierdo del área, acomodó el balón a su zurda y soltó un latigazo raso que batió a Toldo en el último suspiro. La final se iba a la prórroga cuando ya nadie lo esperaba.

Y en la prórroga, con Italia sumida en una profunda depresión, Pires fue apartando rivales por la izquierda a base de regates, metió un centro al corazón del área y Trezeguet la empalmó a la escuadra para marcar el gol de oro que coronaba a Francia como campeona de Europa. Ver para creer.

***

Zizou volvió a Turín con la Eurocopa bajo el brazo y se enfrentó a otra temporada complicada. Los turineses se vieron sorprendidos en liga por la Roma y fueron siempre a rebufo de los capitalinos en la clasificación. Al final, la Roma ganó el Scudetto y los de Zidane acabaron el año con las manos vacías.

Porque, además, en la Liga de Campeones la Juve cayó en un grupo duro junto a Hamburgo, Panathinaikos y Deportivo de la Coruña que se les complicó muy pronto. Los de Zidane empezaron con un espectacular empate a cuatro en tierras alemanas, para derrotar después al Panathinaikos en Delle Alpi y volver a empatar, esta vez sin goles, ante los deportivistas.

En ese choque, a Zizou se le volvió a pasar la rosca. Faltaban 22 minutos para el final del encuentro y un balón salió despedido botando en el centro del campo. El deportivista Emerson fue a controlarlo y por allí apareció Zidane con la pierna a la altura del estómago del luso para darle una patada que años más tarde imitaría el holandés De Jong en la final del Mundial de Sudáfrica, aunque algo más perfeccionada y acrobática. El galo vio la roja directa. Otra vez.

El astro francés, sancionado, no pudo jugar en Riazor ante el Dépor y su equipo empató a uno. Y en el partido en el que el marsellés regresaba a la competición, de nuevo en Delle Alpi pero ante el Hamburgo, la cabeza volvió a jugarle otra de sus cada vez más frecuentes malas pasadas. Corría el minuto 29 cuando Jochen Kientz y Zidane cayeron juntos al suelo en un encontronazo. Al levantarse, Zizou le propinó un cabezazo al jugador del Hamburgo que aún se retorcía sobre el césped. Inmediatamente, el Juventino se dejó caer al suelo de nuevo por si colaba, pero el árbitro estaba justo delante y ya venía con la tarjeta roja en la mano. ¡Otra vez expulsado!

En ese instante el Hamburgo ganaba por cero a uno y acabó el partido venciendo por uno a tres. Además, Zidane no pudo disputar ante Panatinaikos el partido en el que se decidía todo y la Vecchia Signora cayó en Atenas por 3 a 1 para abandonar la Liga de Campeones por la puerta de atrás en la fase de grupos.

Tras esa temporada, la Juventus acabó por vender a Zidane. Se marchó al Real Madrid tras un verano movidito en 2001 y se convirtió, en ese momento, en el fichaje más caro de la historia del fútbol. Los blancos pagaron por Zizou 72 millones de euros para ponerlo al frente de los Galácticos de Florentino Pérez. La elegancia de Zidane, su fútbol exquisito y su maestría se mudaban a Madrid. Su cabeza, ésa que a veces le hacía contacto, también.

***

Zidane no cayó precisamente de pie en el Real Madrid. Porque ya en el primer partido de Liga sufrió un marcaje implacable de David Albelda en Mestalla que lo dejó sin tocar un solo balón y porque esa temporada el Madrid de los Galácticos perdió la Liga precisamente frente al Valencia y la final de Copa en su propio estadio frente al Deportivo de la Coruña el día de su Centenario.

Sin embargo, en la Liga de Campeones Zidane acabó por ganarse el respeto, la admiración y el corazón de todos los aficionados blancos. Sobre todo por su gol de volea en la final ante el Bayer Leverkusen que le dio a los blancos su 12ª Copa de de Europa. El sentimiento era mutuo, porque Zizou no había conseguido ninguna Orejona con la Juventus y levantaba su primera Copa de Europa en su primer intento con los blancos anotando, además, uno de los mejores tantos de la historia de la competición.

Pero la temporada aún no había acabado. Con su golazo aún en la retina, Zidane se puso la camiseta de Les Blues para defender su título de campeón del mundo en Corea y Japón. Sin embargo, los galos sufrieron en sus carnes la maldición del campeón y se marcharon a casa en la primera fase.

Las cosas empezaron a torcerse en el último amistoso que los galos disputaron ante Corea del Sur antes de su debut en el torneo. En ese encuentro, Zidane sufrió una lesión muscular que le impidió disputar los dos primeros encuentros en Corea. La noticia no era buena para los galos, pero tampoco era una catástrofe, ya que los franceses tenían un auténtico equipazo y el grupo tampoco era especialmente duro. Francia debutaría ante Senegal y jugaría después ante Uruguay para cerrar la primera fase ante Dinamarca.

El debut de Les Bleus en el Mundial no pudo ir peor: Senegal les ganó 1 a 0 con tanto de Papa Bouba Diop y la concentración francesa se convirtió en un manojo de nervios. El choque ante Uruguay pasaba a convertirse en una auténtica final para la campeona del mundo. Zidane volvió a perderse el partido y una Francia muy imprecisa no fue capaz de pasar del empate sin goles ante la Garra Charrúa.

Lemerre y los suyos se encomendaron a la vuelta de Zidane para seguir en el torneo. Se enfrentaban a Dinamarca, que llegaba al partido decisivo con un buen botín de cuatro puntos por su triunfo ante Uruguay y su empate ante Senegal. Francia aún tenía opciones de clasificarse en un grupo donde Senegal también tenía cuatro puntos, mientras que Uruguay y Francia contaban con uno.

Sin embargo, la tricolor siguió siendo un manojo de nervios que ni siquiera Zidane pudo controlar. Y más cuando Rommedahl adelantó a los nórdicos a los 22 minutos de partido. Los campeones ya no fueron capaces de levantar la cabeza y Tomasson los envió definitivamente a casa con un tanto en la segunda parte (0-2).

Francia se fue del Mundial sin anotar ni un solo tanto y con los peores números de un campeón defensor del título. Evidentemente, el entrenador Roger Lemerre fue cesado y buena parte de los integrantes de la selección del Gallo acabarían dejándola para siempre.

***

A su vuelta a Madrid, Zizou siguió haciendo de las suyas, alternando grandes partidos, ruletas, goles y jugadas memorables con alguna que otra ida de cabeza sin sentido. La temporada 2002-03 ganó la liga con el Real Madrid, pero cayó estrepitosamente en la vuelta de los cuartos de final de la Copa del Rey ante el Mallorca (4-0) y en las semifinales de la Liga de Campeones ante su exequipo, la Juventus de Turín.

La temporada 2003-04 fue peor a nivel individual y colectivo. Tras una gran primera mitad de campaña, el equipo de los Galácticos se fue cayendo poco a poco en todas las competiciones. Primero fue eliminado sorprendentemente por el Mónaco en los cuartos de final de la Liga de Campeones tras haber ganado 4 a 2 en Madrid. La vuelta acabó con una victoria monegasca por 3 a 1 que supuso la eliminación Zidane y compañía.

Además, tras el fiasco europeo, el equipo encadenó varios malos resultados en la liga y el Valencia, que parecía haberse descolgado de la lucha por la liga, empezó a ganar partidos y a acechar el liderato de los blancos. En medio, el Real Madrid jugó una final de Copa del Rey y, de nuevo contra todo pronóstico, cayó contra el Zaragoza por 3 goles a 2. La liga se la acabó llevando el Valencia CF mientras los galácticos acababan la temporada en blanco. Un auténtico desastre al que contribuyó el francés con algunas de sus ya famosas acciones.

Y es que en esa aciaga temporada Zizou fue expulsado un par de veces más. Primero vio una roja directa en Sevilla por un codazo a Pablo Alfaro en el último minuto del primer tiempo del partido de vuelta de las semifinales de Copa. Los blancos sufrieron mucho para aguantar el 2 a 0 que traían de la ida y tuvieron la fortuna de que el colegiado expulsó también a David Navarro a los ocho minutos del segundo tiempo y las fuerzas se equilibraron. A Zizou la cabeza le había vuelto a jugar una mala pasada.

Unos meses después, con el Real Madrid jugándose la liga en el estadio de Riazor, la cabeza de Zidane volvió a hacer de las suyas. Diego Tristán había marcado el primer tanto del Deportivo a los 29 minutos de partido y el Madrid se había encontrado en dos ocasiones con los postes. Zizou ya había visto una tarjeta amarilla, pero a los 41 minutos se le cruzó el cable y le hizo una durísima entrada a Djalminha, el mejor deportivista hasta el instante, que lo mandó a la ducha. En la segunda parte Capdevila anotó de falta directa el segundo tanto deportivista para dejar al Madrid un poco más lejos del líder, el Valencia. La cabeza de Zidane había vuelto a reaccionar demasiado rápido en una temporada para olvidar que todavía no había acabado.

***

Y es que, a la conclusión de la campaña, Zizou se puso a las órdenes de Jacques Santini para defender la corona de Francia en la Eurocopa de Portugal. Los galos llegaban con un equipazo, pero también con la inseguridad provocada por el fiasco del Mundial de Corea y Japón en 2002.

Francia debutaba ante Inglaterra en un primer partido espectacular y Lampard adelantó a los ingleses en la primera mitad. Cuando parecía que los de Erickson se llevarían los tres primeros puntos, apareció Zidane. En el tiempo de descuento empató con un golazo y un minuto después convirtió el penalti que dio a los galos la victoria. In extremis, pero la actual campeona de Europa empezaba bien el torneo de la mano de su estrella.

El segundo encuentro ante Croacia acabó en empate a dos y Francia cerró la fase de grupos con una victoria tranquila y apacible ante Suiza que volvió a encarrilar Zidane con otro gol (3-1). Todo parecía ir sobre ruedas. Y más sabiendo que el rival de los galos en cuartos de final iba a ser Grecia, que había dado la sorpresa venciendo a Portugal y empatando ante España para clasificarse por delante de los hombres de Iñaki Sáez. Pero los helenos se habían encomendado a los Dioses y los Héroes y pondrían la Eurocopa patas arriba.

El 25 de junio de 2004, en el estadio José Alvalade de Lisboa, la todopoderosa Francia hincaría la rodilla ante la rocosa y férrea Grecia de Otto Rehhagel. Angelos Charisteas, mediado el segundo tiempo, anotó el tanto que dio el triunfo a los helenos e hizo saltar la banca. Los de Santini tuvieron que hacer las maletas. Después, Grecia se alzaría con la primera Eurocopa de su historia tras derrotar a la República Checa en semifinales y sorprender nuevamente a la anfitriona Portugal en la final. Una de las sorpresas más grandes de la historia de la Eurocopa.

Tras la eliminación en la Eurocopa, Jacques Santini fue destituido y Zidane anunció su renuncia a la selección francesa. Lo hizo público a través de su propia página web después de comunicárselo al nuevo seleccionador, Raymond Domenech, y al presidente de la Federación Francesa, Claude Simonet. El talentoso centrocampista volvería al Real Madrid para acabar sus últimos años de contrato, pero colgaría la camiseta del Gallo tras enfundársela en 93 ocasiones y ganar con ella una Copa del Mundo y una Eurocopa.

En ese instante, nada hacía presagiar su vuelta tras la salida también de Thuram, Makelele y Desailly. En ese instante la regeneración de Francia pasaba porque los jugadores más jóvenes recogieran el testigo. Pero eso era sólo en ese instante...

***

Mientras Zidane seguía intentando disfrutar del fútbol en el Real Madrid, con sus ruletas, sus jugadas maravillosas y sus goles, Domenech empezó su particular revolución en la selección francesa, intentando crear un equipo prácticamente nuevo y cambiando también a técnicos, doctores, fisioterapeutas e incluso al cocinero y al jefe de prensa. Por cambiar, cambió hasta la reglamentación interna de la selección.

Mientras Zidane veía en Madrid cómo el Valladolid los eliminaba de la Copa del Rey a las primeras de cambio y cómo el nuevo Barcelona dirigido por Frank Rijkaard y conducido en el terreno de juego por Ronaldinho, Eto’o y Deco empezaba a imponerse en la liga, la selección de Domenech no acababa de arrancar en la fase de clasificación para el Mundial de Alemania 2006. Los Bleus empataron en casa ante Israel, Irlanda y Suiza y sólo fueron capaces de vencer lejos de Francia a las cenicientas Islas Feroe y Chipre.

Mientras Zidane caía con el Real Madrid en Turín en los octavos de final de la Liga de Campeones, otro empate a uno en Tel Aviv ante Israel a finales de ese mes de marzo de 2005 empezó a poner nerviosos a todos los estamentos federativos, a la prensa y a los aficionados.

Zidane, ajeno de momento a lo que sucedía en Les Bleus y centrado en una liga que se les había puesto muy cuesta arriba, volvió a perder los nervios ante el Villarreal en el Bernabéu en la jornada 33ª. Con su equipo ganando por 2 a 1 se metió en una trifulca en el último minuto de partido y propinó un buen manotazo a Quique Álvarez. El colegiado lo vio y lo mandó al vestuario con roja directa. Era la decimotercera expulsión de su carrera futbolística. La décima por roja directa. ¡Increíble!

El campeonato acabó con la segunda victoria liguera consecutiva del FC Barcelona y otro año en blanco para el Real Madrid. El segundo consecutivo. Las vacaciones le iban a venir bien a Zidane, pero con la vuelta a los entrenamientos de pretemporada saltó la noticia.

El 3 de agosto de 2005, prácticamente un año después de su renuncia a la selección, Zidane anunció públicamente que quería volver a defender la camiseta del Gallo ante los choques decisivos para la clasificación al Mundial de Alemania que empezaban en septiembre. Domenech no tuvo más remedio que aceptar los hechos consumados y abrirle de nuevo, y un poco a su pesar, las puertas de la selección. A él, a Makelele y a Thuram. A los tres.

Evidentemente, y como era de esperar, la tricolor se clasificó sin demasiados problemas para el Mundial con victorias ante Islas Feroe, Irlanda y Chipre y un empate ante Suiza. Empezaba la cuenta atrás para la última Copa del Mundo de Zinedine Zidane y, si no se arrepentía, también de su último partido porque el galo anunció que renunciaba al último año de contrato con el Real Madrid y que dejaría en fútbol tras el torneo. El último baile de Zidane.

***

La temporada 2005-06 sería pues la última de Zidane vestido de corto. Y, como siempre, proporcionó a los aficionados grandes tarde de fútbol. Pero tampoco sirvieron esta vez para dar títulos a su equipo. Un equipo plagado de estrellas que se quedaría en blanco por tercer año consecutivo.

El FC Barcelona volvió a ser demasiado rival para el club presidido por Florentino Pérez. Y cuando en la visita liguera al Bernabéu Ronaldinho se exhibió para derrotar a los blancos por cero a tres y la imagen de los espectadores del coliseo blanco en pie ovacionando al brasileño del Barça dio la vuelta al mundo, Zidane ya estaba casi convencido de que colgaría las botas a la conclusión de esa temporada.

El mazazo en la Copa del Rey tampoco ayudó. El Real Madrid se medía al Real Zaragoza en las semifinales del torneo y se llevó un rotundísimo 6 a 1 en el estadio de los maños que hundía totalmente el transatlántico blanco.

El Arsenal de su amigo y compañero Thierry Henry puso la puntilla a una temporada horrorosa al vencer 0 a 1 en el Bernabéu y apear al Real Madrid de la Liga de Campeones en octavos de final por segundo año consecutivo. Esa derrota conllevó incluso la dimisión de Florentino Pérez como presidente del club. Para más inri, sería el FC Barcelona quien levantaría su segunda Orejona en París derrotando precisamente al Arsenal (2-1).

Así las cosas, el 26 de abril de 2006 Zinedine Zidane dio una rueda de prensa en el Santiago Bernabéu para confirmar un secreto a voces. Aunque le queda un año más de contrato, el marsellés colgará las botas tras el Mundial de Alemania. Dice que es una decisión madurada durante mucho tiempo. Dice que está cansado física y psicológicamente. Dice que le han pesado mucho tres años sin títulos en un club acostumbrado y necesitado de ganar. Dice que, a sus 34 años, ha llegado el momento de decir basta.

Zidane se despide del Santiago Bernabéu el 7 de mayo de 2006 con un gol en el empate a tres que el equipo blanco cosecha ante el Villarreal. Los aficionados le dedican un enorme mosaico y una tremenda ovación en agradecimiento a sus años como madridista y sus compañeros lucen camisetas con su foto y el lema “Zidane: 2001-2006”. Aunque aún disputaría un encuentro más con los blancos en el Sánchez Pizjuán de Sevilla, el periplo de Zizou como jugador del Madrid se había acabado.

Ahora sólo quedaba el Mundial de Alemania para poner la guinda a una trayectoria realmente espectacular como jugador. Ahora tocaba templar gaitas y, sobre todo, mantener la cabeza fría en su último torneo como futbolista.

Cabeza para marcar. Cabeza para pensar.

***

Francia quedó encuadrada en la primera fase con Suiza, Togo y Corea del Sur, un grupo aparentemente asequible que no iba a poner en problemas a la selección de Domenech. Lo que sí haría sería sacar a la luz las desavenencias entre el técnico y sus jugadores más emblemáticos y, además, sacaría también el genio de Zizou, que se transformó a partir de un hecho fundamental: una sanción.

Los galos se entrenaron en el torneo ante Suiza, en un partido trabado y feo que acabó sin goles. Zidane vio una tarjeta amarilla en el minuto 72 que fue determinante para lo que vendría después.

Porque en la segunda jornada, les Bleus se enfrentaron a Corea del Sur y tampoco fueron capaces de doblegar a los asiáticos. Se adelantaron a los nueve minutos con un gol de Thierry Henry y a partir de ese instante se dedicaron a sestear. Tanto que los surcoreanos se fueron enganchando al partido poco a poco y acabaron por empatar con un gol de Park a falta de nueve minutos para el final. 

El 10 galo no sólo pasó desapercibido durante todo el partido, sino que vio una amarilla perfectamente prescindible en el minuto 91 que le impediría disputar la final ante Togo, el último partido de la primera fase, donde los franceses tenían que ganar sí o sí para seguir en el Mundial. Además, y como mandando un mensaje, Domenech hizo una de las suyas y sustituyó a Zidane para dar entrada a Trezeguet nada más ver la tarjeta amarilla. El polvorín estaba a punto de estallar, pero antes había que centrarse en vencer a Togo para seguir adelante en la Copa del Mundo.

Y a la tercera, cuando más lo necesitaba y sin su estrella, Francia volvió a ganar un partido en la Copa del Mundo ante la debutante Togo con goles de Patrick Vieira y Thierry Henry. Ahora sí. Ahora tocaba que los veteranos le leyeran la cartilla al seleccionador y pusieran las cosas en su sitio. Y lo hicieron. Vaya si lo hicieron.

***

La victoria ante Togo había clasificado a Francia para los octavos de final, pero la había obligado a recorrer el camino más duro hacia la final de Berlín al acabar segunda de su grupo por detrás de Suiza. El primer escollo sería la España de Luis Aragonés, que había solventado con prestancia la fase de grupos y que parecía partir con un poco de ventaja. Era la casi renovada España ante la vieja Francia.

Y más veterana aún tras las exigencias de los pesos pesados, que casi obligaron a Domenech a alinear de inicio a Ribery en detrimento de Wiltord para dar más libertad arriba a Henry. De hecho, Ribery y Zidane jugaron por detrás del delantero con cierta libertad y con las espaldas cubiertas por Makelele, Vieira y Malouda en el centro del campo.

David Villa adelantó a España de penalti a los 28 minutos de juego, pero Ribery se cargó de razones empatando el choque con un golazo al filo del descanso. En la segunda mitad el oficio de los franceses no permitió que los españoles hicieran su juego y los galos fueron madurando una victoria que se materializó en los diez minutos finales. Vieira puso por delante a la tricolor a falta de siete minutos y Zidane sentenció con un golazo en el descuento (3-1). El 10 galo había sido el mejor del partido y la vieja guardia parecía haber renacido de sus cenizas. La joven España de Luis Aragonés tendría que hacer las maletas, mientras que los franceses se quedaban para jugar ante Brasil, la defensora del título, en los cuartos de final.

Cuando el partido entre Brasil y Francia concluyó los espectadores aún se frotaban los ojos. Porque Zinedine Zidane parecía haber retrocedido en el tiempo para completar un auténtico partidazo, incluso mejor que la final de ocho años atrás en Saint Denis. Francia jugó al ritmo del astro galo, que bailó una y otra vez a los centrocampistas brasileños con controles, regates, pases milimétricos y cambios de ritmo. Francia jugó a lo que quiso Zidane y acabó certificando su pase a las semifinales con otro gol de Henry a pase de Zizou. Contra todo pronóstico, el último baile de Zidane iba a continuar.

En las semifinales esperaba Portugal. Una Portugal férrea y rocosa que se había encomendado a la dureza de su línea defensiva y a los recursos de un Cristiano Ronaldo de 21 años para ir avanzando rondas en el torneo. Sin embargo, la veterana e incombustible Francia de Zidane iba a despertar de su sueño a los lusos con un partido lleno de oficio. A los galos les bastó un arreón de Zizou para provocar un penalti que él mismo se encargaría de transformar y después mató el partido para volver a disputar la final de una Copa del Mundo ocho años después.

En Berlín, Italia y Francia iban a dirimir quién sería el próximo campeón del mundo. Los italianos, fieles a su estilo y a su historia, se habían plantado en la final yendo de menos a más, comenzando con algunas dudas y acabando con una auténtica exhibición de fútbol ante la anfitriona Alemania en las semifinales. Una Italia salpicada y sacudida por el Moggigate, el caso de las apuestas, como en 1982, y que parecía decidida a reeditar esa misma victoria para levantar su cuarta Copa del Mundo. Pero enfrente estaba Zidane escoltado por sus pretorianos y llegaba dispuesto a prolongar su último baile hasta el final.

Y el final es por todos conocidos. Zidane transformó un penalti lanzándolo a lo Panenka y la azzurra empató poco después con un cabezazo de Materazzi. No hubo demasiadas ocasiones más durante los noventa minutos, aunque si acaso Italia mereció ganar a los puntos, con un cabezazo al palo y un tanto anulado incluido.

La prórroga lo cambió todo. Porque Francia parecía más entera, dispuso de una gran ocasión en un cabezazo de Zidane que Buffon despejó a saque de esquina e incluso llegó a encerrar a Italia en su campo, pero todo se vino abajo en una jugada. La del otro cabezazo. El momento en el que la cabeza de Zidane aparece no para marcar ni para pensar, sino para golpear a Materazzi en el pecho tras una agresión verbal del espabilado defensor italiano, que sabía que podía desquiciarlo.

Para la historia queda la imagen del astro francés pasando junto a la Copa del Mundo, sin prácticamente mirarla, alejándose de ella de espaldas, poco a poco, camino de los vestuarios a falta de diez minutos para el final de la prórroga.

Francia caería definitivamente en los penaltis sin la participación de Zidane, que acabó su carrera de la peor manera posible después de haber sido el héroe de su selección durante toda la Copa del Mundo. El héroe se convirtió en villano en apenas un segundo. Como tantas otras veces a lo largo de su carrera. Sólo que esta vez era la más importante. Y el villano se convirtió en héroe, como se encargó de refrendar casi al instante el mismísimo seleccionador francés.

***

Domenech aprovechó la coyuntura para cobrarse en frío su particular venganza y sentenció a Zidane con palabras muy duras, aunque al margen de sus desavenencias personales no dejan de tener un gran poso de verdad: “Ya podría haber sido yo Materazzi. Juegas la final de un Mundial, metes un gol, provocas la expulsión del mejor futbolista del equipo contrario y marcas tu penalti en la tanda. Materazzi fue el mejor jugador del partido”. Y el peor… No lo sabemos, pero nos lo imaginamos.

Porque aunque suene extraño, Zidane es el jugador más veces expulsado de la historia de la Copa del Mundo con dos rojas directas a las que hay que sumar cuatro amarillas más. Demasiado para un futbolista virtuoso que se mueve de tres cuartos de campo hacia adelante con la mente puesta en el ataque y no en la defensa. Demasiado para un director de orquesta, un jugador que jugaba con frac, un futbolista elegante y estético que convertía el fútbol en auténtico arte. Demasiado para un jugador capaz de anotar 5 tantos en 12 partidos en los Mundiales, 3 de ellos en la final.

Pero el temperamento también cuenta. La cabeza. Esa cabeza que nunca supo controlar del todo. Esa cabeza que convirtió en un gesto tan icónico como sus ruletas, sus regates y sus lanzamientos de falta. Esa cabeza que se le fue en muchas ocasiones y que le llevó a ser expulsado trece veces en toda su carrera, dos en la Copa del Mundo. Unos números impropios para uno de los atacantes más sublimes, alegres, estéticos y decisivos de la historia del fútbol. Pero así es este deporte. Sorprendente y genial.

Zidane se despidió del fútbol esa misma noche del 9 de julio de 2006 y no volvió a vestirse de corto jamás. Al día siguiente pronunció unas palabras que le hubiera gustado no tener que proncunciar nunca: “Pido perdón al fútbol, a la afición, al equipo. Perdonadme. Esto no cambia nada, pero perdón a todos”.

Y así acabó la historia de uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. Pasando con la cabeza agachada junto a la Copa del Mundo.

Cabeza para marcar. Cabeza para pensar.

viernes, 19 de mayo de 2023

El día que a Maradona "le cortaron las piernas"

25 de junio de 1994. Foxboro Stadium de Boston. Diego Armando Maradona festeja con la grada el triunfo argentino ante Nigeria en el segundo partido de la fase de grupos del Mundial de Estados Unidos. El Pelusa está fino, fino, finísimo y la albiceleste está de dulce. Ha ganado sus dos encuentros con solvencia y dando espectáculo y cuenta con un equipo de lujo que ya empiezan a temer todos sus rivales.

La escena, casi familiar, la transforma la aparición de una mujer vestida de blanco con una cruz verde a modo de escudo que se aproxima a Maradona poco a poco. Parece una enfermera, aunque en realidad es una técnica de la FIFA, y viene a por él para llevarlo al control antidopaje. El 10 argentino se sorprende al verla llegar, pero, contento y alegre como está, se lo toma con humor. Sonríe, la coge de la mano y salen juntos del campo rumbo a las entrañas del estadio, donde se le realizará la prueba. Sue Carpenter, que así se llama la protagonista de la imagen, deja al ídolo donde debe.

Tres días más tarde, el drama se desencadena en el seno de la selección argentina. Maradona tiene que abandonar el Mundial al dar positivo por efedrina. El gran capitán que levantó la Copa del Mundo en México 86 ya no volvería a vestir nunca más la camiseta albiceleste.

Pero para entender bien qué pasó tendremos que empezar a contar esta historia desde el principio. O casi.

***

Cuatro años atrás, tras la derrota de Argentina en la final del Mundial de Italia 90 ante Alemania, a Diego Armando Maradona empezó a torcérsele poco a poco su extraordinaria carrera futbolística. La polémica que lo envolvió en esa cita mundialista tampoco ayudó mucho. Y es que, a punto de cumplir 30 años, el de Fiorito era un icono mundial para lo bueno y para lo malo. Nadie le discutía su calidad sobre el césped, pero tampoco su mala vida fuera de él y sus casi constantes salidas de tono, alabadas y criticadas casi a partes iguales dependiendo de quién las escuchara o de quién fuera el objeto de sus diatribas.

Ya tras el partido inaugural, que perdió sorprendentemente Argentina ante Camerún, el capitán de la albiceleste dejó clara cuál iba a ser su postura durante todo el torneo cuando declaró a la prensa: “El único placer de esta tarde fue descubrir que, gracias a mí, los italianos de Milán dejaron de ser racistas: hoy, por primera vez, apoyaron a los africanos”. Un poquito de leña al fuego, por si acaso.

Y es que el astro argentino, consciente de su papel de estrella e ídolo eterno en Nápoles, jugó la baza de hacer elegir a los napolitanos entre Italia y Maradona durante todo el torneo, muy especialmente durante la semifinal que enfrentó a ambas selecciones en Nápoles. Esto dijo un desafiante Maradona ante la prensa justo antes del choque: “Me disgusta que ahora todos le pidan a los napolitanos que sean italianos y que alienten a la selección… Nápoles fue discriminada por el resto de Italia. La han condenado al racismo más injusto”.

Antes de que acabara el partido con triunfo argentino en los penaltis tras empatar a uno en el tiempo reglamentario, más de tres cuartas partes de Italia odiaban casi visceralmente a Maradona. Por dejar a Italia fuera de la final de su Mundial. Por ser el ídolo del Nápoles. Por hablar demasiado. Por ser un provocador. ¡Qué sé yo! Por ser Maradona.

El caso es que esa animadversión quedó meridianamente clara con la monumental pitada al himno argentino en la finalísima disputada en el Olímpico de Roma (aunque lo cierto es que lo habían pitado en todos los estadios salvo en San Paolo durante todo el torneo). La imagen del Pelusa mascullando “¡Hijos de puta, hijos de puta!” dirigiéndose a los aficionados italianos dio la vuelta al mundo.

Después, una Argentina mermada, sin Batista, sin Olarticoechea, sin Giusti, sin Caniggia, todos sancionados tras la semifinal ante Italia, con Ruggeri soportando una pubalgia y con Maradona aún renqueante, aguantó a Alemania durante 85 largos minutos. Que se hicieron aún más largos tras la expulsión de Monzón en el minuto 65 por una dura entrada a Jürgen Klinsmann. Hasta que el mexicano Codesal señaló como penalti una entrada de Sensini a Rudy Völler en el vértice izquierdo del área argentina. Riguroso cuando menos. Rigurosísimo. Pero así es el fútbol. Y a Andreas Brehme no le temblaron las piernas. Siendo zurdo, golpeó con la diestra ajustada al palo y el parapenaltis Goycochea no pudo sacarla.

Lothar Matthäus levantó en Roma la tercera Copa del Mundo para Alemania, mientras Maradona no quiso ni saludar a Havelange, el presidente de la FIFA, ni colgarse la medalla de subcampeón. Con su particular visión del mundo en la que la gente estaba con él o contra él, se sentía estafado, humillado y dolido. Pero su calvario personal y deportivo sólo acababa de empezar. Maradona, cómo no, atribuyó todo lo que vendría después a una venganza contra él por el papel que jugó en la Copa del Mundo de 1990.

Con el Mundial ya concluido, las heridas, que venían de antes, no acabaron de cerrarse y Maradona regresó a Nápoles para defender el título de la Serie A conseguida la campaña anterior, aún sabiendo que sus días en el club estaban contados, pese a que los napolitanos le adoraban y allí era prácticamente un Dios.

***

17 de marzo de 1991. El Nápoles se enfrenta al Bari en San Paolo en la 25ª jornada de la Serie A. Los napolitanos están ya bastante lejos de la cabeza y la temporada no está siendo buena. Aún así, ganan 1 a 0 al Bari con un tanto de Gianfranco Zola. A la conclusión del encuentro, Maradona es requerido para el control antidopaje. Y salta la noticia. El Pelusa da positivo por cocaína y es sancionado con dureza por Federcalcio, entidad organizadora del campeonato italiano que preside Antonio Matarresse: quince meses de suspensión para el jugador.

Un calvario que acabó cuando el futbolista fichó por el Sevilla FC dos temporadas más tarde, ya iniciada la Liga española 1992-93.

Antes, un desquiciado Maradona había vuelto a Buenos Aires y le había dado tiempo a ser detenido en una redada antidroga. Una detención prácticamente retransmitida en directo por los medios de comunicación. Le había dado tiempo a engordar un montón de kilos y a dejarse llevar sin tocar un balón en mucho tiempo. Le había dado tiempo a organizar por el país partidos diversos partidos de homenaje y a jugar incluso un campeonato de fútbol sala de barrio mientras se consumía poco a poco el tiempo de su sanción. Le dio tiempo incluso a recapacitar, con la ayuda de algunos amigos, y a echar de menos el fútbol. Y, finalmente, tuvo tiempo de intentar ponerse en forma de nuevo para regresar a las canchas cuando concluyese su inhabilitación. Con permiso del Nápoles, claro.

Porque el jugador tenía contrato con el equipo de la Campania y los dirigentes esperaban que se presentara en la sede del club el 1 de julio de 1992, justo el día que se acababa su sanción. Pero Maradona no quiso volver y movió cielo y tierra para salir de la entidad italiana. Al final, tras unas negociaciones eternas en las que tuvo que mediar la UEFA, el Sevilla FC, que acababa de fichar a Carlos Bilardo como técnico, acabó contratando a Maradona. Allí, en la capital hispalense, coincidiría también con el Cholo Simeone.

***

Mientras el astro iba dando tumbos por el mundo, por sus mundos, lidiando con su sanción, con su peso y con su adicción a las drogas, Alfio “Coco” Basile había sustituido a Bilardo al frente de la albiceleste con la intención clara de lavarle la cara en cuanto a nombres y en cuanto a estilo. El Coco dejó siempre una puerta abierta al Pelusa en la selección pese a su inhabilitación, pero mientras todo se resolvía, fue haciendo camino. Y el tiempo fue pasando.

El Coco edificó su nueva selección sobre los veteranos Ruggeri y Basualdo, supervivientes de la era Bilardo, pero añadió la calidad, la garra y el hambre de jóvenes futbolistas que empezaban a hacerse un nombre en Argentina como Chamot, “el Negro” Cáceres, “el Cholo” Simeone, Fernando Redondo, Medina Bello, Gabriel Omar Batistuta i un jovencísimo Ariel Ortega.

Con esos mimbres ganó la selección de Basile la Copa América de 1991 y encaró la del 93 de la misma forma, conformando un grupo muy bien engranado. En febrero de 1993, ya con Maradona jugando en el Sevilla, el Coco Basile lo convoca para jugar un amistoso contra Brasil en Buenos Aires y, una semana después, la Copa Artemio Franchi que enfrentaba a la Campeona de América, Argentina, contra la Campeona de Europa, Dinamarca. El Pelusa volvió a sentirse importante jugando por detrás de Caniggia y Batistuta y escoltado por su compañero Simeone y Argentina ganó la Copa Artemio Franchi en los penaltis tras empatar a uno el encuentro.

De regreso a Sevilla, el club andaluz sancionó a los dos jugadores argentinos por haber volado a Buenos Aires sin permiso y Maradona estalló y empezó a enfrentarse con los dirigentes. Además, se lesionó, y todo eso le impidió vestir la albiceleste en la Copa América de 1993. Maradona se enfrentó entonces hasta con Bilardo, su técnico entonces en el club hispalense, y salió del club por la puerta de atrás. El astro volvió a Buenos Aires sin equipo.

Los de Basile, sin Maradona, volvieron a levantar la Copa América en Ecuador y, además, encadenaron una racha espectacular den 33 partidos seguidos ganando que los pusieron con un pie y medio en el Mundial de Estados Unidos 94, con todos los aficionados de nuevo esperanzados ante un equipo espectacular, alejado del ruido de la anterior etapa y que jugaba al fútbol de maravilla.

Pero cuando nadie lo esperaba llegó uno de los mayores tropiezos de la historia de la albiceleste. Los futbolistas ya venían avisados, porque perdieron la imbatibilidad en Barranquilla, donde cayeron por 2 a 1 ante una Colombia exquisita entrenada por el Pacho Maturana que contaba con jugadores excepcionales de la talla del meta Higuita, Valderrama, Rincón, Asprilla o “el Tren” Valencia. La derrota parecía anecdótica, pero todo se vino abajo para Argentina el 3 de septiembre de 1993 en el Monumental de River.

Al encuentro se presentaba Colombia como primera del grupo y Argentina como segunda. La victoria argentina los clasificaba para el Mundial como primeros de grupo y una derrota le daba la clasificación a Colombia mientras que los argentinos deberían esperar al resultado del Paraguay-Perú para saber si jugarían la repesca ante Australia o no. Pese a todos esos condicionantes, ni un solo espectador esperaba lo que sucedió aquella noche. Ni siquiera Diego Armando Maradona, un espectador más en el palco.

El choque empezó igualado, pero Argentina no encontraba los caminos para llegar a la portería de Higuita y Colombia estaba cada vez más cómoda en el terreno de juego. Tanto, que Valderrama empezó a coger la madeja de su equipo con comodidad y a manejar el encuentro a su antojo. En el minuto 41, el genial centrocampista colombiano le metió un pase perfecto a Rincón que encaró a Goycochea y lo dribló para hacer el cero a uno a puerta vacía. Se mascaba la tragedia, pero aún quedaban 45 largos minutos por disputarse.

Pero al poco de volver de los vestuarios Faustino Asprilla puso el cero a dos tras recoger un centro, sentar a Borelli y rematar ante Goycochea. Ese tanto crispó a la selección de Basile, que no sabía cómo afrontar un partido que se les escapaba irremediablemente. Ante las dudas argentinas, los colombianos hacían cada vez más daño y cada vez que robaban le metían muchísima velocidad de tres cuartos de campo hacia adelante y hacían temblar a toda la defensa albiceleste. Y así fueron cayendo uno tras otro tres tantos más que dejarían a Argentina a merced de lo que pasara entre Perú y Paraguay en el otro encuentro del grupo. Anotó Rincón el 0 a 3 a los 27 minutos de la segunda parte y apenas dos minutos después Asprilla hizo el cuarto. El Tren Valencia cerró la goleada a falta de 6 minutos para el final con un quinto tanto que dejó a toda Argentina sumida en la vergüenza.

Por suerte para los de Basile, Perú, que había perdido todos los partidos de la fase de clasificación, empató con Paraguay y eso permitió que Argentina disputara la repesca ante Australia, ya que un tanto guaraní hubiera dejado a la albiceleste fuera del Mundial. Cuando los aficionados respiraron en el Monumental tras el final del choque en Perú, 55.000 gargantas cantaron al unísono pidiendo el regreso de Diego Armando Maradona a la selección.

En el palco, el Pelusa lloraba y, a la vez, escuchaba a la gente enfervorecida. Volvería. Claro que volvería. Cuatro días después del partido, Maradona fichaba por Newell’s y se ponía en manos del preparador físico Daniel Cerrini, con el que empezó a trabajar a destajo. En su cabeza, una única meta: volver a la selección.

Y volvió. Y se enfundó la camiseta albiceleste con el diez a la espalda y el brazalete de capitán en el brazo izquierdo. Y con él en el campo el juego no mejoró, pero Argentina resolvió la papeleta ante Australia con muchos apuros. Un gol de Batistuta en el mismo escenario de la debacle ante Colombia, en el Monumental, hacía bueno el empate a uno que se había traído de Sídney la albiceleste y metía a los de Basile en el Mundial de Estados Unidos con Maradona de nuevo a la cabeza. Empezaba la cuenta atrás para el Pelusa, que había decidido prepararse solo y a conciencia para disputar su cuarta Copa del Mundo.

***

Pero las cosas no iban a ser tan fáciles como parecían. Maradona acabó su contrato con Newell’s el 1 de diciembre de 1993 y acabó lesionado. El astro se tomó unas vacaciones y empezó con su preparación. Acudía a las concentraciones de la selección, pero, tocado como estaba, entrenada al margen. Iba para convivir con todos, pero poca cosa más.

Como el tiempo pasa muy rápido, a finales de marzo Maradona no estaba en condiciones de jugar. Entonces el Pelusa se reunió con Basile y tomó una decisión. Iba a llegar al Mundial pero le pidió al técnico unas semanas de entrenamiento en solitario, con sus propios técnicos, para poder alcanzar el estado de forma del resto de jugadores de la selección.

El 10 conformó un equipo de trabajo con Fernando Signorini, su preparador en el Nápoles, Antonio Dal Monte, con el que ya había trabajado de cara a los Mundiales de México 86 e Italia 90, y con Néstor Lentini, el preparador físico de la selección argentina. Y se fueron a una quinta en Oriente, a alejarse del mundanal ruido y prepararse físicamente para el Mundial al margen de todo y de todos. Una semana más tarde se presentó allí Basile para comprobar cómo estaba y para convocarlo para un amistoso ante Marruecos. El equipo ganó 3 a 1 y Maradona volvió a marcar con la selección más de 1.200 días después. A partir de ese instante, Diego Armando Maradona se integró de lleno en la selección Argentina. Destino: el Mundial de Estados Unidos de 1994.

Cuando la selección argentina llegó a Estados Unidos, Maradona seguía preparándose por su cuenta con su propio equipo de trabajo, haciendo también las sesiones del grupo. Y decidió incorporar a Daniel Cerrini al engranaje. Cerrini era quien le había preparado para jugar en Newell’s y para llegar en forma a la repesca con Australia, así que Diego le compró un billete de avión y se lo trajo con él. Esa decisión, al final, lo cambiaría todo.

***

Argentina comenzó el Mundial apabullando a Grecia (4 a 1) y con Maradona marcando un tanto precioso que, a la postre, sería el último que haría con la selección. En el segundo encuentro Nigeria se adelantó en el marcador, pero la albiceleste, con su fútbol vertiginoso y de ataque constante le dio la vuelta al partido para vencer por 2 a 1 y postularse como una de las candidatas a levantar la Copa del Mundo en los Ángeles.

Entonces apareció en el campo una enfermera que se dirigió a Maradona mientras él festejaba el triunfo con la grada. Diego la cogió de la mano y, sonriendo, se dirigieron los dos al control antidopaje en una imagen que se convertiría en icónica unos días más tarde. Exactamente tres.

Porque el martes 28 de junio de 1994 todo saltó por los aires. Maradona tomaba un mate con Goycochea, las mujeres de los dos futbolistas y su padre cuando se presentó su representante con la cara absolutamente pálida, como si hubiera visto un fantasma o un muerto viviente. Ahí fue cuando el Pelusa, que no se lo esperaba, recibió la peor noticia de su vida: había dado positivo en el control antidopaje.

La primera reacción de Maradona fue de incredulidad, de rabia y de impotencia. Aseguraba que no había reincidido en la cocaína y que no podía ser. Hasta que le dijeron que el positivo era por efedrina (y norefedrina, seudoefedrina, norseudoefedrina y metaefefrina) y, entonces, lo entendió aún menos, pero sí comprendió que acababa de decir adiós a la Copa del Mundo. Y lloró desconsolado junto a sus íntimos.

La delegación argentina viajó hasta los Ángeles para pelear por un contraanálisis mientras un Maradona hundido disimulaba delante de sus compañeros con la esperanza de que todo fuera un mal sueño. Porque al día siguiente, el 29 de junio, el equipo se desplazaba en avión hasta Dallas, donde jugaban el día 30 contra Bulgaria el partido que cerraba la fase de grupos. Los periodistas se enteraron esa tarde y los compañeros de la selección argentina, también. Sólo faltaba esperar el resultado del contraanálisis y la postura de la AFA primero y de la FIFA después.

Esa misma noche se solventó todo. El contraanálisis había vuelto a dar positivo y la AFA decidió sacar a Maradona del Mundial para evitar posibles represalias de la FIFA contra Argentina. Desde ese mismo instante el Pelusa dejaba de ser jugador de la albiceleste a todos los efectos.

A la mañana siguiente la selección argentina se desplazó al Cotton Bowl de Dallas para enfrentarse a Bulgaria. Maradona se quedó en el hotel con su familia y su equipo de trabajo. Se encerró con ellos en una habitación y llamó a unos periodistas. Cogió aire y, con lágrimas en los ojos, dio una declaración para que todo el país supiera lo que había pasado. “Me cortaron las piernas”, dijo entre sollozos. Mientras, sus compañeros saltaban al terreno de juego a hacer ejercicios de calentamiento.

En realidad, habló un poco más. Dijo exactamente esto: “Juro por mis hijas que no me drogué para jugar, porque si me entreno como me entrené no necesito nada para jugar (...) No quiero dramatizar, pero créeme que me cortaron las piernas. A mí, a mi familia. A los que están a lado mío. Nos sacaron la ilusión. Y creo que me sacaron del fútbol definitivamente. Tengo los brazos caídos, el alma destrozada. Quiero que les quede claro a todos los argentinos que no corrí por la droga, corrí por la camiseta”.

Y es que Maradona siempre ha defendido que no se drogó para afrontar ese Mundial. Dijo a todo aquel que quiso escucharlo que se preparó a fondo única y exclusivamente con trabajo y esfuerzo. Y dejó grabado y por escrito que todo fue un error involuntario de Daniel Cerrini, uno de sus preparadores. Maradona tomaba un producto para la gripe llamado Ripped Fast y se le acabó el frasco. Cerrini compró el mismo producto en Estados Unidos, pero éste se llamaba Ripped Fuel. Al parecer, ese producto contenía la efedrina (y todos sus derivados) que se detectó en el control antidopaje. Insistió siempre Maradona en que nunca quiso sacar ventaja y que no se drogó jamás para sacar ventaja. Pero la AFA ya lo había excluido del equipo y el Mundial se acabó para él.

Y también para la Argentina del Coco Basile. Porque la albiceleste cayó ante Bulgaria sin el 10 por dos goles a cero y ese resultado la emparejó en octavos de final con la sorprendente Rumanía de George Hagi. Los dacios hurgaron en la herida y eliminaron en un gran partido (3-2) a una de las mejores selecciones argentinas que se recuerdan y que se marchó del Mundial por la puerta de atrás.

Hasta dónde hubiera llegado ese equipo si a Maradona no le hubieran “cortado las piernas” es algo que, por desgracia, nunca sabremos. Lo que sí sabemos es que al Pelusa le cayeron otros quince meses de sanción que, a sus 34 años, le alejaron casi definitivamente de la pelota. Y también se le prohibió la entrada en Estados Unidos de por vida. Había llegado a la tierra de las oportunidades para aferrarse a la última, para intentar cerrar su historia de amor con la Copa del Mundo con un último título. Y se marchó entre sollozos para no volver jamás.

***

La imagen de Diego Armando Maradona en 1994 sonriendo y dándole la mano a Sue Carpenter camino del control antidopaje como oveja que va sin saberlo al matadero es hoy una de las imágenes más potentes e icónicas de la historia de los Mundiales. La imagen de un ídolo justo antes de su caída, justo antes de romperse en mil pedazos.

Como lo es también la imagen de la despedida definitiva del fútbol del astro argentino cuando, en 2001, en una Bombonera llena hasta la bandera, pronunció casi entre sollozos otra de sus más famosas frases: “El fútbol es el deporte más lindo y más sano del mundo. Eso no le quepa la menor duda a nadie. Porque se equivoque uno no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué. Pero… la pelota… ¡la pelota no se mancha!”.

Pero lo cierto es que la pelota, a veces, también se mancha. La pelota, a veces, se llena de mierda hasta los topes y es imposible limpiarla. A veces, hay que coger otra. Más bonita. Más reluciente. Más brillante. Más blanda. Más ligera. Quizá menos auténtica. Otra pelota. Otro fútbol.

jueves, 11 de mayo de 2023

La batalla de Florencia entre Italia y España en 1934

A las puertas del verano de 1934 se disputa en Italia la segunda Copa del Mundo de la historia. Mussolini ha desplegado toda su “autoridad” para conseguir que el Mundial se juegue en Italia, aunque la campeona Uruguay no se pliega a los designios del Duce ni de la FIFA y decide no acudir tras el boicot casi total de los europeos en el primer Mundial disputado en tierras sudamericanas. Al Duce eso no le importa. Un rival menos para Italia. Porque la consigna de Mussolini es clara: no se trata de que Italia dispute su primera Copa del Mundo, si no de que gane su primera Copa del Mundo.

La ardua tarea recae en los hombros de Vittorio Pozzo, que conforma una gran selección ayudado por los “oriundi”, una serie de grandes jugadores nacionalizados expresamente para ayudar a la azzurra a levantar su primera Copa del Mundo. Son los argentinos Luis Monti, Raimundo Orsi, Attilio Demaría y Enrique Guaita. Pero en ese equipo también juega Giusseppe Meazza, uno de los mejores jugadores del momento, y arriba está el delantero del Bolonia Schiavo, al que se le caen los goles de los bolsillos. Pozzo consigue hacer de la selección un equipo temible, ordenado, generoso en el esfuerzo y muy trabajado tácticamente que mete miedo a los rivales. Porque además juega en casa y… se nota.

La azzurra tenía muy claro quién sería su principal rival para levantar la Copa del Mundo: el Wunderteam de Meisl, es decir, Austria, que contaba en sus filas con el mago Sindelar y el ariete Josef Bican. Lo que quizá no esperaba es la sorpresa que se iba a encontrar en los cuartos de final tras el paseo triunfal del partido de octavos ante Estados Unidos (7-1), la España de García Salazar, capitaneada por el portero Zamora.

Los españoles han dejado en la cuneta a Brasil venciendo con claridad por 3 tantos a 1 a una selección que llegó a Europa sin algunos de sus mejores jugadores, pero que contaba en sus filas con un joven llamado Leónidas que, por cierto, fue el autor del único tanto brasileño y que estaba llamado a ser una de las estrellas de la siguiente Copa del Mundo, la de Francia 1938. No fue tan sorprendente la victoria española como la forma en la que se produjo, ya que los pupilos de García Salazar jugaron un primer tiempo excelso y se marcharon al descanso con un rotundo 3 a 0 y una sensación de abrumadora superioridad.

España sería el rival de Italia en los cuartos de final. Vittorio Pozzo no estaba muy tranquilo. No le gustaba el rival, correoso, ordenado y con talento. Agresivo en defensa y rápido en ataque. Y con jugadores con personalidad y experiencia en todas las líneas. Pese a ello, ni un solo tifosi de la época pensaba que los ibéricos pudieran ser un gran obstáculo para la azzurra. Si acaso una buena piedra de toque para enfrentarse a Austria en semifinales. Como siempre, la realidad estaba a punto de manifestarse en toda su intensidad.

***

31 de mayo de 1934. Estadio Giovanni Berta de Florencia. Treinta y cinco mil espectadores se agolpan en el recinto para presenciar cómo los hombres de Vittorio Pozzo se clasifican para las semifinales de la Copa del Mundo. Los dos porteros y capitanes de ambas escuadras, Combi por los italianos y el Divino Zamora por los españoles, intercambian banderines y se estrechan la mano en el centro del campo bajo la atenta mirada del colegiado de la contienda, el belga Louis Baert. Los futbolistas, alegres, sonríen a la cámara. Será la última vez que lo hagan en toda la tarde.

Desde que el balón echa a rodar ya se ve que el partido no será ni mucho menos fácil para la azzurra. Los hombres de Pozzo se las ven y se las desean para contener una delantera que juega a mucha velocidad y, a la vez, no rehúye nunca el choque. El delantero centro es el Tanque Lángara, futbolista vasco del Oviedo al que le basta media ocasión para hacer gol y que las pelea todas. Pero, además, está escoltado por Gorostiza, Iraragorri, Lafuente y Luis Regueiro, todos ellos vascos también, los tres primeros del Athletic y el último del Real Madrid. Mucha pólvora arriba que contiene por detrás Jacinto Quincoces, un auténtico fortín en defensa protegiendo a Zamora. La manija del juego la llevaba el gran centrocampista del Athletic José Muguerza.

Los italianos se vieron sorprendidos y un poco atenazados en los primeros compases del encuentro y, además, vieron cómo los españoles rubricaban su mejor puesta en escena adelantándose en el marcador a la media hora de juego. Antes, unos cuantos choques entre Doble Ancho Monti y Cilaurren, Doble Ancho de nuevo e Iraragorri, el Chato de Galdácano, que reclamó un penalti que no le iban a conceder ni aunque se lo hicieran diez veces. También hubo tiempo para que Quincoces sacara bajo palos la mejor ocasión italiana en toda la primera mitad. El caso es que el “oriundi” Monti volvió a arrollar al Chato de Galdácano, que quedó tendido en el terreno de juego, y Lángara, espabilado como pocos, puso la pelota rápidamente en juego metiéndole un pase medido a Regueiro. El irundarra la empalmó de primeras y batió a un desconcertado Combi para silenciar completamente el estadio Giovanni Berta. Habían transcurrido 30 minutos de juego y la Italia de Pozzo se veía por debajo en el marcador por primera vez en el torneo.

Desde ese mismo instante, los italianos se lanzaron en pos del empate con un juego muy físico y aguerrido que trató de encerrar a los españoles en su campo a base de empuje, fuerza y poderío físico. El premio lo obtuvieron al filo del descanso, apenas a un minuto para la conclusión de la primera mitad, aunque cuentan las crónicas que el tanto no debería haber subido al marcador. Meazza centró desde la banda, Zamora salió a por la pelota y recibió dos puñetazos de Schiavio en su salida. El Divino no pudo llegar al balón y Ferrari lo empujó al fondo de las mallas para empatar el encuentro y que la azurra respirara un poco más tranquila.

Así lo contaba Zamora pocos días después de su regreso a España: “Vi el pase a Ferrari y fui a interceptarlo, pero antes de que pudiera hacerlo me alcanzó Schiavio con dos soberbios puñetazos y así Ferrari pudo rematar a placer. Para el árbitro no había ninguna duda, y ya iba a anularlo cuando los italianos le trajeron a los jueces de línea, y éstos le convencieron para que diera validez al tanto”.

Sea como sea, el belga Baert señaló finalmente el centro del campo. Así que uno a uno y todos a la caseta a refrescarse.

El paso por los vestuarios no sólo no calmó los ánimos de los dos contendientes, sino que elevó aún más el tono de la disputa tras el polémico final de la primera mitad. Entonces los italianos se pusieron bravos y cortaron de raíz cualquier incursión española con codazos, patadas y empujones que el árbitro belga no vio en ningún momento. Detrás, España se sostenía en Quincoces y Cilaurren, que no eran tampoco hermanitas de la caridad ni repartidores de besos y abrazos. Así que el partido se convirtió en una batalla de la que los visitantes hubieran podido salir victoriosos si el árbitro de la contienda no hubiera anulado un extraordinario gol de Lafuente que volvió a dejar helado a todo el estadio. El delantero del Athletic se fue de medio equipo italiano y batió a Conti en su salida mientras el señor Louis Baert lo anulaba sin pensárselo… ¡por fuera de juego!

Así lo contaba Quincoces a su vuelta a los diarios españoles: “En la segunda parte Lafuente hizo un jugadón, se escapó de los defensas italianos arriesgando la pierna y en jugada personal marcó el 2 a 1. Aquí llegó nuestra sorpresa porque el árbitro lo anuló porque quiso. Cuando nos comentó que había sido fuera de juego nos pusimos a reír. ¡Lafuente había hecho la jugada él solo, sin apoyo de ningún compañero!”.

De ahí hasta el final las patadas y tarascadas se sucedieron sin tregua y ninguna de las dos selecciones fue capaz de desnivelar el marcador. El partido se fue a la prórroga con los jugadores exhaustos y, en algunos casos, con golpes, magulladuras y lesiones, pero en el tiempo extra tampoco hubo goles. Así pues, el choque de cuartos de final debería repetirse veinticuatro horas más tarde en el mismo escenario.

***

El recuento de bajas para el partido de desempate fue espeluznante. España perdió a siete jugadores por lesión e Italia a cuatro. El meta Zamora tenía dos costillas rotas y Ciriaco, Fede, Lafuente, Iraragorri, Gorostiza y Lángara tampoco estaban en condiciones de saltar al terreno de juego. España perdía a cuatro de sus cinco delanteros titulares, al portero y a un defensa. Por Italia no pudieron jugar tampoco por lesiones y golpes su goleador Schiavio, el centrocampista juventino Giovanni Ferrari, el interista Castellaci y el fiorentino Pisciolo.

García Salazar, el seleccionador español, conforma un once totalmente novedoso con el joven Juan Nogués bajo palos, Quincoces y Zabalo en defensa, Cilaurren, Lecue y Muguerza en el centro del campo y arriba Bosch, Campanal, Chacho, Regueiro y Ventolra. Pero el equipo le dura apenas tres minutos, cuando Bosch cae lesionado tras una entrada de Monti y abandona el terreno de juego dejando a España con diez.

Ocho minutos más tarde, Meazza adelanta a los italianos a la salida de un córner. Bueno, en realidad, a la salida del séptimo córner seguido lanzado por la azzurra. Un saque de esquina en el que Demaría placa al portero del Barça, el debutante Nogués, mientras Meazza remata sin oposición. El árbitro, que ahora es el suizo René Mercet auxiliado por los mismos asistentes del encuentro anterior, concede el tanto mientras los ibéricos protestan airadamente.

Los españoles intentaron buscar el empate con un jugador menos y trataron de encerrar a los italianos en su área, pero la contundencia de los defensas Monzoglio y Allemandi y el refuerzo de Monti les impidieron concretar sus ocasiones. El bueno de Bosch volvió al terreno de juego a los treinta minutos para intentar compensar la inferioridad numérica, pero no podía prácticamente ni correr. Por si acaso, los italianos seguían jugando duro y el siguiente en lesionarse fue Chacho, que se quedó en el campo cojeando tras una dura entrada. Después sería Quincoces quien se llevaría un tremendo golpe en el costado que le dejaría también pululando sobre el campo.

Pese a todo, los de García Salazar vendieron muy cara su derrota. Tanto, que le tocó intervenir al colegiado Mercet para que las cosas no acabaran saliéndose de madre. Lo hizo cuando anuló un gol de Regueiro por un fuera de juego de Campanal que sólo vio él. Más que nada porque cuentan las crónicas que el sevillista y debutante Campanal iba por detrás de Regueiro en la jugada.

Los italianos, a esas alturas del partido, se esforzaban más en mantener su ventaja que en agrandarla, tras dos partidos jugados a cara de perro. Los españoles lo intentaron, pero no pudieron sobreponerse a tanta adversidad. Porque finalmente Bosch no resistió más y hubo de abandonar el terreno de juego y, a la vez, Quincoces requería asistencia en la banda cada poco por el golpe que había recibido en la espalda. Al final, René Mercet dio el choque por concluido entre la alegría y el alivio de la grada y la rabia e impotencia de los jugadores visitantes.

En ese instante, los jugadores de Italia se dirigieron al centro del campo y saludaron al público con el brazo en alto, haciendo el saludo fascista. Los jugadores españoles, ya en la banda, devolvieron el saludo a mano alzada, pero a modo de burla y dirigiéndose al árbitro de la contienda, el suizo René Mercet, que se encontró con una suspensión de su federación nada más llegar a casa que le impidió volver a arbitrar partidos internacionales en su vida.

***

Los futbolistas de García Salazar hicieron las maletas y volvieron a casa, mientras que los de Pozzo siguieron adelante en su camino hacia la conquista de la Copa del Mundo, que finalmente lograrían tras deshacerse de la temible Austria en semifinales (1-0) y batir a Checoslovaquia en una final emocionantísima que acabó con empate a uno y que decantó Schiavio del lado italiano con un gol histórico a los cinco minutos de la prórroga (2-1).

Cuando los futbolistas españoles regresaron a casa se encontraron con que el periódico la Voz había iniciado una campaña entre los aficionados para recaudar fondos y crear unas medallas de oro para los héroes de Florencia. A los dos días ya habían conseguido la cantidad de dinero que necesitaban y el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, les entregó a los jugadores unas medallas que simbolizaban el respeto que se habían ganado entre los aficionados por haber peleado hasta el final en unas condiciones totalmente adversas en su primera participación en una Copa del Mundo. Muchos de esos jugadores que pasarían por una guerra, por el exilio algunos y por una tremenda postguerra otros, conservaron sus medallas hasta su muerte, con el recuerdo de uno de los partidos más memorables de la historia de la Copa del Mundo que jamás olvidarían.

Ése primer enfrentamiento entre Italia y España en un Mundial acabó con victoria azzurra. Y fue casi profético, porque España no fue capaz de ganarle a Italia ni un solo partido oficial en los siguientes 78 años. Eliminó a la azzurra en la Eurocopa de 2008, sí, pero empatando el encuentro sin goles y venciendo en la tanda de penaltis. Y eso no cuenta como victoria.

La que sí cuenta fue la de la final de la Eurocopa de 2012 disputada en Kiev. Allí rompió España su maleficio venciendo a Italia por primera vez en partido oficial desde la batalla de Florencia de 1934. Y lo hizo a lo grande, doblegando a los transalpinos por un contundente 4 a 0 para levantar la tercera Eurocopa de su historia. Aunque ése fue, a la vez, el principio del fin de la hegemonía de la selección española en Europa y en el mundo. Las primeras palabras del párrafo final de la página más brillante que ha escrito España en la historia del fútbol.

Pero como las casualidades no existen y casi nunca vienen solas, en ese Mundial hubo otro primer enfrentamiento entre España y Brasil. Los ibéricos vencieron a los brasileños en ese primer duelo, pero nunca jamás han vuelto a ganar a la canarinha en una Copa del Mundo. 

C’est la vie.