"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 4 de febrero de 2022

El partido del siglo

A las 18:50 horas del 17 de junio de 1970 en México, en el estadio Azteca, 22 jugadores se refrescan lo mejor que pueden antes de afrontar la prórroga de la primera semifinal de la Copa del Mundo. Unos visten con casaca azul, pantalón blanco y medias blancas. Los otros van de blanco, con el pantalón negro y las medias también negras. Son los jugadores de Italia y de Alemania, que se encuentran en esa situación después de haber empatado a uno en el tiempo reglamentario. Ninguno de ellos imagina que este partido será recordado como “el partido del siglo”. Allí sólo hay once italianos lamentando su suerte y once alemanes respirando aliviados.

Y es que los italianos se habían adelantado en el marcador a los 8 minutos de encuentro con un disparo desde la frontal de Boninsegna y, a partir de ahí, recurrieron a su famosa y férrea defensa para desquiciar a unos alemanes que jugaron un gran encuentro, que generaron bastantes ocasiones, que no dejaron de buscar la portería rival, que le dieron dos veces al larguero, que reclamaron dos penaltis que se fueron al limbo, que vieron cómo un defensa sacaba una pelota bajo la línea de gol, pero que, después de todo, fueron incapaces de perforar la meta transalpina. Bueno, incapaces del todo no, ya que anotaron el empate en el último minuto, como tantas y tantas veces han hecho, con los azzurri encerrados en su área.

Paradojas de la vida, el gol no lo metió Uwe Seeler, ni Torpedo Müller, ni Franz Beckenbauer, ni Overath, ni Grabowski, ni Libuda. El tanto del empate fue obra de Schnellinger, un lateral que jugaba en el Milan y que marcaría ese único gol con su selección en los 47 partidos en los que se vistió con la casaca de la Mannschaft.

Pero ese final de partido no fue el clímax. Lo mejor estaba por llegar. Los cien mil espectadores que resistían estoicos los 38 grados centígrados que caían (imaginaos los jugadores, que además tenían que soportar la altitud de México) no tenían ni idea de que estaban a punto de presenciar los mejores 30 minutos suplementarios de un partido de la Copa del Mundo con 5 goles en 17 minutos que decidirían quién sería el finalista. Porque los mejores campeonatos los forjan partidos inolvidables. Y la mayoría de los que jugó Brasil en este campeonato lo fueron, pero quizá el que más lo fue éste, este Alemania Italia que pasaría a la historia como el partido del siglo, un duelo épico que marcaría a toda una generación y que dejaría patente que los alemanes, en el fútbol, tienen una pequeña piedra en el zapato llamada Italia.

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Para llegar a esa prórroga inolvidable, las dos selecciones hubieron de recorrer un camino arduo y peligroso. La selección italiana se presentó en México con la vitola de ser campeona de Europa dos años antes y con dos de los más finos estilistas del país enrolados en el equipo: el interista Sandro Mazzola y el milanista Gianni Rivera. También contaba con uno de los mejores guardametas del mundo, Dino Zoff, pero el seleccionador italiano, Ferruccio Valcareggi consideraba que Mazzola y Rivera no podían jugar juntos para no desequilibrar el sistema defensivo y que Zoff no sería el portero titular de la Squadra, aunque ya lo había sido en la Eurocopa del 68. Así que de portero jugaba Albertosi y Mazzola y Rivera se alternaban un tiempo cada uno. Solía empezar Mazzola de titular y en el descanso le sustituía Rivera en una época en la que sólo se podían hacer dos cambios. Evidentemente, las críticas eran feroces en un país tan amante del fútbol y de las polémicas que lo envuelven como Italia.

Pero es que el debate realmente se las traía, porque Mazzola era uno de los estandartes del Inter de Milán, campeón de las Copas de Europa de 1964 y 1965, mientras que Rivera era la insignia del AC Milán, campeón de Europa en 1969, y él, el Balón de Oro de ese año, el primer italiano en conseguirlo, además. De hecho, los dos eran los campeones de la Eurocopa del 68, que la ganaron dos años antes jugando juntos en la azzurra. Vamos, que materia para la discusión había, con la Italia rossonera clamando por Rivera y la Italia neroazzurra pidiendo a Mazzola, mientras los neutrales demandaban que jugaran los dos juntos. Valcareggi, el seleccionador, no escuchó a nadie e impuso la “Stafeta”, el relevo, una parte para uno y otra para otro, pero sólo a partir de la segunda fase del torneo.

De hecho, en la fase de grupos Italia comenzó como casi siempre: haciendo estrictamente lo justo para pasar y viviendo al filo de la navaja. Ganó 1 a 0 a Suecia en su primer partido, con gol de Angelo Domenghini, y luego empató sin goles ante Uruguay y también ante Israel. Rivera, el Balón de Oro de 1969, no jugó ni un solo minuto en esos tres partidos y el equipo se clasificó para cuartos de final como primero de grupo marcando un solo tanto y sin recibir ninguno. Pura Italia.

En cuartos de final le esperaba México, la anfitriona, y Valcaraggio, fiel a su estilo, dejó a Rivera en el banquillo y jugó con Mazzola. La primera parte acabó con empate a uno y el técnico puso en práctica su plan en la segunda parte. En el descanso entraba Rivera por primera vez en el torneo, pero quitaba a… Mazzola. Italia ganó el partido por 4 a 1 con dos tantos del delantero Riva y otro de Rivera y se metió en las semifinales del torneo, donde se citaría con Alemania.

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Los teutones, en cambio, eran una de las sensaciones del campeonato junto con Brasil. Se plantaron en las semifinales con un fútbol ofensivo de alto nivel, marcando 13 goles en cuatro partidos. Primero se pasearon en el grupo que compartían con Perú, la revelación del campeonato, Bulgaria y Marruecos. Los alemanes no se anduvieron con cuentos y ganaron los tres partidos: 2 a 1 a Marruecos, 3 a 1 a Perú y 5 a 2 ante Bulgaria para alcanzar los cuartos de final, donde se cargarían a los actuales campeones del mundo, los ingleses, para vengarse de la final perdida en el Mundial anterior, el de 1966. Los germanos ganaron por 3 goles a 2 en la prórroga, después de haber levantado un 2 a 0 en el tiempo reglamentario y que, cómo no, el gran Müller hiciera en tanto de la victoria en el minuto 108.

Los alemanes no tenían el problema de los italianos. El seleccionador, Helmut Schön, ponía a todos los buenos juntos y ya está. Schön llevaba toda una vida en la selección. Se incorporó a la Mannschaft como asistente del gran Herberger en 1956, dos años después de que los germanos ganaran su primera Copa del Mundo, e hizo de segundo hasta el relevo de su maestro en 1964. A partir de ahí, dirigió al combinado alemán durante 14 años y, atentos, fue subcampeón del Mundo en el 66, tercero en el 70, campeón de Europa en el 72, campeón del Mundo en el 74 y subcampeón de Europa en el 76. Se retiró de la selección después del Mundial de Argentina en el 78. ¡Casi nada!

Pues bien, el bueno de Schön jugaba con Overath y Beckenbauer en el medio y arriba juntaba también sin problemas al Torpedo Müller, recién llegado a la selección, con Uwe Seller, un grandísimo veterano que afrontaba su cuarto mundial y que habían marcado en todos.

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El caso es que los alemanes afrontaron la prórroga con la moral más alta tras haber conseguido el empate en el último suspiro después de perseguirlo durante todo el partido y eso se notó en el inicio del tiempo extra. El problema es que estaban todos muy cansados después de la larga batalla de noventa minutos, y puede que los alemanes más aún, ya que venían de disputar una prórroga contra Inglaterra y, además, jugaban con Beckenbauer con el brazo en cabestrillo después del penalti que le hizo el defensa Cera al final de la segunda parte. Sin cambios, el gran Beckenbauer siguió jugando… y corriendo… y dando la cara hasta el final.

El partido se volvió loco, era de ida y vuelta, con jugadores que hacían la guerra por su cuenta y lleno de imprecisiones por los dos bandos producto del cansancio. Entre tantas idas y venidas y con tanto talento en el terreno de juego, llegaron las ocasiones y los goles. El primero fue de Müller, que aprovechó una incomprensible desconexión de la defensa italiana a la salida de un córner para meter el pie casi en la línea de gol después de un remate de Sëller. Un defensa tapaba la pelota con su cuerpo para que la cogiera Albertosi, pero ni uno ni otro vieron aparecer al Torpedo, que aprovechó el regalo, metió su pierna zurda y batió al meta italiano. Llevábamos solo 4 minutos de prórroga.

Pero 4 minutos después, los alemanes iban a devolver el regalo. Domenghini colgó una falta desde el centro del campo y el central alemán despejó flojo y al centro del área, donde Burgnich remachó a placer el balón que le quedó botando con la pierna izquierda. Ni él mismo se creía el gol que acababa de marcar para volver a empatar el encuentro.

Y con el tiempo de la primera parte de la prórroga prácticamente cumplido, los italianos volvieron a golpear. Con las pocas fuerzas que le quedaban, el delantero Riva se inventó un recorte en la frontal del área para driblar a su par y lanzar un disparo seco, raso y cruzado que batió a Maier. Increíblemente, Italia volvía a estar por delante. 3 a 2.

Se realizó el cambio de campo y Alemania siguió intentándolo con las pocas fuerzas que le quedaban mientras los italianos se defendían con las suyas, cuando el meta Albertosi decidió darle emoción una vez más a la final. Quiso sacar rápido con la mano, pero el balón golpeó en la espalda de su compañero Poletti, le quedó a Müller en una esquina del área grande y el meta no tuvo más remedio que derribarlo antes de que entrara en el área, diera el pase de la muerte o chutara directamente a gol. El minicórner acabaría con un remate de Müller solo en el segundo palo que Rivera, pegado al poste, pudo sacar con la mano (entonces no te expulsaban por eso, sería penalti y punto), pero no lo hizo. El crack italiano reconoció años más tarde en una entrevista que podía haberla parado con la mano, pero que las manos en el fútbol estaban prohibidas y él no hacía eso. El guardameta Albertosi no debió pensar lo mismo porque le metió una descomunal bronca que Rivera desactivó con un comentario: “Tranquilo, que ahora marco”. Y lo hizo justo un minuto más tarde.

Los italianos sacaron de centro y Rivera controló la pelota, avanzó un poco y se encontró prácticamente rodeado de alemanes, así que la tocó a un lado y acompañó la jugada. En la banda izquierda, la pelota le llegó a Boninsegna quien, cansado como estaba, aún tuvo fuerzas de encarar al defensor alemán, superarlo por fuera y avanzar hacia la línea de fondo. Cuando vio que se quedaba sin ángulo y chutar ya no era posible echó la pelota rasa y atrás, buscando el punto de penalti, un pase de la muerte clásico. Y allí apareció Rivera para poner su pierna derecha y rematar raso al lado contrario al que el portero Maier se había vencido. 4 a 3 para la azzurra y a disputar la final contra Brasil (que eso ya sería otro cantar).

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Así se cerró, con cinco goles en apenas 17 minutos, el que a partir de ese instante sería considerado el partido del siglo, aunque sus propios protagonistas aseguren que no fue para tanto y que, como máximo, habría que llamarlo “la prórroga del siglo”. Eso no impidió que en el Estadio Azteca se colocara un placa conmemorativa donde se puede leer: “El Estadio Azteca rinde homenaje a las selecciones de Italia (4) y Alemania (3), protagonistas en el Mundial del 70 del Partido del Siglo”.

Pero lo mejor lo supimos por los diarios del día siguiente: 23 presos de la cárcel mexicana de Tixtla se fugaron esa tarde mientras todos los vigilantes contemplaban absortos la prórroga el partido del siglo por televisión. ¡Para que luego digan que el fútbol no es importante en la vida de las personas!

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