"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 18 de febrero de 2022

La Italia de Pozzo

La Italia de Vittorio Pozzo, campeona del mundo en 1934 y 1938, siempre ha estado rodeada de suspicacias, cuando no directamente minusvalorada, por muchísimas razones (seguramente casi todas justificadas o con mucho poso de verdad, pero minusvalorada al fin y al cabo).

Esa selección italiana fue campeona del mundo en su propio país, un país gobernado por Mussolini, que quiso convertir el campeonato en un triunfo personal suyo y, por supuesto, del régimen fascista que encabezaba. Eso convirtió el torneo en una especie de mascarada en la que los anfitriones siempre fueron muy bien tratados por los árbitros de turno.

Esa selección italiana saludaba brazo en alto su propio himno mientras Mussolini lanzaba la famosa consigna de “Vencer o Morir” a toda la expedición azzurra. Y, también en el fútbol, el resto del mundo miró hacia otro lado y les dejó hacer ostentación de una ideología supremacista, xenófoba y racista.

Esa selección italiana superó los cuartos de final contra España en un enfrentamiento que pasó a la historia como la batalla de Florencia, tras un empate a uno en el primer encuentro que no se pudo deshacer en la prórroga y que obligó a jugar un segundo encuentro de desempate, un día más tarde, con 7 bajas en las filas ibéricas a causa de las lesiones que se produjeron en el choque anterior. Los árbitros de cada uno de esos dos encuentros fueron sancionados por la FIFA y no volvieron a arbitrar un partido internacional.

Esa selección italiana formó con 4 jugadores llamados oriundi, porque eran todos argentinos que jugaban en la Liga Italiana y que el régimen se apresuró a nacionalizar para poder contar con ellos durante el torneo. De hecho, Luis Monti, el medio centro, había disputado (y perdido) con la albiceleste la final del Mundial de Uruguay de 1930. Ahora, cuatro años después, sería campeón con Italia.

Esa selección italiana disputó un torneo al que no acudió el actual campeón del mundo, Uruguay, molesto porque la gran mayoría de países europeos no habían ido a disputar la primera Copa del Mundo que ellos organizaron. Los argentinos sí participaron, pero llevaron una selección de suplentes de los suplentes que en nada se parecía a la que cuatro años antes había disputado la final ante sus vecinos del otro lado del Río de la Plata.

***

Pues pese a todo lo dicho, que es estrictamente cierto, esa Italia de Pozzo merece un poco más de respeto y un análisis un poco más profundo. De entrada, y aunque casi todos los expertos tienden a contar que no estaba entre los máximos favoritos a llevarse la Copa del Mundo, la verdad es que los italianos ya habían demostrado que era un error no contar con ellos en esa terna. Básicamente, porque mientras otras selecciones aún estaban en pañales tácticamente y aún disponían el estilo piramidal con un 2-3-5 claro y marcado sobre el terreno, los italianos habían hecho su propia evolución de la ya conocida y practicada WM y la habían probado en campeonatos de prestigio como la Copa Internacional de la Europa Central (conocida posteriormente como Doctor Gerö) donde se medían a las selecciones de Austria, Hungría, Suiza y Checoslovaquia. Los italianos habían ganado la edición de 1930 y los austríacos las de 1932. Pero, curiosamente, Austria, Hungría y Checoslovaquia eran los favoritos a alzarse con la Copa del Mundo del 34 en Italia y los italianos no.

Pues bien, Vittorio Pozzo, un entrenador inquieto con un profundo amor por el fútbol, se había empapado años antes de todos los novedosos sistemas tácticos que se estaban empleando en Inglaterra, Austria y Hungría, principalmente, y había adaptado esos sistemas a la personalidad de los jugadores que había seleccionado para el Mundial, a su propia cultura futbolística y a su propia idiosincrasia personal.

Así, el metódico Pozzo modificó el sistema para adecuarlo a las virtudes de sus jugadores y, mientras las selecciones de la Europa Central ya jugaban la famosa WM con 3 defensas, dos centrocampistas por delante, 2 interiores un poco más adelantados y tres delanteros (dos extremos y un delantero centro), el seleccionador italiano se quedó con dos defensas más abiertos, adelantó la posición del tercer central al centro del campo utilizándolo de pivote por delante de la defensa, mandó abrir un poco más a los dos centrocampistas que quedaban para convertirlos en interiores, metió a dos medias puntas por delante de estos y dejó a los tres delanteros clásicos arriba (los dos extremos y el delantero centro). Así, se pertrechó mejor en la zona central y potenció la velocidad de contragolpe de los suyos. Velocidad y mejor ocupación de espacios contra la habilidad y el pase de los centroeuropeos. Convirtió la WM en una MM, una WW o un 2-3-2-3. Como queráis llamarlo. Los italianos lo llamaban Il Metodo.

Si a esto le añadimos el carácter, la personalidad y la capacidad de sacrificio que le inculcó al equipo, el cóctel casi sale solo. Y es que Pozzo había luchado en la primera guerra mundial en el Regimiento de Montañistas del Ejército Italiano y había adquirido una férrea disciplina, un sentido del deber y un espíritu de grupo que inculcó a rajatabla entre todos sus jugadores.

Así, esa selección, que contaba con futbolistas de una gran calidad individual, jugaba siempre como un equipo. El portero era Combi, un veterano de la Juventus, los dos defensores solían ser Rosetta y Caligaris (también de la Vecchia Signora), aunque en el mundial casi no jugaron ninguno de los dos. Rosetta solo disputó el primer partido ante Estados Unidos y Caligaris no jugó ninguno, pero Pozzo tenía el plan B perfectamente estudiado y los sustitutos preparados, así que los dos zagueros fueron Allemandi (del Inter) y Monzeglio (del Bolonia). Delante de ellos jugaba el argentino nacionalizado Luis Monti, escoltado en el centro del campo por su compañero juventino Bertolini y el romanista Atilio Ferraris. Delante de ellos, la magia de dos mediapuntas de manual: el artista Giuseppe Meazza (del Inter) y Giovanni Ferrari (también de la Juventus). Arriba, el delantero del Bolonia Schiavio en punta de ataque y los extremos Orsi y Enrico Guaita (los dos argentinos nacionalizados también, el primero de la Juve y el segundo de la Roma).

En un Mundial de tan marcado cariz político, hay que decir que Italia tuvo que clasificarse para jugarlo, cosa que no ha tenido que hacer nunca ningún anfitrión ni antes ni después. Ahora, eso sí, se clasificó ganándole un partido a Grecia en Milán por 4 a 0 y los griegos desistieron de jugar la vuelta en Atenas. La explicación oficial fue que no querían hacer el ridículo volviendo a perder contra los transalpinos, mientras que la que se oía en los burladeros era que Mussolini había decidido gastarse el precio del viaje y del alojamiento de la azzurra en una nueva, moderna y funcional sede para la federación helénica en Atenas.

***

El caso es que Italia debutó en su mundial derrotando por 7 a 1 a los Estados Unidos en octavos de final. En cuartos de final se jugó la mencionada batalla de Florencia contra España (a la que derrotó en el partido de desempate por 1 a 0 con un polémico gol de Meazza) y se preparó para enfrentarse en las semifinales con Austria, el Wunderteam, el gran favorito que acababa de allanarse el camino (y, de paso, allanárselo también a Italia) eliminando a Hungría en los cuartos de final. Cosas de los sorteos. Ayer, hoy y siempre.

La semifinal se disputó el 3 de junio en Milán, en un campo totalmente embarrado después de una tormenta que benefició claramente a los italianos pero que, obviamente, ni el mismísimo Mussolini hubiera podido provocar. El choque acabó cayendo del lado azzurro merced al tanto anotado por el extremo Enrico Guaita a los 19 minutos de partido que los Smistik, Horvath, Sindelar y Bican no pudieron igualar.

En la final, los italianos se iban a medir a Checoslovaquia, una selección que tenía su estrella bajo palos, el gran Planicka, un centrocampista de grandísima calidad como Cambal y el ariete del torneo, el goleador Nejedly. Los checoslovacos se sostuvieron en la primera parte con las paradas de Planicka y, a medida que avanzada en encuentro, se sintieron más cómodos y empezaron a dominar la final. De hecho, en la segunda parte fueron mejores que los locales y se adelantaron en el minuto 70 con un tanto de Puc.

Sin embargo, la casta transalpina (o italoargentina) salió a relucir en los últimos minutos y el oriundi Orsi igualó el partido en el minuto 81 con un remate espectacular. La final se fue a la prórroga y ahí apareció la magia de un agotadísimo Meazza para meter un pase preciso a Angelo Schiavio que el boloñés no desaprovechó. Se llevaban tan solo 5 minutos del tiempo extra, pero el marcador ya no se movería y los italianos levantaron al aire de Roma su primer trofeo Jules Rimet.

***

Pero esa Italia de Pozzo no se quedaría ahí. En los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 ganó la medalla de oro eliminando a Estados Unidos, a Japón, a Noruega y, finalmente, imponiéndose de nuevo a los magníficos austríacos en la final del torneo, en la prórroga y por 2 a 1, como ante Checoslovaquia dos años antes en la final de la Copa del Mundo.

Y en el Mundial de Francia de 1938 volvieron a repetir triunfo, con el mismo Método, aunque con distintos jugadores. Repetían Ferraris y Mazzola en la mediapunta, pero ya no estaban los oriundi. Sí estaba Piola, el delantero italiano más efectivo de la historia. Y los italianos volvieron a ganar. Esta vez eliminando a Noruega, a Francia en París en los cuartos de final, a Brasil (sin Leónidas ni Tim) en semifinales y a Hungría en la final. Esta vez con menos sufrimiento, sin prórroga y ganando por 4 a 2.

Después vendría la Segunda Guerra Mundial y el parón inevitable, pero, antes de la guerra, los italianos fueron los mejores. Y lo fueron con merecimiento. Con polémica y con un estilo personal e intransferible, pero con merecimiento. Porque, al final, si esa tremenda escuela de fútbol que fueron los países bañados por el Danubio en los años 30 no levantó trofeos ni se colgó medallas olímpicas fue por culpa de esa Italia física, luchadora, sacrificada, disciplinada y ordenada que caracterizaría ya para siempre el fútbol italiano.

De hecho, ningún seleccionador ha conseguido hasta el momento levantar dos mundiales. Ni con la misma selección ni con dos distintas. Pozzo sí lo hizo con Italia. En 1934 y en 1938.

No hay comentarios: