"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

lunes, 7 de marzo de 2022

Brasil se hace eterna en México

El Mundial de México 70 es, para muchos, el mejor torneo disputado hasta la fecha, el mejor de la historia y, desde luego, hay muchas razones para pensarlo. La espectacularidad del juego desplegado por muchas de sus selecciones (Brasil y Perú principalmente), el número de goles anotados por partido o los partidazos que se fueron acumulando (la semifinal entre Alemania e Italia, considerado el partido del siglo; la final entre Brasil e Italia; los cuartos de final entre Inglaterra y Alemania, con remontada germana incluida y victoria en la prórroga; los cuartos entre Brasil y Perú…) fueron algunas de esas razones.

También el hecho de que, por primera vez, se introdujera la posibilidad de hacer dos cambios por equipo en cada partido y la aparición de las tarjetas amarillas y rojas. O, en definitiva, el contraste con las dos ediciones anteriores: la de Chile 62, considerada por casi todos la Copa del Mundo más violenta de la historia, y la de Inglaterra 66, un torneo muy defensivo en líneas generales y con una marcada tendencia a favorecer casi siempre a los anfitriones.

Pero el Mundial de México 70 será siempre recordado, sobre todo, por la magia de la selección brasileña, la Brasil de los cinco “dieces”, que consiguió alzar al viento su tercera Copa Jules Rimet y se la quedó en propiedad.

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Y es que Mario ‘Lobo’ Zagallo, campeón del mundo como jugador en Suecia 58, juntó a cinco “dieces” en el terreno de juego (Pelé -el 10 del Santos-, Tostao -el 10 del Cruzeiro-, Jairzinho -el 10 del Botafogo-, Rivelinho -el 10 del Corinthians- y Gerson -el 10 del Sao Paulo-) para conformar un equipo ofensivo temible e irrepetible. Bueno, en realidad Zagallo siguió aplicando la idea futbolística que había sembrado Saldanha, su predecesor en el cargo, cuando había acudido al rescate de una canarinha irreconocible. Pero apenas duró 403 días como seleccionador. Ganó todos los partidos de clasificación anotando 23 goles. Y volvió a practicar el jogo bonito por encima de tácticas defensivas. Lo que pasa es que a Saldanha, comunista de palabra y de obra en un país gobernado por una dictadura militar, periodista polémico y un tipo muy, muy peculiar, lo echaron poco antes del Mundial y no pudo culminar una obra que, pese a que la rematara Zagallo, era casi enteramente suya. Pero esa es otra historia.

El caso es que la Brasil que heredó Zagallo de Saldanha ya venía juntando a los mejores y el nuevo entrenador, que además era amigo de la mayoría de los futbolistas, profundizó en esa idea. Transformó su clásico 4-2-4 para poder juntarlos a todos. Puso a Tostao y a Pelé de mediapuntas, a Rivelino de falso extremo izquierdo con Gerson como interior y a Jairzinho pegadísimo a la banda derecha partiendo de extremo. A su medio centro, Piazza, lo bajó a la posición de defensa central, por lo que se garantizó una salida limpia de pelota desde atrás, y su lugar en el centro del campo lo ocupó Clodoaldo, mediocentro del Santos, que acabó siendo un auténtico crack, el liberador del talento de los 5 “dieces”. Félix en la portería, Carlos Alberto en el lateral derecho, Brito de central y Everaldo de lateral izquierdo completaban un equipo sin delantero centro, con un Tostao haciendo de falso 9 unas cuantas décadas antes de que se inventara y se pusiera de moda tan curioso término.

Pero ese Brasil mágico fue posible por la gran capacidad táctica de todos sus componentes. Cuando Tostao venía a recibir al medio, abandonando la posición de delantero, Jairzinho, que partía desde la derecha, ocupaba su zona y se convertía en el ariete. Cuando Pelé hacía incursiones por la derecha, Gerson o Rivellino basculaban desde la izquierda para cubrir su posición en el centro del campo. Eso sin contar con las continuas basculaciones de Clodoaldo y la seriedad de una defensa a un nivel altísimo. A partir del orden, la magia de los 5 dieces encontró su cauce y acabó por maravillar al mundo.

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En la primera fase, los brasileños vencieron por 4 a 1 a Checoslovaquia, por 1 a 0 a Inglaterra, que era la defensora del título, y por 3 a 2 a Rumanía en un partido donde se permitieron el lujo de dar descanso a Gerson y a Rivellino.

Los cuartos de final propiciaron uno de los enfrentamientos más bonitos del torneo entre la Brasil de los 5 ‘dieces’ y una magnífica Perú que sorprendió a todos en la primera fase por su concepción del fútbol espectáculo interpretado a la perfección por Teófilo Cubillas, Alberto Gallardo y Pedro León. Los brasileños se adelantaron en el marcador en el minuto 11 con un gol de Rivellino y Tostao parecía sentenciar el partido 4 minutos más tarde, pero los peruanos no le perdieron la cara al partido y recortaron distancias con un tanto de Gallardo para irse al descanso perdiendo por la mínima. A los 8 minutos de la reanudación, Tostao volvía a agrandar la distancia para Brasil poniendo el 3 a 1, pero esta vez fue Cubillas quien recortó distancias en el minuto 70. Finalmente, Jairzinho certificó la clasificación brasileña haciendo el 4 a 2 definitivo en el 75. Un partido trepidante, veloz, lleno de ocasiones y que ganó el mejor equipo del torneo.

En las semifinales, los charrúas salieron con ganas de dar la sorpresa y se empeñaron en no dejar respirar a los cracks brasileños. Para rematarlo, anotaron a los 19 minutos y, por primera vez en todo el torneo, la canarinha sufrió. Pero apareció el indetectable Clodoaldo para sacarla de un apuro. Anotó el empate poco antes del descanso para dar aire a los suyos.

La segunda parte siguió con la misma tónica, con los charrúas asfixiando a los jugadores más creativos de Brasil, pero, a falta de 15 minutos para el final, el escurridizo Jairzinho hizo el 2 a 1. Entonces el seleccionador charrúa sacó a Víctor Espárrago para tratar de empatar, pero Rivellino remató a los uruguayos en el minuto 89 para certificar el pase de los brasileños a la final ante Italia.

Esa final representaba el choque de dos estilos: el catenaccio italiano contra el jogo bonito brasileño. Dos selecciones con dos mundiales cada uno y la posibilidad de ser tricampeón y quedarse la copa en propiedad. Y el choque duró 45 minutos. Y con suerte. Porque Pelé se elevó más que nadie y se quedó suspendido en el aire para hacer el 1 a 0 y parecía que todo estaba ya listo para sentencia, pero los italianos empataron con un robo de Bonisegna, que choca contra su compañero Riva, y remata a puerta vacía ante la desesperación del meta Félix.

Pero todo fue un espejismo. En la segunda parte, Gerson lanzó un tremendo disparo desde fuera del área para adelantar a Brasil y la resistencia italiana se quebró definitivamente. Jairzinho hizo una de las suyas para poner el tercero y el lateral derecho y capitán, Carlos Alberto, cerró la cuenta con un disparo cruzado espectacular. Pelé, con ojos en la espalda, había visto su incorporación y le puso la pelota al hueco para que rematara el cuarto tanto.

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Al final, los brasileños se quedaron con la Copa del Mundo en propiedad al haberla ganado en tres ocasiones, mientras que los italianos hubieron de esperar hasta 1982 para conseguir su tercer título mundial, aunque ya no pudieran quedarse el trofeo. En 1994, en Estados Unidos, las mismas selecciones se volverían a ver las caras en otra final con el cuatricampeonato en juego. Y Brasil volvería a llevarse el gato al agua, aunque esta vez con bastante menos brillo y con mucha más incertidumbre.

Por cierto, 16 años más tarde, en 1986, en el mismo escenario mexicano, fue otro quien se hizo eterno. Se llamaba Diego y se apellidaba Maradona.

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