"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 20 de junio de 2018

El milagro de Berna y el primer campeón moral

Sepp Herberger, el seleccionador de Alemania, miraba insistentemente el cielo azul, límpido y cristalino de Berna mientras maldecía su suerte. Pensaba en la lluvia que necesitaba para igualar las fuerzas de sus muchachos con las de los mágicos magiares, sus rivales en la final que tendrían que disputar al día siguiente, el 4 de julio de 1954, a las cinco de la tarde, en el estadio Wankdorf de la capital helvética.

Había vuelto a dejar a los periodistas enfurruñados con su ya habitual táctica de soltar frases hechas y tópicas que no decían nada y que no dejaban traslucir ni su estado de ánimo, ni el de sus jugadores y, ni mucho menos, cualquier pista, por inocua que pudiera parecer, sobre cómo iban a disputar la final. Eso sí, solían encender los ánimos de los que preguntaban.

Esta vez había soltado tres buenas frases, pensaba él. “El balón es redondo”, ante la insistencia de la prensa sobre lo bien que jugaban los húngaros. “El partido dura 90 minutos”, cuando alguien se empeñaba en inquirirle sobre la condición física con la que llegaban sus muchachos al partido definitivo. Pero, sin duda, la frase que más había dolido a los periodistas había sido aquella con la que les recordaba que preguntaran ahora o callaran para siempre porque “después del partido ya es antes del siguiente partido”.

***

Herberger volvió a maldecir al cielo mientras reflexionaba sobre cuánto les había costado llegar hasta allí. Pensaba en ese primer encuentro ganado con facilidad ante Turquía (4 a 1), cuando le dio tiempo a reflexionar y a tomar una decisión que había marcado su campeonato y también su relación con la prensa y con todo el país. ¡Pero qué querían esos chupatintas del demonio! Jugaban su primera competición internacional después de la Segunda Guerra Mundial, con un país en ruinas, desmoralizado y casi famélico, con prisioneros de guerra aún regresando de las prisiones rusas y él tenía que proteger a los suyos. No había otra manera de hacerlo, quisieran los periodistas o no.

Tenían que enfrentarse de buenas a primeras con el mejor equipo del mundo, unos tipos que llevaban casi 30 partidos seguidos sin perder, que habían ganado el oro olímpico en Helsinki hacía sólo dos años, que habían vapuleado a Inglaterra en su santuario de Wembley por 3 a 6 apenas seis meses antes, que juntaba en ataque a tipos vertiginosos, creativos y de una calidad suprema que llevaban toda la vida jugando juntos y que, por si fuera poco, habían revolucionado el fútbol con un nuevo dibujo táctico que llevaba a todos sus rivales de cabeza.

Sí, porque el mamón del seleccionador húngaro, el gran Gusztav Sebes, había retrasado al delantero centro del MTK Budapest, el impresionante Nandor Hidegkuti, lo había juntado con el jugón Jozsef Bozsik, del Budapest Honvéd, y había dejado la delantera con 4 efectivos, 2 en el centro del campo y 4 en defensa, pero que alternaban posiciones y subían al ataque como posesos para volver locos una y otra ves a sus rivales. Además, los 4 de arriba no tenían desperdicio: Puskas, Kocsis, Czibor y el letal Jozsef Toth. Fútbol total se llamaba aquello. Y ellos, los Mágicos Magiares.

Y esos caníbales del fútbol acababan de hacerles 9 goles a los coreanos, que no sabían dónde esconderse, los pobres. No, él no le iba a poner el título en bandeja a los húngaros. Él, el gran Sepp Herberger, confiaba en que los suyos podían llegar muy lejos en el campeonato, pero para ello había de hacer sacrificios porque aún no estaban preparados. Por eso decidió tirar el primer partido ante Hungría para no dar ni una sola pista a los magiares por si se volvían a encontrar.

Era lo lógico, pensaba Herberger, pero no lo entendió nadie. Y menos las sanguijuelas de los periodistas alemanes que se rasgaron las vestiduras cuando vieron que no jugaba el portero Toni Turek… ni el centrocampista Kart Mai, ni los delanteros Marx Morlock, Ottmar Walter y Hans Schaefer. Quizá me pasé un poco, pero más se pasaron ellos al final del partido, cuando después del sonrojante 8 a 3 me tocó aguantar que me llamasen de todo. Que si había manchado el escudo de la Mannschaft, que si el pueblo alemán no merecía tal humillación, que si los germanos no nos rendimos nunca… Bla, bla, bla… Y ahí fue cuando les dije por primera vez aquello de que “después del partido ya es antes del siguiente partido” y yo ya pensaba en la repesca ante los turcos y ellos que querían hacer más sangre.

Y les planté. Les dejé con la palabra en la boca sabiendo que el país entero era un clamor contra mí y que sus crónicas periodísticas iban a colaborar un poco más en mi linchamiento. Si os he de ser sincero, no dormí bien hasta que no ganamos a Turquía de nuevo en la repesca de la primera fase, a quien, por cierto, le dimos un buen repaso ya con los titulares (7 a 2). Pero para los periolistos aquello no tenía perdón de Dios. Había manchado la imagen de la selección alemana y eso era imperdonable.

Ni siquiera los tranquilizó el dos a cero ante Yugoslavia en los cuartos de final. En la rueda de prensa aún tuve que oír preguntas sobre la derrota humillante ante Hungría. Les dije que ninguno de los que había en esa sala creía posible que estuviéramos en las semifinales de un Mundial y, sin embargo, lo estábamos. Creo que aún se enfadaron un poco más porque volví a enmendarles la plana. Y es que yo no he sido nunca de morderme la lengua, creo.

Pasé de ellos y me fui a ver el Austria-Suiza porque de ahí saldría nuestro rival en semifinales. Y creo que recordaré de por vida de ese partidazo. Los suizos metieron 3 goles en tres minutos y yo no quería ni verlo. Prefería jugar contra los austriacos que ante los suizos. Primero porque los suizos jugaban en casa y después porque la rivalidad contra Austria podía hacer que mis chicos jugaran al mil por mil y, a la vez, la alegría de la gente que nos veía desde casa sería infinitamente superior si ganábamos a los austriacos. Pero la verdad es que este pensamiento era un poco masoquista, porque nuestros vecinos eran muy buenos. De hecho, entre el minuto 25 y el 34 de esa primera parte les metieron ¡5 goles! a los suizos, que recortaron distancias antes del descanso al que se fueron ganando los austriacos por 5 a 4. ¡Sencillamente increíble! El partido acabó 7 a 5 y con los dos equipos sin fuelle. Yo tenía el rival que quería y, además, había presenciado el que durante muchos años sería el mejor partido de la historia de los mundiales.

El caso es que el día anterior a la semifinal las caras de mis amigos periodistas ya eran otras. No me lo podía creer. Tenían miedo. Creo que en ningún momento llegaron siquiera a imaginar que haríamos tan buen papel en el torneo y ahora que estábamos a un paso de hacer historia sentían auténtico terror. Querían llegar a la final, pero temían una derrota estrepitosa ante Austria. Yo sabía que no perderíamos. Fritz Walter estaba de dulce, su hermano Ottmar ya se había enchufado, Morlock lo peleaba todo y además estaba ese loco de Rahn que ponía los partidos patas arriba siempre.

Al descanso ganábamos 1 a 0 y habíamos sufrido, pero lo peor ya había pasado. Los austriacos estaban reventados y nosotros lo íbamos a aprovechar en la segunda parte. No sé cómo lo vivió el país, pero me lo imagino. Millones de alemanes pegados a la radio mientras el bueno de Herbert Zimmermann iba narrando un gol tras otro. Seis a uno y a la final. Ni el más optimista de los alemanes, ni siquiera mis chicos, lo creían posible. Pero ahí estamos. Ante la posibilidad de hacer historia, de darle un poquito de vida a un país desangrado y de escribir nuestro nombre en el Olimpo de este magnífico deporte. A ver. Porque si mañana ganamos (y más con este cielo limpio y claro) será un milagro. El milagro de Berna.

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Y llegó la hora. A las 16:45 del domingo 4 de julio de 1954, 62.500 personas abarrotaban el estadio Wankdorf de Berna mientras alemanes y húngaros saltaban al terreno de juego para disputar la final del cuarto campeonato del mundo de fútbol. Los magiares con su equipo de gala, los mismos once jugadores que le habían endosado el 8 a 3 a los germanos en la primera fase. Los alemanes también con su once de gala, incluyendo a los 5 futbolistas que Sepp Herberger sacrificó en ese partido para que los magiares no supieran más de la cuenta de su equipo.

Los mágicos magiares, que habían dejado en la cuneta a Brasil y a Uruguay, subcampeón y campeón en 1950, se sabían superiores y salieron en tromba mientras el cielo de Berna iba encapotándose poco a poco para júbilo del seleccionador alemán. Pero abajo, en el césped, la tromba que se avecinaba vestía los colores húngaros. A los seis minutos de partido, Puskas ya había marcado el primero de fuerte disparo y dos minutos más tarde Czibor había hecho el segundo para delirio de los seguidores magiares.

Este segundo gol fue un fallo en cadena de la defensa alemana. El meta Toni Turek no pudo atrapar bien una cesión de Kohlmeyer y el extremo magiar le robó la pelota, regateó a Kohlmeyer y clavó el esférico en la red. Pero los alemanes no se inmutaron. Nadie le reprochó nada al defensa ni al portero.De hecho, el delantero germano Morlock gritaba que no pasaba nada mientras ponía el balón en el círculo central para reanudar el partido. Y Ottmar Walter, el hermano del capitán Fritz Walter se dirigía también a sus compañeros a grito pelado “vamos, que aún podemos hacerlo”.

Dicho y hecho. A los dos minutos Morlock reducía distancias cambiando la dirección del balón con un remate de puntera ante el guardameta Grosics y ocho minutos más tarde Rahn empataba el partido al aprovechar un centro desde la esquina para rematar cruzado al fondo de la red. Habían pasado 18 minutos desde el comienzo de la final y todo volvía a empezar. Por cierto, ya llovía abundantemente sobre Berna. Dios había escuchado las plegarias de Sepp Herberger.

El resto de la primera mitad fue un asedio húngaro solventado con manos y pies por Toni Turek, los tres palos que se aliaron con él y dos defensores que sacaron dos remates húngaros bajos palos. El descanso le vendría bien a Alemania. De hecho, en ese instante nadie pensaba todavía que el milagro de Berna fuera posible. Iban 2 a 2, sí, pero los húngaros se habían mostrado muy superiores.

El paso por el vestuario trajo consigo el discurso épico de Sepp Herberger, “señores, es grandioso lo que han logrado hacer hasta ahora. En la segunda mitad, no hay que ceder ni un milímetro de terreno” y un cambio de botas de todo el equipo alemán. Y es que el empresario germano Adolf Dassler, Adi, para los amigos había regalado unas botas especialmente diseñadas para los terrenos embarrados, con los tacos más altos. Adi había fundado una empresa de calzado y prendas deportivas en 1920 que con el paso del tiempo se convertiría en mítica y que esa tarde en Berna jugó un papel (más o menos modesto) en la victoria alemana. Sí, se llamaba Adidas.

Cuando los dos equipos saltaron de nuevo al campo se notaba en el ambiente que algo había cambiado. Aunque los magiares volvieron a salir en tromba sobre un campo pesado y embarrado, a los húngaros se les veía más cansados, con menos chispa (jugaron todo el mundial con los mismos hombres y en la semifinal contra Uruguay habían tenido que disputar una prórroga para acabar doblegando a los actuales campeones del mundo por 4 a 2), mientras los germanos iban creciendo poco a poco en el partido bajo la batuta de Fritz Walker.

La bravura alemana frente a la clase y la magia de los húngaros, una lucha a brazo partido que el 99% de las veces habría caído del lado magiar, pero la historia se iba a aliar con Alemania. En el minuto 84 el locutor Zimmermann narraba el partido para toda una nación: “Ahora Alemania avanza por la banda izquierda por mediación de Schäfer. El pase de Schäfer a Morlock es despejado por los húngaros. Y Bozsik, una vez más Bozsik, el carrilero derecho de Hungría, se hace con el balón… Pero esta vez lo pierde, ante Schäfer. Schäfer centra, despejan de cabeza, Rahn debería disparar desde atrás, “¡Tiro de Rahn! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol!...”. Y se calló para asimilar lo que había pasado. Tardó ocho eternos segundos en volver a gritar: “¡3-2 para Alemania! ¡Llámenme loco, llámenme chiflado!”.

Pocos segundos después del éxtasis, sin tiempo para celebrarlo, los alemanes hubieron de sacar el cuero de dentro de su propia portería. Sin embargo, el árbitro inglés William Ling anuló el gol de Puskás por fuera de juego.

Unos minutos después Zimmermann berreaba completamente fuera de sí a través del micrófono: “¡Final! ¡Final! ¡Final! ¡Se acabó el partido! Alemania es campeón del mundo, tras vencer a Hungría por 3-2 en la final de Berna”. Un instante eterno.

***

Para los alemanes, este primer triunfo en la Copa del Mundo fue el inicio de un largo idilio con esta competición que ha ganado en cuatro ocasiones (1954, 1974, 1990 y 2014), en la que ha disputado cuatro finales más (1966, 1982, 1986, 2002) y en la que siempre ha estado presente desde entonces.

Hungría, en cambio, no ha podido volver a una final mundialista. Los mágicos magiares se habían proclamado campeones olímpicos en 1952, se habían mantenido 32 partidos seguidos imbatidos y volverían a ganar 18 partidos seguidos más hasta que la invasión de Hungría por el Ejército Rojo en noviembre de 1956 dispersó a esa magnífica selección que ya no volvería a reunirse bajo bandera magiar. La mayoría de sus jugadores huyeron a otros países para seguir jugando al fútbol.

El triunfo de esos maravillosos magiares en el Mundial del 54 parecía sólo una formalidad. De hecho, la embajada húngara en Suiza había organizado para el 5 de julio una gran recepción en honor de los jugadores y había invitado a personalidades y periodistas. En Hungría, ya se habían impreso sellos especiales, y en el estadio Nep de Budapest se habían colocado los pedestales para 17 estatuas de tamaño superior al natural. Nadie podía figurarse que el equipo nacional no se coronaría campeón. Pero todo sucedió de manera muy distinta… y aquella selección sólo pudo ganar el título de primer campeón moral de la historia de los mundiales. Y el respeto de todo el mundo del fútbol, que no es poco.

Por su parte, Sepp Herberger, nuestro famoso amigo seleccionador, se desquitó de sus famosas declaraciones y frases hechas en las ruedas de prensa cuando afirmó después del triunfo: “Debo tomar una cierta distancia respecto a este partido. Es una sensación maravillosa cuando un equipo responde de esa manera a la confianza depositada en su rendimiento. Fue magnífico que pudiéramos vivir aquello”. La prensa ya no lo odiaba profundamente. Acababa de convertirse en un héroe.

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Algunos datos curiosos más
—El 2003 se estrenó en el cine la película "El milagro de Berna", que superó el millón de espectadores en los cines alemanes. Todos los actores que interpretaron a los internacionales de Alemania y de Hungría en la película eran futbolistas de divisiones inferiores.

—Sólo ocho selecciones han conseguido ganar un partido del Mundial remontando una desventaja de más de un gol. Las otras selecciones fueron: Suiza contra Alemania y Brasil contra Suecia en 1938; Austria contra Suiza en 1954; Portugal contra Corea del Norte en 1966; Perú contra Bulgaria y Alemania contra Inglaterra en 1970 y Costa de Marfil contra Serbia en 2006. Eso sí, Alemania es la única que lo ha hecho en una final.

—Alemania promedió 4,2 goles por partido torneo, más que ningún otro campeón del mundo, aunque curiosamente no fue el mejor porcentaje goleador de Suiza 1954: sus rivales húngaros marcaron nada menos que 5,4 goles por encuentro.

—Helmut Rahn fue el héroe de la final con sus dos goles. Le llamaban The Boss y marcó otros dos goles más en el torneo. Cuatro años más tarde, en el mundial de Suecia 58, anotaría 6 tantos más. Fue el primer jugador de la historia de los mundiales en marcar 4 goles o más en distintos torneos. Después vinieron otros 10 jugadores que emularon su gesta: Vavá, Pelé, Gerd Mueller, Teófilo Cubillas, Gary Lineker, Gabriel Batistuta, Ronaldo, Christian Vieri, Miroslav Klose y Thomas Mueller.

—Cuatro parejas de hermanos han marcado goles en los mundiales. Los primeros en hacerlo (y además juntos en el mismo torneo) fueron Fritz y Ottmar Walter, a quienes siguieron René y Willy van de Kerkhof (Holanda), Sócrates y Raí (Brasil), y Michael y Brian Laudrup (Dinamarca). Pero los hermanos Walter, además, son una de las dos parejas de hermanos que han ganado la Copa del Mundo. La otra la formaron Jacky y Bobby Charlton (Inglaterra) en 1966.

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