El 29 de junio de 1950 Joe Gaetjens marcó el gol más importante de la historia de la selección de Estados Unidos en un Mundial de fútbol. Era el que le daba la victoria al equipo de las barras y estrellas ante Inglaterra, que debutaba en un Mundial después de negarse a disputar las tres ediciones anteriores. Ese gol y ese triunfo dio la vuelta al mundo, pero, ¿quién era ese tal Joe Gaetjens, autor del tanto que humilló a los inventores del fútbol en su primera participación en la Copa del Mundo?
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Para empezar, Gaetjens no era ni siquiera estadounidense. En realidad, la selección norteamericana que disputó el Mundial de 1950 estaba formada en su mayor parte por jugadores descendientes de emigrantes europeos: escoceses, belgas, portugueses, galeses… aunque casi todos era ciudadanos americanos, excepto el belga Joseph Maca, el escocés Ed McIlveny y Joe Gaetjens, que había llegado de Puerto Príncipe (Haití) para estudiar contabilidad. Eso no le importó ni un ápice a su seleccionador y todos fueron convocados para el torneo aduciendo que tenían intención de tramitar los papeles de la ciudadanía en cuanto volvieran del campeonato. Joe nunca lo hizo.
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Gaetjens tenía 26 años en 1950 y había nacido en Puerto Príncipe en el seno de una familia descendiente de aristócratas prusianos venida a menos, aunque sí gozaba de un nombre y un prestigio social en su Haití natal. Al chico pronto le daría por golpear a la pelota y por marcar goles y como lo hacía francamente bien, empezaría a jugar de delantero en el Etoile Haittiene, uno de los equipos más importantes del país, con apenas 14 años. Pero, sin demasiadas posibilidades de ganarse la vida en su país (en el fútbol, desde luego que no, y en los negocios familiares, de momento, tampoco), su familia lo envió con una beca a estudiar contabilidad a la Universidad de Columbia junto a su hermano.
A su llegada a Nueva York, Joe pronto compaginaría los estudios con el trabajo de friegaplatos en un bar de Harlem. Y eso le iba a llevar de vuelta al fútbol. Porque resultó que su jefe era Eugene “Rudy” Díaz, un empresario de origen gallego, enamorado del fútbol y propietario del Brookhattan, un club con cierto prestigio en la American Soccer League. Cuando Rudy vio jugar a Joe Gaetjens, le convenció para desempolvar las botas y unirse al equipo, a razón de 25 dólares por partido.
Y así fue como Gaetjens volvió a golpear un balón.
Y así fue como volvió a perforar las redes adversarias.
Y así fue como, en poco tiempo, se convirtió en la estrella y el máximo goleador del Brookhattan.
Y así fue como disputó la final de la US Open Cup de 1948 ante el poderoso Saint Louis Simpkins-Ford que acabó perdiendo.
Y así fue como Bill Jeffrey, el seleccionador norteamericano, se fijó en él y le propuso disputar con la selección de las barras y estrellas la Copa del Mundo de Brasil de 1950.
Y así fue como bastó la intención de Joe de obtener la nacionalidad americana para que formara parte del equipo y viajara a Brasil.
Y así fue como se convirtió en el único jugador del Brookhattan en disputar el campeonato, ya que la mayoría de la selección norteamericana jugaba en el Saint Louis Simpkins-Ford.
La memorable participación del equipo de Estados Unidos en el Mundial ya es historia, con la victoria ante la todopoderosa Inglaterra que se presentó en el torneo para demostrar al mundo que era la mejor selección del mundo y acabó humillada por la derrota más sonrojante de su historia en lo que se conoce por el Milagro de Belo Horizonte y eliminada tras volver a caer derrotada ante España en el partido decisivo del grupo en Maracaná.
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El caso es que a la vuelta del Mundial, y ante la escasa repercusión que la gesta del equipo tuvo en Estados Unidos, Joe quiso probar suerte en el fútbol francés y fichó por el Racing Club de París en 1953. Pero allí las cosas no le fueron demasiado bien. En Francia no había sabido ni podido acoplarse al cambio de vida y de idioma y, además, las lesiones no le respetaron, así que la decisión estaba tomada: regresaría a su Haití natal junto a su gente, su familia y sus amigos para empezar de nuevo.
Cuando llegó a Haití resultó ser un auténtico ídolo en un país muy futbolero que había visto con admiración cómo uno de los suyos podía triunfar en un Mundial. Así que volvió a jugar a fútbol en el Etoile Haittiene, aunque, en realidad, se ganaba la vida haciendo anuncios para diversas multinacionales que operaban en un país donde ya se había convertido en un auténtico icono. Incluso disputó un partido de clasificación para el Mundial de Suiza 54 con la selección haitiana ante México en Puerto Príncipe, aunque su convocatoria fue realmente simbólica, ya que las lesiones que arrastraba desde Francia le habían obligado a una retirada prematura del fútbol con apenas 29 años y ya no estaba para esos trotes.
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Parecía que la vida le sonreía al bueno de Joe que, aunque retirado del fútbol, había conseguido fama, prestigio y reconocimiento junto a su familia. Pero en 1957 llegó al poder François Duvalier, un médico populista y demagogo que le ganó las elecciones a Louis Déjoei. El hecho en sí no tendría demasiada importancia si no fuera porque la familia de Joe había apoyado siempre y sin fisuras a Déjoei y si no fuera también porque Duvalier pronto iba a engrosar las listas de los personajes más siniestros que mandaban por aquella época en el continente americano.
El terror del régimen se puso pronto de manifiesto. De hecho, Duvalier había ido moldeando las instituciones a su antojo desde el momento en el que accedió a la presidencia y había creado una policía paramilitar conocida como los Tontons-Macoutes que campaba a sus anchas por todo el país ejerciendo la violencia siguiendo el ejemplo de las SS nazis o de las camisas negras italianas. Pero ese terrorismo de estado se incrementó muchísimo a partir de 1964, cuando Duvalier se autoproclamó presidente vitalicio para comenzar una sangrienta represión entre todos aquellos a los que consideraba sus opositores.
Toda la familia de Joe Gaetjens decidió huir de Haití en ese mismo instante, pero el héroe de Belo Horizonte no lo hizo. Hay quien dice que creía que el hecho de no haberse metido nunca en política le bastaría para no tener problemas con las autoridades. Otros apuntan al hecho de que Joe pensaba que el régimen no se atrevería a atacar claramente a alguien que era un icono del deporte en el país. Sea por una razón o por otra, o por la dos, Gaetjens se quedó en Haití. Y se equivocó.
Tan sólo un día después de que Duvalier se erigiera en presidente vitalicio, los Tontons-Macoures se presentaron en su casa y se lo llevaron. Joe desapareció para siempre. Se cree que lo enviaron a la prisión Fort Dimanche, donde sería torturado y ejecutado unos cuantos días después, pero nunca apareció su cuerpo y nadie sabe qué pasó. Lo único cierto es que nadie lo volvió a ver nunca más.
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En 1976, Joe Gaetjens ingresó en el Salón de la Fama del Fútbol de Estados Unidos junto a la mayoría de sus compañeros que participaron en el Mundial de 1950, aunque por aquel entonces hacía ya doce años que nadie sabía nada de su paradero. También hacía cinco años que Duvalier había muerto, aunque en Haití seguía gobernando su hijo con puño de hierro. Lo haría hasta 1986, cuando fue derrocado y se exilió del país expoliando las arcas del Estado y cargando sobre sus espaldas un sinfín de crímenes y desapariciones por los que nunca pagó.
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