"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

martes, 20 de septiembre de 2022

Juan Eduardo Hohberg, el goleador charrúa que resucitó en el Mundial de Suiza 54

Juan Eduardo Hohberg, “el Verdugo”, alza los brazos al aire celebrando su segundo tanto, el que empata un partido que Uruguay tenía perdido ante los Mágicos Magiares húngaros. Son las semifinales del Mundial de Suiza 1954 y se enfrentan la actual campeona, la Garra Charrúa, que había protagonizado el Maracanazo cuatro años antes ante Brasil, contra Hungría, la selección que está llamada a tomar el relevo en el cetro futbolístico mundial, la campeona olímpica de 1952 y la favorita para alzarse con la Copa del Mundo que viene de apear precisamente a la canarinha en los cuartos de final del torneo.

Uruguay es una selección dura, rocosa, férrea, fuerte y con mucha calidad arriba que mantiene la base de la que fuera campeona del mundo en 1950. Sigue defendiendo Roque Máspoli la portería. Continúa también aportando equilibrio y garra en el centro del campo el capitán Obdulio Varela. Y arriba sigue mandando la clase de Schiaffino, al que suelen acompañar Abbadie, Míguez, Borges y Ambrois. No está Gigghia, que ya juega en Italia, pero la nómina de atacantes es espectacular. De hecho, en la recámara, el seleccionador uruguayo Juan López se guarda a Juan Eduardo Hohberg, goleador de Peñarol, aunque no echará mano de él hasta las semifinales del torneo.

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A los campeones del mundo les tocó en suerte un grupo bastante complicado junto a Austria, Checoslovaquia y Escocia. Pero el sistema de competición era bastante extraño. Cada equipo sólo jugaba dos partidos y, por tanto, dejaba de jugar contra una de las selecciones del grupo. Se clasificaban las dos primeras para los cuartos de final y, en caso de empate, se disputaría un partido de desempate. En este grupo no hizo falta.

Porque Austria venció sudando sangre a Escocia (1-0), que venía de poner en serios aprietos a Inglaterra en el Campeonato Británico, un torneo que otorgaba dos plazas para el Mundial, y era una selección a tener muy en cuenta. Uruguay también empezó el campeonato con una victoria ante la potente Checoslovaquia, con tantos de Míguez y Schiaffino en la segunda mitad.

La segunda jornada enfrentaría a checoslovacos y austríacos y a uruguayos y escoceses para decidir qué equipos pasaban a cuartos de final. Austria se deshizo de Checoslovaquia con un contundente cinco a cero (al descanso ya se llegó con cuatro a cero para los austríacos) en el que destacó el grandísimo delantero Erich Probst, que anotó 3 tantos.

Uruguay necesitaba al menos empatar ante Escocia si no quería ir al desempate. Y lo cierto es que la Garra Charrúa hizo uno de los mejores partidos que se le recuerdan. Borges inauguró el marcador a los 17 minutos y Míguez amplió la ventaja a los 30, aunque la Tartan Army aguantaba en pie el vendaval de los orientales y, al descanso, aún había partido. Pero el paso por los vestuarios le sentó de maravilla a la Celeste, que se convirtió en una máquina arrolladora en una segunda mitad en la que destrozaron a los escoceses con dos tantos más de Borges, otro de Míguez y otro par de Abbadie en una exhibición goleadora de talento y pegada. Así que las dos selecciones que se presumían favoritas en el grupo estaban en los cuartos de final. Austria se mediría a Suiza y Uruguay se vería las caras con Inglaterra. Los cuartos de final los completaban Alemania contra Yugoslavia y el partido estrella: Hungría ante Brasil.

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Austríacos y suizos disputaron uno de los partidos más bonitos y emocionantes de la historia de la Copa del Mundo. Los anfitriones se adelantaron por tres goles a cero en apenas tres minutos, los que van del 16 al 19 de la primera mitad, pero los austríacos empataron en sólo dos, los que van del 25 al 27. Y aún tendrían tiempo los austríacos de anotar dos goles más que fueron contrarrestados por uno helvético para llegar al descanso con un impresionante e impactante 5 a 4 para los austríacos. En la segunda mitad cayeron tres goles más y el encuentro acabó en un formidable 7 a 5 que clasificaba a Austria para unas semifinales donde se verían las caras con sus vecinos alemanes. Aquello sería otra historia y a los austríacos les tocaría disputar el tercer y cuarto puesto tras caer por un contundente 6 a 1 ante los pupilos de Sepp Herberger.

El partido de cuartos entre Brasil y Hungría, que todo el mundo esperaba con ansia, se convirtió pronto en una batalla campal que no hizo justicia al talento de los jugadores que había sobre el terreno de juego. El choque acabó con la victoria de los Mágicos Magiares por 4 a 2, aunque los húngaros pagarían cara la victoria, ya que se lesionó Puskas, que no podría disputar la semifinal ante Uruguay y que llegó muy justito a la final ante Alemania. Pero no adelantemos acontecimientos…

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El rival de Hungría en semifinales saldría del choque entre Uruguay e Inglaterra en Basilea. Juan López dispuso el mismo once que había derrotado a checoslovacos y escoceses en la primera parte y dejó en el banquillo de nuevo a Hohberg para jugar arriba con Schiaffino, Abbadie, Míguez, Borges y Ambrois. La Inglaterra de Walter Winterbottom jugaría con Matthews (que ya tenía 40 añazos), Finney y Lofthouse en ataque, una tripleta que provocaba auténticas pesadillas en los rivales y a la que se sumaban el talento de Broadis y la velocidad de Wilshaw.

El partido empezó muy bien para Uruguay, que anotó el uno a cero por medio de Borges a los cinco minutos. Pero Matthews, con sus 40 tacos a cuestas, empezó a carburar e Inglaterra cercó la portería uruguaya hasta que Lofthouse empató el partido a los dieciséis minutos de juego. Parecía que los "pross" tenían a los campeones del mundo contra las cuerdas, pero entonces emergió la figura del Negro Varela, el capitán charrúa, que se marcó una extraordinaria jugada personal driblando rivales en el centro del campo y que remachó con un disparo tremendo y lejano que se alojó en el fondo de la portería inglesa. Ese trallazo cruzado adelantaba de nuevo a Uruguay a los 39 minutos de partido, pero, como contrapartida, Obdulio Varela tuvo que recibir asistencia médica porque se había lesionado. La Celeste afrontaría lo que quedaba de partido con uno menos porque, aunque Varela siguió de pie en el campo, no podía ni caminar.

Pero a Inglaterra ese gol la noqueó y, pese a jugar contra diez, no pudo controlar el vendaval uruguayo. A los dos minutos de la segunda mitad, Schiaffino aprovechó un saque de falta rápido para plantarse ante el portero Merrick y batirlo por bajo. Tres a uno y un auténtico jarro de agua fría para los Tres Leones. Pero Uruguay tuvo dos contratiempos más en forma de lesiones. Abbadie y Míguez, como Varela, se quedaron en el campo renqueantes, para ocupar espacios, mientras los ingleses trataban de meterse de nuevo en el partido.

Y los consiguieron a falta de 23 minutos para el final, cuando el genial Finney anotó el 3 a 2 y dejó los cuartos de final en el aire. Los defesas Santamaría y Andrade apretaron los dientes para frenar los ataques de los “pross”, mientras que el portero Máspoli se lucía en cada intervención. Hasta que el velocísimo Ambrois se marcó una carrera de campo a campo con el balón controlado y remató a la cepa del poste, haciendo imposible la estirada de Merrick. Era el 4 a 2 que finiquitaba un partido estupendo que metía a Uruguay en las semifinales ante Hungría. Sin embargo, Juan López no podría contar con el capitán Varela en el centro del campo ni con Míguez ni Abbadie en el ataque. Era el turno de Hohberg, “el Verdugo”.

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El 30 de junio de 1954, en el estadio La Ponteise de Lausana, los Mágicos Magiares y la Garra Charrúa se jugaban el pase a la final de la Copa del Mundo. La selección entrenada por Gustav Sebes se presenta ante la Celeste sin Puskas, que había caído lesionado en la Batalla de Berna ante Brasil, mientras que los actuales campeones también saltan al campo de juego sin su jugador referencial, el Negro Varela, el capitán que alzó la Copa en Maracaná, y también sin Míguez y sin Abbadie. La baja del capitán charrúa es casi más determinante que la de Puskas, teniendo en cuenta que no deja de llover en Lausana, que el terreno de juego es un barrizal y que los magiares juegan casi todo el tiempo en campo uruguayo, aprovechando que los campeones no tienen a ningún jugador con la jerarquía de Varela que les haga dar un paso adelante en el centro del campo.

Por ahí llega el gol de Czibor, demasiado pronto, a los 12 minutos, sin que los campeones del mundo hayan sido capaces de salir prácticamente de su campo. Aún les queda un mundo, porque han de capear el temporal real y la tempestad magiar, que los de Sebes no cejan en su empeño de resolver cuanto antes la contienda. Los sudamericanos resisten hasta el descanso, pero, al poco de salir de los vestuarios, los húngaros hacen el segundo gol. Hidegkuti envió de cabeza a la red, tirándose en plancha, un centro lateral que el meta Máspoli fue incapaz de blocar. No habían pasado ni dos minutos del inicio del segundo tiempo.

Nadie esperaba en ese instante la reacción descomunal de la Garra Charrúa, una selección orgullosa como pocas que no había perdido todavía ni un solo encuentro en una Copa del Mundo y que iba a vender muy cara su derrota.

Pero, curiosamente, el protagonista de la reacción uruguaya no es uruguayo. Es un argentino nacido en Córdoba que emigró a Montevideo procedente de Rosario Central tres años atrás, en 1951, para convertirse en un ídolo de Peñarol (ganó seis campeonatos nacionales y una Copa Libertadores y marcó casi 300 goles vistiendo la zamarra aurinegra, sólo por detrás de las 326 dianas del mítico Alberto Spencer).

“El Verdugo” Hohberg decidió nacionalizarse uruguayo para disputar con sus compañeros de Peñarol la Copa del Mundo de 1954, aún a sabiendas que iba a tener complicado ser titular en un conjunto que acudía a Suiza para defender su título de campeón de mundo. De hecho, hasta llegar a la semifinal no ha disputado ni un solo minuto en el torneo, pero ahora, en el barro del estadio la Pontaise, en Lausana, Hohberg tiene la oportunidad de demostrar su olfato goleador y no se rinde. Mientras los húngaros siguen atacando, “el Verdugo” se mantiene en pie esperando su oportunidad. Sabe que llegará.

Y llega. Vaya que si llega. A falta de sólo quince minutos para el final, Schiaffino lanza una contra demoledora. Conduce el balón en el centro del campo y cuando dos húngaros vienen a por él ve por el rabillo del ojo el desmarque de “El Verdugo”, que corre adelantando a sus marcadores. Entonces, Schiaffino le filtra un pase precioso. Hohberg controla, avanza hacia la frontal, se acomoda la pelota a la diestra y la pone rasa al palo largo, lejos del alcance de Grocsis, el magnífico portero magiar. Uno a dos y partido abierto cuando prácticamente nadie lo esperaba.

Once minutos más tarde, cuando sólo quedaban cuatro para el final, los mismos protagonistas se la lían nuevamente a los húngaros. Schiaffino vuelve a encontrar a Hohberg dentro del área, quien avanza hacia Grocsis rodeado de defensas, lo regatea, se le queda el balón un pelín atrás, pero consigue rectificar y sacar un disparo a media altura para meter la pelota en el fondo de las mallas pese al desesperado intento de dos defensores que habían llegado bajo palos para intentar evitar lo inevitable. Aunque parece increíble… ¡¡Uruguay ha empatado!!

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Sale Juan Eduardo Hohberg disparado celebrando el gol. El primer compañero que llega a su altura lo tira al suelo. Empiezan a acudir todos los demás, que se les echan inevitablemente encima, haciendo una gran piña. Poco a poco, todos se van levantando del barro, recuperando su posición para reemprender el juego, pero en el suelo hay un jugador que no se mueve. Es Hohberg, que está inmóvil y parece que se haya desmayado durante la celebración.

El colegiado llama a los asistentes uruguayos, que entran rápidamente al terreno de juego. Los sanitarios lo levantan, le dan masajes en el pecho, le hacen el boca a boca e incluso le suministran coramina por vía oral. Hasta que, al fin, después de unos segundos que parecen toda una vida, Hohberg reacciona. Según los médicos, “el Verdugo” ha sufrido un paro cardíaco y ha estado 15 segundos clínicamente muerto. Pero ha vuelto en sí.

El partido continúa y se va a la prórroga y allí, después del paro cardíaco, tras volver de la muerte, está de pie Hohberg, que decide seguir jugando. Los charrúas están con uno menos otra vez por la lesión de Andrade y “el Verdugo” no ve razón alguna por la que dejar a su equipo con nueve jugadores. Así que después de morir y resucitar sigue jugando para intentar alcanzar la final del Mundial de Suiza.

No pudo ser. Porque Schiaffino se encontró con los palos en dos ocasiones, mientras que Kocsis logró anotar dos tantos para meter a los Mágicos Magiares en la final de la Copa del Mundo e infringir a Uruguay su primera derrota en un Mundial.

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Tres días más tarde, en lo que pasaría a los anales del fútbol como el Milagro de Berna, fue Alemania la que cambiaría la historia venciendo contra todo pronóstico a los húngaros en una de las mayores sorpresas de todos los tiempos y privándoles de un título (que probablemente merecían) para inaugurar su idilio con una Copa del Mundo que ya han levantado en cuatro ocasiones.

Pero en la semifinal, el milagro lo hizo Juan Eduardo Hohberg, “el Verdugo”, quien, por cierto, también disputó el partido por el tercer y cuarto puesto ante Austria y, aunque no pudo evitar la derrota charrúa, anotó el único gol de Uruguay (3-1) para cerrar un Mundial que, para él, sí fue realmente milagroso porque murió, resucitó y siguió jugando al fútbol y marcando goles. Casi nada.

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