"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

lunes, 31 de enero de 2022

Del triunfo de los Carasucias al desastre de Suecia 58

El mundial de Suecia de 1958 será siempre recordado por la irrupción de Pelé, el joven de 17 años que hizo a Brasil campeona del mundo por primera vez ocho años después del gran trauma del Maracanazo. Y también por el gran papel de Francia, comandados en ataque por el mítico Just Fontaine, que marcó 13 goles en esa fase final para convertirse en el jugador que más goles ha anotado en una fase final de un Mundial. Pero, además, los argentinos lo recuerdan también como una de las grandes decepciones de su historia como selección. Quizá porque venían de una de sus victorias más sonadas y de las que más orgullosos se sienten.

Y es que la selección albiceleste tenía depositadas grandes esperanzas en aquel Campeonato del Mundo después de su gran victoria en el Sudamericano de Perú en 1957, donde Los Carasucias aplastaron a sus rivales con un juego increíble y unas cifras que asustaban. A esa selección se la llamó así porque la integraron jóvenes casi imberbes que hacían diabluras con la pelota, se divertían, jugaban como los casi niños que eran y, a la vez, competían como hombres hechos y derechos.

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El seleccionador, Guillermo Stabile, máximo goleador de la primera Copa del Mundo celebrada en Uruguay en 1930, decidió llevar a Lima a una legión de jóvenes delanteros que no pasaban de los 22 años, en vez de seguir contando con la línea de ataque de la Máquina de River, ya un poco envejecida. La albiceleste ya había ganado el Sudamericano de 1955, pero en aquel torneo no había participado Brasil, a la que los argentinos no se enfrentaban desde 1946, y, en cambio, sí lo haría en Lima, donde el sistema del torneo era una liguilla todos contra todos a partido único en la capital de Perú. Los cariocas llevaron a jugadores como Garrincha, Didí o Djalma Santos (a Pelé aún no), pero la selección argentina les iba a pasar por encima.

Los de Stabile empezaron jugando con Colombia (8 a 2), le ganaron después 3 a 0 a Ecuador y les metieron 4 más a los peligrosos uruguayos. De hecho, ese partido ante los charrúas era considerado por todos (prensa, aficionados y la selección misma) como el primer gran escollo para optar finalmente al título. Después vino el encuentro contra Chile, a quien los Carasucias vencieron cómodamente por seis goles a dos.

Y, finalmente, el partido que iba a decidir el campeón: Argentina contra Brasil. Para entonces la albiceleste jugaba de memoria, con la delantera formada por Orestes Omar Corbatta, Humberto Maschio, Antonio Angelillo, Enrique Omar Sívori y Osvaldo Cruz, con Néstor, el Pipo, Rossi cubriéndoles las espaldas y generando juego, ayudado por Ángel Schandlein, mientras que cerraban en defensa el Cacho Giménez, Pedro Dellacha y Federico Vairo con Rogelio Domínguez bajo palos. Los argentinos fueron muy superiores a los brasileños y ganaron 3 a 0.

En el extremo derecho se situaba el Loco Corbatta, que era muy hábil, muy rápido y muy intuitivo. Humberto Maschio y el zurdo el ‘Cabezón’ Sívori jugaban por el centro, un poco más retrasados para organizar el juego y llegar desde atrás. El delantero centro era Antonio Valentín ‘Angelillo’ y el extremo izquierdo Osvaldo Cruz.

Los “Carasucias” metieron 25 goles en los 6 partidos del torneo (Maschio fue el máximo artillero con 9 tantos y Angelillo hizo 8 goles más) y solo perdieron el último choque ante Perú, que era ya intrascendente y jugaron con los reservas. Jugaron al ataque insistentemente, con el balón en el suelo, pases cortos y abusando de la gambeta. Pero… ¿qué pasó para que apenas 14 meses más tarde Brasil levantara la Copa del Mundo por primera vez mientras que Argentina se iba a casa por la puerta de atrás?

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De entrada, tres de los integrantes de la magnífica delantera de los “Carasucias” emigraron a Italia justo después del Sudamericano: Síbori a la Juventus de Turín, Maschio al Bolonia y Angelillo al Inter de Milán y eso hizo que ninguno de los tres fuera convocado para el mundial de Suecia que se celebró el verano siguiente.

Que se fueran y no los convocaran para el Mundial puede parecer ahora un absurdo, pero entonces en Argentina el fútbol y la vida se entendían de otra manera. Venía el país de una época fructífera a nivel económico y social y creían que podían ganar claramente el campeonato con una manera de entender el fútbol que llamaban “La Nuestra” basada en el dribbling, la gambeta, el balón al piso, el pase corto y al pie que sólo se aprende en los potreros y allí, en los potreros, había un semillero fecundo de jugadores. Vamos, que no necesitaban de aquellos que habían decidido salir del país en busca de otra cosa, a hacer otra cosa y a practicar otro fútbol distinto al que ellos consideraban el mejor y el más auténtico.

En definitiva, tanto los dirigentes como los aficionados argentinos estaban convencidos de que su selección ganaría, por fin, su primera Copa del Mundo y no les importaba en exceso que los tres mejores de los integrantes de los Carasucias no disputaran el mundial de Suecia. Dicen las crónicas que el interventor de la AFA, Raúl H. Colombo, dijo tranquilamente que no los pidieron a Italia “porque en nuestro país tenemos jugadores de sobra”, pero después de la debacle se habló de que al tener contratos con sus clubes europeos, no habían firmado cláusula alguna que les permitiera jugar con su selección sin tener problemas con los equipos que les pagaban. La verdad es que los tres protagonistas siempre dijeron que nadie les llamó, que si les hubieran llamado, hubieran disputado el Mundial sin problemas.

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El caso es que volvían los argentinos a un Mundial 24 años después (ya que no disputaron ni el de 1938, ni el 1950, ni el del 1954). Y regresaban con la vitola de favoritos y la sensación de que iban a plasmar lo que se venía diciendo en el país desde hacía tiempo, que eran los mejores en esto del fútbol y lo querían demostrar.

Pero Argentina, recordemos que no disputaba un Mundial (por decisión propia) desde el 1934, quizá no evaluó bien dónde se estaba metiendo. La selección que aterrizó en Suecia después de un largo viaje de 40 horas no sabía que estaba muy lejos de la mayoría de las mejores selecciones participantes en el torneo a nivel táctico, estratégico y físico. La realidad no tardaría en mostrárselo.

Además, y aunque los técnicos y los aficionados miraran hacia otro lado, la suerte no acababa de acompañar. Por ejemplo, apenas unas semanas antes del Mundial, Roberto Zárate se rompió una pierna y Stabile convocó rápidamente a Ángel Labruna, ídolo de River. Labruna estaba ya de vacaciones, fuera de ritmo y de forma y con 39 años cumplidos.

Aun así, la expedición y los que la rodeaban seguían considerando que el grupo de equipos europeos que les había tocado en el sorteo de la primera fase era asequible: Alemania Federal, la actual campeona del mundo, Irlanda del Norte y Checoslovaquia.

Curiosamente, en el debut ante los alemanes, los argentinos no vestirían la albiceleste, sino la camiseta amarilla del Malmö FC, ya que el partido iba a televisarse en directo (fue el primer Mundial televisado) y las camisetas se veían parecidas en los receptores. Así pues, se sorteó quién debía cambiar de camiseta y perdió Argentina.

Con todo, los 'amarillos' empezaron marcando a los 2 minutos por medio de Corbatta, pero los alemanes pronto subieron el ritmo, presionaron con más fuerza y empezaron a superar físicamente al campeón sudamericano. Rahn, uno de los héroes de la final de Berna en 1954, marcó dos tantos y Uwe Seeler anotó otro más para sellar la victoria alemana.

La decepción fue grande y el choque con la realidad también, pero todo pareció arreglarse con el triunfo en el segundo partido del grupo ante Irlanda del Norte. Los argentinos vencieron con comodidad por 3 goles a 1 y eso permitió que todos pensaran que la derrota ante Alemania había sido un accidente y nada más. Los argentinos se jugarían el pase a la siguiente ronda ante Checoslovaquia, una selección a la que prácticamente ningún argentino conocía, pero que tardarían mucho tiempo en olvidar.

Unos 16.000 espectadores fueron testigos directos de la paliza que los checoslovacos le propinaron a Argentina el 15 de junio en Helsingborg. El 6 a 1 final ilustra claramente la debacle, pero, según los propios protagonistas, pudo ser muchísimo peor. Los europeos desarbolaron a los sudamericanos y tuvieron ocasiones para hacer algún gol más.

Rebuscando en las hemerotecas digitales de diarios argentinos, como el Gráfico, encontramos algunas declaraciones de los protagonistas. El portero de la albiceleste, Amadeo Carrizo, declaró: "Si ellos hubieran puesto más ganas, nos hacía 8 o 9". Y remató la autocrítica con una frase que lo explica todo o casi todo: "Hay que decir las cosas como fueron: no sabíamos quiénes eran ni cómo jugaban. Si lo hubiésemos sabido, tal vez perdíamos igual, pero seis no nos hacían".

El capitán, Pedro Dellacha, también ahondaba en las causas del desastre: "Nosotros estábamos acostumbrados a jugar solamente los domingos y a entrenar martes y jueves. Esa fue la gran causa de nuestro fracaso. Pagamos el precio de creer que, con lo que teníamos, nos alcanzaba para bailar a los europeos. El fútbol internacional no era tan difundido en la Argentina y eso determinó que no comprendiéramos la importancia de un Mundial".

El veterano delantero Ángel Labruna también coincidió con su capitán: "Fuimos con los ojos vendados, a ciegas. No estábamos preparados ni física ni técnicamente para afrontar tres partidos en una semana".

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Y mientras Argentina volvía para casa, la Brasil que había caído claramente ante los "Carasucias" en el Sudamericano del 57 avanzaba segura en el torneo amparada den las genialidades de Didí, Vavá, Zagallo, Garrincha y el joven debutante Pelé. Una Brasil que ganó su primer torneo superando a Francia por 5 a 2 en semifinales y repitiendo marcador ante los anfitriones suecos en la final.

Los jugadores albicelestes que partieron hacia Suecia como héroes volvieron entre insultos. De hecho, a su llegada al aeropuerto de Ezeiza les recibieron con una tremenda lluvia de monedas que los agentes no supieron (pudieron o quisieron) parar. Además, algunos de los integrantes de esa selección fueron silbados en cada estadio que pisaron durante mucho tiempo. 

Fue la primera vez en Argentina que el fútbol se convirtió en un drama a nivel nacional (Brasil, que ya había tenido el suyo en 1950, se proclamó campeón del mundo por primera vez en Suecia) y desde ese momento la albiceleste hubo de buscar nuevos caminos que le costaron mucho esfuerzo encontrar y, después, recorrer.

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