"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 28 de enero de 2022

El nacimiento de O Rei Pelé

Hace ya 65 años, un jugador de apenas 17 debutó en la fase final de la Copa del Mundo. Fue el 15 de junio de 1958 en Gotemburgo (Suecia). Allí cerraban el grupo tercero de la primera fase del Mundial 58 brasileños y rusos. La canarinha había ganado con claridad a Austria (3 a 0), pero había empatado sin goles ante Inglaterra, por lo que se jugaban su clasificación para los cuartos de final contra los rusos.

El seleccionador brasileño era Feola, un tipo curtido en mil batallas que había confiado la suerte de su selección a los veteranos Didí o Nilton Santos, pero precisamente éstos fueron los que más insistentemente demandaron la presencia en el once de dos jugadores jovencísimos que despuntaban casi por encima de ellos. A uno le llamaban Garrincha y al otro, al de los 17 años, Pelé. Ambos debutaron en aquel choque. Y de ambos decía el psicólogo de la selección que quizá no estarían preparados para soportar la presión. De haber sido por este personaje nunca hubiéramos asistido a las proezas de estos dos mitos. O el señor consiguió el título en una timba o no quería arriesgar su puesto en la selección apostando por los jóvenes.

Sea como fuere, Suecia 58 fue el nacimiento mediático de Edson Arantes Do Nascimento, Pelé, más tarde O Rei.

En ese encuentro final de la primera fase Pelé no anotó ningún gol (de hecho marró unas cuantas ocasiones) y fue Vavá quien certificó los dos goles que noquearon a los rusos para meter a Brasil en cuartos de final. Pero, a partir de ese instante, ni Pelé ni Garrincha volvieron a salir del once en lo que quedaba de competición. Y ninguno de los dos desaprovechó su oportunidad, aunque Pelé estuvo simplemente soberbio.

El siguiente partido, el 19 de junio en cuartos de final del campeonato, Edson Arantes Do Nascimiento desatascó un choque muy trabado ante Gales e hizo su primer tanto en un mundial para meter a la canarinha en semifinales. ¡Casi nada! Jugó en ataque con Altafini, mientras que Vavá permaneció en el banquillo reservándose para las semifinales y aplaudiendo a la nueva estrella en ciernes.

Las semifinales midieron a los dos equipos más atrevidos y espectaculares del torneo: la Brasil del toque y la samba y la Francia de Kopa y el matador Fontaine. No hubo color: Vavá marcó primero, empató Fontaine y Didí volvió a marcar para los brasileños. Después del descanso, Pelé marcó tres goles y finiquitó un partido que acabó maquillando Piantoni para los franceses. Cinco a dos con tres tantos del chaval y a la finalísima con Suecia.

Y Pelé tampoco faltó el día más importante para la hinchada brasileña a su cita con el gol... y con la historia. Que si tenía 17 años, que si Brasil jugaba contra el anfitrión, que si nadie había ganado un mundial fuera de su continente, que si la presión, que si el recuerdo aún latente del Maracanazo… todo eso y más desmontó Pelé el 29 de junio de 1958. Se adelantó Suecia con un gol de Liedhom, pero sólo fue un espejismo, una ilusión desvanecida. Vavá marcó dos tantos para llegar al descanso con ventaja y, a la vuelta, Pelé sentenció. Zagallo se sumó a la fiesta haciendo el 4 a 1, Simonsson recortó para los suecos y Edson Arantes Do Nascimento volvió a marcar para rematar la final y el partido (5 a 2).

Mientras las lágrimas corrían por las mejillas del chaval, todo Brasil salió a la calle a festejar, a bailar, a brindar por sus héroes. Pelé estaba maravillado, asombrado, fascinado con algo que había soñado tantas y tantas veces y que en el instante en que llegaba no se lo podía ni creer. El joven que llegó a Suecia y se quedó boquiabierto al descubrir que allí los únicos negros que había jugaban con Brasil y las suecas se los comían con los ojos y con algo más (tanto él como Garrincha dejaron descendencia a su paso por el mundial) regresaba a su barrio de siempre con la primera Copa del Mundo para su país.

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Pero Pelé, al menos en ese momento, no se creyó más que nadie ni mejor que los demás. De hecho, tras conquistar la Copa del Mundo, regresó a su casa en Bauru, donde había unos niños jugando al fútbol en el mismo descampado que había sido su primer terreno de juego. El astro pidió permiso a los niños, se calzó unos pantalones y unas zapatillas y se puso a jugar con ellos. Así era esa nueva estrella a la que los veteranos del Santos (el equipo en el que debutó con apenas 15 años) tampoco le permitieron endiosarse de buenas a primeras: —Eh, Pelé, tráenos café y cigarrillos, le decían.

Y tampoco el Estado se lo permitió, ya que no le eximió del servicio militar y se pasó dos años jugando en el equipo militar, en el Santos y en la selección brasileña.

Eso sí, siempre hizo lo que le gustaba: driblar, regatear, marcharse de sus rivales casi con electricidad, con fuerza, con calidad, hacer jugar mejor a sus compañeros y, por encima de todo, marcar goles, goles y más goles. Y es que el astro brasileño paró la cifra de goles en 1.279 en el momento de su retirada en el año 1977 en el Cosmos de Nueva York, donde se marchó en 1974 para cerrar su carrera tras disputar 1.363 partidos.

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De todos modos, el gran cierre a su carrera, el broche de oro a una trayectoria impresionante, lo había puesto 7 años antes, en el Mundial de 1970 disputado en México. Allí Pelé jugó y ganó con su selección el tercer mundial de su historia para quedarse la Copa Jules Rimet en propiedad y entrar directamente en el Olimpo de los Dioses del Fútbol. Antes O Rei había ganado el mencionado de Suecia y el de Chile 62, aunque allí el protagonismo fue para un Garrincha descomunal porque a él lo habían lesionado en la primera fase.

En el Mundial de México, Brasil juntó una selección impresionante con Carlos Alberto, Jairzinho, Tostao, Everaldo, Gerson o Rivelino. Y en esa selección parecía que Pelé no iba a tener cabida. Antes del Mundial se especuló con que estaba lento, que estaba mayor, que sus mejores años habían pasado, pero Pelé se puso en forma, corrió, luchó, se esforzó y, sobre todo, pulió sus virtudes para tapar sus posibles defectos generados por su menor velocidad.

Pero la verdad es que no estamos en condiciones de saber si Pelé hubiera sido finalmente convocado si Havelange, entonces presidente de la Federación Brasileña de Fútbol, no hubiera destituido al controvertido seleccionador Joao Saldanha y colocado en su lugar a Mario Zagallo (compañero de Pelé en el Mundial de Suecia). Saldanha fue realmente el que juntó tanto talento en la selección, pero las relaciones con Pelé no era buenas. De hecho, antes del campeonato había llegado a decir que O Rei era miope. Y quizá lo fuera, pero eso no le impidió ver con el rabillo del ojo a Carlos Alberto en el gol que cerró la goleada ante Italia en la final. De todas formas, la historia de Saldanha merece, desde luego, un post para él solo porque es impresionante y es de justicia conocer a un personaje realmente increíble.

El caso es que de Pelé en ese Mundial se recuerda incluso todo lo que no fue capaz de hacer. Nos bastó el intento y la plasticidad de esas jugadas que quedaron sin culminar en la realidad y las acabaron culminando nuestras retinas: el tremendo cabezazo al suelo que el portero inglés Gordon Banks desvió para convertirlo en la jugada típica de los mejores resúmenes de paradas de todos los tiempos; el disparo desde el centro del campo en el partido ante Checoslovaquia que no entró por los pelos y que todo el mundo conoce como el gol de Pelé (que no fue); y el amago con el cuerpo al meta uruguayo Mazurkiewicz, con Pelé dejando pasar el balón por un lado, sin tocarlo, yendo a buscarlo tras rodear al portero, que se había ido a por él, y rematando cruzado, mandando el balón lamiendo el poste y con un defensa uruguayo resbalando por los suelos para despejar un balón imposible que tampoco entró.

Lo que sí hizo, y también se nos quedó grabado, fue guiar a su selección hacia el triunfo, abrir la lata con un soberbio testarazo en la final contra Italia y cerrarla con la asistencia a su capitán Carlos Alberto, el propietario entonces de un brazalete que Pelé no llevó nunca, como tampoco tiraba los penaltis. No le hacía falta: Pelé era Pelé, nada más y nada menos.

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Después del título del 70, Pelé siguió jugando en el Santos, con el que consiguió su 11ª Campeonato Brasileño para cerrar su palmarés en su país (al que hay que sumarle 6 Copas de Brasil, 2 Libertadores y 2 Intercontinentales). Y al Mundial de Alemania en el 74 ya no fue. De hecho, le hicieron un homenaje en el partido inaugural, aunque no estaba retirado todavía. Cerró su carrera en el Cosmos de Nueva York, donde ganó su única Major League. Allí colgó las botas en 1977, con 37 años y 1279 goles en sus alforjas, 77 de ellos convertidos con la canarinha.

Por cierto, desde que Pelé se retiró de la seleçao tras el Mundial del 70 hasta que Brasil consiguió su cuarta Copa del Mundo pasaron la friolera de 24 años. Cinco mundiales seguidos sin poder ni siquiera disputar una final se hicieron muy largos para los aficionados de uno de los países más futboleros del mundo.

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