"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

lunes, 28 de marzo de 2022

El Doctor Sócrates y la Democracia Corinthiana

14 de diciembre de 1983. Casi 38.000 personas llenan a rebosar el estadio de Pacaembú, la casa del Corinthians, en los instantes previos al partido de vuelta de la final del Campeonato Paulista entre el Timao y Sao Paulo. De repente, un futbolista de más de metro noventa, pelo negro rizado y barba, encabeza la salida al césped de todo el equipo albinegro portando una pancarta en la que se puede leer: “Ganhar ou perder, mas sempre com democracia”.

Los espectadores rugen. La escena que contemplan aún los enfervoriza más y los hunde plenamente en las raíces del club que aman. Están a punto de cumplirse 20 años de dictadura total en el país y la sociedad empieza a pedir democracia. El Timao lleva casi dos temporadas pidiendo esa democracia para Brasil y gestionándose en democracia ellos mismos.

Y el jugador que encabeza la comitiva del Corinthians, su capitán, es Sócrates. El Doctor. Un ídolo en el campo y también fuera de los estadios. Elegante, alegre y estético con el balón. Valiente y rebelde con él y sin él.

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Sócrates Brasileiro Sampaio de Spouza Vieria de Oliveira nació en Belém en 1954. Su padre era un estudioso autodidacta, amante de la literatura y gran admirador de los filósofos griegos y, por eso, les puso a sus hijos los nombres de Sófocles, Sócrates y Sósceles. Sólo el pequeño, también futbolista y también internacional con Brasil, se libró del nombre heleno: a él le pusieron Raí.

El pequeño Sócrates era un enamorado de la pelota, pero sus padres le insistieron hasta la saciedad para que estudiara, se cultivara y se formara al margen del balón. Que se dedicara a algo de provecho. Por eso, el espigado joven, que era buen estudiante, compaginó los estudios con el fútbol y se matriculó en la Universidad de Sao Paulo en Medicina. Corría el año 1977 y mientras sus compañeros vivían sólo por y para el fútbol, Sócrates estudiaba mientras marcaba goles y hacía jugar a todo el Botafogo.

En 1978 fichó por el Corinthians, el que se convertiría en el club de su vida, y, a la vez, se licenció en Pediatría. Tenía en sus manos el talento para curar y en sus pies pequeños (gastaba un 37 pese a medir 1,93), y un poco deformados por un hueso desencajado en el talón, un talento desbordado para el fútbol.

Jugaba de ocho, dominando el centro del campo, con la cabeza alta y el balón pegado al pie, un fútbol surtido de recursos preciosos como taconazos, regates inverosímiles, pases picados y grandes zancadas con cambios de ritmo imparables que le llevaban a plantarse en el área rival con su más de metro noventa y a hacer goles de fuerte disparo o asistir a sus compañeros. A todo eso unía un potente juego aéreo y la capacidad innata para golpear el balón con tanta fuerza de tacón que incluso llegó a tirar penaltis así. Hay quien decía de él que jugaba mejor hacia atrás que la mayoría de jugadores hacia delante.

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Ahora, retrocedamos en el tiempo. Volvamos a principios de los 80. Regresemos al estadio de Pacaembú, a la casa del Corinthians. Estaba el club en ese momento en una situación muy delicada, económicamente destruido y con unos resultados futbolísticos que tampoco acompañaban. Tanto es así que a finales de 1981 dimitió el histórico presidente Vicente Matheus y Waldemar Pires se convirtió en el nuevo mandatario de los albinegros.

La primera decisión de Pires fue la de nombrar como director de fútbol a un sociólogo llamado Adílson Monteiro Alves, que llegó cargado de ideas revolucionarias en una época convulsa, con la sociedad en ebullición tras casi 20 años bajo una dictadura que había empezado en 1964 y que ahora parecía dar sus últimos coletazos.

Monteiro Alves habló con los jugadores del equipo y, directamente, les cedió el poder. Los futbolistas del Corinthians, encabezados por Sócrates, el defensa Wladimir, el lateral Zenon y el delantero Casagrande, pasaron a decidir absolutamente todo lo que pasaba en el club por estricta mayoría. Pero no ellos solos. Cada persona (futbolista, cuerpo técnico, dirigente o empleado), un voto. Y así lo decidían todo: el método de entrenamiento y los horarios, el sistema de juego, los fichajes, el dinero que cobrarían jugadores y empleados, los autobuses que cogerían y dónde pararían, las bajas, la necesidad o no de concentrarse antes de un partido, los menús y los precios de la cafetería del club… Todo. Absolutamente todo.

Evidentemente, muchos periodistas y empresarios se pusieron en su contra, les llamaron “anarquistas” y “comunistas barbudos” y pronosticaron un futuro corto y más bien negro para el segundo club más popular de Brasil. Pero se equivocaron. El Corinthians ganó el Campeonato Paulista dos años seguidos (1982 y 1983) después de haber jugado un año en la segunda división, con un fútbol vistoso y atractivo, y, sobre todo, se convirtió en ejemplo para un país que empezaba a anhelar la democracia.

De repente, el Timao se había convertido en la imagen de la revolución brasileña en contra de la dictadura. El equipo salía en cualquier estadio con pancartas donde se leía “Democracia”, “Quiero votar a mi presidente” o “Derechos ya”. En la camiseta con la que jugaban, justo encima del número, todos llevaban impresa la palabra “Democracia” y debajo “corinthiana”, tal como ahora llevan escritos los jugadores sus propios nombres.

Participaron además algunos futbolistas en las multitudinarias manifestaciones que se produjeron en el país en 1984 a favor de la democracia bajo el auspicio de los activistas Henrique Cardoso o Lula da Silva (los dos acabarían siendo presidentes). De hecho, en una de esas protestas, ante millones de personas, Sócrates cogió el micrófono y prometió que si el Congreso aprobaba la Enmienda Constitucional Dante de Olivera, que proponía el regreso inmediato de la democracia al país garantizando el voto libre para la elección del presidente del país, él rechazaría la oferta que tenía sobre la mesa de la Fiorentina y se quedaría en Brasil. La enmienda sería rechazada en el Congreso por unos pocos votos y el astro voló a la Toscana.

Y con él, la Democracia Corinthiana desapareció, en un momento en el que los clubes más importantes del país habían creado el Club de los 13 para gestionar juntos sus problemas y exigían un presidente claro y un modelo de gestión en cada club que el Corinthians no cumplía. Los resultados deportivos, que en 1984 y 1985 no fueron tan buenos, y la marcha de Sócrates, precipitaron el final de la experiencia democrática en el club. Las elecciones internas del Corinthians las ganó Roberto Pasqua, que fue el nuevo presidente y el encargado de volver al clásico modelo de gestión presidencial.

Pero a Sócrates tampoco le fue bien salir de su país. No entendía el fútbol italiano, su exceso de profesionalización y su resultadismo por encima de todas las cosas. No entendía a los futbolistas que sólo jugaban por dinero. No entendía la profesionalización del fútbol. Y regresó un año después a Río de Janeiro, al Flamengo (1985-1987), antes de volver a la ciudad de São Paulo, esta vez para defender los colores del Santos (1988-1989).

Se retiró para ejercer la medicina y probó también haciendo sus pinitos como pintor, e incluso como músico y como articulista, pero el fútbol podía mucho y se marchó un mes al Norte de Inglaterra para jugar con el modestísimo Garforth Town, ya con 50 años cumplidos, antes de colgar definitivamente las botas.

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Así resumía Sócrates prácticamente casi toda su vida: “Jugué los mundiales de 1982 y de 1986 en una maravillosa selección. Conocí el calcio en la Fiorentina. Fui técnico. Sigo siendo médico. Escribo crónicas para un diario deportivo y poemas que ponemos en canciones con amigos músicos. Pero esa, la de la democracia conrinthiana, fue la época más exultante de mi vida. Dos años y medio que valen por 40 de felicidad”.

Pero nuestro héroe romántico y luchador era también un fumador empedernido y un gran bebedor desde muy joven y sufrió en los últimos meses de su vida una hemorragia digestiva mientras esperaba un trasplante de hígado. Murió en el hospital donde estaba ingresado el 4 de diciembre de 2011. Tenía 57 años, esposa y seis hijos.

Ese mismo día, miles de aficionados volvían a llenar a rebosar el estadio de Pacaembú, la casa del Corinthians, gritando, cantando y animando a los suyos en los instantes previos al partido que cerraba el Campeonato Brasileño ante el Palmeiras. Los jugadores de ambos equipos se posicionaron en círculo en el centro del campo dispuestos a guardar un minuto de silencio por Sócrates. 

Y los jugadores y todo el cuerpo técnico del Timao alzaron el brazo derecho en alto con el puño cerrado, tal como celebraba los goles Sócrates en todos los estadios. Los seguidores del Timao se pusieron en pie también con el brazo en alto y el puño cerrado y gritaron todos con fuerza: “¡Adiós, doctor Sócrates!”. Después el Corinthians empató el partido para ganar su quinto Campeonato Brasileño y homenajear así al Doctor, que quería irse de este mundo el día que su Corinthians volviera a ganar otro Brasilerao. Lo consiguió.

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