"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 25 de noviembre de 2022

La historia de los dorsales en la Copa del Mundo

La historia de los dorsales en las camisetas de los jugadores de fútbol comenzó en Inglaterra en 1928, cuando al mítico entrenador del Arsenal Ernest Chapman se le ocurrió numerar a sus jugadores en un partido que jugaba de visitante contra el Sheffield Wednesday. Ese día, los futbolistas del Sheffield lucieron los números del 1 al 11 y los de Arsenal de Chapman se presentaron al encuentro con los números que iban del 12 al 22. Más tarde, el Chelsea recogió el guante y se fue de gira por Sudamérica con las camisetas de sus jugadores titulares numeradas del a al 11. Al final, la idea fue ganando adeptos en el fútbol inglés para poder reconocer mejor a los incipientes ídolos del balompié y pronto todos los clubes se sumaron a la iniciativa.

De hecho, en los inicios, cada número estaba asociado a una posición concreta dentro del campo. En términos generales, si tomamos como ejemplo un 4-3-3 clásico, el 1 era el portero; el 2 el lateral derecho y el 3 el izquierdo; el 4 y el 5 los dos centrales; el mediocentro era el 6, que solía estar flanqueado por dos interiores, el derecho llevaba el 8 y el izquierdo el 10, mientras que los extremos lucían los dorsales 7 (el diestro) y 11 (el zurdo). El 9 estaba reservado al delantero centro. Evidentemente, según el sistema táctico que se utilizara en cada momento, las posiciones que ocupaban los jugadores variaban, pero, aproximadamente, ésta era la disposición táctica y numérica cuando los futbolistas saltaban al terreno de juego ataviados con camisetas numeradas del 1 al 11.

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En la Copa del Mundo, la FIFA determinó que los futbolistas habrían de lucir el número en su camiseta en 1950 e hizo oficial la medida cuatro años más tarde, en el Mundial de Suiza de 1954. La salvedad es que el organismo que regía el destino del fútbol mundial añadió que cada jugador debía llevar el mismo dorsal durante todo el torneo, por lo que los futbolistas de las selecciones participantes se numerarían del 1 al 22 y los jugadores titulares no tenían por qué vestir las camisetas del 1 al 11, como en sus diferentes ligas, sino que saltarían al terreno de juego con el dorsal que les había sido asignado antes del torneo.

El primer caso curioso respecto a los dorsales lo protagonizó Brasil en 1958, cuando estuvo a punto de no poder participar en la Copa del Mundo que acabaría levantando por primera vez porque a los genios de la Confederación Brasilera de Fútbol se les había olvidado enviar el documento con la numeración de sus jugadores. Sin embargo, salió al rescate un uruguayo de grato recuerdo para el fútbol brasileño. Lorenzo J. Villizio, miembro de la Confederación Sudamericana de Fútbol y del Comité Organizador del Mundial se ofreció a rellenar el documento con los números de los futbolistas brasileños argumentando que los conocía a todos y sabía en qué posición jugaban. La FIFA, enfurruñada por el despiste y con ganas de excluir a la canarinha, finalmente cedió y Villizio, cachondo donde los haya, le dio el 10 al jovencísimo y semidesconocido Pelé, el 11 a Garrincha, que era el extremo derecho, el 3 a Gilmar, ¡el portero titular!, y el 9 a Zozimo, ¡el guardameta suplente! Increíble, pero cierto.

Así que el hecho de que el número 10 se convirtiera en el referente universal del juego bonito, en el símbolo del creador, en la marca que diferenciaba al mejor jugador del equipo, en la camiseta más buscada, más perseguida y más anhelada, fue la consecuencia involuntaria de la decisión del uruguayo Villizio, que no tenía ni idea de que estaba haciendo pasar a la historia la camiseta del número 10 en el mundo. Porque después de que Pelé sorprendiera al mundo con su fútbol, todos los niños y niñas del mundo querían ser el 10 de sus equipos: el 10 de su calle, el 10 de su barrio, el 10 de su pueblo, el 10 de su ciudad o el 10 de su país. Da igual de dónde, pero el 10. El número del mejor del equipo.

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En el Mundial de Inglaterra de 1966, el seleccionador argentino Juan Carlos, el Toto, Lorenzo consideró que asociar los números de sus jugadores a las posiciones que iban a ocupar sobre el terreno de juego era dar demasiadas pistas a los rivales, así que decidió numerarlos de manera extraña. Los tres porteros, Antonio Roma, de Boca, Rolando Hugo Irusta, de Lanús, y el Loco Gatti, de River, jugarían con los números 1, 2 y 3. El 9 lo llevaría Carmelo Simeone, el lateral derecho suplente, y el capitán del equipo, Antonio Rattín, que lucía el 5 en Boca Juniors, se enfundó el 10 de la albiceleste, el doble de su número habitual para despistar.

Y así fue como el 10 argentino, con el brazalete de capitán, se hizo más famoso por su extrañísima expulsión ante Inglaterra que por sus caños, gambetas y pases increíbles en el Mundial. Aunque gracias a una expulsión en la que el argentino decía no entender al colegiado y no había manera de sacarlo del campo ni con agua caliente, nacieron las tarjetas amarillas y rojas, que de todos es sabido que los colores son un idioma universal. Y se pusieron en circulación cuatro años más tarde, en el Mundial de México 70.

Allí, en tierras aztecas, se presentó la Brasil de Mario “Lobo” Zagallo, creada realmente por Joao Saldanha, con cinco dieces. Pero, claro, no había dieces para todos, así que Pelé, el 10 del Santos, fue también el 10 de la canarinha (¡¡quién si no!!) y lo acompañaban en una alineación estratosférica otros cuatro dieces más que cambiaron de número: Tostao, el 10 del Cruzeiro, que se puso el 9 en la espalda; Gerson, el 10 del Sao Paolo, que jugó con el 8; Jairzinho, el 10 del Botafogo, que lució el 7; y Rivelinho, el 10 del Corinthians, que paseó el 11 en los estadios mexicanos.

En el Mundial de Alemania 74 hubo dos selecciones que decidieron que iban a otorgar los dorsales a sus futbolistas por orden alfabético estricto de sus apellidos. Fueron Holanda y Argentina. La Naranja Mecánica, eso sí, hizo una excepción: Johan Cruyff sería el único que elegiría el número de su camiseta. El Flaco escogió el 14, claro, pero el resto de sus compañeros sí hubieron de ceñirse al orden alfabético. Por eso el meta Jongbloed se puso bajo palos con el 8 a la espalda mientras que el atacante Ruud Geels llevaba un 1 que no pudo lucir porque no disputó ni un solo minuto en el torneo.

Argentina hizo lo mismo, pero excluyendo a los tres porteros, que jugarían con el 1, el 12 y el 22. El resto, por orden alfabético. El defensor Ramón Heredia tuvo el privilegio de enfundarse el 10 de la albiceleste, mientras que el delantero del Atlético de Madrid Rubén “Ratón” Ayala hizo un gol con el 2 a la espalda. A un jovencísimo Mario Alberto Kempes le tocó el 13, aunque cuatro años más tarde, en el Mundial de Argentina 78, el rosarino tuvo la suerte de que le tocara el 10, también por estricto orden alfabético, y se convirtió en campeón del mundo, en el máximo goleador del torneo y en el mejor jugador con su número predilecto en la espalda. Otros no tuvieron tanta suerte, porque Fillol atajó con el 5, Ardiles hizo diabluras con el 2, el Káiser Passarella capitaneó al equipo y alzó la Copa del Mundo con el 19 y Bertoni metió dos goles con el 4 a la espalda. Justicia poética para el Matador.

En el Mundial 82 la Argentina que defendía el título volvió a repetir el mismo sistema de los números por orden alfabético, pero esta vez sí hubo una excepción. Fue la de Diego Armando Maradona, al que le había tocado el 12. La mítica 10 de la albiceleste le había caído en suerte a Patricio Hernández, el centrocampista de Estudiante que, además, compartía habitación con Maradona. El astro le pidió si podía cambiarle la camiseta y Hernández aceptó sin problemas. Así que Diego lució la 10 argentina por primera vez en un Mundial mientras que Patricio Hernández se quedó sin disputar un solo minuto con la 12. Al héroe del 78, al Matador Kempes, le tocó el número 11. Al final, ni para unos ni para otros, a Argentina no le tocó la lotería y todos hicieron las maletas tras la liguilla de cuartos de final donde cayeron ante la Brasil de Telé Santana y la Italia de Paolo Rossi, que fue el nuevo héroe del Mundial con el 20 a la espalda.

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Pero si ha habido, hay y habrá un dorsal con mala prensa, ese es, sin duda, el 13. En la época en la que los jugadores saltaban al terreno de juego del 1 al 11, el 13 estaba reservado al portero suplente, que solía usarlo poco, la verdad. En la Copa del Mundo, también han sido siempre muchas selecciones las que lo han reservado tradicionalmente para uno de sus guardametas suplentes, pero hay otras que no lo han querido ni para eso.

En el Mundial de Chile de 1962, por ejemplo, ningún jugador uruguayo quiso enfundarse la Cesleste con el número 13, así que simplemente se la saltaron e incluyeron en la lista una con el número 23. Al parecer, la FIFA lo consintió.

No tuvo tanta suerte la selección de Perú, que se enfrentó en Argentina 78 a la misma situación. Nadie quería vestir la 13, pero, al final, a regañadientes, el portero suplente Juan Cáceres, de Alianza Lima, se la quedó. Lo cierto es que no jugó un solo minuto así que, aunque algunos puedan achacarlo al gafe del dorsal, lo cierto es que nadie lo vio luciéndolo.

En cambio, en Alemania llevar el número 13 es un honor. Porque se lo enfundó el delantero centro de la Mannschaft que fue campeona del mundo por primera vez en Suiza en 1954. Max Marlow no marcó ningún tanto en el Milagro de Berna, la victoria en la gran final ante la todopoderosa Hungría de Gusztav Sebes, pero convirtió 6 dianas en todo el torneo con el 13 a la espalda.

Torpedo Müller se lo volvió a enfundar en México 70, donde anotó 10 tantos, y con él hizo cuatro más, entre ellos el que significó el triunfo en la final ante Holanda, en el Mundial de Alemania 74 para levantar la segunda Copa del Mundo de la Mannschaft. Hasta hace nada lo lucía otro Müller, Thomas, que también ganó el Mundial en Brasil 2014 con ese dorsal y que suma diez tantos en las cuatro Copas del Mundo que ha disputado (cinco en Sudáfrica 2010, otros cinco en Brasil 2014 y se fue de vacío en las debacles alemanas de Rusia 2018 y Qatar 2022).

El que equilibra la balanza es Michael Ballack, el motor de la Mannschaft en el Mundial de Corea y Japón en 2002. El Joven Káiser se enfundó la camiseta con el número trece, fue uno de los mejores del torneo y metió a su selección en la final con un gol ante Corea del Sur, pero no pudo disputarla por ver una tarjeta amarilla. Alemania, sin Ballack, cayó en la finalísima ante Brasil con dos goles de Ronaldo (2-0). Cuatro años más tarde, en el Mundial de Alemania 2006, Ballack siguió luciendo el número 13 y, además, también la cinta de capitán. Los de Klinsmann hicieron un gran torneo, y también Ballack, pero sucumbieron en las semifinales ante una Italia descomunal que acabaría levantando su cuarta Copa del Mundo tras derrotar en los penaltis a la Francia de Zidane.

De todas formas, el gafe de Michael Ballack no parece tener nada que ver con el número 13. Ya lo llevaba dentro él mismo. Porque el talentoso centrocampista alemán perdió la Bundesliga de 2002 con el Bayer Leverkusen en la última jornada desperdiciando una ventaja de 5 puntos en apenas tres jornadas. Unos días más tarde perdería la final de la Copa Alemana contra el Shalke 04 y también la final de la Liga de Campeones ante el Real Madrid.

En 2006, ya enrolado en las filas del Chelsea, Ballack empezó la temporada cayendo en la final de la Community Shield ante el Manchester United y la acabó perdiendo también la final de la Carling Cup ante el Tottenham y, otra vez, la de la Liga de Campeones ante el Manchester United. Dos años más tarde, el capitán alemán cayó en la final de la Eurocopa ante la España de Luis Aragonés para engordar su leyenda de gafe con el 13 a cuestas.

Aún así, si quieres hincharte a meter goles y, de paso, levantar la Copa del Mundo, no lo dudes, apuesta por el 13, que parece ser un número que no le gusta a casi nadie pero tiene réditos. Aunque quizás necesites ser alemán y jugar de delantero para aprovechar del todo sus mágicos poderes. Y, desde luego, no llamarte Michael y apellidarte Ballack.

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