En la puerta de un lujoso hotel de Montevideo, un joven de 28 años entra con la primera luz de día. Lleva los primeros botones de la camisa desabrochados, la corbata floja al cuello y el aire de haber pasado una velada inolvidable. Rebosa vitalidad y el aire de quien ha hecho esto muchas otras veces y le encanta.
Saluda casi sin querer al personal que se cruza con él en el vestíbulo con un gesto rápido de la cabeza, mientras sube apresurado a su habitación. Estamos en junio de 1930. La fiebre del primer mundial de fútbol de la historia ya se ha apoderado de la ciudad y él necesita descansar después del ajetreo nocturno. Aún no lo sabe, pero al joven se le acaba de escapar el tren de la historia. Lo sabrá cuando suba a la habitación.
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Andrés Mazali nació en 1902 en el barrio Guruyú de Montevideo y muy pronto descubriría que tenía unas aptitudes innatas para el deporte. Tanto es así, que fue campeón sudamericano de 400 metros vallas y segundo en 200 en 1920 y compaginó la práctica del fútbol con la del baloncesto en el Olimpia de Montevideo, equipo con el que también fue campeón nacional en 1923, antes de decantarse definitivamente por el once contra once.
Mazali era el portero de Nacional, aunque lo cierto es que empezó de delantero. Se dice que se afianzó entre los tres palos por culpa de tener los pies muy grandes. En aquella época los porteros podían jugar con zapatillas, pero los delanteros habían de jugar con botas por la dureza del cuero. Y los pies de Mazali eran tan grandes que costaba encontrar unas botas de su número para que jugara. Así que se puso de portero y se convirtió en uno de los mejores guardametas uruguayos de todos los tiempos.
Lo cierto es que él no ha contado exactamente lo mismo en algunas de las entrevistas publicadas en los diarios de la época. Decía Mazali en el Gráfico argentino, en una entrevista en 1935, que empezó jugando en un equipo pequeño de barrio donde el portero era también el delegado, el capitán y hasta el dueño... Y un día apareció Mazali con unas botas muy grandes que no le permitían correr y el dueño le dijo que jugara de portero. Lo paró todo y ya no se movió de la portería, aunque confiesa que a veces se aburría, le costaba mantener la concentración bajo palos y suspiraba por jugar de delantero.
El caso es que Mazali era también bailarín, de trato agradable, apuesto y amante de la buena vida. Una especie de Casanova de la época. Fue uno de los integrantes del equipo olímpico uruguayo que viajó hasta París para proclamarse campeón en 1924. Uno de los integrantes del plantel de Nacional que salió de gira por Europa en 1925, en una travesía de más de un mes en barco para después recorrer media España primero y parte de Europa después jugando partidos. Nacional asombró a Europa con su juego corto, eléctrico y al pie y la gente suspiraba por ver a ese equipo que jugaba de otra manera y que era prácticamente imbatible.
Aún así, cuenta el mismo Mazali que cuando volvieron a acudir a las Olimpíadas de Ámsterdam en 1928, aún les decían que se iban a volver a casa en primera ronda. Ellos veían los partidos de sus rivales y no los encontraban tan fieros como los pintaban, así que volvían a verlos una y otra vez por si los entrenadores se estuvieran guardando algún jugador o alguna estratagema. Pero nada. No había más cera que la que ardía. Así que, con Mazali bajo palos, Uruguay volvió a ganar el torneo de fútbol de las Olimpiadas de Ámsterdam de 1928.
De hecho, el archiconocido “gol olímpico” se lo debemos a él. En un encuentro amistoso ante Argentina enmarcado en la gira de Uruguay después de ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de París, y disputado el 2 de octubre de 1924, el atacante argentino Cesáreo Onzari ejecutó un saque de esquina desde la izquierda con tanto efecto que se coló en la portería del bueno de Mazali. Al día siguiente, los diarios argentinos bautizaron el tanto como "gol olímpico" por habérselo hecho al guardameta de la selección campeona olímpica.
Y llegamos a 1930, el año en que se iba a disputar el primer Mundial de Fútbol en Uruguay. La federación había dispuesto que parara el campeonato local y que los jugadores seleccionados se concentraran durante 60 días para preparar el torneo a las órdenes del seleccionador Alberto Suspicci.
Y pasó que a falta de unos cuantos días para el inicio del torneo, Mazali no pudo resistir más y una noche se escapó del hotel. Regresó a la mañana siguiente y el seleccionador lo vio entrar al hotel. Hubo una reunión y se acordó enviarlo a su casa y sacarlo del equipo. El portero de Nacional y uno de los héroes de la selección charrúa doble campeona olímpica se perdería el mundial por “escaparse” de la concentración.
Cuentan que Mazoli aseguró que salió porque estaba asfixiado después de tantos días concentrado y necesitaba ver a la familia. Pero incluso algún compañero de equipo aseguró que era mujeriego y no había podido resistir la tentación de quedar con una rubia. Hay quien va más allá e insinúa que la rubia en cuestión tenía, además, un vínculo estrecho con un alto cargo de la federación uruguaya y que por eso Mazali estaba sentenciado sin remisión.
El hecho es que la relación entre el guardameta y el entrenador Suspicci no era buena. Mazali, que tenía un concepto muy claro de la importancia de la preparación física por su participación en otros deportes a alto nivel, había chocado más de una vez con los métodos empleados en los entrenamientos por el seleccionador.
Al final, el portero titular de Uruguay en el torneo sería Enrique Ballestrero, del Rampla Juniors, y el segundo portero, que no disputaría ningún partido en el campeonato, Miguel Capuccini, de Peñarol.
Y el gran Mazini, héroe de Nacional, que había defendido los palos de la portería charrúa en 21 encuentros entre 1924 y 1929, que había sido 3 veces campeón de la Copa América y doble campeón olímpico, se quedó sin el sueño de poder disputar (y ganar) el Mundial de fútbol disputado en su país, el primero de la historia, por una aventura nocturna.
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