"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

martes, 31 de mayo de 2022

El milagro de Belo Horizonte: Estados Unidos derrota a Inglaterra en el Mundial de Brasil 50

En 1950 la máxima competición del fútbol de selecciones volvía a disputarse después de 12 años de parón a causa de la Segunda Guerra Mundial y la inmediata postguerra. El Mundial de Francia de 1938 que ganó la Italia de Pozzo había sido hasta ese instante el último torneo.

Pero en 1946 se decidió que el Mundial volvería a disputarse en 1950 y que se jugaría en Brasil, único país que había presentado su candidatura ante la imposibilidad de jugar en una Europa todavía en plena reconstrucción tras la guerra. Al Mundial del 50 la FIFA no permitió que fuera Alemania, sancionada como responsable de la contienda mundial, y tampoco disputaron la fase de clasificación los principales países comunistas europeos, por lo que ni la Unión Soviética, ni Hungría, ni Checoslovaquia lucharían en tierras sudamericanas por la conquista de la Copa Jules Rimet.

Quien sí acudiría al Mundial por primera vez sería Inglaterra. Tras haberse negado a participar en los tres anteriores torneos, los inventores de este deporte maravilloso llamado fútbol habían decidido dejar de lado su tradicional “política de no intervención”, limaron asperezas con la FIFA y se integraron en la organización junto con el resto de equipos británicos en 1946. Eso supuso que disputaran las eliminatorias para estar en Brasil y poder demostrar al mundo que, además de los inventores del fútbol, eran los que mejor lo jugaban. No se podían ni imaginar lo que les esperaba en tierras sudamericanas.

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La selección inglesa integró un grupo de clasificación junto al resto de selecciones británicas (Escocia, Gales e Irlanda) y de ahí saldrían dos equipos directamente clasificados para el Mundial de Brasil. Inglaterra ganó en Gales por 1 a 4 y en Escocia por 0 a 1, mientras que se deshizo con suma facilidad de Irlanda en Wembley (9-2). La selección, entrenada desde 1946 por Walter Winterbotton, se ganó su billete a tierras brasileras junto a Escocia, pero los escoceses renunciaron porque, aunque el segundo también iba, habían asegurado antes de la disputa de las eliminatorias que sólo jugarían el Mundial si quedaban primeros. Así que nadie pudo convencerles de lo contrario y sólo los ingleses partieron hacia tierras sudamericanas.

Inglaterra tenía a Bert Williams de portero y solía jugar con una defensa de tres hombres compuesta por Alf Ramsey (el seleccionador que pasaría a la historia de Inglaterra tras ganar el Mundial de 1966), John Aston Senior (buque insignia del Manchester United) y Billy Wright (el gran capitán de la selección y de los Wolves). En el centro del campo controlaban las embestidas rivales y cocinaban el juego de los “pross” Laurie Hughes, del Liverpool, y Jimmy Dickinson, campeón de Liga con el Portsmouth, mientras que la delantera era absolutamente temible y la solían formar Wilf Mannion, Tom Finney, Jimmy Mullen, Stan Mortensen y Roy Bentley. Por si fuera poco, aún tenía Winterbotton dos balas en la recámara arriba con el mítico Stanley Mathews (que entonces ya tenía 36 años) o Eddie Baily.

Ese equipazo, junto con Brasil, era el favorito para ganar el torneo después de que los italianos, los vigentes campeones, hubieran de presentar una selección totalmente nueva tras de la tragedia de Superga del 4 de mayo de 1949 cuando el avión que traía a todo el Torino de vuelta a casa desde Lisboa impactó contra la torre de la basílica de Superga, a las afueras de Turín, y murieran los 18 integrantes del equipo que había ganado las últimas cinco ligas disputadas en Italia, sus entrenadores, dos directivos y tres periodistas que acompañaban al equipo. Perdieron la vida 31 personas en una tragedia que vistió de luto el fútbol trasalpino y mundial. Aun así, la azzurra disputó el torneo igualmente, en un acto de homenaje a sus compañeros fallecidos, pero no pudo superar a Suecia, ante la que cayó por 3 a 2 en el primer encuentro, y regresó a casa pese al triunfo por 2 a 0 ante Paraguay.

Otra de las selecciones importantes que no disputó el Mundial fue Argentina, ya que las federaciones de Argentina y Brasil tenían grandes diferencias que no pudieron (o quisieron) solventar y la albiceleste optó por renunciar al torneo. Además, la huelga de futbolistas profesionales que se desató en 1948 y que acabó con los mejores futbolistas argentinos jugando fuera del país le restó potencial a la selección, así que la AFA decidió no participar en el Mundial de 1950. Así que ni la espectacular delantera de River apodada la Máquina en pleno apogeo ni unos jóvenes Di Stéfano y Carrizo pudieron debutar en una Copa del Mundo.

Los ingleses sí que debutarían por fin en su primera cita mundialista y lo harían en el grupo de Chile, Estados Unidos y España. Sólo el primero pasaría a una liguilla de cuatro equipos de la que saldría el Campeón del Mundo tras jugar todos contra todos. Las casas de apuestas pagaban 3 a 1 la victoria de Inglaterra en el Mundial. Si los norteamericanos levantaban la Copa se pagaba 500 a 1. En el partido entre Inglaterra y Estados Unidos, las casas de apuestas ni siquiera permitieron apostar. Imaginaos qué claro lo tenían.

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Pero empecemos por el principio.

Los ingleses debutaron el 25 de junio en Maracaná ante Chile y presentaron su candidatura a ganar el torneo venciendo con relativa solvencia a los mapuches con los tantos de Stan Mortensen en la recta final de la primera mitad y de Wilf Mannion al poco de iniciada la segunda. Nadie podía imaginar a esas alturas que serían los únicos goles que marcarían los Tres Leones en toda la competición.

Mientras, a la misma hora, debutaba España ante Estados Unidos en Curitiba. La selección entrenada por Guillermo Eizaguirre, la de los Ramallets, Puchades, Basora, Gainza y Zarra, derrotó a los yanquis por 3 a 1, pero lo pasó francamente mal y hubo de esperar a la recta final del encuentro para conseguir remontar el tanto inicial americano.

Con algunos apuros, sobre todo por parte de los españoles, pero los dos favoritos del grupo habían empezado como se esperaba.

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El día 29 de junio, en Belo Horizonte, Inglaterra y Estados Unidos iban a enfrentarse en la segunda jornada del grupo segundo. El equipo norteamericano era una mezcla de jugadores amateurs de orígenes diversos, universitarios y algunos pocos profesionales de capa caída que se ganaban unos dólares jugando a soccer después del trabajo.

Había entre los seleccionados muchos de Saint Louis y casi todos eran hijos de inmigrantes europeos, un friegaplatos, un conductor de coches fúnebres, algunos profesores, algún oficinista y algún que otro aspirante a contable.

El portero Borghi era de origen italiano; el defensa Maca, de origen belga, y los también zagueros Walter Bahr y Harry Keough, universitarios de San Louis; el centrocampista y capitán Eddy McIlvenny, de origen escocés; John y Ed Souza, interior derecha y atacante, de origen portugués; mientras que el ariete Joe Gaetjens había nacido en Haití y aún no disponía de la nacionalidad norteamericana.

Un equipo cogido con alfileres que apenas habían jugado juntos unos cuantos amistosos y que había confeccionado su seleccionador, Bill Jeffrey, que entonces entrenaba al Penn State, el equipo de soccer de la Universidad de Pensilvania.

Enfrente, todas las rutilantes estrellas inglesas. Profesionales todos. Las estrellas del Manchester United, del Liverpool, del Leeds, del Portsmouth, del Blackpool, del Stoke City… Ganadores de la First Division y de la FA Cup que vivían por y para el fútbol. La flor y nata de los mejores equipos de la potentísima liga inglesa.

Así que los norteamericanos saltaron al terreno de juego convencidos de que perderían y sólo tenían la intención de hacer un buen papel y caer dignamente, como cuatro días antes ante España. Los ingleses buscaban, en cambio, certificar un mero trámite. Salir, ganar e irse. Pero el fútbol es imprevisible y, a veces, simplemente milagroso. En los primeros minutos de partido los ingleses tuvieron media docena de ocasiones claras, incluyendo dos remates a los postes, que desbarató una por una el portero Borghi, tocado esa tarde por la varita mágica.

Los norteamericanos contrarrestaban la calidad técnica y táctica de los ingleses con una ilusión desbordante, mucho pundonor y poderío físico y muchos balones en largo a ver qué pescaban. Y en una de esas, en el minuto 38 de la primera mitad, encontraron petróleo. El atacante Souza había conseguido controlar un balón largo en tres cuartos de campo inglés e intentó aproximarse a los dominios del portero Williams, pero se escoró demasiado y, sin posición de lanzamiento, optó por centrar. El meta inglés salió a por la pelota, pero se encontró con que el haitiano Gaetjens, potentísimo, había metido la cabeza antes para alojar la pelota en el fondo de las mallas. 

Mientras Williams se lamentaba, el público de Belo Horizonte se frotaba los ojos. Los inventores del fútbol estaban perdiendo contra un equipo de aficionados yanquis que, en su país, no sabían ni que estaban representándolos en un torneo de este calibre.

Pero faltaba mucho tiempo por delante, toda la segunda parte, y pocos apostaban a esas alturas porque la sorpresa se confirmara. Y más después de asistir a la salida en tromba de los ingleses, que volvieron a acorralar a los americanos en su área y dispusieron de un buen puñado de ocasiones claras que solventaron con acierto entre Borghi y la defensa. 

Pero poco a poco el paso de los minutos fue espaciando cada vez más las ocasiones inglesas y los norteamericanos se encontraban cada vez más cómodos y, a la vez, más nerviosos ante la posibilidad de dar la sorpresa de la competición. Pero solventaron el trámite con algún sobresalto, pero sin demasiados apuros, ante la mirada atónita de los espectadores y de los periodistas ingleses, porque lo norteamericanos no habían enviado a nadie a cubrir un torneo que no interesaba a nadie en su país.

El colegiado pitó el final del encuentro entre la desesperación de los ingleses y la alegría inmensa de los jugadores norteamericanos y del público que había asistido al partido, que invadió el campo para acabar sacando a algunos jugadores a hombros. Los periodistas ingleses presentes en el estadio enviaron sus crónicas por fax o por cable y los diarios de la isla no acababan de creérselo. Hubo algún medio que al recibir el resultado (0-1) creyó que se habían equivocado al transcribirlo y puso directamente el 1 delante del cero para publicar que Inglaterra había vencido a Estados Unidos por 10 a 1. Otra cosa no era posible. O no parecía posible.

Y es que se hace difícil explicar la dimensión de un resultado como ése y contextualizarlo. Sería como si una selección amateur inglesa de fútbol americano derrotara a los Ángeles RAMS o a los New England Patriots. O como si Angola, Irak o Albania, por poner algún ejemplo, le ganaran al Dream Team americano de básquet un partido en los Juegos Olímpicos. O como si San Marino, España o Túnez derrotaran a Rusia en un partido de hockey sobre hielo en las Olimpiadas Invierno. Un auténtico milagro, vamos. El primer milagro en una Copa del Mundo. El Milagro de Belo Horizonte.

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Pero aun habiendo caído ante Estados Unidos, Inglaterra tenía la posibilidad de pasar a la liguilla final si derrotaba a España en la última jornada del grupo en Maracaná en un encuentro que estaba marcado en rojo en el calendario por ambos equipos antes del estreno en el torneo. De hecho, Maracaná presentó ese día la mejor entrada de todos los encuentros jugados en ese estadio sin presencia de la canarinha.

El seleccionador de Las Tres Rosas, Winterbotton, había incluido en el once a Stanley Mathews y a Eddie Baily para abrir más el campo y atacar por los extremos, pero los laterales españoles completaron un gran partido y cerraron bien los dos carriles. Además, los ingleses se encontraron con un Ramallets descomunal en la portería española, desde entonces conocido como “el Gato de Maracaná”, que se encargó de blocar por alto cada centro inglés al corazón del área y de atrapar cada remate a portería.

También sufrieron los “pross” la bravura y la clase de Puchades, que se echó al equipo a la espalda desde el centro del campo; el nervio de Gainza y de Basora en ataque y, finalmente, a Zarra, que anotó el tanto más famoso de la selección española en mucho tiempo. Un saque largo de Ramallets lo recogió Alonso en la parte derecha del ataque, aún en la línea de medios, y avanzó con la pelota hasta meter un centro preciso al vértice izquierdo del área pequeña. Allí se elevó Gainza por encima de su par y cabeceó al corazón del área pequeña, donde apareció Zarra libre de marca para rematar al primer toque y batir a Bert Williams nada más empezar la segunda parte.

Bastó ese tanto porque los británicos fueron incapaces de reaccionar y así acabó el encuentro, con victoria española por uno gol a cero. Los ingleses tenían que hacer definitivamente las maletas en su estreno mundialista, mientras los de Eizaguirre se clasificaban entre los cuatro mejores equipos del torneo y lucharían sin éxito por levantar la Copa del Mundo. Hasta 2010, cuando España levantó su primera Copa del Mundo en Sudáfrica, el cuarto puesto de Mundial del 50 fue el mejor resultado de los ibéricos en un Mundial.

El Times de Londres resumió la primera participación de su selección en una Copa del Mundo con este epitafio: “En conmovido recuerdo al fútbol inglés que murió en Río de Janeiro el 2 de julio en 1950, entre profundos lamentos de un círculo de amigos y simpatizantes. Descanse en paz. El cadáver será incinerado y las cenizas llevadas a España”.

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El estrepitoso fracaso de Inglaterra en Brasil demostró, de forma cruel, una gran lección: haber inventado el fútbol no te convierte necesariamente en el que mejor lo juega. Y a fuerza de golpes, Inglaterra fue aprendiendo poco a poco esa dura lección.

Aunque el duelo inglés se quedó muy corto al lado del brasileño, que viviría su particular infierno pocos días más tarde, cuando cayeron sin esperarlo en un Maracaná a rebosar ante los valientes uruguayos, que acabaron levantando su segunda Copa del Mundo contra todo pronóstico en la inmensidad del silencio de un estadio semivacío. El Maracanazo, otro milagro en el mismo Mundial que marcó a toda una generación.

Los norteamericanos ya tenían el suyo, su milagro de Belo Horizonte. Aunque a su vuelta al país nadie los esperaba para aclamarlos ni para felicitarlos ni para homenajearlos más allá de un puñado de familiares y amigos. Pese a todo, los héroes norteamericanos del 50 quedaron en el recuerdo de todos los aficionados al fútbol, un recuerdo cada vez más admirado a medida que la selección de Estados Unidos iba consumiendo sus 40 años de travesía por el desierto de los mundiales, ya que no volvería a participar en una Copa del Mundo hasta Italia 90

Aunque a los ciudadanos norteamericanos siguió sin importarles demasiado.

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