"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

lunes, 20 de junio de 2022

Croacia roza la gloria en el Mundial de Francia 98

En el Mundial de Francia de 1998 destacó una selección que debutaba en la competición. Vestía una camiseta ajedrezada con cuadros rojos y blancos como el escudo que luce en su bandera y su primera experiencia en el torneo la llevó a las puertas de la final, poniendo contra las cuerdas a la poderosísima Francia, que, a la postre, levantaría su primera Copa del Mundo tras vencer en la final a Brasil por 3 goles a 0.

Esa selección era Croacia, un equipo formado por jugadores como Jarni, Boban, Prosinecky o Suker que hunde sus raíces más de una década atrás, cuando esos magníficos futbolistas le dieron a Yugoslavia su mayor éxito futbolístico en categoría juvenil. Una historia que, inmediatamente después, quedaría marcada a fuego por la guerra.

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Once años antes, en 1987, el Mundial Juvenil se disputaba en Chile. Hasta allí viajó una selección que iba a ser admirada por todos por el talento que congregaba en sus filas, por su manera de entender el fútbol, por su juego de toque en un centro del campo maravilloso y por su voracidad arriba, en los metros finales, donde se decide todo. Era Yugoslavia, cuyo equipo haría historia en el torneo a la vez que el país que defendían estaba a punto de desgajarse por completo.

La selección sub-20 de Yugoslavia estaba integrada por jóvenes serbios, croatas, bosnios, eslovenos, macedonios y montenegrinos, pero el peso de la calidad lo aportaban, en este caso, los croatas, que sumaban al equipo los nombres de Stimac, Jarni, Boban, Suker y Prosinecky. La guinda la ponía un montenegrino que más tarde haría historia en el Valencia CF y en el Real Madrid. Su nombre, Pedja Mijatovic.

Los yugoslavos firmaron una fase de grupos extraordinaria en la que marcaron cuatro goles en cada uno de sus tres partidos para meterse en cuartos de final con solvencia y buen juego. Primero cayeron los anfitriones chilenos (4-2), después le tocó el turno a Australia (4-0) y, para cerrar el grupo, nueva goleada ante Togo (4-1).

En cuartos de final, Yugoslavia se mediría a Brasil en lo que parecía una final anticipada ante los campeones de las dos últimas ediciones. Y los balcánicos sorprendieron remontando el tanto inicial de Alcindo con una diana de Mijatovic al poco de iniciarse el segundo acto y otro gol de Davor Suker a falta de un minuto para el final.

En las semifinales esperaba la República Democrática Alemana de Matthias Sammer, que tampoco pudo frenar a los balcánicos pese a la expulsión de Mijatovic a falta de un cuarto de hora para el final. Stimac había adelantado a Yugoslavia a los 30 minutos de partido, Sammer empató para la RDA a los cuatro minutos de la reanudación, Suker volvió a marcar el gol del triunfo a veinte minutos para el final del choque. Por primera vez en su historia, Yugoslavia disputaría la final de un Mundial juvenil.

Y allí esperaba la otra Alemania, la República Federal de Andreas Moeller, un jugador que marcaría una época en el Borussia de Dortmund unos cuantos años más tarde. Prosinecky, sancionado, no disputaría la final y la falta de su mejor jugador restó potencial a los balcánicos. El partido acabó con un empate a uno que mandó la final a la prórroga y, después, a los penaltis. Allí, desde los once metros, el alemán Witeczek, que se acababa de proclamar máximo anotador del torneo con 7 goles, sólo uno más que Suker, falló el primer lanzamiento, y eso les bastó a los los jóvenes yugoslavos, que demostraron sus nervios de acero marcando todos sus lanzamientos. Yugoslavia alzaba la Copa del Mundo Juvenil por primera vez en su historia. Evidentemente, sería la última, porque la guerra en la antigua Yugoslavia estaba a punto de empezar y, con ella, la transformación definitiva del mapa de los Balcanes.

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13 de mayo de 1990. En el estadio Maksimir de Zagreb, la capital de Croacia, está todo preparado para un duelo tenso y hostil. Casi todo el mundo coincide en que el partido no debería celebrarse en el contexto beligerante de una guerra inminente en Yugoslavia entre las diferentes repúblicas que aún la integran. El choque enfrenta al Dinamo de Zagreb, el equipo que representa la identidad croata y sus ansias por la independencia, ante el Estrella Roja de Belgrado, el club serbio por antonomasia que en ese instante representa una Yugoslavia unida bajo el mandato serbio.

Los Delije (ultras serbios del Estrella Roja) habían preparado un desplazamiento masivo para el partido, inundando las estaciones de tren para presentarse en la capital de Croacia al grito provocador de “Zagreb es Serbia” y “Mataremos a Tujman”, el líder de la Unión Democrática Croata, el partido que había ganado las elecciones en la república con la independencia por bandera. Su llegada a la capital croata comandados por Arkan, juzgado a la conclusión de la guerra por crímenes contra la humanidad, se tradujo en reyertas en las inmediaciones del estadio ante las que las autoridades deportivas giraron la vista. El partido se jugaría sí o sí.

Dentro del Maksimar, los Bad Blue Boys del Dinamo de Zagreb llenan las gradas con sus banderas croatas y cantan al cielo sus proclamas independentistas. En ese momento, mientras los jugadores de ambos equipos están en los vestuarios preparándose para saltar al terreno de juego, en las gradas ha comenzado el combate: bengalas encendidas, banderas de Croacia, de Serbia y de Yugoslavia ardiendo y butacas por los aires. Pero lo peor estaba por llegar.

Los Delije del Estrella Roja llevaban ácido y empezaron a arrojarlo a las vallas para provocar el pánico entre los aficionados del Dinamo de Zagreb. Los cuerpos comenzaron a caer al campo desde las gradas ante la inaudita pasividad de las fuerzas de seguridad que miraban los incendios recurrentes en diversos puntos de las gradas como quien ve la lluvia caer. Algunos jugadores, que ya estaban sobre el campo, no daban crédito y le recriminaron amargamente su actitud a unos policías que ni se inmutaban ante lo que estaba sucediendo.

En ese instante, los Bad Blue Boys consiguieron saltar al césped huyendo del ácido de los Delije y de los fuegos de las gradas y se prepararon para contraatacar. Entonces, las fuerzas de seguridad que se habían mantenido al margen de todo, intervinieron machacando sin piedad a los ultras croatas que iban entrando en el césped, persiguiéndolos con sus porras y agrediéndolos y golpeándolos sin miramiento.

Los jugadores del Estrella Roja (entre los que se contaban croatas como Goran Juric o Robert Prosinecky) se habían marchado a los vestuarios, pero los del Dinamo de Zagreb estaban aún sobre el césped. Boban, que miraba atónito en todas direcciones, fue conducido por uno de sus compañeros hacia el vestuario en medio del caos más brutal. De repente, un aficionado croata pasa corriendo ante Boban, intentando huir de la persecución de un policía que, porra en mano, empieza a golpearle sin piedad. Boban no se lo piensa dos veces y ataca al policía con una patada voladora que le alcanza de lleno y que pasaría a la historia. El policía no se cree lo que acaba de pasar, pero antes de que decida si golpea o no al futbolista croata, unos aficionados hacen una piña, colocan al futbolista en el medio y lo sacan de allí.

El partido que nunca debería haber empezado, evidentemente, no se disputó y la patada de Boban se convirtió en un símbolo para unos y para otros. Para los croatas fue un gesto heroico que simbolizaba su lucha por la independencia y para los serbios constituía una provocación, una chispa más que encendía la mecha de la guerra.

Un año más tarde, el 25 de junio de 1991, Croacia y Eslovenia declaraban su independencia. Al año siguiente, en 1992, lo haría Bosnia y Hertzegovina. La guerra de los Balcanes acababa de estallar y la selección de fútbol de un país ya descompuesto quedaba excluida de la fase final de la Eurocopa. Su plaza la ocuparía Dinamarca, quien acabaría ganando el torneo contra todo pronóstico con unos jugadores que ya estaban de vacaciones cuando se enteraron que disputarían la competición.

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Croacia ya había formado su propia selección al margen de la yugoslava a finales de 1990 y su debut fue en un partido amistoso ante Estados Unidos en el estadio Maksimar de Zagreb que vencieron por 2 goles a 1. Sin embargo, la UEFA y la FIFA no reconocieron a la selección croata hasta mediados de 1992, una vez consumada su constitución como estado independiente. La selección croata, dirigida por Miroslav Blazevic, con ganas de fútbol y con talento a raudales, puso la directa y se clasificó para la fase final de la Eurocopa de Inglaterra de 1996 igualada a puntos, pero por delante por goles, de la todopoderosa Italia.

Una vez en Inglaterra, los croatas presentaron sus credenciales plantándose en cuartos de final del primer torneo oficial que afrontaban. Los ajedrezados perdieron claramente ante Portugal en el partido del debut (3-0), pero se rehicieron para vencer a Dinamarca (0-3) y derrotar también a Turquía (1-0). En cuartos de final se verían las caras con Alemania, donde Sammer se vengaría de su derrota en el Mundial Juvenil de 1987 anotando el tanto del triunfo para los germanos (2-1). Croacia tenía que hacer las maletas, pero había demostrado al mundo que era una magnífica selección que estaba llamada a hacer grandes cosas. En Francia, dos años más tarde, lo demostrarían con creces.

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La selección croata se presentó en Francia con la base de futbolistas que habían contribuido a la conquista del Mundial sub-20 para Yugoslavia once años atrás. Ahora eran jugadores curtidos rozando la treintena que triunfaban en clubes importantes después de una gran trayectoria futbolística que había llevado a la mayoría a recorrer las ligas de casi todo el continente europeo.

Prosinecky había pasado sin demasiado brillo por los dos grandes de España, Barcelona y Real Madrid, pero había vuelto a casa para fichar por el Dinamo de Zagreb y allí recuperó su mejor versión en el Mundial. Davor Suker terminaba su segunda temporada en el Real Madrid con 15 goles en todas las competiciones en un año que no había sido especialmente bueno para él, pero que remataría estupendamente. Boban, el capitán, triunfaba definitivamente en el Milan, donde tenía estatus de estrella. Jarni era un puñal por la banda izquierda del Benito Villamarín, el estadio del Betis. Asanovic era un referente en el centro del campo del Nápoles. Stimac defendía con solvencia en el Derby County.

A todos esos jugadores que tenían entre 29 y 30 años y estaban en la plenitud de sus carreras se les unieron dos futbolistas más jóvenes que también darían mucho que hablar durante el torneo: Mario Stanic, de 26 años, centrocampista del Parma, y Goran Vlaovic, de 22, delantero del Valencia CF. Los dos se integraron a la perfección en el equipo que brilló en Francia.

El Mundial de Francia de 1998 fue el primero en el que participaron 32 equipos que, como ahora, se dividían en ocho grupos de los cuales sólo los dos primeros accederían a los octavos de final. La selección de Miroslav Blazevic había caído en un grupo variopinto con Argentina, Jamaica y Japón y le había tocado estrenarse en el torneo contra la desconocida Jamaica.

Los croatas solventaron con eficacia y solvencia el siempre traidor primer partido y doblegaron a los jamaicanos con goles de Stimac, Vlaovic y Suker (3-1) para llegar más tranquilos al partido clave del grupo, el que les enfrentaría a Japón en la segunda jornada. El encuentro volvió a caer del lado balcánico con un solitario gol de Suker a poco menos de un cuarto de hora para el final. Así, los debutantes se clasificaban para los octavos de final y afrontaban el partido ante la albiceleste con los deberes hechos, aunque con la primera plaza del grupo en juego.

La Argentina de Passarella, sin Redondo ni Caniggia por sus diferencias capilares (y también de otro tipo) con el seleccionador, contaba igualmente con un plantel espectacular, con un porterazo como Carlos Roa, con Ayala, Chamot o Zanetti en defensa, con Simeone, Almeyda, Ortega, Verón y Gallardo en la zona de creación y con “El Piojo” López y Batistuta en la punta del ataque, con Abel Balbo o Hernán Crespo como recambios de lujo. Los argentinos habían solventado fácilmente sus dos primeros partidos, ganando a Japón por 1 a 0 y goleando a Jamaica (5-0). Ante Croacia, les bastó un gol en la primera mitad del defensa Pineda para seguir invictos en el torneo, pasar como primeros de grupo y citarse con Inglaterra en los octavos de final. Los de Blazevic, en cambio, se verían las caras con Rumanía, selección que había desbancado a Inglaterra y a Colombia para ser primera de grupo.

Para el partido ante Argentina, el seleccionador croata, Blazevic, había estrenado una gorra de gendarme, un képi, en homenaje a Daniel Nivel, un policía agredido por ultras alemanes días antes, en el partido que enfrentó en Lens a Alemania y Yugoslavia. Blazevic llevaría la gorra puesta en cada partido hasta el final del torneo, con la intención de que nadie olvidara lo que había pasado con Nivel, que permaneció seis semanas en coma y después de salir de él tuvo que volver a aprender a caminar.

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El 30 de junio de 1998, Blazevic se volvió a poner el képi para el partido ante Rumanía, una ventana abierta a los octavos de final que los croatas no pensaban desaprovechar. Los rumanos tenían un gran equipo, pero después de haber vencido ante Inglaterra y Colombia parecían haberse dejado llevar. Saltaron a su duelo ante Túnez con las cabezas tintadas de amarillo y empataron ese último encuentro del grupo. Ahora, había llegado la hora de la verdad para ambas selecciones, la de los Cárpatos y la de los Balcanes.

Y el partido se lo llevaron los croatas con un gol de penalti convertido por Suker en el descuento del primer acto. Un balón raso metido al corazón del área fue a buscarlo Suker acompañado de su defensor, que fue al suelo. El delantero croata notó el contacto y cayó. Penalti y gol. Suficiente para meterse entre los ocho mejores del torneo después de aguantar con tranquilidad las pocas embestidas rumanas en la segunda parte. El objetivo estaba más que cumplido, ahora quedaba intentar la heroica. Como en la Eurocopa de 1996, enfrente estaría Alemania.

Los croatas se empeñaron entonces en jugar su mejor partido en el torneo para apear a Alemania. La primera mitad fue muy disputada, pero los alemanes se sentían incómodos ante las amenazas croatas, ya que Asanovic, Boban y Jarni controlaban el centro del campo y surtían de balones a los veloces Vlaovic y Suker para no dejar a los teutones ni un momento de respiro. Y en el descuento de la primera mitad los balcánicos obtuvieron su premio. Jarni recibió en tres cuartos de campo, se acomodó el balón en su zurda cerca del vértice izquierdo del área y soltó un zapatazo que sorprendió a Andreas Koepke para marcharse al descanso con ventaja.

La segunda mitad fue un quiero y no puedo de los germanos que, además, debían estar pendientes de las constantes contras croatas. En una de ellas, llegó la sentencia. Faltaban 10 minutos para el final cuando Vlaovic condujo cerca del área con su pierna derecha y soltó un latigazo desde la frontal para hacer el segundo de un disparo cruzado tremendo. Cinco minutos después, y en pleno desconcierto alemán, Suker bailó a su marcador en la línea de fondo para salir hacia el centro y batir de cerca al meta alemán por tercera vez. Tres a cero y a cuartos de final ante los anfitriones… ¡en su primera participación en un Mundial!

Y en las semifinales, después de haber eliminado a Italia en los penaltis en cuartos de final y haber sufrido antes lo que no está escrito ante Paraguay en octavos, a la que derrotó con un tanto de Blanc al final de la prórroga, los croatas se iban a ver las caras con la Francia de Jacquet, la selección anfitriona y máxima favorita para disputar la final.

Croacia fue fiel al estilo y a los jugadores que les habían llevado hasta el penúltimo partido del torneo y salió a contener a los franceses y a asustarlos a la contra con la velocidad de Vlaovic y la pegada de Suker. La intención, que Asanovic, Soldo y Boban se impusieran en la medular. Los galos, en cambio, habían optado por la prevención y Jacquet reforzó el centro del campo con Karembeu, dejando a Henry en el banquillo. Jugaban los del Gallo con Petit, Karembeu y Deschamps en la zona ancha, blindando a Zidane y a Djorkaeff y dejando los carriles libres para las subidas de Thuram y Lizarazu. Pero a los croatas les pesó la responsabilidad del choque en los primeros instantes y los franceses dominaban con claridad y creaban ocasiones. Entonces, a los 31 minutos, se lesionó Karembeu y Jacquet le dio una vuelta de tuerca al equipo sacando a Tierry Henry al terreno de juego. El cambio le hizo más mal que bien a Francia y los croatas empezaron a respirar para llegar al final de la primera parte con un empate a cero que les permitía jugarse el todo por el todo en la segunda mitad.

Y nada más comenzar el segundo acto, a los 30 segundos, los croatas sorprendían a todo el mundo poniéndose por delante en el marcador con un tanto de Davor Suker. La defensa francesa había salido mal a achicar espacios y Asanovic le metió un precioso pase en profundidad a su ariete que le ganó la espalda a todos para encarar a Barthez totalmente solo y batirlo con facilidad con su pierna izquierda. Cero a uno. Sorpresón.

Pero la alegría y la sorpresa duraron muy poco, porque no había pasado ni un minuto desde el gol de Suker cuando un actor secundario se presentó para rescatar a Francia. Lilian Thuram intentó progresar por la banda derecha en terreno croata, perdió la pelota, la buscó, la recuperó al borde del área y recibió una pared que lo dejó solo ante Ladic y lo batió como lo hubiera hecho cualquier delantero letal. Era el primer gol de Thuram con la camiseta francesa.

A partir de ese momento, los galos fueron muy superiores a los croatas y comenzaron a hacerse con el mando del encuentro y a llegar con relativa facilidad a la portería de Ladic. Pero el tanto no llegaba y volvió a aparecer el convidado inesperado. Thuram volvió a incorporarse por banda derecha, intentó una pared con Henry y el balón se le quedó un poco atrás, botando en el vértice del área. El defensa no se lo pensó, se acomodó la pelota a la pierna izquierda y soltó un disparo inapelable que ponía el dos a uno en el marcador y clasificaba a Francia para la gran final. Thuram, el héroe del partido, no volvería a marcar ni un solo gol más con la camiseta del Gallo en sus 142 apariciones internacionales. Se había guardado sus dos ases para el momento más importante y el más oportuno.

De todas formas, Croacia siguió haciendo historia doblegando a Holanda en el partido por el tercer y cuarto puesto con tantos de Suker y Prosinecky (2-1) y con el delantero balcánico consiguiendo la Bota de Oro del Mundial por los seis tantos que anotó en el torneo. Los franceses, por su parte, derrotaron a Brasil en la final para levantar por primera vez la Copa del Mundo.

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Croacia, con la base de la selección que había ganado el Mundial juvenil para Yugoslavia en 1987 en plenitud, había hecho historia en la Copa del Mundo contra todo pronóstico. En aquel momento nadie podía imaginar que 20 años más tarde, en Rusia 2018, otra genial Croacia, la de Modric, Rakitic, Mandzukic, Perisic y Vida superaría el hito de la generación del 98 y se metería en la final de una Copa del Mundo. Allí se encontraría de nuevo a la selección francesa que volvería a derrotarla para levantar la Copa del Mundo. 

Y mucho menos que esa magnífica generación, ya veteranísima, volvería a sorprender al mundo en Catar 2022 alcanzando de nuevo las semifinales del torneo y sólo doblegar la rodilla ante la Argentina de Messi, futura campeona, para volver a ser terceros en una Copa del Mundo. Como en Francia 98...  

Pero ésa será otra historia y tendremos que contarla más adelante.

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