"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 7 de septiembre de 2022

José Altafini, el goleador que cambió a la Brasil de Pelé por Italia para escribir su propia historia

José Altafini nació en una familia burguesa de Sao Paulo de origen italiano allá por el lejano verano de 1938. Pronto le dio por pegarle patadas a un balón y muy pronto también empezaron a llamarlo “Mazzola” en tierras brasileñas por su parecido físico con la estrella de la Lazio que falleció en el trágico accidente de avión de Superga de 1949, Valentino Mazzola, padre del legendario Sandro Mazzola, que posteriormente fue una estrella en el Inter de Milán y en la selección italiana.

Altafini es un caso atípico dentro del fútbol mundial y, especialmente, dentro del fútbol brasileño. Un futbolista de ataque que debutó muy joven en el Palmeiras y que a la edad de 20 años fue citado para la disputa del Mundial de 1958 en Suecia con la canarinha. Era Altafini un delantero a la europea en Brasil, muy dotado técnicamente, pero también duro, peleón, respetuoso con el rigor táctico y un poco más alejado de la magia, la improvisación y el “ginga” que representaban en esa misma selección brasileña que obtuvo su primer Mundial los jóvenes Pelé y Garrincha.

De hecho, Altafini era uno de los delanteros titulares de la selección de Vicente Feola, que apostaba por un juego más a la europea, un poco más táctico y un poco más defensivo, hasta que se dio cuenta de que no podía dejar en el banco a los Pelé, Vavá o Garrincha por muy espontáneos que fueran si quería ganar el campeonato y sentó a Altafini en la parte decisiva de la Copa del Mundo de 1958 que acabaría levantando Brasil para empezar a escribir su leyenda futbolística como selección.

Seguramente en ese instante, José Altafini tomó la decisión más trascendental de su vida: mudarse a Italia a buscarse la vida, a demostrar en la liga más defensiva del mundo que era un atacante tan válido o más que los que jugaban en Brasil y le cerraban el paso en la selección que acababa de proclamarse campeona del mundo. Nunca quiso Altafini estar a la sombra de nadie y dejó Sao Paulo sin pensárselo para trasladarse a Milán en septiembre de ese mismo 1958, recién coronado campeón del mundo. Aunque ello le supusiera no volver a vestir jamás la camiseta verdeamarelha. Pero vayamos paso a paso…

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Dos años antes del Mundial de Suecia, en 1956, un jovencísimo Altafini, con apenas 18 años, ficha por el Palmeiras para convertirse en su estandarte ofensivo. En ese instante, el Campeonato Brasileño está repleto de talento en ataque en prácticamente todos sus equipos. En el Botafogo, un anárquico Garrincha manejaba todo el potencial ofensivo de su equipo desde el extremo. En Vasco de Gama, un jovencísimo Vavá empezaba a abrirse camino en las defensa rivales. En el Fluminense mandaba Didí desde el centro del campo. En el Sao Paulo la estrella seguía siendo el veterano Zizinho, superviviente del Maracanazo en 1950. En el Corinthians los goles los ponía Luizinho. Y en el Santos… en el Santos empezaba a abrirse paso con fuerza un joven que todavía no contaba con 16 años y que estaba llamado a ser O Rei. Se trataba de Pelé, que debutó en el primer equipo la temporada 56-57 haciendo 41 goles en el Campeonato Paulista que ganó su equipo y 5 más en el torneo interestatal Río-Sao Paulo, que también ganó el Santos. Altafini, con el Palmeiras le superó anotando 7 que no sirvieron para que su equipo conquistara el título.

En plena carrera hacia el Mundial de 1958, Vicente Feola se los llevó a todos a Suecia menos a Zizinho y a Luizinho, que se cayó de la lista en el último momento para que entrara Pelé, con el consiguiente enfado de la afición del Timao, que incluso montó un partido amistoso contra la selección brasileña antes de acudir a la cita mundialista para convencer a Feola de que Luizinho tenía que ir a Suecia. Brasil ganó 3 a 1 y a Pelé lo molieron a palos, lesionándolo en una rodilla y haciendo peligrar su participación en el Mundial. Feola se lo llevó igualmente y dejó en cada a Luizinho pese a las protestas de toda la hinchada conrinthiana que, a medida que avanzaba el torneo, se fueron disipando poco a poco.

Altafini empezó jugando de titular en el Mundial los dos primeros partidos ante Austria (venció la canarinha 3 a 0 con dos tantos suyos) y ante Inglaterra (partido que concluyó con un empate sin goles). En el tercer partido de la fase de grupos ante la Unión Soviética, Feola metió en el equipo a Pelé, a Garrincha y a Vavá y sacó del once a Altafini, a Joel y a Zagallo. Brasil ganó dos a cero con doblete de Vavá y se metió en los cuartos de final donde se enfrentaría a Gales.

En el partido contra los británicos, Vicente Feola volvió a confiar en el talento de Altafini, que formó en la delantera junto a Pelé, Garrincha y Zagallo. El sacrificado esta vez fue Vavá y el goleador, Pelé, que anotó un auténtico golazo para doblegar la resistencia galesa y meter a Brasil en semifinales ante Francia. A partir de ese momento, Altafini ya no volvería a jugar.

En la victoria ante los franceses por 5 a 2 en semifinales y ante los suecos en la final por idéntico resultado jugarían en ataque Zagallo, Pelé, Garrincha y Vavá. Pelé hizo 5 tantos más (3 ante Francia y 2 en la final ante Suecia), Vavá anotó otros 3 (1 en la semifinal y 2 en la final), mientras que el centrocampista Didí se estrenó como goleador en la semifinal ante Francia y Zagallo marcó el cuarto de su equipo en la final ante Suecia. Altafini, en cambio, nada más levantar la primera Copa del Mundo de la historia de Brasil, hizo las maletas rumbo al país de sus padres y eligió el Milán para afrontar una aventura en solitario que le convertiría en un ídolo en Italia y, a la vez, le privaría para siempre de alcanzar de nuevo la gloria en la Copa del Mundo. Aunque eso él aún no lo sabía.

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El Milan ya era en 1958 un equipo con tradición y muy potente, que había dominado en campeonato italiano por primera vez en la primera parte de la década de los cincuenta gracias a los tres suecos que alineaba en su delantera: Nordahl, Gren y Liedholm. Pero los suecos se fueron yendo poco a poco del equipo y el Milan se rearmó en 1955 con el fichaje de Schiaffino, el delantero uruguayo que había sido campeón del mundo en Brasil 50 protagonizando el mítico Maracanazo. De hecho, en la temporada 56-57 volvieron a ganar el Scudetto con la incorporación del también delantero Carlo Galli, atacante italiano que llegaría a marcar más de cien goles con el club. El equipo disputó la final de la Copa de Europa ese mismo año ante el Real Madrid y cayó por 3 goles a 2 con un tanto encajado en la prórroga. Tras ese encuentro, llegó Altafini para completar un equipo de ensueño que ganó otra vez el Scudetto y empezó a codearse definitivamente con los mejores en Italia y en Europa.

Pero la reconstrucción total milanista tardó unos cuantos años más en producirse. El mejor rendimiento de Altafini como goleador llegó de la mano del nuevo entrenador, Nereo Rocco, fichado en la campaña 61-62 después de dos subcampeonatos consecutivos. También llegó “Il Bambino” Rivera, un joven de 19 años que estaba llamado a ser una de las más grandes figuras históricas del fútbol italiano.

En esa primera temporada de Rocco en el banquillo del Meazza, el Milan volvió a ganar el Scudetto y Altafini fue el máximo goleador con 22 tantos que le sirvieron de tarjeta de presentación para el Mundial de Chile 62, donde defendería los colores de Italia tras haberse proclamado campeón del Mundo con Brasil cuatro años antes.

Pero en Chile las cosas no le fueron bien a Altafini ni a la selección italiana, que cayó en la primera fase tras caer primero ante Alemania y después en la Batalla de Santiago ante Chile. Garrincha, Vavá y Zagallo, excompañeros de Altafini, volvieron a levantar la Copa del Mundo con Brasil, un torneo que no pudo conquistar Pelé porque se lesionó en el primer encuentro ante Checoslovaquia y no pudo disputar ni un solo partido más.

La debacle italiana en Chile tuvo graves consecuencias para José Altafini y para el resto de oriundi que integraron la Nazionale (los argentinos Omar Sívori, Angelo Sormani y Humberto Maschio). Ninguno de ellos volvería a vestir la azzurra nunca más después de ese vergonzoso torneo.

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La espina se la quitó Altafini con el Milan al conseguir la primera Copa de Europa de su historia en la temporada 62-63. Además, el brasileño nacionalizado italiano se convirtió en el máximo goleador de la máxima competición continental europea con 14 dianas, un récord que se mantendría vivo hasta la eclosión de Messi y Cristiano Ronaldo medio siglo más tarde.

Casualidades de la vida, el final de Altafini en el Milan llegó por el fichaje de otro brasileño que decidió emular sus pasos y no permanecer a la sombra de Pelé en Brasil. Se trataba de Amarildo, que sustituyó a O Rei tras su lesión en el Mundial de Chile, se proclamó campeón del mundo haciendo un torneo extraordinario, pero acabó fichando también por el equipo rossonero tres años después. Su fichaje supuso el adiós de Altafini, que hizo las maletas rumbo a Nápoles en 1965.

En Nápoles el campeón del mundo del 58 siguió marcando goles durante cuatro temporadas más hasta que en 1972, a los 34 años, fichó por la Juventus. En Turín obtuvo dos Scudettos más que sumar a su extenso palmarés. Y se retiró del fútbol italiano en 1976, con 38 años, anotando 216 goles en 458 partidos en una de las ligas más difíciles del mundo para un delantero.

Pero Altafini, a quien en la última época en Italia le llaman “el Abuelo”, no quiso dejar el fútbol todavía y siguió metiendo goles en Suiza durante 4 temporadas más para colgar las botas definitivamente a los 42 años en 1980.

Al final, tomó muchas decisiones arriesgadas en su vida que le marcaron para siempre. Él lo resumió así: “Jamás me he arrepentido de mis decisiones, pero, quizás, si volviera a nacer, actuaría de otra forma”. Sea como sea, con las decisiones que tomó, equivocadas o no, se ganó un sitio en el Olimpo del fútbol. Que no es poco...

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